¡Son mis tierras!

Los dos guerreros, tras haberse preparado apropiadamente para el viaje, fueron reunidos en la sala del cáliz, con el que viajaron directamente a Ignis, ahorrándose de aquella forma la parte más pesada y larga del viaje. De aquella forma, no tardaron demasiado en llegar a la pequeña población a la que se dirigían, un pueblo bastante al norte de la capital, aunque sin llegar todavía al desierto de Ulunqür. No obstante, en aquella zona la aridez comenzaba a ser ya patente, y los terrenos, llanos y yermos, apenas revelaban plantas bajas, ásperas y secas, propias de las zonas como aquella.

La época del año parecía cambiar en aquel lugar, y mas al mediodia, y las temperaturas superaban los veinte grados, aunque no alcanzaban los treinta, haciendo que uno se olvidase fácilmente de la cercanía del invierno. Las casas, separadas unas de otras, y bajas, no destacaban demasiado sobre el resto de paisaje, siendo de colores marrones y ocres, como una prolongación de la tierra seca, agrietada y dura. No parecía, desde luego, un buen lugar para dedicarse a la agricultura.

Se les había indicado que debían Marvin Skalor, pero nada más, y aunque no parecía que el lugar fuese a superar por demasiado los trescientos habitantes, las viviendas estaban dispersas, haciéndolo amplio y enrevesado, laberíntico, y las calles pedregosas estaban llenas de gente que realizaba sus tareas diarias, cargaba agua, ofrecía mercancía en puestos de tela o simplemente charlaba.

Sin saber más de aquel hombre que su nombre los guerreros tenían, en primer lugar, que hallar alguna forma de dar con él para poder concretar más los detalles de la misión que tenían que llevar a cabo.

No tenía muy claro cómo prepararme pero sí que no necesitaba ropa de abrigo. Ignis, no esperaba volver tan pronto...Bueno, no esperaba volver, pero por suerte no es la capital. Al menos mi compañero era alguien que conocía, Ben, la chica de los balcones. Cuando por fin conseguí encontrar la dichosa sala del cáliz me recibió con una sonrisa que devolví sin dudar.
Para mi sorpresa, en apenas un abrir y cerrar de ojos se nos había transportado a Ignis, como bien se podía deducir por la temperatura, la sequedad y que ya no estábamos en la sala del cáliz. No me parecía que fuera a acostumbrarme a esos viajes tan poco convencionales y los recuerdos de las mazmorras y la caraperro no ayudaban demasiado.

-Aquí es lo normal, créeme. -Respondí entrecerrando ligeramente los ojos. Estaba acostumbrado a volar con sol pero este era siempre especialmente molesto. -Hará más calor según avance el día. Deberíamos tener agua a mano cuando vayamos a las tierras de ese tal Marvin. Pero primero habrá que encontrarle... -Nunca había estado fuera de la capital pero a parte de la calidad de vida el calor era igual para todos en todas partes. Aquí no tenemos sirvientes que nos sigan con bandejas con refrigerios...

El cambio de aires sentaba bien, ver gente, ver vida. Notaba un hormigueo por todo el cuerpo pero seguí sin saber cómo íbamos a encontrar a ese hombre.
Hasta que Ben preguntó.
Sí, supongo que preguntar a la gente es un buen método...

Tras haberse internado un poco en el lugar, y con la incógnita de cómo encontrarían al hombre que buscaban en mente, Ben fue la que tomó la iniciativa, acercándose enseguida a una mujer que pasaba los treinta, algo rechoncha, que llevaba un cántaro a la cabeza, que se detuvo extrañada al verla, evaluándola un momento. De todos modos, aunque por allí no habían visto más que flammas, no miró a ninguno con desagrado o algo semejante, sino más bien con cierta curiosidad.
La mueca llegó, sin embargo, cuando la chica hizo su pregunta, y la mujer realizo un gesto de negación con la cabeza, con desagrado, tan efusivo que a punto estuvo de caérsele el cántaro, y tuvo que sujetarlo con las manos. Salpicó un poco a Ben, que se vio repentinamente refrescada por las suaves gotas de agua.

-¡Pues si lo buscan espero que lo cojan y se lo lleven! -les dijo, muy resuelta-. No hemos conocido hombre tan maleducado como él, ¡por Mithos! Vive en una casa al fondo del pueblo -. Les indicó, señalando una dirección con una de sus manos regordetas-. La reconocerán porque no parece del pueblo. Lo entenderán cuando la vean. Y ahora, si me disculpan...

Y, muy indignada tras sus palabras, la mujer comenzó a caminar de nuevo, con el cántaro moviéndose peligrosamente de lado a lado, como si su repentina furia hubiese desestabilizado el peso, o algo semejante.

El camino que les había marcado era como otro cualquiera. Una pendiente ascendente dominaba en aquel punto, de modo que solo podían divisar hasta la cima. Y el ascenso, no demasiado pronunciado, estaba salpicado con pequeños puestos en los que algunos hombres y mujeres ofrecían aburridamente sus productos

-Manzanas -decía uno-. Manzanas frescas de Fulmen. Las más deliciosas manzanas de Fulmen.

-El mejor cuero. Cuero para ropa, cuero para sillones, cuero para lo que quieran -indicaba otro-. El mejor de todo Ignis.

Y como aquellos algunos más, que parecían tan poco efusivos como el resto del lugar, como si el calor los hubiese marchitado.

La respuesta de la mujer fue cuanto menos inquietante más que nada porque era ese el hombre que nos reclamaba para que le ayudáramos pero la señora no parecía muy contenta con él. Espero que sólo sea que se lleva mal con él por...algo...

Con un gesto Ben me indicó que siguiéramos la dirección que había indicado la señora y con un asentimiento brusco comencé a seguirle...LA.
Toda la charla con aquella mujer me había dejado algo descolocado pero no tardé en olvidarme mientras miraba los puestos. ¿Cómo pueden estar frescas unas manzanas que han venido desde Fulmen con este calor? Por lo menos el cuero no ha viajado tanto, pero cualquiera se viste con él con este sol...Y menos con esa efusividad... Aunque me las daba de erudito sabía de Ignis sólo lo que correspondía al clima, nunca tuve la oportunidad de salir de los círculos de la aristocracia y explorar pero aun así no creía que fuera una costumbre del continente y mucho menos una técnica de venta adecuada.

No tardamos en ir dejando atrás los puestos y acercarnos a la cima de la colina. Ben se giraba cada pocos pasos para lanzarme una sonrisa que devolvía gustoso. La verdad es que animaba bastante el viaje que tuviera ese humor lo cual estaba bien; con el calor que hacía un compañero aburrido o tosco sería insufrible.

-Creo que tengo un par de monedas en el bolsillo. -Noté de pronto palpando el interior de uno junto al pecho. -¿Quieres algo para comer? -No tenía hambre pero nunca estaba de más ser educado y convenía estar hidratado.

No habían ni llegado a la cima por completo y ya se detenían. No debían preocuparse especialmente por la puntualidad, pues no habían acordado una hora exacta, por lo que de todos modos sí podían permitirse alguna parada. De momento al menos. De aquella forma se acercaron, tras el asentimiento de Ben, al puesto de las manzanas, que era de los cercanos el único que tenía comida.
El hombre, un flamma delgado, enjuto, que aparentaba algo más de cuarenta años y tenía la mirada algo cansada. Cuando se acercaron ni se esforzó por esbozar una sonrisa, aunque vista de cerca su mercancía era bastante suculenta: no solo tenía manzanas, sino también otro tipo de alimentos. Adain pudo reconocer algunos dulces típicos de Ignis, como las galletas de lava, crujientes por fuera y rellenas de una crema templada muy dulce, o las bolas de fuego, unos pequeños pasteles horneados que resultaban picantes y dulces al mismo tiempo.

-Extranjeros -los saludó él cuando llegaron-. Qué alegría ver caras nuevas-. Los examinó. No parecía en absoluto animado-. ¿Desean probar alguno de mis productos? Los precios son buenos, y la calidad es mejor. Compren algo, por favor, y no se arrepentirán. ¿Desean unas manzanas? ¿O quizás algo de carne seca para un largo viaje? Tengo una gran variedad, y si lo que desean no ven aquí quizás lo tenga también, así que pregunten, por favor.

Intercambio unas palabras con el vendedor y observo la mercancía. Observo el dinero que llevo encima y compro unas cuantas galletas de lava y cojo una manzana que me parecía especialmente apetitosa, haciendo un gesto a Ben para que haga lo mismo. Tras pagar las dos manzanas y las galletas le indico que sigamos el camino. Guardo el paquete de dulces en un bolsillo y le doy un bocado a la manzana, que está dulce y jugosa.

-Mmm...Bueno, ya casi estamos arriba. A ver si es verdad que reconoceremos la casa fácilmente...

El calor sigue siendo algo agobiante pero podría ser peor. El jugo de la manzana me refresca la garganta y me sienta bastante bien aun no teniendo hambre. Al menos parece que es cierto que eran buenas. Con el último bocado alanzamos la cima de la colina y miro más allá para buscar el sitio al que debemos dirigirnos.

Los guerreros hicieron su compra tan veloces que ni dieron apenas tiempo a habar al desmotivado mercader, que los miró con curiosidad. En sus ojos llego a haber un brillo extraño, una pregunta, pero no la formuló a tiempo y ellos siguieron ascendiendo enseguida, con la comida en las manos. No tardaron, pues, ni en llegar a la cima de la cuesta ni en terminar sus manzanas.
Y entonces pudieron ver lo que la mujer había dicho.

Por delante de ellos se extendía más de aquel pueblo, de casas distanciadas, bajas, marrones, la gran mayoría construidas en plano, pues pocas cuestas más que la que acababan de subir había. Y aquello facilitaba que mirasen al frente, descubriendo el elemento discordante.
Se encontraba en línea recta, y por ellos parecía estar más cerca de lo que realmente estaba, pero los separaban de ella un par de minutos de caminata, aparentemente. Y aquella casa sí estaba en cuesta. Era alta, afilada, estrecha, de color marrón y con el tejado de pizarra negra. Y quizás más raro que la edificación, que simplemente contrastaba con las otras, era lo que la rodeaba: alrededor de la casa se veían plantas verdes. Altos árboles, enredaderas trepando por sus muros y matorrales rodeando su perímetro hacían que pareciese si solo miraban hacia allí, verdaderamente, que habían vuelto a Fulmen por un momento, y a la zona más salvaje.

Donde ellos se encontraban el aire era seco. Tanto que no permitiría, se dieron cuenta enseguida, la vida de aquellas plantas sin más. Por norma general ni hubiesen llegado a brotar.

Ben tenía razón, no había lugar a error.

-Qué raro que haya tantas plantas... -Supongo que estará sobre un manantial o algo así.

Ambos echamos a andar hacia la casa. De ser otro el lugar donde estaba hubiera podido pensarse que estaba abandonada y la naturaleza la consumía pero aun con ese estado de selva salvaje era obvio que alguien tenía que estar cuidando esas plantas de alguna forma. La naturaleza de la zona era más de crear dunas.

-¿Qué clase de persona crees que vivirá ahí? -La verdad es que a parte de la misión apenas teníamos datos de quién era ese tal Marvin Skalor. La casa de extraña arquitectura y además rodeada de naturaleza en medio del desierto no resolvía nada y si acaso no hacía más que plantear nuevas incógnitas.

Con paso tranquilo pero decidido nos fuimos aproximando sin tener muy claro quién nos abriría la puerta al llamar. Suponiendo que esté en casa, sería la hostia que encima no estuviese...

No tardaron mucho en recorrer el camino que los separaba de la casa. El entorno allí, en el peculiar jardín, era más fresco y húmedo. Parecían, de verdad, estarse transportando a otro lugar lejano, pues allí metidos, privados de la vista del resto del lugar, ni siquiera se veían las casas bajas o el suelo seco.
Mientras recorrían aquel entorno de olores dulzones y plantas casi tropicales, absurdo y desubicado, pudieron darse cuenta de que apenas había movimiento en el interior de la casa, demasiado grande para una sola persona.

Cuando finalmente alcanzaron la puerta y llamaron la primera respuesta no tardó mucho en llegar, apenas un par de segundos. Era una voz enfadada, alguna, casi insoportable, que se acercaba a la puerta a medida que gritaba.

-¡¡HE DICHO QUE DEJÉIS DE MOLESTARME, MALDITA SEA!! ¡¡NO VOY A...!!

Entonces la puerta se abrió, y él los vio. Y ellos lo vieron.



Era un flamma de piel curtida, ataviado con ropas elegantes, y más teniendo en cuenta que el pueblo no destacaba por su riqueza. Los miró ceñudo. Superaba el metro sesenta, pero no por demasiado, y bajo sus ropas holgadas se intuía una barriga prominente.

-¿Sois vosotros los de Brontë? -. Los miró de nuevo, de arriba abajo, casi con desprecio, escéptico-. ¿Sois los que han enviado a mi llamada? Yo soy Marvin Skalor -se presentó, sin ofrecer la mano ni apartarse de la puerta, serio-. Espero que vengáis preparados para lidiar con esto.

Levanté las cejas ante la ráfaga de gritos que nos recibieron al abrirse la puerta. Supongo que de saber habría levantado sólo una, pero en fin. Bueno, parece un viejo de lo más agradable... Esbocé una sonrisa complaciente según nos hablaba. Agradable como la idea de tumbarse 10 horas al sol sin agua...

Tenía el ceño ligeramente fruncido. Una parte de mí no dejaba de repetir una lista con las cosas que había hecho que no debía hacer una persona educada.
¿Ibben? Bueno, suena más a nombre chica que Ben...Supongo que tiene sentido...
Agité la cabeza para quitarme esos pensamientos, me aclaré la garganta  y, poniendo la mano derecha a mi espalda para no ir a estrechársela (y evitar así que la rechazase con esa cara de asco que gastaba) e hice una ligera reverencia, serio.

-Y yo soy Adain F. Stoke, para servirle. -Al incorporarme me fijé más en el hombre. Por la ropa parecía tener bastante dinero pero no sabría decir si era noble. Puede que esos modales fueran más de uno de esos hombres de negocios acostumbrados a discutir para conseguir tratos. Un, esto...pez gordo.

-Y...¿qué es exactamente eso con lo que tenemos que lidiar? -Los detalles de nuestra misión eran más bien escasos pero no debía de ser algo muy complicado o no nos habrían mandado a nosotros. O eso esperaba.

El hombre, Marvin Skalor, atendió a sus explicaciones sin poner demasiada atención en ello. Tamboco él hizo amago alguno de tenderles la mano, pero en su caso el saludo ni llegó a reverencia. En lugar de aquello simplemente los observó, primero a uno y luego al otro, y frunció los labios con cierto desagrado, agitando la cabeza mientras comenzaba a hablar de nuevo, con su desagradable voz furiosa.

-¡¿Qué es exactamente?! -rugió, fuera de sí-. ¡Os lo diré muy bien! ¡He comprado un terreno a unos mercaderes hace ya casi un mes! ¡Y bien caro! Aquí no abundan las tierras fértiles, pero esta lo es, ¡y mucho! Y esos malditos trozos de basura...-. Se puso a temblar de la tensión, y los guerreros podían haber jurado que su cara se estaba poniendo algo roja-. ¡ESA ESOCRIA NO SABE LO QUE VALE EL DINERO Y SE DEDICA A CAMPAR A SUS ANCHAS POR MIS TIERRAS!-. Llegó a alcanzarlos un par de veces con una suave proyección de saliva-. No sé si son solo los dos que dan la cara o si hay más de esas ratas acampando en mi terreno, pero quiero que los saquéis de ahí aunque sea por los pies. ¡No me importa lo que hagais, ¡¡PERO HACEDLO!!!

Dicho aquello los miró con suma furia, respirando con agitación, casi resollando tras aquel arrebato.

-¿Alguna duda? -gruñó, malhumorado, mirándolos a los dos.

Obviando los proyectiles de saliva y el tono el hombre no era tan desagradable, o eso me decía. Mantenía la cara seria, formal, sin un sólo gesto de entusiasmo pero sin caer en los malos modales. No soportaba la gente así, me traía malos recuerdos, lo mejor sería cumplir la misión y largarnos. De vez en cuando miraba a Ben de reojo pero no parecía inmutarse.

-¿Y qué dicen esos mercaderes a los que les compró las tierras? Alguna responsabilidad tienen que tener, después de todo cobraron y deberían encargarse de realizar su parte del pago...¿O a caso lo engañaron?

La verdad es que me extrañaba que hubiera comprado el terreno sin verlo, y más si decía que era tan fértil. Al menos yo querría comprobarlo. A lo mejor el terreno no era de los mercaderes...O incluso son gente contratada por los mercaderes la que incordia a este hombre... En el negocio de mi padre habían intentado colarles casos así. Una empresa no crece sin antes aprender las trampas a las que te puedes enfrentar.

-Y una cosa más antes de partir. ¿Quiénes son esa...escoria?

El hombre parecía enfurecerse más, enrojecer más, a medida que ellos hablaban, aunque no quedaba claro si eran sus preguntas lo que lo hacían estar cada vez más fuera de sí o lo que pudiese pensar sobre aquellos que estaban en sus tierras.

-¡¿Dónde van a estar?! -gritó, alzando tanto la voz un instante que llegó a volverse aguda en una especie de gallo-. ¡Siguen allí, en mis tierras! ¡Allí es donde duermen, viven y SE BURLAN DE MARVIN SKALOR!-. Señaló con el dedo en una dirección, que se alejaba del pueblo-. Si vais por ahí acabaréis dando con ellos -gruñó.

Pero entonces Adain habló y el hombre se giró definitivamente hacia él. Incluso una vena pareció bullir en su garganta, mientras su expresión se desfiguraba. De no ser porque parecía imposible, casi podían haber dicho que de las orejas había llegado a salirle algo de humo.

-¡¡A MÍ NADIE ME ENGAÑA!! -chilló, furioso-. ¡Fuera de mi vista! ¡Id a hacer vuestro trabajo!

Y antes de que pudiesen decir nada la puerta se había cerrado ante sus narices. El sonido del pestillo pasándose indicó que no volvería a abrirse. Tenían, pues, la indicación que les había dado y unos vagos datos por los que guiarse, por lo que cuando se pusieron en marcha no sabían bien qué encontrarían.


El camino se hizo largo. Al principio, sobre llano, era fácil moverse y avanzar, pero tras los primeros diez minutos, cuando ya habían dejado el pueblo atrás, comenzaron las pendientes, que subían y bajaban sin orden, como si simplemente quisiesen perjudicar a aquellos que buscasen avanzar por ellas. Y ya superaban la media hora de marcha cuando, al coronar una colina especialmente alta, pero igual de seca que el resto, pudieron ver cómo el paisaje cambiaba algo más adelante.
A unos quinientos metros de ellos, en línea recta, volvía a nacer la vegetación: grandes árboles frondosos daban sombra a un campo que parecía cultivado, protegiendo diversos tipos de vegetales con sus ramas. Bosque y huerta se salían al encuentro en aquel lugar que, por otra parte, estaba rodeado de una alta verja de metal de más de dos metros y medio de alto, coronada por un alambre de espinas que seguramente hubiese alejado a muchos a los que se les hubiese ocurrido entrar.
Era un terreno extenso. Aunque desde donde estaban no podían calcular el área del recinto, ya solo el largo de aquel lateral alcanzaría los seiscientos metros, al menos. La amplitud aparente, junto con la frondosa vegetación, lo hacía un lugar para perderse, incluso.

Pero los guerreros no podían perderse. Ni siquiera parecía haber una puerta en aquel lateral de la verja. Y necesitaban una forma de contactar a los que, al parecer, vivían allí dentro, ya fuese entrando o consiguiendo que salieran.

Si me seguía mordiendo la lengua me la acabaría arrancando, así que el portazo casi fue un alivio.
Con las mismas dudas que antes y sin opción a conseguir respuestas no había otra cosa que hacer más que ir a ver las putas tierras y ver qué narices pasaba con nuestros propios ojos.

El camino de ida fue suficientemente largo como para que se me quitara el cabreo y relajara el paso ya que había salido de la casa del viejo prácticamente a zancadas. Durante el trayecto saqué un par de las galletas que había comprado y le ofrecía una a Ben.

-Por cierto, no sabía que te llamabas Ibben.


Cuando por fin llegamos no parecía haber forma de entrar. Miré a ambos lados de la verja buscando una entrada pero al menos desde aquí no se veía ninguna.

-Mmm... -Me revolví el pelo de la nuca. -¿Crees que deberíamos llamar a gritos o seguir andando y buscar una puerta?

La idea de Ben no era del todo descabellada, pero de alguna forma tendría que poderse entrar sin actuar como un ladrón...Aunque aun encontrándola podría estar cerrada con cand...

Me giré lentamente para mirarla a la cara mientras con una mano me palpaba el comienzo de las alas. Mi cara debía de ser un cuadro en ese momento mezcla de sorpresa y horror.

-C-Creo que me estoy malacostumbrado en ese dichoso castillo... -Agité la cabeza para despejarme y carraspeé. -Bueno, en fin, sujétate fuerte.

Me acerqué a ella y dejé que se agarrara mientras la sujetaba por la cintura. Por lo menos no pesa demasiado. En un par de aleteos nos elevamos sobre la verja. Ascendí algo más para tener una mejor visibilidad del terreno y encontrar un buen sitio para aterrizar.

El hecho de contar con un aether entre ellos facilitó un montón la incursión de ambos guerreros en el recinto, sin obligarlos a buscar un punto seguro por el que hacerlo o a derribar la valla, lo que podría haber llamado la atención de los que estuviesen dentro.
A Adain no le costó demasiado cargar con la liviana muchacha, y en unos cuantos aleteos habían pasado al otro lado.

Estaban rodeados de zonas de cultivo y árboles frondosos. La tierra allí también cambiaba, volviéndose más oscura, menos árida, permitiendo que los pies se les hundiesen mínimamente con cada paso, esponjosa. Y solo había que fijarse en cómo crecían los árboles, que daban jugosas frutas, o la verdura en la tierra para darse cuenta de que, como el hombre les habíadicho, aquellas tierras eran muy buenas. Más aún encontrándose en aquel lugar de Ignis, ya tan cercano al desierto.

Si miraban a su alrededor podían ver que la zona estaba perfectamente cuidada, sin malas hierbas o piedras, trabajada. Era evidente que alguien estaba encargándose de todo aquello.
Sin embargo, no tuvieron tiempo a mirar mucho. Antes de que pudiesen darse cuenta una flecha se clavaba entre ambos, habiendo pasado tan cerca de una de las alas de Adain que era evidente que el tirador lo había hecho de forma deliberada. O que habían tenido mucha suerte.

Al volverse pudieron ver una figura subida en uno de los árboles más altos, en una rama gruesa. Les apuntaba de nuevo con una flecha cargada. Los separaban unos diez metros del tronco.

-Vaya, vaya -comenzó la chica, con una sonrisa despreocupada-. Creo que se nos han colado otros dos. ¿También vosotros venís de parte de ese viejo? -. Tensó un poco más la cuerda, amenazante-. Pues creo que vais a volver por donde habéis venido, y como tardéis mucho en decidirlo lo haréis con un agujero más en vuestros cuerpos.

El zumbido del flechazo lo siguió un escalofrío que me recorrió la espalda. En seguida localicé la procedencia del tiro y, imitando a mi huidiza compañera, pe refugié tras un árbol cercano, a un par de metros de distancia del de Ben.
Llevaba las alas bien plegadas, haciendo incluso fuerza. De nada servía estar tan flaco si ofrecías un buen blanco con ellas.

-Mi compañera tiene razón. -Comenté conteniendo el aliento para que no se notara el susto que llevaba encima. -Sólo venimos a ver qué está pasando aquí. No queremos causar problemas. -Aunque cabe la posibilidad de que no quieran hablar, lo cual sería un problema.

Vigilaba con cuidado sin salir del árbol por si había más arqueros o si se acercaba alguien por el suelo. No era nada bueno escalando ya que solía usar las alas pero veía mejor quedarme en el suelo que convertirme en un plato volador para que practicara puntería. Aunque no sería más que un aleteo de nada... negué con la cabeza, aun así me parecía demasiado arriesgado.