Balcones

Acabé por separarme, tirando de su gorro hacia abajo para ponérselo más sobre los ojos, sonriendo. En el proceso le toqué la mejilla, y no habría sabido decir qué estaba más frío, si su cara o su mano.

-Verás mañana que vozarrón tengo -le dije-. Y tú no por las circunstancias, que si no...

Le sacudí un poco de nieve de los hombros, y luego hice lo propio conmigo. Miré al interior del palacio. Luego a él de nuevo.

-Anda, vamos -propuse-. Luego aún te quejarás de que eres friolero.

Cuando se aparta me siento algo más recompuesto. Esbozo una sonrisa, acomodándome yo mismo el gorro cuando lo suelta. La aumento a sus comentarios, pero asiento.
La verdad es que estaba enferma. No debería estar aquí, al frío y la nieve.
Debería cuidarse más, pero como siempre soy yo el que dice…

<<Tú delante.>>, la invito, haciendo luego un gesto hacia la puerta, con una sonrisa entretenida.

Cierro la puerta detrás de nosotros cuando entramos. Se ha hecho muy tarde, pero no estoy tan cansado como de costumbre. De todas formas, creo que al caer en cama me dormiré al instante, y al mismo tiempo que no lo haré.
Mañana tengo que madrugar para hacer los dibujos.
Ahora sí da algo de pereza…

*se van*

De los balcones surgía una melodía de flauta. Era una melodía dulce, tranquila, casi como una nana, aunque tampoco podía decirse que fuera lenta. Quizá era el tono en que estaba tocada lo que le daba ese aire de arrullo. Era difícil decirlo. Fluía con suavidad, esparciéndose por el aire en todas direcciones, y debía venir de un punto bien localizado, porque resonaba bastante en la distancia.

En los balcones, a simple vista, sin embargo, no se veía más que una gorra en el suelo, una que alguien debía haberse dejado olvidada. Porque Ben, en lugar de permanecer en la balconada como cualquier otro habría hecho, colgaba boca abajo del balcón, con las piernas enredadas en una de las gruesas columnitas de piedra que daban base a la barandilla. Con los ojos cerrados, disfrutaba de su propia música.

*Se queda*

Avanzo por los pasillos sin rumbo, buscando algo que hacer. Llevo ya un par de meses en Palacio, pero aun así, siento que no he hecho demasiado. No he visto a mucha gente en todo este tiempo, ni he hecho más cosas que entrenar o pasear o ir a los establos. No es desagradable, sin embargo; un poco solitario sí, pero no molesto.

Giro al final de uno de los pasillos, y es entonces cuando escucho una música agradable proveniente de algún lugar cercano. Esbozo una sonrisa, y movido por la curiosidad, sigo el sonido de la melodía, preguntándome quién será el músico.

Las notas me llevan hasta los balcones, donde, contra todo pronostico, no me encuentro con nadie: lo que veo es una gorra en el suelo. Ladeo la cabeza, sin llegar a entrar en los balcones.

¿Un fantasma?
¿Hay fantasmas en Brontë?

Ben podría pasar con aquello horas. No tenía la menor duda. Pero hacía frío. Y, teniendo un fantástico palacio con techo, paredes y suelo en el que meterse a disfrutar de la calidez de un fuego chisporroteando en una chimenea, no veía motivos para sufrir el frío fuera. Podía continuar tocando donde quisiera. Eso tenía Brontë de fantástico. Todavía no había encontrado a nadie que se quejara por la música. Ni por ella. Nadie que la echara. ¡Era la absoluta felicidad!

Así pues, dio fin a su melodía al sentirse recorrida por un escalofrío, cerrándola con un tenue trino. Después, se echó la flauta a los dientes y se frotó las manos, sonriente. Inspirando hondo, utilizó la fuerza de sus piernas para darse impulso y subir a los balcones. Le llevó un par de balanceos conseguirlo, pero pronto estuvo abrazada con los brazos a la misma columnilla que en principio se había abrazado con las piernas. Poniéndose en pie, se impulsó para subir a la barandilla y, tras sentarse en ella, se deslizó hacia el suelo del balcón y recuperó su gorra, que se caló firmemente.

Fue al alzar la vista que encontró ante sí al chico.

-¡Uy! -sonrió, sorprendida-. ¡Hola! No te había visto. ¿Nos conocemos?

Pronto descubro que no es un fantasma quien tocaba, sino una caeruleus, una a la que no conocía y que, bueno. ¿Está balanceándose...? No, ¿está intentando subir? Sí, eso parece. Me adentro en los balcones entonces, buscando, pese a mi confusa expresión, ofrecerle ayuda.
Ayuda que no parece necesitar.
Pronto ella misma llega a sentarse en la barandilla, tan tranquila. Creo que mi confusa expresión está ahora mismo aún más confusa; creo que tengo el ceño muy fruncido y la boca muy abierta, y juraría que hasta he ladeado la cabeza hacia a un lado.

—Eh. —Parpadeo—. No. No nos conocemos. Me llamo... Seth. —Sonrío, aunque creo que es una sonrisa muy rara porque aún estoy algo aturdido—. ¿Tú?

En lo que el chico se presentaba, Ben aprovechó para rebuscar en los pliegues de su ropa, hasta dar con un trozo de cuero en el que enganchar la flauta. Una vez solucionado aquel asunto, volvió la vista a él, poniendo los brazos en jarras e inclinándose ligeramente hacia adelante, con una sonrisa de oreja a oreja y la cabeza ligeramente ladeada, mirándolo con curiosidad.

-Seth, ¿eh? -repitió-. Sí, yo también creo que no nos conocemos. Soy Ben, a tu servicio. No serás nuevo, ¿no? Porque, bueno, yo no es que sea una gran profesional, pero ya llevo aquí algún tiempo y no me suenas ni de vista. Pero ser nuevo no tiene nada de malo, no te preocupes. ¿Te has perdido? Ben te lleva adone haga falta. Para eso estamos en Brontë, para ayudar a quien lo pida. O a quien no lo pida, ¿ah?

Se estiró, juntando ambas manos sobre la cabeza y extendiendo los dedos entrecruzados, cerrando un momento los ojos. Luego dio un par de pasos más, con aspecto animado.

-¿Y qué te trae por aquí? Por los balcones, digo. Porque no tienes mucha pinta de aguantar bien el frío, y a estas horas rasca lo suyo.

Salvado ese primer momento de confusión, la chica parece simpática, agradable. Divertida también. Le devuelvo la sonrisa cuando me sonríe, y luego niego con suavidad.

—No soy nuevo. Bueno, no exactamente. —Me llevo una mano a la nuca, frunciendo un poco el ceño, pensativo—. Llegué hace poco, pero ya había estado aquí antes. —Sonrío de nuevo—. Me fui de viaje y ahora volví, así que sé dónde están los sitios. Pero gracias por el ofrecimiento.

Ensancho la sonrisa.

—Estoy en los balcones porque escuché la música. ¡Tocas muy bien, sabes!

Ben alzó las cejas, entre sorprendida y admirada. Acabó por ampliar la sonrisa, inclinándose un poco más hacia él, entusiasta.

-¡Vaya! Así que un veterano viajero -comentó, más para sí que para el chico-. El explorador que vuelve a su base. Bueno, supongo que todos lo hacemos. ¿Qué has estado, de misión? ¿Adónde has ido?

Ben se palpó la ropa hasta dar de nuevo con la flauta, que extrajo de entre los pliegues, mostrándola con una sonrisa de oreja a oreja. Su gran orgullo.

-¿Te gusta? ¿De verdad? A mí también -respondió, encantada-. Creo que la gente aquí aprecia la música. Yo lo agradezco, porque no puedo pasar un día sin ella. Alguna vez he estado sin la flauta, y créeme que es una auténtica pesadilla.

Niego suavemente.

—No, no de misión. —Sonrío—. Simplemente he estado de viaje. Soy nómada, toda mi familia lo es, y me cuesta un poco quedarme en un sitio durante mucho tiempo. —Me llevo una mano a la nuca, encogiéndome un poco de hombros—. No estoy acostumbrado.

Cuando me muestra la flauta, esbozo una amplia sonrisa, asintiendo. Yo no sé nada de música, es cierto, pero la melodía que estaba tocando me gustó; era agradable.

—Me gustó mucho lo que tocaste, aunque yo no sé mucho de música. —Ensancho la sonrisa—. Pero, bueno, creo que a todo el mundo le gusta, aunque sea solo un poco, ¿no? La música siempre anima, creo.

La chica parpadeó, sorprendida. Nómada. Aquello, desde luego, sonaba bien.

-Vuaya... -murmuró, admirada-. ¿Y cómo funciona eso? ¿Dormís al raso? ¿Cazáis día a día? ¿Comerciáis? ¿Usáis dinero? ¿Soléis ir en grupo? ¿Por dónde os movéis?

Realmente era un concepto muy ajeno, pero muy interesante. A ella le habría venido bien una vida de nómada, si supiera cómo llevarla a cabo. Le habría dado un sentido a muchos años de tambaleos, probablemente.

Se encogió de hombros, divertida.

-Bueno, hay mucho cascarrabias suelto -sonrió-. Aunque a mí me gusta más otra clase de gente. Yo toco para que se disfrute. Y para disfrutar yo, por supuesto. Pero puedo tocar cualquier canción que oiga, así que puedo adaptarme a lo que cada uno quiera. Es útil.

Me río, entretenido.

—Pues tenemos nuestros propios campamentos, que transportamos con nosotros, así que no llegamos realmente a dormir al raso raso. —Le sonrío—. Vamos en grupos, grupos bastante grandes, y sí, usamos dinero. También cazamos, a veces, pero no es lo habitual y no todo el mundo lo hace. —Ensancho la sonrisa—. Nos movemos por Ignis.

Me resulta complicado explicar bien cómo funciona nuestra tribu para que alguien que no sabe del tema lo entienda, pero espero que respondiendo a sus preguntas se haga una idea. Es algo complicado.

Sus siguientes palabras me hacen alzar las cejas, sorprendido.

—¿Puedes tocar cualquier canción que oigas? ¿Cualquiera? —Sonrío de nuevo—. Hala... Eso es como muy muy guay, ¿no?

Ben cerró los ojos con fuerza, negando con la cabeza, al tiempo que alzaba una mano hacia él, pidiéndole que se detuviera. Abrió los ojos de nuevo y lo miró, aún con el ceño claramente fruncido.

-Espera, espera, espera, ¿cómo se transporta un campamento? ¿Vais en carros? ¿Con animales? ¿Los lleváis a la espalda? -preguntó, curiosa.

Se encogió de hombros con sencillez.

-Bueno, es porque sé tocar -explicó-. ¿No puedes tú cantar cualquier canción que oigas? Yo canto a través de la flauta. Al final es lo mismo, aunque a la gente le impresiona mucho más. Yo me divierto mucho tocando, y a la gente le gusta oírlo. Bueno, a alguna. Pero a la que le gusta es a la que le toco, así que...

Me río de nuevo.

—Con animales, ellos son los que cargan con la mayoría de las cosas. ¡Además! La mayoría son telas, tiendas, más bien, así que no son tan pesadas.

Me encojo de hombros.
En realidad es bastante simple, o al menos a mí me lo parece, pero puedo entender que alguien no familiarizado pueda encontrarlo confuso.

Frunzo un poco el ceño, componiendo, sin perder la sonrisa, una mueca, al escuchar su siguiente comentario. A mí es que todo lo que sea acordarme de cosas... Creo que ahora mismo solo podría cantar un par de canciones de memoria, y ni siquiera estaría entonándolas bien.

—A mí es que la música se me da muy mal. No tengo muy buena memoria, así que... —Se encogió de hombros—. Si escucho una canción, a no ser que me guste mucho, probablemente la acabe olvidando en unos días.

Ben se frotó la nariz, seria, pensativa. Asintió, finalmente. Así que tiendas. Claro, si era en Ignis... En Ignis no hacía frío, o eso decían. Así que daba un poco igual. para eso, realmente, podían dormir al raso. Era más divertido, en realidad.

-¿Y qué clase de animales son? -preguntó, parpadeando.

Ladeó la cabeza, sorprendida con su comentario.

-Pero no es memoria -apuntó-. A mí también se me olvidan las que he oído poco. Es oído. Oyes y repites, así en el momento -. Rió-. ¡No te habrás creído que podría tocar en este momento cualquiera de las canciones que he oído a lo largo de mi vida! -Y entonces frunció el ceño, pensativa, llevándose una mano al mentón-. Aunque eso sí sería de la leche...

Le sonrío, tranquilo.

—Animales grandes, de carga. Bismontes y cosas por el estilo, ya sabes.

Animales grandes y fuertes, resistentes, no demasiado rápidos. Esa clase de bestias eran las que usábamos para el transporte.

Su siguiente comentario me hace alzar las cejas, entreabriendo un poco los labios, y entiendo de pronto lo que había intentado decirme antes. No puedo evitar reírme, porque la confusión es bastante tonta.

—¡Oh! Vale. —La miro—. Claro, eso tiene mucho más sentido. —Sonrío—. Aunque sigue siendo impresionante, de todas formas.

Ben asintió, pensativa. Claro, aquello tenía sentido. Hasta que dejó de tenerlo y frunció el ceño de nuevo.

-Pero a los bismontes les encanta el agua -apuntó-. ¿Y no se asan de calor? Porque en Ignis hace mucho calor, ¿no? O eso dicen...

Rió con él después de su aclaración. Luego se frotó la nariz, divertida.

-Bueno, bueno, ya será menos -replicó, quitándole importancia-. Aunque me gusta poder hacerlo, eso lo reconozco.

Una ráfaga especialmente fría la hizo estremecerse de pronto. Miró un momento al exterior, y luego sonrió al chico.

-Bueno, Seth -dijo-. Todo lo que me cuentas es muy interesante, puedes estar seguro, pero se me están helando los huesos y, lo creas o no, todavía no he comido. Mejor hablamos en otro momento, y a ser posible en un sitio un poco más acogedor, ¿te parece? ¡Hasta otra!

Y, tras dedicarle una última sonrisa, se perdió correteando por los pasillos.

*Se va*

Frunzo un poco el ceño.
Nunca me había parado a pensar en cómo se sentían los pobres bismontes, pero ahora que lo menciona me dan un poco de pena. Pobrecillos. A lo mejor deberíamos buscarnos otra cosa.

Su siguiente comentario, sin embargo, me hace volver a sonreír.

—Bueno, yo no conozco a mucha gente que pueda hacerlo.

Me encojo de hombros.
Es cierto. Aunque también es cierto que tampoco es que conozco a mucha gente con dotes para la música.

De pronto viene una ráfaga más fría que las anteriores, que resulta bastante desagradable. No me sorprendo cuando Ben decide irse, porque yo no tardo en hacer lo mismo.

—¡Hasta otra! —me despido, cuando se va, y pasados unos segundos yo mismo abandono los balcones.

*se va*

De nuevo, al caeruleus le toca el turno de noche. Abusan de mi confianza. ¿Y mi tiempo libre? Maldita sea.
Con la bandeja bajo el brazo, recorro con cara de aburrimiento los pasillos. ¡Qué monotonía!
De la lavandería al comedor y del comedor a las habitaciones y luego vuelta a empezar.
Si en algún momento vuelvo a tener algún criado a mi cargo, le pagaré el doble. Este debe ser el peor trabajo del mundo. Sobre todo cuando toca recger la ropa sucia. Odio los calzoncillos ajenos.

Mi vista echa un vistazo a esa chica, la cual llama mi atención. Me paro e inconscientemente escondo la bandeja tras mi espalda (lo cual es algo bastante inútil porque no la tapo del todo). Sin embargo es un acto reflejo. La chica parece bastante elegante y si resulta ser noble o adinerada... espero que no me conozca. Yo al menos a ella no.

Me ecantaría presentarme debidamente, como lo hacía antiguamente: nombre, apellido rimbombante y títulos que ostenta mi familia. Sin embargo, hoy por hoy, solamente soy un lacayo de Brontë. En qué me he convertido.

La chica (al menos por la espalda) parece de buen ver. Sólo espero que no sea un cardo en cuanto se dé la vuelta. ¿Realmente quiero saberlo? Bueno... ¿por qué no?

Si es guapa... me pregunto si podré conquistarla. ¿Cómo ligarán los plebeyos? Yo sólamente sé flirtear con clase y elegancia, impropia de un lacayo. Sería fácilemente desenmascarado si utilizo todas mis habilidades.

Alexander, ¿puedes dejar de estar quieto, ahí, viéndola como un pasmarote y hacer algo?
Carraspeo y me adelanto.

Por ahora no desvelaré mi verdadera identidad. Seré Alexander, el tonto lacayo.

-Buenas noches, chica.- Comento con una sonrisa tonta. ¿En serio he dicho "chica"? Ugh... si esa mujer fuese yo, tiraría por el balcón al que me ha saludado así. - No te he visto nunca.- Continúo. - Me llamo Alexander.- Me presento, tendiéndo una mano. ¿Y ahora qué? ¿Qué sigue a esta presentación? Soy parte del Ejército de Brontë pero también del servicio, un líder me ha cambiado el apellido y despojado de todas mis pertenencias temporalmente. ¡Mithos mío! ¡Qué perdido estoy! ¡Summer, ayúdame!

Ya me cae mal. O al menos ahora me cae mal. ¿Por qué todo el mundo de este lugar me cae mal?

Aguanto una sonrisa tensa. Creí haber dicho mi nombre claramente. Deja de llamarme chico o te dejo sin dientes.
-Un placer.- Venga, intenta olvidarlo. Seguramente es que sea tonta. O algo.
-¿Qué haces ahí sola?- Espeto con chulería.

¿De qué se habla con una persona que acabas de conocer? Sinceramente esta niñata me da igual. Pero cualquier cosa mejor que fregar platos, así que haré tiempo con ella.

A mi antes me salía muy bien eso de ser malo.
Me acuerdo de Hewina y me río internamente.
Pero por lo visto parece que me he vuelto blando con la edad. Tsk...

La veo bien de arriba abajo de nuevo. ¿Soy al único que le parece que tiene cara de ruín?
Entorno los ojos.
Nadie es más ruín que yo.

Me quedo callado. Mirándola fijamente, sin saber muy bien qué decir.

Alzo una ceja con chulería y me cruzo de brazos.- Lo siento muñeca.- Me echo la coleta con estilo hacia atrás.- Pero soy un hombre casado.- Qué elegante queda decir eso.
Río con sorna y me apoyo con chulería en la barandilla.- Así que no creo que tengas muchas posibilidades.- Me regodeo ante mi belleza superior.

Acabo por reír.- Tranquila, estaba de broma.- Aunque no especifico qué parte de lo anterior es broma.

-Así que flamma, ¿eh? Por lo que he escuchado la líder que tenéis aquí es bastante...- roto los ojos pensando un adjetivo poco descalificativo.- "exigente", digámoslo así. Espero que tu comportamiento sea ejemplar bajo estos muros y que entrenes mucho y todas esas cosas a las que estáis obligados.- Comento con aburrimiento. - Con suerte te arrastrarán a buscar bismontes, te asaltarán unos golems gigantes y todo por unos guantes carcomidos.- Narro con rencor hacia mis misiones pasadas.

La vuelvo a ver de reojo.- ¿Me permites un consejo?.- Dejo la pregunta en el aire.