Sala de entrenamiento

El encuentro con Cassandra y Lyo del día anterior me había dejado un tanto confuso con respecto a cómo sentirme, pero no quedaba otra que seguir adelante con el día a día. Al menos el niño parecía bien alimentado, y con el dinero que le había dado a ella estaba seguro de que podrían valerse un par de meses sin dificultades, al menos. Esperaba que acudiese a mí de todas formas si necesitaba algo más, y ya me pasaría por el pueblo alguna otra vez, a ver si podía averiguar algo más sobre cómo les iban las cosas.

Estaba dispuesto a aprovechar la tarde cuando entré en la sala, aunque no a encontrar lo que encontré. La chica… No lo recordaba, era… ¡Ben! La joven Ben practicaba un ejercicio de lo más curioso, saltando desde las espalderas con gesto entretenido.
Le dirigí una sonrisa y un saludo con la cabeza, contemplando su salto con interés.

-Veo que algunos no necesitan alas para volar –comenté además, animado, entrando ya definitivamente en la sala-. Buen salto.

Ben daba un salto tras otro, pero sin resultado. Alguna vez le dio la sensación de que sí se estiraba un poco, de que subía, pero era apenas un momento, y entonces caía de nuevo y tenía que preocuparse del suelo y no del techo. Y, una vez más, se lanzaba a por las espalderas, y de las espalderas al techo, y del cuasi techo al suelo.

Hasta que, en uno de sus saltos, una figura conocida, aunque no demasiado, la felicitó por su trabajo. Desde luego, era buena idea pasarse de vez en cuando. Daba buena sensación a otros, y allí estaba la muestra de ello, ante la chica.

-¿Tú crees? -preguntó, con una sonrisa-. ¿Crees que he conseguido volar algo? ¿Subir desde el aire?

Miró el techo. Estaba alto, desde luego. No era fácil llegar arriba.

Enseguida me llegó su respuesta, y asentí reforzando un poco la sonrisa. Aunque lo cierto era que no lo tenía claro del todo. Acabé por cruzarme de brazos, pensativo, pasando a un gesto un poco más concentrado.
¿Subir desde el aire? ¿Acaro era aquello posible?

-A ver, prueba otra vez y te digo –terminé por zanjar, determinado a fijarme más aquella vez.

Ella era ligera, pero… ¿Y yo? Si aquello fuese siquiera posible… ¿También lo sería para mí? No sonaba, lo mirase como lo mirase, como algo que fuese sencillo. Por fuerte que fuese, siempre acababa siendo demasiado pesado.
Por fuerte, no por gordo.

Ben no pudo sino hacer más evidente su sonrisa cuando él le respondió. Así que otra vez. Bueno, era divertido, ¿por qué no? Y con público era hasta gracioso. Por los viejos tiempos. O algo así, bueno.

Rauda, se encaramó de nuevo a las espalderas, trepando como una araña. El simple hecho de subir le resultaba divertido, aunque llegar arriba y encontrarse con que no podía seguir era un tanto decepcionante. El salto, de todas formas, podía compensarlo. Era un salto desde muy arriba, y le servía para liberar energía. Como antes, se impulsó desde las espalderas hacia arriba, y alzó los dedos, y trató de impulsar el cuerpo más arriba...

Pero cayó de nuevo, claro. Y, una vez más, lo hizo flexionando bien las rodillas para evitar daños. Y, sin embargo, sintió un dolor agudo en el tobillo derecho que le hizo esbozar una mueca y dejarse caer sentada. Al dejar de apoyarse en él, el dolor disminuyó, pero no se detuvo. Ben trató de ignorarlo, pensando que en seguida pasaría. Se centró en el flamma.

-¿Qué tal? -preguntó.

Me centré en todos sus movimientos y al final, cuando cayó de forma definitiva, no me pasó por alto el breve gesto. Fruncí el ceño un poco.

-¿Estás bien? -pregunté primero-. Lo siento si te he hecho forzarte-. Luego respondí la pregunta, que era lo que la había hecho saltar de nuevo, a fin de cuentas-. Lo cierto es que es un salto espectacular, pero no consigo tener claro si...-. Alcé las cejas, curioso, tratando de imaginarlo. La verdad es que seguía resultándome difícil de visualizar-. ¿Cómo eres capaz de impulsarte en el aire? -pregunté entonces-. ¿De dónde sacas el impulso?

Lo mirase como lo mirase, no podía negarlo: me faltaba agilidad.

Ben asintió, convencida.

-Ah, sí, no es nada. Lo iba a hacer de todas formas -respondió, despreocupada, levantándose.

Pero al apoyarse en el pie, el tobillo se resintió, y la pierna le falló un momento. ¿Qué sería? Si estaba bien hasta hacía un momento. Sería algo del momento. Por la caída y tal. Se puso en pie cargando el peso en la otra pierna para evitar problemas.

Frunció el ceño, sin entender la pregunta de él.

-Pues... del cuerpo -respondió.

Se mostraba muy tranquila, así que pronto lo estuve también. Pero en el momento en el que vi cómo le fallaba la pierna me temí que se hubiese hecho daño de verdad. Aunque por el gesto que tenía no podía ser algo tremendamente doloroso. Pese a todo uno tenía que tener cuidado con el cuerpo, que sería el mismo para toda la vida, a fin de cuentas.

-¿De verdad estás bien? -inquiricé de nuevo, para asegurarme.

Ella conocería sus capacidades. Esperaba que no cometiese locuras y siguiese repitiendo el salto solo porque le había dicho que no tenía claro si le había salido aquello de volver a impulsarse en el aire, fuese lo que fuese.

-Entonces saltas y luego, en el aire...-. La miré, interrogante, dando una especie de salto en el sitio y haciendo un movimiento raro, buscando alguna reacción. Luego me crucé de brazos, confuso-. No lo tengo muy claro. Aunque seguramente tú resultes muy liviana, claro.

¿Qué pesaría? La mitad que yo, imaginaba con verla.

Ben asintió, segura.

-Que sí, que sí. Como una ro... -Pero en mitad del saltito con el que intentaba demostrarlo sintió un nuevo aguijonazo, no pudo evitar una nueva mueca y casi perdió el equilibrio-. Bueno, se me pasará en seguida. Seguro que no es nada.

Pero, de hecho, empezaba a plantearse si sería serio. Anda que, si por jugar se fastidiaba el pie... qué útil.

Pensó en una forma de explicar lo que quería.

-¿Nunca has buceado? Llegas al fondo y das una patada al suelo para subir. Pero el impulso no llega y entonces te impulsas más, y así subes del todo -. Lo miró, entretenida-. ¿Nunca has hecho eso? Pues digo yo que si se puede en el agua, más se podrá en el aire.

Arrugué el ceño. Desde luego, si aquello era estar bien... Terminé por acercarme a ella un poco, mirando alrededor, buscando algo en lo que pudiese sentarse. Terminé por hacerlo yo mismo en el suelo y dar un par de palmaditas a mi lado, mirándola con una sonrisa.

-Siéntate y descánsalo un poco. ¿Se te ha torcido? ¿O ya te dolía de antes?-. Desde luego, yo no era médico, pero sí había tenido incontables dolores, y sabía cómo enfrentarme a ellos.

Su explicación de lo del agua no cuadraba del todo, y, sin embargo, no supe decir por qué. Al final me vi obligado a aceptar que lo que decía era cierto. A fin de cuentas, ¿dónde estaba el error?

-Pero parece muy difícil -le dije, sin embargo-. En el agua sé flotar, pero, créeme, ni de lejos salto tan ágilmente como tú lo has hecho ahí. Aunque desde luego parece de lo más útil -admití, pensativo-. Yo siempre pienso en mi fuerza, y al final las cosas como esa las tengo bastante descuidadas. El día que el suelo se abra bajo mis pies más me vale poder mantenerlo cerrado con las manos -añadí, riendo un poco.

Ben accedió a la invitación de buena gana, y una vez sentada, se remangó el pantalón para ver qué pasaba. ¿Se lo estaba imaginando o se estaba hinchando un poco? Bueno, pero no sería nada.

-No, antes estaba mejor -reconoció, con los ojos fijos en el tobillo.

Ben ladeó la cabeza, escuchándolo con curiosidad.

-Bueno, es que pareces todo músculo -reconoció-. Los tíos siempre se quejan de eso. Pero es práctica. Si se practica bien, el cuerpo cede y se dobla mejor. Es igual que para la fuerza. En lugar de levantar peso, te mueves de otra forma. Saltas y así. Así lo hice yo. Claro que hay que pegarse unas buenas leches contra el suelo antes de poder hacerlo.

Le eché un vistazo al tobillo cuando se remangó el pantalón, aunque no toqué. Sabía que a veces unas manazas estropeaban más que un propio golpe. Y no era que yo no supiese dónde tocar, claro que no, pero lo cierto era que se notaba un poco de inflacción. Hinchazón.

-Vaya, parece que ha sido algo más de lo que pensaba-. La miré-. ¿Te duele si no lo tocas? Quizás sería buena idea ir a la enfermería, ¿no? Ellos son capaces de hacer que estés bien enseguida, sea lo que sea que te ha pasado.

Desde luego, había tenido algún remiendo de mis aventuras, y de ninguno de ellos tenía quejas.

¿Todo músculo? No pude sino reír. No era la primera vez que lo escuchaba. Me froté un momento la mejilla con el dorso de la mano, pensativo, aún risueño.

-No soy tan rígido como la gente se cree, de todas formas. Aún puedo hacer ciertas cosas-. Y más desde que había perdido algo de volumen-. Pero entiendo lo que dices. Al final cada uno se enfoca en una cosa, y de ello depende luego lo que se le va a dar mejor o peor. Si quisiere ser ligero como tú... Bueno, ni dejando de hacer tanto ejercicio de fuerza creo que pudiese-terminé por decir, con una sonrisa.

Ben asintió, conforme. Sentía un extraño cosquilleo en el estómago al oírlo hablar así, y no podía evitar una sonrisa. A Ben le gustaba que se preocupasen por ella, y no era algo que se diese tan a menudo. Aunque en los últimos tiempos se sentía tan mimada como la hija de un magnate.

-Claro. Pasaré por allí. Seguro que pueden ayudarme -aceptó-. Si lo cuido un poco se pondrá bien. Pero no duele tanto, eh...

Seguía siendo extraño para ella apoyarse así en la gente. Parecía demasiado bonito para ser real, y a Ben le gustaba ser realista. Sabía que era muy útil.

-Bueno, unas piernas grandes y fuertes también pueden hacerte rápido -aportó, encogiéndose de hombros-. Y si puedes hacer ciertas cosas, es algo por lo que empezar. Tampoco yo podría ser tan fuerte -. Se tocó el flaco brazo, evaluándolo-, pero seguro que puedo ser más fuerte de lo que soy.

La miré un momento, pensándomelo. Dicho de aquella forma sonaba muy bien, pero ya solo el tener que ir hasta allí... Quizás si usase algo como muleta, pero de todas formas...
Terminé por levantarme y dejar a Värdjas apoyada contra una pared antes de volverme de nuevo hacia ella con una sonrisa. Le di la espalda, volviendo la cara hacia ella con una sonrisa, mirándola por encima del hombro. Pero sin arrogancias.

-Venga, sube, que te llevo -le dije, ofreciéndome enseguida-. Mejor eso que que fuerces más el pie. Si algo duele hay que cuidarlo más.

Lo de las piernas era cierto. Yo podía conseguir una gran potencia. Quizás si lo practicaba un poco podría acabar siendo más veloz. No como el más veloz de todo Mithos, claro... Pero sí más de lo que lo era, que no era mucho.

-Como siempre he sido lento no me lo había planteado mucho. Pero puedo probar. Si soy más fuerte podré proteger a más gente -me plantee en voz alta.

Ben alzó las cejas, sorprendida con la oferta. Se quedó un momento en blanco, sin saber cómo reaccionar. Al final, algo tímida, amplió la sonrisa y se ayudó de las manos y el pie sano para echarle los brazos al cuello. Ben no recordaba la última vez que la habían llevado así a algún sitio. ¿Alguna vez lo habría hecho algo? Resultaba emocionante, en cierto modo.

-Estoy lista -declaró, expectante.

Desde su posición, asintió, de acuerdo.

-Bueno, siendo más fuerte... sí, tiene sentido -señaló-. ¿Proteges a mucha gente?

No pesaba nada. La acomodé y no pude evitar una sonrisa. Me recordaba un poco a llevar a Nadia, de alguna forma. A ella siempre le había gustado mucho que la llevase a la espalda, desde que era pequeña. Como si yo fuese su caballero. O su caballo, más bien...

-¿Va bien la señorita? -le pregunté, con tono divertido-. Vamos allá.

No tardamos en ponernos en marcha. Ya volvería luego a por Värdjas. Lo primero era lo primero, y la idea de ayudar a alguien era algo que siempre hacía que me sintiese bien. Y por el camino, por supuesto, podríamos charlar un rato más. Así se me quitaban las preocupaciones de la cabeza.

-Pues lo intento, aunque no siempre sale como quiero. Pero, verás, yo siempre he pensado que alguien que tenga fuerza tiene dos caminos. No hablo de fuerza física solo, claro, sino de...

*se van*

Entro en la sala de entrenamiento acompañada de Lis, que, como es habitual, se mantiene oculta. Le he pedido que me ayude, y aunque se ha mostrado bastante extrañada, no creo que tarde en entender lo que le pido. Le he prometido que no habrá fuego de por medio, así que me limitaré a las espadas. Que, de todas formas, no le gustan demasiado tampoco.

Por el momento no debe preocuparse. Empiezo el entrenamiento con un calentamiento suave, corriendo por la sala y haciendo ejercicios para poner el cuerpo en marcha. Es más tarde cuando comienzo con ejercicios con la espada, centrándome en la técnica, el golpes mecánicos y calculados, precisos y lentos. Y, a continuación, pido a Lis que entre en acción.

Para que me ayude, necesito un suelo de madera. Escojo una esterilla de bambú para mi práctica, y tras extenderla, coloco sobre ella algunos de mis enemigos. Son muñecos, también de madera, y tienen cierta capacidad de movimiento. No son enemigos muy competentes, pero sirven para practicar. Una vez los he situado, comienza el entrenamiento.

Lo que le he pedido a Lis es que lo entorpezca. Sé que me va a costar unos cuantos golpes, pero lo que quiero es que me enrede los pies y me haga caer al suelo. Evidentemente, le he pedido que intente hacerlo cuando me vea menos precavida, porque así el efecto será mayor. Necesito saber cuál es mi tiempo de reacción en caso de caer al suelo, y aprovechar la información para hacerme más rápida.

Combato contra ellos, y Lis me va haciendo tropezar. Al principio parece un poco reacia, como si no le hiciera gracia la idea, pero diría que hasta acaba por cogerle el gusto. Tengo la sensación de que le divierte pillarme desprevenida, y ya ha entendido que el peligro no es demasiado. A mí, por otra parte, me consuela saber que no va a permitir que me mate de un batacazo. O, bueno, yo confío en ello.

Así pues, me dedico a enfrentar a enemigos no muy hábiles, moviéndome para alcanzarlos a todos con mis golpes. Y, cada cierto tiempo, y nunca sin seguir un ritmo, siento que los pies se me enredan y caigo. Un par de veces tengo la sensación de que caeré y me haré daño con mi propia arma, pero no llega a suceder en ningún momento. Y, por supuesto, trato de ponerme en pie en seguida. Lis no lo pone fácil, la verdad. Llega a hacerme la zancadilla mientras me estoy levantando en un par de ocasiones. Pero, aunque sé que lo hace por fastidiar, es de hecho una ayuda, y no me quejo en absoluto.

Al final, sin embargo, tengo que pedir que pare. Estoy agotada, y las caídas duelen, aunque no sean terribles. Después de recoger, me voy con ella. Le he prometido un paseo hasta el pueblo para comprar gominolas, pero no sé yo si con este día... Claro que ella me hará ir igual, seguramente. Quizá podamos llevar a Vilo...

*Se van*

Ayer hizo un día buenísimo y hoy ya vuelve a hacer fresco. Y además está nublado. Qué desagradable. Iba a salir a tirar fuera, peor al final me he quedado aquí dentro, que siempre se está mejor protegido del viento.

He sacado seis dianas y las he dispuesto por la sala. Al menos que no sea un entrenamiento aburrido, como los de siempre. Que así al final no perfeccionas tanto. Pero si lo hago de esta forma puedo simular un poco un combate.

Me muevo por la sala semiagachado, buscando los diferentes puntos a los que apuntar, y voy tirando a las dianas siempre en movimiento, como si fuesen enemigos que acaban de aparecer en medio de mi carrera. Cuando están cerca no es difícil, pero cuando es un tiro con un ángulo extraño de punta a punta suele acabar siendo menos eficaz de lo que esperaba. Es como dar en la espalda en vez de en el cuello.

¿Y eso cómo va? ¿Se supone que ya pienso en matar gente? Qué horror...

Tenso la cuerda de nuevo y la flecha silba, dando en otra diana. ¿Sería posible hacer esto con gente de verdad? Como un juego de supervivencia...
Se me ocurre alguna forma.

Quizás deba probarlo, a ver si esto funciona.

*fin de escena*

Me acuerdo del día que entré aquí y cogí una de las espadas. Era tan flojo que hasta me costaba levantarla con firmeza. También era más pequeño.
Lluvia entró por la puerta que ahora tengo a mi espalda y se asustó, porque pensaba que yo no era más que un niño jugando con cosas peligrosas. Y yo llegué a pensar en algún momento, también, que ella era una niña que necesitaba que alguien la cuidase. Y que yo podría hacerlo.

La espada sigue pesando, pero ya puedo cogerla con firmeza. Y, sin embargo, me siento torpe como si me hubiesen cambiado las manos de sitio. No sabría usarla bien, eso desde luego, pero hoy tengo el día intrépido. Y tan intrépido...
Tras lanzar algunos cortes al aire, probando diferentes movimientos, calentando los brazos y viendo cómo va esto, termino por acercarme a la caja esa del duende que tenemos aquí, y la miro con un poco de desconfianza. Espero que sepa leer.
Y le pido un combate contra en ninja. Follow. Lo vi alguna vez. Es un tipo raro. Pero a Lluvia le gustaba. Y a Massen también le gustó. Será muy fuerte entonces, supongo, o tendrá algo que lo hace interesante.

El piscis aparece enseguida, aunque sea un poco distinto. Agarro la espada entre las manos, pero ya de base me doy cuenta de que no me servirá de mucho. Comienza a moverse con seguridad, y lo sigo girando sobre mí mismo. Es rápido, pero tampoco es tan rápido. Massen lo es más, al menos.
A no ser que sea una táctica.

Yo intento lanzar espadazos contra él cada vez que lo tengo cerca. La mitad de las veces hubiese fallado aunque no se hubiese movido, otras tantas me esquiva. Alguna vez, incluso, para mi golpe con ese cuchillo pequeño que tiene, como si fuese fácil. También trepa por las paredes, haciendo que sea difícil alcanzarlo.
Supongo que los guerreros de verdad son así. Yo solo soy un chico que juega a serlo. Nadie me llamó a servir a filas, a fin de cuentas. Ellos son más fuertes porque son más apropiados.

Puedo esquivar sus ataques, también, hasta que no lo hago con uno, y es justo el que más hubiese debido esquivar. Abro los ojos con fuerza al sentir cómo ese cuchillo que lleva se me hunde en el muslo, y sé que no he gritado porque no puedo hacerlo, pero la boca se me abre para que expulse el aire, y la espada se me ha caído de las manos.
Y entonces me doy cuenta de que no sé cómo parar el combate, porque él sigue atacando, que es lo que está programado para hacer, y yo me he quedado muy quieto de golpe, con la atención puesta en mi pierna izquierda, que duele.
Es la primera vez que se me ocurre hacer algo como esto. Es la primera vez que me hieren así. Y sé que hay un hechizo que ayuda a que el daño sea menos, pero duele más de lo que nunca creí.

Trato de espantarlo con varios clair ëm yäk cuando se acerca. Uno le da en el hombro, y aunque los otros fallan lo disuaden un poco.

*se queda*

Ya es algo tarde, pero aún tengo tiempo de entrenar un poco. O eso me planteo hasta que entro en la sala. Pero, de hecho, la escena que encuentro, bastante desagradable, me hace detenerme. Algo no me cuadra en ella, pero no acabo de ver qué. Y no me apetece entrometerme, pero... ¿es lo que creo o...?

-¿Quién es la copia? -pregunto, desconfiada.

Porque parece que... Tardo un momento más en intervenir, pero las indicaciones me dicen, finalmente, que es mejor que lo haga. Me adelanto y me interpongo entre ambos, poniendo mi espada de por medio para evitarle más golpes al chico. Ahora solo falta que me haya metido donde no debo y la cosa acabe mal.

-Fin del combate -declaro, pese a todo.

Y, por lo visto, ha sido buena idea. El piscis desaparece, y queda solo el chico claritas. Me suena su cara, esos rasgos tan peculiares, pero no acabo de ubicarlo. De todas formas, que lo conozca o no es lo de menos.

-¿Estás bien? Mithos, qué radical... -comento, ofreciéndole una mano para levantarse, todavía un tanto confusa.

Con el paso del tiempo comienzo a agobiarme. Cada vez es más difícil mantenerlo lejos, y la pierna sangra y me duele. Y él no para. Y yo no tengo forma de decir nada.
Entonces alguien interviene. Me apresuro a señalar al ninja cuando pregunta, y alzo las cejas con alivio al verla parar el nuevo ataque. Y su voz suena preciosa cuando dice lo que llevo pensando un buen rato. Tenía que haberle dejado al duende el amuleto, o haber acordado un gesto... No me lo he pensado muy bien, la verdad.
Parece que nunca lo piense muy bien...

Acepto la mano con una sonrisa apurada y una mueca de dolor aún visible, aunque suave. Asiento con energía, o más bien con nerviosismo, cuando pregunta. Lo primero que hago, en lo que agarro la pierna herida para aliviar un poco el dolor con un fuuruchi, es una reverencia de agradecimiento. Y busco entonces la pizara, que se cayó al suelo hace rato, hasta dar con ella cerca de un muro. Está algo lejos. Termino por tenderle el amuleto, haciéndole un gesto para que se lo ponga. No me encuentro muy en condiciones de escribir ahora mismo. Me tiemblan un poco las manos.

Estoy a punto de ofrecerme a curarlo, pero parece que se las puede apañar solo. Bueno, eso mejora ligeramente la impresión que me ha dado, porque hasta el momento cualquiera diría que se ha colado en el palacio y puesto a hacer locuras. Aunque es un poco extraño... Acepto su colgante mientras sigo dándole vueltas, hasta que me doy cuenta: ¿No es el chico mudo?

-¿Puedo ayudarte en algo? ¿Cómo has acabado... bueno con... este problema?

No sé muy bien hasta qué punto resulta ofensiva la pregunta, la verdad. Por una parte, parece un estúpido si se dedica a... ¿cómo siquiera ha invocado al duende? ¿Y si ha podido invocarlo, por qué no lo ha parado? Creo que no entiendo nada, simplemente.

El dolor remite un poco. La herida casi se cierra de todo. Aparto la mano y me la miro. Está manchada de sangre. De mi sangre. Es la primera vez que la veo así. Aunque me he caído varias veces, puede que haya sido la vez que más he sangrado, que recuerde.
Le dedico a ella, entonces, una mirada apurada, con una sonrisa. Era Lea. Es Lea, es decir. Hablé de ella con Massen una vez, y nos hemos visto un par de veces, pero ya hacía.

-Muchas gracias -transmito primero. La educación va antes que nada-. Siento haberte hecho intervenir. Escribí lo que quería en la pizarra -explico, señalando con un gesto la susodicha, tirada en el suelo a algunos metros-. Estaba algo obcecado y no se me ocurrió que no podría parar si me veía en apuros. Es la primera vez que me enfrento al duente.

No puedo evitar una mueca. Supongo, pese a todo, que tengo que admitir que tiene sentido. Asiento, mirando la caja con expresión taciturna.

-A mí no me inspira mucha confianza, la verdad -admito sin reparos-. Prefiero enfrentarme a personas reales. Me parece más fiable, y también más fácil mantener el control. Al final, el duende es difícil de calibrar.

Parece que no ha conseguido curarse del todo. Bueno, no es la clase de entrenamiento en que estaba pensando, pero no conviene que se me oxiden las capacidades curativas. No después de lo que me ha costado dominarlas.

-Si me permites... -sugiero, dispuesta a usar sobre él un furuuchiade que acabe de mejorar su estado. No parece tan grave, y el hechizo bien puede cubrirlo.

No me acuerdo de su nombre.

Alzo las cejas curiosidad. La verdad es que no sé mucho de ella, aunque haya sido parte activa en hablar de... Ahora me siento incluso un poco mal. Eso que hice no fue muy educado por mi parte.

-Yo prefiero entrenar con gente -coincido primero-. Aunque lo cierto es que soy más de entrenar "con" que "contra" -termino revelando, pensando en ello-. Solo me he enfrentado a Massen-. Estoy dando información de más. Miro en dirección a la caja, pensativo-. Supongo que esto da la posibilidad de practicar contra aquellos contra los que no tendrías normalmente esa oportunidad.

Ya sea por horarios, mala relación o lo que sea. Por ejemplo, si quisiese enfrentarme a ella... pues no sé. Podría proponérselo si la veo, pero tampoco voy a buscarla para eso.
Estoy pensando en eso cuando señala lo que queda de mi herida, y tardo un instante en comprender. Asiento enseguida, con curiosidad. No voy a rechazar una cura, claro.

-Gracias -añado, con una sonrisa más cálida-. Por esto y por lo de antes.

Massen. Me suena ese nombre. ¿Me ha hablado de ella Rick? Es probable. Agh, qué más da eso ahora.

-Bueno, siempre es más agradable "con" que "contra" -coincido-. Claro que "contra" es necesario para estar del todo en forma. Un enemigo no va a ponerse a practicar contigo, en principio.

Ni en final, ¿qué tontería es esa? En fin. Este me ha dejado tan descolocada que ahora me entra la tontería. Me pregunto si estará bien del todo. A lo mejor debería pasar por la enfermería igualmente.

Niego con suavidad.

-No es nada. ¿Prefieres pasar por la enfermería?