Cordillera Astral.

En algún momento el paso del tiempo dejó de existir para Zacharyas, que lo veía pasar vacío, diferenciando las subidas y bajadas del dolor por la intensidad de los gritos y por las muecas de dolor. Y miraba a ratos en dirección a la matrona y el médico, viendo su trabajo, que parecía sucederse de forma más rápida que sus propios gestos.

Pero en algún momento aquello pareció crecer, y Zacharyas llegó a levantarse, con una expresión algo contraída, concentrado.

-¡¿Qué pasa...?! -llegó a decir, con agobio, haciendo amago de levantarse.

La mujer tardó en responder, pero cuando lo hizo el tiempo volvió a pararse de nuevo.

-Ya está...-. Hablaba con suavidad. El médico, a su lado, hacía sus propias comprobaciones.

-¿Ya...?

-Es muy pequeña. Hay que tener cuidado -dijo el doctor.

Pequeña.
Zacharyas alzó las cejas, volviendo la vista hacia él.

-Pequeña...-. Repitió, con voz ronca. Entonces miró a Ayne. Llegó a esbozar una sonrisa, cansado, pese a que el esfuerzo mayor había sido el de ella.

Ayne apenas podía moverse. Se quedó muy quieta donde estaba, y temblaba, empapada, aún dolorida pero sintiéndose mucho más aliviada. Había dejado de hacer ninguna fuerza, y había vuelto a cerrar los ojos. Apenas oía nada a su alrededor, que estaba vacío.

Sin embargo, un llanto potente la devolvió a la realidad, y no tardó más que un momento en abrir los ojos, buscando. Trató de incorporarse, rauda, y se encontró con que un latigazo de dolor la paralizaba al comienzo mismo del movimiento, obligándola a dejarse caer de nuevo. Boqueó, sintiendo la boca seca, y sintió que un nuevo sollozo se le atoraba en la garganta.

-¿Dónde...? -murmuró de nuevo, exhausta.

El sonido agudo hizo que Zacharyas volviese en sí de pronto. Porque sonaba, y aquello significaba que vivía.
Se alzó de para acercarse a los médicos, aunque se quedó a medio camino. No obstante, desde allí podía verlo. Verla. Ver aquel pequeño cuerpo sanguinolento que se movía con torpeza y profería chillidos de verdadero sufrimiento por vivir.
Porque vivía.

-Está...-. Volvió la vista hacia el rostro de Ayne, alzando las cejas, desorientado-. Llora-. Miró entonces a los médicos, y carraspeó-. ¿Puedo...?

-No tan deprisa -. La mujer le dedicó una sonrisa suave-. Ha sido un parto difícil, y es muy pequeña. Hay que asegurarse de que estará bien.

Edhjar, por su parte, también se acercaba, mudo, sin intervenir demasiado en la situación.

Zacharyas se volvió hacia Ayne, con una sonrisa cansada. Estaba confuso, pero ya era evidente que aquella vez era cierto.

Pasado un rato los médicos se dividieron. Mientras que la matrona se encargaba de la niña, aplicándole algunos amuletos, según les explicaron, que estabilizarían su temperatura y respiración por esa noche al menos, el médico la examinaba a ella, calmando el dolor y aplicando algunos hechizos curativos.

Ayne tuvo que esperar un tiempo antes de poder reclamar atención. Sin embargo, pronto pudo beber agua, y recibió algunos tratamientos que la aliviaron un poco. Por fin, tuvo fuerzas para incorporarse, pero no pudo hacer mucho más. No podía ver al bicho, y todo estaba distorsionado. Al final, buscó ayuda en Zacharyas.

-Baño... -pidió con voz suplicante.

Se sentía agotada y sucia, y la cama estaba sanguinolenta y tan empapada como ella misma. Y aunque cada movimiento era una agonía, se sentía asqueada donde la habían dejado.

Zacharyas se acercó a Ayne en cuanto ella se incorporó, deprisa, tratando de ayudarla, y enseguida dio con la demanda de ella. Miró al médico brevemente, y este asintió, indicándole que podían ayudarla a ir al baño, pidiendo a Edhjar que, si podía, cambiase las sábanas mientras tanto, o preparase una cama distinta. El hombre, acostumbrado a tratar con su mujer diariamente, asintió y se puso a trabajar enseguida, mientras Zacharyas se encargaba de cargar con cuidado a Ayne, cuyo poco peso y tamaño ayudaba en aquello, para acceder al baño.

Apenas había podido ver al bebé, que estaba en manos de la matrona, y tuvo que confiar en ella, y en que su padre la vigilaría, mientras el médico y él ayudaban a Ayne, algo más recompuesta, con su aseo.

-¿Cómo te encuentras...? -le preguntó con suavidad, aunque la respuesta fuese evidente por su aspecto-. Ya está aquí.

Antes de lo previsto, tras toco aquello. Aunque ella no había podido verla todavía, ni él sostenerla.

Con agua templada la sangre iba desapareciendo, y el médico se encargaba de aplicar algún hechizo más, mínimo, para estabilizar a Ayne o curar algunas heridas más pequeñas, aunque contra el agotamiento no podía hacer demasiado.

Ayne se sintió algo aliviada de despegarse de aquellas sábanas, y se dejó llevar al baño sin apenas moverse, simplemente apoyada en el chiquillo. El agua caliente no la espabiló en absoluto, pero al comodidad que suponía era evidente. Ayne se dejó estar en la bañera, con los ojos cerrados, sin reaccionar a nada.

Por fin, pasado un rato, y con movimientos algo aparatosos, consiguió sumergir la cabeza bajo el agua y se quedó así un momento antes de asomar de nuevo en busca de aire. Cuando lo hizo, miró al chiquillo.

-Tenía prisa -declaró, ya firmemente segura-. Jabón.

Verla en el baño relajarse poco a poco hizo que Zacharyas hiciese lo mismo, notándose algo más calmado. También el doctor lo hizo, llegando a esbozar una sonrisa.

-Ha sido difícil, pero ha salido bien. Te recuperarás en unos días.

Zacharyas, mientras tanto, acercaba el jabón a Ayne, echándose un poco en las manos para acariciarle la espalda y los hombros, lugares que no habían salido dañados, extendiendo el gel por la piel.

Tenía todavía aquella sensación de necesitar tomar al nuevo ser en los brazos y sentir su peso. Quería preguntar los motivos de aquella prisa, pero Zacharyas tenía, por una vez, miedo de que la respuesta no fuese buena de oír. Temía que se repitiese de nuevo. Así que calló y esperó a que Ayne estuviese satisfecha para llevarla de vuelta y poder encargarse de una presentación en la que estaba interesado.

Ayne no hablaba mucho. Estaba cansada, así que se dejaba hacer, sin más. Dejó que el chiquillo la enjabonara y ayudó un poco, aunque sin moverse mucho. Dejó que la aclarara y la ayudase a vestirse, y luego dejó que la llevara de vuelta a la habitación, sintiéndose aún dolorida, pero mucho más fresca.

Cuando llegaron, la cama estaba lista, y Ayne no tenía muchas más opciones que quedarse en ella. De todas formas, pudo acomodarse algo mejor, ayudándose de la almohada para mantenerse un poco erguida. Estiraba el cuello, sin grandes aspavientos, intentando inútilmente ver algo desde donde estaba.

Ayne no sabía que estaba tensa, pero sintió un tremendo alivio en el momento en que le dejaron coger al bicho en brazos. De repente era más fácil respirar, y un extraño vacío había desaparecido. Se quedó mirando aquel bicho con ojos fijos, sin prestar atención a nada más, muy quieta, como si cualquier movimiento fuera a ser una catástrofe. Al final, casi con miedo, se atrevió a acercar la nariz a la frente roja y rozarla despacito. La encontró suave, más de lo que imaginaba. Acabó por apoyar los labios, dejando ir pequeños besos, con mucho cuidado.

Al cabo, se atrevió a reacomodarse, de forma que soportar el peso fuera más fácil. Mantenía al bicho bien sujeto contra sí, sintiendo y ofreciendo calor, siempre tocando su piel de alguna forma, notando cómo él se estremecía ligeramente y buscaba con la boca. Al final alzó la vista.

-Julia tiene que comer -declaró, alternando la mirada entre todos los presentes-. Si no, no crece.

Zacharyas, inmóvil, observó el proceso, sin atreverse a moverse mientras Ayne sí lo hacía, aunque tan despacio que podía parecer que no. Luego llegó el nombre, y no pudo evitar una sonrisa suave, como de alivio, y un asentimiento para sí.
La pregunta de Ayne obtuvo una respuesta rápida de la matrona, que la miró con una sonrisa dócil.

-Bueno, eso es algo de lo que te puedes encargar tú -le indicó, con gesto cómplice, suave-. Debería ser capaz de mamar sola. Si no puede nos encargaremos de buscar alternativas -explicó.

Zacharyas, inmóvil hasta entonces, volvió a mirar a la niña finalmente. Julia, había dicho Ayne. A Julia.
Extendió una mano hacia ella, casi con miedo, acercándola a la mejilla, sin atreverse a tocarla definitivamente.
Su padre entró entonces, con algo de comida y mantas limpias.

De repente la situación parecía, para Zacharyas, tremendamente lenta, como si el tiempo avanzase muy despacio y le pesase un gran cansancio. Pero, pensaba, no estaba tan mal, a la vez.

Ayne miró un momento a la mujer, muy seria, y acabó por asentir, despacio. Con cuidado, volvió a acomodarse, dudando un poco en cómo proceder. La mujer se adelantó a ayudarla, pero Ayne no le dejó coger a la niña. Al final, sí la ayudó a sostenerla mientras se sacaba un pecho.

No tuvo que hacer mucho. El bebé seguía buscando a ciegas, y se lanzó rápidamente sobre el pezón, comenzando a mamar con fuerza. Ayne se revolvió, incómoda, y la mujer la ayudó a recolocar a la niña para que no tuviera problemas. Después de eso, Ayne se quedó mirándola, concentrada, en completo silencio.

Zacharyas no llegó a tocarla. Tras aquel gesto suyo, que la buscó sin encontrarla, la mujer, la matrona, y Ayne se encargaron del primer paso de la llegada de la niña al mundo: de la alimentación. El caeruleus contempló lo que hacían en sumo silencio, fascinado por los movimientos de la niña buscando comida, como si no tuviese más que hacer en aquel momento que mirarla hacerlo.

La mujer indicó que pasaría allí la noche si era posible para asegurarse de que todo fuese correctamente, y Edhjar le ofreció uno de los cuartos. El médico, por otra parte, preguntó a Ayne cómo estaba, aunque no tardaría mucho en irse. Pero Zacharyas no intervino en dichas conversaciones, y solo contempló al pequeño ser tratando de alimentarse, luchando, desde el principio por salir adelante.
Él, recordaba, solía acabar con la vida de pequeños animales indefensos. Aquello era tan distinto que todavía parecía estar asimilándolo.

Tardó tiempo en asentarse todo un poco. Zacharyas comió algo, aunque no demasiado, y su padre también ofreció algo de comer a Ayne. El médico, finalmente, les dio la enhorabuena y se fue, diciendo que volvería enseguida si lo necesitaban. A falta de cuna se preparó una caja con mantas que haría las funciones la primera noche, y Edhjar acomodó todo para que fuese apropiado.
Zacharyas no tocó a la niña en ningún momento. Temía, de alguna forma, que el propio tacto de sus dedos la hiriese. Sin embargo, cuando hubo pasado tiempo, cuando todos se dieron cuenta de que necesitaban dormir y Julia ya lo hacía, y alguien tuvo que llevarla a la caja, su padre lo miró con una sonrisa cansada y le hizo un gesto para que se encargase.

Pesaba poco. Aquello fue lo que el mago pensó primero. Que pesaba poco y era tan pequeña y frágil que parecía que se rompería si la tomaba muy fuerte, o que se caería de pronto. Se apresuró a llevarla allí, como si le quemase en las manos, dejándola en el lugar que ocuparía junto a la cama y observándola un momento más, callado, inmóvil.
Notó los ojos borrosos un instante muy breve. Enseguida se recompuso y volvió con Ayne.
Un día inesperadamente duro había marcado el principio de otros tantos antes de tiempo, y a Zacharyas todavía le costaba asimilar que a alguien le hubiese causado tanta impaciencia conocerlo.

*fin de escena*

Julia estaba tan calladita siempre que había que ayudarla a no estar calladita. Ayne apenas había podido dormir, y aún no se movía mucho de cama, donde comía y vigilaba. Julia dormía mucho, pero cuando la veía moverse, Ayne aprovechaba para comprobar si la necesitaba. La señora, que se había quedado casi todo el día, la había dejado ya a su cargo. Y, en aquel momento, Julia se movía, así que Ayne decidió que había que espabilarla.

Se arrastró por la cama hasta la cajacuna, y la acarició en la mejilla. Julia se movió, buscando a ciegas. Ayne le puso el dedo sobre los labios, y ella lo atrapó rápidamente, con ansia. Sin embargo, tras grandes esfuerzos, acabó por soltarlo con una mueca extraña e hizo un ruidito pequeño. Eso era lo que Julia creía que era llorar, porque después de la primera vez, Julia se había olvidado de llorar. Pero Ayne le enseñaría a llorar otra vez, y a gritar bien fuerte, y también a espabilarse sola.

Por el momento, la cogió con muchísimo cuidado, el mayor tesoro de todos los tesoros, y le repartió buenos besos, besos suaves, besos pequeños pero enormes, y la sostuvo bien, cada vez un poquito mejor, y le habló un poquito, siempre en murmullos, siempre muy suavito, y poquito rato. Julia tenía que crecer, así que Julia tenía que comer. A Ayne le dolía un poco al empezar, pero luego conseguía que no. Y empezó otra vez, y le dolió, y luego ya no. Y Julia comía, siempre ansiosa, porque para eso sí era muy ansiosa. Y mientras, Ayne le hablaba suavito, y le contaba historias y le explicaba cosas, y le hacía preguntas. Pero a las preguntas, Julia nunca respondía, porque estaba muy ocupada.

*Se queda*

Cuando Zacharyas entró en el cuarto Ayne estaba dando de comer a Julia. La imagen era todavía nueva para él, y se quedó un instante en la puerta, haciéndose a la idea, antes de esbozar una sonrisa cansada y pasar llevando la bandeja que había subido desde la cocina. Había un plato de sopa todavía humeante que dejó en la mesa, junto a la cama.

-También tienes que-. Carraspeó, quedándose abstraído en la niña un segundo o dos- comer tú -dijo entonces, acabando la frase y apartando la vista del frágil ser a Ayne-. ¿Tienes hambre?

Ella parecía cansada. Zacharyas, por su parte, simplemente aturdido, todavía, incapaz de meterse por completo en lo que acababa de suceder, pero sin salir de ello tampoco. Se sentía como si le hubiesen metido la cabeza bajo el agua.

Lo que menos le gustaba a Ayne de Julia era no poder moverse. Todos los movimientos que hacía con ella eran lentos, todos los gestos eran suaves, todas las voces eran suaves. Y a Ayne le encantaba gritar y saltar, pero Julia no le dejaba. Así que negó muy despacio, moviendo la cabeza de un lado a otro tan lentamente que hacía difícil entender el gesto.

-Luego -murmuró-. Ahora es ella.

La reacomodó con muchísimo cuidado, y luego alzó la vista, con una increíble seriedad. Con Julia era todo muy serio, porque era todo muy importante.

-Es muy bonita -murmuró-. La hicimos muy bien.

Zacharyas dudó un momento y acabó por cubrir el bol de sopa con la bandeja, para tratar de mantener el calor un poco más. Luego, tras una breve duda, se acercó a la cama, sentándose en un borde para mirar aquel proceso alimentario tan extraño. También él lo había hecho en su momento, porque era lo natural, aunque no lo recordaba.

Las palabras de Ayne hicieron que el mago sonriese con cierto apuro, y que la mirase. Se encogió de hombros con suavidad.

-No parece una persona -le dijo con voz ronca, pero suave-. Es tan pequeña...

A Ayne no le gustaron nada esas palabras. Frunció el ceño, evidentemente ofendida, y reacomodó a su bebé, con gesto protector y cuidadoso.

-Eh -se quejó-. Es pequeña como mami. Es más persona que nadie. Fíjate, tiene toda la persona metida en un cachito de carne de nada. Es una perfecta.

Más satisfecha con sus propias palabras, bajó la vista a su bicho que había resultado no ser un bicho y la apretó ligeramente, con una pequeña sonrisa. A lo mejor no tenía hambre, pero a ella se la podía comer con los ojos.

Aquello arrancó a Zacharyas una sonrisa más relajada, distendida. ¿Era pequeña como ella, entonces?
Se acercó un poco a las dos, como asomándose, y llevó un dedo hacia Julia, aunque sin llegar a tocarla.

-¿Serás siempre pequeña como mamá? -preguntó, aunque no esperase respuesta. Dedicó una sonrisa a Ayne, entonces-. Las orejas son un poco más como las mías -le dijo, señalando con uno de sus largos dedos las pequeñas orejas afiladas.

Parecían tan pequeñas que le costaba pensar que fuesen como las suyas. Quizás fuesen solo aquello: una mezcla.

Ayne negó con la misma suavidad, tan despacio que costaba ver el gesto.

-Nononó -susurró-. Va a comer mucho y a crecer. Va a ser alta como papi. Grande y fuerte -. Asintió, también tan suave que costaba verlo-. Se parece mucho a papi. También es blanca, blanca, blanca. Tiene que ser como papi. Mira, no abre los ojos nada de nada. Le gusta estar a oscuras.

Cada poco, Julia soltaba el pezón y cogía aire, y luego se enganchaba de nuevo y comía con ansia. Ayne tenía que tener cuidado cada vez para que no doliera, pero lo conseguía y las dos podían. Al final, ella se separó y algo de leche se le cayó por la barbilla, mientras paladeaba haciendo muecas. Ayne la limpió rápido y la recolocó, pero no quiso más.

-¿La quieres? -preguntó entonces, muy bajito.

"Como papi".
Zacharyas la estudió de nuevo. Lo había hecho tantas veces desde que ella había llegado que ya casi parece que se supiese su pequeño rostro de memoria, aunque cada vez que la miraba parecía que había cambiado un poco y que no era la misma.

-Es como los dos -terminó diciendo Zacharyas, dedicando una sonrisa cansada a Ayne. Él no había dormido desde que Juia había llegado-. Un poco de cada-. Carraspeó- uno.

Cuando la niña terminó de comer Zacharyas se acomodó un poco más en la cama, al lado de ambas. Todo estaba muy tranquilo. Incluso su madre, pensó, llevaba un día calmado.
Zacharyas no respondió exactamente a la pregunta de Ayne, pero terminó por extender un poco los brazos hacia ella, con timidez, asintiendo.

-Tienes que comer tú ahora -le dijo.

Ayne era rápida, repentina, brusca. Pero ya no, porque Julia no lo era. Julia era cristal, y había que cuidarla. Así que Ayne tuvo mucho cuidado, muchísimo cuidado, cuando la puso en brazos del chiquillo y la acomodó y la arropó y le colocó a él los brazos como quería. Pero en vez de tumbarla, la puso de pie, sujetándole la diminuta cabeza, con tantísimo detalle como si estuviera pintando un cuadro.

-No acabó -se quejó ante la impaciencia del chiquillo-. Ha cogido leche. Tiene que echar aire. Ayúdala tú. Yo como un poquito.

Y, aunque dolía un poco, se acomodó ella misma el plato delante, apenas prestándole atención, demasiado ocupada en su bicho que había resultado no ser un bicho. De todas formas, sí comía un poquito, muy despacio, con cuidado. Comía para ella.

Zacharyas prestó atención a cada uno de los gestos de Ayne mientras le acomodaba a Julia en brazos, tratando de memorizarlos, y la sostuvo con sumo cuidado como ella le pedía e indicaba. Y cuando dijo lo del aire asintió, recordándolo. Ya había visto algo como aquello alguna vez, incluso con Julia. Cada vez que comía.

Se la llevó al hombro con cuidado, imitando también los gestos que había visto hacer a Ayne o a la matrona, y una vez allí le dio unos golpes suaves en la espalda hasta que notó que el aire salía, momento en el que, como si manipulase algo que pudiese romperse en cualquier momento, volvió a sostenerla con normalidad.

-¿Así? -le preguntó, aunque en aquella experiencia no podía decirse que ella fuese mucho más experta. Ayne, por su parte, ha empezado a comer-. ¿Qué tal? La hizo el abuelo.

A Ayne le costaba mirar la comida, pero comía. Despacio, mirando a la niña, siempre a la niña, el bicho que no era un bicho, el bebé, el tesoro más tesoro, Julia. Asintió despacito a la pregunta del chiquillo, llevándose la cuchara a la boca.

-Está rico -respondió, con voz muy suave-. Luego la tomará ella. ¿Ya se duerme?

Pero fue Ayne quien bostezó. Había dormido muy poco, casi nada, y no quería dormir porque quería ver a Julia, aunque Julia no hiciera nada. Pero, después de la cena, las dos se acostaron de nuevo. Aquella vez, Ayne durmió un poco más. El chiquillo la acompañaba.

*Fin de escena*

En aquel tiempo Julia había crecido mucho, y también había aprendido a llorar. A Zacharyas le sorprendían las dos cosas. Por una parte, la enorme capacidad de crecimiento de un ser que se alimentaba a través del cuerpo de la madre, tomando solo leche, porque sabía que solo con leche de bismonte un niño no llegaba a hombre. Por otro lado, y aquello sí le causaba extrañeza, le costaba comprender cuánto sufrimiento podría albergar aquel ser tan minúsculo en su cuerpo, que no había día o noche que no se pusiese a llorar en algún momento.
Aunque aquello era lo que los bebés hacían.

Zacharyas podía soportar sin dormir algunos días porque estaba acostumbrado a hacerlo, por lo que cuando ella los necesitaba y el resto descansaban podía ir y encargarse, aunque a la hora de alimentarla se encontró con que era bastante inservible. También cuidaba a Ayne, que era, en aquel caso, como cuidarlas a ambas. Y su padre los cuidaba a los tres.
Su madre no cuidaba a nadie.
De hecho, en aquel momento exacto, Zacharyas la alimentaba a ella, que parecía más tranquila en las últimas semanas. Tanto él como su padre habían pensado que los llantos la molestarían, pero se habían encontrado con la reacción contraria. Kadia parecía tremendamente tranquila.

-Hoy ha tenido menos hambre que otros días, así que supongo que se despertará luego llorando -explicaba Zacharyas a su madre mientras la alimentaba, como si ella fuese a entenderlo-. Lo siento si te despierta también.

Y ella solo comía callada, sin gritos ni reacciones a nadie que estuviese allí. Cuando lo miraba Zacharyas veía en sus ojos el mismo vacío que siempre.
Ni siquiera lo reconocía. Y aquello llevaba pasando años. Pero el caeruleus no podía evitar considerar algunas veces que también era cierto que él había cambiado mucho en aquel tiempo.

Quizás hubiese llegado a quererlo un poco, de alguna forma, de no estar en aquel estado.

*fin de escena*