Habitación del pasillo

La mujer parecía seguir resistiéndose, pero sus palabras resultaban tan frustradas que perdían para el líder más de la mitad del peso que pudieran cargar. No evitó un gesto escéptico, casi socarrón cuando hizo mención al dinero, pero rápidamente lo aflojó en pos de una sonrisa tranquilizadora.

Tuvo que hacer un esfuerzo por no expresar el exquisito placer que le producía escuchar tales confesiones. No es que esperase algo más de aquella vieja urraca, pero tener la confirmación de la boca de una de sus queridas "niñas" le resultaba delicioso. Una traición tan inocente y sincera que humillaba de forma tan jocosa a la bruja de fuego. Sin duda disfrutaría enormemente carcajeándose en próximas conversaciones privadas.

—Si fuese cuestión de dinero podría pagarle a tu señora diez veces tu peso en oro si así lo desease. Pero no quiero comprar tu vida con fortunas, lo que deseo es que liberes los tabús que te han impuesto y puedas corresponder a esta desazón que siento en el pecho por ti. Esa mujer debe buscar su propio sustento y no aprovechar la juventud de jovencitas por no haber sabido aprovechar la suya —Aclaró con tono más cordial y seguro, alzando la mano hacia la mejilla de ella, pero sin llegar a tocarla.

Luego la dejó hablar, desquitarse de sus inquietudes. Así que estaba muy afectada por haber llevado una vida de servidumbre. El líder veía una fácil solución para todos. Cuando la mujer suplicó ante él, el líder amplió su sonrisa. Alzó la mano y la movió pulsando sobre cuatro vértides de un cuatro imaginario frente a la muchacha. En cada punto apareció una runa violeta que desapareció al momento. El líder dio un último toque en el centro y una runa mayor se mostró ante la muchacha, estallando en suaves relámpagos oscuros con un sonido similar a un chasquido. El labio de la muchacha cicatrizó entonces y el líder pudo al fin sostener su cara entre sus manos.

—Escucha ahora, el contra hechizo es eficaz, pero es transitorio. La decisión de liberarte es tuya. Debes vencer tus ataduras. Pero ahora escúchame con más atención, por favor. En todo este tiempo en el que te he abierto mi corazón todavía no me has dado una respuesta y la incertidumbre me duele. ¿Me amas, Eld? ¿Comprendes mi desasosiego? Porque siento que, si no es así... No podré hacer nada para salvarte —Sus palabras sonaron angustiosas y lastimeras y bajó las manos acariciando suavemente la cara de la mujer. Al bajar sostuvo sus manos y las alzó entre ambos. Ahora estaba a menos de un palmo de ella.

La paciencia era sin duda la mayor de las virtudes. Uno podía ser inteligente, audaz, intuitivo... pero siendo paciente apenas necesitaba una pizca de todo aquello, pues el peso de la bolsa que se llena no se hace notar hasta que estamos cansados.

El líder recogió a la muchacha entre sus brazos y se fundió en un beso profundo, recorriendo su boca virgen e inexplorada con su experimentada lengua bífida, que abrumaba a la suya con húmedas caricias envolventes. Se separó de ella tras robarle el aliento y no dejó de abrazarla.

—Acompáñame, te haré sentir una mujer libre y tu pecho golpeará tan fuerte como el mío —Susurró en sus labios, dando una nuevo beso intenso, ésta vez sin llegar a penetrar su boca. Entonces desapareció llevándosela consigo a un lugar donde ya no pudieran arrebatársela.

Repaso una vez más el dibujo y borro un par de líneas para rehacerlas, estrechando un poco más el diseño. Asiento para mí, acomodándome las gafas e inclinándome un poco sobre una hoja nueva. Despacio, pero con trazo ágil y exacto, ayudándome de una regla articulada de madera, comienzo a trasladar el dibujo original a la nueva hoja, de un papel especial más fino y flexible que el común, esta vez en forma de patrón, por piezas, con ayuda de una tiza negra. Utilizo mis propias medidas, que ya me sé de memoria, para adaptar el diseño original.
Es un trabajo laborioso, pero no me cuesta demasiado, y lo realizo con soltura. Apenas tengo que corregir un par de veces, concentrada, antes de darme por satisfecha con lo que tengo. Lo siguiente, pro tanto, es cortar cada una de las piezas siguiendo la línea con ayuda de unas tijeras de costura. Una vez las he separado, solo tengo que rodear mi cuerpo con ellas, una a una, asegurándome de que son realmente de la medida deseada, tras lo que pulo un poco más los detalles, retocando algunos bordes.

Trabajo un buen rato, hasta quedar satisfecha con cada una de las partes. Todas ellas tienen una longitud extra para suplir la falta de flexibilidad y el grosor del cuero con respecto al papel.
Tras terminar la primera parte, pues, tomo una tira de cuero ya curtido y preparado que me han entregado unos muchachos del servicio y la coloco con la parte exterior hacia abajo, sobre una mesa. Cojo la primera de las piezas de papel y la pongo encima, para poder trazar el contorno con ayuda de una tiza azul sobre el cuero. He de repetir la acción con todas ellas, y después cortarlas una a una, esta vez esforzándome más por conseguir un aspecto regular y exacto.

Cuando me doy cuenta, entra una suave luz por la ventana, y abro mucho los ojos, dejando caer la aguja sobre la mesa. Me quito las gafas un momento y me froto los ojos con gesto cansado, pero enseguida me las pongo de nuevo y contemplo mi obra. No puedo evitar una suave sonrisa de satisfacción. Le faltan un par de detalles, pero podría decirse que está terminado.

Recojo las cosas enseguida, dejándolo todo en orden, y abandono la sala. Ya está amaneciendo y todavía no he dormido.

Llevo puesta la coraza de cuero que he estado haciendo. Sin embargo, lejos de hacer algo relacionado con ella, me dedico a dibujar con velocidad y exactitud sobre una hoja nueva de patrones- El diseño de la túnica casi está terminado, de modo que bastará con que haga llamar a la señorita Amya cuando no la estorbe para hacerlo.
Contemplo mi obra cuando la termino, con gesto neutro, con atención, pero seria. Termino por subir las gafas, apoyándolas sobre el pelo, para frotarme los ojos, y luego vuelvo a ponérmelas bien, apartándome suavemente de la mesa.

Lo siguiente que hago, en una zona libre de la habitación, es empezar a moverme. Subo los brazos, los abro en cruz, giro el torso a un lado y a otro o intento diferentes posiciones de pie y sentada. Incluso me tumbo boca arriba y luego me siento y me levanto, y luego me tumbo boca abajo y me pongo en pie de nuevo. Tras el despliegue de actividad, regreso junto a la mesa y me quito la coraza, depositándola frente a mí. Tomo un par de herramientas para hacer pequeños cortes, detalles, en algunos puntos concretos, y me la pruebo de nuevo, repitiendo algunos de los movimientos anteriores varias veces. Termino por esbozar una sonrisa y asiento un instante, quitándomela de nuevo. Entonces, echándola a un lado, me siento y tomo una nueva hoja, de las normales, no de las especiales para hacer patrones, y una pluma con un tintero, y empiezo a escribir despacio una carta, con letra pulcra y redondeada, manteniendo ya la suave sonrisa. Cuando termino, ayudo a secarla soplando con suavidad sobre la tinta, y la releo, risueña, comprobando lo que he escrito. Finalmente, la pliego con sumo cuidado y abro mi maletín en busca de un sobre, que ya lleva algo dentro, en el que la introduzco.
Doy la vuelta al sobre y mojo la pluma de nuevo para escribir el destinatario, y una vez hecho todo me desperezo suavemente sobre la silla, discreta. No tardo mucho en ponerme en marcha de nuevo, recogiéndolo todo, y luego abandono la estancia.

Lleva un buen rato esperando en una de las salas del servicio, hablando con otroas mujeres y tranquilizando a una especialmente afectada. Su cara es de preocupación, ha pasado algo horrible. Le han dicho que dos guerreras han muerto en el pueblo y los líderes se han reunido en la entrada. Algo grave pasa.

—Tranquila, ahora está todo controlado. Bebe un poco de esto para calmarte —Le tiende a la mujer angustiada una infusión caliente con voz suave mientras le acaricia el pelo. Cuando otras la atienden ela se acerca al pasillo, mirando a su alrededor para ver si ve alguna cara conocida.

*se pierde entre el servicio*

Tengo una buena cantidad de material preparado sobre la mesa, y la armadura terminada puesta en un maniquí, con algunos arreglos. Asimismo, un montón de papeles con diseños está pulcramente amontonado sobre una carpeta, en una de las esquinas de la misma mesa que el resto de cosas, sin estorbar. Sin embargo, lo que hago ahora mismo poco tiene que ver con los pedidos de armaduras: hilvano cuidadosamente las piezas de un vestido simple de color anaranjado y verde, en sumo silencio, con la vista moviéndose velozmente, detrás de los cristales, de un punto a otro del mismo, recorriendo las zonas que luego son repasadas con exactitud con la aguja.

Apenas se nota la respiración, que fluye, silenciosa, por la nariz, como si el cuerpo que trabaja no necesitase hálito para sobrevivir.

Al verla entrar alzo la vista del trabajo, terminando un par de puntadas y afianzándolas.

-Buenas tardes -saludo, con una leve inclinación de cabeza, todavía sentada-. A los dos. Por supuesto. Llegas en un momento perfecto.

Enseguida clavo la aguja en una almohadilla que llevo asida al brazo y dejo la labor sin terminar dentro de un baúl, que cierro, doblada, para que no des deshilvane lo que llevo hecho. Me sacudo un poco el vestido. No pierdo de vista al cachorro, que corretea animado, con una sonrisa. Llego a dar una pequeña palmada en su cabeza, pero ella se hace cargo enseguida.
Me calo las gafas cuando habla, asintiendo rápido, mirando a mi alrededor hasta dar con una cinta métrica que hay colgada del respaldo de la silla, que tomo y enrollo sobre sí misma con agilidad.

-Esto no tomará demasiado. Muchas gracias por venir -añado, haciendo una reverencia suave-. ¿Podrías desvestirte? -empiezo, con tono respetuoso-. Solo la parte superior. ¿Tiendes a luchar con este tipo de ropa o llevas algo diferente? -añado, mientras me acerco a la mesa a por una libreta y un lápiz, que dejo sobre la silla.

Asiento cuando habla, casi para mí, tomando un par de notas en la libreta y pasando a dejarla sobre la silla. La miro de nuevo, y enarco las cejas cuando deja su pregunta inconclusa en el aire.

-Bueno, no hago algo en particular. Me gusta especialmente la ropa, pero si se puede coser, calcetar o semejantes, supongo que puedo hacerlo -comento, tras pensar un segundo-. ¿Estás interesada en algo en particular? -inquiero, mirándola fijamente, con expresión curiosa.

Ante su segunda pregunta, tardo también un momento en reaccionar. Llego a ruborizarme ínfimamente, y niego un par de veces, dejando ir una risa suave.

-Oh, no hace falta. Así es suficiente -me apresuro a aclarar-. Si puedes alzar los brazos, ponerlos en cruzo, será solo un momento -pido de nuevo, con una sonrisa amble.