Establos

Miro de reojo al pajarito cuando dice que es un hechizo. Cualquiera lo diría, la verdad. Quien haya hecho eso tiene que ser un auténtico genio.

-Pues cualquiera diría que tiene vida propia -comento, con tono impresionado.

Probablemente lo ha hecho un flamma, por su aspecto. Aunque me pregunto quién tendrá semejantes capacidades aquí. Desde luego, pongo la mano en el fuego a que no ha sido cosa de Rick. Ni de ese otro chico, ¿cómo se llamaba? ¿Narbe? Aunque a Tuli sí la veo capaz... Y teniendo en cuenta que, por lo que sé, se lleva bien con Gerald, tal vez ha sido ella.

-¿Es cosa de Tuli? -acabo preguntando en voz alta.

Sigo repartiendo el heno, y pronto todos los chicos están servidos. Me paro entonces junto a una cría, acariciando su sedoso pelaje. Al oír a Gerald, vuelvo la cabeza hacia él, encogiéndome de hombros y sonriendo. Bueno, ojitos, no sé cómo lo ves, pero si no soy capaz de hacer bien lo que llevo haciendo toda la vida, creo que puedo considerarme un tanto manca, ¿no?

-Es costumbre -me excuso, con tono suave.

Cuando comienza a explicar el hechizo, dejo al pequeño bismonte y vuelvo junto a él, prestando atención. Una pena que ese chiquitín no sea más que un hechizo. Dan ganas de cuidarlo. Contengo una sonrisa petulante cuando admite que esto no es lo suyo. Hoy no somos tan arrogantes, ¿eh, chispitas?

-Será cuestión de práctica -lo animo.

Asiento, entendiendo. Flavia. Qué interesante.

-Ah, sí, Flavia -afirmo al instante, animada-. Aún no la conozco. Sé quién es, por supuesto, como para no conocer a la jefa de Ur. Pero no la he visto nunca en persona. Aunque, si es capaz de hacer esta clase de cosas, se ha ganado todo mi respeto.

Vuelvo a alejarme, y esta vez voy en busca de un cepillo. Son demasiados animales, así que no tengo muy claro cuál debería escoger. Antes de decidir nada, oigo el comentario de Gerald y me vuelvo hacia él, un poco más seria, aunque aún jovial.

-Yo creo que es cierto -comento, sincera.

Un mugido en la puerta me hace volverme hacia allí, y al instante se me ilumina el rostro. No me puedo creer que sea ella.

-¡Telma! -exclamo, dejando el cepillo y corriendo a abrazarla-. A saber dónde has estado, descarada. ¿Qué horas son estas?

Pese a la supuesta regañina, el tono es cariñoso. La hago avanzar dentro de la cuadra, pero no la meto en ningún establo. Al final, he tenido suerte y ha aparecido. Se acabaron los cepillados, sintiéndolo mucho. No puedo resisitirme a ella. Dejo que, simplemente, se tumbe donde quiera, y me siento junto a ella.

Me vuelvo a Gerald, pensativa.

-Creo que básicamente he estado haciendo lo mismo que estoy haciendo ahora -comento, sin más-. No diría exactamente que he estado aburrida, aunque parezca monótono.

Casi consigue hacerme sentir culpable. Debí haber pedido un puesto de porquera en Brontë, y no uno de guerrera. Claro que sé luchar, pero desde luego no es lo que más me gusta hacer. Me dirijo a él, tratando de evitar esos pensamientos.

-¿Y qué hay de ti?

Miro de reojo a Telma, que ya está perfectamente acomodada, e incluso parece que se está quedando dormida bajo las caricias. Angelito...

Niego con la cabeza, muy a mi pesar. Ojalá. Ojalá yo estuviera a cargo de Telma. Me lo merezco. Y ella también. No veo por qué no puede ser así.

-No sé si conoces a Rick Dehnel -explico-. Él la encontró por ahí. Y, bueno, puede decirse que la adoptó, o algo así. Pero se porta muy bien y tiene gracia como ninguna. A base de estar con encontrarme con ella y Rick, he acabado por cogerle mucho cariño.

Aunque supongo que a un guaperas como tú eso no le interesará lo más mínimo. Para ti seré una paleta y una simplona. Aunque, sinceramente, tampoco es que me importe demasiado lo que tú pienses. Si no te gusta, no haber preguntado.

Desvío la mirada, un tanto incómoda. No quiero parecer una desagradable, pero me lo está poniendo bastante difícil. Trato de ser diplomática, así que alzo la vista y escojo bien las palabras.

-Bueno -comienzo-. No es que quiera desprestigiar el trabajo de nadie, que tampoco es asunto mío. Pero no creo que a estos animales les sobre atención. Tampoco digo que les falte, pero... yo estoy a gusto encargándome de ellos, y no creo que les haga ningún mal.

Especialmente Telmita. Que, estando a cargo de Rick, miedo me da. No puedo evitar acordarme de aquella vez que se torció la pata. Qué mal cuerpo solo de pensarlo... Mira que Rick llega a ser cazurro a veces, ¿eh?

-Aunque supongo que debería entrenar un poco más -admito en un murmullo rápido, sin mirar al chrysos.

No puedo evitar volverme a mirarlo, sin embargo, cuando habla. No sé si pretende parecer interesante o sencillamente en un chulo, pero allá él. Yo, por mi parte, me limito a contener una sonrisa divertida, mirándolo.

-Suena todo muy rutinario -bromeo.

Durante todo el tiempo, continúo acariciando a Telma, que parece de lo más relajada.

Sonrío y me encojo de hombros. Ahí te equivocas, chispitas. Si hay algo que puedo decir de Rick, además de que no tiene dos dedos de frente, es que siente absoluta devoción por Telmita.

-Bueno, tampoco creo que se pueda decir eso -lo defiendo-. De hecho, le hace bastante más caso del que he visto a muchos hacer a los animales bajo su cuidado. Creo que de verdad le tiene mucho aprecio. Pero digamos que acepta mi compañía. Yo tengo buena mano con los animales, después de todo.

A su pregunta, me limité a asentir. Sí, creo que la definición exacta que darían muchos es deformación profesional. Para mí es algo más, pero tampoco creo que alguien como el chrysos pueda entenderlo. Ni tengo la paciencia de intentar explicárselo.

Me planteo un momento su pregunta antes de contestar.

-No estoy del todo segura -confieso-. No se me da mal la magia. Aunque... creo que me llevo mejor con mi arma. Cuando trabajaba en el ejército de Ignis hice un par de amigos que, en sus ratos libres, practicaban conmigo. Diría que no me enseñaron mal.

Oh, qué gracioso, qué ingenio. Ya faltaba ese detalle tuyo, Gerald. Pero si no te importa, me voy a reservar el derecho a hacer yo solita el humor sobre mi propia vida. No necesito ayudantes ni sugerencias, muchas gracias.

Pese a todo, no respondo. Entonces, ¡por fin! se despide, y su última recomendación casi me duele, ya que parece que me haya leído el pensamiento. De todas formas, lo siento mucho, pero Telma es calentita y cómoda. No tengo ningún motivo para no dormir con ella. Esto, por supuesto, tampoco lo digo.

Sí hago un último comentario, poco propio de mí pero que no puedo contener.

-Buenas noches, Gerald. Pásalo bien con tu pajarito -lo despido, algo picajosa.

En fin, se acabó la tortura, ya podemos ser felices. Me vuelvo hacia Telma, que está ya profundamente dormida, sin dejar en ningún momento las caricias. Satisfecha por el repentino silencio, suspiro y me apoyo en ella. Debo de estar bastante cansada, porque casi al momento caigo dormida.

*Se duerme*

Una noche alegre, cómo no, predecía a un día alegre. Y yo estaba la mar de contento por haber vuelto a ver a Inger. Había llegado a pensar muchas cosas: que la caeruleus estaría enfadada conmigo, muerta, o quizás casada con algún hombre rico de una ciudad lejana. La imaginación Dehnel era tan conocida como la seriedad Dehnel, la nobleza Dehnel y la bondad Dehnel. Éramos una buena familia, desde luego.

Entré en los establos con buen humor. Esperaba que Telma estuviera allí, pues la había dejado fuera al irme a cenar. La verdad es que, bien pensado, había sido un poco malo al no ir a darle las buenas noches, pero seguro que lo entendería. Era una Dehnel, al fin y al cabo, y el comprendimiento Dehnel era una de nuestras facetas.

Al entrar vi a Telma, tumbada, que me miró contenta. Apoyada contra ella, dormía Lea. Ya era un poco tarde... Quizás era la siesta. A saber qué había estado haciendo hasta tarde.
Me llevé un dedo a los labios, indicando a la bismonte que no hiciera ruido. Entonces, cuidadoso, me acerqué y le di una buena palmadita en la cabeza. Entonces, suavemente, me volví hacia la flamma. Dormía bastante tranquila y molestarla no era buena idea. Un caballero no despertaba a las damas que dormían más que con un beso si estaban hechizadas.
Aún así, caballerosamente, me deshice de mi capa y la tapé un poco por encima. El invierno no era buena época para dormir desabrigado.

Me senté junto a telma -junto al lado contrario al que se encontraba Lea- y acaricié su lomo con tranquilidad. Me acerqué a su oído, bajando la voz para no despertar a la guerrera.

-¿Sabes, Tel? Ayer vi a Inger... -. Sonreí, ilusionado-. Hacía mucho. Incluso llegué a pensar que le habría pasado algo malo...

Le conté un par de cosas. Lo de su abuela, asegurándome de que no fuese a ir con el cuento por ahí, el paseo por la cascada... Los minutos pasaban, agradables, junto a mi compañera.

De pronto un sonido extraño me hizo alzar la vista, confuso. Era como el zumbido de un insecto. Confuso, lo busqué con la mirada, y, entonces, como un malvado cazador, el bicho se posó en la mejilla de la flamma.
¡¿IBA A MORDELA?! Malnacidos insectos caníbales de personas...
Con cuidado me acerqué de nuevo a la guerrera, aproximando la diestra hacia su rostro. Lo capturaría, lo interrogaría y luego lo llevaría a prisión.

Tras un largo descanso, empiezo a entrar ya en un proceso de duermevela, aunque no tengo muchas ganas de salir de él. Estoy inusualmente cómoda, y mi mente lucha por volver al sueño, por mantenerse en él todo lo posible.

Sin embargo, algo me distrae. Siento movimientos a mi alrededor, y aunque no es de forma muy consciente, suponen impulsos para despertarme. Incluso oigo murmullos, aunque tan lejanos que parecen formar parte del sueño. Al cabo del tiempo, sin embargo, resultan ya demasiado insistentes como para seguir pareciéndolo.

Noto un extraño hormigueo en la mejilla. Por si eso fuera poco, algo vuelve a moverse, esta vez más cerca, una sombra se cierne sobre mí y...

-¡Ah!

Abro de golpe los ojos, dando un manotazo al aire, como queriendo ahuyentar lo que fuera que esté tan cerca. No lo esperaba, pero de hecho mi mano choca con algo. Mi primer pensamiento es que puede que haya abofeteado a algún animal del establo, pero cuando mis desorientados ojos sitúan a la figura frente a mí, ese miedo se esfuma. ¿Qué está haciendo aquí este idiota? ¿Y es necesario que se acerque tanto

Me incorporo rápidamente y me froto la cara, tratando de despejarme. Me aparto el pelo, enmarañado, que se me echa sobre los ojos.

-Hola -saludo con voz algo pastosa.

El bicho estaba en mi punto de mira. Ya podía imaginar pequeñas cadenas en torno a sus muñecas de malvado. Y, sin embargo, no pude hacer nada contra lo que se me vino encima. No esperaba ser abatido por el fuego amigo.
Qué bien traído... Fuego amigo porque era flamma, como yo.

La bofetada me dejó perplejo. Me dejé caer sobre mis cuartos traseros, confuso, llevándome una mano a la cara, escocida. Vaya delicadeza tan sublime...
Telma dejó ir una bocanada de aire, casi burlona. Podía notar su mirada clavada en mi sien.

-Ay... -comencé, frotándome la mejilla. Luego sonreí-. ¡Me gusta ver que estás preparada para enfrentarte incluso a enemigos nocturnos! Sin embargo...-. Alcé el índice, dando a entender que tenía una objución-. Tenías un bicho chupasangre en la cara.

Torpemente, me levanté, sacudiéndome la tierra y las pajas de la ropa. La verdad... Había sido una buena torta. Lea tenía un buen gancho ahuyenta-hombres.

-Buenos días -concluí, con una sonrisa, volviendo a sentarme junto a Telma.

Trato de ocultar un bostezo, al tiempo que empiezo a ver qué está pasado a mi alrededor. Mithos, debo de haber dormido bastante, porque casi siento como si aún siguiera en ello. Miro a Rick, que no para de hablar sobre bichos y sangre y no sé qué más. Me llevo una mano a la mejilla, frotándola. Por supuesto, no encuentro nada en ella.

-Lo siento -murmuro. Me aclaro la garganta-. Ni siquiera pretendía hacer nada. Fue instinto.

Lo que no justifica que vayas por ahí echándote encima de la gente mientras duerme. Ni con bichos ni con nada. Algo habrás hecho que haga que te merezcas el tortazo.

Tengo la tentación de preguntar si lleva mucho aquí, pero casi prefiero no hacerlo. En lugar de eso, me vuelvo a Telma, que sigue en la misma posición que anoche. Le doy un beso en la mejilla y me aparto un poco, dejándole espacio.

-Perdona, cielo, que te tengo aquí presa.

Negué con decisión. ¡Si había hecho bien! Yo era el primero en abalanzarme sobre cualquier malvado malandrín que osase atacarme en mitad de la noche, por la espalda, para apuñalarme vilmente, aunque... Aunque luego fuese Inger. El instinto de supervivencia era el arma más poderosa de todo guerrero. Asi pues, ella no había hecho nada malo.

-¡No necesitas disculparte! Fui yo el que obró mal.

Cuando Lea se apartó de Telma, la bismonte se levantó sacudiendo su cuerpo y estirándose. Sí que debía llevar bastante allí tumbada, porque, por lo que yo sabía, pocas cosas le gustaban más que tumbarse en un montón de paja.

Miré a la flamma de reojo, sonriendo casi burlón.

Bravo, Rick Dehnel. Pro fin te oigo decir algo lógico. Por supuesto que no ha sido culpa mía, ¿de verdad alguien podría creerlo? Pero eso no quita que yo tenga que quedar bien, así que me toca decir un par de tonterías para dejarte contento. ¿Lo entiendes así? Probablemente no.

Telma, efectivamente, debía de estar bastante entumecida. Pobre, la he tenido quieta toda la noche... Por ella sí me siento un poco culpable, aunque ahora ya es libre para corretear. Me parece muy tierno que se haya quedado tan quieta hasta que yo me he movido. Es tan mona...

Vuelvo la cabeza al ver la mirada de Rick, y tengo ganas de fruncir el ceño. ¿Qué? ¿Tengo algo en la cara? Te veo muy contento yo a ti, Rick Dehnel, y no estoy muy segura de si eso me hace demasiada gracia...

Ladeo la cabeza, mirándolo con curiosidad, sin atreverme a devolverle la sonrisa. Aún estoy algo dormida...

Tomé aire por la nariz, satisfecho, hinchando mucho los pulmones. Luego, del mismo modo, lo expulsé en una larga exhalación. Me sentía lleno de energía... ¡De vida! Una pena que Inger estuviese durmiendo, porque me apetecía presentársela a Lea, y también que viese cuánto había crecido Tel... ¡Y seguramente tendría más cosas que contarle! Oh, Mithos... Tenía que haber hecho algo más que simplemente entrenar. ¿Qué clase de maravilloso querrero era?

-¡¿Sabéis qué?! -exclamé, de pronto, emocionado-. ¡Esperad aquí!

Y, sin dar tiempo a que me respondiesen, salí trotanto alegremente de los establos.

*se va*

Antes de que pueda darme cuenta, me quedo de nuevo a solas con Telma. La miro, como si ella pudiera explicarme qué narices está pasando, aunque es evidente que ese es un pensamiento absurdo. Ella, por su parte, está ocupada en seguir rumiando. Tal vez debería salir fuera de las cuadras un rato. A ver si vuelve Rick y me la llevo a dar un paseo...

Mientras tanto, tengo algo que hacer. Algo que ayer dejé a medias. Sintiéndolo por Telma, no puede ser que siempre la esté atendiendo a ella.

Hay un caballo tordo en una cuadra, al fondo. Siempre me ha llamado la atención porque está especialmente bien cuidado, y por ese mismo motivo tiendo a no acercarme a él; hay otros para los que hago más falta. Sin embargo, hoy me permito una excepción, y avanzo hacia su cuadra. Tengo curiosidad por él.

Regresé a los establos jadeando. No de cansancio, sino de nobleza, pues el cansancio era para los débiles incapaces de advertir los peligros que existían al gastar todas las energías. Alguien como yo, un sabio Dehnel, jamás se cansaría sin más.

Al entrar en el recinto, con las manos ocupadas, solo vi a Telma. Algo decepcionado, me di cuenta. Quizás Lea no me soportaba y había aprovechado para irse. Al fin y al cabo, la había despertado. No había pensado en la posibilidad de que el golpe no hubiese sido sino odio camuflado de instintos animales de peligro al dormir.

-¿Lea se ha ido? -pregunté a Telma, acercándome-. Qué pena...

Me senté, frustrado, sobre la paja. Telma mugió cansada, como exaspcerdada.

Al oír a Rick, me planteo por un momento dejarlo en su creencia de que, efectivamente, me he ido. Eso supondría no tener que aguantarlo por un tiempo. Sin embargo, también suponía que no tendría libertad para moverme por los establos ni para estar con Telma. Así pues, suspiro, doy una última caricia al tordo y avanzo hacia donde está la bismonte.

-Estoy aquí -digo en voz alta y clara.

Me acerco a acariciar a Telma y miro a Rick con extrañeza. Sí que parece cargado.

-¿Qué has ido a buscar? -pregunto.

Al parecer no se había ido. Solo se había escondido. Aunque no entendí muy bien por qué... Esconderse mejoraba el sigilo, pero no servía de nada si salías nada más sentir que te llamaban. Aunque quizás aquello solo significaba que tenía que practicar más aquello de esconderse... Como fuera...

Con cuidado, hurgué en la bolsa de papel que traía. Primero saqué algo a escondidas y, dando la espalda a Telma, tomé la mano derecha de Lea con la izquierda y se lo puse encima. Con aquello ya estábamos en paz.
Esbocé una sonrisa.
Luego, apartándome de la flamma, saqué una taza y una bota humeante. Con cuidado vertí el contenido de la bota en la taza y, una vez más, se lo ofrecí a la flamma.

-El desayuno -expliqué, sonriente.

Tras asegurarme de que cogía la taza, saqué otra y la llené, esta vez para mí. Telma olisqueó el aire, curiosa.

-Esto no es para ti -dije, llevándome la taza a la nariz y aspirando el aroma dulzón-. Ayer Inger tomó chocolate caliente y lo cierto es que me pareció buena idea. Mi madre lo hacía en invierno.

Realmente la cocinera por orden de mamá, pero... La que daba la orden era, al fin y al cabo, la que decidía.

Quité a Värdjas de mi espalda y la apoyé contra una viga. Luego me dejé caer sobre el montón de paja, tranquilo, y bebí un sorbo. La próxima vez se lo llevaría a Inger, aunque no sabía a qué hora encontrarla despertándose...

No tardo mucho en descubrir de qué se trata. Pronto tengo una manzana en una mano y una taza de chocolate caliente en la otra. Miro el desayuno, un tanto perpleja. Vaya, así que ahora hasta tengo un sirviente personal. No está mal del todo este asunto...

-Vaya. Gracias...

Contemplo un momento la manzana pensativa. No puedo ignorar la mirada anhelante de Telma, ni pienso hacerlo. Me da un poco de pena ver cómo Rick le impide acceder a la comida. Así pues, froto un poco la manzana contra mi manga y se la cedo a la bismonte sin reparos. Recién levantada no tengo mucho cuerpo, y para eso prefiero el chocolate.

Doy un sorbo, y lo encuentro deliciosamente caliente. A pesar de ello, me lo aparto de la cara. Como no lo racione, no voy a disfrutarlo bien. Alzo la cabeza para mirar a Rick, pero entonces descubro algo que me había pasado por alto. Mithos, ¿de verdad va por ahí con semejante armatoste? Yo no creo ni que pudiera con él...

Sacudo la cabeza, tratando de volver a la conversación al sentir el silencio a mi alrededor.

-El chocolate siempre sienta bien -comento.

El chocolate... Tan agradable de tomar cuando hacía frío. Era como un caldo de lava dulce bajando por la garganta, acariciándola, y deteniéndose en la lengua para enamorarla. No me sorprendía que Inger lo hubiese pedido, y yo estaba tan sorprendido por verla que ni se me había ocurrido imitarla, pero ahora me encontraba tranquilo, a gusto.

Me desperecé, tranquilo, y miré a Värdjas de reojo, un instante. De pronto me moría de ganas por probarla. ¿Cómo podía llevar tanto tiempo sin usarla? Si el antiguo Rick me viese no se lo creería.
Telma, por su parte, disfrutaba de la manzana.

Desvié un poco el rostro para mirar a la flamma.

-¡Me alegro de que te guste! -exclamé, animado.

Satisfecho, bebí un sorbo y cerré los ojos, recostándome. Casi me sentía hasta ruborizado por el calorcito...

FdR- Un chocolate hace feliz al niño jezú

Asiento lentamente, en silencio. Bueno, es chocolate, ¿por qué no me iba a gustar? Ni que lo hubiera hecho él o algo. Pero en fin, yo lo dejo con su felicidad, que tampoco tengo ningún problema al respecto.

Miro alrededor, pensativa. Los efluvios del chocolate me inundan la nariz. Aspiro para olerlo bien. La verdad es que es una delicia, y muy relajante. Sin embargo, tal vez porque me he despertado hace poco, yo no consigo estarme quieta. Voy bebiendo pequeños sorbos, con calma.

He dejado a Telma que coma tranquila, y ahora repaso las cuadras con calma. Miro por el rabillo del ojo al tordo, pero no vuelvo junto a él. En lugar de ello, me dedico a asegurarme de que todo está en orden.

Apuré lo que me quedaba de chocolate y me estiré por última vez en aquel montón de paja Si le dijera a mis padres que había logrado encontrarle a cosas como aquella, no me creerían. Aunque había una gran cantidad de canciones Dehnel que atribustían muchas cosas buenas a los pajares a la hora de acostarse con cortesanas, de modo que quizas se tratase de algo de familia. Lo de la comodidad, no lo de las cortesanas. Yo prefería a las viudas.
Bueno... Y el amor, por supuesto.

Me puse en pie y arqueé la espalda hacia atrás, con las manos en los riñones. Lancé una mirada de reojo a Lea, que parecía... algo ocupada. Suspiré. En tal caso...
Tomé a Värdjas con la diestra y me la eché al hombro. Qué recuerdos...

-Bueno, Rick se va a entrenar -anuncié, efusivo, volviéndome hacia la puerta, evitando mirar a Lea.

Desde luego, no parecía alguien con quién compartir mi felicidad. Al fin y al cabo, solo le daría celos o malestar por no ser ella igual de feliz.. Mejor seria que buscase a Zacharyas o a alguien semejante. O que la viviese yo mismo.

Giré de nuevo la cabeza lo justo para poder mirarla de nuevo por el rabillo del ojo. Era una buena chica. A alguien malo no podían gustarle los animales. A no ser que estuviese loco o fingiendo.

Suspiré. Por última vez, me volví hacia ambas y esbocé una enorme sonrisa.

-¡Que tengas un buen día!

En respuesta a mi mirada, Telma se dejó caer sobre el estómago, dándome a entender que no vendría. Con un último suspiro y una sonrisa noble y bella salí de los establos.

*se va*

Me vuelvo al sentir a Rick, que se levanta y toma sus cosas. Sí, definitivamente piensa darle uso a ese armatoste. Bien pensado, si tienes la fuerza para utilizar algo como eso, es útil utilizarlo; bien o mal, acabarás por romperle la cabeza a alguien.

Asiento y tomo un nuevo sorbo de chocolate. Después, esbozo una sonrisa.

-Ánimo con ello.

No puedo evitar acordarme de Gerald, y su insinuación de que yo también debería entrenar. Sacudo la cabeza. Eso es asunto mío, así que yo elegiré el cuándo y el cómo.

Apuro el chocolate y dejo la taza en un rincón. Después me vuelvo hacia Telma, que ha vuelto a tumbarse.

-¡Pero si llevas todo el día ahí! -comento, divertida. Me acerco a ella y la acaricio, haciendo gestos para animarla a levantarse-. Anda, pequeña. Vamos a estirar un poco las piernas, ¿eh? Que no se diga.

Parece pensárselo un momento, pero al final accede y se levanta. Juntas, salimos a dar un paseo.

*Se van*