Larvas gigantes.

Aunque Frikka tardó más que sus compañeros en conseguirlo, finalmente fue capaz de seccionar la gruesa mandíbula de su oponente. Cuando los músculos fueron cortados, la inferior cayó, junto con una gran cantidad de sangre, y el chillido agudo se fue volviendo más apagado mientras el gusano dejaba de moverse, poco a poco, entre convulsiones.
La caeruleus pudo poner rumbo hacia el interior, finalmente, siguiendo los pasos que había recorrido Gerald no hacía tanto para acercarse al grupo, donde el apoyo hacía falta con más urgencia.

Las cosas dentro del círculo, por otro lado, era un caos. Inrr trataba de controlar a sus pueblerinos, que se movían nerviosos, poco centrados en su misión debido a la situación: se notaba que eran, al fin y al cabo, poco más que campesinos de mediana edad habitantes de un pacífico pueblo. Rápidamente, terminaron por alejarse de las bestias, regresando guiados por Inrr, que los reprendía y gruñía, de vuelta a cubierto.
Gerald, a su vez, pudo lanzar al niño lejos de la larva, haciéndolo caer rodando hacia atrás, arrancándole un quejido agudo de dolor.. Quedó tendido en el suelo, jadeante, un momento, pero alejado del peligro, mirándolos con furia.

El caos era evidente. Gerald tenía frente a sí la larva contra la cual la había emprendido el niño. No parecían animales especialmente listos, y no le costó encontrar un momento, cuando el gusano avanzaba hacia él con agresividad, para lanzarse hacia su mandíbula y notar cómo la carne iba cediendo bajo su filo. Sin embargo, antes de que pudiese penetrar por completo y seccionar todos los músculos, Gerald pudo ver cómo la larva cerraba fuertemente sus poderosas fauces, en un acto reflejo por detener el corte, aprisionando la espada entre los dientes, haciendo presión para no soltarla, mientras la sangre ya fluía libremente de la mandíbula, gravemente herida pese a todo. Aunque aquel gesto involuntario le había salvado la vida, el dolor era evidente en sus chillidos agudos y sus gorgoritos ahogados.

Ayne, a su vez, ya estaba enzarzada con una. Hábilmente, destrabó su arma y atacó de nuevo, logrando clavarla de nuevo y, esta vez, aprovechando la apropiada forma de la guadaña para hacer palanca, hundiéndose y hurgando en la ya maltratada carne. Como resultado de aquello, pronto se desparramó por el suelo más sangre, y una de aquellas placas duras que tenía el animal por coraza se separó del cuerpo, arrancándole un chillido más intenso que los otros. La carne blanda que quedó a la vista no tardó demasiado en ser segada también, y  de su interior brotó lo que, aparentemente, debía de ser algún tipo de órgano, aunque entre la sangre, la oscuridad y la situación era difícilmente diferenciable.
La larva se contrajo, con evidente dolor, deteniéndose y dejando ir chillidos suaves, cada vez más bajos, inofensiva de pronto.
Tras aquello, Ayne pudo ir finalmente a por la jorobada, la que se encontraba más alejada de ella, arriba del todo, ignorando a la que se enfrentaba a Gerald y a la siguiente, que quedó entre ambos, tratando de entrar todavía en el recinto de los animales, a punto de romper por completo la valla y conseguirlo. La jorobada, por su parte, que había tratado de seguir a los parvus mientras huían.
Nada más verla se abalanzó sobre ella, buscando introducirla en sus fauces, más veloz de lo que ninguno de aquellos animales había sido hasta aquel momento.

Un chillido sonó, proveniente del cielo. Aquel día la suerte no estaba del lado de los guerreros. Era difícil entreverla en la oscuridad, puesto que la luna apenas brillaba, pero su sombra pudo intuirse cuando los sobrevoló: parecía que aquellos animales eran larvas por algo.



Era un ser más robusto y algo más grande que los terrestres, como un alacrán o cangrejo volador, con una estructura aparentemente mucho más sólida. Quizás hubiese llegado allí guiado por los chillidos, o por simple casualidad, pero allí estaba. Sin pensárselo, se lanzó veloz, en picado, en una trayectoria clara hacia el niño parvus, que, ya en pie, se disponía a escapar hacia las barricadas, siendo Frikka la que pudo ver esto con mayor nitidez. Su cuerpo, cayendo sólido y amenazante, recordaba a una roca en medio de una avalancha; costaba imaginar cómo podía volar aquella bestia.
Que alcanzase al niño era inminente. Los que más cerca estaban de él en aquel momento eran los parvus, resguardados; la segunda Frikka, que ya había penetrado en el círculo, y podía desviarse hacia allí en plena carrera. Gerald, enzarzado, más alejado e inmóvil, tendría más complicado el llegar allí antes de que la bestia alcanzase la tierra. Y Ayne, por su parte, estaba demasiado lejos como para echar a correr.

No es difícil dar con un buen punto blando para ensartar a una más de estas asquerosas cosas biscosas. Sin embargoo, ésta parece tener más ganas de pelea que las anteriores y atrapa mi arma entre los dientes con bastante fuerza. Mi primer impulso es soltarle un chrysantae que la haga perder fuerza o retorcerse para que suelte mi arma y, en ese momento, ensartar algo más profundo para, inmediatamente, retirar mi arma de forma similar a como lo había hecho con la anterior, viendo que era efectiva. Espero que con el dolor del chrysantae y la estocada sea suficiente para rematarla con un movimiento rápido.

La situación está prácticamente controlada. La parvus se encarga de una de las grandes y al parecer sólo queda una más cerca de los animales. Frikka debería haber acabado ya con lo que mi preocupación se disipa en seguida, ya que me salen las cuentas y todavía puedo dejar a la que queda viva para que nos guíe.

Lo que no me gusta tanto es el chirrido que se escucha venir del cielo. Levanto la cabeza, iluminando los ojos para enfocar eso que parece moverse entre las sombras por el aire. Intenso seguir la trayectoria con la vista, pero es bastante más rápido que los gusanos. Una parte de mí se alegra -la mayor parte, de hecho- si ha venido a por sus crías no tnedremos que ir a buscarla. Aunque con estas cosas nunca se sabe cuántas hay.

Entre tanto parece que vaya a lanzarse en picado contra chaval. Frikka está lo suficientemente cerca, pero, sinceramente, confío más en mis capacidades. Clavo la espada en el suelo y saco el gancho para empezar a rotarlo con la mano para que gane inercia mientras me acerco apurado pero tanteando distancia. En cuanto se me ponga a tiro, le lanzaré el garfio.

El pecho empieza a acalorárseme. Más que preocuparme el niño, tengo muchas ganas de que esto me salga.

Gerald invocó un chrysantae, que atravesó el metal de su katana hasta llegar a la carne de la larva, incrementando sus chillidos, haciendo también que un agradable olor a comida recién hecha invadiese los alrededores por un momento. Antes de que el animal pudiese debatirse más, sin embargo, su carne fue seccionada por completo, y el filo emergió finalmente al otro lado, acabando con su vida como con la del resto. Ya solo quedaban dos.

Ayne, por su parte, utilizó una hábil estrategia para evitar que aquel bicho se la tragase, evitando su embestida y utilizando la guadaña como anzuelo cortante, aprovechando su curva y fuerza, tanto la propia como la del animal que avanzaba, para atravesar buena parte de su cuerpo, deteniéndose por la mitad, con el animal ya muerto, al hallar de nuevo una placa más dura que el resto, encajándose en ella mientras la sangre fluía sin fin, empapando la hierba y sus pies.
No pudo, pues, ir a por la cuarta en un primer momento, pero sí ver cómo la valla cedía y la última bestia con vida penetraba en el cerco, haciendo que los animales se juntasen en el extremo contrario, acercándose a ellos con un chillido desagradable y gutural, ignorando a las compañeras caídas.



El nuevo problema que tenían era aquel ser que caía en picado, como una piedra, hacia el niño. Frikka se armó de valor, siendo la que más cerca estaba, y pudo lanzarse hábilmente a por el niño cuando la bestia estaba ya muy cerca, peligrosamente cerca, lanzándose al suelo abrazando su pequeño cuerpo, para rodar. Sin embargo, para su sorpresa, nunca llegó a tocar el suelo: aquel animal que caía como una piedra desplegó por completo sus alas, de pronto, y detuvo su caída casi al instante, atrapando el cuerpo de Frikka con sus pequeñas patas rígidas, y con ella al niño que portaba, levitando a unos veinte centímetros del suelo. Las batió al instante, con fuerza, para alzarse, justo cuando Gerald llegaba al lugar girando el gancho con la izquierda, apuntando al gran cuerpo de aquel animal que ya comenzaba a moverse.
La puntería no era lo suyo, y el metal chocó contra la dura carcasa sin mayor resultado. Sin embargo, el movimiento del animal hizo que resbalase hasta encallarse, tras un par de intentos, en una de las hendiduras que había entre placa y placa, cerca de la parte trasera de aquella especie de insecto. Y Gerald no pudo, sin embargo, cantar victoria.

Lo primero que sucedió fue que la cuerda se tensó, mientras el insecto ganaba velocidad, y, de un fuerte tirón, comenzó a arrastrarlo por el suelo. Gerald pudo notar cómo la tierra le abrasaba el brazo derecho, desgarrando la ropa, antes de notar cómo se elevaba.
En apenas dos segundos el chrysos ya no tenía los pies en el suelo. Cada instante hacía que ganase más altura, pendido de aquella bestia. Frikka, por su parte, sujeta por las patas, también notaba cómo la distancia que la separaba del suelo se iba ampliando lentamente. Por suerte, o desgracia, le quedaba de frente, por lo que podía disfrutar por completo de la sensación de vértigo y posible caída libre.
El niño, entre sus brazos, también sujeto por el insecto, estaba paralizado.

Parece que mi plan se va al carajo cuando el garfio no consigue aferrarse en el escamado bicho, pero su aleteo hace que se encalle en una de sus escamas, lo que me arranca una exhalación de entusiasmo que se corta en seco en cuanto siento el primer tirón del animal lanzándome de morros contra el suelo.

Trato de agarrarme bien a la cuerda a pesar de la quemazón contra el suelo, tosiendo un poco a espasmos cuando el animal me alza en el suelo, tanto por la tierra que me tenido que comer como por la tensión repentiena en mi tronco, donde me aferra con fuerza la cuerda. Al principio me cuesta respirar un poco y siento un escalofrío y una enorme sensación de vértigo al notarme valanceado en medio del aire por la cosa esa. Entre el movimiento trato de aferrarme de nuevo con ambas manos a la cuerda, para ganar estabilidad. El pecho me va a mil por hora. Miro un momento abajo y trago con fuerza, notando como se me encogen los testículos. No hay sensación más descriptiva ahora mismo.

Tomo aire con fuerza un par de veces, intentando calmarme. Estoy atado a un animal volador que espero que tenga escamas muy resistentes mientras Frikka y el enano están encerrados en sus garras o pinzas o lo que sea que tiene. Reconozco que ésto no entraba dentro de las expectativas...

No hay tiempo para lamentaciones con lo que hago acopio de fuerza para trepar por la cuerda, haciendo tanto fuerza con los brazos y el tronco para elebarme, como con las piernas, colocándolas hacia adelante, tensas, para ayudarme en el ascenso. Gerald, has trepado muchas cuerdas, ésta solo se mueve un poco más. Pese a todo, esto es alucinante.

Mi empeño inicial es llegar al costado del bicho para cabalgarlo y afianzar mi posición. Una vez ahí, ya veremos qué hacemos... Espero que Frikka conserve su arma.

Ayne logró detener el avance del último de aquellos seres con su pervatia. Los animales, pese a todo, se mostraban intranquilos, reconociendo al depredador ante ellos, resoplando y golpeando el suelo con las pezuñas, claramente nerviosos.
El terra der impactó contra la espalda de la larva, que dejó ir un gruñido, ignorando a Ayne y tratando de evitar el muro de piedra que la entorpecía para llegar a la tan ansiada comida. Sin embargo, la parvus ya buscaba su carne, y no tardó en hundir la guadaña en su carne prieta, como en la de las otras, teniendo enseguida la posibilidad perfecta para cortar y acabar con el gusano de un tajo acertado.

FdR- Puedes matarlo en tu turno libremente.



El animal seguía ganando altura con los tres a cuestas. Gerald conseguía, poco a poco, subir por la cuerda, viendo su ascenso dificultado por el vaivén de la misma, provocado tanto por el movimiento de aquella bestia como por las ráfagas de viento, más notables a más altura.
La mayoría de los parvus, desde el suelo, chillaban nerviosos, sin saber si atacar o no debido a la peligrosa caída en caso de que el bicho volador soltase a Frikka y a Pummi. Una de ellas, una mujer, se apresuró a correr a por Ayne, a darle la alarma, esperando, quizás, que ella pudiese resolver aquello. Para entonces, la altura a la que había logrado ascender el animal superaba los diez metros, y seguía subiendo: más de diez metros de caída libre ininterrumpida.

Gerald alcanzó la espalda, al fin, pudiendo encaramarse con dificultad. En la coraza había algunos salientes, que facilitaban un cierto agarre, pero el animal estaba cubierto de una sustancia viscosa, como sus congéneres, lo que hacía que llegase a resultar algo resbaladizo.
Todo él parecía blindado. Los únicos lugares que parecían más vulnerables, además de las alas, parecían ser las finas hendiduras entre placas, pero Gerald no tenía su espada consigo.

Esto cada vez está más arriba y empieza a suponer un importante problema. No obstante, hago el esfuerzo hasta llegar a su espalda, agarrándome con fuerza y enganchando bien los dedos hacia las hendiduras al sentir la cubierta biscosa que tiene encima. Definitivamente lo mío no son los bichos. Noto como la ropa se me humedece de forma poco agradable.

Dedico cierto tiempo a acomodarme y pegarme al bicho para evitar en lo posible el traqueteo y la fuerza del viento y afianzarme sin peligro. No resultaría muy complicado atravesarlo entre escama y escama, pero mi arma está muy muy abajo ahora mismo... Miro las alas y luego hacia las tenazas, donde están Frikka y el niño. De todas formas, si lo hireo, tendré que hacerlo poco a poco para evitar que caiga en picado y preferiblemente, vaya dando banzados haciendo la caída lo menos aparatosa posible. Eso si no se posa en algún sitio, aunque por la altura cada vez mayor, imagino que no.

—¡Eh, Frikka! ¡¿Tienes la espada?! —Le pregunto a gritos. Aunque va a ser complicado maniobrar con ella. Si la tiene, quizá lo mejor sea que intente azuzar al animal como pueda. —¡Intenta molestarlo para que pierda altura! —Le grito nuevamente. Tomo una decisión al fin y decido llevar un pie a la parte de sus alas más próxima para acomodarlo ahí y empezar a clavarlo hacia abajo, queriendo romper la membrana.

Sin larvas vivas a la vista, el enemigo ya solo era uno: el que surcaba los cielos, cada vez elevándose más, alejándose de los que estaban en tierra, que veían más dificultades para diferenciar la silueta. Asimismo, además del ascenso, todos pudieron notar, tanto los de tierra como los del aire, que el rumbo cambiaba: el animal parecía querer regresar al norte, a las montañas, de donde había venido tanto él como las larvas.

-¡¿Un colchón?! -inquirió la mujer, histérica, a Ayne, como si la mera pregunta la atormentase-. ¡¿De dónde vamos a sacarr ahorra un colchón?! -. Y miró de nuevo al cielo, llevándose las manos a la cabeza.

Más hombres llegaron corriendo junto a Ayne, siguiendo con la mirada, difícilmente, la trayectoria de la bestia voladora, que se alejaba sin perder tiempo.

-Segurro que va a las montañas. Deberríamos seguirrlo, perro ¿cómo podrríamos alcanzarr a...? -. Inrr calló de pronto, volviendo el gesto hacia los animales del recinto, más calmados tras haber muerto sus depredadores: bismontes y orkrich.

Por su parte, Gerald y Frikka no lo estaban teniendo nada fácil. Para él, cada movimiento era un riesgo, cada desplazamiento sobre la viscosa espalda, por lo que tenía que andarse con pies de plomo. Consiguió, pese a todo, azuzar al bicho con el pie, en el ala, una zona más vulnerable, arrancándole un chillido de desagrado. Frikka, por su parte, golpeándolo con la espalda solo consiguió que la apretase más, a ella y a Pummi, dejándola un instante sin aliento, arrancándole un grito a él. La situación era delicada, pero no parecía dispuesto a soltar a dos de sus presas.
De pronto, en contra de todo pronóstico, el animal reaccionó a los gestos de los guerreros, pero de una forma inesperada. Dio una vuelta completa sobre sí mismo, impulsándose fuertemente con las alas, quedando boca arriba un instante y volviendo enseguida a la posición inicial. Para Frikka y Pummi, bien asidos, aquel gesto no representó más que una terrible sensación de vértigo, pero Gerald tuvo que asirse con las manos, como pudo, tensando más músculos de los que creía tener, notando cómo quedaba pendido de aquel saliente al que se agarraba durante un instante, con los dedos amenazando con resbalársele.
No era, desde luego, algo que apeteciese repetir.

Se dirigían hacia el norte.


FdR- Me lo paso pipa.

Frikka tiene su arma, bien, es un buen paso. No respondo cuando la oigo entre el zumbido del aire y las alas del monstruo, dando por entendida su respuesta.

Respecto a mí, me alegra poder joder a esta cosa y que se queje, aunque también siento una punzada de peligro en las lumbares cuando empieza a moverse más bruscamente. Me agarro con más fuerza, clavando los dedos en los márgenes de sus escamas y haciendo fuerza con las piernas sobre él, procurando que mis talones encuentren zonas donde encallarse.

Al principio llego a creerme que puede ser una buena idea, pero en cuento el bicho empieza a dar bandazos demasiado buscos y el cuerpo se me empieza a tensar por el vértigo, ya no lo veo tan claro.

Y de pronto... Mi cuerpo se vuelve rígido como la roca y tanto mis manos como mis pies pinzansu cubierta como si fuese a quebrarla. Siento como el estómago me recorrer el tronco en un salto rápido y con estela al tiempo que la cabeza me da vueltas, perdiendo la noción de mi posición y una sensación helada me sentencia.

Al segundo siguiente vuelvo a estar boca arriba y siento como el cuerpo se me reblandece, como las piernas y las manos se me debilitan por un momento, liberando toda la tensión del segundo anterior hacia una escalofriante sensación de debilidad. Recupero el aliento, cogiendo aire por la boca de forma acalorada. He sudado todo el líquido de mi cuerpo en apenas unos segundos y me aferro al bicho con todo el cuerpo como si ese líquido biscoso me hubiese pegado a él con más fuerza que la resina. Cierro los ojos, trago saliba y respiro tratando de recuperar la calma.

—¡Fr-FRIKKA! ¡Vamos a esperar a que aterrice, ¿vale?! —Le grito con la garganta y el estómago encogido. Tengo la sensación de que como haga eso un par de veces más voy a acabar fusionado con el suelo de Hummus. Al menos ya sé qué esperar de esta cosa... Vale, tiene parte de mi respeto, pero no por ello me arrepiento de aberme encaramado aquí arriba. Tiro un poco de la cuerda tratando de que el enganche siga bien clavado en el bicho. Es mi único seguro aquí arriba. Ahora, en cuanto se me pase la impresión, a cabalgar cosas voladoras.

Gerald encontró finalmente una posición segura para viajar, y Frikka podía notar cómo Pummi se le pegaba, lloriqueando asustado. La bestia voladora, por su parte, visto que sus presas dejaban de moverse y molestar, continuó con su vuelo, más lento y estable, hacia las montañas más cercanas del norte, sin pausa, chillando de vez en cuando, como si aquel grito fuese un reclamo, un aullido a la noche, pero que servía para algo más:
Ayne tomó uno de los orkrich del cerco, y no tardó en poner rumbo hacia las montañas, como la bestia voladora, siguiendo su sombra mientras podía verla, su ritmo, y luego, cuando el animal iba demasiado lejos como para ver su silueta, guiándose incluso por los chillidos que llegaban a ella. Inrr, que se había unido a ella como apoyo y guía, llevaba además la katana de Gerald, callado y silencioso; concentrado.


LA COLMENA

El insecto gigante que llevaba a Gerald, Frikka y al pequeño parvus penetró por un agujero que había en uno de los muros de una montaña, de las primeras de la cordillera, tras un viaje que había superado la media hora. Resultó que parte del interior estaba hueco, como excavado en piedra. Descendieron varios metros, colándose entre galerías que la bestia recorría con exactitud, demostrando lo claro que tenía el recorrido deseado. Tras atravesar un laberinto de túneles, de repente, salieron a una estancia más grande, a la que entraron desde la cima. La oscuridad hacía que solo Frikka pudiese diferenciar con claridad lo que allí había, en un principio, aunque cualquier luz que arrojasen lo revelaría para el resto: una sala grande, de planta circular y más de quince metros de radio, y una altura que bien podría llegar a los diez. La única salida era por la que habían entrado: un círculo en el techo.
La bestia soltó a Frikka y al niño a poco más de un metro de alto, dirigiéndose enseguida hacia el agujero del techo de nuevo, dando a Gerald escasos segundos para reaccionar, decidir si quería saltar o mantenerse asido a aquel ser y seguirlo a donde fuera.

El suelo estaba cubierto de una baba extraña, y en él podían verse restos de algún animal muerto, huesos y sustancias que, si bien no eran fáciles de identificar, tampoco resultaba muy tentador el conocer su origen. Las paredes, por otra parte, tenían cientos, miles quizás, de pequeños habitáculos, celdillas, excavadas a mayores en la roca, recubiertas por una película rojiza, y en el interior de cada una, metido en una especie de pasta gelatinosa, flotaban gusanos de tamaños variables: algunos del tamaño de un bebé humano, otros casi tan grandes como los que los habían atacado cerca del pueblo. Incluso alguna de las celdas estaba vacía.
En el momento en el que ellos llegaron, una de ellas, a un par de metros de alto, comenzó a resquebrajarse: primero salió el líquido gelatinoso, mientras la cría pugnaba por hacer lo mismo, empezando a debatirse en su interior.


JINETES

Ayne e Inrr se desplazaron raudos a lomos de sus orkrich, que roncaban y respiraban jadeantes, pero no se detenían. Cuando perdieron a la bestia voladora, más rápida que ellos, Inrr decidió que quizás podría seguir guiándolos, y apreimó a su montura, invitando a Ayne a seguirlo. Según explicó, siempre venían del mismo lugar, por lo que esperaba que pudiesen seguir algún tipo de rastro para encontrar el lugar en el que habitaban.

Al cabo de una media hora, llegaron a la falda de una montaña: los caminos que ascendían eran pedregosos y complicados, pero los simpáticos animales estaban habituados al terreno de la montaña, y subían sin demasiado problema con los parvus a cuestas. A medida que subían, sin embargo, al cansancio se les unía un nerviosismo extraño, y cuando llegaron a una de las encrucijadas el camino ninguno de los dos orkrich quiso seguir poir el camino de la izquierda, desviándose ambos hacia el otro sin esperar a ser ordenados, con los hocicos pegados al suelo, olfateando en todo momento.

-¿Qué opinas? -inquirió Inrr, serio, desviando la mirada a su acompañante, a la que costaba ver en medio de la oscuridad.

El bicho no se detiene una vez llegamos cerca de las montañas y se interna en una inmensa cantidad de túneles de los que pierdo parte de la noción. No paro de pensar que será complicado que nos sigan desde el suelo y todavía más viendo la magnitud de este laberinto.

No tarde demasiado, no obstante, en adentrarse en un lugar oscuro, pero prefiero no encender los ojos o el cuerpo si se trata de una colmena o un nido, insectos y luz es mala combinación. Escucho como deja caer la carga sobre lo que parece el suelo y sigue su camino hacia arriba, conmigo encima. Tengo que pensar rápido. Frikka tiene un arma y yo no, además ella posiblemente esté acojonada teniendo que encargarse del niño. Pero ella puede ver perfectamente aquí dentro, mientras que yo sólo atraería la atención de las criaturas o se me complicaría la cosa. De todas formas todas las opciones pintan mejor quedándome con ellos, pero algo me tienta a seguir sobre la espalda del insecto. Como poco, cuando bajase, tendría a un gigantesco cangrejo volador al que enfrentarme sin armas ni magia a distancia. Eso si no hay más igual o más grandes. No, no hay ningún tipo de argumento para quedarme...

—¡Frikka, cuida del chaval! ¡Ahora vuelvo por vosotros! —Me aferro con determinación al bicho, encajando mis talones entre sus escamas y las manos en el comiendo de sus alas. Pruebo a tirar hacia atrás a ver si consigo manejarlo aunque sea un poco ahora que hay menos peligro. Definitivamente estoy loco.

ENTRADA A LA COLMENA

Parecía que sus monturas no querían seguir avanzando por aquel camino, por lo que Ayne optó, sin más, por bajar a tierra y seguir ella misma. Inrr no tardó en hacer lo mismo, y se detuvo un instante a atar a los animales con la cuerda del gancho, a un árbol, antes de correr tras los pasos de la guerrera, portando la katana de Gerald entre sus manos.

El camino era angosto, y los llevaba hacia la ladera de una montaña, aunque apenas podían ver más que la cima, desde donde estaban, pues debían ascender todavía una colina pronunciada, que la tapaba, junto con la noche.
A medida que caminaban pudieron descubrir algunas zonas de hierba, o arbustos, quemados, marchitos, y aquella baba que parecían producir las larvas de las que se habían encargado junto al pueblo brillaba en algunas rocas a la luz del farol de Ayne, viscosa.

Más de diez minutos les llevó subir hasta la cima de la colina, tras la que se les reveló una pendiente, esta vez descendiente, que ya daba directamente a la falda de aquella montaña que parecía ser lo único que tenían delante. Y allí encontraron algo que podría resultar interesante: en la tierra se abría una brecha de unos cinco metros, que era como una entrada a las galerías de las que las larvas salían. Por las formas picudas de las rocas y la falta de vegetación, así como los escombros que la rodeaban, era fácil darse cuenta de que era bastante reciente; no siempre había estado allí.

LA COLMENA - FRIKKA

Aviso: Para evitar trampas, Frikka será masterroleada por otro master hasta que el grupo vuelva a juntarse. Sin embargo, podrá incluir las acciones del niño que va con ella en sus posts, como personaje suyo.

Frikka cayó al suelo con un quejido, dolorida, con el pequeño parvus encima. Pronto ambos entraron en contacto con aquella babilla asquerosa y resbaladiza. La chica, ofendida por el abandono de Gerald, buscaba formas de salir de allí. Pummi, por su parte, ni siquiera se atrevía a abrir la boca, y parecía paralizado.

Reaccionó rápido, sin embargo, cuando la chica le habló. Asintió, enérgico, y pronto ambos se dirigieron hacia la pared. No era una pared lisa en absoluto, así que el ascenso no tenía por qué dar problemas. Pummi empezó a subir primero, supervisado por la chica. Pronto quedó claro que no era un excelente trepador, además de que parecía darle bastante reparo tocar nada. Sin embargo, no se atrevió a emitir queja alguna, sino que se limitó a ascender.

Frikka, por su parte, hizo un tanto de lo mismo, un poco por debajo del niño. Ascendía con algo más de estilo, pese a que podía sentir aquella asquerosa baba cada vez que ponía la mano en alguno de los agujeros, haciendo más difícil el agarre.

Al cabo de unos cuatro de metros de ascenso, oyó un pequeño grito un poco por encima y vio que Pummi soltaba una de las manos y hacía amago de caer. De un agujero junto a él se entreveía un bulto en movimiento.

LA COLMENA - GERALD



Gerald, sin sentir miedo, se despidió de su compañera y se mantuvo en la espalda de la bestia voladora, que, o bien ignoraba su presencia, o bien ni siquiera era consciente de ella.
Como había entrado, el insecto ascendió por el agujero del techo, perdiéndose de nuevo en laberintos de galerías difíciles de recordar, pasando por salas donde había algunas de aquellas larvas, encerradas en paredes, que parecían estarse gestando, pero sin detenerse en ninguna.

No tardó demasiado en detenerse, y cuando lo hizo Gerald, quizás, deseó haberse bajado cuando tuvo ocasión, junto con Frikka. El insecto se detuvo en una sala en la que había unos ocho más como él y, en el centro, enorme, mucho más grande que todos los demás animales, midiendo sobre los seis metros de alto, lo que debía de ser, por lo menos, la madre de todos ellos.



Con la parte trasera insertada en una de las galerías, parecía estar poniendo más de aquellos huevos que se alojaban en algunas paredes, de un color ocre extraño, viscosos, del tamaño del torso de Gerald.

Quedarme sobre el bicho no es que me parezca la idea más sensata, pero por alguna razón me parece buena idea. Claro que la cosa cambia un poco cuando veo al lugar a donde llego... Y desarmado. Retengo el aire en el estómago por un momento al darme cuenta de lo que tengo en frente.

Un grupo de grandes niños con su más grande mamá esperando para la cena. Habrá que pensar en positivo. Todavía tengo el gancho y la cuerda... Menos es nada. Cuando vuelva a Brontë recordaré coger un cuchillo en la sala de entrenamiento. Aunque incluso uno del comedor sería enormemente agradable en este momento.

No tengo mucho más que hacer que pasar desapercibido así que me pego más a la espalda del insecto gigante y dejo que sobrevuele la zona, intentando que los otros no se fijen en mí, quedándome muy quieto y adherido. Espero que mi querido amigo siga ignorante de mi presencia al menos algún tiempo más.

Tengo que poner mis ideas en orden. Tendré que tomar tierra o, al menos, pisar en firme; esconderme y buscar algún tipo de piedra o algo puntiagudo por si las moscas. Y supongo que a quien habrá que cargarse es a esa señorita tan... agradable... Eso lo dejaremos para el paso número dos. Al menos he dado con lo que los parvus nos pedían. Ugh, no sé como hay gente que puede querer tener hijos...