Establos

Ensanché la sonrisa, de buen humor. No la había imaginando peleando con los puños. ¡De modo que estaba en lo cierto! Era una dama, al fin y al cabo. Los puños de una damisela manchados de sangre no eran tan hermosos; sin embargo, no podía evitar recordar las palabras de Inger furiosa cuando había querido protegerla. Eran damas, sí, pero eran guerreras. Y los puños de un guerrero, a veces, por desgracia, debían mancharse de sangre.

Me puse en guardia un instante, lanzando un par de puñetazos al aire, gastando mi enorme energía, de buen humor. Luego me llevé las manos a la cadera, sacando un poco de pecho, inmensamente viril, y me acerqué a las chicas una vez más.

-¿Dónde me golpearías para defenderte si ninguno de los dos estuviese armado? -pregunté, ladeando un poco la cabeza, contento, mientras me rascaba la sien.

¡Entrenar siempre era divertido! A Lea no parecía entusismarle, por otra parte, así que intenté calmarme y volví a sentarme junto a ella, frotando un poco la cabeza de Telma, cariñoso.

Sí, parece que ahora es lo que quiere. Qué bien, con la ilusión que me hace ponerme a entrenar. Además, cuerpo a cuerpo. Es justo lo que más me apetece ahora mismo.

Lo observo desde mi cómoda posición, los gestos, ese intento de darse aires de grandeza y poderío. Eso le encanta, está más que demostrado. Se quiere por todo lo que no lo quieran otros, desde luego.

Cavilo su pregunta, recordando de nuevo a Gerald, pero no respondo. El estómago, desde luego, es un buen sitio para golpear. Es blando y no hay huesos que lo protejan. Solo un poco de músculo, y debajo, vísceras. Vísceras sin las que no se puede vivir. Sin embargo, no es el mejor sitio.

Cuando se sienta, me incorporo un poco, separándome de Telma. Con tranquilidad, casi como si no tuviera que ver conmigo, me crujo los nudillos, primero de la izquierda y luego de la derecha. Cada crujido suena con fuerza. Luego lo miro, con una sonrisa maliciosa, casi cruel.

Y entonces, por fin, respondo.

-En la entrepierna -declaro, entre burlona y amenazante.

Aguardé por su respuesta, ya sentado, contemplándola con una sonrisa calmada. Me agradaba estar con ella, y estaba cómodo, en aquel momento. ¡Y ya que siempre hablábamos de animales, ¿por qué no hablar un poco de combate?! Era justo para ambos.
Fruncí un poco el ceño cuando la vi moverse. Sus crujidos de nudillos no me asustaban. ¡Por muy fuerte que fuese, estaba desarmada! Su pequeño cuerpo no me daba miedo. Y, además, no tenía motivos para atacar a un noble compañero como yo lo era.

Su respuesta, sin embargo, me hizo mover una mano sin quererlo, a proteger la zona, aunque la dejé a medio camino. Cambié la expresión sorprendida por una sonrisa, divertido. Y seguro que mi padre hasta se alegraría, pequeña Lea.

-Vaya mujer más innoble -. Reí entre dientes, jucoso, estrechando los ojos al mirarla-. En tal caso, te prefiero armada.

Aunque ni siquiera tras aquello me asustaba. ¡Una innoble patada era dolorosa! Aún recordaba la de la maldita Lester... Y, pese a todo, un hombre de verdad debía poder seguir luchando tras aquello.

Antes de que tenga tiempo de responder, de hecho, justo en el momento en que estoy abriendo la boca para hacerlo, un trueno me interrumpe, y miro al exterior, alarmada. Ha sonado con más fuerza que ninguno de los que he oído hasta ahora. De hecho, me doy cuenta un momento después de que me ha hecho dar un respingo. Junto a él, un relámpago ilumina toda la estancia con luz casi cegadora. ¿Qué está pasando?

Trago saliva, intranquila, y miro alrededor. Los animales parecen nerviosos. Más nerviosos que hasta ahora, entiéndase. Algunos incluso se quejan. Pero, hasta pasado un momento, no me siento con fuerzas para reaccionar a nada.

Y entonces oigo los golpes en el techo, y no puedo sino mirar hacia arriba. El establo tiembla un poco. ¿Aguantará? Debería aguantar... ¿verdad?

Vuelvo la mirada a Rick, esbozando una sonrisa algo nerviosa. Creía que el tiempo mejoraría, pero resulta que ahora empeora. El granizo suena con fuerza, tanta que no parece que salir sea una opción en absoluto. Trago saliva.

-Parece que no vaya a parar nunca... -murmuro, algo agobiada, a pesar de que mi intención es sonar despreocupada.

Me tensé de repente, ante aquel sonido de pesadilla. El más innoble de los seres, por lo menos, tendría un rugido parecido antes de ir a devorar una ciudad entera... En el anuncio había leído lo que había pasado en otras partes, y de repente el establo no parecía un lugar suficientemente seguro.

Me puse en pie de un salto, muy serio, tenso. Lea sonaba insegura, y era mi deber mantener la calma. ¡Mi deber como caballero protector!
Fruncí el ceño, acercándome a uno de los caballos, que había empezado a rinchar. Como todos se pusiesen a correr a ver qué hacíamos. Traté de calmarlo, muy serio, sin poder evitar sentir el techo sobre nosotros. Luego me acerqué a la puerta y tomé las tablas, que seguían secando. Observé un instante la puerta, como si fuese a salir. Luego me acerqué con paso firme a la flamma y le tendí una de ellas.

-Por su acaso -murmuré, serio.

Los animales habían muerto una vez, ya. ¡Pero en aquel momento yo estaba allí! Y los protegería para proteger a Lea... ¿Pero cómo?
Si el techo fallaba...

Rick no responde. Se levanta y se aleja. Se acerca hasta uno de los caballos, que está algo nervioso. Él y tantos otros. Como esto siga así, va a haber algunos que sufran daños permanentes. Trago saliva de nuevo.

Entonces veo como Rick se acerca a la puerta y lo miro alarmada. ¿Qué cree que está haciendo? Toma las tablas. No irá a... No estará pensando...

-No puedes... -Pero callo al ver que se aleja de la puerta.

Llega hasta donde estoy y me tiende una de las tablas. Echo un vistazo al techo, preocupada, y acabo por tomarla, no demasiado convencida. La dejo a mi lado, sobre la paja.

-No creo que podamos salir ahora -replico-. Ni siquiera con las tablas. Dudo que aguantasen esto. De hecho, el techo ya debería haber cedido. Debe tener un hechizo, o no entiendo cómo el establo sigue en pie.

¿Y un hechizo, siquiera, sería suficiente para protegernos?

La miré de reojo. Terminé por sentarme a su lado y acariciar a Telma, serio, aunque algo rígido. No podía imaginar lo que pasaría si el techo caía. Tras el ataque me había esforzado tanto por los establos solo para que Lea no lo viese... Y si ahora todo se desplomaba ante ella entonces no hubiese servido de nada.
Inconscientemente me encontré rozando un instante la mano de Lea con la zurda, a punto de tomarla, de desear tomarla, pero la aparté, consistente de que no podía hacer aquello. Apreté la mandíbula un instante, frustrado.

-Seguramente haya un hechizo -repetí, para creérmelo más. Los líderes no dejarían morir sin más a nadie. Aferré la otra tabla con la derecha, listo para levantarla si hacía falta-. Dime... ¿Cómo es el lugar en el que naciste?

Estaba muy serio, hasta tenso. Y mis ojos clavados en el techo. Si se desmoronaba, ya que la tabla no bastaba, yo mismo cubriría a la flamma. Por lo menos ser un protector una vez. No volvería a pasar lo de Prosper.

Me abrazo de nuevo a Telma, sintiéndome algo insegura. Rick, por su parte, se sienta al lado. Esto no es agradable. Estoy algo ausente. Acabo por asentir, tratando de convencerme de lo que dice, cuando Rick menciona de nuevo el hechizo.

La pregunta de Rick me hace volver a la realidad, y me aferro a ella, tratando de distraerme. Vuelvo la vista hacia él y evoco Ulunqür. Acabo por sonreír un poco, incluso.

-Árido -respondo, en primer lugar-. Seco. Desagradable. Es una ciudad pequeña, en la parte sur del desierto. Una zona de mucho calor, incluso para Ignis. Aunque supongo que más al norte será todavía peor.

Con todo, no me disgustaba el desierto por entonces. Supongo que no concebía otra cosa. Cuando he vuelto, con más edad, lo he encontrado absolutamente desagradable.

-Pero luego nos fuimos de allí -explico-. Más al sur. En una pequeña ciudad, a media distancia entre el templo y la capital. Asuntos de trabajo. ¿Y el tuyo?

Escuchar la voz de Lea, hablando de Ignis, me tranquilizaba un poco. Evolcar el hogar, de alguna manera, me alejaba de aquellos establos que parecían ir a caer de un momento a otro. La miré de reojo, tratando de imaginar aquello que me decía. Relajé la mandíbula, tirante, cuando vi que podía hablar.

-De modo que eres una chica del desierto, casi... -murmuré, esforzándome por sonreír, algo tenso aún-. Yo vengo de una ciudad bastante grande, al este. Diría que... más o menos a medio camino entre Fulmen y Humus... Vivíamos cerca de la costa, a las afueras de la ciudad, en una zona de tierras bastante fértiles. Es un buen sitio y, para ser Ignis, la temperatura no es excesivamente alta.

Mi familia se dedicaba principalmente a la ganadería y el comercio, aunque también teníamos algunos campos en los que cultivábamos uva. Era un clima difícil de encontrar en Ignis, al menos en la zona norte, así que podíamos considerarnos afortunados por tener unas tierras tan buenas como aquellas.
Me aparté de nuevo, dándome cuenta de que, sin quererlo, había pegado mi hombro al suyo. ¡Era el afán por protegerla! Si el techo caía, lo mejor era que estuviese cerca. Aunque mejor que no cayese. No podría protegerlos a todos, y Tel también estaba allí.

Dejé ir un suspiro, relajando un poco más la excesiva tensión. Morir allí no era el destino de ningún héroe. Me quedaba mucho que defender.

Lo escucho, tratando de concentrarme en lo que dice, de olvidarme del estruendo que nos rodea. No es fácil, pero hago mi mejor esfuerzo. Habla de una zona de Ignis que no conozco. Una zona que, comparada con el desierto, parece otro continente.

-Suena bien -comento, tratando de mantener una sonrisa, como obligándome a fingir que la tormenta no está ahí-. Seguro que es mucho más cómodo que el desierto. Yo no conozco la costa. Sé que una vez fuimos allí, pero era demasiado pequeña para acordarme. Ni siquiera había nacido Daín. Así que es como si nunca hubiera estado.

Dicen que el mar hace mucho ruido. Me pregunto si tanto como el que oigo ahora. Dudo mucho que pueda crear semejante estruendo. Ni tanta inseguridad.

-Algún día iré a conocerlo -me propongo, de pronto.

Telma mugía intranquilizada. La acaricié un poco mientras Lea hablaba. Era extraño para mí imaginarme en el desierto, pero no haber visto el mar... ¡Aquello sí se me hacía extraño! Aunque con toda aquella agua cayendo sobre nosotros no me apetecía pensar en más agua. De todos modos, el mar era noble y poderoso, bastante bello.

-Mi familia se dedica mucho al comercio, así que tener el mar cerca siempre fue muy útil -murmuré, con una sonrisa. Mi hombro volvió a chocar con el suyo, al final me acercaba sin percatarme, pero aquella vez lo dejé estar-. Pero si quieres conocer el mar, no estamos tan lejos... En unos días de viaje podrías llegar a la costa, ¿no? Al sur. Cuando todo esto acabe.

También podría ir contigo de buena gana, si lo deseases.

-¿Y cómo va tu hombro? ¿Ya te has restablecido por completo? -pregunté luego, por mantener vivas las conversaciones.

Un nuevo trueno hizo vibrificar el techo y yo me sobresalté, tensándome.
Las horas pasaban despacio para mí. Los animales hacían ruido, nerviosos, aunque poco a poco incluso ellos parecían calmarse. El techo seguía vibrando. Y Telma, a nuestros pies, mugía a ratos, intranquila.
Mientras tanto, nuestras voces sonaban, a veces la de Lea y otras la mía, por turnos, llenando el silencio; contábamos historias sin demasiada importancia para mantenernos distraccionados. Sentía su hombro contra el mío, aunque era yo el que se había acercado, y aquello también me relajaba, pues sabía que podría cubrirla si el techo caía.

La lluvia seguía golpeando los establos.

*fin de escena*

La mañana siguiente permanecemos en los establos, como habíamos hecho hasta entonces, aguantando hasta que pase la crisis. Para distraerme (y distraerlos), me encargo de los animales, poniendo orden y cubriendo sus necesidades. Trato de convencerme de que todo está en orden, pues sé que les transmitiré mi nerviosismo si lo notan.

Hacia la tarde, la peor parte parece estar tocando a su fin, y todo se queda en calma. Para cuando deja de oírse ruido fuera ya no me fío de si habrá pasado la lluvia o simplemente he dejado de oírla. Me asomo, por fin, y lo que encuentro me deja maravillada. Pese a que el aspecto del paisaje es desastroso, no puedo fijarme en eso ahora: ya no llueve, e incluso se filtran rayos de sol entre las nubes.

Para cuando me vuelvo hacia Rick, la emoción es evidente en mi expresión.

-¡El sol! -exclamo, exaltada-. ¡Se ve el sol!

Y, rápidamente, abro la puerta, dejando que se cuele algo de luz natural dentro.

Estaba limpiando un poco a Telma cuando Lea dijo una palabra que creí que no iba a volver a escuchar jamás en toda mi noble y guerrera vida. Me volví hacia ella, algo atornillado, pero enseguida analicé sus palabras, y entonces vi la luz. Me puse en pie enseguida, emocionado, y troté hacia ella, que ya estaba junto a la puerta.
Al salir un poco los pies se me hundieron en el barro, ¡PERO DABA IGUAL! Por Mithos... Me lleve las manos a la cintura y dejé que el sol me diese un poco en la cara, cerrando los ojos.
Al volverme hacia la flamma tuve ganas de abrazarla. ¡Aquello era como sentir una victoria en mis carnes! Pero, por supuesto, ni yo había hecho nada ni sería explicable después, así que solo sonreí.

-Mithos... Había olvidado cómo era -exageré, y fui dentro a sacar un poco a Telma, que nos miraba adormilada-. ¡Mira, Tel!

Cuando salió fuera lo hizo insegura, pero pronto chapoteaba contenta en el barro. Me pasé una mano por la cara, rascándome la barba que me había salido en aquellos días en los establos. ¡¡Aquel cielo despejado sí que era nobleza!!

Es increíble cómo un momento de sol puede poner a alguien de tan buen humor. Contemplo a Telma con una sonrisa. De hecho, casi me dan ganas de reír al verla salir al exterior con esa pinta tan torpona, y luego corretear encantada.

Decido entrar a por uno de los caballos, el que estaba tan estresado. Le pongo unas riendas y lo animo a salir. Por suerte, la calma exterior lo ha tranquilizado un poco. Con pasos inseguros, me sigue hasta la puerta.

Salgo entonces con él, teniendo cuidado de no resbalar, y lo guío para que estire las patas.

Contemplé el panorama con una sonrisa. Aunque la verdad era que tenía muy mala pinta. Había más de un árbol arrancado... Cuando iba y venía del palacio, con la tabla, apenas podía ver nada por la tormenta, pero entonces, con luz, se hacia una imagen bastante triste y desolarizadora. Era como si se hubiese librado una gran batalla entre el bien y el mal, pero con barro en vez de agua. ¡¡Pero la luz del sol bajando del cielo como un halo poderoso marcaba que el que había vencido era, cómo no, el bien!! Aunque la noche ya estaba cayendo y duraría poco...

-¿Quieres que saque al resto? -me ofrecí, viendo a Lea hacer salir al primero de los animales.

Casi daban ganas de ponerse a correr un rato por el barro y a estirar las piernas, que estaba agobiado de tanto tiempo encerrado. ¡Aunque en una compañía excelente de la que no tenía ganas de quejarme!

-Hoy cenaremos caliente...

Sonreí, encantado. ¡Qué maravilla!

El animal parece inseguro y un poco desorientado, pero es evidente que ver la luz del sol le hará bien. Decido, pues, acompañarlo en un pequeño paseo por los alrededores del establo, para que se sienta más tranquilo. Telma, por su parte, está encantada, eso es evidente.

Niego rápidamente cuando Rick propone sacar al resto. Mithos, no, ahora no podemos ponernos a pastorear...

-Ah, no, no creo que sea buena idea -indico rápidamente-. Este caballo ha sufrido especialmente, por eso lo he sacado. Pero con el terreno en este estado no podemos sacar a todos, sería imposible controlarlos. Solo que estire un poco las patas y ya está.

Contiengo una sonrisa cuando menciona la cena. Si es que ya decía yo que este estaba haciéndose el duro. No me creo eso de que le llegara un poco de fruta y unos bocadillos. Asiento. La verdad es que a mí tampoco me disgusta la idea.

-Y en abundancia -puntualizo.

Asentí, animado. Ella era la profesional, aquello estaba claro. Si estuviésemos hablando de salvar a una damisela en apuros no podría detenerme, pero si el tema era sacar a los animales o no ya no me metía.
Así pues, me dediqué a contemplarla con el caballo y a seguir a Telma un rato mientras pensaba en la cena. Su comentario me arrancó una sonrisa.

-Un banquete para la señorita -dije, con tono bromista-. Estará bien para variar. Creo que no volveré a comer manzanas por un tiempo...

Me llevé una mano a mi viril y duro vientre, que comenzaba a rugir de pensar en filetes... Delicioso y caliente...

Parece que responde con entusiasmo ante la idea. De hecho, estoy casi segura de que está muerto de hambre, y más teniendo en cuenta que se ha dedicado a continuar sus entrenamientos a pesar de la frugal dieta. Dudo que haya comido tan poco muchas veces en su vida, aunque cuando lo conocí sí tenía aspecto de no comer demasiado.

En cualquier caso, decido ser piadosa. Doy un paseo corto al caballo, y luego lo llevo de vuelta a la cuadra. Como introducción al buen tiempo es suficiente. Ya tendrán tiempo de salir todos con más calma. Animo también a Telma a volver a las cuadras, aunque se muestra bastante menos dócil. Sin embargo, al final, consigo convencerla.

Vuelvo junto a Rick una vez hemos dejado todo en orden y recogido algunas cosas de nuestro extraño campamento.

-A cenar, pues -propongo.

Y echo a andar con él de vuelta al palacio por primera vez en días.

*Se van*

Entré en los establos con gesto animado, saludando con energía, pero lo cierto era que estaban todos menos los bismontes. Arrugué el ceño un instante y negué varias veces. De modo que Lea no los había traído todavía. Pues tendría que dedicarme a otras cosas...

Eché agua a unos caballos que no tenían y les hablé un poco de la dama del camino de entrada, la dama del lago, la dama caeruleus, la no sabia si viuda Madame Desmartillos...

-Una mujer de verdad... -murmuré a uno, con gesto de estar en un sueño-. Si tuviese un difunto marido sería casi la perfección -comenté, medio bromista. Luego le di unas palmaditas en la cara-. Saludad a Lea cuando vuelva -dije, alzando la voz-. Buenas noches a todos.

Ya volvería más tarde a ver a Telma, antes de irme a dormir. Tenía que seguir con el trabajo.

*se va*

Me he escabullido un rato del trabajo para venir aquí a tumbarme en la paja, aprovechando que no hay claritas en la costa. O chrysos, en este caso. Estoy reventada y hasta los huevos de sachar como si me fuese la vida en ello. A ver si vamos a dejar Brontë mejor de lo que estaba y lo de la catástrofe era una excusa para que empezásemos a mover el culo. Nada, nada... Solo un descansito y ya nada más.

Uso las manos como almohada, tumbada boca arriba, y bostezo con ganas. Si es que estoy derrengada. Tengo agujetas hasta en las careas, y ya me dirás de qué. A ver si no viene nadie en un rato y tengo una excusa para relajarme.

Al cabo de un rato, creo, he perdido un poco la noción de la realidad. Es que esto de estar currando todo el día agota que es increíble...

*se duerme*

Llegué delante, y me apresuré a dejar los peines aquellos en su sitio, esperando a que Lea llegase luego, abriendo ya las cuadras. Pensaba, mientras, en su gesto, en su mirada, pero no me decían nada. Por supuesto, aquel seguía sin ser el momento adecuado, pero empezaba a agobiarme. Lo había visto varias veces, pero ya no tenía nada claro.
Aquella chica...

Me aparté el flequillo hacia atrás, incómodo. Vi entonces, tumbada en la paja, a una chica. En la oscuridad no la distinguía, pero no quería despertarla. Vaya horas para dormir, y en qué sitio... Jamás la había visto allí antes.

Mithos... ¡Por compasión! ¡Ni por compasión me ayudaba!
A veces tenía ganas de irme a dormir a la cueva del bosque y no volver en un mes, esperando que nadie me reconociese al hacerlo. Me presentaría sin nombre, como un verdadero caballero, solo por mis hazañas.

Pronto estamos ya en los establos. Trato de hacer orden entre los animales. Al menos no son tantos como los bismontes. De todas formas, tengo que asegurarme de que todo está en orden. Guío, pues, a los animales. Al pasar veo a alguien tirado en la paja. Frikka. ¿Estará esperando a ver si a Gerald le apetece repetir? No da tregua...

Ignorándola, llevo a los animales a sus cuadras, asegurándome de que todos quedan bien acomodados. Después, compruebo que todos los animales tengan agua y comida, y se la ofrezco en los casos en que no la tienen.

Por último, llega la parte más difícil: convencer a Telma de que es hora de dormir. Se resiste, remolonea, se queja, pero acaba por obedecer a regañadientes.

-Bueno, esto ya está -digo a Rick, con voz algo cansada.

El tiempo pasaba de forma extraña. Yo apenas podía ayudar con aquello, aunque hice lo que pude por echarle una mano. Ella recogía a los animales, yo aprendía, atendía...
No. La miraba. Quería impresionarla, nada más. Sí, me había enseñado a comprender a los animales de otra forma, había aprendido mucho a su lado, me resultaba divertido saber cepillarlos, alimentarlos, ver cómo acababan reconociéndome... Pero era ella la que me interesaba. Lo sabía ella, lo sabía yo... ¡Quizás también lo supiese incluso aquella chica dormida sobre la paja, incluso dormida!

Telma fue la última, la más caprichosa y atendida, como siempre.
Telma.
Sin Telma, ni siquiera hubiese conocido a Lea. Las circunstancias hubiesen sido otras. Gracias a Telma estaba allí, con ella, deseando tocarla, deseando besarla, deseando haberla besado en aquellos momentos que recordaba exactamente. Deseando ir en aquel mismo momento y acabar con todo.
¿Qué me detenía? El no ser pesado, quizás... De haberlo sabido no la habría invitado al pueblo, tan solo la habría besado. ¿O no era aquello? ¿Cobardía? ¡Por supuesto! Tenía miedo. Pero un Dehnel no se acobardaba ante el miedo. ¡Plantaba cara y avanzaba! Y el fracaso no existía. Las cosas no funcionaban así.

Sus palabras parecían estar pidiendo que nos fuéramos. Por supuesto. Sentía las manos frías, los pies fríos. Y, al mismo tiempo, aunque nervios, calma. Quizás temblaba tanto que no temblaba.

-¿Te importa si te beso? -pregunté, serio, mirándola fijamente.

No usé un tono triste, ni nervioso. Mi gesto era tranquilo, seguro, fuerte. Y en el interior ya estaba preparando el rostro para recibir el golpe. Y para levantarme luego.
Porque no era el momento. Ni yo era el tipo adecuado. Ni ella quería aquello. Y había una dama durmiendo a unos metros.
Pero no temblaba.

Ni siquiera era una pregunta de verdad. Era una declaración de intenciones, nada más. Para captar su mirada y acercarme si no era asco, odio o simple rechazo lo que veía en ella. No necesitaba una respuesta verbal para entender lo que hacer, ni pensaba esperarla si tardaba.

Podía estar esperando muchas cosas o ninguna en este momento, pero hay una que no esperaba en absoluto, eso desde luego. Curiosamente, la misma que se da. Rick es lo suficientemente absurdo como para resultar impredecible. A veces me pregunto cómo Mithos hilará pensamientos para llegar a semejantes conclusiones. Y cuáles son esas conclusiones que le hacen hacer tantas tonterías. Pues será muy noble, pero por fuerza de niño no lo alimentaron bien. Porque no hay por dónde cogerlo.

Mi primera reacción es cruzarme de brazos, borrando el amago de sonrisa que había empezado a formar. Y es que, desde luego, dejándome a cuadros no va a conseguir buenas caras. Como mínimo, confusión. Si no algo peor, que no descarto. Lo miro fijamente mientras me pregunto cómo funciona esa cabeza. Es una pregunta que no puedo quitarme de encima. Dan ganas de usarlo para experimentar con él.

Casi inmediatamente después de cruzarme de brazos siento que he fruncido el ceño, pero ni siquiera sé cuándo exactamente. También tengo la cabeza ligeramente, muy ligeramente ladeada. De verdad me desconcierta hasta puntos inimaginables. Hay un tercer gesto. A un tiempo, bajo la cara, me la tapo con la mano y suelto un suspiro de cansancio. No solo me confunde, también me agota.

Inspiro hondamente, volviendo a alzar la vista, y en mi mirada hay un deje de advertencia. Estrecho los ojos un instante, acentuando el gesto. Después, doy un paso, manteniendo esa mirada casi feroz.

-Esto es solo una prueba -remarco cada palabra como si fuera única.

Después, con cierta seguridad, termino de recorrer la distancia y me alzo hacia él, besándolo yo, despacio, con un ritmo suave. Ya que ni siquiera es capaz de hacerlo. No sé si esto está bien, realmente. Creo que no. Pero tampoco creo que lo entienda.

No lo consiento demasiado. Al poco, me alejo de nuevo un paso, dirigiéndole la misma mirada que antes de acercarme.

Nada más hacer la pregunta y empezar a ver sus gestos en la penimbra sentí que había hecho mal, pero ya no había vuelta atrás. Y en cuanto se cruzó de brazos vi que ya no había escapatoria. Al menos con los brazos en aquella posición no podría partirme la cara, lo que era un avance, pero seguía pudiendo escupirme.
Por su rostro, el escupitajo era inminente. Una innoble hazaña que le perdonaría solo por ser ella.

Estaba tan preparado para aquello, que no entendí sus palabras. ¿Una prueba de escupir? ¿Iba a escupirme primero de prueba? ¿O al final planeaba golpearme en serio?
Pero cuando iba a despegar los labios para hablar ya no hacía falta hablar.

En primer lugar, no sé si fue corto, porque bien podría haber durado varios minutos y habérseme hecho igual de corto. En mi cabeza sí lo fue.
Nada más sentirla sobre mis labios, lo primero fue un hormigueo instantáneo, que nació en mi estómago y subió de golpe, hasta la garganta. Instantáneamente respondí, creí que no podría, pero mi cuerpo lo hizo por mí, acercándose también un poco, buscando reducir la distancia que ya no existía, correspondiendo al suave contacto, logrando a duras penas contener el ansia para no acabar abofeteado de todos modos.
Ya analizaría las sensaciones más adelante, cuando fuese capaz de pensar con claridad, cuando ella no estuviese delante.

Cuando Lea se apartó mi rostro la siguió un instante. Dejé ir el aire que había contenido aquellos segundos por los labios, entrecortado. Un suspiro descomunal hubiese sido innoble. Si me fuesen a decir en aquel instante que aquello había pasado todavía hubiese dudado de si no habría sido un anticipo de mis pensamientos.

¡Y de nuevo aquella cara! Por Mithos... Era la mujer más incomprensible sobre el planeta...

Aguardé un instante, mirándola. ¿Palabras, Dehnel? Luego, determinado, di un paso hacia adelante, con intención de acercarme de nuevo a ella. Si aquello había sido una prueba, yo quería hacer la mía propia, Mithos. Aquellos segundos escasos sabían a poco.
Aquel pensamiento era egoísta, lo sabía, pero... ¡¿Qué demonios iba a hacer?! ¿Quedarme quieto y decir "un placer, buenas noches"? Mi padre la habría tomado allí mismo, pero Rick no era Reick, y aquello ya lo sabíamos ambos. Pero al menos me gustaría tener la sensación de que había arriesgado algo más que unas palabras que parecían sacadas de un libro de poemas.

¡Una bofetada no dolería tanto en aquel momento! Me sentía anastasiado. Aunque si lo prefería, podía solo apartarme con la gentileza de una virgen adolescente.