Establos

Al final interrumpe sus reflexiones, pero no por llegar al punto final, sino porque un gruñido llama nuestra atención. Alzo la vista justo a tiempo de ver cómo se sonroja, incómodo, y me tapo la boca con la mano para reprimir una suave risa.

-Después de dormir, el estómago reclama atención -apunto, divertida.

Tras unas últimas palmaditas a Telma, me levanto.

-Ven, acompáñame -pido-. Vamos a buscar comida. A Telma le vendrá bien salir un rato a estirar las patas, además. No todo pueden ser mimos, ¿eh, preciosa?

Yo, más que comer, lo que debería hacer es dormir. Aunque, precisamente, he venido aquí por estar desvelada. Pronto me retiraré; sino, acabaré convertida en caeruleus.

Los tres abandonamos los establos.

*Se van*

Gracias a la ayuda de Lea, terminamos llegando a los establos. Telma me seguía con energía, aunque bostezando de vez en cuando.
Al llegar al recinto, me senté sobre el montón de heno y comrpobé con desagrado que todo daba todavía más vueltas a mi alrededor en aquella posición. Por si fuese poco, mi ropa húmeda no me arropaba demasiado, aunque en aquel contexto no sé si podía pedir algo mejor.
Desde mi posición pude oír, que no ver, a Telma mugiendo animada. Sin ninguna vergüenza, la bismonte agarró con los dientes el pantalón de la flamma, dando un pequeño tirón, sujetándola. Parecía que la chica le resultaba especialmente agradable.

-Siento todo lo que te he hecho pasar... -murmuré con voz ronca, algo ido, tratando de enfocar su figura.

Estaba, pese a todo, francamente cansado. Cansado y tiritante. Esperaba que Telma me diese algo de calor, o algo así...

Acabamos por llegar a los establos, lo cual me alegra, porque me permite soltar al flamma. Antes de que me dé cuenta, ya está tirado de cualquier manera sobre el heno. Pero cómo se puede ser tan poco cuidadoso...

Me vuelvo entonces, libre por fin, hacia Telma. La pequeña tira de mí, reclamando atención, y pese al cansancio, yo estoy encantada de dársela. Me concedo incluso sentarme para estar más cómoda a la hora de acariciarla. Es tan suave y calentita... La verdad es que el estúpido flamma no sabe la suerte que tiene de tenerla con él.

El otro seguía murmurando, aunque no me digné a responderle. Eso, que lo sintiera. Más le valía sentirlo, porque no se lo iba a perdonar tan fácilmente. De no ser por la chiquilla, ya habría desaparecido del mapa. Menudo descerebrado...

Le di un suave beso a la bismonte, sin dejar de cubrirla de caricias.

-Mira cómo está, Telmita -murmuré a su oído-. ¿A ti te parece normal? Creo que esta noche vas a tener que cuidar bien a tu cachorro. Qué suerte tiene de tenerte. No tiene ni idea, ¿verdad?

El heno era sorprendentemente cómodo esa noche. Y arropaba casi tan bien como un abrazo. En las calles las camas eran mucho más incómodas... Cualquier trozo de tierra alejado de la lluvia servía para dormir, al fin y al cabo, y solo con Telma a mi lado me bastaba para estar más tranquilo y calentito.

-Muchas gracias...- musité, casi sin fuerza.

Me sentía como en una barca. Tumbado en una barca que se movía sobre unas olas extrañamente irregulares, balanceándose de un lado a otro sin detenerse jamás. Resultaba curioso, pero algo mareante.


Telma continuaba tirando del pantalón de Lea, más tranquila con la atención que la flamma le daba. Parecía quererla allí a toda costa, aunque los tirones eran suaves, nada agresivos. De algún modo, aquella joven tenía algo que resultaba muy atrayente para la bismonte, que no encontraba sentido a aquella simpatía que sentía hacia ella.

Rick ya no responde más que murmullos apenas comprensibles. No respondo a su agradecimiento, aunque debo reconocer que es agradable recibirlo. Borracho o no, al menos no es un ingrato.

Telma, por su parte, continúa reclamando atención, obcecada y sin hacer caso a mis palabras. Suspiro. Esta criatura me encanta, tan expresiva e inteligente, pero lo cierto es que estoy agotada, y pese a sus reclamos no me apetece mucho pasar la noche en el establo. Probablemente, acabaría por ceder y hacerlo si el flamma no estuviera allí, pero las cosas son diferentes.

Así pues, trato de desviar su atención hacia el adormilado Rick, explicándole que yo no puedo quedarme, que ella debe estar con él y que es hora de descansar, y asegurándole que volveremos a vernos pronto. La bismonte, tozuda, insiste, pero pese a que resulta tentador, no puedo permitirme ceder.

Acabo por concentrarme en dormirla. Es enérgica incluso a estas horas, pero si consigo que se relaje y se quede dormida tendré libertad para irme. Así pues, mis caricias se vuelven más lentas y relajantes, e incluso me permito entonar una cancioncilla tranquila.

Cuando estoy segura de que la pequeña no va a levantarse y seguirme, le doy un último beso de buenas noches y me despido. Marcho entonces, por fin, hacia las habitaciones. Agotada, aunque no como quería. Desde luego, encontrarse con esa pareja es una auténtica odisea...

*Se va*

"Amo duerme.

La chica no quiere quedarse. Telma cree que a la chica no le gusta Amo, así que no quiere quedarse con Telma. Telma está triste porque a Telma le gusta Amo, pero también le gusta la chica. Si Amo y la chica se hace amigos, entonces la chica quiere dormir con Telma."

Telma se acercó al hombre dormido, guiada por la flamma. Se acurrucó junto a él. Servían para darse calor por las noches, al fin y al cabo, como habían hecho en el pueblo. Además, aquel día Rick parecía algo enfermo. Telma nunca había visto una enfermedad como aquella, pero ella no sabía nada de enfermedades de humanos.

Relajada por las caricias y la canción, la bismonte terminó durmiéndose apaciblemente, acompañando así al flamma. El pequeño animal parecía contento y tranquilo mientras dormía junto a Rick, apoyando su cálido cuerpo contra el de él, perfectamente confiado.

*se duermen*

Abrí los ojos, atacado por aquella luz infame que trataba de colarse malvadamente entre mis párpados. Había tenido sueños extraños con una flamma, a la que besaba y abrazaba como si se tratase de mi Inger, aunque luego no era más que una falsa mujer tratando de sustituirla para llevarse toda mi fortuna y asesinarme en mi lecho, mientras dormía. Por suerte, mi cuerpo estaba intacto, así que no quedaba duda alguna sobre que el sueño había sido un sueño.

Mareado, me erguí. Toda la cena parecía querer subir a mi boca, y ni sé cómo logré evitar que sucediese. La cabeza me dolía horrores...
Telma, por su parte, no estaba por ninguna parte. Habría ido a correr por los exteriores, supuse. Era una pequeña bastante independiente.

Tambaleante, me alejé de los establos. Tenía el estómago más revuelto que...

*se va*

-Gerald.- Digo desde el umbral de la puerta con cara de muerto.- Qué haces.- Digo quedándome muy quieto, mirándole con desaprobación.

Mi semblante era serio y sereno, como siempre.

-No estoy escondido. Si estuviera escondido, no te habría permitido verme. - Le echo en cara.
-Ya. Claro. Más bien estás alardeando...- le reprocho.

-He... escuchado ruido y me he acercado. Nada más. Ya me voy. No quiero que las cabras y tú perdáis intimidad...- digo, dándome la vuelta.

-Ya. No como otros, que dan la nota por donde quiera que pasen. - Le respondo, tajante.
- Pues hoy te ha tocado el gordo.- Digo dándose una palmada en su duro estómago.

-... Tengo que ir a visitar a una mujer.- Digo con sequedad.- Pero no quiero ir solo. - Aclaro, neutro.

- Una ración doble de soplamocos...- mascullo más para mí que para él.

Cuando le veo esa cara de pazguato que pone cerca de la suya, le cojo con mi recia y firme mano la quijada, apretándole con fuerza los mofletes, haciendo que sus labios salgan hacia afuera, mientras que de mi garganta sale un gemido de desaprobación.

-Le tengo miedo a las harpías.- Digo, apretando cada vez más, para entonces soltarlo de golpe.- Yo no le tengo miedo a nadie.- Digo enfadado, volviendo a enfundarme en su particular coraza.

-Te avisaré si quieres venir.- Digo algo seco.

Reposaba mi fornido y sensual cuerpo sobre la paja. A mi lado, Telma respiraba, dormida profundamente. Ya llevaba así un rato, pero yo era incapaz de hacerlo. Estaba desvelado, con energía, pero no me atrevía a moverme por si la despertaba. Ya bastante había hecho perdiéndola en medio del bosque. De hecho, de no haber sido por Lea, a saber en qué situación se encontraría en aquel momento mi adorable pequeña...

Suspiré y me incorporé. Escribiría una carta a Inger. Al menos así sabría qué era de ella, pues hacía mucho que no la veía y comenzaba a desesperarme. Así pues, la decisión estaba tomada.
En cuanto me despertase, al día siguiente, iría a escribirla y enviarla. Aquello no podía esperar más.

Mientras tanto, solo me quedaba hacer tiempo hasta que llegase el sueño...

*se queda*

Había salido a hurtadillas cuando había cesado la lluvia, y me había puesto a merodear por los alrededores, pensativa. Últimamente era raro.

Cuando la lluvia volvió y las primeras gotas me cayeron encima, me llevé una mano a la cabeza para taparme un poco y miré alrededor, buscando refugio. La madera y la paja estaban cerca, y me dirigí allí.

Al asomarme a la entrada, me encontré que estaba ocupado. Me quedé un rato en la puerta, indecisa, pero como me estaba empapando acabé por entrar, callada y seria. Sin acercarme mucho al gigante rojo, pasé por delante de él y me acomodé un poco más allá, encogida.

Una sombra llamó mi atención. Se había asomado a la puerta y no me había pasado desapercibida.

-¿Quién va? -inquirí, tensándome un poco y apretando los puños alrededor de la paja, aunque sin alzar demasiado la voz. No quería despertar a Telma.

La pequeña bismonte resopló, pero no llegó a abrir los ojos. La figura, por su parte, terminó entrando y acomodándose en la paja. Era una figura pequeña, supuse que de parvus, pero aún así su identidad me era desconocida. Aquel silencio, además, no daba buenos presentimientos.

-¿Quién es? -repetí, manteniendo la seguridad de mi voz.

Esperaba que no fuera un fantasma...

Me eché hacia atrás, acurrucada, tumbándome sobre la paja y cerré los ojos. Suspiré despacio, tratando de no sentir vértigo.

Abrí ligeramente un ojo al oír una voz conocida, que hasta entonces había ignorado.

-Yo -murmuré apenas, con voz frágil.

Volví a cerrar el ojo y, tratando de ignorar un estremecimiento, intenté acomodarme.

Aunque la voz femenina respondió, aquel tono desvaído y tristón no me dijo nada. No tenía ni idea de a qué persona de todo el palacio pertenecía aquella voz, aquel tono... A no ser que fuese... Un... ... Fantasma...

-¿Quién es yo? -pregunté, tratando de sonar seguro. No se podía luchar contra un fantasma. No era físico-. ¿Estás bien, yo?

Fantasma o no, era una dama. Y aquella dama fantasma parecía estar pasándolo mal... Quizás se había calado con la lluvia y tenía una gripe fantasmal, o algo semejante. Coger frío mojado era de lo peor que pasaba para la garganta.

Me quedé un buen rato callada, sin moverme en absoluto. Había oído las preguntas y oía golpetear el agua en la madera, como oía los resoplidos de los peludos. Resoplé yo también, y me revolví en la paja para envolverme en ella y estar más calentita.

Murmuré por lo bajo algunas palabras, moviendo los labios apenas, sin variar más mi postura. Al cabo de un rato, al fin, me incorporé un poco. Miré la silueta del gigante rojo recortada en la oscuridad como si la viera por primera vez. De nuevo, me estremecí y dejé caer la cabeza con cansancio.

-No -me quejé con voz lastimera, aunque más audible que antes.

Puesto que no creí que "no" fuese el nombre de la fantasma (ni que fuese un estúpido) terminé por suspirar. Me incorporé con cautela y me acerqué a la sombra, sentándome a su lado. Era el deber de todo hombre noble como yo preocuparse por cualquiera, aunque corriese el peligro de acabar topándome con un fantasma y ser devorado por su oscuridad.

-¿Qué pasa? ¿Te has resfriado con la lluvia?

Observé a la sombra con cautela, de cerca. Telma, por su parte, seguía respirando pulécidamente en su sitio, soñando con sabía Mithos qué.

El gigante rojo se acercó y yo me reacomodé entre las pajas, tratando de entrar en calor. Miré un momento su sombra, manteniéndome en silencio y encogida.

Acabé por apoyar la cabeza en las rodillas con un suspiro de cansancio, y me llevé una mano al pelo.

-Me he mojado -admití al sentir el agua en la mano. Volví a estremecerme-. Frío -murmuré.

Cerré un momento los ojos, pero algo hacía que me resistiera a dormir, así que volví a abrirlos. Para estar más cómoda, dejé a un lado a Amatista.

Suspiré, encendiendo un flagrare para reconocerla. Los fantasmas no podían tener frío, ¡por Mithos! Todo el mundo sabía eso. Al fin la reconocí, tras tantos minutos de dudas. Se trataba de la pequeña parvus loca cuyo nombre había olvidado... La novia de mi buen amigo Zacharyas.

-Frío, eh...

Deshice el hechizo y me deshice también de mi camisa, tendiéndosela.

-Ponte esto . Esta seco. Y si quieres puedes acercarte a Telma, aunque procura no despertarla -indiqué, señalando a la bismonte, que respiraba profundamente.

Desde luego, estaba hecho todo un galán. Aunque no quería que nadie pensaba que quería robarle la novia a mi amigo. Yo estaba muy bien como estaba, aunque estaría mejor si aquella fuera Inger, y no la parvus...