Establos

Empecé a pensar que estaba saturizada de Rick. Seguramente ya me hubiese retirado de no ser por la lluvia. A ratos era una bendición y una especie de muro que me impedía salir.
Suavicé la sonrisa, viendo que empezaba a parecer más tirante otra vez. No era capaz de encontrar una forma de tratarla sin molestarla, según parecía...
Rodeé el cuello de Telma con los brazos, animado, mirando a Lea tratando de parecer simpático. ¡Siempre lo había sido, pero en aquel momento también lo parecía!

-La salud es lo primero. No te fuerces -concedí, risueño.

No sabía qué decir. Era difícil hablar con ella. Pero empezaba a sentir ganas de ir al baño y aquello no podía hacerlo delante de una dama, aunque se comiese las pepitas de las peras.

-Pues yo estoy pensando en lanzarme -murmuré, contemplado poco convencido la lluvia que caía.

Suspiro, resignada. Si es que al final...

Avanzo sin mucho convencimiento hasta la puerta, la abro y me asomo fuera. Una ventolera helada y húmeda me recibe, acompañada de un trueno que retumba con fuerza. Frunzo el ceño y entorno los ojos; en un momento vuelvo a estar dentro, con la puerta bien cerrada.

Estoy empapada y ni siquiera he llegado a salir fuera. Miro a Rick con expresión compungida.

-No va a escampar, ¿verdad? -murmuro, casi como una súplica.

Entre asqueada y furiosa, avanzo con paso rápido por la sala hasta donde he colgado la capa. Con un gesto brusco la descuelgo y me la echo sobre los hombros. Me vuelvo hacia Rick con expresión rabiosa.

-Muy bien -murmuro entre dientes-. Pues a correr.

Al verla mojada a los pocos segundos, como si hubiese caminado bajo la lluvia, me resultó bastante tierna. Tenía aquella expresión de que nada iba como quería que solían tener a veces los niños.
Su pregunta, su tono, su expresión... Tuve tantaa ganas de poner una mano sobre su cabeza, o sobre su hombro, y decirle con tranquila voz varonil que todo estaría bien, que solo era agua.

-No tiene pinta -respondí, casi como si me disculpase yo por la lluvia, porque caía por mi innoble culpa.

La vi prepararse para la lluvia y yo mismo me calé la capucha. Le di el paraguas a ella, ya que difícilmente nos cubriría bien a los dos, y dibujé una sonrisa amarga.

-Agárralo fuerte -indiqué. El viento era atroz-. Y métete detrás de mí. Mis padres ne hicieron grande por algo.

Para proteger. Aunque fuese de la lluvia. Entre la capa, el paraguas y yo ella debía ser capaz de llegar más o menos seca. Lo que era yo...
La vi poner los ojos en blanco, pero no se negó.

-¡Telma, vendré mañana! -dije a la bismonte, antes de abrir de nuevo la puerta.

Aquella vez fui yo el empapado.

-A correr -repetí, concentrado, preparándome para salir corriendo a la de tres.

Dos...

Mithos...

*se van*

Con ayuda de mi extraño invento la lluvia seguía mojando bastante, pero aquello se arreglaba con una capa. Por otro lado, el granizo, por grande que fuera, rebotaba contra la madera y entonces no me hacía daño. Aunque algún trozo suelto me dio en las piernas mientras aprendía cómo cubrirme bien con aquello.

Tardé más de lo normal en llegar a los establos, tiritando y mojado, de todas formas, pero a salvo como un buen guerrero. Una vez allí, Telma me recibió contenta, y la acaricié un buen rato para que dejase de perseguirme lenta por el sitio. Me tumbé con ella en la paja, serio.

-La tormenta no para, Tel -murmuré, mirando las ventanas. A veces brillaban rayos-. Parece que cada vez caen más cerca. Esto no me parece muy normal.

Suspiré, cansado, llevándome una mano a la cabeza, pensativo. Quizás era alguna maldición de los enemigos del ejército. Alguien que nos odiaba nos enviaba una lluvia infinita para que no pudiésemos salir del palacio para salvar a pobres aldeanos ni a doncellas en apuros. ¿Cómo acabar con todo aquello? Encontrando al mago y ajusticiándolo, por supuesto...

Telma se tumbó a mi lado, nerviosa. La pobre llevaba días bajo aquellos rayos, por supuesto. Y los truenos, que sonaban como rugidos del cielo. El cielo se rompía.
¡Pero un buen guerrero nunca perdía la fuerza ni el valor! Aunque estuviese cansado. No había lugar para la tristeza en un corazón noble, ni para el miedo, ni para el egoísmo.
Telma me daba calor.

*se duerme*

Me desperté al día siguiente. Me dolía un poco la garganta. ¡Pero si me había dormido con la ropa húmeda! Aquello sí era una tontería innoble. Ni me había cambiado de lo cansado que estaba.
Nada más ponerme en pie desayuné. Tras hacer algo de caso a Telma, empecé a atender a algunos de los animales, que desde que había tormenta parecían más descuidados.

-Lo siento, chicos. No soy Lea -me disculpaba con voz ronca, mientras hacía lo que podía.

Cambié el agua de los animales, y también les puse comida nueva. Ya no quedaba demasiado heno, pero contra aquello yo no podía hacer nada. En una de las cuadras del fondo, sin embargo, uno de los caballos no comía. Parecía cansado y babeaba.

-¿Qué pasa, chico? -pregunté, dando un golpecito en su quijada, extrañado.

El animal retrocedió, asustado. ¿Era por los truenos? ¿La tormenta? ¿Estaba enfermo? ¿Loco? En casa teníamos caballos, pero yo no sabía de ellos más que cómo usarlos para dar paseos.
Se dejó caer de rodillas en el suelo. Gruñí, pasándome una mano por el pelo, agobiado.

Tenía que buscar ayuda. No sabía mucho de animales, pero sí que si uno de los animales enfermaba con aquel tiempo podía hacer que todos enfermasen.

Contemplé de reojo la lluvia. Debía avisar a alguien que supiese más que yo...
Tomé el extraño escudo de madera y me lancé a la lluvia. Y yo que había pensado quedarme un par de días.

*se va*

Desde luego, como paraguas no se puede decir que la tabla haga gran cosa, porque cuando entro en los establos estoy empapada. Eso sí, me he evitado unos cuantos golpes, y es de agradecer, porque el hielo cae en trozos de buen tamaño. Casi me ha soprendido que la tabla haya aguantado en un par de ocasiones en que el granizo ha golpeado con especial fuerza. Pero el caso es que he conseguido llegar y aquí estoy.

Dejo la tabla no muy lejos de la puerta, inclinada, para que se seque un poco. Después me quito la capa y la cuelgo no mucho más allá. Para cuando me dirijo por fin hacia los animales, Telma ya está como loca. Sonrío, encantada, y me acerco a ella abriéndole la puerta para que salga y abrazándola en seguida. Paso con ella unos minutos antes de dirigir una mirada alrededor. Sé que está contenta de verme, pero tengo que asegurarme de que los otros están bien.

Mientras recorro los establos, Telma me va siguiendo. Parece que la mayoría están bien, aunque empiezan a verse en ellos muestras del agobio por llevar tanto tiempo encerrados. Hay un caballo que parece especialmente afectado, aunque por su aspecto ya han tomado medidas. Con Telma pisándome los talones, me dedico a arreglar todo aquello que me parece que lo necesita.

Doy pequeños paseos a los animales por grupos. No hay espacio para que se muevan mucho, así que trato de hacer grupos pequeños y los voy dejando un rato a su aire. Telma, incapaz de concebir el no participar, se queda fuera todo el tiempo. Yo me dedico a vigilarlos y trato de tranquilizar a aquellos que parecen más nerviosos por la tormenta.

*Se queda*

Paso todo el día en los establos, pero aunque Rick, efectivamente, ha dejado todo preparado para pasar la noche allí, decido no hacerlo. Tras volver a dejar a cada animal en su lugar y asegurarme de que todos están bien, paso un rato tratando de convencer a Telma de que no se enfade y de que volveré pronto.

Por último, me abrigo, tomo la tabla y salgo de nuevo. Ha sido un buen día. Hoy sí.

*Se va*

Tras la desagradable experiencia bajo la lluvia, acabo por llegar a los establos. Una vez más, empapada pero ilesa. Esa tormenta me está poniendo nerviosa, cada vez más. Ni siquiera la posibilidad de salir parece ya paliarlo.

Dejo la tabla donde la última vez, cuelgo la capa y dejo el zurrón un poco más allá, junto a las mantas y provisiones de Rick. Estoy cansada, pero la noche promete ser agradable.

Voy, lo primero, a por Telma, y recorro junto con ella el resto de las cuadras, comprobando que todo está en orden. Los animales parecen haberse dividido en aquellos que se han acostumbrado a la tormenta y la ignoran y aquellos para los que se está haciendo insufrible. De todas formas, por lo que se ve, el servicio está manteniéndolo todo bajo control. Mañana veré qué puedo aportar. Ahora es tarde y lo mejor es que me relaje un poco.

Me tumbo con Telma en la zona de las mantas y me quedo allí con ella, mimándola.

*se duerme*

A la mañana siguiente es Telma quien me despierta, haciéndome cosquillas en la oreja con el hocico. La aparto suavemente a base de caricias, tratando de volver a la realidad y despejarme un poco.

Desayuno con calma, perfectamente acomodada entre mantas y heno, y ofrezco a Telma una pieza de fruta. Después, me levanto y me pongo a trabajar. Ya que el día sigue siendo tan malo como los anteriores, me quedaré aquí.

*Se queda*

La puerta se me atascó un momento mientras intentaba entrar. ¡La innoblura quería dificultar mi llegada! Una roca de hielo caería sobre mi cabeza y no podría volver a ver a Telma antes de morir... ¡Mi pequeña Tel! ¿No podría contemplar por última vez tus brillantes ojos marrones de pureza?
Conseguí abrirla antes de que nada pasase, y entonces entré, apurado. Un hielo gigante cayó justo donde acababa de estar yo. ¡De modo que el mal no me había alcanzado!

Me doblé, jadeante, apoyando las manos en mis rodillas, algo dobladas, y respiré profundo varias veces mientras la ropa y el pelo me chorreaban. La lluvia había vencido aquel día, pero no el hielo.

Agité la cabeza de un lado a otro, secando un poco el pelo, como un animal. Qué desagradable mojadura. ¡Aún iba a acabar afónico de nuevo!

He tenido todo el día para encargarme de todo y ponerlo en orden. Incluso he estado un poco trabajando con unos chicos del servicio, que han venido a hacer la ronda. Por supuesto, la tormenta les da la excusa perfecta para no trabajar demasiado. Y los que viven en las cuadras, pues haber nacido humanos. En fin...

El caso es que me dedico a tratar de acomodarlos a todos dentro de lo posible. Poco a poco parece que todo va tomando forma, y eso me hace sentir más cómoda. Para cuando, por la noche, se abre la puerta, yo estoy perfectamente acomodada, con Telma y otros dos bismontes algo más pequeños, jugando.

Cuando me vuelvo hacia Rick, mi buen humor es evidente.

-Buenas noches -saludo-. ¿Qué tal la tabla?

La voz de Lea me hizo volver en mí. ¡No había contado con que siguiera allí tan tarde! Aunque con aquel tiempo cualquiera quería ir haciendo viajes. Y yo no podía seguir sin pasar a verme a Telma tras haber conseguido la tabla.
¡Todo en orden!

-¡Buenas noches!-exclamé, animado al verla más contenta que el día anterior. Alcé la tabla, todavía sujeta con la derecha, cuando hizo ilusión a ella, con una sonrisa-. Perfecto. Me ha defendido como el más fiero escudo.

No pude seguir hablando, pues Telma ya me embestía animada. Un golpe que me dio con la cabeza en el estómago me hizo chocar contra la pared, echando fuera el aire, pero se frotó animada contra mí, así que correspondí. ¡Por Mithos! Si ya era tan fuerte como su padre... Qué terrorífico poder en una pequeña tan irresponsable.

Acaricié y hablé un poco a Tel hasta que me dejó moverme. Entonces pude respirar bien y dejar la tabla en el suelo. Un escalofrío me recorrió, y me quité la capa, bajo la que la ropa seguía igual de mojada.

-Mithos... -murmuré, acercándome hacia la guerrera con Telma detrás, haciendo una mueca-. No pienso hablar del tiempo hoy. ¿Qué tal el día?

Colgué la capa en un clavo y busqué mis cosas, las que había dejado hacía ya días. En la bolsa debería de haber un par de mudas de ropa y una capa limpia y seca. ¡Sobre todo seca!

Asiento, conforme. Entonces sirve.

-Me alegro -respondo, escueta.

Contengo malamente una sonrisa al ver el entusiasmo de Telma. La pobre debía llevar días sin ver a Rick, y todo porque yo me había quedado con la tabla. Me hace sentir algo culpable... Tenía que haber pensado más en ella.

Continúo prestando atención a los otros dos, tan cariñosos como su compañera.

Miro alrededor cuando Rick habla. La verdad es que este edificio es una maravilla.

-Seco y cálido -respondo, animada-. Al menos aquí dentro. He estado cuidando un poco de los chicos, y la verdad es que no me tentaba nada la idea de volver. Por mí me quedaría aquí hasta que pasara el mal tiempo, así fueran años.

Las cuadras eran demasiado cómodas como para plantearse otra cosa. De hecho, hasta se me olvida el mal tiempo de fuera. Aunque también me gustaría sacar fuera a todos estos pobres.

La miré de reojo, con una sonrisa de lado, quitándome la camisa mojada y escurriéndola para que tardase menos en secar. Desde luego, los animales hacían aquel sitio bastante acogedor. Era como tener una hoguera, solo que sin fuego. El fuego era respetable y poderoso, por supuesto, pero no siempre podía tenerse. Y Telma abrigaba más mi corazón que cualquier chimenea crapi... crupi... cruepi... ardiente.

"Si quieres quedarte, yo me encargo de hacer que estés a gusto", pensé en decir, mientras sacudía la camisa para alisarla antes de colgarla cerca de la capa. Pero decir aquello era como volver a aburrirla con palabrería noble que ya no podía dedicarle.

-Y lo contentos que estarían todos -. Sonreí, acercándome a acariciar a uno de sus bismontes, dejando la mano sobre su cabeza, risueño-. ¿Verdad? Tenéis aquí a la chica más guapa de todo Brontë. Tratadla bien.

Lancé una mirada a Lea, volviendo junto a Telma, dando un par de palmaditas su hocico, como diciendo que me refería a ella. Sonreí, bromista, y comencé a abotonarme una camisa limpia. La bismonte mugió, feliz.
Tras estar vestido por arriba, hice lo mismo con los pantalones, que escurrí y sacudí para colgar, como lo demás.

-¿Están todos los animales bien? -pregunté, poniéndome los pantalones secos, pensando en el pobre caballo aquel.

Le dedico una sonrisa evidentemente sarcástica. Muy agudo. Aunque creo que lo prefiero así. Es mucho más cómodo.

Mientras él se cambia, llamo a Telma, reclamando su atención. Vale que haya venido papá a verte, preciosa, pero también puedes hacerme un poco de caso. ¿O ya te has cansado de mí?

Cuando Rick pregunta, echo un vistazo alrededor, asegurándome de que todo está en orden.

-Algunos llevan bastante mal lo de no poder salir -respondo, finalmente, con mezcla de fastidio y preocupación-. Dan ganas de hacerles tablas también a ellos, pobres. Aunque en cuanto vieran el tiempo que hace, se les quitarían las ganas de salir. Lo que hace falta es que deje de tronar y granizar de esta manera.

Acaricio con mimo a uno de los bismontes que tengo junto a mí. Es joven y enérgico, y tiene mucho que corretear. Para él, este encierro es una auténtica faena.

-Intento que todos estiren un poco las patas, pero el espacio no permite mucho.

Terminé de vestirme ya con cara de estar pensando profundamente. ¡Un héroe como yo tenía que poder hacer algo por aquellos animales! Una idea, por lo menos. Si quería salvar a la gente, necesitaba poder pensar bien.

-Quizás podría construirse algo -murmuré, frotándome la barbilla, echando un vistazo a una de las tablas-. Aunque va a dejar de llover pronto, ¡¿verdad?! -. Alcé la voz al escuchar un innoble trueno, como respondiéndole.

Suspiré y correteé un rato con aquel bismonte animado y con Telma, que también parecía contenta. ¡Los cansaría con mi energía! Luchar con un bismonte y correr también era un entrenamiento para mi poder y nobleza.

Telma corría hacia mí, para derribarme, pero salté hacia un lado y logré esquivarla. Al pequeño, sin embargo, lo conseguí parar con mis poderosos brazos, apoyándolos a los lados de su cuello. ¿Tenían hombros los bismontes?
Me empujó un par de metros, pero logré clavar los pies a la tierra, con una sonrisa victoriosa.

-Lo que haces... Eres increíble -. La miré de reojo, con reconocimiento de su nobleza.

Vi venir a Telma de nuevo y tuve que soltar al otro, que resopló. La evité también, pero trusta... trestab... trababi... Perdí el equilibrio un momento y terminé cayendo sentado sobre la paja, jadeante.
Desde luego, eran fuertes.

Telma mugió, mirándome con cara de haberme derrotado, acercándose.

-Más quisieras -respondí, poniendo una mano en su hocico.

Niego con la cabeza, rechazando la idea.

-No vale la pena -replico-. Para cuando terminase la construcción, ya habría acabado el temporal. Eso si el temporal dejara construir algo. Y, de todas formas, lo que necesitan es aire fresco, no más techos.

Lo importante era que pasara la tormenta.

Lo observo jugar con dos de los chicos, mientras mantengo a mi lado al tercero, acariciándolo. A su comentario, me encojo de hombros.

-Hago lo que puedo -replico, rechazando el elogio. Es solo la costumbre de que es mi deber. Y el placer de complacerlos.

El pequeño no tiene ganas de más mimos. Más bien, le apetece jugar. Con un suspiro, acabo por dejar que vaya con los otros. Si es que, al final, me roba la atención.

Me acomodo un poco más allá y me dedico a mirarlos, divertida. Si los cansa, descansarán mejor después. Mejor que jueguen. Y yo no tengo la fuerza para jugar con ellos sin que me hagan daño, como hace él.

-Parece que lo que yo pueda hacer no es suficiente -comento.

Aquello tenía sentido, de modo que terminé por asentir, dándole la razón. Sin embargo, mi poderoso y noble cerebro ya estaba pensando en otra formas de cuidar de aquellos animales que tanto gustaban a la flamma. Aunque Lea sabía más que yo de animales, así que si ella no lo había pensado era muy probable que a mí me costase incluso diez veces más.

Suspiré cuando dijo hacer lo que podía. Era demasiado dura. Yo no era capaz de tratar con mujeres como ella. No sabía qué decirle para ser capaz de arrancarle un buen gesto. Estaba contenta, pero... Nada.
Cada día que pasaba sentía más lejana la posibilidad de besarla.

Me levanté enseguida de la paja, tras caer, y seguí jugando con aquellos dos. Pronto se unió el tercero. ¡Me lo querían poner difícil! Si al menos hiciésemos equipos... ¡Pero todos contra mí!
Aunque era una buena forma de demostrar que el mal no podría vencer a un héroe como yo. Estuve un buen rato corriendo de un lado para otro. ¡Evité al primero! Salté para apartarme del segundo. Y a Telma... A Telma le apoyé las manos en la cabeza para impulsarme y pasar por encima de ella, casi perdiendo el equilibrio al llegar al otro lado. Sin embargo, me volví con gesto victorioso de nuevo.

-¡No podéis competir contra el gran Rick Dehnel!

Sin embargo, tanto saltar, empujar y correr terminó por cansarme, y me rendí, sentándome al lado de Lea, respirando fuerte para coger todo el aire. La miré y di un ligero toquecito de ánimo en su hombro.

-Nada es suficiente nunca -. Hice una mueca-. Hay muchos que dicen que una sola persona no puede hacer gran cosa. Pero tú te esfuerzas de todos modos. Y eso te hace diferente a ellos.

Me sequé el sudor de la frente con la manga. Qué poco seductor resultaba...
Telma también se sentó, cansada. La muy vaga...

-¿Qué más da que lo hagas porque crees que debes o porque te gusta? -. Apoyé la cabeza contra la viga que tenía detrás y cerré los ojos un momento, más descansado. -. La cuestión es que se puede contar contigo.

Una verdadera heroína.
Yo luchaba por el honor porque así lo deseaba, pero no creía que por ser por eso fuese menos importante. Al final lo que contaba era hacer cosas buenas.

Los observo jugar con un amago de sonrisa en los labios. La verdad es que los pequeñajos se mueven con una energía envidiable. Cómo se nota que les falta espacio para jugar. Estoy deseando que pase esta tormenta para verlos corretear por ahí.

Me tenso un poco cuando veo a Rick apoyarse en Telma y saltar sobre ella. ¡¿Pero qué hace?! Estoy a punto de llamarle la atención, pero veo que ella está bien. Y podría no estarlo, eso es peligroso. ¿Y si se hubiera apoyado mal? Sin embargo, como no tardan en cansarse, lo dejo correr.

Me encojo de hombros cuando insiste, desviando la vista, seria.

-Bueno -acepto finalmente. Al ver que los pequeños también parecen cansados, decido que es hora de hacer algo al respecto. Me levanto, apoyándome para ello en la cabeza de Rick, y revolviéndole así el pelo, desordenándoselo-. Supongo que podemos decir algo parecido de ti, entonces -concedo, con una especie de sonrisa.

Me acerco entonces a los dos compañeros de Telma, que ya están empezando a acomodarse, y los animo a levantarse. A dormir, pero no ahí. Cuando consigo que me hagan caso, los guío hasta sus cuadras y, tras un último mimo, cierro la puerta.

Vuelvo entonces junto a Rick, sentándome otra vez a su lado, con un suspiro.

-Solo veros agota -comento, haciendo una mueca.

Abrí los ojos de golpe al sentir su mano en mi cabeza. ¡¿Al fin me había ganado el derecho de ser acariciado como uno más?! Casi tenía ganas de cerrarlos de nuevo y disfrutar de la caricia, ¡pero aquello no debía ser! Así que bloqueé el cuello, poniéndolo rigiduro, para que ella pudiese apoyarse en él sin problemas. ¡Por Mithos! No había probado, pero estaba seguro de que podría abrir nueces con el cuello y el hombro.

Me quedó un agradable cosquilleo en el pelo cuando se alejó. Incluso notaba algún mechón fuera de lugar, pero no quería tocarlo porque era el peinado que ella había escogido con su mano de guerrera. Aproveché que no miraba para echarme el aliento en la mano. ¡Un hombre debía tener siempre las expectaciones en la cima del mundo! Y en aquellos minutos me recuperé de mi cansancio.
Cuando volvió la miré, sonriente, de buen humor. Su comentario me hizo torcer el gesto. Dibujé una mueca en los labios, todavía de buen humor.

-Ellos son jóvenes. Acabarán conmigo -dije, imitando las palabras de algunos señores a los que había oído alguna vez, pero no su tono. ¡El mío era noble! Sonreí, de nuevo, aunque con cierta vergüenza-. Por otro lado, se agradece que me hagan correr más. Si no me moviese, acabaría pesando lo que Telma.

¡Un guerrero como yo no podía comer como yo si no entrenaba como yo! Aquello era así.
Telma mugió, ofendida.

-Tranquila, Tel. Estás fantástica.

Me relajé de nuevo, mirando varios segundos al frente. Luego a Lea, girando un poco el viril rostro.

Miro de reojo a los dos que acabo de dejar en las cuadras. Los he dejado juntos, y ya están tumbados, apoyados el uno contra el otro y con toda la pinta de irse a quedar dormidos de un momento a otro. Si es que son para comérselos.

-Bueno, eso es discutible -comento, señalándolos-. Telma tiene algo más de fuerza, pero esos dos están en su límite -. Me vuelvo a mirar a la bismonte-. Y, la verdad, ella no parece estar mucho más descansada. Digamos que estáis todos en la misma línea. Dejémoslo en tablas.

Asiento al comentario de Rick, mirándola con cariño.

-Estás en tu peso -añado, divertida-. Una auténtica preciosidad.

Me apoyo en la pared a mis espaldas, con un suspiro cansado. Estoy de buen humor, pero ha sido un día ajetreado.

Sonreí, sacando pecho. ¡Tres contra uno y ganaba Dehnel! ¡¡Y no Telma Dehnel!! ¡¡Rick Dehnel, hijo de Reick Dehnel, hij...!! Bien pensado, un noble no presumía, y menos delante de una damisela, de modo que deshinché el pecho de nuevo y me quedé tranquilito, orgulloso por dentro, pero muy honesto hacia ella.
Aunque estaba algo cansado.

-Un empate por hoy -conciencié, asintiendo una vez.

Tras las palabras de Lea, Tel pareció alegrarse de nuevo. Con pasos pesados vino hasta nosotros, y me echó todo el aliento con un bostezo en la cara, mugiendo profundamente, antes de echarse a nuestros pies. Era como un perro, a veces.
Acaricié su espeso pelaje y yo mismo tuve que contener un innoble bostezo.

Me reacosté y cerré los ojos una vez más para descansar la vista. Sentía a Tel a los pies, calentita. La lluvia contra las paredes, desde fuera, casi era relajante, menos por los truenos.

-¿Todavía queda comida? -pregunté, en voz más baja, empezando a sentirme adormilado.

Llevaba días entrenando duro, y se notaba en lo bueno, pero también en el innoble cansancio que me atacaba por las noches.

Cuando Telma se acerca y bosteza, no puedo evitar hacer lo propio. Estoy cansada, para qué engañarnos.

Asiento a la pregunta de Rick.

-Yo he traído más, así que sí -respondo-. ¿Quieres algo?

Me levanto, tratando de despejarme, y me acerco hasta el zurrón. Tras cogerlo, se lo acerco. Aunque, por su aspecto, más le valdría que le acercase una manta.

Dejo el zurrón a su lado para que se sirva él mismo, si quiere. Después, me acerco a Telma y la acaricio. Está ya medio dormida. Me da pena despertarla, pero las mantas están algo más allá, y ya que se ha acercado a estar con nosotros, me sabe un poco mal irme. Aún así, no puedo dormir sentada, o mañana lo lamentaré.

Le doy un beso en la cabeza.

-Descansa, ¿eh? -le digo.

Me giro hacia Rick con una sonrisa cansada.

-Me rindo -murmuro, antes de ir junto a las mantas.

Tras una mirada de reojo a Telma, decido acercarlas un poco a donde está ellos. Por último, me tumbo en una de ellas. Colchón de heno y una manta; no necesito mucho más.

No estoy seguro de lo que le respondí, pero sé que con los ojos casi cerrados, con solo una rayita abierta, la noté moverse.Sentí que ponía algo a mi lado y abrí los ojos un momento nada más para echarle un vistazo.

-Gracias -murmuré, con voz apagada, aunque decidí, finalmente, dejarlo para el desayuno.

La lluvia fuera, el calor de Telma, Lea moviéndose de un lado a otro, su voz hablando a los animales... Pronto, sin querer, cabeceaba, sentado, destapado, abrigado por mi noble calor, sin fuerzas para moverme y tumbarme, por lo menos.
Lea dijo que se rendía. No sabía que estuviese luchando.
Telma mugía bajito, muy lejos.

En un momento dado no volví a ser capaz de levantar la cabeza, que cayó hacia delante. El cuello giró un poco y acabó medio de lado, en diagonal. Y no era tan incómodo estar así sentado...

No pude evitar pensar q...

*se duermen*

Cuando me despierto, apenas soy capaz de recordar cómo he llegado a quedarme dormida. Aunque puedo imaginarlo. Lo primero que veo es a Telma, un poco más allá, rumiando con cierto aire de aburrimiento. Sonrío un momento y luego le hago un gesto de saludo con la mano.

Me incorporo y me estilo, bostezando ampliamente. Por supuesto, fuera sigue la lluvia. Bueno, pues mientras pueda evitarlo, yo de aquí ya no me muevo más.

Reparo entonces en Rick, que sigue durmiendo, y no precisamente en una postura muy cómoda. ¿Y a este qué le ha dado ahora? ¿La noble necesidad de no ocupar espacio? Buen intento, pero se va a romper el cuello. Sintiendo el cuerpo aún algo pesado, me levanto y me acerco hasta donde está. Tomándolo por las axilas, lo muevo un poco, tratando de no despertarlo, y lo tumbo en la paja. Para lo poco que le queda de dormir, le va a servir de poco, pero algo es algo. Cojo una de las mantas y se la echo por encima un poco de cualquier manera. Listo.

Tras dejarlo, recupero el zurrón, que está a su lado, y me alejo un poco, sentándome un poco más allá, donde aún hay mantas. En el momento en que saco una manzana, Telma se levanta rápidamente, dispuesta a recibir su golosina. Se la cedo de buen gusto y tomo una naranja. Con ella al lado, comienzo a desayunar.

Abrí los ojos lentamente. Parpadeé varias veces y terminé por estirarme, noblemente, en medio de las pajas. Entonces no pude reprimizar un gruñido de desagrado y me llevé la derecha al cuello. ¡¿Acaso había venido un monstruo a tratar de rompérmelo durante la noche para aprovecharse de mi debilidad?!
Me senté con cuidado, ayudándome de la mano libre, y miré alrededor. Al ver a Lea enseguida me puse un poco más rígido, adopando una buena postura noble de guerrero, y sintiéndome ya más despierto.

-Buenos días -dije, con voz algo ronca de dormido, y entonces me puse de pie lo más rápido que pude.

¡Yo, que siempre despertaba el primero para proteger al resto y velar sus sueños! Qué innoble...
Fui a saludar a Tel, mientras daba vueltas despacio al cuello para ver si iba mejor, y luego me acerqué a uno de los depósitos de agua para los animales, los que se usaban para rellenar los bebezideros, creo, y me eché agua en la cara, peinándome el flequillo hacia atrás con las manos.
Regresé junto a Lea, con timidez, y tomé la bolsa que tenía cerca para coger un plátano. ¡Esperaba no ser reprendido!

Para cuando Rick despierta, ya he tenido tiempo de tomar la naranja y otra. Telma, por su parte, hace ya un buen rato que engulló la manzana. No hace ningún gesto cuando él se levanta, sino que se limita a mirarlo un momento y seguir rumiando.

-Buenos días -saludo-. O no tanto, que seguimos en las mismas.

En lo que se lava la cara, me voy levantando y me estiro. Si me voy a quedar aquí, que sea trabajando, por lo menos. Le tiendo el zurrón cuando llega a mi altura, y luego me dirijo a por un cubo. Por el camino, abro un par de cuadras, dando libertad a los caballos que hay en ellas para que salgan un poco y estiren las patas.

Me dirijo entonces al pilón y lleno el cubo. Después, tomo un cepillo y abro otra cuadra, en la que está un caballo solo. Es uno de los que no se está tomando muy bien lo del tiempo. Tranquilizándolo con palabras cariñosas y tono suave, coloco el cubo a una altura cómoda y mojo en el cepillo. Después, comienzo a refrescarlo un poco.