Larvas gigantes.

LA COLMENA - AYNE

Tras observar el exterior de la cueva, Inrr miró a Ayne, con ceño, preocupado.

-Parrece rreciente -observó, palpando la piedra-. ¿Crrees que es este el motivo porr el que empezarron a atacarr el pueblo hace poco?

A diferencia de Ayne, Inrr no tenía más luz que la natural para poder ver el camino, pero, pese a todo, en aquel lugar no abundaban los árboles, y la luz de la luna, suave, ayudaba un poco a percibir el ambiente. Ayne, por su parte, contaba con el farol mágico, aunque quizás debía plantearse pronto que llevaba demasiado tiempo utilizándolo, ya que se alimentaba de su propia energía.

Pronto se introdujeron en la cueva. Al olfatear, Ayne podia percibir el olor a humedad, a fresco, mezclado con el peculiar olor de aquellos animales que los habían atacado junto al pueblo, que impregnaba todo el lugar por igual.

Inrr la seguía de cerca, avanzando tras ella, explorando las galerías que se abrían. El terreno se estrechaba a medida que se alejaban de la pared, y era prácticamente recto, sin demasiada pendiente, bien erosionado. No tardaron demasiados minutos, sin embargo, en alcanzar el primer desvío. Había dos caminos frente a ellos, de pronto. Uno ascendía ligeramente, en una cuesta poco pronunciada, perdiéndose en la oscuridad; otro, sin embargo, descendía en una cuesta suave que, a los pocos metros, se transformaba en una caída al vacío: un muro fácilmente descendible que bajaba por el interior de la montaña.

LA COLMENA - FRIKKA

Pummi no llegó a perder el agarre, y la mano de Frikka en su pie lo ayudó a mantenerse en el sitio. Parecía, de todas formas, algo tembloroso, así que le costó bastante seguir las indicaciones de Frikka. La visión de una de aquellas larvas asomándose un poco más arriba no le ayudaba a mantenerse firme.

Por fin, llegó a la altura de Frikka y se situó a su lado, muy pegado a la pared y sin dejar de mirar a la larva, que parecía estar buscando algo. Probablemente, a Pummi. Frikka ató al chiquillo a ella y continuó la escalada, tratando de evitar a la larva.

El bicho, por su parte, los localizó cuando pasaban a su altura. Moviéndose por la pared, comenzó a avanzar hacia ellos.

LA COLMENA - GERALD





Lo que se había convertido en su montura no tardó en tomar tierra, junto a los demás, con Gerald todavía a la espalda. El más grande de todos, la reina, emitía un continuo sonido, como de erosión, con la mandíbula, y los otros un zumbido extraño, pero ninguno de ellos parecía especialmente  interesado en el chrysos, todavía inmóvil.

Gerald tenía pocas opciones, o infinitas, pero pocas de ellas seguras. Encenderse quizás provocase que aquellos animales reaccionasen, pero sin luz apenas podía ver nada. Por suerte para él, en las paredes brotaban algunos de los famosos hongos de Humus, que arrojaban una suave luz fluorescente sobre la sala. Casi daba más sombras que luz, pero bastaba para que viese el panorama, perfilado.

Una galería descendía a la derecha de todo: era un túnel amplio, por el que cabrían incluso aquellos insectos alados. No era otra, al fin y al cabo, que la que el que lo llevaba a la espalda había usado para entrar. La ruta estaba casi despejada, tanto para él como para los insectos, que, según había podido comprobar, volaban a una velocidad nada envidiable por aquellos túneles que conocían a la perfeción.
Por otro lado, tras un instante de observación, el chrysos pudo ver, también, una pequeña grieta en una de las paredes. Parecía una especie de túnel, bastante más discreto, en el que quizás cupiese, aunque no podía determinarlo a aquella distancia y con una luz tan precaria, pero en el que estaba seguro de que no cabrían los otros seres. Sin embargo, por desgracia, para llegar hasta allí tendría que bajar de la espalda de aquel, correr casi veinte metros, y pasar en dos más como el que lo llevaba sobre el lomo, que zumbaban tranquilos.

Parece que ninguno de los insectos gigantes se percata de mi presencia lo cual me resulta bastante agradable. Mi amiguito no tarda en unirse al grupo, todos descansando cerca de mamá, qué enternecedor... El sonido que hace esa cosa es bastante asqueroso y desquiciante. Parece que me pieque todo el cuerpo, ugh.

Miro a los lados, tratando de acostumbrar los ojos a la luz. No pienso encenderme en un momento como este, desarmado. Así pues, entorno os ojos y miro con curiosidad, tratando de no hacer mucho ruido. Tengo a muchos bichitos zumbantes a mis lados y una gigantesca foca caga-larvas en frente. Sin duda mi primera opción para una buena juerga.

Miro a lo lejos cuando ya la luz tenue me permite diferenciar un poco el escenario. La gruta por la que hemos venido parece bastante cercana, le pregunta es qué demonios hago si me pierdo en este sitio. A ver si se me ocurre algo mejor. Hacia otro lado hay una pequeña gruta. No puedo ver bien de qué se trata, es un hueco. Me pregunto si podría caber ahí dentro, aunque tampoco sé a dónde iba a ir. Cierro los ojos y trato de ignorar el zumbido contínuo para poder concentrarme. Cuando baje de aquí hay muchas posibilidades de que alguno de éstos se de cuenta y me siga.

Si voy por la gruta por la que ellos se mueven, no tendrían problema en seguirme; además de poder cruzarme con otros o poder caer en picado en un lugar donde no haya más suelo que, a fin de cuentas, estas cosas vuelan.
Por otra parte, si me dirijo a la ranura más pequeña también hay posibilidades de que me sigan, pero no podrían traspasarla sin esfuerzo. El esfuerzo es tiempo valioso. El problema es si es demasiado pequeña incluso para mí... Me llevo una mano al entrecejo y tomo aire. No hay mucho más que pensar. Quien no arriesga, no gana y yo no soy de los que esperan morir en una mecedora con las babas colgando.

Aprieto el ceño un momento y luego vuelvo a abrir los ojos con una media sonrisa retadora. TOmo aire en silencio y, manteniéndolo dentro de mí, bajo del bichejo intentando no hacer ruido. Una vez las puntas de mis pies tocan el suelo, me muevo rápido soltando lentamente el aire, tratando de no pisar demasiado fuerte para que el sonido de mis pasos no se imponga al de los zumbidos y crujidos predominantes. Cada vez que paso por uno de los bichejos ralentizo la marcha. Los insectos suelen percatarse mucho del movimiento, no sé si estos funcionan igual, pero por si acaso reduzco la marcha para pasar lo más desapercibido posible. Sigo conteniendo la respiración y soltando aire muy lentamente. Miro un momento hacia la gran gruta. Siempre es más sencillo correr hacia allí como segunda opción si esto no funciona que tener que correr hacia algo más estrecho.

Aprovecho mi agilidad para apurar mi paso pretendiendo no llamar mucho la atención, pendiente de cualquier movimiento raro de los bichos para detenerme en seco o echar a correr hacia el pequeño hueco. Me dejo los huevos haciendo el espagar, por mi madre que voy a meterme en ese hueco. No hay agujero demasiado pequeño, dicen... Huh, algunos se sorprenderían de lo que te viene a la mente en los momentos tensos.

LA COLMENA - AYNE

Inrr miró a Ayne algo tenso, tras escuchar su idea del fuego. No parecía muy convencido al respecto, aunque tampoco se lo veía muy seguro de sí mismo en aquel momento.

-No crreo que sea muy buena idea... -murmuró, sin más, reacomodándose la larga katana de Gerald, que llevaba a cuestas-. Los demás siguen dentrró en prrincipio, ¿no?

Pareció conforme cuando las ideas pirómanas de la guerrera cesaron, en principio, y la siguió sin rechistar, palpando las paredes húmedas y pringosas para avanzar, guiándose por la silueta de la parvus, que era la única que contaba con luz en aquel lugar.

Cuando llegaron al cruce de caminos, ella se pronunció y, de nuevo, el hombrecillo la miró algo escéptico.

-¿Crrees de verrdad que deberríamos separrarrnos? ¿Qué harremos si uno de los dos se pierrde o si nos atacan más de esos serres?

Parecía evidentemente preocupado por su situación. Inrr había enfrentado a las larvas con ellos, junto al pueblo, pero en todo momento había dejado patente que sus habilidades para el combate no eran, ni de lejos, como las de los guerreros.

Ayne no esperó demasiado y fue por el camino que se había atribuido. Inrr la contempló un segundo más, y entonces corrió hacia ella, con pasos cortos y rápidos, descolgándose la katana de la espalda y tendiéndosela.

-Dale esto al chrysos cuando lo veas -pidió, con tono un tanto tenso-. Irré a buscarr rrefuerrzos. No serré de mucha utilidad aquí...

Dicho aquello, el parvus emprendió el camino de vuelta hacia la entrada de la colmena, dejando sola a la guerrera, cada vez más cargada.

El descenso se hizo sencillo, aunque dificultado por la cantidad de artilugios que Ayne cargaba consigo. No eran demasiados metros, y no tardó en tocar piso de nuevo. Se hallaba en una sala circular, amplia, en la que una par de pequeñas larvas perdidas parecían estar comiendo algo, en una esquina. Al fondo, un túner amplio seguía con el descenso.

LA COLMENA - FRIKKA

Frikka, viéndose perseguida, instó a Pummi a pegarse a ella y lanzó un hechizo contra su perseguidor. Este chilló de forma muy desagradable, y el sonido reverberó por toda la cueva. No fue hasta el segundo hechizo, sin embargo, que dejó de avanzar. Y, por supuesto, los chillidos continuaban. En algunas otras cuencas empezaba a apreciarse movimiento, quizá de larvas eclosionando o quizá de otras que, habiendo nacido ya antes, se veían perturbadas por los gritos de su hermana.

En cualquier caso, Frikka continuó la escalada, mientras Pummi veía sus nervios aflorar al sentir los chillidos y el movimiento a su alrededor. No parecía tener la menor intención de llevar la contraria a la caeruleus, aunque parecía necesitar su ayuda en el ascenso. En cualquier caso, no tardaron mucho más en llegar arriba.

Ante ellos se extendía un túnel de aspecto similar a la cueva, en dirección ascendente.

LA COLMENA - GERALD



Gerald se tomó un momento para reflexionar, buscando la respuesta que le pareciese más adecuada, cavilando los pros y contras de ambas. Y, finalmente, tras tomar la determinación, se puso en marcha.
Ágil, sigiloso, velos, se bajó de aquel animal, que parecía haberlo olvidado en algún momento, y comenzó su acercamiento hacia el pequeño hueco que había en la pared. A medida que se acercaba, iluminado por aquella leve luz, más evidente iba siendo que sería un espacio justo, pero seguía sin quedar claro si cabría o no. Aquel detalle iba aumentando la tensión a casa segundo.

Finalmente, el primer crujido sonó, y uno de aquellos cangrejos voladores se volvió hacia él, lento, observándolo fijamente, con todos sus pequeños ojos oscuros clavados en él. Emitió un zumbido extraño, y el resto de animales se volvieron, uno a uno, de la misma forma. Pareció hacerse el silencio por un instante, y entonces, al mismo tiempo, los ocho la emprendieron contra él, moviéndose veloces por tierra, como deslizándose con sus pequeñas patas por la tierra, abriendo y cerrando sus fauces, que entrechocaban las unas contra las otras, como masticando el aire.

Y él, finalmente, llegaba al hueco, perseguido, con poco tiempo para reaccionar. Pudo ver que cabría, aunque bastante justo, y una vez dentro, al metro y pico de la entrada, el espacio se ensanchaba un poco, permitiéndole respirar y estirarse. La parte negativa de todo aquello era que aquel túnel no parecía llegar a ningún sitio. Y la entrada, estrecha, estaba ya cercada por ocho insectos gigantes que lo observaban desde el exterior, golpeando el muro con sus pinzas, comenzando a desprender un fino polvillo de las paredes.
Por el momento, el polvo en suspensión no molestaba a Gerald, y los cimientos parecían aguantar, pero no debía olvidar que aquellos túneles no parecían naturales, y que las corazas de los ocho insectos golpeaban con rudeza la piedra, tratando de excavar en ella.

La cosa va pintando bien hasta la mitad del camino, cuando uno de los bichos parece darse cuenta de mi presencia. Me quedo totalmente inmóvil esperando a que siga a lo suyo, pero pronto parece llamar a los demás y todos se dan la vuelta. Creo que es hora de correr.

A grandes zancadas llego a la gruta que había visto a lo lejos y me meto dentro aunque tenga que aplastarme la cara. Una vez paso el cuerpo, con el pecho acelerado, siento como la presión cede hasta poder acomodarme contra atrás. Tomo aire, aliviado y suelto una carcajada viendo como los bichejos se quedan dándose de cabezazos. Bien, he salido entero.

El problema viene al reflexionar sobre la situación. Miro arriba un momento cuando la ranura retumba y me cae algo de tierra en la cabeza por culpa de una embestida de uno de los cangrejos. No hay salida, pero por lo menos no hay entrada para ellos tampoco. Ahora no puedo hacer mucho más que esperar: esperar a que lleguen esos pazguatos, esperar a que los bichos se larguen porque se acercan los pazguatos o esperar a que los cangrejos destrocen la pared y tenga que salir otra vez por piernas. Si tuviese mi arma ya estaría haciéndome una barbacoa marinera.

Tras unos segundos de inactividad miro de nuevo a mi alrededor. Detesto quedarme quieto y esperar. Apoyo bien la espalda en el espacio que tengo y trato de abrir las piernas y encajarlas en la roca de las paredes de los lados para tener un apoyo firme. El hecho de que sea un hueco estrecho me facilita el encajarme y utilizarlo de apoyo. Cojo el gancho y compruebo que sigue en buenas condiciones. Entonces espero a que uno de los cangrejos acerque la cabezota para lanzarlo y enganchárselo en una de sus enormes escamas para poder luego tirar con fuerza. Intentaré dejar alguno tonto con lo que tengo. No pierdo nada intentando cargármelos.

LA COLMENA - TÚNELES

Ayne no tuvo problema en detenerse a deshacerse de las larvas que se aparecían ante ella, aunque aquello la retrasase. Y en aquel momento, en lugar de su arma, decidió probar con la de Gerald, que cargaba.
La katana seccionó sin problemas a los dos animales, que chillaban indefensos, mucho más jóvenes que los que habían encontrado junto al pueblo, por lo que el encuentro fue breve. Ayne pudo seguir, entonces, con su camino.

Frikka, por su parte, acompañada del pequeño Pummi, no tardó demasiado en, tras recorrer varios pasillos viscosos y túneles que ascendían, toparse con la parvus, que bajaba. El encuentro, y la ausencia de túneles suficientemente amplios por aquella zona dejaba solo una cosa clara: el insecto que se había llevado a Gerald solo podía haber seguido un camino hacia arriba, dirigiéndose a la cima de la extraña colmena en la que se encontraban. Tanto la salida como él debían encontrarse en los túneles que llevaban hacia arriba.

LA COLMENA - GERALD



Con los repetitivos golpes de los insectos contra el muro que daba a la pequeña cueva, lo que había comenzando siendo una simple nube de polvillo comenzaba a ser más preocupante: el aire dentro del pequeño espacio era cada vez más difícil de respirar, y poco a poco también caían pequeñas piedras, a medida que el muro de piedra, que había parecido más resistente en un inicio, se resquebrajaba debido a los envites.

Gerald, por su parte, se encontraba en una situación complicada, pero, lejos de desanimarse y dedicarse a esperar la muerte, o que los bichos se aburriesen sin más de cercarlo, decidió actuar por su cuenta. Utilizó el gancho que había recibido para, en una de las embestidas, aferrarse a uno de aquellos insectos, que se debatió al sentir los tirones que se clavaban en un huevo entre dos placas, amenazando con separarla lentamente de su carne. Y, sin embargo, lo que le pudo parecer una idea segura, terminó de otra forma.

La pared resquebrajada, sumada a uno de los tirones más fuertes que el insecto dio, para contrarrestar los del guerrero, tanto que resultó más agresivo y bestial de lo que Gerald podía haber pensado, hizo que el espadachín se llevase por delante aquel muro, que cedió al ser golpeado por su cuerpo. Él enseguida pudo sentir cómo la mitad izquierda de su cuerpo, especialmente el hombro , se llevaba por delante la piedra, que caía hecha añicos y rasguñaba su cuerpo y cortaba su ropa, magullándolo. El insecto, todavía enganchado, lo llevaba medio a rastras, y hacía amago de ir a echarse a volar con él a cuestas, colgado de aquella cuerda.

Si echaba la vista atrás, Gerald podría ver cómo la minúscula cueva en la que se había refugiado era entonces una brecha en la pared. Y una de las grietas, algo más grande que el resto, parecía ir ascendiendo por el muro, inexorable, hacia el techo, como si estuviese siendo dibujada poco a poco, con un crujido extraño.

Todos los insectos comenzaban a revolverse, intranquilos, a excepción del que lo arrastraba, que parecía demasiado ocupado en intentar liberarse de aquel gancho.

Parece que estos bichos no se cansan de dar cabezazos y el polvo que suelta el muro hace que me empiece a rascar la nariz y la garganta, haciéndome toser un poco. La cosa se va a complicar como se me despeñe esto encima antes de hacerle daño a alguno.

Parece que he enganchado bien al cabezón que se ha acercado demasiado, esto me recuerda a la pesca de esos peces enormes con los que tienes que luchar para arrancarlos del agua.

Lamentablemente estos no son peces y en una de estas el bichito me da un tirón que parece que me vaya a arrancar el costado de las piernas. Intento cubrirme con los brazos cuando me noto estrellarme contra la pared y atravesarla, pero no tengo demasiado tiempo para asumirlo, ya que el insecto gigante me arrastra con él. No puedo evitar un grito sorprendido y animado. Esto ya es más entretenido que estar metido en un hueco sin salida.

Me agarro a la cuerda para que no me tire tanto del pecho y miro atrás un momento, escuchando como la grieta sube por la pared y no evito una sonrisa triunfal. Si esto espachurra a la reina y a estos amiguitos, el trabajo estará hecho. Ahora tengo que salir de aquí antes de que se venga abajo. Miro a mi alrededor para ver si encuentro algo útil con lo que hacer frente al cangrejo, alguna piedra para lanzarle y que se esté quieto o algo puntiagudo que sea de utilidad frente a él. Intento, poco a poco, trepar la cuerda hasta él como con el que me trajo a este agujero.

LA COLMENA - TÚNELES

Junto con Frikka, que parecía convencida de que salir sin más del lugar, como proponía Ayne, no era una opción, llegó una leve discordia. Sin embargo, las chicas llegaron rápido a un acuerdo, decidiendo separarse. Antes de hacerlo, sin embargo, intercambiaron lo que llevaban consigo: la parvus pasó de tener la katana de Gerald a llevar al niño de la mano. Frikka, por su parte, iba armada por partida doble.

Al llegar al túnel adecuado, Ayne torció a la derecha, drigiéndose hacia la salida con Pummi, que asustado poco decía, pero que acataba obediente, sin quejas. Frikka, por su parte, comprobo que lo que le quedaba seguía siendo lo mismo: ascender por las galerías, que se le iban haciendo a cada paso más escarpadas, pero siempre llegaban a ser transitables, aunque tuviese que ayudarse de las manos para poder trepar.
Poco a poco, a medida que ascendía, Frikka empezó a escuchar aquellos chillidos, que le recordaron a los de la bestia gigante que los había llevado volando a ella y a Gerald. Y, a medida que pasaban los minutos, empezaba a escucharse, también, un sonido lejano de fractura, como un crujido que cada vez era más audible.

Ayne, por su parte, se encargó de deshacer sus pasos para llegar hasta el exterior de la cueva. Le llevó algo más que a la ida, debido a que su pequeño acompañante parecía cansado, y sus pasos eran más lentos y cortos que los de ella. Sin embargo, terminaron por salir y sentir el aire fresco del exterior contra ellos. Pero estaban solos.
Sin embargo, no tardó demasiado en verse algo a lo lejos: una pequeña luz crepitante que se aproximaba. Y, detrás de ella, otras más, unidas a un gracioso sonido de cascos correteando. Podía contar hasta seis.

Parecía que allí llegaban los refuerzos, que tardarían todavía algunos minutos en llegar. Mientras tanto, Ayne debía pensar cómo actuaría a partir de aquel momento.

LA COLMENA - GERALD



El que viese a Gerald no podría asegurar si estaba en problemas o saliéndose con la suya. No obstante, de algún modo, el guerrero había conseguido seguir con vida hasta aquel momento. En aquel preciso instante, poco a poco, se elevaba del suelo colgado de uno de aquellos insectos gigantes, que volaba dando tumbos, tratando de deshacerse de él. Tuvo la oportunidad, de todos modos, de hacerse con una piedra antes de abandonar por completo el suelo. Estaba algo afilada en un extremo y parecía resistente, aunque podría haber sido más peligrosa de estarlo un poco más. Sin embargo, seleccionar no era una posibilidad en aquella situación.
Los demás animales, desde el suelo, agitaban las alas, pero no llegaban a despegar.

El sonido de la brecha, que trepaba por la pared, pareció alterar a las bestias, que empezaron a revolverse un poco y a emitir un zumbido algo diferente, más grave. La red de grietas se extendía, ampliándose por la roca, como una reacción en cadena, volviendo el lugar cada vez más inestable. Y, sin embargo, parecía mantenerse en pie, pese a todo, como si le faltase un solo golpe para caer y no llegase a recibirlo. Pero Gerald, que era chrysos e iba desarmado, no tenía forma, desde su posición, de lanzar un proyectil como para darle el golpe de gracia y hacer que todo se desplomase.

Tras trepar por la cuerda, el guerrero logró posicionarse sobre la espalda del animal, finalmente, también resbaladiza y áspera.

Arrastrasr siempre da algún resultado. O eso le suele pasar a los tontos con suerte. Para bien o para mal, mi recorrido por tierra me permite hacerme con algo puntiagudo. No es una estaca de hierro insondable, pero servirá.

Me la meto en la boca en horizontal y trepo por la cuerda para lelgar al bicho ahora que está volando y al rato estoy de nuevo flotando en uno de estos cangrejos. Si soy ya todo un experto en vuelo libre sobre concha rígida.

Una vez a su espalda me agarro bien encajando las piernas y enganchándome al borde de una de sus placas con la derecha. Arranco el gancho con la izquierda y me lo engancho en la cuerda del pecho para no perder tiempo. Ahora viene la bueno...

Cojo la piedra con la izquierda y me agarro al bicho mientras sigue dando vueltas. Espero que no dé uno de esos giros completos, aunque al menos no me tomaría tanto por sorpresa... Espero con toda la calma que puedo a que, entre revoloteos, se acerque a una de las paredes de la madriguera. Un pequeño toque... Cuando está cerca, empiezo a clavar con fuerza la piedra entre las escamas que hay a los lados de su cabeza, que siempre son puntos más delicados. Si la katana rebanaba a las larvas por ahí, algo les tendrá que quedar.

LA COLMENA

Gerald se las apañaba para mantenerse a lomos de aquel insecto, que cada vez volaba de forma más violenta, tratando de deshacerse de él. También un par de sus compañeros comenzaron a alzar el vuelo, uniéndose al zumbido del primero, maniobrando con cierta torpeza en aquel lugar, demasiado estrecho para el vuelo libre.

El chrysos, consciente de que el lugar aguantaría poco en pie, se dispuso a utilizar los medios con los que contaba, bastante escasos, para dar un pequeño empujón a las circunstancias. Sin miedo, aunque aquel ser era el que lo transportaba a varios metros de altura, aguardó paciente a que su violento vuelo lo llevase cerca de una de aquellas paredes agrietadas, y entonces se valió de su arma improvisada, de aquella piedra afilada en uno de los extremos que había logrado tomar, para agredir al animal que lo transportaba. Cuando el filo topó la carne más blanda, la bestia chilló, revolviéndose en el aire, con tan mala suerte, o fortuna para el guerrero, que no tardó en desviarse hacia la pared, y no pudo recuperar la dirección a tiempo. El insecto se estrelló, sin más, terminando de agrietar una zona del muro, ya inestable. Este no tardo en venirse abajo, y el insecto y sus dos compañeros con él, sepultados bajo las rocas, cada vez más grandes, que se desprendían de la pared y del techo.
Gerald, todavía a espaldas de aquella especie de cangrejo, sintió cierto vértigo. Luego, cuando una de aquellas rocas lo golpeó también a él, no pudo ver nada más.

*Gerald está inconsciente*
FdR- Me moría de ganas AKAKA.

Cuando Frikka llegó a lo que quedaba de aquella cueva, no vio más que piedras y cadáveres de aquellos cangrejos gigantes. Un par aún se movían, pero la forma en la que su caparazón se había agrietado dejaba claro que no lo harían por mucho más tiempo. La reina había corrido la misma suerte, y se hallaba sepultada tras una piedra especialmente grande, rodeada de aquel líquido morado que parecía ser su sangre.
La guerrera, cansada y nerviosa por la situación, pudo diferenciar, sin embargo, un brazo bajo una de las alas de aquellos animales, que asomaba, magullado. Y, aunque sintió que el corazón se le paraba por un instante, no tardó en comprobar que la extremidad seguía entera, y unida a su dueño, y este, aunque lleno de cortes y con una brecha, con la sangre ya algo seca, en la cabeza, vivía también. Quedaba solo, pues, emprender el camino de vuelta, a duras penas, de alguna forma, con Gerald a cuestas.

EXTERIOR DE LA COLMENA

Ayne tuvo que esperar junto a Pummi un buen rato, pero cuando estos pasaron, un grupo de seis parvus, guiados por Inrr, alcanzaron la boca a la cueva. Una vez allí, tras la escueta explicación de la guerrera, todos se pusieron a recoger leña, y un par de ellos fueron mandados de vuelta a por más líquido inflamable. Amanecería en menos de dos horas, y a aquellas alturas de la noche no esperaban más ataques de las larvas, por lo que esperaban poder hacerlo todo de una vez, sin interrupciones, y aprovechar para dar tiempo a que los dos que permanecían dentro saliesen.

Cuando Frikka salió arrastrando a Gerald, de alguna forma, los hombres estaban de vuelta, con un par de barriles de aquel líquido inflamable. Ellos mismos se encargarían, con ayuda de Ayne, de prender fuego a la colmena, y de sellar luego aquel hueco en la montaña, mientras que uno de los restantes se encargaba de volver al pueblo con Frikka, Gerald, todavía inconsciente, y Pummi, tembloroso.

UN NUEVO DÍA

Los guerreros permanecieron un par de noches en la aldea, asegurándose de que no volvían a recibir ataques de las larvas y de que Gerald estaba perfectamente. Según pudieron comprobar, la resistencia de su cabeza nada tenía que envidiar a cascos o armaduras.
Una vez estuvieron seguros de que el pueblo, cuya gente se mostraba mucho más agradecida y amable que a su llegada, estaba a salvo, los guerreros decidieron regresar a Brontë. Inrr fue a despedirlos, junto con el resto de aldeanos, y por primera vez sonrió.

-Muchas grracias, guerrrerros. Que vuestrro viaje sea pacífico. No os olvidarremos. Brrontë tiene aquí un lugar en el que rresguarrdarrse si venís a las montañas alguna vez.

También Pummi, mostrándose más tímido, se acercó a ellos e hizo una leve reverencia, bajo la mirada de su hermano, dándoles las gracias. En general, la gente se mostraba animada, habladora y abierta. Ninguno de ellos parecía tener, de pronto, problema con aquellos extranjeros.

Ayne, Gerald y Frikka recibieron comida y bebida para el viaje de vuelta, y partieron antes del mediodía.

MISIÓN FINALIZADA

Recompensa:

-3 puntos de experiencia.
-1 gancho (cuerda de tres metros) para cada uno.
-1 placa de insecto para cada uno: el material es resistente y rígido. Mide algo menos de un metro cuadrado.
-1 cuchillo de caza para cada uno:

Spoiler:

-1 bote de sangre morada para Ayne (y si alguno quiere otro que se sienta libre de cogerlo, eh, que sería por sangre)