Establos

No me pasa desapercibido el gesto. Y, cuando descubro la razón, llego a sentirme culpable. Supongo que, a sus ojos, no me lo tomo en serio. Asiento con expresión seria.

-El sábado -repito-. El 22... -Niego un momento-. Lo siento, no se me dan bien estas cosas. No soy muy buena para las fechas.

Callo, pensativa. Mientras tanto, sigo acariciando a Telma.

-Podemos cenar hoy igualmente -insisto-. Pero el sábado también. El sábado podemos dejar a Telma y a Vilo aquí y bajar al pueblo, como la otra vez. Me gustó esa noche -. Lo miro-. ¿Te parece bien eso?

Lo malo de hacer propuestas es que, si ha hecho otros planes, no será capaz de decírmelo. Sé cómo piensa. Sé que tiene miedo de cualquier falta de entusiasmo y de cualquier negativa. Y es una lástima porque es evidente que él le da más importancia, así que debería ser a su gusto.

Observo a Vilo un momento. Está mucho más mayor. Antes se le notaba en el tamaño, pero ahora es esa actitud. Sigue queriendo jugar, pero acepta que no tiene por qué hacerlo todo el rato. Es más paciente, y es capaz de simplemente disfrutar de unas caricias. Aunque no deja, por supuesto, de intentar corresponder a lametones.

Dejé ir una risa suave, negando un par de veces.

-No te preocupes-. Ladeé un momento la cabeza, mirándola, pensativo, y tras un instante recordé-: Mi cumpleaños es el catorce de enero.

Volví el rostro hacia Vilo, buscándole las cosquillas un poco, peleándome con su boca con una mano. Incluso cuando Lea hablaba, aunque volví a prestarle atención, seguía forcejeando un poco con él. Pero para cuando ella terminó ya lo había soltado.
No pude sino sonreír.

-Eso es a lo que me refería. Podíamos hacer algo así-. Asentí. Era como una cita. Una cita sin más. No tenía que ser por nada más que aquello. Al fin y al cabo ella y yo…-. Y hoy podemos cenar juntos, claro. Me gustaría-. Suavicé la sonrisa-. Y otro día te doy a probar el vino de mi casa, que te lo prometí.

Y tras un instante de duda, muy breve, me incliné un poco hacia ella, besándola un momento en los labios, poco más de un segundo, de forma superficial.
Aquel gesto me resultaba extraño. Podía desnudarla incluso de memoria, podía buscarla con necesidad, pero aquel gesto tan sencillo se me hacía extraño.
Pero no debía esperar que ella lo buscase por mí. Debía ir yo mismo.

-Hoy recibí una carta de casa… -murmuré entonces, bajando un poco el tono, mirándola todavía, de lado.

Dicho de esa forma casi suena a amenaza. "Más te vale recordar eso." Sé de sobra que no iba a pasar nada si no lo hiciera; quizás se sintiera decepcionado o triste, pero nada más. Aún así, asiento. Lo peor es que me suena que ya me lo ha dicho en otra ocasión, y no lo recordaba. Aunque tampoco estoy segura del todo.

-Quedan menos de dos meses -observo, mirándolo con un brillo burlón en los ojos-. Con un poco de suerte todavía me acordaré para entonces.

Bromas aparte, me esforzaré por recordarlo. Es evidente que le hará ilusión.

Observo a Vilo, que juguetea antes de que Rick lo deje estar. Me gusta verlo tan entretenido. Me dan ganas de atraerlo y abrazarlo, aunque sea tan poco mimoso. Parece que si no implica alboroto no le interese demasiado, incluso ahora, que empieza a tranquilizarse.

Asiento. Supongo que entonces todo está en orden.

-Tengo ganas de probarlo -afirmo. Ya lo hemos hablado alguna otra vez. Me está generando expectativas, y veremos si las cumple...

Lo veo acercarse y lo espero, respondiendo un momento. No es que me moleste esa clase de contacto. No es agobiante. Pero no puedo evitar pensar en lo extraño que me resulta. No acabo de acostumbrarme a esa clase de acercamientos, tan inocentes.

Ladeo la cabeza cuando vuelve a hablar.

-¿De tus padres? -pregunto.

Prefiero no preguntar más. Él mismo puede hablar o no, según prefiera.

No pude evitar ensanchar la sonrisa al escuchar su reacción. La verdad era que si no pensaba en ello como que no le importaban las cosas, tenía su gracia. Ya me había dicho en su momento que quizás lo olvidase. Era otro tipo de torpeza.

-Desde luego, tengo que sacarlo alguna vez, que ya hace de que te lo comenté.

Y si pensaba en ello de alguna forma, creía recordar que algo había dicho a Adain, pero… no lo tenía muy claro.

Tras el breve contacto, con aquella sensación de extrañeza, asentí a su pregunta cuando ella preguntó. No quería ser arrogante, no me sentía ni como si debiese serlo, pero quería decirlo, de alguna forma.

-Mi padre me felicitó por la mejora de la relación con la familia Mënlhoc, “gracias a tus buenas formas y reacciones a sus necesidades, habiendo demostrado ser capaz de…”-. Me encogí de hombros, con una sonrisa algo insegura-. Algo así iba-. Arrugué el ceño-. Pero no me esperaba algo así, porque durante la misión estaba seguro de que lo que hacía iba en contra de lo que me hubiesen dicho que era correcto-. La miré-. No sé qué me preocupa si al final ha salido bien, realmente –terminé confesando, sonriendo con cierto apuro.

Asiento, de acuerdo.

-Quizá podías llevarlo el sábado, si tienes alguna botella -sugiero.

Arqueo una ceja ante su explicación. Quizás por su tono, o por su expresión, había pensado que se refería a problemas. Pero, de hecho, parecían buenas noticias. Mejor de esa forma.

-Cierto, aquella chica, ¿no? -. Me habló del tema en su momento-. Puede que ellos no hubiesen hecho lo que tú. Es probable que, de haber salido mal, te lo hubieran echado en cara -. Me encogí de hombros-. Pero, de hecho, salió bien. Aunque no estuvieran de acuerdo con tus métodos, no había mucho que pudieran decirte.

Sin mucha seriedad, tomo de nuevo el cepillo y se lo paso a Telma por el cuello, suave. Es otra forma de acariciarla, supongo. Una que adelanta trabajo.

Alcé las cejas y no tardé en responder con un par de asentimientos.

-Vale, sí-. Sonreí, enseguida-. No lo había pensado. Es una buena idea.

De aquella forma era como si se le diese un algo diferente a la ocasión. No quería insistir mucho en aquello, porque para ella no parecía ser la gran cosa –incluso había olvidado la fecha, o quizás ni siquiera la había memorizado-, pero un detalle así era bastante.

Ciria.
Parecía recordar lo que le había comentado, así que no tuve que añadir nada. Simplemente asentí, algo abistraído, con la vista clavada en el techo.
Sentía a Vilo moverse cerca.

-Si es lo que dices… Todo salió bien. Pero me asusta que eso signifique que ahora tendré un par de ojos fijándose en mí, pensando que por fin sigo el camino correcto, o algo así-. Negué un par de veces-. No es correcto o incorrecto. Quiero decir… -. La miré, tratando de aclararme-. Mis actos no siempre dan los resultados deseados. Las cosas no siempre salen bien. Pero si algo sale bien y rep… ercute en lo que mi padre espera de mí, creo que esperará más-. Me eché el flequillo hacia atrás, pensativo-. No me estoy explicando muy bien…

Me extraña un tanto su respuesta. Pese a mi propia propuesta, esperaba una negativa. Después de todo, si de verdad tiene alguna botella en Brontë, es lógico pensar que saldría de él añadirla a la cena. Creí que tendría que pedirla a casa, pero parece que no es el caso. Mejor; de verdad me apetece probar ese vino del que tanto habla.

Callo mientras habla, limitándome a escuchar. La verdad, le daría la razón en eso de que le da más vueltas de lo que debería. Aunque supongo que si quiere hablarlo es porque de verdad lo considera algo importante, y en ese sentido no ha nada que yo pueda ni quiera decir en su contra.

Me encojo de hombros.

-Creo que te he entendido, pero no me parece que lo estés planteando bien -respondo cuando ha acabado-. La vida no viene con libro de instrucciones. Cualquier instrucción que quisieran darte ya te la habrán dado. No se le puede reprochar a alguien que hace las cosas con buenas intenciones y falla. Tampoco es muy común, aunque sí tiene más justificación, llamar la atención a quien, aunque al final todo salga bien, no ha hecho las cosas a derechas. El primer caso necesita apoyo, el segundo supervisión -. Lo miro, pensativa-. Pero en tu caso, diría que tenías buenas intenciones y además ha salido bien. Todo lo que puede esperarse de eso es aprobación. Es lo que deberías esperar, no una lista aumentada de obligaciones.

O, al menos, parece lo más lógico.

Telma soltó un mugido calmo, tumbada, como si también ella quisiese formar parte de la conversación. Yo, por mi parte, todavía pensaba en las palabras de Lea.
Extendí levemente la derecha hasta casi el final de uno de sus largos mechones, derramado sobre la paja, y con cuidado quité un par de hierbas que se le habían enredado.

-Lo que hice salió bien –repetí, asintiendo, como si pusiese las cosas en orden-. A mi modo de ver, también lo que hice habría sido correcto, aunque hubiese salido mal. Yo creo en lo que hice-. Inspiré un momento, dudoso-. Pero ya solo si Ärasu no hubiese sido de sangre noble…-. Aquello podría haber hecho las cosas más difíciles-. Yo hubiese obrado igual, pero podría haber sido desastroso. Y si la escena se repite volveré a obrar igual, y entonces…-. Me froté un momento la mejilla, encontrando raro el tacto suave-. Para mi familia sigo manteniendo una relación con Inger porque no me puedo permitir el no tenerla –expliqué, buscando su mirada.

De haberlos informado hacía un año, el día mismo de la ruptura, no sabía si ya en aquel preciso momento, lejos de encontrarme en un montón de heno en los establos, no estaría frente a un altar pronunciando unos votos escritos por otro.

Me encojo de hombros, negando con la cabeza.

-No creo que sirva de nada plantear hipótesis -declaro finalmente-. Lo ideal sería esperar a que se dé una nueva situación que te obligue a elegir. Entonces podrás calibrar los resultados -. Callo un momento-. De todas formas, si crees que actúas correctamente deberías defender esos ideales.

Pero el miedo a su propia familia no queda del todo patente hasta que revela un nuevo dato. Uno que, reconozco, llega a sorprenderme. Decido, pese a todo, tirar por un otro lado. Mientras hablo, cepillo a Telma, cada vez más en serio.

-¿Inger es noble? -pregunto.

La forma en que Lea trataba aquellos problemas, como si realmente no hubiese nada que tratar, me tranquilizaba un poco. Ella me hacía sentirse como si realmente todo estuviese bien. Como si la situación estuviese completamente controlada.
Como si yo hubiese obrado bien.

-Tienes razón –determinicé al final, sonriendo algo más relajado-. Gracias.

Quizás llevaba tanto tiempo fuera de casa que incluso le encontraba sentido a obrar de una forma que disgustase al gran Reick Dehnel si yo la consideraba una opción mucho mejor.

Me sorprendió su pregunta, y me apresuré a negar.

-Oh, no, no lo es. Pero ahora mismo hubiésemos superado ya los tres años. Con una relación tan larga es fácil para mí evitar otros compromisos-. Me encogí de hombros, algo azorado-. En último caso siempre podría amenazar con casarme con ella en el mismo día si insisten demasiado, o algo semejante. Escuché una vez que un conocido de la familia lo había hecho. Aunque, por supuesto, no es una situación que vaya a durar siempre. Si preguntan no podré mentirles-. Torcí la sonrisa. Una mentira era innoble. Ya bastante lo era ocultar la verdad-. Pronto cumpliré veinticinco años, y a esas niñas a veces las comprometen tan jóvenes que no tardaré en ser un viejo-. Suspiré. Con lo agradable que era una mujer madura, experimentada, y las juntaban a todas tan pronto…-. Mientras no lo sepan supongo que puedo estar tranquilo. Y si lo descubren… -. Esperaba que no sucediese-. Bueno, no lo he pensado –confesé.

Otro tema importante en todo aquello era Nadia. Con dieciséis años también empezaba a correr peligro. Y llevaba tanto sin verla que, quizás, de suceder algo no llegase a tiempo para opinar.

Acomodada sobre Telma, me encojo de hombros, continuando mi tarea con calma. Vilo, que se ve sin atención, se acerca entonces a la bismonte, buscando su cara para olfatearla y lamerle el hocico. En una de estas se va a llevar un escarmiento, conociendo a Telmita. Pero supongo que tiene que aprenderlo él.

-No hay por qué darlas -respondo llanamente.

El asunto de Inger me provoca una mezcla de diversión y ofensa. No es que pretenda casarme yo con él, ni tampoco empezar con formalidades. Solo planteármelo me agobia. Y aunque la situación, al parecer, me deja al margen de cualquier tipo de responsabilidad social, no deja de ser un tanto humillante quedar eclipsada de forma tan patente. No existir ni siquiera como posibilidad. Aunque si de verdad son tan ansiosos, quizás sea lo mejor. Mithos, asuntos matrimoniales no, por favor.

-¿Te han insinuado algo últimamente? -pregunto, curiosa. No acabo de entender cómo funciona su mundo. Suena todo tan ridículo que no me hago a la idea de que de verdad sean tan cuadriculados.

Acabo por suspirar, negando con la cabeza.

-Sinceramente, me alegro de haber nacido en otra cultura -declaro, convencida.

Lo pienso un momento. Si lo descubrieran. No sabía muy bien cómo iban a descubrirlo a distancia si no lo habían hecho en un año, pero eso no era asunto mío.

-¿Me utilizarías a mí? -pregunto.

La miré al oírla, alzando las cejas con expresión algo sorprendida. Estaba algo perdido en mis propios pensamientos y por un momento me había costado entenderla, aunque no tardé en poner orden a sus palabras, y entonces negué.

-De momento todo marcha bien. O eso parece bueno. Dejémoslo en que sí.

En cualquier momento podría pasar cualquier cosa, pero no lo esperaba. Aunque, si de pronto sonase un “Y, por cierto, ¿sigues manteniendo una relación con aquella joven? Inger Nielsen se llamaba, ¿no es así? Porque conozco una familia que…” tampoco iba a pensar que era lo más sorprendente que había pasado nunca.
De todos modos era algo que no iba a aceptar.

-Bueno, cuando era pequeño solía pensar que tenía mucha suerte porque tenía todo lo que quería, prácticamente. Y supongo que estar rodeado de lujos es algo que la gente aprecia-. Torcí el gesto-. Pero cada vez me siento más…-. Fruncí el ceño. ¿Cómo decirlo sin atacar a mis nobles ancestros?-. Es que la mayor parte de personas de alta cuna presumen de una nobleza que solo es de palabra y de bolsillo, y alardean de sus riquezas y títulos, a ver quién lo tiene más largo. Y de verdad creo que dan placer a sus mujeres con ello, porque…-. Dejé ir un gruñido. Realmente me estaba enfadando. Solo de recordar al señor Mënlhoc, que solo podía haber escuchado menos a su hija de haber sido sordo… ¡Y al menos a él le habían importado sus sentimientos!, que conocía otras historias…-. Creo que te entiendo. Es un mundo lleno de falsedad y orgullo inmerecido.

Hundí las manos en la paja, no pudiendo hacerlo en Telma o Vilo porque se habían alejado mucho de mí. No tardé demasiado en serenarme un poco.

Su pregunta me hizo mirarla. Era… ¿Era una pregunta con trampa? Si decía sí entonces se molestaría porque utilizar a alguien estaba mal, pero si decía no entonces diría que no la valoraba lo suficiente, que no valía para mí lo que había valido Inger, o…

Fruncí el ceño, cuidadoso.

-Bueno… Si eso pasa… ¿Qué opinas tú? No me lo había planteado, pero la decisión es tuya. Se trata de ti.

Con Inger simplemente no había dado la noticia… No era tanto como “utilizarla”. ¿No?

Asiento, conforme. Si lo considera así, no hay más de que hablar.

Llevo toda la vida oyendo críticas a las clases altas, las que "se aprovechan de los más débiles", pero resulta de lo más curioso oír críticas procedentes de un noble. Claro que Rick tiene una visión del mundo tan particular que no llega a ser del todo sorprendente. Quizás le pone algo más de dramatismo del debido, pero debo reconocer que en la mayoría coincido con él en este punto.

Arqueo una ceja y me señalo, atónita. ¿Yo? ¿Qué opino yo? ¿Me he perdido algo?

-¿Cómo que la decisión es mía? -salto, corrigiendo desde el primer momento un inicial tono de agobio-. Puede tratarse de mí hasta cierto punto, pero es tu familia, o tu sociedad, o lo que quiera que sea. Y, sinceramente, dudo que encaje demasiado en el mundillo. Pero se trata de mí únicamente si veo involucrada mi vida, cosa que creo que no le ha pasado a Inger. Mientras se vea involucrado tan solo mi nombre, no se trata necesariamente de mí. Fíjate, hasta podría ser mi hermana -. Sería lo último que me faltara.

Niego, sacudiendo la cabeza un momento.

Desde luego que era una pregunta trampa, porque ni con una respuesta como aquella había logrado una buena reacción. Quizás no existía una buena respuesta. Al fin y al cabo, era una… pregunta trampa.

-Bueno, hay personas a las que no les gusta que su nombre se vea implicado-. Arrugué el ceño, mirándola-. Yo pregunto por si acaso. Pero si esa es tu respuesta supongo que obraré lo mejor que pueda si se da. Que no sé tampoco si se dará.

Me encogí de hombros con sencillez. Lo hacía difícil. No era tan difícil.
Fuese ella u otra mujer, la cuestión era que tres años con Inger eran difíciles de superar. Quizás se resolviese con un “en dos meses apenas habrás podido estrechar ningún lazo y, por cierto, tengo un amigo con una hija que…”.

Tras aquel breve momento de seriedad, una vez hubo pasado, no pude evitar sonreír.
En cierto modo era gracioso. Aunque todavía era un poco pronto, aquello era cierto, para hablar de familias en aquellos términos.

-¿A qué se dedican tus padres? –pregunté, risueño.

No “encajaba demasiado en el mundillo”, pero… ¿Hasta qué punto? No conocía aquella parte de ella.
No sabía demasiado de su vida, bien pensado…

Roto un momento los ojos. ¿Pero qué ha entendido? Trato de mantenerme tranquila, porque creo que lo estoy poniendo nervioso.

-Te estaba preguntando yo a ti -le recuerdo-. Era simple curiosidad. Si tuviera algo que objetar al respecto ya lo habría dicho en un primer momento.

Incluso si le estuviera preguntando, tenía una respuesta que era para enfadarse. "Obraré lo mejor que pueda." ¿Traducción? No tengo ni idea, prefiero no decirlo en detalle... Cualquier interpretación es posible. Pero no voy a insistir, porque de verdad no quiero acabar metida en esos asuntos.

Me centro en su pregunta.

-Cuando vivíamos en la linde del desierto, mi padre se dedicaba a la fabricación y diseño del cristal -explico-. Mi madre lo vendía, principalmente en forma de botellas y otro tipo de recipientes. Vivíamos en un pueblo pequeño, pero era una zona transitada por exploradores y viajeros, así que era un negocio plausible. Cuando nos fuimos a la ciudad, mi madre puso una tienda un poco más formalmente, y allí siguió vendiendo los cristales de mi padre. Además, amplió a otros productos. Empezaron a vender vajillas de porcelana y objetos de arcilla. Es lo que hacen ahora.

Artesanos, mercaderes... Un poco de todo. Nada que ver con sus terratenientes, claro. Aunque tampoco se vive mal con un negocio así, si sabes llevarlo.

Lo creyese o no, aquello me tranquilizaba un poco. Ya bastante juzgado me sentía por mi padre como para sentir también que ella me juzgaba. Al menos sabía su opinión, aunque lo importante seguía siendo conseguir que aquello no llegase a suceder.
Aunque, bien pensado, con el tiempo, si la relación seguía adelante, llegaría un momento en el que tuviese que comentarse algo.
Pero aquello con el tiempo.

Atendí entonces a su explicación, alargando una mano hacia Vilo para que se acercase y dejase toquetear un rato. No pude evitar sonreír, imaginando una vida como aquella. Sonaba tranquila, apacible, de alguna forma.
Y luego…

-Cristal… -repetí, como si la palabra tuviese sabor-. ¿Cómo se hace el cristal? –pregunté, de pronto.

No… No lo sabía…
¿Era un mineral? ¿Se sacaba de las rocas como el diamante? O… Quizás… Era más como…

-¿Cuántos años tenías cuando os mudasteis?

Me sentía repentinamente muy interesado. Aquellas cosas que no sabía… ¡Debía saberlas! ¡Quería saberlas!
Quería saber todo lo que pudiese de Lea.

Lo miro, sorprendida por su pregunta. Tenía la idea de que era un asunto de conocimiento general. O, al menos, de conocimiento general en Ignis. Al menos en la zona del desierto todo el mundo sabía aquello, en mayor o menor detalle.

-Hay distintas formas, pero la más común, que yo sepa, es un tratamiento con arena -explico, encogiéndome de hombros-. Se calienta y se prepara hasta formar un líquido espeso. Luego se puede soplar o moldear con tenazas, dependiendo del resultado que busques.

La segunda pregunta es un poco más difícil. Sin dejar de cepillar a Telma, me voy apoyando cada vez más hacia atrás para tener sitio para acicalar diferentes zonas. Lo pienso un momento mientras tanto.

-No estoy segura -declaro al fin-. Debía tener ocho o nueve... Quizá diez, incluso. Más o menos por ahí. Seguro que mi madre lo sabría decir sin dudar, pero yo, como ya sabes, no soy muy buena llevando las cuentas.

Con el final de la frase le dedico una mirada de reojo, burlona. Que se acostumbre.

Alcé las cejas, extrañado. Aquello sí que no me lo esperaba.

-¿Arena? ¿Quieres decir que puedo hacer una botella con arena?

Sonaba de lo más descabellado, la verdad. Pero bueno, ella era la que sabía, de todas formas. Pero… No imaginaba que un puñado de arena se pudiese convertir en… nada.
Arena…

Ocho, nueve o diez. Bueno… Era una franja, al menos. Solo de imaginar a una pequeña Lea de ocho años correteando bajo el sol se me dibujaba una gran sonrisa.
Y luego su comentario me arrancó una leve risa.

-Bueno, se te dan bien otras cosas –le respondí, desviando la mirada, con tono despreocupado.

Como cuidar de Telma.
Como…
Otras cosas.

Frunzo el ceño, encogiéndome de hombros.

-Bueno, no es tan simple -puntualizo al ver su reacción-. En términos muy básicos, necesitarías arena y calor. Pero sin el tratamiento adecuado no conseguirías nada. Y no me preguntes cuál es, porque no conozco todos los detalles. Sí sé que el objetivo es fundir los granos en una única masa que moldear. ¿Nunca has visto soplar vidrio?

Tras su comentario me permito una pequeña sonrisa de suficiencia. Sin mirarlo, continúo dedicándome a Telma, cuidadosa. Aunque, como no se tumbe del otro lado, no me queda mucho más que cepillar.

-Lo sé -respondo, con voz tranquila y un deje de orgullo-. Desde siempre se me ha dado mejor el trabajo manual.

Ni siquiera estoy insinuando nada de particular. No necesariamente, al menos. Es un hecho que siempre he sido más hábil en el trabajo práctico.

Asentí, tratando de imaginar una forma de que arena y calor diesen una botella. Quizás pudiese encontrar algo en un libro en la biblioteca. No era que fuese algo especial, pero me había dado curiosidad.
Negué enseguida a su pregunta.

-Nunca… Tiene que ser muy impresionante –le dije, sincero, mirándola.

Soplar vidrio…
Soplar arena y calor para dar una botella. Ni siquiera sonaba creíble.

Terminé de dar caricias a Vilo, dejando la mano a su lado, sintiendo que empezaba a olfatearla. Iba a volver a empezar, pero el comentario de Lea me hizo estremecerme un instante y me puse algo rígido, pasando a mirarla algo desorientado, por un momento.
El dragón había llegado a desperezarse, ciertamente…

-¿Eh?-. Asentí, volviendo un poco en mí. Estaba que saltaba innoblemente a la mínima…-. Sí, claro-. La forma en que cepillaba a Tel era hipnotizante-. Se te ve muy… desenvuelta.

Carraspeé, incómodo, volviendo el gesto a Vilo de nuevo. Debía eliminar aquel sucio doble sentido de mi cabeza. ¡¿De qué nobleza presumía?!
Con Vilo mordisqueándome los dedos era más fácil concentrarme.

Me encojo de hombros con sencillez. Yo he llegado a hacerlo. Quitando posibles quemaduras, no es para tanto, aunque a la vista sí lo parece.

-Más que impresionante, resulta hipnótico -explico-. El cristal se va endureciendo al contacto con el aire, así que hay que saber hacerlo para que salga bien, pero una vez le coges el truco es divertido.

Aunque no lo miraba, el tono de su voz resulta bastante revelador. Lo observo un momento de reojo.

-Céntrate, Rick -pido, por el simple placer de meterme con él-. Te estoy hablando de mis capacidades de artesanía, no de cualquier vulgaridad que se te ocurra. Puedo hacer cosas con las manos que te dejarían sin aliento.

De vez en cuando lo miro, entretenida. No me puedo creer que reaccione con tan poco. Casi me siento como si lo hechizara.

La escuché de nuevo, tratando de imaginarlo. Aunque todavía no tenía claro cómo funcionaba aquello.
Sin duda, encontraría un libro que me lo explicase con alguna imagen. Porque una imagen era más fácil de entender.

-A ver si algún día tengo la oportunidad de verlo… -mencioné, en medio de mi concentración.

Y…
Bueno…
Primero hizo que me sintiese mal, por haber sido un malpensado y por haberlo ocultado tan mal. Luego hizo que… más.
No podía evitar que imágenes apareciesen en mi cabeza, unas encima de otras, encima de…
¿Qué me pasaba? Yo no solía ser tan innoble.

-Estoy… -. La miré de reojo-. Estoy seguro de que sí-. Carraspeé-. ¿No tienes hambre?

Y aquello solo me hizo pensar que…
¡La cena! ¡La cena! ¡Bastardo innoble!

Asiento, pensativa.

-Quizás yo pueda mostrártelo alguna vez -comento-. Pero ya se verá. Puedo enseñarte lo más básico. Lo que se les deja hacer a los niños, vaya. Aunque me gustaba lo del cristal, tampoco me parecía una pasión absoluta, así que me limitaba a jugar. Mi padre tampoco tenía especial interés en que siguiéramos el negocio familiar. Él opina que cada uno debe seguir su vocación, y ya por entonces tenía sus propios aprendices del gremio.

Llego a soltar una risa. Sí, soy consciente de que ejerzo un poder magnético sobre él, pero no esperaba que fuera tan eficaz incluso en un contexto como este. Me encojo de hombros, doy unas palmaditas a Telma en el cuello y dejo el cepillo en el suelo.

-Algo de hambre sí tengo -reconozco.

Sin llegar a levantarme, ya que no está tan lejos, me desplazo hacia donde está él, acercándome sin tapujos a su boca y probándola con calma, aunque no de forma superficial. Cuando me separo, me aseguro de marcar la suficiente distancia como para que no me siga. Lo miro con una sonrisa divertida, ladeando la cabeza.

-Quizá después de la cena pueda explicártelo en más detalle -propongo, sin ninguna inocencia.

Alcé las cejas, inclinándome un poco hacia ella con ánimo.

-¿Podrías? Eso sería genial-. Asentí, con ganas. Su padre parecía ser un buen hombre. Un buen hombre y una buena hija, por supuesto-. ¿Y tu hermano tampoco se dedica a eso? ¿Qué hace él?

La seguí con la mirada, mientras terminaba de encargarse de Telma. Y por su tono parecía que el juego de las innoblezas había acabado.
Pero vino, me besó y no pude evitar estremecerme, correspondiendo enseguida al contacto, notando cómo se me llegaba a escapar un leve jadeo.
Y otro más cuando habló. Definitivamente, había alzado el vuelo…

-Sí –respondí, casi en una exhalación, asintiendo sin darme cuenta.

Telma mugió, grave, y Vilo me lamió el brazo, haciéndome girar la vista hacia él un momento.
La cena, la cena…

Inspirando profundamente me puse de pie, dándole un momento la espalda, acomodándome por encima de la ropa… Era un poco...

-Bueno… -. Me volví hacia ella, ofreciéndole una mano para ayudarla. Innoble, pero gentil-. ¿Has pensado ya qué quieres cenar…?

Yo sí.

-Daín estudia medicina -explico con calma-. Es su gran pasión.

Sus reacciones me satisfacen completamente. Sé cómo funciona. Entiendo cada gesto. Puedo controlarlo con total libertad. Pero ahora no es el momento de ponerlo en práctica, por más que a él le disguste la idea. Tenemos una cena pendiente, y no me molesta en absoluto generar expectativas.

Con ayuda de su mano, me pongo en pie. No voy con él directamente, sin embargo. Antes hay que dejar a Telma en la cuadra. Un día podíamos venir a dormir con ella. Sé que le haría ilusión, y era divertido cuando lo hacíamos. Aunque el motivo no tuviera nada de divertido.

-Todavía no -respondo mientras cierro la cuadra-. Lo pensaré por el camino.

Vilo, por supuesto, nos acompaña. Cuando llego a la altura de Rick, me alzo un momento para revolverle el pelo. A ver si sale de esa ensoñación. Ya tendrá tiempo para ella más tarde.

*Se van*