Establos

Asiento, pensativa. Sí que está siendo raro. Una rareza al mes, más o menos. Porque, como esto siga así, volverá a derrumbarse algo. Lo veo venir.

Me estremezco y niego con la cabeza, sintiéndome algo cansada. Mejor no pensar esa clase de cosas, no sea que las atraiga. Es como cuando pensaba en... No importa. ¿A qué viene todo esto? Necesito distraerme, y necesito distraerme ahora mismo.

Me acomodo sobre Telma, apoyando la cabeza en su pelo. Es suave, mullida y cálida. Da una buena sensación.

-Pasará pronto -murmuro, tratando de convencerme a mí misma de ello-. Antes de que nos demos cuenta, nos habremos olvidado.

Sin embargo, doy un respingo al oír un trueno.

Terminé por recostarme un poco sobre Tel, como ella, manteniendo toda la distancia que la bismonte nos ofrecía para no ser pesado. Telma mugió, animada, buscando mi cara con la lengua. Y lo consiguió, arrancándome un quejido extraño. La miré con una mueca, frotándome la cara con la mano para limpiarme un poco. Al volverme de nuevo hacia Lea la vi todavía más tumbada sobre la bismonte que hacía un rato. Inconscientemente extendí una mano para apartar un mechón de pelo que se le había cruzado en la cara. Me di cuenta, quizás, demasiado tarde. Disimular sería lo mejor. Yo era un as del disfraz y el ocultamiento.

-¡Por supuesto!-exclamé, sacando pecho con orgullo, enterrando las manos en Telma-. ¿No dicen eso de la tormenta antes de la calma? -inquirí, ocultando perfectamente mi nerviosismo-. Seguro que es algo como eso.

Tragué saliva, incómodo. Muy bien, Rick.

Trato de contener la risa ante el gesto cariñoso de Telma, pero es evidente mi diversión al respecto. Le doy un par de palmaditas. Es de lo más adorable.

-Luego dices que no te quiere -apunto, sonriendo divertida.

La sonrisa se me borra en el momento en el que veo cómo acerca una mano a mi cara. Mi mirada se vuelve fría un instante, reflejando una advertencia. Antes de que me alcance me paso una mano por la cara, como frotándomela, tratando así de ahorrarle y disculparle el gesto. Trato de ignorar sus intenciones.

Niego lentamente con la cabeza.

-Es la calma antes de la tormenta -corrijo con voz suave-. Aunque me gustaría que fuera como tú dices.

Trato de ignorar su gesto tenso. Estoy a punto de cerrar los ojos, acomodada sobre Telma, pero no me lo permito. No si va a tomarse confianzas.

Me encogí de hombros, reasignado.

-Quizás me quiera, pero no me respeta -murmuré, finalizando la frase con un tono algo severo, dirigido a la bismonte.

Mi desafortunado gesto fue parado por aquella mirada, que me hizo sentir incómodo enseguida. Aparté la mano. Quería hasta cortármela por querer actuar sola. ¡¡Qué mano más innoble!! Aunque no había creído que le provocase un asco tan grande. Demotivalizaba un poco. Pero mantuve la sonrisa. Quizás se acercaba la hora de retirarse dignamente.
Me froté el parche de la nariz, distraído. Torcí la sonrisa cuando me corrigió, dándome cuenta de mi error. Así sonaba mucho peor.

-Entonces digámoslo así -propuse, noblemente, aunque mi sonrisa ya debía de ser algo reasignada, incluso-. Si hay calma antes de una tormenta tiene que haber calma después.

Arqueé un poco la espalda, reacomodándome. Telma era cómoda y calentita. Qué envidia.

-¿Vas a dormir aquí? -pregunté animado, lanzando una mirada afuera.

Aquella lluvia hubiese sido el momento ideal para compartir un lecho seductoramente, como dos amantes. Aquello contaba siempre mi padre.

Lo miro con desaprobación.

-Qué poco aprecio -lo regaño-. Si te adora. Es evidente. Y ni siquiera eres capaz de verlo. Tiene que ser una sensación horrible...

No doy más vueltas a lo que ha hecho, pese que parece haber dejado huella en él. En realidad, tampoco es que haya llegado a hacer nada.

Asiento suavemente a su propuesta, aunque no muy convencida.

-Suena mejor dicho así -murmuro, aceptándolo.

Me encojo de hombros ante su pregunta. Me incorporo un momento, estirándome un poco para mirar al exterior, aunque en realidad prefiero no verlo. Todo lo que puedo percibir es la sombra de un rayo reflejada en las juntas de la construcción. Miro al techo, poco convencida, y me estremezco. Me vuelvo entonces a Rick, con una mueca.

-No es que viniera con esa intención, pero... -Niego con la cabeza-. Salir ahora sería una soberana estupidez. Supuse que en un rato la tormenta pasaría, pero parece que no tiene intención de amainar en absoluto. Mejor será esperar.

Miro alrededor. Recuerdo entonces los dos bultos durmiendo hace apenas un par de días. El establo es acogedor, por más que muchos puedan pensar lo contrario.

Sonrío a Rick.

-Tampoco es tan mal sitio para dormir -repongo-. Hay heno, sacos y algunas mantas viejas. Es un sitio cálido, y el olor no es desagradable. No es algo que me disguste.

La contemplé, con una sonrisa cansada, que se animó con sus palabras. Aunque había un poco de irnoía... No... ¿Cómo era? Sus palabras resultaban como un poco irniónicas. No.
Daba igual, de todos modos. Lo mejor sería no insistir con aquello. Empezaba a comprender lo que me había dicho el día del entrenamiento. Solo que sí me atraía. Me atraía. Me gustaba. Pero aquello comenzaba a fatiguizarme un poco. Ni siquiera aquello. Era como triste, porque ni me correspondía ni parecía querer siquiera que el aire que movía al andar la tocase. Solo nos unía Telma.

-Claro que sé que me quiere -terminé por decir, acariciando la cabeza de Telma con cariño-. Ella siempre está ahí.

La noche que Inger y yo cortamos, la noche que volví a verla porque vino aquí, a los establos, cuando fui un mendigo... Telma siempre había estado en los momentos duros, dándome su apoyo de bismonte.

Mientras Lea contemplaba la lluvia no parecía muy contenta. Tuve que dejar de mirarla porque Telma quería que le hiciese más caso. Por supuesto, lo que decía era cierto. Yo mismo veía una locura el lanzarse de nuevo a aquella lluvia incesante. Y deseaba, por supuesto, tumbarme junto a ella. Y ella o no lo sabía o lo imaginaba y prefería no decirlo para no volver a poner aquella cara de haber hallado un pelo en la comida.
Asentí, esforzándome por no estar desanimado, ensanchando la sonrisa, recordando.

-Por supuesto. Duermo aquí muchas veces. Y antes mucho más, cuando era un mend... -. Me detuve. Aquel recuerdo innoble me dejaría en un lugar menos viril-. Telma se pone caprichosa a veces. Y el heno es agradable -. De nuevo, recordé su expresión al hablarle del olor a heno y me arrepentí. No daba una bien-. En ese caso creo que mejor iré despidiéndome -dije, esperando que aquello no trajese recuerdos negativos, frotando el hociuco de Telma con la palma abierta-. Empieza a ser tarde.

Ojalá ella fuese una de aquellas damas que, asustadas de los truenos, te pedían tu calor por la noche. Los abrazos varoniles se me daban mejor que bien. Pero Lea era diferente. Aunque aquello no me disgustaba de alguna forma. Era extraño y contradichoso.

Asiento, conforme. Supongo que eso es suficiente. Le doy un par de caricias a Telma.

-Algún día conseguiré reconciliaros -me propuse-. No hacéis más que quejaros el uno del otro. Sois como un matrimonio.

Continúo acariciando a Telma, sonriendo.

-Se está bien aquí -asiento.

Por eso mismo me sorprende un tanto la conclusión de lo que dice. Lo miro un momento, tratando de seguir el hilo de sus pensamientos. Dudo un momento, planteándome si simplemente dejarlo estar. Pero, por algún motivo, me sabe un poco mal hacerlo.

-No parece muy buen momento para salir -comento-. A lo mejor deberías quedarte tú también. Al menos hasta que escampe.

Miedo me da lo que ese cerebro de mosquito pueda sacar en limpio de una propuesta, en principio, lógica. Pero es lo mejor.

Me levanto, dirigiéndome a la parte trasera, en busca de una manta. Que haga lo que quiera.

Telma mugió a sus palabras, animada. La miré de reojo, casi molesto, pero terminé de rascafrla tras las orejas, suspirando, rindiéndome ente su encanto de bismontita.

-La culpa es de Tel -me quejé, mirando de nuevo al animal por el rabito del ojo. Parecía burlarse de mí-. Pero te perdono, Telma. A partir de ahora tienes que ser buena.

En respuesta, un mugido solemne. Aprendía rápido, aunque parecía mentira. Pero era una noble bismonte, al fin y al cabo.

Iba a empezar a plantearme de verdad el lanzarme al exterior corriendo para no morir en el intento cuando ella dijo aquello. Aunque visto lo que había hecho solo con acercar mi mano a ella. No me puse, pues, a saltar. ¡Aunque siempre que una dama me había dicho aquello había acabado de una forma poco decorosa y muy pasional!
Me volví, ocultando mi sonrisa de ilusión como un buen caballero.

-Supongo que podría quedarme un poco más -murmuré, apretando los dientes para no sonreír-. No quiero acabar en la enfermería.

Al verla irse aproveché para hacer un gesto de victoria, que solo Telma podía ver. Luego me acomodé de nuevo en la paja, preguntándome en qué lugar me encontraría lo suficientemente lejos de Lea. Ella elegiría, por supuesto, al regresar. Quizás yo debiese dormir en el suelo y ella en la paja... Aquello era más propio de un hombre.
Miré el suelo de reojo, pensativo.

Niego con la cabeza.

-No tenéis remedio -suspiro.

Tras su respuesta, me encojo de hombros y me voy hasta el almacén, en busca de algo con que abrigarme. La capa de Rick sigue mojada, colgada de un poste de madera. Necesito una manta. Pronto me hago con un par de ellas. Están un poco raídas, y mejor no quedarse con frío.

Vuelvo y me siento sin dudarlo junto a Telma. Le doy de nuevo unas caricias. Adoro dormir con ella.

Miro un momento a Rick, que parece estar buscando algo, pero no le presto demasiada atención. Me echo las mantas por encima y de nuevo miro al techo. Los truenos no cesan, ni tampoco la lluvia.

-Empieza a ponerme nerviosa... -murmuro entre dientes.

No conseguí decidir dónde dormir, de modo que cuando ella volvió yo seguía en el mismo sitio. Pero al verla prepararse pensé que con Telma entre los dos podríamos dormir ambos sobre la paja. Ella haría de barrera de la pureza, como la pared entre la cama de dos jóvenes amantes aún no preparados para enfrentarse al mundo de la pasión y los adultos. Solo que sin ser amantes.

Su comentario me hizo mirar hacia el exterior, como pude, aunque la oscuridad no me dejaba ver. Me podía imaginar la lluvia, de todas formas.

-Cuando era pequeño tenía miedo a los truenos -confesé-. Creía que el cielo se iba a romper y me iba a caer encima. Pero desde que tengo a quien proteger no me dan miedo-murmuré, ausente.

Pensaba en Nadia. Desde su nacimiento yo me había convertido en un protector. Y no podía tener miedo. Los héroes eran aquellos que tenían que mantener la sonrisa cuando todo iba mal para animar a los demás a hacer lo mismo. Aquel era el verdadero camino del caballero.
Me froté la nuca con la mano, como disculpándome de pronto.

-Lo siento. No tiene mucho que ver. A veces no sé qué digo -. Estiré los brazos hacia arriba, dejándome caer de espaldas sobre la paja, y dejé de verla porque Telma nos separaba-. Si dejas de hacerles caso terminarán por ser tan lejanos que parecerán una especie de murmullo, creo.

Como cuando ella hablaba con Telma y al final, aunque la oías, no sabías qué decía porque estabas relajado. Pero distinto. En peor.

Le diría que no podía pasarle nada, porque yo estaba allí, pero seguramente ella sabría que no podía pasarle nada por un trueno. No era una niña. Ni una frágil dama de aquellas que se ruborizaban al tenderles el codo para pasear.
Respiré hondo. Pero había alguien que sí podía hacer algo, ¿no? Alguien que podía arroparla aquella noche.

-Telma -murmuré a la bismonte, con una sonrisa algo triste-. Tienes que estar tranquila esta noche para que Lea no se enfade. Y no dejes que pase frío.

Telma mugió, y su aliento olía a heno. Obediente, se acercó un poco más a la flamma.

Contengo una sonrisa presuntuosa. Yo jamás he tenido miedo. Es algo que siempre me ha hecho gracia, ese pequeño detalle. Recordar a Io envuelta en sábanas, mirando por la ventana con expresión horrorizada y sentir, por una vez, que yo estaba por encima de eso, que en algo era de verdad la mayor. Era un detalle estúpido, pero no dejaba de ser llamativo.

-Yo siempre he pensado que están demasiado lejos como para tenerles miedo -comento, segura-. Aunque viendo la noche de hoy, dan ganas de replanteárselo...

Niego con la cabeza, reacomodándome.

-Pasará -aseguro-. Para cuando nos despertemos mañana, ya no quedarán más que charcos.

No parece que vaya a amainar, pero es una idea esperanzadora. Varias horas de sueño podrían ser suficientes para detener la tormenta.

Cuando Telma se me arrejunta, trato de abrazarla, incapaz de abarcarla con los brazos. Es muy cómoda.

-No pases frío tú tampoco -murmuro, con voz somnolienta-. Buenas noches.

No tardo mucho más en quedarme dormida.

*se duermen*

El tiempo no había mejorado. Me había despertado un par de veces, por los truenos. Entonces me daba la vuelta e intentaba seguir durmiendo, distinguiendo a Tel en la oscuridad. Pero ya de mañana me pareció demasiado. Quizás aquel día sí que se iba a caer el cielo en trozos sobre nosotros.

Me levanté silencioso como un héroe y contemplé a Lea, dormida, acurrucada contra la bismonte. Luego volví la vista afuera. Tomé la determinación más noble y una capa y me lancé al granizado sin pensar. El agua y el hielo me golpearon todo el camino hasta Brontë.

Tardé en volver bastante, cargando con un saco y algunas cosas más. Había conseguido una especie de paraguas que parecía resistente, aunque zaranizado por el viento parecía un palo inútil. Pero seguía entero.
Dejé en el suelo el saco y saqué de él una muda de ropa para quitarme la empapada, que colgué. Ya seco, me acerqué a la flamma y la bismonte. Acaricié la cabeza de Telma. Luego, cuidadoso, aproximé las yemas de los dedos al rostro de Lea, pero no llegué a tocarlo. Hubiese sido innoble.
Cansado, volví a mi rincón en la paja, al otro lado de Telma, y saqué una naranja del saco que comencé a pelar.

Los truenos todavía retumbaban. ¿Se acabaría el mundo si el cielo caía?

*se queda*

Aunque suelo estar cómoda en las cuadras, no he dormido especialmente bien esta noche. Estaba incómoda, daba vueltas y no acababa por rendirme al sueño. Hacia la mañana, sin embargo, estaba ya tan cansada que me dormí profundamente, y no vuelvo a despertarme hasta mediodía. Cuando lo hago, son los truenos los que me devuelven al mundo.

El oírlos me hace querer no abrir los ojos. Aún no, aún es demasiado pronto, aún no se ha calmado el temporal. Debo esperar un poco más. Sin embargo, el cuerpo me duele de mantener tanto tiempo esta postura, así que acabo por aceptar que estoy despierta. Suspiro y me froto la cara.

Me incorporo lentamente, aún algo desorientada. Telma aún duerme, y Rick, un poco más allá, come una naranja. ¿Por qué tiene una naranja? Me fijo en que hay más cosas junto a él, y en que está calado.

-Has salido fuera -señalo, con voz aún pastosa. Vuelvo a frotarme los ojos y me paso los dedos por el pelo, tratando de ponerle orden.

Cuando Lea comenzó a moverse yo iba por la segunda naranja. La saludé con una sonrisa al verla sentarse. Un "bella dama" estaba de más, pero no lo otro.

-Buenos días -dije pues, aunque un trueno lejano me hizo cambiar de idea-. Bueno, ahí fuera no diría que son bueno, pero aquí se está bien.

Telma, también despierta, bostezó ampliamente, estirándose perezosa. Ambas tenían cara de medio dormidas y resultaban bastante tiernas.

-He ido a por algunas cosas a palacio -expliqué, con un asentimiento, tomando el saco y sacando una capa oscura-. Los del servicio me dieron esta para la lluvia -expliqué acercándosela-. Y también un paraguas. ¿Prefieres chocolate o fruta? -pregunté entonces, risueño, sacando uba bota y una taza. Aunque al tocar la bota fruncí el ceño, contrarizado-. Esto estuvo caliente en algún momento -mascullé-. Batzall...

Telma olisqueó el aire, curiosa. La muy golosa seguro que buscaba algo para ella, también, así que le acerqué una manzana.

Miro de reojo a Telma, que está también amaneciendo, y me vuelvo de nuevo a Rick. Está curiosamente activo, y parece haberse preparado para pasar en las cuadras un apocalipsis. Y yo que solo había venido a ver a Telma...

-¿Nos estamos mudando? -pregunto, irónica. Aunque, la verdad, es cómodo esto de tenerlo todo tan a mano.

La lluvia y los truenos me indican que fuera sigue haciendo horrible, pero aquí dentro, tal y como dice, se está bien. Es un lugar que retiene bien el calor.

Me yergo un poco hacia él, contemplando lo que ha traído con curiosidad.

-¿Qué fruta hay? -pregunto.

Fruncí el ceño, contrarizado, aunque terminé por sonreír. Eso lo había dicho ella, no yo.

-No pienso bien con el estómago vacío -comenté, con un tono noble y serio-. Pensé en echarte a la lluvia primero, pero me pareció una mala manera de despertarte -añadí luego, cruzándome de brazos con una sonrisa de lado.

Suspiré. La verdad era que Lea agotaba mi energía muy rápido, y sin hacer nada. Era inexplicable.

-Un par de manzanas, una naranja, dos plátanos, una pera... Un plátano -me corregí, tomando el otro para mí. Luego le tendí la bolsa para que cogiese lo que quisiera.

Había decidido no ser tan caballeroso. No iba a ofrecerle la fruta pelada en una bandeja. ¡Ya no! No la autosegaría, ni la molestaría más. Sería amable, pero nada especial. Nada de piropos hermosos ni de palabras amables. Desde aquel momento renunciaba a mis corteses intentos de seducimieto.

Me puse en pie, activo, y me acerqué a la puerta, mirando unos segundos fuera y volviendo junto a Telma, que había acabado la manzana. Le di la mitad de mi plátano y escuché un mugido desde las cuadras. Era otro bismonte.

-¿Tú también? -. Me acerqué, frunciendo el ceño, pero acabé por darle un trozo también-. Agradece que mi querida madre me haya enseñado amabilidad -gruñí, en broma, acariciando el hociuco del animal.

No me molesto en contener una mueca de desagrado.

-Sí, menos mal que te lo replanteaste -gruño, con tono algo amenazador. Lo que me faltaba por oír.

Mientras enumera la fruta me acerco hasta su altura, observándola con interés. Veo cómo coge uno de los dos plátanos con total naturalidad, y tengo que reconocer que llega a sorprenderme. ¿Desde cuándo actúa con tanta tranquilidad?

Me encojo de hombros, indiferente, y me hago yo misma con la pera. Tiene buena pinta. La froto un momento contra mi camisa antes de darle un buen mordisco. Está fresca y jugosa.

Me siento a comerla tranquilamente mientras observo a Rick, que discute con un bismonte. Parece uno de ellos.

-No la mimes de más, que luego no come -murmuro, mirando con desconfianza a la caprichosa. Es de las que más comen, lo tengo comprobado.

A su gruñido respondí con una sonrisa. Vaya mal despertar, por Mithos. Era hasta entretenido, si no me centraba en que estaba siendo borde conmigo. Aunque debía saber, por supuesto, que lanzar a una dama durmiente a la tormenta me parecía innoble, casi inhumano. Quizás a Lester, pero ella no era una dama.

Al ver a Lea comiendo la pera pensé, enseguida, en darle algo para limpiarse. A veces las malvadas peras mojaban las manos con su agua dulce y pringosa. A punto estaba de ofrecer mi capa para que se secase, pero me contuve, terminando de frotar la nariz del bismonte. ¡Nada de todo aquello! Me iría y no la molestaría más.

-Así que eres una chica -dije a las bismonte, con las manos en la cintura, sacando pecho-. Qué afortunado caballero soy, rodeado de damas -. Sonreí, acariciándola un poco más. Al volverme vi que Telma me miraba, casi furiosa, y saqué pecho con orgullo, jucoso-. Y hay qué ver qué posesivas. Pero no es justo, Tel. También tú juegas a dos bandas -. Sonreí, lanzando una mirada a la flamma, eludiendo a ella, volviendo junto a Telma para darle algún cariño.

Un trueno me hizo estremecerme. Pronto tendría que salir, y el panorama no dibujaba bien. No mejoraba. Seguía igual. Peor, me atrevía a decir.

Niego con la cabeza, tranquilamente sentada en mi rincón.

-En realidad, la mayoría son machos -replico, señalando las cuadras ocupadas. Señalo primero las más cercanas a la entrada-. Están separados. Las más cerca del exterior son las hembras -. Señalo un poco más allá-. Y todos los demás a partir de esa cuadra son machos. Por eso Telma va allí.

Continúo con la fruta, perfectamente jugosa, que me refresca la garganta. Recojo con la boca el jugo que se me escurre por los dedos.

-Como siga lloviendo así, vamos a quedarnos sin fruta por una buena temporada... -comento, preocupada.

Cuando he terminado, comiendo incluso el corazón, me lamo el jugo de los dedos y me limpio las manos al pantalón sin muchos miramientos.

Seguramente las hembras estaban allí para poder escapar las primeras si pasaba algo. Mujeres y niños primero, como se solía decir. Por otro lado, los pobres machos debían de sentirse muy solos apartados de la hermosura. El mundo era cruel con los varones, aquello era así.
Asentí, dando a entender que memorizaba aquellos datos. Estaba bien saber cómo dirigirme a ellos. Damas y caballeros. Todos localizados.

Contemplé a Lea comer, curioso. No tenía reparaciones en mancharse y lamer el agua de la pera de sus manos. Se comió incluso el centro, y luego se limpió a la ropa. Admito que me pareció menos refinado de lo esperado. Las damas solían pelar la fruta antes, secándose con elegancia en una servilleta las manos y los labios para estar presentables. Me acababa de resultar ciertamente campestre.

Asentí, algo atolondrado. Si quería fruta iría a buscársela a donde fuese. Se veía que no desaprovechaba la pieza.

-Ni tampoco heno seco -comprendí de pronto, contemplando a Telma-. Aunque dudo que una tormenta pueda durar más de un par de días. No puede haber tanta agua en las nubes.

Y por más que decía, el manto negro del cielo era tan enorme como llevaba siendo todo el día. No parecía acabar.
Apreté la mandíbula, incómodo. En algún momento tendría que dejar los establos.

Niego lentamente, encogiéndome de hombros.

-¿Nunca has ido al almacén? -pregunto-. El heno es muy fácil de almacenar, no creo que ellos tengan problemas con la comida. Aunque, si nosotros tenemos problemas, será el final para ellos.

Me acerco a uno de los chicos, que me lame las manos, goloso. Lo dejo hacer, aunque poco va a poder aprovechar ya. Quedan pocos restos del jugo.

Miro a la entrada, con gesto serio.

-No parece que tenga intención de parar...

Un almacén. Aquello lo explicaba todo. Que recogiesen heno cada vez que lo necesitasen era absurdo. Pero habiendo un almacén todo tenía sentido.
¿Por qué no guardar las frutas en un almacén, entonces? Así tendríamos fruta pese a la lluvia. ¡Era un genio!

Los animales la querían, y entonces ella dejaba que le lamiesen los dedos. Pero yo acercaba una mano a su cara y ya ni me dejaba rozarla, con aquella mirada. Al final sí daban ganas de volverse peludo y animal. No había nacido de la raza adecuada para conquistarla.

-Por las nubes que se ven, creo que durará hasta la noche -murmuré, estrechando la vista para intentar ver más allá.

Llevaba tantas semanas lloviendo que casi solo recordaba el cielo de los días de nieve. Aunque había habido un par de días claros por el medio.

Si nos quedábamos mucho tiempo allí habría que buscar una forma de pasar el tiempo entre idílicos... Aunque aquello era una excusa, claro. Yo ya había salido una vez. Mojaba, pero se podía hacer.

Y todo lo que pensaba era demasiado amable para que lo dijese. ¡Los nobles favores corrían por mis venas!

-Por otro lado, es una oportunidad para entrenar con tormenta -dije, sonriendo. Y al instante me sentí algo tonto.

Suspiro, al tiempo que niego con la cabeza. Sigo acariciando un rato más al bismonte, pensativa. ¿Por qué no hacer un techo del establo al palacio? Ni que estuvieran tan lejos...

Hago una mueca de desagrado.

-Pues como siga así, vamos a tener que irnos, aunque sea empapándonos -murmuro, no muy convencida de mis propias palabras.

Lo miro de reojo, aún menos convencida, cuando habla. Entrenar. Otra vez. Me vuelvo hacia él, pensando cómo excusarme. Aunque no debería excusarme.

-Yo aún no estoy bien del todo para eso -acabo por exponer-. Tengo que hacer ejercicios para fortalecer el hombro, pero no puedo entrenar como siempre, y menos ahí fuera. Quizá pueda hacer ejercicios suaves, o algo de magia. En cualquier caso, estoy segura de que no podría seguir tu ritmo.

Ya está, ya lo he dicho. No estoy a la altura, soy peor. Tampoco me importa. Es un hecho, sin más.

Asentí, pensativo, aunque terminé por sonreírle. Hice alisión al paraguas con un gesto, encogiéndome de hombros.

-Con el paraguas y la capa quizás puedas llegar seca a palacio -sugerí, cruzándome honorablemente de brazos-. Menos la cara -añadí entonces, dibujando una sonrisa algo burlona, aunque no dejaba de ser cierto.

De modo que todavía le dolía el brazo. Como ya lo llevaba libre ni me lo había planteado. ¡¡Qué maleducado había sido!! Aunque, por otro lado, así no sería pesado y estaría cumpliendo mi proposición de no ser pesado.

-No te preocupes -tanquilicé, descruzando los brazos y llevándomelos a las caderas, sacando pecho como un verdadero hombre-. No te haré salir a correr al lodo hoy -dejé caer, dejando latente que era broma.

Aunque las damas y el lodo pegaban muy bien en según qué momentos. Era un pancepto interesante.

¿Y acaso el reconocer mi poderío no era una señal de aceptación? Las mujeres elegían al macho más fuerte, al fin y al cabo. Aunque no la veía yo muy convencida de aquello. Y, sin embargo, ¿podría hallar a otro macho más fuerte? Lo dudaba.

-Tú reponte -dije, repentinamente serio.

Miro el paraguas de reojo, sin mucha confianza. No parece muy firme, y el viento ruge fuera. Además, su intento de broma no tiene ninguna gracia. No sé qué le pasa hoy, que está tan dicharachero.

-Creo que esperaré a que escampe un poco... -comento, negando con la cabeza.

Frunzo levemente el ceño. ¿Pero qué pasa aquí? ¿Qué es tan gracioso y por qué me lo estoy perdiendo?

-Ni hoy ni nunca -respondo, cortante.

Parece que por fin deja las bromas. Me encojo de hombros. Ya puedo hacer ese gesto.

-Estoy en ello -murmuro, con voz algo menos hostil.