Cordillera Astral.

Ayne lo miró, muy seria. Tardó un momento en responder. No quería responder. No quería nada. Pero acabó por escurrirse de la silla al suelo, y asintió despacito.

-Sí... sí -murmuró, casi para sí-. Pero yo camino. Yo puedo.

Echaron a andar por la forja, camino de la puerta que daba al otro lado de la casa. Ayne caminaba despacio, como si no estuviera segura de querer avanzar, e iba en completo silencio. Llevaba las manos entorno a la barriga, y no parecía tener ninguna intención de soltarlas.

No tuvo muchos problemas en subir las escaleras, pese a que los escalones le resultaban altos. En otras condiciones los habría subido prácticamente a la carrera, pero con el bicho tenía que ir despacio. Además, seguía atenta. Porque el dolor volvería.

La pilló en la puerta de la habitación, y se quedó quieta de pronto, agarrando el marco con fuerza, con los ojos abiertos, fijos en ningún sitio, y los dientes apretados. Cuando pasó, miró al abuelo y asintió, tragando saliva.

-Ya está -declaró.

Ayne negó con la cabeza, sin responder. Sentía el silencio enorme, más grande que cualquier gigante, más grande que la casa. Y eso que el abuelo hablaba. Pero era silencio, todo era silencio, y el silencio estaba.

Cuando llamaron, Ayne asintió y se trasladó a la cama.

-El chiquillo -murmuró.

Ella quería al chiquillo, no a un médico.

Pero no era el chiquillo. Ayne los miró con seriedad cuando entraron, ocultando su desilusión como mejor pudo. Asintió cuando hablaron, pero tardó un tiempo en responder.

-Le duele. A veces. Cada vez más. Está mal -respondió finalmente, hablando muy rápido.

No ofreció resistencia a lo que el médico le pedía. Se dejó examinar dócilmente y se quitó la ropa cuando así era necesario. Casi había terminado cuando se quedó quieta de nuevo, encogiéndose un poco, conteniendo la respiración. Después de algunos segundos, alzó la vista de nuevo.

-Cada vez más -repitió.

Ayne negó, firme.

-No. Es pronto. Es pronto -insistía, encogiéndose-. El chiquillo. Que venga él. Es pronto. Él sabe.

Y de verdad era pronto, pero era. Y el dolor seguía, y todo se preparaba. Hasta el bicho. Todo menos Ayne y el chiquillo. Así que no podía hacer nada, solo dejar que fuera. Se recostó en la cama, se dejó pinchar, siguió en obstinado silencio todas las instrucciones. Y, poco a poco, el tiempo avanzaba, y que el bicho quería salir se hacía más evidente.

Cuando una humedad entre las piernas se hizo patente, con un consecuente alivio de la presión, Ayne se incorporó sin comprender. Miró la cama, y luego al médico.

-¿Ya? -se le escapó, confusa.

En cuanto lo habían encontrado Zacharyas había dejado la compra en el suelo, sin preocuparse con ella, y puesto rumbo a casa enseguida, moviéndose con velocidad por una vez, preocupado, abriendo la puerta con torpeza nada más encontrarse frente a ella.

-¡¿Hola?! -llamó con una voz extraña que no pareció suya por el volumen y la claridad una vez estuvo dentro, y su padre, que estaba en la cocina, lo recibió enseguida, explicándole la situación mientras ascendía con él por las escaleras. Cuando se asomó a la puerta, jadeante, la buscó con la mirada-. ¡Ayne! ¿Qué ha pasado?-. Se acercó a la cama, ignorando al médico, que trató de alejarlo-. No, no-. Zacharyas negaba-. Es muy pronto. No es el momento todavía.

Sintió aquel miedo extraño de poco. Pensó que, de nuevo, perdería aquello que llevaba tanto tiempo creyendo que llegaría.

Ayne no tuvo más remedio que volverse a tumbar. Estaba incómoda. Quería moverse, pero cada vez le resultaba más difícil. De todas formas, la voz del chiquillo la hizo volver a incorporarse, atenta.

-Llegó -murmuró para sí.

Y Zacharyas no tardó en aparecer por la puerta, con lo que ella ofreció una sonrisa. Ignorando al médico, le tiró del pelo para acercarlo y le cogió la cabeza, dándole un beso en la frente.

-Él también tenía prisa -explicó en voz bajita-. Pero te estábamos esperando. Ahora querrá verte.

Zacharyas le apartó un par de mechones pegados a la cara por el sudor con una de sus largas manos, pero el doctor no tardó en decirle que se apartase, explicándole que necesitaban espacio ella y él.

-Habrá que buscar una matrona. Puede que sea complicado -les dijo, volviéndose hacia Zacharyas un momento.

-No es el momento todavía -replicó él, apretando los dientes-. ¿No hay forma de pararlo?

El médico negó, sin embargo, y se volvió una vez más, aquella vez en dirección a Edhjar.

-Vaya a buscar una matrona -le dijo al hombre, entonces-. Es lo mejor.

Tras asentir, Edhjar abandonó la habitación, siguiendo las indicaciones del médico con prisa, tomando la dirección que este le había dado. Zacharyas, por su parte, estaba lo más parecido a histérico que recordaba haber estado nunca, sintiendo un incómodo desasosiego y moviéndose de un lado a otro.

Ayne protestó cuando el médico quiso llevarse al chiquillo. Era suyo, y tenía que quedarse con ella. Solo podía ser así.

-Hay espacio. Mucho. Para todos. Se queda -reclamó, agarrándolo con firmeza.

El revuelo era mucho, pero Ayne estaba bien. Dolía más, pero dolía menos. Y tenía a su chiquillo. Aunque, cuanto más pasaba el tiempo, más entendía que necesitaba algo más que al chiquillo. Se reacomodaba sin encontrar la postura. Dolía. De vez en cuando, preguntaba si ya era. Pero nunca. Y seguía.

Zacharyas sentía una angustia extraña a medida que el tiempo pasaba. El doctor terminó dejándole estar junto a Ayne mientras no molestase, y le acariciaba un poco el pelo, o una mejilla tratando de buscar la calma sin encontrarla. Tenía, de alguna forma, miedo. Aunque a ella trataba de mostrarle una sonrisa cansada, algo incómoda, pero una sonrisa.

Su padre tardó en volver lo que le pareció una eternidad. Para entonces incluso el médico parecía nervioso, aunque lo disimulaba bien. Vino también una mujer de mediana edad y el pelo recogido, que parecía preparada para trabajar pese a que venía de la calle, y enseguida se puso a hablar con el doctor, dejándolo a solas con Ayne apenas un momento.

-¿Qué tal estás? ¿Cómo está todo...? -le preguntó, con voz suave, ronca.

Ayne observaba todo desde donde estaba, dando suaves tirones al pelo del chiquillo cuando al bicho le dolía. Cuando pasaba, sin embargo, se reía, suavito, dejando mucho aire, ya cansada de tanto estar allí.

-Bien -dijo, pese a todo-. Quiero acabar. ¿Falta mucho?

Dolía más cada vez. Se tenía que parar porque dolía, y dolía más seguido. Luego respiraba, tranquila, y seguía esperando.

En lo que hablaban, Zacharyas vio como era la mujer la que se acercaba a inspeccionar a Ayne. Le dejó espacio, dedicando a la parvus algunas palabras suaves, que pretendían calmarla a ella o a él mismo, que no parecía capaz de concentrarse en aquella situación en la que se encontraban.

-No lo sé -le dijo, echando la vista atrás para mirar a la matrona, que todavía comenzaba con su trabajo-. Seguro que es rápido. Seguro que sí-. Carraspeó.

Edhjar también rondaba la zona. Terminó por tener que ir al piso inferior a calentar más agua, mientras Zacharyas trataba de establecer comunicación entre todos para aclararse un poco. Terminó, sin embargo, por sentarse a la cabeza de la cama y tenderle una mano, sin saber si daba o buscaba apoyo.

-Todo lo que compré se quedó en el suelo... -le dijo, atreviéndose con una sonrisa.

Ayne fue a responder al chiquillo, pero el dolor la reclamó en seguida, y tuvo que limitarse a apretarle la mano, apretando también los dientes. Esperó a que pasara, pero cada vez tardaba más en pasar. Por fin, se vio con fuerzas de recuperar la normalidad, o tanta normalidad como estaba disponible.

-Luego vamos -decidió en voz como un murmullo-. Luego vamos y recogemos todo.

Se reacomodó una vez más, todavía incómoda. Estaba siendo largo. Demasiado largo. Empezaba a estar cansada.

Cuando llegó el dolor y la mueca, cuando la cara de ella reflejó aquel sufrimiento, Zacharyas notó que se quedaba abstraído durante apenas un par de segundos. Luego fue consciente del motivo y se volvió hacia la mujer que observaba a Ayne, dejando ir un rastro de violencia.

-¿Qué pasa? -les dijo, a ella y al médico-. Le duele-. Carraspeó-. Es muy pronto. ¿Qué va a pasar?

La mujer, por su parte, parecía comprobar la dilatación, pero alzó la vista hacia Zacharyas poco después de que este hablase, muy seria.

-Tranquilícese -le dijo en primer lugar-. ¿De siete meses, no es así?-. Zacharyas asintió incómodo-. Viene del revés. Va a haber que darle la vuelta. Mantenga la calma por ella, por favor.

Zacharyas, que había hecho amago de levantarse, terminó por recuperar el asiento, evidentemente incómodo, pero asintiendo. Miró a Ayne entonces, componiendo una sonrisa tensa.

-Va a salir bien -volvió a decirle a ella, a sí mismo.

FdR- pausa

Ayne atendía, miraba a todos y agarraba al chiquillo con fuerza, convencida de tenerlo todo el rato bien cerca. No parecía tan asustada como él. Parecía incómoda, parecía cansada. Pero sonrió al chiquillo, tranquila.

-Es un bicho travieso -señaló, con voz divertida.

Pero no podía divertirse mucho. En seguida estaba ocupada, porque el bicho tenía que moverse para salir, y el dolor volvía y volvía y duraba. Cada vez que llegaba, Ayne clavaba las uñas en su agarre y apretaba los dientes, y luego respiraba fuerte, soltándose un poco. Pero nunca del todo.

Ayne asintió, suavito. Tenía la boca seca y estaba empapada en sudor.

-Quiere verte -susurró con un hilo de voz, tratando de recuperarse de más dolor.

Pero venía más, solo que diferente. Era presión, y dolía, dolía mucho, pero tenía que respirar bien, porque le decían que respirase bien, y porque el bicho tenía que moverse. Así que agarraba al chiquillo y a veces se quería mover, pero estaba sujeta, y el dolor se iba, pero también volvía, hasta que el bicho estuvo en su sitio y ya podía salir. Y Ayne clavaba las uñas y se tensaba entera, y se iba a partir en dos.

Zacharyas la miraba a ella, aunque a veces volvía la vista hacia la mujer que se encargaba de girar la niño. Y luego la expresión de Ayne, y la de su padre, que se había sentado y parecía concentrado aunque no miraba a ningún punto en concreto.

-Si pudiese te ayudaría a soportarlo... -terminó por decir a Ayne, con voz ronca, volviendo a apartarle el pelo húmedo con una caricia.

De imaginarlo incluso lo deseaba. Si pudiese absorber aquel dolor... Zacharyas estaba seguro de que hubiese sido mejor para ambos.
Esperaba, pese a todo, que saliese bien.

-Ya está mejor -dijo la mujer pasado un rato. Le dedicó una sonrisa a Ayne-. ¿Cómo estás? ¿Preparada?

Ayne había cerrado los ojos, y se limitó a asentir débilmente a las palabras de Zacharyas. El dolor volvía. Ayne se debatió y apretó los dientes, esperando, soportando, y solo cuando pasó pudo respirar de nuevo. Sentía que se ahogaba, que necesitaba aire.

Abrió los ojos para mirar a la señora.

-No -murmuro con un hilo de voz-. Quiero que acabe.

No tuvo mucho tiempo hasta que el dolor la hiciera retorcerse de nuevo. Pronto concentraba su fuerza en empujar, desesperada por quitarse aquello, lo que la partía en dos.

Zacharyas vio asentir a la mujer, y el médico volvió un momento junto a Ayne para tomarle las pulsaciones, la temperatura y limpiarle un poco la frente con un trapo húmedo, aunque terminó por volverse hacia Edhjar y pedirle que se encargase para poder ayudar a la matrona.

-Cariño, va a salir todo bien -la tranquilizó la mujer, posicionándose y haciendo algunas comprobaciones más, recuperando pronto la total atención por su trabajo-. Vamos a tener que trabajar juntas, ¿vale?

Ella se encargaba de dar las indicaciones, el doctor la ayudaba, Ayne sufría y su padre parecía esperar a que algo pasase. Zacharyas, por su parte, en medio de todo aquello, se sentía bloqueado, incapaz de decidir qué hacer, mirando a la chica notando que el caos iba consumiéndolo.

Ayne ya había vuelto a cerrar los ojos. No quería ver. No quería saber. Dolía. Dolía más y más, casi todo el rato. Y si ella ayudaba, dolía más. Ayne apenas sentía las lágrimas fundiéndose con el sudor, la mandíbula dolorida de tan apretada, las manos ya sangrantes por las uñas clavadas. Sentía que se rompía, sentía que necesitaba moverse pero no podía, sentía que gritaba.

Pero solo crecía. Siempre más. Más cada vez. Y respirar era difícil, y no valía ninguna postura, y solo ayudaba retorcerse y gritar. Y cuando parecía que no podía gritar más, que tenía la garganta también rota, que se partía del todo, un repentino descanso convirtió el grito en sollozo, y pudo respirar un momento. Pero volvía, claro que volvía. Solo que no tanto. Algo había cambiado. Algo ya no estaba.

Ayne tuvo que empujar más. Siguió aunque ya no podía, y llegó más alivio cuando creía que ya todo había vuelto a la normalidad. Y se sintió vacía de pronto, y le fallaron las fuerzas, y ya no pudo retorcerse ni gritar. Pero no quería. Le salían sollozos de respirar, y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para abrir los ojos.

-¿Qué...? -Pero no tenía voz.