Establos

Esbozo una sonrisa, acariciando el lomo de Telma, pensativa. Daín es un buen chico. Lo que ha tenido que aguantar, el pobre... Y aún así, sigue siendo maravilloso.

-A él no le gustan tanto -comento-. Pero me tiene consentida. Qué se le va a hacer.

Y entonces, por supuesto, pregunta. Bajo la vista al suelo.

-Io -murmuro, al principio. Pero al final decido precisar. Es mejor así. Suspiro de nuevo-. Io Lea Seimz. Y yo soy Lea Io Seimz -. Esbozo una mueca de disgusto-. Nunca me han puesto fácil eso de marcar las diferencias.

Si es que es vergonzoso. Si hay algo que puedo decir de mi madre es que tiene un gusto horrible para todo. Porque, evidentemente, el asunto de los nombres fue cosa suya. Como todos los demás elementos a juego.

-No me gusta mi hermana -murmuro, casi en un gruñido.

Realmente parecía gustarle su hermano. Era cierto que Lea me había dicho que prefería los animales a las personas, pero viéndola hablar de aquel modo de su hermano era fácil ver que había excepciones. Aquello, de alguna forma, me hacía tener unas esperanzas extra, aunque no esperaba, por supuesto, llegar al nivel de su hermano. Suponía que sería un chico especial para ella. Me llegaba, por ejemplo, por ser más que Gerald, pero tampoco lo tenía claro. Como ella me había dicho aquel día que entrenamos, no tenía el pelo cubierto de pelo ni iba a cuatro patas.
"Yo te consentiría todo lo que quisieses", quise decir. Pero no lo dije, porque hubiese sido muy incómodo para todos. Incluso para Telma. Y la lluvia caía fuerte. Demasiado fuerte para escapar sin más.

"Io".
Abrí mucho los ojos. Y más me sorprendió cuando me dijo los nombres completos.Los mismos, pero cambiados.

-Lea es más bonito -murmuré, frunciendo el ceño, dando una última caricia a Tel e irguiéndome.

Y de verdad lo pensaba. Quizás ayudaba que aquella claritas fuese tan desagradable. O el desagrado que de repente ella demostró, con palabras, por la otra Lea. No podía imaginar cómo no adorar a una hermana, pues solo tenía una y aquello era lo que sentía. Aunque algunos amigos, en su adolescencia, me habían dicho cosas parecidas de sus hermanos, padres...
Terminé por esbozar una sonrisa que intentaba animarla, oprimiendo su brazo derecho un instante, casi a la altura del hombre, cariñoso.

-Así que hay de verdad gemela buena y gemela mala, eh -murmuré, tratando de sonar bromista, aunque con miedo a molestarla. Me apresuré a aclarar, por si acaso-. Tú eres la buena -. Fruncí el ceño, contrarizado-. Es decir... Nos gusta más esta, ¿verdad, Tel? -. La bismonte mugió y yo me llevé la mano a la nuca, incómodo-. Me estoy liando y estoy... Me callo.

Me dejé caer sobre la paja, con gesto cansado. Estaba siendo innoble hablando de un tema que no debía de ser cómodo. Porque si ella no le gustaba, pero era su hermana... ¡Había que respetar a su familia! ¡Era su familia!
Lea Io Seimz. Lea e Io. Vaya cosa más extraña. No podía dejar de sentir curiosidad, pero aquellos temas eran delicados. ¡Las damas no siempre querían hablar de aquello! Y otras veces se morían de ganas. Pero Lea era tan complicada...

Suelto una especie de pequeña risa.

-Sí, yo también creo que me he quedado con el mejor nombre -coincido.

Ante sus reflexiones, ladeo la cabeza, mirándolo con curiosidad, con el ceño levemente fruncido. Siempre me han hecho gracia esa clase de teorías. La gente tiene mucha imaginación. Cuando decide callar, lo miro con expresión divertida.

-Bueno, en nuestro caso, como mucho, podemos dar los títulos de gemela mala y gemela peor -. Y no tendría muy claro en qué orden darlos. Roto los ojos, con cansancio-. Tenemos una eterna guerra que lidiar.

Cuando Rick se acomoda, yo recojo los cubos y los cepillos y los llevo al almacén. Cuando vuelvo, guío a los bismontes de vuelta a sus compartimentos. Esto de los turnos no resulta mal del todo. Aunque mejor sería dejarlos tranquilos.

Telma no tarda demasiado en acomodarse junto a Rick, y cuando decido que todo está en orden, me uno yo también a ellos, sentándome junto al flamma.

A estas alturas está totalmente justificado que deje estar el tema, pero después de empezar a hablar, me apetece zanjarlo del todo.

Acabo por dejarme escurrir hasta tumbarme en la paja, y miro al techo.

-En realidad, yo vine aquí escapando de ella -confieso-. Recibí la llamada y lo tomé como una vía de escape. No soportaba más tenerla cerca. Y a Brontë no podía seguirme, así que era la solución perfecta.

Agité una mano delante de la cara, con una sonrisa contenida, negando suavemente. ¿Mala y peor? Si es que siempre tan pesimista. ¡No conocía a su hermana! Llamarla mala sin conocerla era de mal gusto. ¡Pero Lea, desde luego, no entraba en mala! y mucho menos en peor. En aquel caso, como mucho, buena y normal.

Mientras ella recogía a los animales me dediqué a hacer caso a Telma, que estaba bastante vaga. Mientras la acariciaba se puso a rumiar un poco de paja, tranquila, y luego me dejó un momento para ir a beber agua, aunque no tardó demasiado en volver.
Me llevé una mano al cuello, distraído. Todavía me dolía un poco. Vaya una noche...
Pronto Lea volvió, y se sentó junto a nosotros. Estaba pensando en qué tema sacar, pero parecía dispuesta a hablar más de aquello. Y yo, como sentía curiosidad innoble, no se lo impedí. ¡Sentía verdaderas ganas de conocer a aquella Io! Pero aquello no podía decirlo.

Escapando... La miré. De modo que aquel era el motivo. Empezaba a comprender ciertas cosas. ¡Por aquello no había encontrado su motivo para luchar!
la vi tumbarse, distraído, mientras acariciaba a Telma. "En ese caso, debo agradecer que te lleves tan mal con tu hermana." "¿Puedo besarte?" También quise acariciar su rostro, o su flequillo. O tomar su mano. Pero recordaba aquella mirada de rechazo y no podía, por suerte. Y desnudarla ya estaba muy lejos de mis posibilidades.
De todos modos coloqué una mano en la paja, de forma que se rozasen un instante, apartándola luego un centímetro hacia mí, disfrutando de ese contacto que parecía que había sido sin querer por un momento.

-Hay que ser valiente para escapar a un lugar como este -murmuré, contemplando a uno de los bismontes que se acomodaba en su cuadra, con una sonrisa algo amarga.

O algo estúpido. Pero no podía llamarla estúpida, ¡por Mithos!

-Yo vine aquí porque creí que podría hacer cosas buenas, sí... Pero también escapé de casa, de algún modo -. Torcí el gesto-. Rickiard "Consuelaviudas" Dehnel... Así me llamaban algunos, y mi padre no podía soportar la vergüenza, por supuesto.

Y esperé, con expresión tensa, a que se mofase de mí y me perdiese el respeto. Ni sabía para qué había dicho algo que me dejaba en tan mal lugar.

Le dedico, de nuevo, una mirada escéptica. Bueno, eso habría que discutirlo.

-Todo depende de qué vengas huyendo -apunto, con una mueca de desagrado-. O del nivel de información que tengas sobre el lugar al que huyes. En mi caso, un poco mezcla de ambas. Pero el lugar no ha resultado tan terrible, creo. A veces da miedo, pero... se está bien.

Lo miro un momento fijamente, pillada por sorpresa. Acabo por apretar los labios, en un gesto evidente de estar conteniendo la risa. Rick, eres estrafalario hasta decir basta. Una idea me viene a la mente, y estoy a punto de hacer un comentario al respecto, pero decido callar. Mejor no ponerle peor las cosas.

-Bueno, tu padre podrá estar contento de saber que no hay muchas viudas por aquí -comento, finalmente, incapaz de contenerme-. Al menos, por lo que sé.

Dirijo una mirada a Telma, perfectamente acomodada.

-Ahora podemos llamarte "el granjero" -. Lo miro de reojo, con una sonrisa relajada-. ¿O es demasiado innoble?

Esbocé una sonrisa y asentí una vez con la cabeza, llevándome las manos a la nuca para que me sirviesen de almohada contra la pared.

-Me alegro -dije, sin más, satisfecho. Al menos, aunque hubiese llegado huyendo, estaba a gusto. Aquello era lo verdaderamente importante. ¡Mi deber era hacer a la gente aquello más sencillo y agradable!

Efectivamente, la sorprendí. Aunque me temía que en su mente estuviese despreciándome. Si ya sentía pocas posibilidades con ella entonces...
Pese a todo, sonreí, alegrándome de que pareciese de mejor humor. Había conseguido lo que buscaba. Los protectores heroicos se sacrificaban por el resto.

-Bueno... -murmuré, dudoso, mirándola con complicidad-. La mujer que nos llevó al lago podría serlo... -aventuré, divertido. Y era cierto que lo había pensado en el momento. Una verdadera mujer atractiva-. ¿El granjero? -. Fruncí el ceño, y acabé riendo-. Pues creo que eso tampoco le va a gustar mucho. Pero a mí me da igual lo innoble que sea -murmuré, encogiéndome de hombros-. Un verdadero hombre hace las cosas con sus propias manos.

Suspiré, satisfecho, con cierta nostalgia. La verdad era que sí se estaba bien en Brontë.

-Antes de venir yo no era como ahora. Prefiero al "granjero" Dehnel, que a Rick Dehnel, hijo de Reick Dehnel, hijo de...- agité la diestra varias veces, dando a entender que seguía.

Miro a Rick, entre divertida e incrédula. Así que no se da por vencido, ¿eh? Sí, desde luego, es de lo más estrafalario.

-A mí no me mires, es lo sabrás tú -replico, colocando las palmas hacia él, en señal defensiva, desentendiéndome del asunto. No tengo la menor intención de ponerme a discutir la posible viudez de nadie.

Dirijo una mirada afligida a Telma y niego con la cabeza.

-¿Oyes eso, Telmita? -la llamo, con tono dramático-. Los señores nobles no nos quieren. Nos rechazan. ¿Qué será ahora de nosotras?

Acabo por asentir, sin embargo, conforme con su siguiente comentario, como dando a entender que es compensación suficiente. Lo miro con exagerado aire orgulloso.

-Es que los habitantes de las cuadras somos muy buena influencia -explico, haciendo un gesto que abarca todo el lugar.

Ensanché la sonrisa, pero no dije nada. Por supuesto, no tenía la más remota idea sobre la viudedad de aquella mujer. y era cierto que su porte y su atractivo eran notables. ¡Y más aún si hubiese estado casada y su marido hubiese muerto! Que por su aspecto, la verdad, era de aquellas que te hacían sospechar de la muerte de su marido. De las que habían tenido cuatro o cinco difuntos maridos. Por Mithos... Costaba creerlas, aunque te asegurasen que no les envenenaban el café.

Levanté una ceja, divertido, ante las quejas de Lea. Por supuesto, Mithos. Ahora el problema era aquel.

-Telma tiene que ser noble también, que por algo la he criado -me quejé, falsamente, cruzándome de brazos. Ella mugió, aunque no supe decir si era feliz o enfadada.

Miré sus labios un par de segundos, distraído. Estaba sintiendo excesivas ganas de besar a Lea en aquel momento, y era muy incómodo, aunque lograba sonreír y hablar de todos modos. Agradecía enormemente que estuviese tumbada, pues el acceso a sus labios era complicado y hubiese sido algo violento.

-Claro -asentí, convencido-. Sois unos animalitos encantadores -. Sonreí, casi con maldad, pero divertido-. Acabaré siendo uno más.

Me llevo una mano al pecho, mirándolo con dramático dolor. Touchée. Niego con la cabeza, desviando la vista, como quien no quiere la cosa.

-Oh, ya veo, encima del rechazo, ni siquiera puedo contar con Telma -comento, teatral-. Un trágico destino, el mío...

Vuelvo la vista de nuevo a él, con mirada desafiante. Estás jugando con fuego, Rick Dehnel. ¿No te ha enseñado tu noble mamá lo peligroso que es eso? Porque, si así es, te quedan unas cuantas quemaduras que ganarte...

Niego con la cabeza, moviendo la mano, como rechazando la idea, con el ceño levemente fruncido.

-Oh, venga, no te hagas tanto la víctima -replico, burlona-. Puedo asegurarte que eres más animalito que todos nosotros juntos.

Telma mugió, animada, y se puso a comer paja. ¡Como si tuviese algo que ver! Y cada uno de los comentarios de Lea me incionaban a decir cosas que no quería decir. Ya había dicho bastante una vez, ¡y ella había marcado que había sido suficiente! Pero mi corazón de fuego deseaba ser caballeroso y decir cosas hermosas a las damas, como siempre había hecho, desde la primera viuda.

-Te acostumbrarás -dije, con cierta maldad, pero una sonrisa que dejaba claro que era broma.

Mithos... Su tono era agradable. Hacía que pareciese que era necesario entregarse a ella de nuevo. Y de nuevo. Y entonces dijo aquello de los animales. Casi se me nublaba la vista. ¿Más animalito que todos juntos?
"¿Entonces te gusto más que las personas?"

Abrí los labios. ¡Iba a decirlo! Me obligué a cerrarlos. ¡¡UN NOBLE CABALLERO NO HACÍA AQUELLAS COSAS!! ¡¿QUÉ HACER?! ¡NI LAS PENSABA!
Imité el ladrido de un perro de forma muy falsa, sonriendo con cierta burla, en respuesta a sus palabras, y me dejé caer tumbado también. Junto a ella.
Junto a ella.
Rick Dehnel tenía un auténtico problema aquella noche.

-Viniendo de ti, me lo tomaré como un cumplido -murmuré, con un amago de sonrisa, conteniendo una mayor, mirándola de reojo-. Voy a empezar a exigir que me cepilles también.

Lo miro, entornando los ojos, aparentemente dolida. ¿Pero qué confianzas son estas? ¿Cuándo me ha perdido el respeto hasta tal punto? De nuevo, desvío la vista con aire ofendido. Si es que das la mano y te cogen el brazo.

Vuelvo a mirarlo de nuevo.

-¿Puedo contar al menos con los otros? -pido permiso. Porque, a estas alturas, parece que ya hasta hace falta. Si es que dónde se habrá visto...

Sonrío a sus falsos ladridos. Diría que buen intento, pero ni siquiera es bueno. Cierro un momento los ojos, pero vuelvo a abrirlos cuando habla, mirándolo con cierta malicia. Me giro apenas hacia él.

-Bueno, tampoco te lo creas tan deprisa -replico, entre picajosa y desafiante-. Puede que no lo sepas, pero el acicalamiento es una de las actividades sociales más esenciales. Ningún animal permitiría que cualquiera lo cepillase, ni ninguno aceptaría ayudar a cualquiera a asearse. Mucho afecto hay que ganar para conseguir el derecho a un cepillado.

Sonreí ampliamente, casi exagerado, asintiendo. ¡Le daría permiso! Por supuesto.

-Está bien. A los otros sí- zanjé, como si estuviese haciéndole un enorme favor con aquello.

El corazón me latía de una forma extraña y algo incómoda. No era rápido, como cuando una viuda se aproximaba para pedir que le calentases la cama por la noche. Era como si, simplemente, cada latido fuese más fuerte y se notase más.
Me costó un poco, pero logré tragar saliva.

-¿Aciclamiento...? -murmuré, confuso, pero aquello no era importante. No. "¿Puedo besarte?" Fruncí el ceño, como si estuviese ofendido, volviéndome también ligeramente hacia ella-. Aquí me dicen que soy más animal que todos juntos y todos tienen un cepillado menos yo -dije, manteniendo la expresión. Tras una breve pausa, sonreí. "¿Cuánto aprecio más me tengo que ganar para lograrlo?"-. Menos mal que Telma sí me quiere -. Extendí una mano hacia ella para darle una caricia-. Si tuvieses manos, me cepillarías, ¿verdad, Tel?

Tumbado, junto a ella, los rostros girados... Nos separaba cierta distancia, sí, pero era tentador de todos modos.

Asiento, satisfecha.

-Bueno, entonces me conformaré con eso -decido.

Roto los ojos cuando habla.

-Acicalamiento -corrijo, pronunciando la palabra más despacio. ¿No le enseñaban esa clase de palabras en su casa de nobles? El acicalamiento también es muy de señoritas refinadas, por lo que sé. Lo miro, burlona-. Aquí la cosa es quejarse -replico, con una sonrisa maliciosa-. Para animalitos malcriados ya tengo a Telma, no necesito más. Si quieres ser un animalito y que te peinen, acostúmbrate a que el puesto de emperatriz ya esta cogido. ¿A que sí, preciosa? -Telma no parece muy interesada en la conversación, sin embargo. Miro a Rick, negando-. Si tuviera manos, como mucho, te pediría que le hicieras la manicura. Como es una chica tan noble, es demasiado delicada como para encargarse de cepillados.

Estiro un momento el cuello para mirar a la bismonte, que está un poco más allá, rumiando entre aburrida y somnolienta. Parece que está cansada de tanta fiesta.

Suspiré. Si es que incluso como animal tenía el puesto más bajo de todos. Estaba seguro de que si en aquel momento llegasen cien bismontes más, todos ellos, puestos en fina, serían peinados antes que yo. Y, si tocaba, al llegar a mí de último, me daría un par de golpecitos en el brazo y me diría que puedo peinarme solo. Y agradecería aquellos golpecitos, de todos modos, como si fuese la primera vez en toda mi vida que una mujer me tocaba. Quién había visto a Rick Dehnel y quién lo veía.

-La manicura... -. No pude evitar reír de imaginarlo, y termine por negar-. Pues menos mal que me has enseñado a cepillar, porque así podré hacerlo yo solo, que como tenga que esperar a que alguien me aprecie... -repliqué, entre burla y reproche, aunque con una sonrisa afable al final. Ni siquiera Telma... Vaya desastre.

Me froté el cuello, donde dolía, pensativo. Con desplazarlo un poco, y arrastrarme un poco yo, llegaría a tocarla. ¡Aquella era una meta lejana, aunque pareciese que estaba al alcance de la mano!
Al menos era agradable.

Me estiré, allí tumbado, con pereza. La hora de dormir se acercaba. Así evitaría lanzarme sobre su cuerpo. Aunque dudaba que pudiese dormir pronto, aunque me esforzase.

Niego, dirigiéndole una mirada reprobatoria.

-¿Lo ves? -señalo-. Ya vuelves a quejarte. Desde luego, ahora se explican todos esos mugidos lastimeros de Telma. Ya veo de quién los ha aprendido.

Le doy un pequeño capirotazo en la sien.

Me estiro entonces, bostezando. De nuevo, es tarde. Ninguno de los dos ha comido hoy gran cosa, pero dudo que las provisiones den para mucho más. Dirijo una nueva mirada al techo. La idea de volver no me llama en absoluto... Qué desagradable.

-Ojalá pudiera alimentarme de heno -comento. Me giro hacia él, tumbándome de lado, un poco encogida-. Así no tendría que volver al palacio a por comida. Con lo bien que se está aquí...

Sonreí, con un asentimiento final. Así que aquello era un problema.

-Ya paro, ya paro... -murmuré, con gesto de disculpa, mirándola de reojo contento. Su golpe me hizo arrugar el gesto, pero lo solucioné estirándome.

Me levanté al verla bostezar, yendo a por un par de mantas, que ya estaban tiradas de cualquier manera. El servicio pensaría que éramos unos guerreros innobles y desordenados. Qué desastre.
Le tendí una manta y luego me senté a su lado, terminando por tumbarme, como antes, dejando entre los dos un espacio para no sentir la tentación de pegarme. Además, así era más cómodo. Para los dos.

-Tiene pinta de saber un poco soso -murmuré, tomando una de aquellas hierbas y llevándomela a la boca. La mastiqué y tragué, poco convencido. Negué, informando de los resultados-. Mañana iré a buscar algo -anuncié, apoyando la cabeza en los brazos, con la mirada clavada en el techo-. Siempre puedes comentarle algo a los del servicio que vienen, también...

Bostecé y los ojos se me humedecieron. Un día sin entrenar... Vaya desastre...
Me froté la frente con las manos.

Observo su recorrido desde que se levanta hasta que vuelve, y acepto la manta de buen grado. Sonrío.

-Gracias -digo, estirándola para echármela por encima.

Al verlo llevarse la hierba seca a la boca no puedo contener un gesto de incredulidad. Contraigo el ceño, mirándolo con ojos como platos, y boqueo un par de veces antes de conseguir hablar.

-¿Pero qué haces? Eh, que no... -Acabo por pasarme una mano por la cara y dejarlo estar, sin más, conteniendo la risa como buenamente puedo. Desde luego, aquí no se puede ni hacer una broma.

Niego de nuevo.

-Dudo mucho que los del servicio pretendan traer hasta aquí el servicio de hostelería -replico, escéptica-. Y tampoco sé si me parece bien que vayas tú. Lo mínimo será acompañarte...

Cuando me contagia un bostezo, me envuelvo más en las sábanas y me giro de nuevo hacia él, con gesto algo cansado.

-Mañana lo discutimos -propongo.

Me encogí de hombros, con un nuevo bostezo.

-No es más que hierba, ¿no? Hierba seca... Y si Telma se la come, yo también puedo-. Sonreí, acomodándome y tapándome yo mismo. El innoble frío mordía fuerte por las noches, incluso en aquel lugar-. Aunque soy más de carne.

Me rasqué el cuello, inspirando profundamente por la nariz un instante y torciendo el gesto. Pues ya que iban no les costaba llevarle un poco de pan, por ejemplo. Aunque comprendía que también eran personas y no tenían por qué hacer aquello.

-Yo yendo para que no te mojes y tú viniendo para que no vaya solo... No tiene mucho sentido -murmuré, pero sonreía de todos modos. Era una chica noble y amable, al fin y al cabo.

Extendí una mano hacia ella y le di un pequeño toque en la frente con el índice y el corazón juntos, como una pequeña repri... represi... remip... ¡Reprimenda!

-Entonces a dormir ya -. Me estiré un poco más, ya cómodo, entrecerrando los ojos sin mucha convención.

Como insiste, me mantengo en mis trece. No son horas de discutir esa clase de cosas.

-Mañana -repito con voz cansina.

El capirotazo me toma por sorpresa, y me llevo una mano a la frente, frotándomela. Al momento, ya estoy bostezando otra vez. Estoy que me caigo...

Asiento vagamente a su comentario, con los ojos ya cerrados y aspecto adormilado. Me acurruco un poco más, casi en posición fetal.

-Buenas noches -murmuro, tratando de contener un nuevo bostezo, que al final acaba por vencerme.

*se duerme*

En pocos minutos estaba dormida. Como siempre, tenía aquel aspecto relajado. Tenía que ser muy cansado cuidar a los animales todo el día. Y el mal tiempo también terminaba cansando, de alguna forma. Si el buen tiempo volviese todo sería mucho mejor para todos.

Estiré la derecha para rozar su flequillo y frente, silencioso, con cuidado. Me atreví solo un momento, pero se me escapó una sonrisa. No era innoble. Aunque pude ver que algunos animales me miraban y aparté la mano rápidamente, pasando de estar de lado a estar boca arriba, mirando hacia el techo.
Había sido un día intenso. Me sentía como saturizado, de alguna forma. Pero estaba bien. Bastante satisfecho. De buen humor. Contento y heroico.

Con el último bostezo decidí que ya era suficiente.

*se duerme*

Llevo ya varios días sin salir de los establos, pero de hecho no tengo ningún motivo para hacerlo. Estoy cómoda, en un ambiente que me gusta y tengo las necesidades cubiertas. Temía el momento en el que fuera necesario volver, pero antes de que pudiera hacer nada al respecto, Rick se ha hecho con más provisiones, así que vuelvo a no ver motivos para volver al palacio.

Tengo la sensación de que los animales están más cómodos con nosotros cerca. Probablemente sea porque, en cuanto les surge cualquier incomodidad que no pueden resolver solos, la ven resuelta. En cuanto a Telma, está absolutamente feliz y no para de pedir atención por todas partes. Hoy hemos vuelto a cepillarla, y ya hemos guardado a todos los demás en sus cuadras.

Sentada sobre las mantas, ceno tranquilamente una manzana, mientras Telma a mi lado come otra.

Tras un buen bocadillo de queso dejé a Lea un rato relajándose con Telma para ir a colgarme de una de las vigas de los establos a hacer unas cuantas dominadas. Era una buena manera de pasar el tiempo y dejar a la flamma un poco de tranquilidad. Comprendía que tenerme por allí rondando todo el día tenía que resultar hasta cansado, y un caballero sabía que a veces debía mantenerse alejado.

La tormenta no paraba y resultaba estresante escuchar los truenos, aunque ya ni me sorprendían. ¡Eran enemigos a los que estaba acostumbrado!
Al llegar a las ciento cincuenta me detuve, relajado, impulsándome de un salto al suelo. Me limpié el sudor de la frente con la muñeca y me acerqué a uno de los caballos, el que había estado enfermo aquel día, contento, para llevarle un poco de heno y una manzana.

-Buen chico -dije, con voz tranquila, acariciándole el morro.

Volví junto a las chicas y me senté junto a Lea, risueño. Estiré los brazos hacia el techo para desperezosarme tras el ejercicio y terminé por dejarme caer hacia atrás, tranquilo, cerrando los ojos, relajado.

Cuando termino la manzana me echo sobre Telma directamente, abrazándola por el cuello y dándole un beso en la crin. Ella muge un poquito, pero desde luego que no se queja. Comienzo a peinarla con los dedos, rascándole un poco aquí y allá, donde mejor reacciona. Verla tan contenta me hace a mí estarlo también, y el hecho de estar cansada me anima a darle unos cuantos cariños.

Al poco vuelve Rick, que ha ido a hacer un poco el indio. Ya tardaba, desde luego. Cuando se fue al palacio, creí que ya no volvería hasta pasado algún tiempo, pero con la rapidez con que volvió, estoy segura de que no tuvo tiempo de hacer mucho ejercicio. Por otra parte, tengo la sensación a veces de que se siente tan encerrado o más que los animales. La diferencia es que, en su caso, es problema suyo; tiene toda la libertad para marcharse cuando quiera. Sin embargo, no parece muy por la labor.

Cojo el zurrón, a mi lado, y se lo lanzo, por si quiere cenar algo. Antes ha cogido una pieza de fruta, pero se la ha dado al caballo. No sé cómo aguanta hacer tanto el bestia comiendo tan poco.

Abrí un ojo al recibir el zurro, y metí la mano dentro, sacando otra manzana, una amarilla. Me la comí enseguida. La verdad es que la fruta hacía poco. Muchas manzanas hacían falta para mantener lleno el estómago de un Dehnel. No entendía cómo Telma, la enorme Telma, podía vivir solo con aquellas hierbas secas y alguna que otra fruta que le dábamos gentilmente a veces. Yo no sería capaz. Pero la bismonte se negaba a comer queso. Aunque el pan no lo rechazaba. Era una doncella exquisita.
Me puse en pie casi de un salto, sonriente, al terminar la fruta. Me froté un poco la nuca, pensativo, y me acerqué a otra cuadra, donde había un bismonte. Di un par de palmaditas en su hocico. Luego caminé hasta Värdjas y la cogí, entretenido. Le di un par de vueltas con las manos, haciendo una filigrina, pero luego la dejé estar. Me acerqué entonces al arma de Lea y la miré, curioso. ¡Por supuesto, un guerrero no debía tocar el arma de otro sin permiso! Así que al final me volví hacia ella.

-¿Sabes luchar cuerpo a cuerpo? -pregunté, sin alzar la voz, pero con energía.

Me sentía rebuznante.

En apenas dos bocados, una manzana ha desaparecido entre sus dientes. Me pregunto si de verdad será suficiente. Porque, solo con ver su aspecto y la rapidez con que acaba con ella, no lo parece en absoluto. Y menos si se va a dedicar a moverse de aquí para allá sin descanso.

Y, de hecho, en un momento está de nuevo en pie. ¿Es que no puede relajarse un rato? Mithos, me pone nerviosa con tantas idas y venidas. Primero va junto a un bismonte (¿a qué?), y luego se dirige a su arma. Miedo me da ese mandoble aquí dentro, pero no digo nada. Me limito a observarlo de reojo, sin dejar de acariciar a Telma, pendiente por si tengo que intervenir. Al poco, sin embargo, se ha cansado de nuevo.

Se dirige entonces a mi espada, y la tensión aumenta. A ver qué haces, Rick Dehnel. Por suerte para él, no llega a tocarla. Se gira hacia mí, encontrándose su mirada con la mía. Y su pregunta me pilla por sorpresa.

Lo pienso un momento, pese a que la respuesta parece obvia desde el principio. Nunca he tenido una pelea, en realidad. Ni siquiera con Io, y no porque no se lo haya buscado. Recuerdo el golpe que le di a Gerald el otro día. Hasta se me había hecho raro. No estoy acostumbrada a pegarme con la gente, y nunca nadie se ha molestado en enseñarme. Tampoco es que lo haya pedido o necesitado, de todas formas.

-No, nunca lo he hecho -respondo, finalmente.

Supongo que eso significa que él sí. Porque dudo que pretenda que le enseñe algo que no sea limpiar cuadras.