Establos

Hundí las manos en el pelaje de Telma, en su cabeza, y apoyé la frente sobre la suya una vez más, acariciándola hacia arriba con la cara. Esbocé una sonrisa.
Aquello había pasado haciendo aquel mismo día un año atrás, también. Arreglando los establos, cargando con los cuerpos de los animales que habían vivido allí, y que luego habían sido sustituidos por otros. Se hacía extraño. Pasaba también con las personas. El servicio había vuelto a llenarse de caras nuevas, de personas que hacían las cosas de forma igual, o al menos semejante, a los que estaban antes. Aunque ya no vieses sus caras entre ellos, en conjunto era como si hubiesen vuelto...

-Menos mal que no te perdí a ti, eh Telma -le dije, acariciándola con ambas manos y, finalmente, separándome un poco-. Pasé miedo por ello, ¿sabes?

En respuesta, ella mugió, cansada. Empezaba a hacerse tarde para un bismonte. Y para mí, de alguna forma. El día acababa. Y yo había prometido no volver muy tarde aquella noche. Era lo extraño. Que ella me hiciese una petición como aquella. Pero tampoco había muchos motivos por quedarse por ahí hasta tarde.

-¿Sabes, Tel? Hace un año temí perder muchas cosas. Temí poder perderte-. La acaricié-. Temí que Lea muriese allí, luchando conmigo. Y temí morir yo mismo, aunque no lo pareciese. Y también, después, haber perdido a Inger-. Esbocé una sonrisa-. He tardado un año en elegir bien con quién quiero quedarme al final del día, eh...

Le di un par de caricias más. Ya era tarde.
Guardé a Telma en su cuadra y luego me fui.

*se va*

Había pasado buena parte de la tarde encargándome de Telma, que siempre sentía que llevaba un tiempo haciéndole algo menos de caso. La sacaba a diario, la alimentaba y me encargaba de que otros lo hiciesen si yo no podía y también la cepillaba, pero a la bismonte le gustaba tener más atención. Le gustaba que le llevases manzanas y tumbarse en el heno mientras deshacías los nudos de su esponjoso pelo con un cepillo. Y había que darle lo que quería alguna vez, porque entre Vilo y la recién llegada Lis, temía que se sintiese algo desplazada.

Cuando terminé con el último mechón de pelo me recosté contra ella, pasándole una mano por el cuello, y me puse a contarle una de las historias de lo que me iba pasando cuando no estaba con ella. Lo de Nýa ya lo tenía muy escuchado, así que le expliqué, por ejemplo, que había estado con Inger en la enfermería o que, al parecer, había un piscis nuevo rondando por Palacio...

*se queda*

Cuando la tarde llegaba completamente a su fin y se acercaba la hora de cenar, sin embargo, tuve que dejar a mi compañera de nuevo en su cuadra. Todavía tenía que ducharme y preparar un par de cosas más...
No en vano...

*se va*

A pesar de la desagradable nieve y el frío, voy a los establos a ver a Yuanfran. Odio el frío de Fulmen; ya casi había olvidado lo poco que me gusta. Creo que es porque estoy poco acostumbrado a él: siempre he vivido en el desierto, y cuando viajo suelo buscar sitios más calentitos que este. Por eso nunca he estado en Aqua.

Cuando llego, me encuentro con el trimello está durmiendo, así que me apoyo en la madera que cubre su parcela y lo observo, sonriente.

*se queda*

Una señora se aparece de pronto, sorprendiéndome un poco. Me aparto rápidamente de la madera y la miro, esbozando una sonrisa. Será una líder, o consejera de líder, o algo así de autoridad.

—Buenas noches —saludo.

No sé si la he visto antes o no, así que decido no presentarme por si ya nos habíamos encontrado. Que no sería la primera vez que le digo a alguien a quien he visto hace una semana como me llamo y eso es bastante incómodo después. Si nos hemos visto, supongo que ella dirá algo. Y si no, pues nada.

—No lo creo —respondo, frunciendo un poco el ceño—. Una montura es una montura. Mientras te lleve, poco importa lo elegante que sea.

En mi opinión, claro.

Escucho lo que dice con atención a pesar de que el tema no me despierte demasiado interés. Es que a mí lo de la imagen me da un poco igual. Si alguien rico quiere ir en una mula, pues que vaya en una mula, dónde está el problema. Pero, bueno, supongo que las señoras son así, ¿no? Un poco anticuadas y metomentodos.

—Si la persona quiere viajar en un caballo viejo, pues no le vería problema. —Sonrío, cordial—. Una montura es una montura, y la gente escoge la que más le guste. Tampoco es que la imagen sea tan importante.

La señora no tarda mucho en irse, o, bueno, en desvanecerse. El caso es que me deja solo antes de que pueda decirle algo. Al final parece que sí que nos habíamos visto antes. Ella se sabe mi nombre, a fin de cuentas, así que imagino que tuvimos que habernos encontrado. La pregunta es cuándo y dónde, porque ella a mí no me suena de nada. Tampoco me preocupa demasiado, no obstante.

Me vuelvo un segundo más a la cuadra. Luego, comienzo a andar en dirección a Palacio. Ha empezado a llover. Jo.

*se va*

Un entrenamiento de mañana había parecido una buena idea, incluso habiendo decidido hacerlo en el exterior. Había acabado yendo al lago, y aunque no me había bañado en el lago cualquiera lo hubiese dicho, por el estado de mi cuerpo y mi ropa. Por suerte, a la vuelta había tenido la genial idea de detenerme en los establos para ver a Telma, y el calor agradable de los animales me había recibido. Y no solo aquello. Había podido encontrar unos pantalones de más o menos mi talla, de aquellos que usaban los del servicio y había podido dejar la ropa a secar sobre una viga. Las camisas, por desgracia, no me servían, pero tampoco hacía frío como para pensar en ello.

Saqué a Tel de su cuadra y la paseé un poco por dentro. Terminó por ponerse a comer un poco, así que la dejé estar y me tumbé en la paja, mirándola y contándole alguna historia.
También yo tendría hambre pronto...

-Tendría que venir a dormir aquí de nuevo alguna vez -le comenté, con una sonrisa contenta, mirando alrededor-. No se pasaba mal.

Desde luego, allí tenía muchos recuerdos. Y la gran mayoría de ellos se los debía a haber conocido a Telma. Desde luego, me alegraba de que me hubiese encontrado aquel día en el que todo parecía perdido.

*fin de escena*

Aunque a Zacharyas no le estorbaba la lluvia en lo más mínimo, incluso había salido a pasear pese al agua sin incomodarse, en un momento en el que la intensidad era un poco mayor decidió refugiarse en los establos, más por acercarse con curiosidad a los animales del lugar que por verdadero miedo al chaparrón. Pensó, una vez dentro, que quizás a Julia le hubiese gustado estar allí. El lugar tenia una temperatura agradable debido a los animales, y aquellos mismos podían ser tremendamente interesantes para la pequeña. No eran animales salvajes.

Se acercó a una de las cuadras, asomándose con curiosidad. Un caballo le devolvió la mirada desde los oscuros ojos. Parecían inexpresivos, se le ocurrió, al verlos de aquella forma. Eran más oscuros que los de un caeruleus en la oscuridad.

No se quedó mucho, y cuando el viento cesó un poco se lanzó a la lluvia de nuevo sin que le importase en absoluto.

*se va*

Zacharyas llevaba a Julia en brazos y la sujetaba con cuidado, pero firme. Se acercó con ella a los caballos, dejando que la niña contemplase a los animales con los ojos muy abiertos, sorprendida por lo que tenía frente a sí. Julia estiraba los bracitos hacia adelante, tremendamente interesada en un animal gris que la miraba impasible, pero demasiado lejos y bien guardada por su padre como para poder alcanzarlo con ellos. Incluso se echaba un poco hacia adelante, con intención de estar más cerca.
Los niños no tenían miedo a caerse, había descubierto el mago con el tiempo. O al menos Jullia parecía tremendamente temeraria, haciendo cosas sin pensar, cuando la mayor parte de los adultos daban vueltas hasta a la decisión más insignificante.

El miedo hacía débiles a las personas, y Zacharyas disfrutaba viéndolas de aquel modo, frágiles y minúsculas. Pero en el caso de su hija, el mago prefería que se tratase de alguien fuerte y capaz de sobreponerse. Alguien que no temiese.
Un poco como Ayne.

*se queda*

Al final Zacharyas dejó que Julia tocase al caballo antes de que se marchasen, y el animal aguardó impasible, sin oponerse aunque la niña le tironease de las crines. Pero cuando un muchacho del servicio llegó al lugar para encargarse de los animales Zacharyas supo que había llegado el momento de abandonar los establos.

*se va*

Tras un buen paseo por el prado, disfrutando de la mejoría del tiempo, Telma y yo nos encaminamos de nuevo a los establos. Me encargué de rellenarle el agua para que tuviese algo fresco con lo que saciar su sed y de ponerle algo de heno recién cortado, ya que lo había. Luego, antes de marcharme, decidí que me quedaba tiempo, así que, armándome de paciencia y de un cepillo, me situé a uno de los lados de mi compañera y comencé a cepillar suavemente su largo pelaje.

-Qué, Tel. Así da gusto. A ver si un día me cepillas tú a mí, para variar -le dije en lo que trabajaba, con tono alegre. Me miró de reojo y tuve que moverme para esquivar el lametón que dirigía directamente a mi cabeza-. Vale, vale, ya lo haces a veces. Perdona. Soy un deconsiderado.

Pareció aceptar mis disculpas y cerró los ojos de nuevo, disfrutando del cepillado.

*se queda*

Recorrer el palacio, a mi vuelta, me llevaba por todos los rincones. Realmente, entendía lo que decía Jun, esa necesidad de recorrerlo todo, de buscar qué era igual y qué diferente. La verdad era que casi todo era igual. Por suerte. Me gustaba tal y como era.

Y así, en mi reexploración del palacio, acabé en los establos. Algo que, en circunstancias normales, pasaba con poca frecuencia. Lo bueno fue que me sirvió para reencontrarme con una cara conocida.

─¡Rick! ─saludé con una sonrisa─. Cuánto tiempo. Así que sigues por aquí, eh. ¿Qué tal todo?

Con su bismonte, nada menos. ¿Cómo se llamaba? Ya no me acordaba.

Me apoyé contra un poste de madera, observando su trabajo.

En algún momento peinar a Telma se había convertido en una tarea tan sencilla que podía hacerlo mientras cantaba. Parecía que a mi amiguita le gustaba, porque se movía al ritmo de mis versos, una vieja canción que cantaba en Ignis pero con versos que inventaba sobre la marcha, sustituyendo nombres por algunos que ya se me hacían más conocidos.

"¡Y el guerrero se acercó
hasta Brontë y preguntó
si les quedaba algo de pan con mieeeeeeeel!

¡Nagorr Brumm le respondió,
desde el silencio él le habló:
Aquí está el ladrón, acabad con éeeeeeeel!

Y corrieron y corrieron por el bosque
hasta al pobre del guerrero alcanzar,
y entonces todos juntos muy contentos..."

Me volví de pronto, al oír aquella voz, con el rostro iluminado como si acabasen de decirme que iban a regalarme la espada que tanto quería.

-¡Massen Dew!-. Abandoné el cepillo para acercarme a ella con largos pasos, aunque me detuve a poca distancia-. ¡Pero qué ven mis ojos! ¡Has regresado!-. Hacía todos mis esfuerzos por no cogerla en brazos y estrujarla. Ya no era ninguna niña-. Claro que sigo por aquí. ¿Dónde iba a estar mejor? ¿O insinúas algo? ¡Aún estoy en plena forma! ¿Y tú de dónde has salido?

Reí suavemente. Si algo no había cambiado, ese era Rick Dehnel, hijo de Reick Dehnel, hijo de... ¿cómo se llamaba su abuelo? También se me había olvidado. Y eso que siempre lo estaba repitiendo.

─No insinúo nada en absoluto ─respondí con expresión inocente─. Es solo que me alegra saber que, cuando me marcho, dejo el palacio en buenas manos. Pero sí, estoy de vuelta. Llegué con Alehyss hace unos días, bueno, pero creo que esta vez me quedaré por una buena temporada. He estado... en fin, por Mithos adelante, que se suele decir.

Rick era una presencia tan familiar que no sabía ni cómo sentirme. En casa, supuse.

Lo cierto era que recibir aquel elogio por parte de Massen Dew no era cualquier cosa. Me llevé las manos a la cacera y saqué algo de pecho, con orgullo.

-No sé si mis manos serán buenas o malas, pero te garantizo que haría lo posible por mantener esto en el mejor de los estados. Aún así, es un placer tenerte de vuelta-. Lester también había regresado, por lo que comentaba. Suponía que era una buena noticia, también. Aunque los últimos tiempos todo había ido bien, y ella no había andado por allí...-. No sabía que estabas de viaje con Lester. Supongo que es mejor que ir en solitario. Me das hasta envidia. Lo cierto es que me encanta estar por aquí, pero tengo muchas ganas de aventura.

Telma, viendo que la conversación no era un simple encuentro y punto, se nos aproximó para curiosear un poco. Le acaricié la cabeza con firmeza, sin dejar de mirar a la guerrera.

-¡Cuéntame lo más espectacular que hayas visto! O hecho. Tienes cara de que no solo has estado de paseo por el mundo.

Asentí, manteniendo la sonrisa.

─No lo dudo ─aseguré─. Estoy encantada de haber vuelto. En realidad no viajábamos juntas; nos encontramos de casualidad, que ya es difícil. Pero yo había terminado mi última misión y Alehyss venía hacia Brontë, así que decidí acompañarla.

Negué suavemente.

─Ay, no sé si diría que he visto nada particularmente impresionante. Es decir, sí que ha habido cosas llamativas, que dos años y pico dan para mucho. Pero el tipo de trabajos que he estado haciendo han sido del mismo tipo que los que encarga Brontë, así que nada que no hubiera podido encontrarse cualquiera de misión ─. Me encogí de hombros─. Así, destacable... Bueno, en Humus vi un nido de dragones terrestres. Fue hace un año y algo. Me han dicho que verlos volar es rarísimo, así que fue todo un acontecimiento ver a las crías revoloteando. En realidad yo de eso no sé mucho, pero la partida con la que iba se emocionó muchísimo al verlos.

Lo cierto era que no solo estaba bien tener a Massen de vuelta, también estaba bien saber que podía encontrarme a Lester por los pasillos. Viejas rencillas aparte, llevaba tanto sin verla, y hacía realmente tanto que no teníamos un problema incluso antes de que se fuese, que me preguntaba si hasta no podríamos darnos la mano y firmar definitivamente la tregua.

Cuando Massen Dew empezó a hablar de Humus, de crías de dragón terrestre y de encargos no pude sino sentir envidia. Honorable, pero envidia a fin de cuentas. ¡Qué hubiese dado yo por ver a aquellos dragoncitos revoloteando en sus nidos!

-Demonios... haces que quiera empaquetar mis cosas ahora mismo y marcharme unos meses-. El mundo estaba lleno de maravillas y me quedaban muchas por descubrir-. Siempre he sido muy casero, pero haces que parezca que uno de esos viajes es lo mejor que te puede pasar. Aunque si me fuese no creo que aguantase tanto sin volver como has hecho tú. Quizás hace unos años...

Reí. Rick tenía una manera tan propia de decir las cosas. Lo había echado de menos.

─No sé si casero es como te definiría, la verdad. Y, casero o no, tienes tu propio historial de aventuras. ¿Qué pasa, que en mi ausencia no has tenido misiones que atender? ¿Tan ocioso está Brontë? ─bromeé.

Me encogí de hombros.

─No sabría explicar por qué, pero empezaba a sentirme encerrada aquí. Al final, lo que he estado haciendo ha sido lo mismo que haría aquí, de alguna manera. Solo que buscando por mi cuenta el trabajo en vez de depender de Brontë. Pero al final, ya ves, he acabado por echarlo de menos ─concluí─. No diré que no recomiende la experiencia, de todas formas. Me ha servido de mucho la independencia.

Me encogí de hombros, con una sonrisa un poco resignada.

-No sé. No. Es decir... He hecho alguna cosa, pero ninguna que me haga sentir esa sensación tan intensa... Ayudas a unos ancianos a acabar con unas alimañas y te sientes ver por ver sus sonrisas, apresas a unos bandidos y sabes que hay algo de mal menos suelto por ahí... Pero no sé-. Me rasqué la nuca, pensativo. Estaba un poco incómodo diciendo aquello. Casi nunca hablaba de ello por no llevarlo a mi mente-. Cuando llegué tenía una mirada brillante, ¿sabes? Hace poco conocí a Krista, una de las nuevas incorporaciones, y vi el brillo de sus ojos y me acordé de que los míos eran así. Y con todos los temas de traiciones y muertes y catástrofes es como que sigo adelante pero querría voler a encontrar ese brillo de nuevo.

Había aprendido algo en Brontë. Que cuando atrapabas a un bandido y su territorio quedaba libre, otro ocupaba su puesto. O que había que hacer sacrificios a veces. Y que no se podía ayudar a todo el mundo. Aquello no significaba que no mereciese la pena ayudar a las personas. ¡Ni mucho menos! Pero a veces sentía que solo barría debajo de la alfombra, necesitaba una misión que me hiciese salir de aquello. O al menos era lo que pensaba.

-No escuches a este hombre, Massen Dew -corté enseguida, recuperando la amplia sonrisa-. Quizás tenga que hacer lo que has hecho tú. Respirar un poco de aire y que me ventile la sesera, que creo que la he usado de más.

Escuché en silencio, limitándome a asentir cuando mencionó a Krista, indicando que la conocía. ¿Cómo se había convertido la conversación en un momento en algo tan tétrico? Suspiré.

─Brontë ha pasado por mucho ─coincidí─. Por una parte, envidio a quienes han llegado hace poco y no saben lo que es eso. Espero que no tengan que vivirlo, realmente ─. Negué con suavidad─. Pero por otra, esto no es ningún juego. No es que sean necesarias ese tipo de experiencias para entenderlo, claro. Pero temo que a veces quien acaba de llegar no entienda la seriedad de todo esto. Sinceramente, Rick, ojalá el mundo fuese tan sencillo como para que nuestra máxima aspiración fuese ayudar ancianitas en apuros.

Sonreí, negando con suavidad.

─No sé si te diría que estar fuera me ha cambiado la perspectiva. Puede que un poco. Un cambio de aires, al menos. No lo sé.

Había cambiado un poco, pero no sabía si era por mi viaje o por el mero paso del tiempo. Probablemente una mezcla de ambas.

Claro que no era ningún juego. Y yo no deseaba a la gente que llegaba que viviese aquellas cosas que habíamos pasado. De hecho, ella y yo. La recordaba a mi lado, o cerca, en casi todas las experiencias más duras que había vivido allí. Sin duda, aquello había hecho de Massen Dew una jover muy fuerte. La recordaba siendo una niña fuerte. Pensado de aquel modo, casi podría parecer triste, pero ella parecía feliz con aquella vida.

-¡Bueno! No seguiré haciendo que estemos pensando en estas cosas. Acabas de volver y aún voy a espantarte-. Reí-. Lo que habría que hacer es celebrarlo. Hacer una comida, tomar unas cervezas y alegrarnos de que aquí seguimos. ¡Y de que has vuelto! Y Lester, bueno. Podemos compartir historias y ponernos todos un poco al día. No sé cómo lo ves.

Sonreí.

─Si no he salido corriendo todavía, vas a tener que esforzarte más que con un discursito poco halagüeño ─bromeé. La verdad era que su propuesta no sonaba mal. Aunque yo ya había tenido una celebración íntima a mi llegada. Improvisada, absurda, cutre y poco recomendable. Pero lo habíamos pasado bien, al final. Claro que algo más a gran escala también estaría bien─. Suena bien. No todo va a ser partirse el lomo. Además, podría ser una excusa para conocer a la gente nueva. Tengo entendido que han llegado varias personas últimamente.

En realidad, todavía tenía pendientes un par de reencuentros. Al final, era fácil perderse por Brontë y no dar con la gente tan fácilmente como podría parecer.

Desde luego, dudaba que Massen fuese a salir corriendo, salvo que fuese para dar caza a algún malhechor. No tenía nada que demostrarme.

-¡Es una idea increíble! -corregí con entusiasmo-. Últimamente todo ha estado muy tranquilo, algo así subiría la moral. Que todo esté tranquilo es bueno, pero la tranquilidad, aunque positiva, no siempre da motivos para celebrar. Y cuando aparece uno. Bueno, o dos, con Lester-. Suponía que alguien celebraría aquello-, entonces la cosa es aprovecharlo. Y de paso las personas nuevas que se queden también con la idea divertida de Brontë. Que para momentos duros ya tendrán tiempo-. Me froté el mentón-. Yo creo que podría conseguir alguna cosa en el pueblo, tengo bastantes amigos...

Y si hubiese sabido esto con antelación podría haber pedido a mis padres que me enviasen un licor buenísimo desde Ignis. Pero bueno, habría que conformarse.