Establos

Pese a lo atontada que estaba, di un fuerte respingo y abrí mucho los ojos al ver nacer el fuego del aire, alucinada. Lo observé con ojos brillantes, fascinada por sus movimientos.

No tardó, sin embargo, en apagarse. Volví a apoyar entonces la cabeza en las rodillas con aire exhausto.

Tardé un momento en procesar lo que me decían, pero acabé por alargar la mano hacia la camisa, en la que me envolví como si fuera una manta. Guardaba el calor del gigante rojo, que era calor de fuego. Esta vez, el estremecimiento fue más agradable.

En cuanto a su segunda propuesta, me lo pensé más. Miré de reojo la sombra que dormía en frente, en otro montón de paja, entre resoplidos. Al final, sin soltar la camisa y arrastrándome con cierta desconfianza, acabé por acercarme a ella.

Me quedé de pie a su lado un momento. Luego, poniéndome de rodillas, hundí una mano en su espeso pelaje, sintiendo al momento el calor que emitía. Animada por esto y por su suavidad, me acomodé junto al blandito peludo con un nuevo suspiro. Encogiéndome de nuevo, eché una nueva mirada al gigante rojo de fuego y luego me pegué un poquito más al peludo.

La pequeña aceptó mi camisa. Lo de Telma pareció dudarlo un poco más, pero terminó por acercarse a ella y acurrucarse a su lado. Aunque al hacerlo, la pequeña bismonte despertó, bostezando ampliamente y mirando confusa a su alrededor.
Pasiva, Telma giró su cabeza hacia la parvus e inspiró un par de veces sobre su cabeza, oliéndola, reconociéndola. Mugió, confusa, tras hacerlo, repitiendo el proceso.

-Es una amiga -dije a la bismonte, tranquilizador, sentándome al otro lado de ella, sobre la paja-. Es la novia de Zacharyas. Lo conoces, ¿no, Tel?

Telma mugió adormilada y bostezó de nuevo, ignorando mis palabras. Supuse que, por lista que fuera, si nunca había conocido a un buen bismonte no entendería lo que significaba aquello. Aunque, obviamente, no permitiría que cualquier bismonte del tres al cuarto se acercase a Telma con sus andares arrogantes como si tuviera alguna posibilidad...

Al sentir un aire caliente sobre mí, me acomodé contra el peludo, abrazándolo un poco y hundiendo de nuevo la mano en su pelaje. Sentí una vibración y oí un sonido profundo y grave que consiguió arrancarme una pequeña sonrisa.

Apenas presté atención a las palabras del gigante rojo. Lo único que me llegó de ellas fue el tono de tranquilidad, que contribuyó a acomodarme.

Volví a sentir la vibración y el sonido grave, y pegué más el oído contra el peludo para escuchar los ruidos que hacía dentro, estables y profundos. Hundí una mano en su pelaje, abriéndola y cerrándola en suaves masajes, casi de forma inconsciente.

Poco a poco, se me fueron cerrando los ojos, y acabé por perder el sentido.

*Se duerme*

Era extraño ver a la parvus (o no verla, porque con aquella oscuridad no hubiera visto ni a la más hermosa mujer del mundo desnuda a no ser que fuese chrysos) tan cansada, pero enseguida pensé que debía de haber estado ocupada. O quizás tuviese gripe. Aunque en aquel momento ya tenía más que claro que no era un fantasma, aunque, de todos modos, toqué su pierna disimuladamente cuando la creí dormida para asegurarme. Mi padre siempre me había dicho que un hombre debía plantar cara a todos los males de este mundo, pero los de otros mundos...

Pronto Telma pareció dejar de darle importancia a aquella chica, así que yo hice lo propio. Me tumbé al lado libre de mi compañera y, arropado por su calor, noté, poco a poco, cómo los ojos se me entrecerraban. Lo malo de no tener camisa era la paja, que picaba por todo el cuerpo. Pero todo lo demás... Se estaba bien allí, seco...

*se duerme*

Abrí los ojos lentamente, remoloneando y reacomodándome contra mi cómoda y blandita almohada. Bostecé con fuerza, me froté un ojo y me incorporé con pesadez.

Me rasqué la cabeza y miré alrededor. Había paja, madera, bichos peludos y un gigante rojo sin ropa. Porque su ropa, entendí, la tenía yo.

De puntillas para no hacer ruido, me acerqué a él y le eché por encima la camisa. Luego, a toda velocidad, tomé a Amatista y eché a correr hacia la puerta, para desaparecer cuanto antes.

*Se va*

El tiempo había pasado lentamente esos últimos días, peor nos había servido bien para curar en parte la pata herida de Telma. No me consideraba el mejor curandero de todos los tiempos, pero seguramente cualquiera podría que estaba haciendo un buen trabajo. Tras aplicar los consejos de Lea, Telma ya se había aventurado noblemente a dar unos pasos por los establos y, finalmente, a salir a la puerta.

-Quizás te venga bien un paseo -dije, animado. La verdad era que estar rondando aquel sitio todo el día no resultaba muy aventurero-. ¡Quiero poner mis hermosos músculos en movimiento! Y quizás nos encontremos a Inger -añadí, esperanzado.
El mundo me debía aquella recompensa.
Telma, sin embargo, mugió con cierta desgana.

*se van*

Llevé a Telma a los establos, como había prometido el día anterior, y se la acerqué a varios de los otros bismontes. La pequeña me miraba curiosa, como preguntándome por qué la metía en aquel lugar tan maloliente siendo ella un miembro más de la familia Dehnel, aunque fuese de forma aduptiva.

-No me mires así, Tel. Ya has oído. Si queremos ser los mejores guerreros, debemos adaptarnos a todos los medios. Yo aprovecharé para buscar información sobre el fantasma, mientras tanto.
Di unas palmaditas en el lomo de la pequeña (¡que cómo había crecido, por Mithos) y luego me dirigí a los bismontes del establo, estrechando los ojos con la furia del más bravo y noble guerrero de todo Ignis.

-Tengo un bismonte -dije, bramando como el héroe furioso que era-. Y más os vale que siga teniendo solo UN BISMONTE al regresar.

Sin dejar de mirar amenazadoramente a los malvados malandrines, me despedí nuevamente de Telma y dejé los establos. También Rick Dehnel tenía cosas que hacer. Cosas honorables.

*se va*

Llevo una buena temporada sin saber nada de Telma ni de su cabeza de chorlito pelirrojo, y aunque tenía la esperanza de encontrármelos en algún momento durante un paseo, he terminado por aburrirme de esperar. Tenía la esperanza de que el flamma, en un instante de lucidez, hubiera llevado a la pequeña a los establos, así que ahora me dirijo allí con intención de visitarla. Si ella no viene a verme, tendré que ir yo a verla a ella.

Efectivamente, Telma está en los establos, con los demás bismontes. Normalmente me paro un tiempo con cada animal, pero teniendo allí a Telma decido no quedarme demasiado a saludar a ninguno; ella es mi favorita. Así pues, me dirijo directamente a su cuadra y la abro, para luego lanzarme a abrazarla con entusiasmo. Ella también parece bastante contenta.

-Hola, cielo, ¿todo bien? -saludo con dulzura, para después proceder a mimarla.

Entré en los establos jadeando. Ya era tarde y no se veía nada, además del frío que hacía, que no era nada para un poderoso guerrero médium como lo era yo, de modo que había decidido ir corriendo. Tenía que ver a Telma, porque llevaba allí sola, desamparada, rodeada de bismontes malvados y adolescentes que solo pensaban en una cosa... Solo de pensarlo...
Pero al entrar en los establos, Lea, como siempre que Telma necesitaba ayuda, estaba allí.

-Bu... ¡Buenas noches! -exclamé, contento, al ver que Tel también estaba bien. Me acerqué a la pequeña, a acariciar su cabeza, antes de volverme de nuevo a Lea-. No sé cómo lo haces, pero siempre estás ahí cuando Tel te necesita-. Tomé la cabeza de Telma entre las manos y la froté con energía, sonriendo a mi peluda compañera-. Esto es mejor que una mamá, eh Tel.

Lea me había hecho pensar en ello en el momento en el que me había dicho aquello de estar con otros bismontes. ¿Guardaría Telma algún recuerdo de sus padres? ¿Se pondría triste al pensar en aquello? Quizás... Quizás incluso había tenido un hermano mayor, como lo era yo, que la estaba echando de menos... Como yo a mi hermanita...

Hundo la cabeza en el pelaje de Telma, sintiendo su agradable calor y suavidad. Reconforta estar junto a ella, casi parece que te abrace. Suspiro, feliz, sintiendo que nada puede estropear un momento como este.

Qué equivocación. Apenas me ha dado tiempo a pensarlo cuando entra por la puerta Rick y, como es lógico, viene directo hacia nosotras. A regañadientes, me separo un poco de Telma, dejando que Rick la salude. Mantengo en todo momento una cálida sonrisa hacia él, y cuando habla me encojo de hombros.

-Supongo que no puedo evitarlo -comento, casi con voz arrepentida-. Me gusta demasiado estar con ella...

Así que podías dejarnos tranquilas, mascotita.

Miré de reojo a Lea. ¿Acaso había estado expectante esperando al gran Rick Dehnel y ahora se sentía algo incomodada? Quizás estaba susurrando a Telma palabras que no debían ser oídas por orejas varoniles como las mías, como ensalzando sus atributos favoritos o tantas otras cosas que solo las mujeres podían comprender, por compartir entre ellas.

Recibí un lametón de Telma en el brazo y correspondí con un abrazo a su cabeza, pero finalmente me levanté y acerqué a un montón de heno de los que había en los establos; el más cercano a las chicas. Tranquilo, me dejé caer sentado sobre él. Aún recordaba las noches en las que, mendigo, no tenía otro hogar que no fuera este.

-En ese caso, disfruta de ella sin vergüenza -dije, sonriendo.

Y de mi compañía heroica.

Veo cómo Rick se aleja, y aunque mantengo mi expresión dulce de siempre, no puedo evitar sentir una cierta curiosidad. ¿Desde cuando se echa a un lado para dejarnos espacio? Con lo que le gusta ser el centro de atención... ¿Cómo es posible?

Me limito a ampliar mi sonrisa, asintiendo con entusiasmo. Mirándolo un momento más de lo necesario, como si no estuviera del todo segura de lo que está pasando, salgo yo también de la cuadra y voy en busca de un cepillo. Después, vuelvo junto a la bismonte y, tras darle un suave beso tras la oreja, comienzo a cepillarla con esmero y mimo.

-Ni se queja de los tirones. Es la niña más buena que he visto nunca -comento, alegre. Y le doy un nuevo beso.

Telma disfrutaba de las atenciones que le daba la flamma. Alguien debía enseñarle a la pequeña bismonte que ser popular no era lo más importante. Yo siempre había dado importancia a cosas mucho más trasdentetales que la fama y la gloria, como la nobleza y el poderío... Telma, sin embargo, disfrutaba más de atenciones como aquella. Aunque mejor con una buena mujer que con los bismontes de las cuadras, de los cuales yo seguía sin fiarme demasiado. Parecían de lo más ansiosos.

-Lo cierto es que me preocupaba un poco que los otros bismontes intentasen... hacerle algo -. Lancé una mirada de reojo a uno de los susodecidos, que me evitó-. Tras lo que dijiste, vi que era necesario que la dejase relacionarse, pero...

¡No en ese aspecto!

Ladeo la cabeza, mirando a Rick con curiosidad. Me pregunto qué estará pasando exactamente por esa cabeza de chorlito. Este chico necesita una buena descarga, o no espabilará nunca. ¿Dónde hay un chrysos cuando se lo necesita?

Mantengo mi sonrisa dulce, sin dejar de cepillar a Telma, pero volviendo la vista a él. Trato de pensar en algo que le parezca convincente.

-Bueno, los conozco bastante bien, y puedo decirte de primera mano que, aunque en general no son tan inteligentes como Telmita, tienen buenas intenciones -comento, tratando de tranquilizar su estúpido espíritu protector-. Y, aunque alguno intentara hacerle algo, eso no sería negativo para ella. Sé que es lo suficientemente capaz como para defenderse, y las relaciones siempre aportan algo. Alejarla de los bismontes es como pretender que un niño no juegue nunca con otros niños porque pueda pasarle algo. Si no juega con otros, no tendrá oportunidad de hacer buenos amigos. ¿Verdad, Telma?

Me pregunto si este pobre idiota será capaz de entender mi línea de pensamientos, o si será demasiado compleja para él. Espero no tener que volver a explicarlo. No quiero que Telma esté sola.

Agité la cabeza, nervioso, de un lado a otro. Claro que cada uno tenía que tomar sus decisiones, hallar a sus amigos, a sus rivales, a sus enemigos... Las vidas eran caminos forjados por el destino y las decisiones del poderoso individuo. Pero... De todos modos... A pesar de eso...

-Comprendo que ella sabe defenderse... -. Me aparté el pelo de mi hermoso rostro, echándomelo hacia atrás con una mano, algo nervioso. Incluso me había ruborizado-. Simplemente tengo miedo de que... traten de... Mancillar a una... Bismonte tan joven -mascullé, como pude, apartando la vista-. No es culpa de Telma ser tan hermosa a ojos de todos, pero la belleza puede traer cosas antes de tiempo... Es decir...

Rick Dehnel seducía, pero no hablaba de esos temas como si se tratase de una hija. Aquello sí era vergonzoso. ¡Y con Telma delante, escuchando, soltando mugidos de incomprensión! Qué desfachatez...

Tengo que hacer un gran esfuerzo por contenerme para no rotar los ojos, exasperada. Lo que hay que oír. Habría que ver si él tiene tanta consideración con doncellas. Porque no lo tengo yo tan claro...

Pese a todo, mantengo mi expresión dulce. Río suavemente y acaricio a Telma. Me vuelvo a ella y le doy un nuevo beso. ¿Cómo se puede ser tan tierna como esta pequeña? Mientras sigo cepillándola, me vuelvo a Rick.

-La mayoría de los bismontes de Brontë están castrados -explico, sin más-. Los que no lo están, los sementales, están controlados para que el ganado no aumente de forma descontrolada. Es lo habitual en todas partes, en realidad. No pueden hacerle nada a Telma estando en los establos, ya que están separados. Y tampoco pueden hacer nada al respecto fuera de las cuadras, porque están vigilados. Y porque Telma no se dejaría, y habiendo otras más dispuestas, ¿por qué iba nadie a molestarla?

Lo miro fijamente, esperando algún reproche estúpido.

Siempre había algún bribón que se escapaba de los vigilantes, pero Telma era más lista que una doncella cualquiera, y sabría oponer resistencia. Aquello era lo más probable.

Aparté la mirada, avergonzado por haber confesado aquellas preocupaciones a Lea. Ella las había descartado tan rápido que hasta me sentía un poco estúpido por haber pensado todo aquello. Seguía algo preocupado, en el fondo, pero ella sonaba bastante convincente, y no resultaba demasiado varonil estando asustado. Ya bastante había hecho el ridículo en el cementerio, desvaneciéndome innoblemente.

-Supongo que tienes razón -murmuré, peinando el flequillo de nuevo sobre mi cara, aunque apenas llegó a cubrir mi párpado superior.

Telma, extrañada, ladeó la cabeza y mugió, como llamándome.
¿Cómo iba ella a dejarse hacer nada tan atroz...?

Me sorprende comprobar que acepta mis argumentos con tanta facilidad. La verdad, esperaba un poco más de resistencia, de tozudez, alguna otra tontería. Casi resulta decepcionante. Casi me hace sentir mal por ser tan radical. Casi.

Continúo cepillando el lustroso pelo de la bismonte, ya de invierno, aún más suave y calentito que el de verano. Le froto con cariño la cabeza cuando muge, y me vuelvo a Rick, que parece algo decaído. Le brindo una cálida sonrisa, una de las mejores.

-Entiendo que te preocupes -comento con voz suave-. Es buena señal. Me alegra que te preocupes tanto por ella -. Me vuelvo a Telma, que lo mira a él-. Ella también se preocupa por ti. Seguro que también le da miedo que aparezca alguna chica inapropiada que quiera hacerte cosas inapropiadas -bromeo.

Lo triste es que, probablemente, la bismonte tenga más de qué preocuparse.

Sus palabras me hicieron ponerme tenso. Por un instante recordé a aquella mujer violadora monstruosa, la del río, y un escalofrío me recorrió. ¿Aquello podría tratarse, acaso, de algo que pudiese pasarle a Telma? ¡Bajo ningún concepto! Nunca jamás dejaría que le pasase algo como aquello.

-Yo jamás permitiría que algo así sucediese -respondí, tajante, tratando de borrar de mi mente a aquella maldita extraña del río. Aquello no había sucedido-. No soy de ese tipo de hombres.

Aquello había sido un error. Una violación en toda regla. Y se lo había explicado a Inger enseguida, y había hecho todo lo posible por recuperar mi nobleza como mandaba. No volvería a caer en los labios de una mujer como aquella, que solo buscaba acabar con la reputación de un hombre sin, siquiera, mediar palabra.

Me pasé una mano por el cuello, algo nervioso, incapaz de mirarlas.
Telma ni siquiera conocía aquella vergonzosa historia.

Me sorprenden tanto la nerviosa reacción de Rick como la determinación de sus palabras. Sonrío con amabilidad y asiento. No tengo ni idea del por qué de esa extraña reacción, pero tampoco es que me interesen los detalles. Mejor no conocerlos.

Me vuelvo hacia Telma.

-¿Has oído eso, Telma? -pregunto con voz suave-. No tienes nada de qué preocuparte. Tu chico y tú sois igual de responsables. Todo está en orden, ¿ves?

Me vuelvo al flamma y le guiño un ojo, divertida, tratando de devolverle el ánimo. Que yo tenga que dedicarme a esto...

Telma mugió, como resentida, mirando a Lea con sus grandes ojos. Parecía como frustrada, aunque era difícil entender lo que le pasaba casi siempre. Era lo malo de que no se comunicase como los seres humanos. Era expresiva, pero a veces...

El guiño de Lea me hizo apartar la mirada de nuevo. Lo cierto es que sí me sentía algo raro, como tonto. y Rick Dehnel sería muchas cosas, pero tonto... ¡Tonto nunca! De hecho, abundaba mucho más en adjetivos buenos que en malos. No en vano era un Dehnel noble y bondadoso que se esforzaba por mejorar día tras día.

-Oye, Lea... -murmuré, mirándolas de nuevo, serio-. ¿Qué te gusta, además de los animales? ¿Qué más hace palpitar tu corazón con fuerza?

Siempre que la había visto... No hacía nada... Especial... No entrenaba o leía sin más, como otros. Quizás... Tuviese algún plan secreto.

Miro a Rick con curiosidad, preguntándome a qué vendrá esa pregunta tan de repente. Al cabo de un momento, desvío la mirada, algo incómoda, sin saber muy bien qué responder. ¿Qué clase de pregunta es esa, así, tan en frío?

-No lo sé -murmuro, tratando de centrarme en el pelaje de Telma-. No creo que haya descubierto nada que me haga sentir así. Disfruto con mi trabajo, y eso es todo. Nunca he experimentado nada que me provoque el mismo sentimiento -. Al fin, alzo la vista hacia él-. ¿Por qué lo preguntas? ¿Qué es lo que te hace a ti sentir así?

Supongo que su pregunta es una mera forma de incitarme a hacerlo hablar de sí mismo, y tampoco es que me moleste su verborrea. Sirve de ruido de fondo mientras paso tiempo con Telma.

Enarqué ambas cejas, con sorpresa.

-¡¿Nunca?! -exclamé, rectificando mi tono enseguida. Telma dio un respingo por mi inesperado grito-. Lo siento. Me ha sorprendido.

Me puse en pie, sacudiendo las hierbas de mis pantalones y colocando ambas manos en la espalda, a la altura de los riñones, arqueándola hacia atrás para estirarla. Miré un segundo a Telma, y luego a Lea.

-¿Nada? ¿Un hombre? ¿Un día especial? Es extraño de escuchar...

Quizñas se avergonzase. Quizás había tenido un enamorado que la había abandonado y al recordarlo se sentía tan triste que prefería no mencionarlo. O tal vez tenía un sueño que consideraba ridículo, y por ello prefería darlo por inexistente.

-A mí me gusta pensar que lo que hago sirve de algo bueno. Eso es lo que me mueve.

La justicia. El amor. El honor. La lucha. Al final todo tenía un único fin: la felicidad. Pero no la mía, sin más, sino la de todos aquellos a los que prestaba ayuda. Mi felicidad era ser capaz de hacer algo por los demás. En aquello consistía la verdadera nobleza.

Me contengo para no fruncir el ceño. ¿Pero qué se ha creído? ¿Por qué iba a contarle mi vida? ¿Por qué iba a decirle nada? ¿Qué le importa a él lo que yo sienta o quiera? Aún así, mantengo el gesto sereno, tranquila. Me concentró en el frusfrús del cepillo contra el pelaje de Telma. Es un sonido relajante.

Bajo la vista un momento, pensativa. Supongo que no lo entiende. Nunca nadie lo entiende. En parte, eso es lo que me acerca más a los animales que a las personas.

-Me siento bien con los animales porque ellos actúan con más naturalidad que la gente -explico, y esta vez estoy seria-. Pueden ser cercanos sin hacerte sentir incómodo. No se rigen por protocolos o marcas culturales, sino por el instinto. Por eso puedo venir a dar de comer a los bismontes y encontrar un buen recibimiento. Por eso Telma me deja que la cepille con gusto. Los animales saben comportarse por naturaleza, no necesitan pensar qué es lo adecuado, y aún así su comportamiento no es incómodo. Esa seguridad me reconforta.

Creo que nunca lo he explicado en tanto detalle a nadie. Por algún motivo, me he puesto muy seria mientras hablaba.

-Es probable que haya habido otras cosas que me hayan hecho sentir muy bien a lo largo de mi vida. No estoy segura. Pero ninguna lo ha hecho de forma tan clara como eso -. Trato de recuperar la sonrisa amable, que normalmente tranquiliza a mi interlocutor y consigue darme una cierta distancia.

La escuché atento, sorprendido. No esperaba una respuesta como aquella, sino algo distinto. Y, al parecer, al final... La causa era aquella. Y, aunque hacía tiempo no la hubiese entendido, desde que conocía a Telma había comprendido muchas cosas que años atrás hubiese considerado como ridículas e innobles, propias de cobardes.

Me acerqué a ambas y acaricié la cabeza de Telma con cariño, un instante. Ella, Lea, siempre había tratado muy bien a Tel, y al final aquel era el motivo.

-Entonces... ¿No te sientes a gusto con la gente? -inquirí, frunciendo el ceño, confuso. Siempre parecía muy sonriente y amable, así que debía de ser otra cosa, simplemente.

Telma hizo un gesto extraño, como si negase. Casi parecía burlarse de mí de algún modo extraño, como llamándome estúpido.