Establos

Ovejas, gallinas y hasta ratones y arañas calleron fulminados ante la nube de muerte que rodeaba el lugar. - Sin comida no hay fuerza.

Aparezco en los establos echando chispas, conteniendo los gruñidos con dificultad. No puedo creerme que este sucediendo algo como esto. He conseguido matar a varios de los apestosos niños seta y evacuar a parte del personal al bosque, donde el aire puro debería evitar el esparcimiento, pero he notado otra presencia aquí.

¿Pretenden dejarnos sin alimentos?

Acabo con un par de ellos con facilidad y, furioso, me centro en un tercero, al que vuelo la cabeza sin miramientos.
Esto no servirá de nada... Hay que evitar que se reproduzcan.

*lucha*

-Viejo. - Dijo uno saliendo tras el cadaver de una oveja. -Lanzó con fuerza su mano a la cara del lider, con el fin de acabar con su vida. -Muere. Mithos lo ordena. - dijo dulcemente.

No puedo evitarlo. Sonrío. Al fin y al cabo... ¿Qué esperan?

[...]

Todavía hay algún animal vivo, por lo que abro las puertas y los dejo escapar. Ahora mismo aquí no harían más que morir. Es una pena, pero quizás podamos recuperar alguno más adelante. No me gustaría mirar a Jillian a los ojos tras decirle que no pude salvar ni a uno solo de sus animalillos.

Varias estatuas de diversas formas reposan en el lugar. Ya no volverán a pronunciar en vano ninguna palabra.
Si no mueren al arrancarles la cabeza, conviértelos en piedra. Fría y muerta piedra.

*se desvance*

Entré enseguida, dejando todo el material fuera. Había unas estatuas extrañas y estaba todo hecho polvo. Y... lo peor... Ni rastro de uno solo de los animales vivos. Porque los muertos seguían allí, desplomados.
Aparté la vista con el semblante ensombrecido. Aquello era bastante siniestro.

Estuve gran parte de la mañana sacando, uno a uno, a aquellos animales. Un par de chicos del servicio que se encargaban de las cuadras me ayudaron, y entre los tres pudimos mover incluso a los más pesados. Los bismontes eran como Telma, pero más grandes. Solo de pensar en ella se me revolvía el estómago. Habíamos conseguido que no acabase así por poco. También había algunas ovejas, caballos y todos los pequeños, que seguían en su jaula y habían muerto todos.
Fue bastante duro, pero finalmente lo conseguimos. Entonces, poco a poco, fuimos enterrándolos en una arboleda cercana.
Ese trabajo todavía fue peor. Al principio cavaba con fuerza, pero las horas hacían que me doliesen las manos. Cuando quise darme cuenta, las ampollas que me habían salido sangraban, pero no me detuve. Sentía que mi misión era acabar con aquello, ya que no había ayudado sacando los cadáveres de los pobres chrysos que habían muerto...
¡El que había hecho todo aquello merecía un castigo! Lograría alcanzarlo y, mirándolo a los ojos, lo ajusticiaría con mis propias manos. Mi deber era proteger a la gente. Por eso mismo estaba haciendo aquello...

Acabamos de enterrar al último cuando ya había llegado el mediodía, jadeantes. Los chavales me acercaron un poco de pan con rostro sombrío y lo acepte. Los tres comimos en silencio. Aproveché para rezar un poco por los animales muertos. Tenía que recordar hacerlo por los caídos cuando hallase sus tumbas.

El trabajo siguió. Aquello solo había sido el principio. Una vez hube señalizado la tumba con unas piedras, regresé al establo. Arrastré aquellas extrañas estatuas que conservaban la forma de los chicos que nos habían atacado fuera de allí, llevándomelas y tirándolas en una esquina. Luego tocó limpiar el lugar de escombros y trozos de madera, haciendo con todos ellos un montón a la derecha del edificio.
Los chavales me miraban trabajar, extrañados por mi interés, hablando con gesto afectado. El sudor ya me caía por la frente, empapando la venda que llevaba para secarlo, y mi torso desnudo, húmedo, brillaba.
Jadeante, terminé de quitar lo máximo que pude. Ya solo quedaba lo último...

-¿Dónde están los animales vivos? -pregunté a los chicos.

Me explicaron que habían sido soltados para que huyesen, de modo que no lo sabían. Un par de bismontes y unas ovejas habían vuelto, también un caballo, pero muchos otros seguían desaparecidos. Quizás estuviesen lejos, perdidos en el bosque o, en el peor de los casos, cazados por algún animal salvaje o alguno de aquellos chicos hongo.

Agotado, comencé con la reconstrucción. Había vigas partidas que necesitaban ser repuestas y agujeros en el techo y en las paredes, y las vallas que separaban los recintos de los animales estaban, la gran mayoría, destrozadas. De todos modos, armado con sierra, martillo, clavos y madera, me dediqué a tratar de resutrar todo lo que pude. Y ni aún así quedaba la mitad de bien de lo que había sido.
Vaya desastre, Rick...
Al verme trabajar un rato los chicos vinieron a echarme una mano, lo que agradecí bastante, aunque tampoco parecían especialmente mañosos.

Tras un par de horas de trabajo, pudimos reparar un poco. No era increíble, pero serviría para guardar a los animales de todos modos. Así que metimos a los que había en la zona reparada.

La zona donde había estado la paja se había convertido en cenizas, y pude reconocer un trapo que, como pronto me di cuenta, había sido mi capa. De modo que el siguiente paso fue ir al almacén en el que guardaban la comida de los animales, que parecía más entero, e ir llevando la paja de vuelta. Lo intenté primero con uno de aquellos rastrillos de pinchos largos que era como un tenedor gigante, pero finalmente, incapaz, lo hice a mano.
Una vez hube recuperado el montón di de comer y beber a los animales, que parecían intranquilos. Para entonces había aparecido, además de otro caballo, un cerdo de aquellos de joroba gorda.

Me eché el pelo hacia atrás, cansado, eszurciéndome el sudor sin darme cuenta. Me dolían las manos más de lo que me habían dolido nunca, pero tenía que hacer aquello. Era mi deber proteger a las personas.
Aunque al ver allí aquel montón de paja casi tenía ganas de tumbarme y ponerme a dormir.

Por el momento aquello podía quedar así, de modo que opté por pasar al siguiente punto del plan. Tendría que caminar bastante, y no tenía mucho tiempo, de modo que tendría que empezar enseguida.

*se va tras horas de trabajo arduo*

Al llegar junto a los establos me sentí repentinamente nervioso. Apreté la mandíbula y traté de no reducir la marcha, aunque resultaba difícil. Me alegré enormemente de que los chicos del servicio no estuviesen allí en aquel momento para decir cosas inoportunas, aunque quizás fuese al revés...
De todos modos me encontré, sin quererlo, lanzando alguna que otra mirada de reojo a la flamma, como si esperase... ver algo en su cara. Una reacción, aunque fuese decepción por los horribles remiendos.

Por favor, Rick Dehnel... No estabas haciendo más que pecar de orgulloso, y un caballero de verdad no debía dejarse llevar por el orgullo. Era un pecado, o algo semejante... Además de que la situación tenía poco de alegre, por no decir nada...

Incómodo, traté de adelantarme. Al menos que no me viese la cara para que no notase que estaba algo raro. Era un actor fantástico, como todos podían ver, pero de todos modos a veces sin querer los detalles delataban.
Telma mugió con confusión. Yo, por mi parte, dejé a la oveja en el suelo, que se apresuró a entrar en el recinto, casi como huyendo de mí, su rescatador.

Cuanto más nos acercamos, más impacientes parecen los animales. Probablemente están deseando volver a estar a cubierto, aunque no estoy del todo segura de que eso vaya a ser posible. Bien pensado, si hay cadáveres, tal vez no debería traerlos... Me pregunto si hay algo más, ya que Rick también parece nervioso, aunque trato de ignorarlo.

Ya a las puertas del lugar, lo encuentro todo extrañamente ordenado. Es decir, ordenado para lo que esperaba, porque los destrozos recientes aún son evidentes y apenas hay unos pocos animales en los establos. Los chicos del servicio han debido de estar trabajando. Me alegra.

Sin hacer comentarios, e ignorando el vacío evidente en los espacios de los animales más pequeños, voy acomodando en su lugar a los que hemos traído. Bajo a la oveja de brazos de Rick y la acomodo también, para luego asegurar que todos tengan algo de comer. La mayoría están exhaustos.

Terminado el trabajo con los extraviados, me vuelvo hacia Telma y me aseguro de que también esté a gusto. Miro a Rick con una sonrisa cansada.

-Bueno, esperaba encontrarme esto en bastante peor estado -reconozco.

No se puso a dar saltos de alegría, pero ver una sonrisa en sus labios me alivió un poco. Me acerqué a uno de los bismontes grandes y lo miré fijamente, pensativo.
Las palabras de Lea resultaron bastante cálidas. Al final el trabajo no había sido completamente en vano, al fin y al cabo, aunque, de todos modos... seguía habiendo agujeros en el techo y la lluvia entraba por ellos. Tendría que ponerme con aquello pronto.
Era mi deber proteger a las personas...

-Siempre te encuentro aquí. Da la sensación de que este sitio te gusta mucho... -murmuré, vacilante. La miré un instante, pero enseguida aparté la vista-. así que pensé que sería mejor que te lo encontrases ordenado, por lo menos...

Guardé las manos en los bolsillos, incómodo, sonriendo con cierta vergüenza. ¡AQUELLO NO ERA PROPIO DE UN DEHNEL! Los hechos de los que uno estuviese orgulloso debían decirse con la cabeza bien alta o no decirse. Pero no podía evitar sentir que aquello podría llegar a haber sido una estupidez algo ridícula.

-De todos modos sigue hecho un desastre.

Mis ojos ya la evitaban en toda regla, clavándose finalmente en la oveja, que me miraba desafiante.

Muy observador, Rick Dehnel. Así que "parece" que me gusta este sitio, ¿no? Hoy se lo ve inspirado. ¿Cuánto le habrá costado llegar a esa conclusión?

Ladeo la cabeza, mirándolo, aunque él parece evitarme. Vale, sí, has ayudado a arreglar el estropicio. ¿Qué estás haciendo ahora? ¿Trabajar es una vergüenza? ¿Eres demasiado estirado como para mancharte las manos con algo así? ¿Es aquí donde "te has caído"?

De mis labios surge una sonrisa agradecida. No sé para qué me esfuerzo en el paripé, si ni siquiera está mirando. Pero en fin, es lo que toca. No podía hacerlo por los que viven aquí. No, tenía que hacerlo porque la pobrecita Lea no iba a tener sino dónde jugar.

-Gracias -murmuro.

Miro los agujeros del techo cuando puntualiza que no está todo hecho. Pues sí, la verdad, ya de trabajar, podías no haberlo dejado a medias. Aunque mejor así. Me sentiría una inútil si al llegar no hubiera nada que yo pudiera hacer en los establos.

Avanzo hasta el fondo del establo, al almacén. Como suponía, han dejado materiales para terminar el trabajo. Ahora deben de estar comiendo, supongo. Me hago con unas cuantas tablas y una caja de herramientas. Prefiero la parte de cuidar a los animales, pero no es el único trabajo en unos establos.

-Terminemos entonces -propongo a Rick, animada.

Me hago también con una escalera y, martillo en mano, me dispongo a ascender hasta el techo. Habrá que arreglar el tejado por fuera, pero eso llevará tiempo, así que es mejor hacer un parche temporal.

Vacié los pulmones, aliviado, al escuchar su gracias. Aquel era el pago que todo caballero noble y bondadoso necesitaba. Un gracias sincero, de corazón. Aquello valía mucho más que el oro, que las damas o que las damas hechas de oro. Más que cualquier cosa.

Sonreí ante su propuesta, volviéndome hacia ella. Trabajar codo con codo sería fabuloso. ¡¿Qué fabuloso?! ¡¡Dehnelicioso incluso!!
Imitando lo que ella hacía, tomé yo mismo un martillo y otra escalera, así como varias tablas y clavos. Si lográbamos tapar aquellas goteras la viuda nos recompensaría, sin duda.

Trepé por la escalera con concentración. Me parecía algo inestable para mi tamaño, pero las damas más hermosas se encontraban en las torres más altas, de modo que el riesgo estaba a mi favor. Lo peor de todo aquello, de hecho, eran las manos, que habían realizado demasiados esfuerzos, incluso estando acostumbradas a luchar con armas pesadas.
A los pocos golpes la derecha ya había comenzado a sangrar, manchando hasta mi antebrazo. El mango del martillo rompía las costras y escocía bastante, pero no tanto como los latigazos del líder Darvenwish, que todavía quemaban a veces en mi espalda, al acordarme... De todos modos, pese al dolorcillo y al cansancio, trabajé, en mi opinión, de manera bastante eficiente. Poco a poco parecía que entraba menos y menos agua en los establos.

Lancé una mirada a Lea, desde mi posición. Parecía concentrada y no decía demasiado. Aunque, ya lo decía mi padre... El que trabaja de verdad, calla. Bueno, no se refería propiamente a trabajar, pero creí que valdría igual. Sonaba bien.

Pasado un tiempo mi estómago rugió. ¡Qué deleznable enemigo de lo noble! ¿Cómo osaba dar aquella muestra de debilidad que tan necio me hacía?
Y qué frío hacía, por Mithos... Ya no tenía claro si lo que me mojaba era sudor o lluvia. Pero seguía oliendo algo mal... Qué desastre.
Para aumentar mi ridículo, estornudé repentinamente. ¿Qué más, por Mithos?
Telma, desde el suelo, parecía reírse.

-Da gracias a Mithos por no tener pulgares -respondí, lanzándole una mirada de reojo.

Telma, molestándose con mi comentario, embistió la escalera con la cabeza, rompiendo una de las patas, que ya no parecía muy estable. Como resultado, caí hacia atrás, con tanta suerte que fui a dar justo con el montón de paja, aunque se me clavaron algunas en la espalda...
Dejé salir un suspiro.

-Maldición... -murmuré, sentándome sobre la paja.

Estaba agotado.

Trato de ignorar a Rick, que no para de hacer ruido y hacer el payaso, pero al cabo de un momento oigo un fuerte topetazo y, cuando miro, la escalera está rota y Rick en el suelo. Inspiro silenciosamente por la nariz. Paciencia, Lea. Paciencia.

-¡Telma! -exclamo, llamándole la atención con el ceño fruncido.

Termino de clavar la tabla que estoy poniendo y bajo las escaleras ágilmente. Trato de no mirar demasiado el trabajo de Rick, que es un estropicio. Me vuelvo a la bismonte con los brazos en jarras y aspecto de madre enfadada.

-Si no nos dejas trabajar, no vamos a acabar nunca -le recrimino-. Y no sé tú, pero yo no querría pasar frío o que se colara la lluvia en el lugar en el que duermo. Si no te portas bien, irás a la cuadra.

Telma, absolutamente ofendida, da media vuelta y se aleja a rumiar a un rincón. Me pregunto si no la estaremos mimando demasiado.

Me acerco entonces a Rick y le tiendo una mano para ayudarlo a levantarse. Al hacerlo, veo que le sangran las manos. Mejor será que deje de intentar arreglar nada, o acabaré por tener que arrastrar un cadáver. Y, sinceramente, tengo mejores cosas que hacer.

-¿Por qué no descansas un poco? -sugiero con voz dulce-. Ve a asearte un poco. A vendarte las manos. A por algo de comer, no sé. Ya me encargaré yo de recoger la escalera, no te preocupes. Creo que ya has hecho demasiado.

O que en realidad no sabes hacer nada, no lo tengo muy claro. Cuando se ha levantado, comienzo a recoger la escalera rota, y después de apartarla a un lado me acerco a Telma y le doy unas caricias.

-Anda, que no quiero enfadarme contigo -murmuro.

Estuve a punto de aceptar su mano, pero al ver el estado de la mía decidí que era mejor que me valiese por mí mismo. No quería ser el causante de ninguna mancha que luego se me pudiera rescriminalizar.
Sin dudarlo, corté un par de tiras de mi ropa y me las enrollé alrededor de las manos. ¡Aquello serviría como venda! Un fuerte guerrero no necesitaba mucho más, al fin y al cabo. ¡Y eso era lo que yo era! Satisfecho, negué suavemente.

-Me gusta acabar lo que empiezo, y no te dejaré ahora que queda tan poco -afirmé, tratando de sonar animado. Lo cierto era que aún quedaba bastante, pero al menos las goteras...-. ¡Luego podríamos ir a las termas a relajarnos! -exclamé, esta vez con más ánimo. Y al instante me arrepentí, ruborizándome un poco-. Vestidos -maticé. Creo que solo lo empeoró.

Apreté la mandíbula. Inger había vuelto, pero aún no... Y la asuncencia se notaba... Y, sin darme cuenta, decía cosas que...
¡Qué demonios! ¡Claro que querría ver el cuerpo de una mujer desnuda, como cualquier hombre! Hasta los más decentes. ¡¡INCLUSO HEYLEL!! Pondría la mano en el fuego por ello.
Telma nos miraba, rumiando, algo malhumorada, pero curiosa.

Estaba nervioso. Torpe. El cansancio me hacía no ser yo.
Como mirarla a los ojos me resultaba algo complicado bajé la vista, pero volví a subir a sus ojos al pensar que mirar sus labios resultaba más extraño. Y más abajo hubiera sido peor.
Necesitaba, con urgencia, que Inger y yo hiciésemos cosas que hacía mucho que no hacía...

-Acabemos -murmuré, esbozando una sonrisa tensa.

Rick "Patético" Dehnel. O "hermosa dama" o no la mires, pero algo como eso estaba fuera de lugar. ¿Tanto necesitabas yacer con una mujer? Aquellos instintos básicos no debían existir en nobles como yo.

-Ux lozano... -murmuré para mí, sin saber bien qué significaba aquello. Me sonaba de algo.

Definitivamente, lo ideal sería que saliera por la puerta. Sin embargo, tozudo, decide quedarse. Ni siquiera acepta mi ayuda para levantarse (encima de que se la ofrezco) y hace unos toscos vendajes con su propia ropa. Yo intento no hacer ningún gesto de exasperación, pero es que me lo pone de lo más complicado.

Me pregunto a qué viene esa extraña propuesta. Lo siento mucho, pero todo lo que quiero hacer cuando acabe el trabajo es irme a dormir. Comer estaría bien, y asearme, pero sobre todo dormir. Pese a todo, no rechazo su oferta. Ya buscaré alguna excusa para escabullirme, no voy a crear una situación incómoda porque sí. Ya bastante hace él solo.

-Bueno... -respondo en un murmullo.

Carraspeo. Bueno, pues si quiere seguir trabajando, que trabaje. Me paso una mano por la frente, secando el sudor con la manga, y doy media vuelta, en dirección al almacén.

-Veré a ver si hay otra escalera -le digo.

Por supuesto, la hay, así que se la doy y pronto estoy de vuelta en mi trabajo. A ver si ahora se comporta un poco.

Pasé el resto del tiempo trabajando en silencio, ignorando el dolor de manos, a Telma, el hambre, la sed y el cansancio como si fuesen inexistentes. En su defecto, me concentré en el martillo. A veces, sin embargo, imaginaba lo que podría hacer para poseer a Inger la próxima vez que la viera, cuando hubiese pasado cierto tiempo desde el ataque para que no fuese incómodo... Aunque con la muerte tan cerca amar parecía lo más apropiado..
Quizás podría hacer una cena con paseo romántico para acabar viendo las estrellas en el observatorio... O un baño relajante en las termas con final feliz... O tal vez un duro entrenamiento en el que nuestros cuerpos terminasen enfrentándose apasionados, sin saber si era lucha o... O en el propio establo, sobre la paja...
Miré la paja de reojo. Como decía mi padre...
¡También parecía una buena idea la isla que había en el lago, donde nadie pudiera vernos! O apuradamente en un armario, abordados por mi sensualidad...
Tenía que elegir una antes de encontrármela, o las dudas me harían errar y elegir mal mis armas. No sabía por qué "armas". No iba a pegarle. Pero la gente solía decir eso... A no ser que fuese en la sala de entrenamiento.

Finalmente, tras un duro trabajo, clavé el último clavo y, resoplé, bajando de la escalera y observando el resultado con cierta satisfacción. No era perfecto, pero por el momento no entraría agua.
Conforme, lancé una mirada a Lea y sonreí con los brazos en jarras.

Ducharme y comer iba a sentarme como el mejor de los placeres... Sin duda.

Termino de clavar la última tabla, y pronto puedo comprobar que Rick ha acabado también. Suspiro entonces, agotada, y me paso la mano por la cara, limpiándome el sudor. Bajo las escaleras y compruebo que no nos hemos dejado ningún hueco. Parece que así es. Sonrío a Rick, satisfecha. Esto servirá hasta arreglar el tejado.

-Al fin -comento, tratando de sonar alegre pese al cansancio.

Pliego ambas escaleras y me dispongo a recoger todas las herramientas. Es importante no dejar clavos, así que hay que ser cuidadosos.

Telma mugió, también animada, aunque lo cierto era que no había hecho demasiado. ¡De todos modos, la nobleza de una buena Dehnel luchando a mi lado en los momentos de deshonra era más que suficiente para sentirme amparado! Acaricié, pues, su peluda cabeza con cariño antes de volverme hacia la flamma, asintiendo.

-Formamos un buen equipo-. Lo hubiese exclamado de no ser por la delicada situación que había sucedido tan solo ayer.

Tras el largo día de trabajo, finalmente, me quité la venda que llevaba a la frente, guardándomela en el bolsillo. Esperaba no sudar más por aquel día. ¡A no ser que fuese el noble sudor que surgía de enfrentarse al mal que llamaba a tu puerta para que acabases con él! Incluso herido y cansado plantaría cara a los monstruos del día anterior una vez más.

-Bueno... Supongo que ahora querrás descansar -murmuré, esperando borrar con aquella frase cualquier rastro de las termas.

Pensando en lo de Inger... Ahora que era invierno elegiría las termas por encima de la sala de entrenamiento... ¡El frío en el exterior solo romantiquizaría más el agua caliente!

Tras recoger las herramientas, reviso el suelo con infinita atención, pendiente de no haber dejado nada que pueda ser dañino. Parece que, efectivamente, hemos sido bastante cuidadosos con el material. Exceptuando la escalera, que vendré a arreglar en otro momento. Ahora no quiero ponerme con eso...

Vuelvo con Rick y Telma y sonrío, alegre. Asiento a las palabras de Rick.

-Aunque creo que antes me daré un buen baño y comeré algo.

No sé cómo he aguantado sin comer, porque no he probado bocado desde ayer a la noche. Y eso porque me dio por cenar temprano...

Me vuelvo hacia Telma y le acaricio el hocico.

-Y esta chiquilla debería descansar también -le digo, cariñosa.

Asentí, cansado. Lo cierto era que todo lo que decía sonaba bien: comer, bañarse, descansar... Aunque supuse que, tras las dos primeras, iría a ver en qué podía ayudar. Apenas había dormido, pero no podía soportar la idea de que hubiese otros ayudando mientras yo dormía como si no hubiese más que hacer en el mundo- Aquello iba en contra de la nobleza que mi padre me había enseñado, y también de la que había leído en las historias de caballeros.

Telma, en respuesta a las palabras de Lea, como dándole la razón, bostezó con su enorme boca de herviborosa y se fue a tumbar al montón de paja. Yo estiré los brazos, cansado.
La idea de las termas seguía sin parecer mala idea, pero no creía que fuese el día adecuado.

-Supongo que aquí nos despedimos -dije, vacilante, esbozando una sonrisa.

Traté de realizar algún noble acto, como llamarla damisela, besar su mano, una sonrisa seductora, pero, por algún motivo, no era capaz de realizar aquello. Me limiticé a suspirar.

Telma, conforme, busca un lugar donde tumbarse y se deja caer pesadamente. Es adorable verla tan en calma. Apenas se ha tumbado y parece que ya está profundamente dormida. Espero que estos parches permitan a los animales estar a gusto.

Ladeo la cabeza ante el comentario de Rick, esbozando una sonrisa algo burlona.

-¿Por qué? ¿Tú te quedas? -pregunto, con voz divertida-. No sé si hoy es el mejor día para dormir entre el heno, pero lo dejo a tu criterio.

Me estiro, sintiendo cómo todo el cuerpo me duele. Sin embargo, es un dolor agradable. Echo un vistazo general a los animales, y encuentro con que todo parece estar en orden.

-Deberías irte a dormir -comento a Rick, viendo su expresión abatida-. Aunque antes, deberías limpiarte bien las heridas de las manos, o acabarán infectándose. Porque supongo que ir a la enfermería será excesivo.

Echo a andar hacia la puerta, pero me giro antes de salir.

-En fin, ¿vienes?

Su pregunta me resultó algo extraña. Negué suavemente, algo confundido. ¡Por Mithos! ¡Aún quedaba mucho por arreglar! Había dado por hecho que tomaríamos caminos separados, sin más.
Su preocupación, por otro lado, me enterneció. Era normal que los compañeros se preocupasen los unos por los otros, pero habiendo sucedido tal catástrofe mis manos eran lo de menos. Unas simples heridas como aquellas no podrían con un fuerte guerrero heroico como yo. Como mucho me impedirían realizar con la habilidad usureal ciertas actividades de índolencia noble.

-Las limpiaré, pero creo que ayudaré un poco más. No me sentiría cómo yéndome a dormir sin más.

Cuando me invitó a acompañarla me apresuré a seguirla, con un fuerte asentimiento. La alcancé para caminar a su lado en cuanto pude.
En aquel momento pasaban por allí los muchachos del servicio, que nos miraron con una extraña sonrisa. Los despedí con la mano sin dejar de andar.

-¿Sabes? Creo que...

*se van*

Me arrastré hasta los establos, abatido. Cada paso me costaba más que el anterior. Era como si el cuerpo me pesase tanto que ni mi fuerza sobrehumana pudiese con él. Por suerte, el lugar estaba vacío. Dudaba que mucha gente fuese a dormir allí asidosamente, pero ya no era la primera vez que me encontraba a alguien, de modo que siempre era bueno comprobarlo...

Me dejé caer en la paja, al lado de Telma, que dormía profundamente. Se movió un poco, pero no se despertó. Y no hice nada por llamar su atención. Me quedé allí, con los brazos haciendo de almohada, mirando al techo como si allí hubiese estrellas.

La primera lágrima brotó y me hice un ovillo. No dormía de aquel modo desde que era un niño. Pero ya no era un niño. Aunque llorase.
Fue una noche larga. Sentí que me quedaba sin fuerzas en aquel lugar. El calor de Telma, como lejano, me acompañaba y abrigaba un poco.

Me quedé dormido en algún momento, notando los ojos pesados, rojizos, irritados de llorar. Juraría que estaba amaneciendo, aunque no sé si aquella luz era real.

*se duerme*

Al día siguiente me desperté agotado. Con los ojos enrojecidos y sin demasiada energía, me levanté. Estuve un rato con Telma, cepillándola y dándole algo de comer. Luego partí hacia palacio, cabizbajo.

*se va*

Tras un buen desayuno me acerqué, como cada día, a ver a Telma, que me saludó tan alegremente como siempre. Miré a los lados, pero Lea no estaba por allí. Últimamente nunca coincidíamos en las cuadras, aunque casi era mejor. No quería ponerla de mal humor con mis problemas. Ya bastante había hecho animándome en el claustro un par de noches atrás.
Dejé una capa doblada en un estante, junto a las herramientas de trabajo, y me volví hacia mi pequeña, que me miraba curiosa.

-¡Hola, Tel! -saludé, no todo lo animado que quise, acariciando la cabeza de mi pequeña bismonte, que respondió con un mugido bastante más contento. Miré de nuevo el resto de la cuadra, dándome cuenta de que había sido un maleducado hasta entonces-. Hola al resto de vosotros -dije entonces, saludando al resto de los animales.

Habían repuesto bastantes animales, y volvía a haber conejos, gallinas y cosas como aquellas. También debían de haber terminado de reparar el sitio, porque volvía a tener un aspecto bastante bueno. Era una buena noticia, al fin y al cabo. Las cosas, poco a poco, volvían a la normalidad.

Cepillé un rato a Telma, sin tanta exactitud como había visto hacer a la flamma. Luego le conté un poco de lo que había hecho los últimos días, aunque, quitando lo de Inger, no tenía demasiadas novedades... Lo que no le conté fue que la envidiaba.

Tras un buen rato con Telma decidí que tenía que hacer algo de mi vida como guerrero, pero antes de irme extraje un saquito de cuero de uno de mis bolsillos. Cabía en mi puño cerrado con facilidad. Aquello había sido, quizás, una idea algo extraña, pero me parecía buena.
Tomé un trozo de papel, que también había tomado antes de ir a los establos, y un carboncillo, y escribí en él. Allí, al menos, podía sonar animado.

"¡Tienes una capa seca en la estantería! Cuidado con la lluvia."

Metí aquella nota en el saquito de cuero y até este al cuello de Telma con un trozo de mi propia capa mientras ella me miraba confusa. Quedaba como una especie de collar. Tras asegurarme de que no le apretaba, me llevé las manos a la cintura, sonriendo cansado, pero satisfecho.
Acaricié su cabeza.

-Cuídala bien, ¿vale?

Telma mugió.

Calándome de nuevo la capa, tras despedirme, salí a la lluvia.

*se va*

La lluvia no acompaña, pero un día más me dirijo a las cuadras. Por suerte, no están muy lejos del edificio principal, así que no entretenerme bajo la lluvia es suficiente para no acabar empapada. Pronto estoy, de nuevo, bajo techo, con lo que se acabó el agua.

Busco primero a Telma, como siempre, y la encuentro tan animada como de costumbre. Sonrío, acercándome a ella, y pronto comienzan los abrazos y los mimos. Puedo comprobar en seguida que ha sido cepillada recientemente (si es que así puede llamarse ese mal intento), así que me limitaré a darle un repaso a su pelaje. Me gusta Telma porque se porta bien y es cariñosa, pero ella no es mi única ocupación. Encuentro, además, que lleva un cordón al cuello (¿ahora piensa ponerle correa?), y se lo quito, dejándolo colgado a un lado, antes de proceder al cepillado.

Es solo un momento, parece que el cepillado anterior no ha sido tan terrible como cabía esperar, así que pronto la dejo a su aire, dándole antes de encargarme de otros animales una pequeña manzana. A continuación, como he hecho con ella, voy encargándome de los otros animales, dedicándole a cada uno un tiempo particular.

Después, compruebo a los más pequeños, asegurándome de que todo está en orden. Poco a poco, voy distribuyendo comida para todos ellos.

*Se queda*

Me aparezco en los establos. La reconstrucción ha sido cansada, estresante, y no he podido quitarme el ataque de la cabeza en ningún momento. Ya estoy haciendo mis propias pesquisas, pero a veces uno necesita unos minutos de reposo, aunque suene a persona débil. Si el estrés termina conmigo ahora no podré cumplir con mis obligaciones tan bien como me gustaría. Es, pues, algo necesario el reposar de vez en cuando.

-Buenas tarrdes -saludo a la joven flamma, atusándome la barba con una sonrisa.

Hoy la llevo trenzada muy cómodamente. Es una de las mejores formas de que no se te meta en la boca al comer.

De pronto alguien aparece, causando un momentáneo movimiento entre los animales, y yo vuelvo al recién llegado mi atención. Un parvus de mediana edad que acaba de salir de ninguna parte. Qué bien, qué concurridos están estos establos, a los animales no les falta compañía, desde luego.

Mi primera impresión ha sido que ha aparecido en el aire, y su aspecto perfectamente seco lo confirma. ¿Quién es si puede hacer esa clase de cosas? Por un momento recuerdo a la extraña piscis que cayó del techo. Este no parece el mismo caso.

Doy la espalda al montón de heno que estoy apilando y vuelvo el cuerpo hacia él, con una sonrisa amable y comedida. Es la hora del teatro.

-Buenas tardes -respondo-. Aunque podían ser mejores -añado, refiriéndome al tiempo.