Sala común

Apreté los dientes, molesto. Un guerrero como yo podía soportar golpes, cortes, el hambre, la sed y el frío... ¡No me importaba sufrir en mis carnes los daños de otros, ni sus insultos! Pero que las damas que me habían permitido el honor de haber estado con ellas recibiesen insultos injustificados... ¡Un protector como yo no podía permitir tal ofensa!

-No permitiré que insultes a damas que no están presentes, y que no han hecho mal alguno a ninguno de nosotros. ¡Y poco mujer eres si verdaderamente eres capaz de decir esas cosas! -. Apreté los puños sobre las rodillas, tratando de mantener un poco la calma-. No sé qué intento razonar con alguien que ya ha demostrado no ver nada más allá de sus narices. Solo hablas y no escuchas. ¿De qué te sirve eso?

Su animal, por su parte, salía también. ¿Quizás estaba amaestrado para atacarme? Porque una innoble como aquella bien sería capaz de preparar semejantes actos malvados.
Lo seguí con la mirada un instante, y entonces un recuerdo vino a mi mente, claro, y los ojos se me abrieron de golpe. Apreté los dientes, incómodo, volviendo a mirar a la mujer. Despacio, sin embargo, extendí un brazo hacia el animal, buscando atraerlo, o acariciarlo, si me lo permitía, manteniendo la calma.

-¿Cuál es su nombre? -pregunté, algo rudo.

Como cabeza de la revolución sé cuándo he de parar. Y quizás ese comentario sobre sus fulanas no haya sido el más adecuado...

-Bueno, vale, quizás no sean unas fulanas. Probablemente no sean el modelo de mujer, porque para codearse contigo no pueden ser muy listas, pero hay que admitir que hay mujeres para todo- vale, no me he rebajado, ¿no? Sigo dejando claro que es un ser despreciable y que solo merece mi desprecio y lo desprecio mucho. Pero claro, el Dehllina no puede estar callado y dejarme ser cabal. Tenía-que-seguir-hablando. Exploto- ¿CÓMO QUE SOLO HABLO? ¡Me acusas de tus propias flaquezas! Yo escucho no solo a mis iguales, sino a aquellos que el mundo considera inferiores y que son mis hermanos, ¡y no solo los escucho, lucho por ellos! ¡Porque el mundo deje de menospreciarlos!

Agatónico se acerca a él, distrayéndome. Me gustaría pensar que es para atacar, pero sé que este mecña es confiado hasta el peligro y simplemente querrá un mimo. Estúpido él. Resoplo.

-Se llama Agatónico- refunfuño-. Significa el que trae la victoria. Y si le haces algo, te corto la mano.

Apreté la mandíbula con más fuerza. ¡¿Cómo demonios osaba atacar a aquello a lo que yo deseaba proteger?! Pero hablar de más también sería un problema para mí, y más con aquella innoble que no comprendía nada del buen comportamiento y el compañerismo. ¡Y decía todas aquellas cosas! No eran más que discursos innobles que pretendían parecer lo contrario.

-Desde luego, diría sin dudarlo que te supera en inteligencian, y también en educación y en demás virtudes -gruñí, crispando la mano de nuevo, un instante-. No obstante...

Pero no pude acabar la frase, pues ella se puso a gritar como una energumenizada. Desde luego, ¡personas como aquella no eran de confianza! ¿Podía acaso mantener la calma en la batalla? De verdad que llegaba a ser desagradable, incluso despreciable.

-¡Entonces escucha también lo que yo digo, sin negarlo sin más! ¡Solo hay una que menosaprecia aquí! -escupí, a punto de levantarme para añadir intensidad a mis palabras, aunque conteniéndome al final.

Por suerte, el mecña se acercó, y me distrajo un instante. No quería más latigazos por armar alboroto, ni rebajizarme a ser como aquella mujer enferma. Así que, simplemente, lo acaricié un instante, inspirando profundamente.

-Si lo hiriese, tendría mucho que reprocharme, y no solo me reprocharía yo mismo -gruñí, sin mirarla-. Jamás sería perdonado -. Entonces sí la miré, con cierta furia-. No sé por qué me tienes por un monstruo, pero déjame decirte que no está entre mis aficiones herir a nadie -murmuré, seco.

No me caía bien. No comprendía mi honradez, ni la nobleza, ni nada. Solo era una mujer estúpida que no entendía nada y no sabía aprender.

De verdad, por lo más sagrado, por el triunfo de la Revolución, que me encantaría conseguir meter un solo haz de luz en esa cabezota llena de estupidez tan tupida que ni un ápice de conocimiento lograría entrar.

-¡Claro que desprecio! El odio dirigido con los motivos adecuados es el motor que mueve nuestra lucha. La humillación, la sed de venganza, eso es lo que nos anima. Tú nunca lo entenderías, para ti no es una cuestión de orgullo...

Lo único positivo es que parece que le gusta Agatónico. Ruta un poco sobre ser un monstruo y herir cosas y pongo los ojos en blanco. Qué hombre, leñe.

Agatónico se deja acariciar e incluso lame los dedos al Dehllina. Arg. Supongo que es su hora de desayunar, y la verdad es que yo también tengo hambre.

-Agatónico, vamos- le llamo para que vuelva a mi camiseta. Me levanto de un salto y me dirijo hacia la puerta-. Vamos, Dehnel. Queremos comer picornio.

Aquello ya era insostenible. No podía creer lo que me estaba diciendo. ¡¿De verdad aquella mujer luchaba de mi lado?! ¡¿O era todo una mentira?! ¡Porque costaba creer que ella y yo pudiésemos luchar para el mismo bando con aquello que decía!

-¡¡EL ODIO Y LA VENGANZA NUNCA DEBEN SER UNA CAUSA!! ¡Somos personas buenas, por Mithos! ¡Puede que tus motivos para empezar una lucha surjan de una situación desagradable, ¡PERO ESE ODIO NUNCA DEBE SUSTITUIR A LOS VALORES!! ¿No lo entiendes? El odio trae odio, y la venganza, venganza. Lucha por el bien de todos, no por el mal de algunos -recité, con el puño apretado.

Cuando terminé, respiraba con fuerza, envalentizado. Tuve que calmarme un poco para darme cuenta de que me había puesto de pie. Tal era mi pasión...

Bajé el tono, y también la vista, cuando volví a abrir los labios.

-Come picornio si es lo que deseas, pero piensa mientras tanto en si puedes, acaso, tener razón al defender malas causas. El fin no justifica los medios, no a esos extremos -zanjé, cruzándome de brazos, aproximándome a la puerta.

No entendía a aquella mujer. Y, pese a todo, de lo que podía comprender, una parte de ella deseaba cosas buenas. Pero lo hacía mal.
No lo hacía noblemente. Buenas acciones mal hechas acababan siendo incluso delincuencia.

La seguí. No sabía por qué, pero no quería que me montase otro escándalo.

*se van*

Me encuentro tirada en uno de los sofás de la sala común, con una cara de asco impresionante, las manos debajo de la nuca, como almohada, y descalza, con la planta del pie derecho apoyada sobre los cojines y el izquierdo cruzado por encima de la rodilla flexionada del primero. Que me muero de aburrimiento, vamos. Mi vida es más anodina que la puta madre que me parió... Hace días que no pasa nada interesante.

Para ser correctos, sinceros, eso no es del todo cierto, pero el desánimo y la desgana se apoderan de mí poco a poco y se está haciendo insoportable. No sé qué voy a hacer de mi vida como esto siga aquí...

*se queda*

Enarco las cejas al ver al chaval. Todavía tardo un momento en sentarme de una forma más educada, y lo hago con parsimonia, sin molestarme demasiado, examinándolo con calma. ¿Prisas "pa qué"?

-Njorthrbiartr -musito, con desgana, bajando la vista de su expresión a la carta que lleva entre las manos. Me huelo que la vieja vuelve con sus putas pesadeces, que si vuelve y que si eso no es de señoritas... Gilipolleces-. ¿Qué quieres?-inquiero, rascándome el cuello con desgana, observándolo-. ¿Eso es para mí?

Noto cómo me ruborizo ligeramente, vista su actitud. La verdad es que no me siento muy cómodo dejando que me hablen así, pero no ha dicho nada como para quejarse. Lo mejor es que acabe cuando antes mejor y listo...
Asiento veloz, mirando un momento hacia arriba, tratando de recordar la pronunciación de ese nombre antes de volver a meter la pata.

-Sí, señorita. Es para usted -indico, tendiéndole el sobre, enhiesto, esperando a que lo tome. Cuando lo hace, enseguida me doblo, en una nueva reverencia-. Espero que disfrute de su noche. Cuente conmigo si necesita cualquier cosa. Un saludo.

No espero mucho más y, con una nueva despedida, salgo hacia la puerta para irme ya.
Hubiese preferido ser destinado en otra tarea...

Le hago un gesto con desgana, reocupando mi posición anterior, tumbada con toda la pachorra del mundo, mirando el sobre con desgana. Con tanta desgana que ni miro el remite ni nada, simplemente asumo que se trata de mi madre. Al menos hasta que he mirado la letra pulcra durante varios segundos, sin prestarle mucha atención. Porque es repipi, sí, pero no es la de mi madre...
No es la de mi madre...
Es la de...

-Me cago en la puta... -murmuro, paralizada, sintiendo que el corazon se me para.

Enseguida, casi de un salto, paso de estar tumbada a sentada, y me tiemblan las manos. No soy capaz de separar la solapa, y termino por, prácticamente, destrozar el sobre para acceder a su interior, devorando la carta con los ojos.
Estoy extasiada... Necesito... Necesito leerla otra vez... No puede ser que...

¡SÍ, HOSTIA!

*se va*

El tiempo avanza lentamente mientras leo. Le he dado una segunda oportunidad al libro sobre plantas medicinales, y ahora contemplo con interés y desinterés a ratos las imágenes dibujadas, muy exactas, de algunos tipos de hierbas que, al parecer, ayudan con la obstrucción intestinal. No resulta una lectura sugerente, pero trato de memorizar su apariencia de todos modos. Nunca se saber cuando algo será útil, aunque pueda llegar a resultar casi ridículo en su planteamiento.

Paso las hojas despacio, con el arrullo de la lluvia sonando fuera, centrada en la descripción de la textura de las hojas de una de estas plantas. Supongo que sería mucho más sencillo teniéndola al lado. De hecho, el optar por incorporar hojas secas, o conservadas mediante magia, a las páginas para facilitar la labor de reconocimiento sería una buena idea. Creo que se usa menos de lo debido. Quizás pueda ser una labor a la que me pueda dedicar yo misma. Aunque mejor cuando termine de llover.

*se queda leyendo*

El chasquido de la puerta al abrirse queda prácticamente camuflado por el sonido de la lluvia, igual de suave. Ella, con calma, baja las escaleras, caminando con su habitual aire de felino al acecho. Sabe que la ha estado buscando. Le resulta divertido, aunque no ha estado escondiéndose por gusto. ¿Qué motivos tiene para esconderse, después de todo?

-Buenas tardes, amor -saluda. Al momento se desvanece, para aparecer de nuevo sentándose con toda naturalidad a su lado-. ¿Querías algo?

Ladea ligerísimamente la cabeza, con la vista fija en ella, los ojos fríos y opacos clavándose en los suyos. Esboza una sonrisa, a la espera de una respuesta.

Alzo levemente la cabeza al escucharla, girando la vista hacia ella, pero apenas alcanzo a contemplarla y ya no se encuentra en su posición. La siento a mi lado y vuelvo de nuevo el rostro, buscándola otra vez, viéndola sentarse.

-Buenas tardes -saludo primero, con tono calmo, comedido, y un leve asentimiento, una reverencia suave con la cabeza-. Lo cierto es que te he estado buscando -. Acaricio las hojas del libro un par de segundos más, con las yemas de los dedos de la mano derecha, como si continuase marcando el punto en el que se encuentran mis ojos, aunque ya no lea-. Quería saber si habría alguna forma de que recupere el arma que usaba antes, mi kusarigama, aún si he de cumplir algún tipo de misión a cambio-. Hablo claramente, espaciando las palabras, sin apenas parpadear-. Me es difícil encontrar una forma de suplirla.

Quizás he ido demasiado directa al punto. Espero no haberla molestado, pero no soy persona de dar demasiados rodeos. Debí haber acudido a ella hace ya tiempo, pero no me sentía tan confiada como para pedirlo, teniendo en cuenta que sigo estando en este sitio de una forma un tanto irregular.

Asiente, sin variar la expresión en ningún momento, esperando algún dato novedoso. Cuando, sin dar más rodeos, pide lo que quería, Fera no puede sino alzar una ceja y soltar una leve risa, tan suave que parece una caricia.

Extendiendo una mano, hace aparecer el arma en ella, sin más miramientos.

-¿Es esto, cielo? Ya tenía la impresión de que estabas tardando un poco en reclamarla.

Se inclina ligeramente hacia ella, tendiéndole el arma, con la cabeza nuevamente ladeada y una amigable sonrisa. Después de la última, la diligencia de la morena es de agradecer.

-Me bastará con que le des buen uso, tesoro. Ya sabes que confío en tus capacidades -responde, satisfecha con su actitud.

No me sorprende demasiado la facilidad con la que hace aparecer mi arma. Hasta se me hace extraña, tanto tiempo después, en sus manos. Lo que sí siento es cierto alivio. No quise pedirla antes de haber hecho algún trabajo para Brontë para no ser rechazada, pero supongo que ahora mismo, más o menos, las cosas están en paz. Más menos que más, supongo. No creo haber compensado lo que hice con un duelo para Aqua y poco más.

Acerco la mano derecha con cuidado, descendiendo la cabeza como muestra de sumisión, rozando su mano con el dorso de los dedos al tomar el arma, asiéndola y recuperándola. El peso se me hace algo extraño, pero familiar al mismo tiempo. No puedo evitar una sonrisa suave, para mí. Lo cierto es que me siento repentinamente más satisfecha y relajada de pronto.

-Muchas gracias -digo al fin, clavando los ojos de nuevo en la líder, en los suyos-. No tengo muchas más opciones que darle un buen uso, ¿cierto? Pero no lo hago por obligación. Cumpliré con lo que sea necesario. Pocas personas reciben este tipo de segundas oportunidades, considero.

Acaricia sus manos al dejar el arma en ellas, y después se echa hacia atrás en su asiento, observando la reacción de la chica. Asiente una vez más, complacida.

-Bueno, querida, sé que puede sonar un poco transigente, pero soy amiga de las segundas oportunidades. Un soldado no es más útil encerrado y sin arma, ¿no te parece? Y cualquiera puede querer redimirse. Aunque algunos tenéis más aspecto de... querer redimiros que otros. Veremos qué tal te portas, preciosa.

La ha visto. La observa de vez en cuando. A ella y a todos. Y ha visto su actitud y sus intenciones. Mientras estas no cambien, sabe que no tiene de qué preocuparse.

Casi como por casualidad, desplaza su mano hasta un mechón de pelo de ella, repasándolo suavemente.

-Te da un aspecto... interesante.

No puedo evitar trasladar la vista a mi arma un instante mientras habla, buscando imperfecciones, o simplemente contemplándola, calibrando todavía su peso y equilibrio. Está en perfecto estado. Diría, incluso, que la veo mejor de lo que estaba la última vez que la tuve entre las manos, pero no tengo claro si es la impresión o la distancia temporal, que me hace verla así.
No obstante, no tardo en volver a mirarla, manteniendo la educación, y asiento con suavidad. No quiero hablar demasiado de mis virtudes para evitar el excederme, pero yo misma pienso que mi actitud y comportamiento poco tienen que reprobar ahora mismo.

-Haré lo posible por complacer a Brontë.

Mientras pueda, así será. Si no se enfrenta con mis propios objetivos. Hasta ahora, aliarme con Brontë ha sido lo que más beneficios me ha reportado, y creo que empiezo a sentirme lo suficientemente satisfecha como para no necesitar un motivo más para quedarme. Ya luchaba por el mejor postor antes. Esto no dista mucho de ser un mercenario. Pero me siento más segura aquí, más a gusto, y nunca he querido seguir los pasos de mis padres y vivir una vida tranquila en el campo, dedicándome a un negocio simple.

He bajado de nuevo a mi arma cuando la siento rozar mi cabello, y la miro otra vez, enarcando las cejas un momento. Por el rabillo del ojo, trato yo misma de contemplar el largo del pelo, pero me resulta imposible.

-Tardará mucho en volver a ser como era antes -comento, esbozando una sonrisa casi decepcionada-. Reconozco que corto es más cómodo, pero era mi orgullo, de alguna forma. Resulta algo superficial, pero no puedo evitar sentir cierta pena por ello. Aunque me he acostumbrado a cómo está ahora -. También yo alzo una mano a uno de los mechones y lo recorro, acariciándolo hacia las puntas, dejándolo caer luego-. Es una buena forma de representar el cambio que he dado a mi vida, de algún modo.

Aunque fuese por obligación, por necesidad, mucha gente realiza ese tipo de cambios en su cuerpo para simbolizar momentos emblemáticos. Yo no soy tan romántica, pero puedo llegar a admitir que tuvo su significado también para mí.

La sonrisa se tuerce ligeramente hacia la izquierda.

-Así lo espero -responde, sin más. El mensaje es suficiente como para mantenerla en su lugar.

Alza una ceja, entretenida.

-Oh, pero ¿volverá a ser como antes? -pregunta, curiosa-. Te sienta bien así. Te realza el cuello. Aunque entendería que no quisieras dejarlo a la vista.

Se incorpora un poco, dejándole espacio. Sin siquiera parecer consciente de ello, echa entonces una mano por encima del respaldo. Por primera vez, desvía la mirada.

Me paso de nuevo una mano por un mechón de pelo, solo en las puntas, rozando el cuello un instante al final de la caricia, recorriéndolo de forma descendente, con un aire pensativo en la mirada.

-Yo misma he pensado eso mismo. Me he planteado el mantenerlo así, pero no acabo de decidirme -. Vaya una conversación banal para tener con alguien de su estatus-. Supongo que terminaré improvisando según lo piense cuando llegue el momento -. Inclino la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo y echando un vistazo al techo.

Durante un par de segundos se hace el silencio. No la miro, miro el techo, y tampoco siento que me mire. Su presencia parece evaporarse un poco, y hasta podría llegar a pensar que no está aquí.
Me viene a la mente lo que la parvus me dijo ayer del ataque a palacio, hace ya más de medio año. Yo ni siquiera lo presencié. No puedo hacerme una idea exacta. Me hubiese gustado ver a los líderes en acción, pese a todo, para evaluar sus poderes. Aunque no puedo aspirar a ese tipo de objetivos, siento curiosidad.

Bajo la vista al libro y la clavo en una imagen: una hoja violácea con bordes aserrados. No parezco mirarla, sin embargo.
Romperé el silencio.

-Debe de ser duro ocupar una posición tan elevada -. La miro, casi interrogante, de reojo-. Recuerdo haber visto a Jillian Campbell una vez, hace ya tiempo. A mis ojos no era más que una niña, y eso que no creo ser mucho mayor que ella, y, sin embargo, estoy segura de que nuestras vidas no han sido ni parecidas-. Bajo la vista al libro, sin interés-. Aunque supongo que es lo mismo para ti que para mí. Ninguna ha decidido cómo sería, de base. Incluso mis libertades habrán sido mayores, aunque no me permitiesen jamás llegar a donde te encuentras. Tampoco es que desease algo como eso... -. Paso una página, casi con desgana. No tengo claro a qué viene esta reflexión-. Es un poco como si nuestras opciones estuviesen escritas de antemano. Yo no puedo ser como tú, y tú no puedes rebajarte a ser como yo -. La miro, con expresión monocorde, alzando suavemente las cejas-. ¿No estás harta de velar por todos? Seguramente tu moral te empuje a ayudar, pero a ti se te juzgaría mucho más que a mí de no hacerlo. Nadie apreciará que hagas las cosas por ti misma, porque ya esperan todos los ojos que te miran fijamente que hagas algo como eso.

Estoy segura de que lo que quiero extraer de esto es algo más, algún tipo de respuesta, aunque no tengo la pregunta muy clara ahora mismo.

De nuevo, un asentimiento. Es suficiente. No hay nada que objetar, después de todo.

Sí se vuelve, sin embargo, cuando ella toma de nuevo la palabra. En un principio, tiene el impulso de responder, pero siente curiosidad. La suficiente curiosidad como para dejar que ella hable, como para limitarse a escuchar. Y, al final, cuando la chrysos termina, no puede evitar una suave risa, cristalina, como un riachuelo, que rompe el silencio casi sin que este haya terminado de crearse.

-Nadie espera nada de mí, vida -confiesa, casi como un mensaje cómplice-. Yo no tendría por qué estar aquí. Jill es quien se ocupa de esto. Sencillamente, cuando ella tuvo que irse, decidí darle algo de apoyo. Un simple favor, de prima a prima. He venido a hacer de anfitriona, no a dirigir un ejército. Las obligaciones de Jill son solo suyas, y las mías solo mías. Y por eso puedo permitirme mantener una charla contigo. Cuando termino con mis obligaciones, que nada tienen que ver con el ejército de Brontë.

Se reacomoda en dirección a ella. Es entretenido. Relajante. Exactamente igual que podría serlo cualquier otro pasatiempo.

-Cumplí con mis obligaciones para la familia Campbell en su día -explica-. Pero soy una Twinkle, después de todo. Jill ocupó el puesto que yo tenía y yo quedé libre. Y aunque esta siga siendo mi casa, mi padre no es un Campbell y yo no soy ninguna heredera. Me dedico a la magia, y en parte a la medicina. Tengo responsabilidades diplomáticas de bajo nivel y un séquito de aprendizas. No estoy tan lejos de cualquiera de vosotros, ¿no te parece, cielo?

Me mantengo impasible, pese a su risa. No es una burla, no me ofende, pero tampoco me invita a hacer lo mismo, por algún motivo. Tengo más curiosidad por lo que dice a continuación que por algo tan simple como eso. Nada más.
Puedo llegar a ver el paralelismo entre ella y yo si me lo propongo, en sus palabras, entre un simple guerrero y Fera Twinkle, si ponemos, como ella dice, a Jillian Campbell como la verdadera líder, y a ella solo como su sustituta. Pero ni así logra convencerme de que ella es como cualquiera de nosotros. Solo está más cerca que otros, nada más.

De todos modos tardo en responder. No sé qué decir, realmente. Un asentimiento, sin más, me parece demasiado aburrido, llegando este punto.
Esta vez sí sonrío, aunque tardo en darme cuenta un segundo, o así, y la sonrisa ha aparecido sola. Pero me resulta una sonrisa bastante frustrada, de algún modo.

-Quizás para alguien unos y otros seamos prácticamente lo mismo, desde la distancia-. Pero yo sigo sintiendo esa sensación de distancia que hace que todos ellos se encuentren muy lejos de nosotros, demasiado arriba para alcanzarlos-. Y muchos otros me sacrificarían cien veces para preservarte. Podría decirse que simplemente estoy más abajo en la escala de herramientas, o algo semejante, ¿no?

La miro de reojo, relajando un poco la sonrisa. No estoy de mal humor, solo algo frustrada. Pero no tendré desahogo hasta que me redima, ¿no?

No puede evitar corresponder a la sonrisa, divertida. Es consciente, más que nunca, de hasta qué punto siente ella las diferencias. Quizá por eso la tratan de forma tan distante. Todos. No está a la altura de los de arriba, en cierto modo, pero tampoco la consideraría nadie como uno de los de abajo. Y nadie se equivoca, después de todo. Es alguien diferente. Lo sabe. Siempre lo ha sido, y no es algo que le resulte molesto.

-¿Tan importante te parezco? -pregunta, de todas formas, tratando de afianzar la idea-. Bueno, puedo nombrar a un par de personas que me sacrificarían sin dudarlo por preservarte a ti. Y no tengo tan claro que a ti se te ocurra ninguna persona en concreto que me antepondría a ti, amor. Soy más fácil de sustituir de lo que imaginas -. Clava los ojos en ella-. Digamos que... todo depende de qué herramienta esté buscando cada uno.

Por supuesto, conoce su propio valor. Pero es un incordio que otros lo conozcan. Se sabe deseable, no necesita serlo más. O tal vez sí, pero de otra forma. En cualquier caso, tan solo le apetece jugar un poco.

Bajo la vista un instante, cerrando los ojos. Esta vez sí se me escapa una sonrisa, incluso una suave risa, apenas un poco de aire.

-¿Me has incluido a mí misma en ese conjunto? -inquiero, mirándola de nuevo, más relajada-. Soy egoísta, y me sacrificaría por pocos. Hubo un tiempo en el que aseguré que por nadie ni nada, pero ahora creo que habría causas por las que estaría dispuesta a dejarme en segundo lugar. Aunque no alcanzo a imaginar una concreta, creo que llegado el momento sería capaz... -. Peino un par de mechones del flequillo, casi como gesto inconsciente-. Pero esto no se trata de ver cuál de las dos sería más votada para ser un sacrificio, ¿cierto? -. Me desperezo un poco, con un movimiento sutil, sin llegar a estirarme de forma descarada, apenas moviendo la espalda-. Es una pena que se pierda vuestra humanidad detrás del título que ostentáis. Aunque sois nuestros superiores, no nuestros compañeros. Sé lo que eso significa. No he venido aquí a hacer amigos. Aunque termina siendo inevitable.

Y yo creía que no. Creía que sería posible mantenerme impasible, no abrirme ante nadie, no confiar... Y por ello caí. Caí en mi propia trampa, confiando sin admitirlo, y no desconfiando de la persona equivocada. Y, sin embargo, podría decir que al final tuve suerte, y las cosas giraron a mi favor.

-Aspiro a más que a ser una más de tantos -confieso, más seria de pronto-. Me esfuerzo por ello, soy metódica, pero me frustra pensar que aquí hay más gente que haciendo menos obtiene los mismos favores, el mismo reconocimiento. Por más que me esfuerce, no puedo ser una buena maga, y existen demasiados guerreros en el mundo como para aspirar a lo más alto sin más -. La miro de reojo, recostándome sobre el respaldo-. ¿Será que soy demasiado arrogante? Mi madre siempre me acusó de ello... -. Suspiro, con aire cansado-. ¿Ser la mejor para qué?

En un gesto concesivo, parece añadir el propio nombre de la morena a su lista. Sin embargo, no lo dice. No es necesario.

-Oh, ¿crees que es inevitable? -pregunta, entretenida-. Y sin embargo, para mí parece vedado. Supongo que nada es perfecto para nadie. Aunque lamentar la propia suerte no lleva a nada, ¿verdad, tesoro?

Sus palabras se le hacen algo simples, incluso necias. Sin embargo, escucha sin rebatirla, de la primera a la última palabra. Le parece algo ilusa, y desde luego, demasiado ambiciosa. También parece que no sepa apreciar lo que tiene. Pero, pese a todo, tiene sentido lo que busca.

-Para ser intocable -responde, sin dudarlo-. Es algo a lo que muchos aspiran, preciosa. Como ambición, es algo bastante vulgar. Desde luego, no es posible dominarlo todo. No para ti, amor. Pero sí puedes destacar. Brontë reúne grandes potenciales, y tú destacas entre ellos. Puedes seguir ascendiendo aquí. Y, cuando hayas obtenido lo que necesitas, puedes buscar autonomía.

Extiende la mano ante ella. De su dedo índice surge una silenciosa chispa, que se desplaza con gracia de dedo en dedo, como en un circuito cerrado. La velocidad a la que se desplaza varía, manifiestamente a gusto de ella. Al final, cierra la mano, atrapándola.

-Los Campbell son reconocidos por sus habilidades mágicas -indica-. Pero, dime, ¿imaginas a mi prima enfrentando a alguien con un hacha? No creo que sea su fuerte. En otros casos sucede al contrario. Tu falta de habilidad mágica no te hace peor en otros campos.

La miro de reojo, algo más seria, más inexpresiva, quizás. Desde luego, lamentar la suerte resulta algo inservible, y muchas veces incluso perjudicial. Para uno mismo. O para el resto, en el peor de los casos.

-Por supuesto -respondo sin más, escueta, acomodándome un poco en el sofá, pero tensándome ínfimamente a la vez-. Lamentarse de la mala suerte solo impide el progreso.

Intocable. Ante eso, solo puedo encogerme de hombros.

-Ni siquiera estoy segura de que sea por eso. No lo he analizado lo suficiente. Te podría dar los mismos argumentos a favor que en contra, pero ambos caminos me harían quedar mal-. La miro de lado, recostada todavía, sin separarme del respaldo-. De todos modos, poco a poco cambio. Estoy más cómoda aquí ahora mismo de lo que he estado en años. Conmigo misma, quiero decir. Y eso que nunca he sido menos dueña de mí misma, de algún modo -. Dejo ir una risa suave, solo un instante. Tampoco es que eso sea cierto. Tengo más libertad ahora de la que tenía trabajando junto a Jager, espiando Brontë-. Todo está bien. Si me puedo detener a darle vueltas a estas cosas, significará que no tengo tantos problemas, ¿cierto?

Observo la chispa de su mano, casi con abstracción. Durante un instante llego a querer alcanzarla, y mi mano se mueve apenas un par de milímetros, pero antes de que pueda hacer caso a ese deseo ridículo, ella la atrapa, y dejo que el brazo repose de nuevo, que la mano descanse sobre el libro que ya he olvidado.

-Supongo que es cierto. Me gusta esforzarme, y seguiré haciéndolo. Y, por otro lado, es mi deber -zanjo, peinando en un solo gesto el flequillo con los dedos.

No me siento exactamente incómoda junto a ella, hablando sin más, y, pese a todo, sigo teniendo ese impulso que me hace contenerme, ser más educada que con otros. Porque soy consciente de las diferencias que nos separan. Es esa aura extraña que todos ellos tienen.