Establos

Insiste, claro. Es normal, yo misma le he dado información de la que tirar. No creo que sea asunto suyo, realmente, pero entiendo su curiosidad al respecto. Me pregunto si me ve como una rival, o algo así. Por mi parte, se lo regalo. Pero no me importa darle mi punto de vista, aunque este no vaya a explicar el comportamiento de su amorcito.

Niego firmemente con la cabeza.

-En ningún momento fue nada serio ni especial -rechazo con seguridad. Solo sexo y palabras agresivas. Es todo lo que he compartido con él-. Sí llegó a volverse insistente en ciertos momentos, pero dudo que buscara nada más que sexo. Aunque, como he dicho, no puedo hablar por él.

En el fondo, supongo que rechazo la idea por ser quien es Gerald. No me pega en absoluto que sea celoso teniendo en cuenta lo poco que parece importarle todo. Tampoco creo que yo le parezca importante teniendo en cuenta cómo me trata. O eso, o es un crío sin remedio. Teoría que tampoco puedo descartar.

Parece darse por satisfecha, o como mínimo considera que ha hurgado suficiente. Niego cuando vuelve a disculparse. Ya es suficiente, niña. Te guste o no, el asunto no iba contigo, así que no intentes hacerte resposable. Ni mucho menos responder por ese imbécil.

-No hace falta que te disculpes -indico.

De todas formas, por suerte, no tarda mucho más en irse. Mejor. Resulta molesta, incluso cuando no intenta serlo, que son pocas veces. Vuelvo a mi trabajo.

Cuando Rick habla, pongo los ojos en blanco, sin volverme.

-Me enerva -comento, con cierto tono molesto.

Una vez, en una batalla contra unos malandrines, uno de ellos me golpeó con un bate en el vientre, en el estómago, hacia dentro. En aquel instante me quedé sin oxígeno, se me llenaron los ojos de lágrimas y tuve dolor como tres días. Parecía que se me hubiese aplanado el estómago. No era tan doloroso como una patada en la nobleza, pero tampoco se quedaba atrás como recuerdo doloroso.
Más o menos aquello sentí en los establos. Aunque sin lágrimas, con oxígeno y, esperaba, sin dolor tres días. Hubiese deseado haberme ido antes diciendo que eran cosas de damas.
¡QUÉ DEMONIOS! La verdad era la verdad, y un caballero debía saber con certeza que la verdad siempre era la verdad y que...
Vaya mierda.

Gerald había disfrutado de Lea antes que yo... Gerald parecía querer disfrutar de Inger (tenía que encontrarla para impedírselo). Porque sabía que dos hombres no tenían vagina, porque empezaba a temerme que Gerald me buscase luego a mí. Mithos...

Cuando todo aquello acabó, Lea me daba la espalda. Así tenía un poco de tiempo para recobrarme del doloroso ataque. Lo peor de todo era que, si el motivo era aquel, incluso llegaba a comprender al malandrín de Gerald. Aunque no volvería a bajar la guardia.

Acaricié un rato más a Telma, en silencio, contemplando trabajar a la flamma, tratando de no pensar en si ellos lo habían hecho en los establos, ni en si Telma los habría visto, o en si habrían usado la manta sobre la que yo solía tumbarme, ni...

Me levanté y comencé a imitarla en otra de las cuadras, silencioso. No era tan bueno como ella, pero era tarde, estaba frustrado y acabaríamos antes. Ella sola se bastaba para detenerme con un solo gesto.

No habla más. Ni yo tampoco. De hecho, parece que esté sola de nuevo. Casi resulta agradable. Salvo porque sé que el silencio esconde algo. Salvo porque lo veo, poco después, imitarme. Lo dejo hacer. Por mi parte, termino y procedo a guiar a los bismontes a su establo.

Falta el de las hembras, en el que está Rick. Entro con él y procedo a trabajar. Por supuesto, entre dos terminamos en seguida, aunque su trabajo no sea bueno. Salgo entonces y el indico que haga lo mismo. Lleno el bebedero y hago entrar a los animales que quedan. Telma, remolona, busca excusas para no entrar. La dejo estar en lo que guardo el rastrillo.

No me gusta este silencio. Es un reproche y lo sé. Y no es un reproche que me merezca. Me vuelvo a Rick, seria, aunque sin agresividad.

-Puedo hacer lo que quiera con mi vida -advierto, mirándolo de tal forma que no pueda rehuirme-. Estoy en mi derecho. Y te lo advertí desde un principio. Si tienes algo contra ello, más te vale escupirlo que dedicarte a atormentarte tú solo. Y si no vas a hablar, no pienso hacerme responsable.

Lo que no voy a hacer es aguantar esa actitud tuya. Ni soy estúpida ni me gustan los malos tragos.

Trabajamos en silencio durante un rato. Parecía que el tema había quedado olvidado. Nadie dijo nada. Aunque después de un rato, cuando ya habíamos terminado, cuando parecía que lo siguiente era irse, habló.
La contemplé, inmóvil, mientras movía los labios, mientras pronunciaba aquellas palabras, y mi cabeza funcionaba, dándoles vueltas, cuando ella no había acabado de hablar, buscando qué respuesta correcta y noble dar a aquello.

Esbocé una sonrisa. Me costó, pero luego resultó que hasta era natural. No era la más animada del mundo, pero, para mi sorpresa, tampoco deprimida y triste.

-Me pareces una mujer increíble -comencé, rascándome la patilla derecha un momento, con el índice-. No voy a cambiar de opinión por confirmar una sospecha, aunque no me agrade oírlo-. Asentí, manteniendo la suave sonrisa-. Tienes derecho a hacer lo que desees. Soy consciente de ello.

Solo que... era un poco incómodo. Y quizás más el haberlo escuchado de sus labios. Pero peores cosas, más innobles, había hecho el caballero allí presente.
Aquello hacía que escociese más la herida del vientre, del algún modo, pero ya estaba. Hubiese sido peor haberlo escuchado semanas atrás. Días, incluso.

Arqueo una ceja. Ya. Claro. Lo de siempre. Todo da igual porque Rick Dehnel es ciego a todo. Excepto al hecho de que soy la mejor persona sobre la faz de Mithos. Exactamente lo mismo de siempre.

-Oh, claro -replico-. ¿Hubieras preferido quedarte con tu sospecha? ¿No saber jamás nada del asunto? Quizá darle vueltas hasta convencerte a ti mismo de alguna teoría sin fundamento, buena o mala. Que yo haga una lista de secretos. El lado oscuro de Lea. O mejor, el otro lado oscuro. Ya tenía uno de antes, ¿no?

Me molesta porque me estoy preocupando de tener un detalle con él y ni siquiera parece entenderlo. A mí, en realidad, me da igual. Sí, Rick besa el suelo que piso. Sí, a Gerald le gustaría volver a empotrarme contra unas estanterías. Bien por ellos. Pero me estoy tomando la molestia de intentar dejar las cosas claras para hacer la situación más fácil, y ni siquiera veo resultados.

Alcé un poco la barbilla, frunciendo el ceño contrarizado, al escucharla. Estaba poniendo a prueba mi paciencia noble. No comprendía qué había dicho para que hubiese empezado a decir aquellas cosas. Ni que hubiese insultado a su noble madre.

-No -respondí, con tono más seguro-. No hubiese preferido nada. Si es la verdad, es la verdad -. Me froté la cara con la mano, deteniéndome a pensar un instante-. Me molesta. Son celos, supongo. Quizás ayuda que no tenga muy buena imagen de Gerald ahora mismo. Pero no tengo motivos, siquiera, para darle vueltas. No soy un niño y no voy a ponerme a suplicar a rastras que seas solo mía, no te preocupes.

Apreté la mandíbula un instante, serio.
Si deseaba serlo, sin embargo, era el momento. Podía decir algo al respecto.
No quería, claro... Eso lo sabíamos los dos.

Telma me frotó con la cabeza, un instante. Luego miró a Lea.

-Todo está bien-. La miré fijamente, relajando el gesto, esbozando una sonrisa, algo más tranquilo.

Pongo los ojos en blanco.

-Tampoco yo tengo una buena imagen de él ahora mismo, precisamente -replico, esbozando una mueca de desagrado.

Suspiro, frotándome un momento la cara, apartándome el flequillo. No sé a qué cree que me dedico. No sé si quiero saberlo. Pero tampoco me gustan los malentendidos, así que no voy a dejar pasar el asunto como si nada. Le dedico una mirada dura, molesta.

-¿Qué es lo que crees, Rick? ¿Que me dedico a restregarme con el primero que pasa? ¿Que suspiro por ser el centro de atención en una orgía? -Por supuesto, soy consciente de que estoy exagerando, pero con lo dramático que es a veces casi prefiero ponerme en puntos extremos.

Fruncí el ceño, retrasando la cabeza un instante, como si en vez de hablarme me hubiese echado agua a la cara y me apartase. ¡¿QUÉ DEMONIOS DECÍA?! ¿Cómo iba yo a pensar una cosa como aquella de ella? Mithos... ¡Ni se me hubiese ocurrido insinuarlo! ¿Pero por qué decía aquello? Si no le había gustado lo que habíamos hecho la noche anterior podía decírmelo y lo aceptaría. No necesitaba aquellas cosas.

-No -repliqué, sonando incluso algo ofendido, hablando más aprisa-. ¡No creo tal cosa ni pretendo insinuarla!

No me salían ni las palabras. ¡Para prostituta estaba Lester, Mithos! ¿Qué había de malo en que se hubiese acostado con Gerald, por poner un nombre? ¡O con dos incluso! Si le apetecía... ¿O podría jurar yo que no hubiese sucumbido a las garras de Fera, la dama del bosque, o de madame Desmartillos?

Entonces... Un segundo...

-¿Qué piensas tú de mí? -inquirí, sereno, mirándola fijamente, serio. "Porque, de verdad, no te entiendo."

No esperaba que se arrodillase y me dijese que me amaba, ni que me pidiese que fuese su caballero por la eternidad, pero ya que estaba... Por preguntar no se perdía nada.

Asiento. Es algo. Supongo que me estoy preocupando sin motivo. O sin tantos motivos. Si estaba molesto, probablemente, no había nada que yo pudiera hacer al respecto. Tan solo asegurarme de que no me echaba a mí la culpa. Y parecía que no lo hacía.

-Bien, de acuerdo -acepto, seria.

Su pregunta, en cambio, me pilla por sorpresa. Frunzo el ceño, mirándolo un momento, pensativa. Ni siquiera sé si me lo he planteado. Bueno, sí que me lo he planteado. Pero decirle que me parece un idiota redomado me parece crudo incluso para ser yo. Tampoco busco atacarle, así que tengo que pensarlo un momento.

-No me resultas desagradable -concluyo, tras un momento de silencio-. No me incomoda tu presencia. La mayoría de las veces -. Me encojo de hombros. ¿Qué puedo decir?- No pareces precisamente espabilado, pero no es algo que me moleste. Yo qué sé.

Podía concretar un poco más la pregunta. O dejarlo estar, casi mejor.

Fin de la discusión. Me alegraba enormemente. No me gustaba el rumbo que estaba llevando aquello, porque ni siquiera entendía las acusaciones. ¡NO ENTENDÍA POR DÓNDE IBAN SUS PENSAMIENTOS! Pero ya estaba. Se había calmado.

Luego hice mi pregunta. Y se lo pensó. Cualquiera hubiera pensado que iba a decir algo muy profundo, aunque tal como empezó parecía que hablase de la brisa primaveral... Aunque, bueno, no era odio. Pero a aquellas alturas ya esperaba que no fuera odio.
Mi madre decía siempre que había que ser amable, y que cuando le dijeses a alguien una de sus malas cualidades debías meter dos buenas para suavizar la sensación. Y ella, en aquel mismo instante, parecía estar haciendo aquello. Y yo no era nadie para criticar, Lea era hermosa, su habilidad con los animales era impresionante, pero aquello de ser amable no se hacía así. Parecía que hubiese comprado las los piropos en una tienda de segunda mano, y rotos.
La mueca de dolor duró un instante. Luego sonreí.
Vale, era cierto... Era algo dura a veces. Incluso un fuerte y optimista Dehnel se veía acobardado por aquellas palabras.

Me acercaría para besarla. Quería besarla. Solo un beso, una vez, seguro y suave. Luego me apartaría. Quería ver qué hacía, nada más. Aunque me sentía tan débil frente a ella como para perder fácilmente el control.
Y besarla en sí no me sobraba. Pero era mi propio experimento. No era solo un beso.

Siempre que me acercaba a ella mi mente se preparaba ya para la bofetada. Era increíble.

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Ya veo cuánto le importa la conversación. En fin, problema suyo. Yo lo hago por él, pero ya veo que le da exactamente lo mismo. Se me ocurren dos opciones: o lo he malinterpretado o está totalmente desesperado. Sigue sin ser algo que me incumba, y menos si pretendo ayudar y no colabora.

Así que lo dejo acercarse hasta mí, y cuando me besa, correspondo suavemente, más estudiando qué es lo que busca que prestando atención al propio gesto. Cuando se separa, un momento después, lo miro, seria, acabando por fruncir el ceño levemente.

Para ser tan simple bien que me cuesta seguir el hilo de sus pensamientos. A lo mejor es que ni siquiera hay un hilo que seguir.

El breve contacto me hizo despertar, y ya deseaba lanzarme sobre ella allí mismo, pero fui fuerte y me aparté, ignorando el cosquilleo que subía del vientre al esternón y que parecía tirar hacia ella.
Ya apartado, la observé. Podía decir que no entendía nada, aunque ni siquiera era cierto. Lo que no acababa de tener claro era por qué me dejaba besarla. A veces era tan...

-¿Te gusto? -inquierí, estrechizando los ojos y frunciendo un poco el ceño, como si le estuviese repitiendo aquella palabra rara en piscis que acababa de decirme. Ella era un auténtico jirongláfico.

¿O fue solo sexo muy digno con un hombre en la enfermería? Comprendía que mi fama con las viudas se hubiese extendido y que todas deseasen probar un poco de Dehnel...

Roto los ojos y suspiro, exasperada. Si es que al final no sé por qué intento darle tantas vueltas a algo que no las tiene. Me enerva. Podía espabilar un poquito o algo. Acabo por apoyarme contra la puerta de una cuadra, a mi espalda, frunciendo el ceño y cruzando los brazos. Si es que el pobrecito no da para más.

-No, esto no funciona así -niego firmemente-. Y creo, supongo, espero que no te hayas olvidado de lo que te dije en su momento -. Se me está yendo de las manos... Mierda. Supongo que es un poco tarde para esto-. Te dije que pensaras al respecto. ¿De verdad has pensado algo? Porque parece que simplemente te hayas obcecado con una idea y no salgas de ahí.

Y no es algo que esté dispuesta a aceptar. Si quieres te presento a Io, pero conmigo no vayas en esos términos.

Torcí el gesto un momento. De nuevo guerra. Ya no era la primera vez que usaba aquel tono. Podía hasta contar dos antes: una en los jardines y otra en la sala de entrenamiento. Inflé el pecho, tomando aire por la nariz, para calmarme antes de hablar. Yo era el dócil, al fin y al cabo.

-He pensado al respecto. Por supuesto que he pensado al respecto. Llevo desde entonces pensando al respecto-. Iba subiendo ligeramente el tono, poco a poco. No gritaba, pero empezaba a notarse mi torbulación-. Eres tan... -. Resoplé, frustrado, llevándome la mano a la cara un instante-. Me desanimé muchísimo. Llegado un momento te veía y quería escaparme porque mi ánimo caía y terminaba sintiendo que solo te molestaba-. "A veces" la molestaba, por otro lado-. Y un día ya no me sentí de aquel modo.

Me froté el pelo con la mano, a la altura del flequillo. Tenía la cabeza desordenada. Qué complicada era aquella maldita mujer.

-Tenías razón. No te conocía. Supongo que incluso ahora me quedará muchísimo por conocer, Mithos...-. Apreté la mandíbula, apenas un segundo-. No sé ni qué estoy diciendo...

Lo dejo hablar, escuchando en silencio. Se está poniendo nervioso, y eso me molesta. No me grites. No te atrevas a gritarme. Yo no te he gritado. Tengo derecho a hacer preguntas, ¿no? Así que no me trates como si todo lo que te importara fuera que no me limito a hacer que te corras. Porque si lo que buscas es sexo, sin más, dilo desde el principio y me ahorras más de un dolor de cabeza.

-¿Te molesto yo? -pregunto, con voz bastante más calmada que la suya-. ¿O te molesta esta conversación? No sé qué es lo que te pone bajo tanta presión, pero relájate. Solo estoy intentando entender tu punto de vista. Si te molesta, puedo dejarlo estar y no preocuparme por ti. A mí me da igual.

No es que me dé igual, pero sigue siendo algo que hago por él y no por mí. Podría haberlo cogido aquel día en los jardines, haberlo llevado a cualquier lugar cubierto y haberme restregado contra él hasta estar satisfecha. Podría haberlo seguido tratando igual después, ignorando cualquier intento de acercamiento y manteniendo la misma frialdad y las mismas distancias. Podría haber hecho eso, pero he preferido darle una opción más satisfactoria a largo plazo. Eso sí, si no la quiere, bien puedo retirar mi oferta y seguir con mi vida.

Cuando habló me di cuenta de que estaba respirando un poco más rápido que antes, por lo que me esforcé en controlarlo mientras la escuchaba.

-No -murmuré, primero. Luego, a la segunda pregunta, negué sin más, relajándome, como me pedía. Era lo mejor. Yo no quería desrelajarme-. No me molesta hablar de esto. Lo siento.

Me pasé una mano por la mejilla, frotando hasta la barbilla. Estaba algo más caliente de lo normal. Mithos... ¿De verdad había llegado a enfadarme? Aquello de enfadarme con una dama se me hacía extraño; más teniendo en cuenta que ella me gustaba.

La miré fijamente, serio, pero ya tranquilo. había sido muy innoble por mi parte haber empezado a encenderme.
Telma se había tumbado a mi lado y tenía la cabeza bajo mi mano.

Al darse cuenta de lo que le digo, se relaja. Suspiro. Con un par de dedos, me revuelvo un poco el flequillo. Luego, aún de brazos cruzados, con expresión seria pero tranquila, lo miro. Sigue sin haberme contestado. O sí lo ha hecho, pero rehuyendo el punto al que yo quiero llegar. Y más le vale no alterarse otra vez, o acabaré por darlo por perdido.

Fijo en él la vista, sin dar opción a escapatoria.

-Vale -asiento-. Tienes razón, aún sabes muy poco. Pero ya sabes algo. De hecho, ya sabes más que muchos. Así que, ahora que tienes una base real, ahora que ya me conoces un poco, te lo pregunto: ¿Qué opinas? ¿Qué te parezco?

A ver si deja de irse por las ramas. Creo que estoy siendo suficientemente clara.

La miré sin apartar la vista, aunque en un par de ocasiones quise hacerlo. Me sentía puesto a prueba. Aunque ella siempre parecía estar poniendo a prueba, con aquella expresión que no sabía explicar, pero que era así...

-A veces... A veces parece que estés enfadada con el mundo entero -comencé, esbozando una sonrisa casi de disculpa, esperando una mala cara por aquello-. No estoy acostumbrado a que me digan cosas desagradables, y en ocasiones, cuando lo haces, tan directa, -. Me rasqué la patilla izquierda, pensativo- es como... Eres un poco dura, a veces.

Un poco borde. Aquella era la palabra, quizás. Inspiré profundamente, echando el aire en un suspiro, luego. ¿Iba, de todos modos, a creerme, acaso?

-Ahora me resultas más confusa, más difícil...-. Sonreí, casi resignado. Era verdad que antes era más fácil seguirla, tan sonriente y contenta, pero...-. Pero hablas, hablas conmigo. De tus hermanos, de tu casa... De ti. Me gusta escucharte. Realmente quiero conocerte todo lo que pueda-. Asentí suavemente, sin darme cuenta.

Era complicado de explicar. ¿Cómo le explicabas a una dama por qué te gustaba? ¿Por su dulzura? ¿Su simpatía? ¿O sin más? Porque ella no parecía aceptar el sin más.
Lea se había hecho más cercana a mí, aunque su carácter pareciese peor. Aquello me gustaba. Y no pensaba solo en su cuerpo desnudo sobre mí mientras...

-Te prefiero ahora.

La miraba fijamente, serio, con intención.
No entendía aquella frase. ¿Intención de qué? Yo era con intención de que comprendiese más allá de mis palabras. Pero, si no se decía nada más, ¿intención de qué?

Lo escucho en silencio, con la mirada fija en él. Como a cualquiera, no me gusta lo que dice, pero no doy muestras de ello. Sé que es cierto. Lo he oído otras tantas veces. Y, por mal que pueda sentarme, es justo lo que espero oír. De hecho, en su caso, hay que reconocer que tiene bastante más tacto que otros, así que no me siento demasiado afectada.

Espero, seria, hasta la última frase. Y entonces no puedo evitar sonreír como si acabara de contar un chiste. Ahí se ha columpiado un poco, la verdad. Pero bueno, es asunto suyo.

Asiento, conforme. Así debe ser. De hecho, es la única forma que he encontrado.

-Sí, soy bastante desagradable -coincido, diciéndolo como quien habla de su color de pelo-. Espero que lo tengas en cuenta. Soy desagradable, caprichosa y directa. Hasta podría decirse que insensible. Apréndetelo bien.

Avanzo hacia él, me pongo de puntillas y le doy un beso suave en los labios. En el momento en que me separo, vuelvo a dirigirle una mirada severa.

Desagradable, caprichosa, directa, insensible. Esbocé una sonrisa. Directa no era malo, al fin y al cabo. Solo era. Y con damas caprichosas había lidiado antes. Lo de desagradable... Quizás fuese algo desagradable, pero fuerte de carácter también servía. Bueno... Algo borde, pero... En cuanto a insensible...

Asentí, sin dejar de sonreír. Me lo aprendería si era necesario. Desagradable, caprichosa, directa e insensible. Añadí, mentalmente, algo exagerada a aquello.

Cuando se acercó sentí de nuevo aquel cosquilleo tirar de mí hacia ella, y correspondí a su beso, entrecerrando un instante los ojos. Se separó un instante después. Y me miró como siempre hacía, con aquella expresión que parecía estar juzgándome.
Desagradable, caprichosa, directa e insensible... ¿No?
Extendí una mano hacia ella, acariciando la línea de su mandíbula con las yemas de los dedos, desde la barbilla hacia atrás, con el pulgar por debajo, como alzando su rostro pero muy suavemente, apenas rozándolo. Busqué sus labios de nuevo, con suavidad semejante a la suya, aunque prolongando el contacto un poco más.

Sentí a Telma levantarse, mugiendo grave. Cuando quise darme estaba intentando meter la cabeza entre los dos, como queriendo colarse en medio. Coloqué la diestra sobre su frente, conteniéndola, y terminó por morderme la mano, arrancándome un gruñido.

-¡Telma! -. Aparté la mano enseguida, frotándomela contra el pecho-. Jod... No se hace eso -la reprendí, con gesto algo hosco.

Sigue sin importarle. Bueno, mejor para él, supongo. Aunque me resulta un tanto extraña esa expresión de felicidad cuando no hago más que machacarlo. Tampoco parece que esté conteniendo su aflicción, ni nada semejante, así que supongo que no importa.

Correspondo al contacto cuando me reclama de nuevo, dando además un paso. Miro de reojo cuando veo venir a Telma, pero cuando la para la ignoro. Poco después, sin embargo, parece que no hay más remedio que prestarle atención. La miro con una mezcla de diversión y enfado, dirigiéndome a ella y acariciándola.

-Y hablando de chicas caprichosas, mira quién está aún por aquí -la reprendo con voz cariñosa-. Tú tendrías que estar ya con el resto, que no son horas.

Tampoco para nosotros, en realidad. Se ha hecho algo tarde. Pero es asunto nuestro. En cuanto a Telma, trato de guiarla, una vez más, hacia la cuadra.

Miré de reojo, con mala cara, mientras Lea iba a atender a Telma, abriendo y cerrando la mano. No me dolía más que un poco, nada para un héroe como yo, aunque parecía que acercarme a Lea en los establos fuese como un reclamo para los sucesos dolorosos.
Lo que Telma me daba, Telma me lo quitaba, eh... Maldita bola de pelo enorme.

Seguí a las chicas, dando una caricia de mal talante en el lomo a Tel con la mano sana. Si había que quererla, pese a todo. Pero aquello sí que no. No iba a empezar a obedecer órdenes de la bismonte solo porque ella quisiese.

-Si vuelves a morderme me comeré diez manzanas delante de ti -mascullé, estrechizando los ojos.

Ella me respondió con un mugido arrogante.
Sí... Desde luego... Desagradable, caprichosa, directa y, sobre todo, insensible. Maldita Telma.

-Empiezo a comprender quién manda menos -murmuré a Lea, dejando finalmente la mano, que estaba perfectamente, cuando Telma ya estaba guardada.

Aquel mordisco me dolía en el orgullo.

Ya veo que he hecho estallar una guerra. Pues qué bien. Sintiéndolo mucho, no voy a estar aguantando dolores de cabeza por mero capricho de otros. Porque Telma tiene malas intenciones, pero a Rick bien que le gusta quejarse. Vaya par...

Finalmente, consigo que Telma, absolutamente ofendida y a regañadientes, entre en la cuadra, y cierro tras ella. La miro un momento y luego le doy un beso entre las orejas.

-Y pórtate bien -advierto.

Me vuelvo entonces hacia Rick, que tiene un aire bastante malhumorado. Pues tampoco me parece a mí para tanto. Telma tiene carácter, eso lo sabemos todos. Lo miro con aire un tanto escéptico.

-Oh, ¿a estas alturas? -replico, algo burlona. Le tomo la mano y la miro un momento. Ni siquiera hay marcas-. Bueno, creí que no eras tan llorón.

Si pretenden que sirva para reconciliarlos, pueden irse olvidando.

La miré un instante, frunciendo el ceño, pero se me escapaba la sonrisa pese a todo. Me metí la mano en el bolsillo. No me quejaría más. No diría aquellos de "uno los cría y luego lo muerden con maldad", aunque tuviese ganas de hacerlo.

-Muy fuerte tendrá que morder si quiere verme llorar -murmuré, alzando la barbilla un poco-. Tienes que enseñarme a hacer eso de decirle algo y que te haga caso-. Añadí entonces, reforzando la sonrisa.

A lo mejor era que entre mujeres se entendían. Las dos damas más duras de Brontë, las dos mirándote al mismo tiempo como si te juzgasen. Visto así, daba miedo, incluso. Era como un hombre solo ante el peligro.

Es suficiente para que deje las quejas. Suelto su mano, que guarda en un bolsillo. Teniendo en cuenta de lo que es capaz un bismonte, me parece evidente que Telma ni siquiera pretendía hacerle daño. Solo llamar su atención. La miro un momento de reojo.

Luego me vuelvo a Rick, negando con una sonrisa de disculpa.

-Me temo que eso no se puede enseñar -respondo-. Telma no es tonta. Sabe que la consientes y se aprovecha. Mientras sigas consintiéndole, no va a cambiar.

Así es que es tan caprichosa. En otras condiciones sería mucho más dócil.