Establos

Enarco una ceja, desafiante, divertida. De modo que viene fuerte, eh. No hay problema. Aprendí de los mejores.

-¡Ah! ¿Has conseguido recuperarte de tu impotencia? -inquiero, con fingida sorpresa, casi sonando como una pregunta médica en serio. Aunque termino torciendo el gesto, para sonreír.

Noto sus dedos tapándome la nariz. Con un gesto rápido me aparto, soplando al mismo tiempo, como si ello fuese a ayudarme a apartarlo. Una especie de aethes nasal. Luego, involuntariamente, me noto tensar el cuello, abrir los labios, los dientes, para morder la primera de las falanges de su índice.
Me veo atrapando su dedo entre los dientes. El labio inferior lo rozará primero. Luego el superior. La lengua quizás, sin querer. Y paso. No.
Noto mis dientes chocar suavemente, casi rozando su dedo, sin llegar a tocarlo. Luego dejo caer de nuevo la cabeza contra la paja. Me late en los oídos, ahora mismo. Coño. Puta. Mierda.

-Fallé -gruño, como si mi verdadera intención hubiese sido amputarle el dedo de verdad, aunque es obvio que me he contenido al final.

Este incidente, más conmigo misma que con él, como pasa la mayor parte de las jodidas putas veces, me hace estar callada un rato más. Pero finalmente su voz me saca de mi humillación.
Lo miro, seria por completo.
"¿Te acuerdas del abrazo que me diste?". Y una bolsa para potar luego, por favor.

-Me preguntaba si te iba todo bien -murmuro de mala gana, como quien habla del tiempo-. Siempre hablas mucho pero nunca dices nada.

Sus asquerosos dedos. He hecho bien en ni rozarlos con los dientes. No sé lo que valen, y espero no valerlo nunca. Seguro que estoy en contacto con más mujeres de rozar su mano que metiéndome de última en la bañera. Y además de las que menos me gustan, las guarras esas a las que todavía no les repugna demasiado tocarlo. Pero a mí sí.
A mí no.

Lengua larga. Todo ventajas, eh Gerry. Pareces haber sido creado para ser una especie de monstruo promiscuo y asqueroso. Seguro que sí tienes pelos en la lengua, pero no tuyos.
Pero entonces el ambiente adopta, o eso creo, un tono algo más serio. Todo va bien, al parecer. Y una mierda también.

Se va. Por un tiempo. Ladeo la cabeza, para tenerlo de frente. Si estuviese un poco más cerca podría sentir el aire que expulsa por los labios cuando...
No. Tengo que hacerle una pregunta. ¿A dónde? ¿Por qué? ¿Cuánto tiempo? ¿Puedo acompañarte? No, esa no. ¿Te acercarías un poco, aunque fuese solo por una vez?
No, esa no.

Sus ojos son la hostia de raros.
Si no fuese por el abrazo, por la extraña escena del otro día, podría pensar, sin más, que se larga a lo que sea. Pero es que fue jodidamente raro.

-¿Pronto? -se me ocurre pronunciar finalmente, casi de manera involuntaria.

Hace más frío, ¿no? ¿O soy yo?

Es desagradable escuchar ese tipo de cosas. Pones a alguien en donde yo me encuentro y quizás desde fuera no lo entienda. Pero...
Te vas de tu casa. Quieres demostrar que vales para algo y sigues a una voz que te pide que vayas a Brontë. No te apetece conocer a nadie. Está llego de estúpidos. Pero es como que tienes la necesidad de hablar con la gente y conocerla si no quieres acabar tristemente tirado en una esquina. Pero yo no pensaba en despedirme tan pronto. Por eso me dijo que no me acojonase, ¿no? Porque es él el que se larga.
Duda que sea corto. Eso me hace esbozar una sonrisa.
No estoy ni una puta mierda de contenta. No hace puta gracia. Estas cosas nunca son una broma.

Un regalo, eh. Eso de "vuelve de una pieza" es demasiado propio de chicas tontas. Y yo no digo esas mierdas.

-El regalo me lo haces yéndote...-me oigo decir. Creo que jamás había usado un tono que sonase menos convincente. Ha sonado hasta tristón. No me jodas, Frikka. Ni eres capaz de bromear, ahora mismo.

Me mira. Yo lo estoy mirando. Creo que demasiado tiempo. Es de esos momentos en los que una zorra se lanzaría a por su boca, en celo. Yo soy más de pensar en otras cosas. En lo que acaba de decirme, por ejemplo. Estoy segura de querer saber más cosas, pero no tanto de querer descubrir la verdad. Si fuese una memez la habría dicho ya, ¿no?
Me muerdo el labio inferior un instante, sin quererlo, como incómoda. Aparto la vista y me siento de nuevo, alejándome de sus putos ojos raros. Doblo la derecha, tirando de la camisa para cubrirme un poco más, que no es como para que se me vea la ropa interior ahora, ni nunca. Noto cómo rozo un instante su pantalón y corrijo un poco la postura, para evitarlo. Entonces habla, y me vuelvo hacia él, dibujando una sonrisa más tristona de lo que prefiero, que es una burla obvia. Pero no, claro. No.

-¿Preocupada? ¿Qué cojones es eso? -inquiero, queriendo sonar animada y despreocupada, pero haciéndolo apagada. Ni siquiera las palabrotas tienen su chispa habitual. De pronto frunzo el ceño, poniéndome seria. Con gesto grave, pregunto algo más-: ¿Tengo motivos?

Volerás, ¿no? Aunque tardes.

Pese a que me aparto él retoma el contacto, poniendo la mano en su rodilla. Esto empieza a parecerse a uno de esos apestosos libros de mierdas ñoñas y asquerosamente románticas que tan poco me gustan. Pero es que tiene los dedos casi en la cara interior de mi muslo, ahí donde la piel es más sensible. No es su jodida culpa que la anatomía humana sea así. Y me siento como violada, aunque físicamente se encuentre a una distancia considerable de cualquier parte comprometida de mi cuerpo. Supongo que en el fondo soy una virgen de mierda y hasta me siento insegura. Vaya mierda. Pero ya aparté la pierna una vez y si vuelvo a hacerlo quedaré más.
Esa y otras cien excusas que Fifi usa para justificarse. Muy bien.

No dejo de mirarlo, pese a todo, aunque sienta la piel de gallina y cierto rubor. Apartar la vista es admitir la derrota. Y yo sigo teniendo fuerza para luchar.

-Una mentira no sirve para nada -zanjo, lo más segura que puedo.

Si me dice que todo está bien y luego la palma no tendría puta gracia. Tampoco si me avisa. Pero bueno... Supongo que nada es gracioso ahora mismo.
Y lo siguiente que me dice, aunque parezca esperanzador... Supongo que me han contado demasiadas historias. La vida real no es tan trágica, ¿verdad?
Lo es más.
Mierda.

-Supongo que por ahora te veré todas las tardes a las siete -comento, casi con amargura, aunque con una leve sonrisa.

Hasta que deje de venir de pronto.
Si no fuese tan cobarde haría las preguntas buenas, y no las jodidamente cutres.

Su mano se aparta, yo me relajo y fin del asunto. Su suspiro lo indica. Y entoces yo me voy a mi cuarto, él a la cama de alguna pelandrusca y mañana olvidamos que él se va y todo sigue como siempre. Y ya el día que se vaya me preocupo. O no.
A quién pretendo engañar.

No puedo evitarlo. Las membranas de las orejas se me despliegan un instante. Sobran las palabras, claro. Mi expresión está a medio camino entre la sorpresa ruborizada y el esfuerzo por fruncir el ceño para ser muy dura y fría. Tardo un segundo en darme cuenta de que no habla de lo uno, sino de ser como hermanitos de diez años, y para entoces ya casi hago amago de cubrirme el pecho como una damita estúpida que cree que puede preservar su flor tapándose los pezones de mala manera. Y eso que llevo dos capas de ropa por encima. Por supuesto, enseguida me enderezo, sin llegar a consumar la postura. Y las membranas se plegaron al instante.
Soy patética.

Bueno, Frikka. Ya que eres obvia al menos haz lo tuyo y dale la vuelta.

-De modo que hoy no tienes a ninguna guarra que te abra las sábanas -gruño, logrando recomponerme, más o menos, entornando los ojos-. Pero pretender que comparta mi calor contigo es algo presuntuoso -añado, mirándolo de reojo.

Soy incapaz de decir sí. No puedo evitarlo. Soy verdaderamente más jodidamente cobarde de lo pensado. Vaya mierda, eh.

-Sin mariconadas -gruño, frunciendo el ceño, mirándolo como si me acabase de decir que le pasase el jodido jabón que se le acaba de caer.

No espero nada. No quiero nada. Si pretendiese propasarse tendría que cortarle las manos o lo que tocase. Tampoco me preocupa que lo intente. No lo quiero dentro de mí, ni necesito que me recorra libinidoso, ni estoy esperando un beso o su lengua en mi boca. Y está bien. Porque él no va a hacer nada de eso. No conmigo. Y es como si tuviésemos una especie de contrato.
Entonces, si cumple eso, se puede jugar a los hermanitos, o la mierda que sea. Dormir es dormir. Nada más. Aunque sea en un jodido montón de paja. Aunque sea algo temprano para mí. Aunque me cueste la hostia, seguramente.
Dormir una vez. No es para tanto.

Y a la vez no puedo pensar que es un error. Que me arrepentiré cuando despierte.

Mi hombro cada vez está mejor, y eso se traduce en que mis visitas a las cuadras son cada vez más frecuentes. Intento no hacer un excesivo trabajo allí, pero ya he empezado a reanudar algunas tareas. Y, aunque no haga demasiado, me lo paso bien con Telma y los otros.

Cuando entro, lo primero en lo que reparo es en que Telma no está en su cuadra habitual. El primer pensamiento que me viene a la mente es que, tal vez, Rick haya venido a buscarla por la mañana, pero un suave mujido me llama la atención un poco más allá. Frunzo el ceño, extrañada. ¿Por qué está en un establo diferente?

Avanzo unos pasos hasta ella, y al entrar en la cuadra me encuentro con una segunda sorpresa. Arqueo una ceja. Pero qué imagen más tierna. Así que la pequeñita ha conseguido por fin lo que quería. Estará contenta. Con un poco de suerte, incluso, me tratará algo mejor la próxima vez. Es todo tan dulce que me voy a poner enferma.

En fin, pues que duerman bien. No me parece que ponerse a dormir de día en las cuadras sea buena idea (molestarán a quien venga aquí a trabajar), pero tampoco tengo por qué molestarlos. Simplemente, me llevaré a Telma a otra parte.

Pasando de largo a los dos bultos, sin hacer mucho ruido, me acerco hasta la cuadra de la pequeña y la abro.

-Vamos a otro sitio -le murmuro, entre caricias, guiándola fuera de los establos.

*se van*

Un movimiento me hace apretar los ojos. Estaba soñando con un lugar en el que podía comer todo lo que quisiera en cualquier momento. Como una especie de mundo buffet, o algo por el estilo, en el que puedes estirar la mano y coger lo que más te guste. Espero que ese lugar exista de verdad, en algún rincón de Mithos.
De pronto me doy cuenta. Me he dormido.

-Mierda... -gruño, plegándome sobre mí misma, abrazando la manta que me cubre.

Gerald se va a cabrear. Como si fuera mi padre y tuviese derecho a hacerlo. Para una puta vez que me duermo qué más dará, pero él es así.
Esta manta es algo áspera, ¿no?

Los recuerdos llegan enseguida. Un poco tarde, cojones. Incluso abro los ojos con cuidado, esperando estar en mi cama teniendo un mal sueño y no en...
Joder...
Lo veo ahí, sentado, mirándome. Tiene una cara de empanado que no puede con ella, pero siento que incluso así se ríe de mí. No puede llevar mucho despierto. Yo menos y ya me arrepiento.

-¿Qué miras? -gruño, con voz ronca.

Vergüenza. Eso siento.

Arrugo el ceño. Acabo de despertarne y ni me funciona bien el coco. No se me ocurre una buena respuesta, así que le hago el corte de manga y me desperezo. He dormido bastante bien, pero jamás lo admitiré.
Me rasco la nuca y me froto un ojo a la vez. Tengo algún nudo. Una ducha y como nueva.

-Las buenas costumbres nunca mueren -respondo, esbozando una sonrisa satisfecha.

Lo cierto es que después de madrugar tanto tiempo dormir un día completo sienta que te cagas. Me siento más vaga incluso que en casa.

Intento no pensar en la noche. El muy capullo me amarró como si fuese un jodido flotador en medio de una tormenta. Creo que he adelgazado de contorno y todo.

-Lo de comer suena bien -mascullo, mirándolo un instante y luego pasando la vista por la estancia. Ya ni me huele a mierda.

Aprovecho que él se sacude y se levanta para volver en mí. Estoy francamente dormida. Vaya mierda.

-No me he quejado de sueño -gruño, antes de bostezar como si me fuese la vida en ello-. Antes me quejaré de la compañía -añado, exhibiendo una sonrisa cargada de malas intenciones.

Aunque pese a todo no es desagradable de todo. Hasta me coge la ropa. No va a compensar todos sus errores, pero un paso es un paso. Quizás si sigue portándose bien un par de años acabe por tratarlo como a un igual.
Extiendo la mano, casi tomando la ropa. Entonces la aparta. Y su tonillo no me gusta nada. Arrugo las cejas malhumorada. No estoy de humor para memeces.

Me pongo de pie. La camisa se desliza, cubriéndome hasta la mitad del muslo. Tomo también su chaqueta, poniéndomela por encima. Las mangas me quedan grandes, pero ni se me intuye la figura. Siguen viéndoseme las piernas, pero las considero aceptables. Unas piernas firmes y fibrosas no han de ser ocultadas necesariamente.

-No creo que nadie vaya a violarme si salgo así -mascullo, haciendo amago de ir hacia la puerta-. No tengo [/i]nada[i] que esconder.

Literalmente. Nada. Mi cuerpo no es muy exhuberante. No es que sea muy tentadora. Y menos si abro la boca. Yo misma soy antivioladores.
Y bueno. No quiero jugar a las persecuciones.

El tiempo empeoraba cada vez más, y yo empezaba a estar preocupada. No estaba acostumbrada a aquel mal tiempo, y podía entender que el problema estaba en mí, pero llegado un momento había dejado de parecerme normal. El cielo se iluminaba una y otra vez, retumbando los truenos.

Me preguntaba si Telma estaría bien, e incapaz de quitarme esta idea de la cabeza, acabé por decidirme a salir a los establos. Necesitaba comprobar que todo estaba en orden.

En un momento en que parecía que la situación mejoraba un tanto (si es que a aquello podía llamársele mejorar), me armé de valor y eché a correr hacia las cuadras a toda velocidad. En cuanto me vi bajo techo, me dirigí junto a Telma, abrazándola con fuerza y tratando de tranquilizarla. Los animales parecían intranquilos, así que me dediqué a tratar de poner orden.

*se queda*

A lo largo de la tarde había escuchado más truenos de los que recordaba en los últimos años, y la lluvia había ido cayendo con más fuerza. ¡Un noble no debía odiar al clima, pero llevaba tanto tiempo lloviendo que aquello ya me parecía como una especie de burla del cielo a nosotros! Podía entrenar con lluvia, y de hecho lo hacía, pero como empeorase aquel tiempo ya no sabía si iba a tener que ir nadando de un sitio a otro. ¡¡Nadando por el aire de la gran cantidad de agua!! Qué increíble malandrín era el tiempo.

Salí a la calle para ir a ver a Telma, que odiaba los truenos, cubriéndome con una capa para tratar de no mojarme. ¡Pero si aquel agua era hasta dura! Me golpeaba los musculosos brazos al pasar, y la cara, como puños pequeños caídos del cielo, y fríos.

-¡¡Tel!! -llamé, tranquilizador, al entrar en los establos, con la capa empapada pero el resto de la ropa más seca. Un hombre como yo no temía a la humedad. ¡La buscaba! Y hablando de humedad... -. Lea, veo que te me has adelantado.

Bien pensado... ¡No me sorprendía! Empezaba a pensar que sobraba en aquel lugar, viendo lo tranquila que parecía Tel pese a los truenos. Me sentí tan abatido que hasta suspiré cansado, sonriendo.

FdR- Rick que empieza a frustrarse al ver a Lea XDU

Ya he conseguido que todo vuelva a la normalidad. Los animales siguen algo intranquilos, pero se han relajado un poco y parecen entender que todo está bajo control. He dejado libre a Telma, junto a la que me he tumbado en el heno y a la que estoy acariciando actualmente.

Es entonces cuando llega él. Claro. Hasta podría decirse que ya estaba tardando. En fin, vuelve a ser lo de siempre. Hago un leve gesto de cabeza a modo de saludo, sin dejar de acariciar a Telma.

-Me preocupaba -explico, sin más-. Hace una noche horrorosa.

Hago una mueca de desagrado. No me gusta la lluvia. Y menos semejante tormenta. Miro un momento al techo con preocupación. Los golpeteos son furiosos, pero espero que esto aguante. A fin de cuentas, lo arreglamos hace poco. Qué oportuno.

-Qué bien que el techo sea nuevo -comento.

Suspiré, peinándome el pelo hacia atrás, viendo que quedaba así debido a lo empapada que estaba. Esbocé una sonrisa cansada. Me alegraba mucho de verla, pero tenía cada vez más la sensación de que la molestaba. Y aquello me hacía querer irme, pero ni el motivo que me había hecho ir allí -Telma- ni el tiempo de fuera la dejaría en muy buen lugar si me iba sin más. Y un hombre noble y poderoso como yo debía saber proceder en un momento como aquel, pero aprovechar que estaba sobre la paja para lanzarme sobre ella no me parecía lo más apropiada.
Aquella sensación de desosiengo que estaba teniendo en la tripa era de lo más incómoda. Aunque un nuevo trueno me sobresaltó.

Me acerqué a ella, tan seguro como pude aparentar. ¡Me habían enseñado a no tener miedo! Me senté a su lado, en la paja, estirando una mano para acariciar la nariz de Telma.

-La verdad es que no sé qué le pasa al tiempo -murmuré, contrarizado, mirando de nuevo a Lea-. Desde que vine aquí no lo había visto así.

Me sentía extraño. Aproveché que miraba el techo, recién reparado, para calmarme.

-Esperemos que se pase pronto. No me gustan demasiado los rayos -confesé.

Malditos chrysos y sus rayos. ¡¿No podía estar Bontë en Ignis?! Allí no pasaban cosas horribles como rayos.

Me echo a un lado, dejándolo sentarse junto a Telma. Ella parece contenta de verlo llegar. Me apoyo en su lomo y sigo acariciándoselo.

Tuerzo el gesto, entre inquieta y molesta, volviendo a mirar al techo. No me gusta nada este tiempo. En parte, me siento un poco como los animales. Quizá he venido a que me tranquilicen, y no a tranquilizarlos.

-Y no lo había visto así ni antes ni después de llegar -murmuro, revolviéndome incómoda.

Me tranquilizaba un poco ver que no era cosa mía, sino algo general. O, al menos, que alguien compartía mi inquietud. Me sentía un poco estúpida preocupándome por una simple tormenta. Aunque esta en concreto no tenía mucho de simple...

-Los animales están inquietos -señalé-. No es buena señal.

Estaba menos lo que siempre estaba desde que me había confesado como era de verdad que de costumbre. Cómo decirlo. Menos ahí, a la herida. Borde no era la palabra, pero... Incidente. Algo parecido. Quizás tampoco le gustaban los rayos y los truenos. Yo siempre pensaba que el cielo se iba a caer sobre mi cabeza, o que una de aquellas malditas chispas de un chrysos gigante iba a atravesarme hasta el corazón.

Hundí las manos en el pelizaje de Telma. En mi interior tenía la esperanza de que, por casualidad, mis manos y las suyas se encontrasen. Siempre tenía miedo de que si lo hacía a propósito algo se notase en el ambiente y fuese descubierto, así que se lo dejaba todo al azahar.

Un trueno me hizo sobresaltarme. había sonado más cerca.
Su comentario me hizo mirarla de nuevo. De modo que los animales sabían más cosas que nosotros. Aunque al ver a Telma allí tirada casi parecía lo contrario.

-Últimamente están pasando cosas muy raras -murmuré, bajando el tono, preocupado.

El ataque, la lluvia que no paraba... No quería decir que esto tuviese que ver, era una simple tormenta, pero me sentía muy incómodo.