Establos

Asentí, frunciendo el ceño un momento. Estaba estresado ya. Quizás la tormenta era un enemigo y teníamos que subir a las nubes en un corcel alado para ir a derrotarla. ¡Tal era lo que parecía!
Sonreí a Lea, agradeciendo que me cediese la fruta que no había pedido con palabras y luego comí el plátano y un par de manzanas. Aquello para un hombre poderoso como yo no era nada. Necesitaría, por lo menos, diez frutas para saciarme. Pero no quería acabar con su comida el primer día ya así por las buenas. Un noble debía saber cuándo detenerse.

Como ella se encargaba de una de las cuadras, en la que reconocí al caballo de la otra vez, y decidí mover un poco a los animales. ¡Un simple dolor de cuello no mataría a un Dehnel!

-Vamos, chicos -dije, tratando de sonar amistoso, ya con menos voz de dormido, empezando a guiar a los caballos en un circuisto improvisado para que estirasen bien las patas y se moviesen.

Telma me miraba un poco mal mientras rumiaba. mugió, grave, y terminó yendo a ver qué hacía Lea.

El caballo se mantiene, quieto, dejándose hacer mansamente, pero sigue tenso. Yo, por mi parte, trato de tranquilizarlo a base de murmullo, mientras lo voy cepillando. Y, por lo que parece, el servicio no debe de considerar que mantener a los animales aseados esté entre sus primeras necesidades.

Veo venir a Telma con aire un tanto apático, y sonrío.

-¿Tú no haces ejercicio, Telmita? -pregunto.

Esta pobre no tiene ni idea de la suerte que tiene. Si es que aquí es una auténtica privilegiada, solo hay que verlo. Es la que mejor está. Sin embargo, muge, lastimera. Pequeña caprichosa...

-Cuando acabe, te cepillo un rato a ti, ¿vale? -propongo.

Y continúo con el caballo hasta estar satisfecha.

Las caballos empezaron pareciendo algo lentos y apagados, pero al final los vi mucho más animados. Incluso correteaban un poco. Di un golpecito en el cuello de uno negro, como caricia.

-Tenemos uno parecido a ti en casa -le dije, pasando entonces la mano por su cara, a la altura de la mandíbula y bajando hasta el morro-. No había animal más cabezota y fiero, así que nunca me dejaron montarlo. Pero se ve que tú eres un caballo educado. Deberías enseñar al caballo Dehnel a ser una montura noble.

Telma era mi compañera, pero yo necesitaba una montura noble, de todos modos. ¡Las misiones épicas debían hacerse a lomos de un poderoso animal de piel brillante y carrera segura con la espada en las manos y el sol detrás, brillando!

Me asomé desde donde estaba para ver qué hacía Lea.

-¿Necesitas algo? -pregunté, alzando un poco la voz para que supiera que me dirigía a ella.

Cuando termino, acaricio un poco al caballo. Veo que tiene heno en el comedero. Me pregunto si está comiendo en condiciones. Miro a Rick cuando se dirige a mí. Luego me vuelvo al animal. Por último, miro a Rick de nuevo.

-Trae un cubo de agua para que beba -le pido, finalmente.

Cuando quiero salir de la cuadra, me encuentro a Telma delante, todavía con el mismo aspecto quejumbroso. Si es que dan ganas de echarse a reír. Le acaricio el morro con cariño.

-Venga, que aquí todos necesitan atención, no eres la única -trato de convencerla.

Acaba por apartarse y dejarme espacio. Echo el agua sucia en la cañería y dejo la puerta de la cuadra abierta. Después de beber, le vendrá bien salir.

Hago gestos a Telma para que me siga unos pasos más allá. Tomo un cepillo seco y comienzo a cepillarla a ella.

-A ver, emperatriz -murmuro.

Asentí, dejando a los otros caballos a su aire.

-¡De acuerdo!

Fui a por un cubo que había de madera y lo llené de agua hundiéndolo donde me había lavado la cara. Luego, sin dificultad, pues mis brazos eran poderosos e invencibles, llegué hasta la cuadra de aquel caballo y le puse el agua al lado para que bebiese si quería. Le acaricié un poco el morro.

-¿Ya estás mejor? Es una buena cuidadora, ¿verdad? Venga, ven a beber-le dije, con voz suave, invitándolo a acercarse un poco hasta el cubo.

Los caballos eran animales caballerosos y nobles. Desde pequeño me gustaba montarme en ellos y correr por el jardín haciendo como que ya era un héroe poderoso usando una espada de madera mientras Nadia me miraba impresionada.

Me volví hacia las otras dos. Contuve una risa. Si Telma era la mujer de manual: hacía lo que quería, era caprichosa y con su encanto todos acababan a sus pies. Negué varias veces y me acerqué, poniéndole la mano en la frente.

-Yo también estoy despeinado. Me peinarás, ¿Tel? -inquiricé, con una sonrisa. Me eché atrás justo a tiempo para que no me lamiese la cara-. Eh, eh, así no.

Aquello estaba bien para hacer a veces. Era hasta divertido. Aunque Lea disfrutaba más, se le notaba. ¿Tanto como yo ajusticiando a malandrines?
Me quedé mirándola un rato, australido, mientras cepillaba a la bismonte.

Telma se dispone a dejarse hacer, encantada, y comienzo a cepillar y cepillar. Me encuentro en seguida con unos cuantos nudos.

-Vaya, vaya, ¿quién no se ha peinado últimamente? -pregunto, mirando a Rick de reojo.

Continúo, sin más comentarios al respecto. Telma tiene mucho pelo, y aún no ha empezado a mudarlo, así que es largo y frondoso. Da mucho trabajo, pero no hay más que hacerle. Aunque la verdad, agota.

En un momento dado me encuentro a Rick mirándome embobado, y le devuelvo la mirada fijamente, seria. Le tiendo el cepillo.

-Toma -ofrezco-. Veamos qué tal se te da a ti.

Ya va siendo hora de que aprenda de verdad y en condiciones.

Alcé ambas cejas cuando me devolvió la mirada, consistente de pronto de que me había quedado varios segundo algo abstracto. Asentí enseguida, cogiendo el cepillo que me ofrecía, y elegí una parte de Telma que todavía no estaba peinada. Comencé a cepillar, llevando la herramienta arriba y luego recorriendo todo el pelo hacia abajo, hasta que salía. Cuando estaba enredado tenía que hacer movimientos más pequeños porque algunas veces que había seguido sin parar Telma se había quejado.
Que Lea me mirase me hacía intentarlo con más fuerza y poderío, haciendo gestos lo más exactos posibles. ¡No esperaba ser como ella, pero la impresionaría con mi técnica final de peinado de animales!

Telma mugía a veces, tranquila, y movía la cola de reptil por el suelo. Al menos era un trozo menos que cepillar.
Traté de concentrarme en mi trabajo todo el tiempo, aunque no podía evitar, de vez en cuando, echar alguna mirada rápida a la flamma, tratando de ver en su cara alguna expresión que me dijese qué tal.
¡PARA IMPRESIONARLA CON MI HABILIDAD!

Comienza, pues, a cepillarla, y veo cómo lo hace. Es evidente que actúa por intuición, porque ni yo ni nadie le ha dicho cómo hacerlo, y eso se ve en sus gestos. Sin embargo, la práctica también ayuda, así que no es tan terrible como pudiera. Aún así, los nudos de Telma se lo ponen difícil.

Observo un momento, sin intervenir. Telma parecía tranquila y feliz. Levanto la vista para mirar al caballo, que parece haber decidido salir junto con los otros. Le vendrá bien. Vuelvo la vista al trabajo de Rick, y lo tomo por la muñeca para corregir el gesto.

-Da igual hacia dónde vaya el pelo, tienes que seguir la dirección -explico, concentrada. Levanto su mano y la llevo hasta la parte más alta del lomo, haciendo que el cepillo se hunda y descienda-. Y siempre desde la raíz, porque hasta ahí se forman nudos, y son los más peligrosos. Y cuando el pelo acaba, no continúes, porque te pasará lo mismo -. Le llevo la mano hasta el final del mechón que está cepillando, y después, en lugar de subir otra vez hasta arriba, lo llevo hasta la raíz del siguiente mechón. De nuevo desciendo, hasta dar con un nudo-. Y este no es muy grande, pero si das con un nudo que lo sea, tienes que sujetar el pelo para no tirarle de la piel -. Le tomo la otra mano para enseñarle cómo sujetarlo. El nudo, sencillo, se deshace sin más.

Suelto las manos de Rick y me sacudo las mías, mirándolo, expectante.

No la vi hacer ninguna mueca extraña, por lo que seguí concentrado y contento. Era relajante, de alguna forma. Me recordaba a cuando Madre cepillaba el pelo de Nadia. La había oído decir que había que hacerlo cien veces hasta que quedase brillante, liso y elegante como el de una verdadera princesa. Aunque, por supuesto, cepillar a Telma cien veces no bastaría ni para acabar con la mitad de su cuerpo. ¡¡Quizás en los bismontes el cien se transformase en mil!! ¡O en más! Tendría que preguntar a Madre cuando dejase de llover y pudiese enviar una carta.

Dejé que me guiase con cuidado. Aquella nueva situación era hermosa como la primavera, pero algo violenta, como luchar por el último postre en la comida. Trataba de seguir sus indicaciones, pero me costaba más. En mi cabeza sus frases eran otras, mientras sus manos cálidas de dama flamma rozaban las mías, ásperas y suaves al mismo tiempo, femeninas y de guerrera.

-Es más difícil de lo que parece al verlo -reconocí, rompiendo el silencio para que mi cabeza regresase a los establos, lo que me costó mucho, cuando ella me soltó las manos, terminando de deshacer aquel nudo.

¿Sería similar a peinar a una persona? Quizás mi madre lo hacía igual con Nadia cuando íbamos a ir a alguna celebración y le dejaba aquella melena tan bonita...

Miré a Lea de reojo una vez y seguí, intentando no hacerlo más. ¡LOS NOBLES HÉROES NO NECESITABAN RECONOCIMIENTO! Lo hacían todo por la hermosa y noble bondad.
Uf.

Me cruzo de brazos y veo como sigue. Me encojo de hombros a su comentario.

-Bueno, por eso tienes que aprender -replico, llanamente-. Telma no puede depender de que copies lo que hayas visto. No es tan difícil, de todas formas. Todo es costumbre. Luego lo harás de forma automática, y el único problema será que se te canse el brazo.

Lo dejo a lo suyo y voy donde los caballos. Uno a uno, los voy guiando de vuelta a las cuadras. Total, la mitad ya están tumbados, y hay más animales que tienen que salir. Abro las cuadras de algunos bismontes, cinco en total. Les toca el turno a ellos.

Después de asegurarme de que los caballos están bien acomodados y de que los bismontes están a gusto, vuelvo junto a Rick y Telma y superviso cómo va el trabajo.

-¿Qué tal va eso? -pregunto.

Asentí con fuerza, animado, llevándome la izquierda al bíceps y doblando el brazo con gesto seguro. ¡Claro que aprendería! Pero lo de cansarme... ¡Por Mithos! ¡Aquello no podía ser peor que levantar pesas, hacer flexiones y usar a Värdjas. Al fin y al cabo, no era un brazo cualquiera. ¡Era el brazo del hijo del gran Reickiard Dehnel! Y mi abuelo había tenido el sobremote de "Rompearmaduras Dehnel" en su juventud. ¡Y NO CON ARMAS! Aunque no precisaban la fuerza de sus brazos para abrir las piernas de las damas.

-¡Tranquila! Si se trata de brazos, harán fata muchas Telmas para cansarme.

Seguí tranquilo, con esfuerzo, acariciando a Telma con la mano libre mientras podía, cuando Lea fue a atender a los otros animales. Sin ella mirando podía relajarme más e ir a mi aire. Cuando volvió, por tanto, llevaba un buen trozo más.

-¡Vamos bien! ¿Verdad, Tel? -. Ella mugió, reposando la cabeza en el suelo. Miré a Lea un segundo, sin dejar de cepillar, curioso. Había dicho que prefería a los animales, pero...-. ¿Y cómo te va la cosa por aquí? El otro día dijiste que conociste a Inger... -. Bajé la vista y la voz apenas un segundo, contradicho-. También te vi con Zacharyas una vez, y Gerald me habló de ti un día. Conoces a bastantes guerreros, ¿no?

Era necesario hablar de aquello, también. ¡Un guerrero con amigos era un guerrero con camaradas que le cubriesen las espaldas! Por supuesto, ella podía contar con Värdjas.

Cuando vuelvo a su lado me encuentro con cierta diferencia entre el primer trozo de pelo y el segundo. Aunque tengo el impulso de señalarlo, decido no hacerlo. Después de todo, no va a estar perfecto solo porque yo me empeñe. Tienen que hacerse el uno al otro.

Asiento, pues, conforme con su trabajo. Por el momento es suficiente así.

Ante el nuevo tema de conversación, me encojo de hombros, no muy animada. La gente no me inspira mucho ánimo.

-Bueno, sí, hablo con gente de vez en cuando -comento, sin demasiada emoción-. Pero tampoco es que me lleve mucho con nadie -. Bien pensado, casi dan pena mis relaciones sociales. Aunque es normal, porque con lo que hay por ahí... - Con la mayoría solo he hablado una o dos veces. Si lo pienso, con quien más he hablado de ellos es con Gerald, y para eso, no es que nos llevemos como uña y carne, precisamente...

Por no decir que saltan chispas. Sería una broma demasiado fácil. Qué deprimente...

La miré de reojo, deteniéndome un momento cuando había hablado un rato, escuchando sus palabras. Casi apetecía proponerle una presentación en sociedad de las mejores personas de aquel palacio. ¡No en vano llevaba yo tanto tiempo allí! Era cierto que pasaba gran parte del tiempo solo o con Telma, pero la verdad era que conocía a un montón de gente. Los héroes debían hacerlo, al fin y al cabo.

Arqueé las cejas, extrañado ante la mencionación de Gerald.

-¿No os sois amigos?-. Me rasqué la nuca, confuso. Hacía ya tiempo que había hablado con Gerald de ella en la biblioteca y lo había parecido-. Supongo que cogí mis propias conclusiones cuando habló de ti por lo que dijo -. Me encogí de hombros. De todos modos, Gerald no había dicho jamás "amigos". Y quizás solo quería "invitarla a cenar" -. Ojalá siguiese aquí Heylel. Era de los mejores tipos que me he encontrado. Pero estaba casado y se volvió a casa hace unos meses -. Meneé la cabeza, de lado a lado-. Debería enviarle una carta cuando esto acabe, que aún no sé nada de él -murmuré, para mí.

Continué cepillando a Telma, pensativo. Lea podía estar en los establos todo el tiempo que quisiera, y yo no podía obligarla a nada, por supuesto... Pero le vendría bien también llevarse con las personas más agradables de Brontë.

-Zacharyas es un buen tipo, también, aunque es algo raro -. Fruncí el ceño. Hacía mucho que no lo veía-. Y diría que su novia lo es más..., pero se puede contar con ambos -. Una pareja rara, sin duda... Ya casi hablaba solo-. ¡Oh! Y el piscis al que vimos en el lago, ¿recuerdas? Se llama Silvanus. Fue el chico al que habían secuestrado. Parece un poco más serio desde que lo rescatamos, pero es agradable charlar con él. Y su pequeño dragón te gustaría, seguro...

La miré, sonriendo, pero borré la sonrisa lentamente, contrarizado. Bien pensado... ¿Quería ella ver a aquellas personas?
Volví la vista a Telma y la seguí cepillando, callado. Probablemente la estaba molestando. ¡No quería que se sintiese presionada! O que pensase que estaba presumiendo de tantos amigos que tenía. Al fin y al cabo llevaba allí mucho más tiempo.

Enarco una ceja, algo escéptica. No sé si quiero saber qué va diciendo ese imbécil de mí por ahí. De hecho, sí sé: no quiero. Niego con firmeza.

-No, no somos amigos -remarco-. Hemos tenido algún que otro encontronazo, de hecho. Aunque empiezo a pensar que da la impresión de que estemos casados, o algo, porque no eres el primero que me hace algún comentario al respecto.

No llamaría a lo de Frikka "comentario" exactamente, pero tampoco veo la necesidad de dar detalles. Después de todo, parece que ya ha arreglado sus diferencias con su chico. Y a mí que me dejen tranquila.

Ya que parece tan interesado en el tema, trato de reunir algunos nombres.

-Veamos... Conozco a Zacharyas, y coincido con tu impresión. Aunque es callado, no me parece desagradable. No conozco a su novia, o eso creo. Conozco a otras dos caeruleus, Inger y Frikka, una cría bastante insoportable. Conozco a una parvus llamada Elektra, y a Narbe, un flamma de lo más enérgico, y evidentemente a Gerald... No sé, hablar, he hablado con alguna gente, pero nada del otro mundo -. Estoy a punto de añadir algo cuando un comentario me hace callar y fruncir el ceño-. ¿Silvanus tiene un dragón?

¿De dónde saca aquí la gente tanto animal? Telma, Ratán y ahora un dragón. Eso lo hace todo más interesante, de todas formas, pero me intriga.

Fruncí el ceño. ¿Casados? Aquello no hacía más que recordarme las palabras de Gerald. ¿La había invitado finalmente a cenar? Bajé la vista, pensativo. Era asunto suyo, al fin y al cabo. Pero no podía evitar sentirme innoblemente contento de que no fueran demasiado amigos. Aunque, bien pensado, no sabía en qué me dejaba a mí aquello. Porque quizás yo creía caerle bien y al final estaba en una posición inferior a Gerald. ¡Y yo allí, alegrándome!
La miré de nuevo. Claro... Lo que no podía hacer uno era ir y preguntar a una damisela si era su amigo o no.

Ella se puso a numerizar nombres, y le presté atención curioso.

-Es una parvus, Ayne Stalon -murmuré, cuando habló de la pequeña, para ver si quizás por el nombre le sonase. Luego mencionó a Inger y tuve ganas de hacer preguntas, pero me salvó el nuevo nombre desconocido, Frikka, al que negué arrugando el ceño, dando a entender que yo no la conocía. Elektra y Narbe me arrancaron una sonrisa, al acordarme-. ¡Claro! Con ella habías ido de misión, ¿cierto?. No he vuelto a verla desde que cené con ella y la joven Massen Dew... Y a Narbe tampoco lo veo desde hace tiempo-. Me rasqué la barbilla. Iba a presentarle a mi aprendiz, Lluvia, a la que también llevaba mucho sin ver. Vaya faena-. Sí. Tris... Algo. Es un dragón pequeñito bastante agradable. Nunca creí que hubiese dragones tan pequeños-. Abrí las dos manos, separándolas aproximadamente lo que recordaba que medía el dragón mientras hablaba-. Por supuesto, también hay gente desagradable -. Fruncí el ceño. Había visto a Alehyss Lester hacía un poco en los pasillos, pero no la mencioné. Tras la misión para salvar a Silvanus y después de que me hubiese salvado de las bayas venenosas prefería guardarme el desagrado para mí-. No he oído hablar de la tal Frikka, pero hace poco conocía una chica, Ío... -. Me crucé de brazos y meneé la cabeza, tenso-. Todavía no comprendo qué tenía esa chica en la cabeza.

Telma mugió, para llamar mi atención, y seguí peinándola. Ya quedaba poco, así que no podía rendirme así como así. Si quería ser impresionantemente viril tenía que acabar aquello que había empezado. Aquello era lo que siempre decía mi padre.

Niego rotundamente.

-No, no la conozco -confirmo, tras oír el nombre. Ni me suena.

Asiento en cuanto a Elektra. Un encuentro no muy fortuito, pero tampoco hemos hablado demasiado. Todo lo que sé de ella es que es muy sonriente y elegante. Tampoco he vuelto a verla después de la misión.

-Yo lo vi no hace mucho -apunto, con respecto a Narbe-. Hablé un momento con él, pero tampoco me podía parar en ese momento. Y hacía bastante que tampoco lo veía, la verdad...

En cuanto al dragón, presto toda mi atención, con los ojos brillantes. Pero qué monada. Mithos, tal y como lo describe, debe de ser la cosa más mona del mundo. Tendré que ver si me encuentro alguna otra vez con ese piscis y le pregunto al respecto. Noto que se me ha formado una sonrisa en los labios.

Y, apenas he notado la sonrisa, se me queda congelada en los labios y se me borra, al tiempo que me tenso y me desaparece el brillo de los ojos. Ese nombre... Tardo un momento en conseguir convencerme de que no está hablando de la persona que me ha venido a la mente. De hecho, el caso es que sé perfectamente de quién me está hablado.

-Ah, sí, esa chica... -consigo murmurar cuando me recupero-. Alguna vez he coincidido con ella. Es muy entusiasta.

Me ha pillado desprevenida y me he desinflado por completo. Clavo la vista en algún punto del suelo.

¡Narbe! Aquel chico era agradable. Tenía que encontrarlo para volver a tomar unas cervezas. Aunque seguía sin ganas de beber desde la no tan lejana noche en el pueblo... El mal cuerpo se me había pasado, pero de recordarlo casi volvía a tener el estómago revuelto.

-Lo cierto es que no he conocido a ningún flamma desagradable desde que vine -comenté, con una sonrisa nostalgiuca. Éramos, sin lugar a duda, ¡la mejor de todas las razas del mundo!

Me alegró ver que Lea parecía contenta. Cuando estaba mucho tiempo con ella empezaba a asustarme de aburrirla o quedarme sin saber qué decirle. ¡O de hablar demasiado! Y con la tormenta, irse sin más era de mal gusto. De modo que...
Terminé de cepillar a Telma y alcé la vista. Pude comprobar, como si aquel pensamiento me hubiese lanzado una maldición, que Lea borraba la sonrisa y legaba a tensarse un poco. ¿Había dicho algo malo? Quizás a ella la claritas le caía bien y yo allí, hablando mal de ella, innoblemente. Ni se me había ocurrido.

-¿Cómo es que no tienes ningún animal? -pregunté, de pronto, como lo primero que se me ocurrió, acariciando la cabeza de Telma mientras me ponía de pie, para ver si dejaba de estar incómoda por aquello.

No volvería a hablar mal de ningún guerrero sin saber antes si ella los apreciaba. De hecho, hablar mal de la gente era innoble, por antipáticos que fuesen. No era un comportamiento correcto.

No respondo a su comentario. Bien pensado, más que ningún flamma desagradable, lo que me llama la atención es la poca presencia de la raza. ¿A cuántos conozco? Pocos, muy pocos, e Ignis está cerca. Aunque con la poca gente que conozco yo, puede que, simplemente, no los haya visto. Rick conocerá a unos cuantos más, muy probablemente.

Trato de recuperar la sonrisa cuando pregunta. ¡Animales! Mi guerra eterna con el mundo. Mi madre no soportaba que estuviera encontrando nuevas mascotas casi a diario. Aunque creo que la que peor lo llevaba era Io. Peor para ella, la verdad.

Me encojo de hombros.

-He cuidado a muchos -respondo-. ¿Sabes esos niños que siempre están llevando animales a casa y los tratan como sus protegidos? Yo era de esos niños. He montado unos buenos zoológicos, la verdad... Pero no creía que traerlos aquí fuera buena idea. Dejé en Ignis dos tolocos y un pequeño acuario a cargo de mi hermano. Están mejor con él, por más que los eche de menos.

La verdad es que, visto el panorama, bien podía habérmelos traído. Al menos a los tolocos. Por lo que se ve, nadie me lo habría prohibido...

Esbocé una sonrisa con su historia. No podía evitar imaginar a una Lea en miniatura caminando por la calle y recogiendo todo aquel animalito que encontraba, metiéndoselo en la ropa y llevándolo a casa a escondidas. Así había hecho yo un par de veces, la verdad, aunque mi madre nunca había tenido problema con que tuviésemos un animalito correteando por el jardín.
Deje ir una risa contenida, de buen humor.

-Te pega, la verdad -dije, con una sonrisa amplia, inclinando un poco la cabeza hacia adelante-. Qué adorable... -. Ancheé los ojos a la mención de su hermano-. ¿Tienes un hermano? Yo tengo una hermana también-. Me puse las manos en la cadera, un instante, inclinándome adelante y atrás una vez, cómodo-. ¿Eres la mayor o la pequeña?

El hermano de Lea... No podía imaginarse a un poderoso guerrero de anchos hombros, cuidándola cuando ella tenía seis años como yo había hecho con Nadia.

Me encojo de hombros, con una pequeña sonrisa. Sé que me pega. Qué otra cosa podría ir más con mi forma de ser que eso.

Y entonces pregunta por Daín y yo me pongo seria de nuevo. Inspiro hondamente antes de responder. Mejor dejar las cosas claras desde el princpio. Ocultarlo todo suele traerme más problemas que soluciones.

Me cruzo de brazos y me apoyo en la puerta de una de las cuadras, mirándolo muy seria.

-Tengo dos hermanos -admito, por fin-. Y soy la mayor de los tres. El chico es el pequeño, le llevo cuatro años. La otra es mi gemela.

Ya está, ya lo he dicho. Y ahí se pudra en el infierno.

Me acerco a Telma y la acaricio. Es más agradable al tacto cuando está cepillada, como es normal.

Ladeé la cabeza, curioso. Dos hermanos. Y yo que la hacía hija única. De alguna forma, al menos, aunque no me lo había planteado seriamente. ¡Y menos aún que fuese la mayor! Para mí, de algún modo, Lea era alguien a proteger, deseaba protegerla si las cosas se ponían duras, y verla como la mayor de tres personas, como yo y no como Nadia, era una sensación nueva. Me hacía pensar en su infancia, de alguna forma. Verla arropando un pequeño peludo entre la ropa y llevándolo a la habitación en secreto para enseñárselo a sus hermanos pequeños con una sonrisa de nerviosismo.

Y mis pensamientos se detuvieron de pronto.

-¿Gemela...? -. Allí si que se me grandearon los ojos y levantaron las cejas. Hasta abrí un poco la boca, imaginando de pronto a otra Lea al lado de la primera-. ¡¿Tienes una gemela?! Nunca conocí a nadie que tuviese un gemelo -. Sonreí, animado. ¡Aquello ya era más de lo que había podido imaginar sobre ella jamás. ¿Podría diferenciarlas? ¡Mithos!-. ¿Os cambiabais de ropa para fingir que erais la otra?

Era extraño pero no podía dejar de imaginar lo que hubiese pasado si hubiese tenido un gemelo. ¡¡UN GEMELO MALVADO!! Yo sería el noble, por supuesto, y él el corroto por la maldad, creando un ejército de caballeros fantasma que yo tendría que destrozar.
¿Sería verdad aquello del gemelo bueno y el malo que habían comentado siempre los chicos del pueblo?

Telma mugió, encantada por las caricias.

Suspiro. Por supuesto, a nadie le importa Daín. A nadie nunca le ha importado Daín, en realidad. Pensar en las dos hermanas idénticas es mucho más exótico y llamativo. Cualquiera quiere oír hablar de las anécdotas de las dos hermanas iguales. El pequeño es secundario.

Trato de no mostrarme demasiado sombría. Yo misma he dado la información, y es mi deber afrontarla. Así pues, me propongo responder todas sus preguntas al respecto. Hace mucho que no hablo del tema, porque es un tema que no soporto. Así que desahogaré un poco.

Niego con la cabeza.

-No había ropa que intercambiarse -respondo-. Nuestra madre nos vestía siempre iguales. Solo se nos diferenciaba en los colores. Le encantaba vestirnos a juego como si fuéramos muñequitas. Y a mi hermana siempre le gustó lo de cambiarnos de identidad, pero a mí no. Prefiero dejar bien claro quién es quién en todo momento.

Ella misma me ha enseñado a preservar mi identidad a base de palos.

Parecía menos contenta que hacía un rato. Quizás era la preocupación por su familia. Al fin y al cabo, con el tema de las catástrofes era normal que los guerreros, que llevarían muchos bastante tiempo sin ver a sus familiares, se preocupasen y deseasen saber enseguida si estaban bien. Yo mismo me encontraba preocupado por eso.

Imaginé a dos Leas vestidas de rosa y amarillo, con dos vestidos iguales, en un campo verde con flores y no pude evitar esbozar una sonrisa. Lea sería la que tenía un toloco en la espalda, escondido. La otra ni idea.

-Sinceramente, preferiría saber cuál es cuál, así que estoy contigo -coincidí, asintiendo.

No podía imaginar lo que sería estar saliendo con una de las gemelas y confundirte con la otra. ¡Aquello sí era una coincidencia posible! Y vaya innoble, besar a tu cuñada.

Acaricié la cabeza de Telma, contento.

-¿Tu tienes hermanos, Tel? -. Mugió, contenta. Volví a mirar a la flamma, con cierta tristeza-. Pues Nadia fue mi inspiración. Cuando nació yo ya tenía ocho años, así que la vi crecer y la cuidé todo lo que pude hasta que vine aquí... Sin ella nunca hubiese querido ser un guerrero-. Suspiré, con nostalgia-. Hace mucho que no la veo, pero debe de estar hecha toda una mujer. Cumplirá los dieciséis en unos meses.

Al irme de casa apenas era una niña sin pechos. ¿Cómo estaría Nadia? Mi pequeña Nadia... En sus cartas siempre decía que esperaba mi visita, o que quería venir ella misma. En cuanto acabase la tormenta iría a verla.

Asiento con gesto grave. ¿Qué mejor momento que este para expresar eso que siempre me está rondando por la cabeza? Clavo los ojos en Rick, completamente seria.

-Es muy desagradable -declaro-. Odio que me confundan con ella.

Odio que ella disfrute con esa confusión. Odio que se aproveche de ella. La lista de "malentendidos" es demasiado larga. Y todo por su culpa. Por ese fetiche suyo. La odio.

Esbozo media sonrisa cuando pregunta a Telma. Es más que probable que así sea. Y, cuando Rick habla de su hermana, no puedo evitar que mi sonrisa se amplíe.

-Supongo que es parecido a lo que me pasa con Daín, aunque yo era más pequeña cuando él nació -respondo-. Pero era como un muñequito al que cuidar. Además, como era tan bueno, se dejaba hacer de todo. La verdad es que lo adoro.

A él también lo echo de menos. Siempre ha sido muy bueno conmigo, y no siempre porque me lo mereciera. Espero que le esté yendo bien en sus estudios. Debería escribirle más para saber cómo le va. Me preocupa que Io se aproveche.

Me puse algo tenso. Si tanto lo odiaba iba a tener que memorizar todo lo que pudiese sobre el aspecto de Lea. Solo de imaginar que un día conociese a su hermana, por lo que fuese, y me confundiese... ¿Me ganaría acaso su odio eterno? Porque parecía ir bastante en serio con aquellas afirmaciones.

-Daín... -repetí, llevándome las manos a la cintura, sacando pecho-. ¡Un hombre afortunado! Con un montón de mascotas -bromeé, haciendo referencia a su "zoológico".

No había visto a su hermana, pero aún así podía decir, sin miedo a equivocarme, que aquel chico tenía dos hermanas muy guapas. Qué gracioso. No podía dejar de imaginarme con un gemelo. ¡Pero yo estaría, sin duda, más fuerte!

-¿Y cómo se llama tu hermana?- pregunté, abrazándome al cuello de Telma y dándole varias caricias. No podía dejar de ponerle Lea dos, y prefería que, ya que tenía que diferenciarlas para que no se enfadase, tuviese un nombre diferente por el que llamarla, y no Lea dos.

La gemela mala. Sin duda. Porque Lea, se mirase como se mirase, era buena.