Establos

Echaba un ojo a Lyo a ratos, al que todavía no le había entrado el sueño aquella noche, mientras cepillaba a Telma con tranquilidad. El niño ya estaba acostumbrado a los establos y se movía bastante contento entre animales, pero todavía no se atrevía a acercarse demasiado a ellos, y muchas veces ni a tocarlos aunque yo velase heroicamente por él. Tel, por su parte, si bien ya se mostraba tan tranquila, seguía sin estar muy conforme con la presencia del pequeño. Suponía que incluso la existencia del pequeo Vilo haría que Lea se ausentase más que de costumbre, y eso afectaría a mi pequeña bismonte, celosa como nadie. Aunque la flamma era muy responsable en lo relativo a los animales, así que era posible, también, que no fuesen más que sus celos habituales.

-Eh, Lyo, no te acerques a las herramientas -advertí, mirándolo desde donde estaba, con gesto severo. Ya no eran horas de estar por allí.

Él se detuvo un momento, mirándome, sentado en el suelo. Tras un par de segundos, en los que pude seguir con mi noble esfuerzo, sin embargo, acercó la mano de nuevo a una pala. Aquello me hizo fruncir el ceño.

-No -dije, alzando ligeramente el tono, más severo.

Me levanté, yendo hacia él, que se puso a gatear con intención de alejarse. Por supuesto, lo atrapé a tiempo como un buen guerrero, y lo cogí en brazos.

-Tienes que hacerme caso cuando digo las cosas -murmuré, resignado, regresando junto a Telma con él en brazos.

*se queda*

Había terminado de cepillar a Telma poco y tenía a Lyo de nuevo en brazos. Lo mecía, ritmosamente, pero no se dormía, y yo, sin embargo, empezaba a hacerlo un poco. Los días como aquel -las noches, más bien- eran los más duros por aquella causa, pero un noble y valiente guerrero, un aspirante a héroe, no se rendía porque a un niño le costase dormirse.

Verla llegar, sin embargo, me despejó un poco, y enseguida sonreí, animado. Lo malo fue que el propio Lyo también dejó el poco sueño que había cogido para girar sus ojos enormes hacia ella.

-Buenas noches, hermosa Aloe -respondí, animado, dedicándole una reverencia con el niño en brazos-. No te preocupes por ello. No quiero gastar tu preciado tiempo y que recibas sermones a mi costa. Quizás un día que no trabajes, si te apeteciese, podríamos dedicarnos a ese tipo de asuntos, más ociosos -la tranquilicé, risueño.

Era una mujer encantadora, y cuanto más sabía de ella más me lo parecía. Telma, sin embargo, se mostraba algo más reacia, aunque no se quejó, por suerte.

Miré a Lyo un momento, y luego a ella de nuevo, sonriente.

-Vaya, ¿ya conocías a Lyo? Qué callado se lo tenía, el muy malandrín -comenté, dejando ir una carcajada baja, para no molestar a los animales dormidos. Me apresuré, sin embargo, a negar-. No es mío. Es de otra guerrera, Cassandra, que lo ha dejado a mi cuidado por un tiempo. Me temo que nadie ha considerado todavía que tenga yo cabeza como para ser padre. Espero que no os de problemas cuando os lo dejo, ya que es mi responsabilidad...

Desde luego, era agradable. Su ternura, su soseguez, su delicadeza... Aún siendo una empleada de aquel sitio, era a la vez como una doncella hermosa. ¿Acaso sería doncella en todo? Porque no costaba imaginar que fuese de aquel modo, viendo su dulzura...

-Esta es Telma -. Asentí, acariciando la cabeza de la bismonte-. No es mi montura, pero sí mi compañera desde hace ya tiempo. Hemos pasado por mucho juntos.

Pero Telma, lejos de dejarse mimar, caprichosa como ella, alzó ligeramente a Aloe. La vista se me fue innoblemente un instante, sin querer, pero nada llegó a pasar. Pronto eché la mano libre hacia la muchacha, viendo que perdía el equilibrio, cuando supe reaccionar, pero no llegué a tiempo.

-Maldita sea, Telma -reprendí, apresurándome a acercarme a ella, preocupado-. ¿Te encuentras bien? Creo que jamás he conocido a una dama tan celosa como ella -explico, con expresión preocupada, tendiéndole gentilmente la mano para ofrecerle ayuda-. Permíteme...

La maldita de Telma siempre hace lo mismo. Cualquiera diría que no me odia, aunque Lea lo diga, muchas veces.

-¿Ya te has habituado por completo a este lugar? Habrás conocido ya a muchos guerreros, a estas alturas... -comento, tras un instante de cavilación.

Una parte de mí, sin embargo, espera ser el más amable de todos ellos. Es una dama que pide protección.
Lyo, por su parte, no ha dejado de mirarla.

Verla aproximarse hizo que el tiempo pasase más lento por un momento, mientras mi mente, que quizás añoraba el contacto de las damas más de lo que yo creía, se planteaba varias cosas por un momento. Incluso llegué a ruborizarme al sentir el contacto de sus labios sobre la piel, o de sus propias manos sobre el brazo que la sostenía.
No respiré hasta que ya se había apartado, como habiéndolo olvidado, y acomodé, entonces, a Lyo entre los brazos.

Tras verla ponerse en pie, con mi ayuda, la observé abistrado unos segundos, mientras se deshacía del heno que la cubría. A ratos veía alguna paja en algún lugar de su ropa, y quería acercar la mano y retirársela, pero enseguida comprendía lo innoble del asunto.

-No es una mala chica, pero a veces se pone un poco posesiva. Y por más que trato de educarla... -. Suspiré, con una sonrisa reasignada-. Pero ha de aprender a comportarse -añadí, dedicando una severa mirada de reojo a Tel, que mugió grave, con desgana.

Una chica educada, dulce, amable, responsable... Desde luego, era una gran mujer, se mirase por donde se mirase. Y si miraba aquella falda, pu...
¡Mithos, no! Qué innoble Dehnel estaba hecho si pensaba en aquello...

El Mago...
Los ojos se me iluminaron, y también la sonrisa. ¿Había, acaso, dicho aquello de verdad? Mithos...

-¿Aún lo recuerdas? -inquiricé, con un rastro de emoción en la voz-. Podríamos acordar un día para vernos, si de verdad deseas conocerlo... -comenté, aún con aquella emoción en mis palabras-. Desde luego, el hombre que te tenga estará contento por siempre.

¿Era acaso un ángel, aquella muchacha? Un ángel de cabellos verdes, como el bosque, y una túnica igual de angelical...

Al ver cómo acariciaba a Lyo, que se mostraba más relajado, se lo tendí suavemente.

-¿Quieres cogerlo? -invité, amable.

Aún iba a ser verdad que las damas, con los niños...
Aunque, bien pensado, si era parte de su trabajo estaría harta de ello. Maldito Dehnel estúpido...

Asentí, encantado, a su comentario. Incluso comprendía a Telma, aunque la hubiese tirado al suelo. Cada vez parecía más una ilusión, un sueño, y no una auténtica persona parada frente a mí, dulcemente.

-No resultas ansiosa. Es más, me alegra enormemente que te interese. Lo que temo ahora es que la historia te decepcione, llegado el momento -confieso, con una sonrisa tensa.

Era toda una dama. De alguna forma no podía evitar acordarme de la hermosa Fier, que llevaba ya tanto sin ver que temía no volver a encontrar nunca, aunque Aloe no era parecida en muchos de sus aspectos. Pero ambas tenían aquella aura dulce a su alrededor.
Al escucharla decir aquello de sí misma, sin embargo, fruncí el ceño. Yo era un protector, y la protegería de sus propias palabras si era necesario. ¡AQUELLO ERA LO JUSTO!

-Disculpa, pero debo decirte que te equivocas. Lo que pienso es lo contrario a lo que tus palabras indican. ¡Dudo que haya por aquí hombre alguno capaz de llegar a la altura de lo que demostráis, hermosa Aloe! -exclamé, serio y heroico. Casi imaginaba el viento meciendo mis cabellos.

Telma se sobresaltó un poco, pero pronto dormitaba de nuevo. Aquello era que no tenía nada en contra de mis palabras, por supuesto.

Y verla coger a Lyo entre sus brazos, calmándolo mucho antes que yo mismo, como si tuviese una habilidad especial para tratar con los niños... Quién fuese niño y se hallase entre sus pebrazos. No podía dejar de mirarla, embelesellado, como si fuese la diosa más benuévola respondiendo a mis plegarias.

-Es un buen niño, pero no es tonto y comprendería que se comportase así solo por impresionarte -murmuré, siguiendo sus gestos con los ojos, con una sonrisa.

Me llevé la mano al cuello, ruborizándome un instante, riendo de una forma algo tonta, la verdad. ¡Menudo fanfarrón, Dehnel! Incluso Telma mugió con cierta frustración, ignorando ya a las personas, seguramente pensando, más bien, en descansar.

-Bueno... Espero que así sea..., porque a estas alturas me apenaría enormemente decepcionarte. Me esforzaré por ello. Búscame cuando estés realmente libre -. Tragué saliva, pero enseguida sonreí-, ¿de acuerdo...?

Compartir mis historias con aquella hermosa criatura encandilaba mi corazón con fuerza. Y verla ruborizarse con la humildad de una doncella... Qué tierna joven. A ella no le deseaba en absoluto un marido muerto que la hiciese viuda, pues estropearía su pureza e inocencia.

-¿Atrevido? En absoluto -repliqué, hinchando ligeramente el pecho-. No distingo entre los que son guerreros y los que no. Me sentiría muy honrado de poder conocerte bien, si me lo permites -. Sonreí, caballeresco. Al mismo tiempo me asustaba enamorarla profundamente, de golpe, con mi enorme atractivo y mis palabras tan heroicas. Siempre pasaba, menos con Lea, por algún motivo.

Por otro lado, Lyo parecía cada vez más dormido, en sus brazos, y yo mismo, fuera de ellos, me sentía de forma un poco similar. Y ella no debía estar menos cansada. Y yo allí, entreteniéndola.

-Me temo que de nuevo estoy retrasándote. Si alguna vez te reprenden por mi culpa, no dudes en decírmelo, por favor -pedí, serio-. Creo, de todos modos, que lo mejor que puedo hacer es retirarme para que puedas descansar pronto. Así llegará antes el momento en el que podamos conversar con más calma.

Qué forma de hablar tan elegante me surgía de pronto, Mithos.

Se me escapó una sonrisa en respuesta a sus palabras. Su humildad me llegaba hondo. No había mucha gente como ella, capaz de tener tantas virtudes y mostrarse natural y agradable sin presumir. Por aquellas y otras cosas era toda una doncella.

-Estoy seguro de que no seré decepcionado -aseguré, con un asentimiento, llevándome la derecha al cuello por un instante, pero recuperando la compostura casi al siguiente.

Recibí a Lyo de sus brazos, sintiendo el propio calor de la muchacha, que se acercaba para evitar despertarlo. Incluso creí notar un bufido a mi espalda, tal vez Telma, que tampoco despertó a Lyo, por suerte, que ya dormía.

-Lo has conseguido -susurré, risueño, mirándola con gratitud.

Y antes de que pudiese añadir más, la sentí acercarse. Arropé a Lyo contra mí, deteniendo el cuerpo por un momento. Por un instante sentí, de verdad sentí, que iba a mis labios, pero subió más allá de ellos. Tardé en reaccionar, e iba a bajar la frente cuando ella misma pareció optimizar por otra parte: la nariz. Fue un beso extraño, como si acabase de humedecerse los labios, y también estuve a punto, por un momento, de aprovechar la cercanía para buscarla yo mismo, pero me contuve, inmóvil, y ella se acercó antes de que llegase a hacer nada.
Sentía fresco donde sus labios me habían tocado.

Tragué saliva, azorado, sorprendido, contemplando fijamente a la muchacha que tenía ante mí.

-Buenas noches, Aloe... -dije al fin, sintiéndome extraño y liviano.

Y aunque seguía mirándola, ella ya se dirigía sus tareas. Dirigí, pues, una mirada a Telma, que ya dormía. Era mi turno de hacerlo, entonces.

*se va embobao*

Lo primero fue dejar a Lyo con la chica que me lo contó, pidiéndole que, por favor, se hiciese cargo. Lo segundo, recorrer los pasillos con desesperación. Al final, tras preguntar a algunas personas que dijeron no haberla visto, acabé por ir a los establos, pero nadie estaba allí tampoco.
Sentía el pecho pesado. Me sentía trementamente alarmado.

-Buena chica... -murmuré a Telma, dándole una palmada suave en el morro, al ver que me miraba preocupada.

Y entonces me volví, para regresar al exterior.
No había ningún motivo para que fuese aquello. No. Porque yo era un protector.
Y cumplía con mi trabajo. Al menos tenía la opción de intentarlo...

*se va*

Tener mascotas es algo maravilloso, pero más maravilloso es tener mascotas que se puedan estudiar. Está comprobado científicamente, por mí y por tantos otros científicos. Ernesta y Billy son de esa clase de mascotas, una pareja de karnikarsh que llevan ya un año conmigo, y que me han ido mostrando cómo evolucionan estas bestias. En los últimos meses han crecido mucho, y la cantidad de magia que expulsan, esos adorables chispazos que más de una vez me han hecho heridas en los brazos, ha ido aumentando, de tal forma que ahora sí tengo que tener verdadera precaución al acercarme a ellos. No es que antes no la tuviese, pero digamos que podía mostrarme más despreocupado: aquella pequeña cantidad de magia no era nada para mí. Ahora, sin embargo, un chispazo involuntario podría causarme alguna quemadura, y eso es algo que no me gustaría sufrir. Soy príncipe, príncipe heredero: alguien como yo no puede dejarse herirse por las risas, que luego se te queda ahí un trono sin sucesor y todo son problemas. Lo sé porque ha pasado.

Por eso ahora mismo llevo guantes, y un traje de piel que es más bien una coraza. Está encantado, por mí, claro, y te defiende bastante bien de los hechizos. Todavía no está del todo configurado, le faltan un par de detalles para hacerlo una prenda realmente resistente y defensiva, pero no me quejo. Y supongo que Blues tampoco. Me ha pedido que lo pruebe, por sus problemas en Aqua y la magia y todo ese asunto de enviar a los guerreros. Muchas veces no sé qué piensa, pero aún así le hago caso. Tratar de mejorar la resistencia de una prenda es algo interesante, a fin de cuentas. Y útil, especialmente útil. Es como llevar un hechizo defensivo encima constantemente y sin cansarte. A mí me resulta útil en casos como los de ahora, cuando Ernesta decide que no quiere entrar en la cuadra y tienes que obligarla, pero supongo que a un guerrero le parecerá útil en combate. Eso espero, vamos.

La karnikarsh suelta chispas, pero no me duele, aunque sí me hace fruncir el ceño. Es una cría un poco repelente, si soy sincero; Billy es mucho más tranquilo y obediente: ahora mismo ya está en la cuadra, tumbado, observando la paja.

—Vamos, Ernesta. No me obligues a usar la magia —digo, tirando de la correa. La karnikarsh se mueve, se echa hacia atrás, con fuerza, yo casi me caigo, pero al final consigo llevarla, tras muchos esfuerzos, a la cuadra. Frunzo el ceño, y la miro. Ella me mira también, tras la verja, y si no fuese un animal de inteligencia mucho inferior a la mía, juraría que me miraba con desafío—. Siempre igual. Espero que mañana sea mejor. Venga. Buenas noches, dormid bien y no molestéis a los otros animales.

Los observo un segundo más. Luego me quito los guantes y los examino un momento, comprobando que no están muy dañados. Asiento conforme. El traje está en perfecto estado, así que todo está en orden.

*desapareseeee*

Estaba en los establos. Más bien, sobre los establos, con la espalda apoyada en el tejado. Me había costado encaramarme, pero al final lo había logrado, y desde allí tenía una buena visión del cielo. Lo único malo era que estaba algo nublado, y entonces no era capaz de ver al mago. Había algunas estrellas, sin embargo, que sí se dejaban ver.

Lyo no estaba. Seguía haciéndoseme extraño pasar los días sin él, sin tener que estar pendiente de llevarlo de la mano, de dejarlo y recogerlo al servicio, de estar pendiente de la hora para darle de comer, o del olor de sus pañales. Lea lo había dicho: no todo era malo. Había tenido tiempo para entrenar, para descansar, para entrenar más, para entrenar...
Realmente no sabía con qué llenar el tiempo. Sinceramente, de pronto no comprendía a qué lo dedicaba antes de tener al pequeño. Me faltaban responsabilidades.
Telma estaba mucho más contenta, por supuesto. En aquel momento estaba tumbada al lado de los establos, relajada, después del largo paseo que habíamos dado juntos.

Si al menos volviese a ver a Cassandra podría entregarle algo de dinero para asegurar que Lyo estuviese mejor, y preguntarle cómo les iba, y si podía darme detalles de dónde encontrarla, porque desde su partida no había vuelto a tener noticias.

-¿Sabes, Tel? -inquiricé, desde el tejado. Sabía que podía oírme desde donde estaba, aunque no hiciese ningún sonido-. Creo que he cambiado últimamente... Bastante, ¿no crees? Porque soy capaz de recordar más o menos las cosas que hacía cuando llegué, cómo era, y me siento como si no fuese la misma persona.

Cerré los ojos un momento. La brisa me había dejado la punta de la nariz un poco fría. Me la froté un poco con el dorso de la mano, volviendo a abrirlos.

-No sé si eso es bueno o malo -murmuré, a medias para ella y para mí-. ¿Qué crees, Telma? ¿Cómo puedo saberlo? Supongo que no se puede... Las personas no son "mejores" o "peores" sin más, creo...

Dejé ir un suspiro, acomodándome un poco mejor. Tras un par de segundos terminé por sentarme con los pies colgando desde el borde, y miré hacia abajo. No la veía bien, pero sí percibiaba su sombra.
Terminé por descolgarme con los brazos. Bajar siempre era más fácil que subir. 

-Se hace un poco tarde. Vamos, que te llevo dentro. Como mañana estés agotada me las voy a tener que ver con Lea enfadada, para colmo-. Hice una mueca, pero terminé sonriendo, negando un par de veces-. No me mires así. Solo estoy un poco sensible. ¿No es eso muy noble? Los héroes de las historias lloran, incluso, porque pueden sentir muchas cosas.

Telma dejó ir un mugido bajito y frotó la cabeza contra mi hombro, cariñosa. La rodeé con los brazos y le di unas cuantas caricias antes de empezar a caminar, seguido por ella, al interior de los establos.

-Menos mal que estás tú, eh, Tel -comenté, con tono algo más animado-. Se te da muy bien escuchar. Venga, mañana te traigo una manzana, que hace tiempo que no comes una. Vamos.

*fin de escena*

Últimamente vengo menos a trabajar en los establos. Supongo que, en parte, es porque estoy dedicando algo más de tiempo a los entrenamientos. Otra parte, por supuesto, se debe a que tengo a Vilo bajo mi cuidado, y él requiere otra clase de actividades. Me gusta, de todas formas, venir de vez en cuando. Me siento a gusto aquí. Aunque el hecho de que Telma se muestre tan ofendida por la reducción de mis atenciones llega a resultar preocupante.

Me acerco directamente a ella, saludando también a aquellos junto a cuyas cuadras paso, pero sin detenerme con ninguno. Me apoyo en la puerta de la bismonte, sonriendo. Ella me mira con esos ojos enormes y brillantes. Creo que duda entre si darme la bienvenida o ignorarme. Sea cual sea el caso, sus ojos están fijos en mí, y son tan bonitos como en todas las ocasiones.

Acerco una mano hacia ella, y se hace de rogar, desviando la cabeza, antes de permitir plenamente el contacto. Casi parece que yo tenga que suplicarle que me permita prestarle atención. Puede parecer muda, pero es tremendamente expresiva. Y, la verdad, también es muy divertida.

Vilo, que ya está entretenido explorando los establos, no requiere mucha atención ahora. Me centro, pues, en la bismonte, y abro la puerta para que, si quiere, salga un poco. Tras un par de palmaditas, la dejo para dirigirme al almacén, y vuelvo con un cepillo. Antes de comenzar a acicalarla saco una manzana de mi bolsillo y se la ofrezco. Puede creerse muy lista, pero yo sé cómo ganármela.

Entre mimos y comentarios, y una vez ha terminado el aperitivo, comienzo con mi tarea.

*Se queda*

Notaba el frío de la calle en la cara. Me dirigí, pese a todo, a los establos. Aquel día no había visitado a Telma, y, pese a la espesa mata de pelo que tenía, con la cercanía del frío casi había que tirar de ella para que saliese.
No podía creer que una Dehnel se hubiese convertido en una perezosa como ella. Quizás debía ser más duro con ella. Si en otoño ya mugía lastimera no quería imaginar qué haría cuando llegasen las nieves.
Pero cuando finalmente entré en el lugar…

-Lea-. Alcé las cejas, con cierta sorpresa. Pese a verla a diario, no solía encontrármela por casualidad. Telma, por su parte, se abalanzó sobre mí nada más verme, recibiéndome con la cabeza, casi hubiese dicho que con cierto desaprecio-. Tranquila, Tel, que ahora iba contigo –me apresuré a decir, hundiendo las manos en el pelaje de la cabeza, apoyándome contra ella.

Me daba el calor que me faltaba en la cara, desde luego.
Desde aquella posición, apoyando la mejilla izquierda en la cabeza de mi compañera, miré a Lea, con una sonrisa.

-¿Os dejo solas? ¿Es hora de chicas?

Apenas tengo tiempo de comenzar, porque en el momento en que aparece Rick por la puerta, Telma sale corriendo a por él, entusiasta. Hasta tal punto que se lleva el cepillo con ella, enganchado en el pelo. Y a poco no se lleva mi mano. Sacudo la muñeca tras liberarla. Qué prisas...

Dedico un vistazo rápido a Rick, negando con la cabeza, y busco a Vilo con la mirada.

-Como el enano no cuente como chica, no, no lo es -respondo, viendo al susodicho salir de debajo de un montón de paja y unirse a la fiesta, saltando con entusiasmo sobre Rick.

Yo contemplo la escena con algo de distancia, y de pronto me doy cuenta de que hay algo que me choca. Me acerco un poco, acariciando a Telma con una mano mientras llevo la otra a la cara de Rick, y repaso su mejilla izquierda con un dedo, con el ceño fruncido.

-Qué raro -comento.

La otra mano da con el cepillo, y lo desenredo. Tampoco es cosa de que lo lleve colgando entre las lanas, digo yo.

Ni me dio tiempo a preguntar. De pronto también Vilo estaba abalanzándose sobre mí, aunque su tamaño no le permitía mucha fiereza.
Tuve que agacharme un poco para acariciarle la cabeza, pero sin descuidar a Tel, claro. Y cuando Lea llegó ya tenía demasiadas frentes abiertas, así que tuve que centrarme. No era posible tratar con tres seres al mismo tiempo si todos reclamaban tu atención.
Lea la que menos, por cierto.

Sentir el contacto en la mejilla, tan directo… Era extraño, desde luego.
Presté atención a su expresión, tratando de entender qué quería decir aquel “raro”. Finalmente me rendí.

-Se me ha ido un poco la mano -. Me toqué la cara yo mismo. Sí que era… “raro”-. Tendré que esperar a que crezca. ¿Te disgusta?

Telma empujaba, buscando atención, con aquella fuerza sobrenatural que tenía pese a su vagancia. Vilo tiraba de mis pantalones con los dientes, queriendo jugar. Me sentía dividido.
Si lo pensaba bien, aunque no lo tenía claro, me sentía como si la última vez que había estado completamente y absolutamente a solas con Lea hubiese sido… la noche en el pueblo. ¿Podía ser cierto?

-Bueno, a ver-. Los miré a ambos, severo-. Que me vais a tirar… -. Telma me mugió junto a la cara, haciendo fuerza contra mí, no sabía si en una caricia o una queja, y Vilo quería colárseme entre las piernas. Dediqué una mirada a Lea, entonces-. Socorro…

Arqueo una ceja, irónica. Un poco. Y tanto. Pero niego, encogiéndome de hombros.

-No, qué va -respondo-. Solo me choca un poco. Me había acostumbrado a las patillas, pero es lo de menos. Te hace más cara de niño así, y eso que no tienes en absoluto cara de niño.

Me limito a quedarme al margen, observando. Ya veo quién triunfa, la verdad. Cuando pide ayuda, viéndose acorralado, pongo los ojos en blanco. Claro, el caso es para él, pero yo soy la que tiene que organizar.

-Vilo -llamo, con voz autoritaria-. Ven aquí. Ya.

Se lo piensa, como siempre, pero no tengo que insistir mucho. Cada vez se porta mejor, la verdad. Echo a andar, llamándolo para que me siga, y acabo por echarme en un montón de paja, agarrándolo para atraerlo. Empiezo con gestos cariñosos, pero pronto lo adapta a su gusto: las peleas.

Alcé las cejas, algo sorprendido por su afirmación. Me toqué la cara con la mano, acariciándola hacia abajo, sintiendo la piel suave.

-¿Cara de niño?-. Quizás aquello era porque, como siempre había dicho mi padre, la barba era cosa de hombres (y menos mal), y al haberme despojado de ella había perdido aquellos puntos de virilidad. Resultaba casi agobiante…-. Bueno, de todas formas en unos días se puede arreglar…

Por suerte para mí, Vilo la escuchaba. Ya llevaba tiempo siendo obediente, y comprobé, satisfecho, cómo se iba con ella, dejándome algo de espacio. Pero Telma seguía insistiendo en recibir atención, así que tuve que dedicarme a ella un rato más hasta que pareció calmarse.
Fui entonces hacia el montón de paja en el que ella jugaba con Vilo. Pero Telma también lo hizo, decidiendo que, ya que había conseguido mi atención, quería entonces la de ella.

Asediaban, entre los dos. Me crucé de brazos, con una sonrisa, contemplando el panorama. No había mucho hueco para meterse.
Era lo justo… Yo había ido a ver a Telma, pero al ver a Lea mi atención se había desviado. Tel solo reclamaba la atención que era suya.

-Dama y señora de las bestias. ¿Has pensado en formar tu propio ejército? Te alzarías como la mujer más poderosa del mundo.

Con Telma y Vilo como aliados no había quien osase enfrentarla. Bueno, aquello si Telma decidiese alguna vez “seguir” a alguien, al menos. Que como viese llover…

Frunzo ligeramente el ceño, tratando de seguirlo. Desde luego, se agobia absolutamente por todo. Casi no se puede ni respirar cerca, no sea que se altere... Bueno, quizás he escogido un mal ejemplo.

-No veo que haya nada que arreglar -replico-. Está tan bien así como de la otra forma.

Mientras juego con Vilo, llego a encontrarme en dificultades. Si es que es un bruto, y encima cada vez juega más con Rick, con lo cual se ha acostumbrado todavía más a usar la fuerza. Por suerte, consigo dominarlo y mantenerlo boca arriba, rascándole el pelo, antes de que llegue Telma y se tumbe al lado, reclamándome a cabezazos. Creía que la cosa era repartírnoslos, no reclamarme a mí...

Me tumbo contra Telma, rodeándole el cuello con un brazo como forma de demostrar mi atención, mientras la mano contraria sigue rascando a Vilo, que se retuerce sobre la paja. Desvío un instante la vista hacia Rick, componiendo una sonrisa irónica.

-¿Tú crees que Telma necesita un ejército? Yo creo que ya es bastante poderosa ella sola...

Terminé por asentir. Ya no era la primera vez que trataba de averiguar si le gustaban más las patillas o la cara afeitada, y ya entonces tampoco había tenido mucha información por su parte. Pero tampoco se había quejado, y con Lea casi había que quedarse con aquello, algunas veces.

Terminé por acercarme al grupo, tumbarme a un lado y atrapar a Vilo, levantándolo del montón, robándoselo, atrayéndolo para inmovilizarlo entre mis brazos, iniciando así la lucha.
Pero la miré.
Yo no me refería a Telma, me refería a… Oh… Ah. Aaaah…
Era una broma, claro.

Le sonreí, forcejeando un poco con Vilo, pero finalmente aflojé el abrazo para permitirle salir. No era tan malo…

-¿Quieres cenar el sábado? –pregunté, mirando el techo por un momento, desviando la vista hacia ella al final de la pregunta.

Era un día… concreto.
Ya casi había pasado un mes pero se me hacía extraño. Y no, al mismo tiempo.
No había hablado con ella sobre si celebrarlo o no porque me daba la sensación de que… no llevaba mucho la cuenta de aquello, pero de todas formas, si se trataba como una simple cena normal no tenía que haber problema alguno.

Vilo se ve llevado en volandas y forcejea, retorciéndose y pataleando como suele hacer, soltando algún que otro gruñido que, pese a que ha crecido, sigue sonando infantil y nada peligroso. Lucha con Rick un rato, hasta que este lo suelta, y entonces se dedica a subírsele encima, dispuesto a "lavarlo". Yo, mientras tanto, me voy acomodando con Telma, acariciándola tras las orejas y medio echada sobre ella.

Frunzo el ceño. Preguntando por un día en concreto hace que tenga que plantearme mis planes. Que, no tardo en comprender, no son muchos. Por no decir ningunos. Me encojo de hombros.

-Sí, claro -contesto-. U hoy. O mañana. No estoy muy ocupada últimamente.

Después de haber liberado al bueno de Vilo recibí mi castigo en forma de lametones. Interpuse los brazos como pude, esbozando una sonrisa, y terminé por echarlo a un lado con un empujón cariñoso, secándome un poco la cara con el brazo.

Cuando Lea dio su respuesta no pude evitar una pequeña mueca, aunque traté de corregirla pronto. No todo era malo, al fin y al cabo.
Inspiré profundamente, concentrándome, y luego la miré.
Debía ser… sincero.

-El sábado hace un mes de que… empezó -. Carraspeé. Me sentía incómodo, pero… quería decir aquello. Me encogí de hombros, entonces, y busqué más fuerza en mi interior. Sonreí-. Bueno, supongo que no es más que un símbolo… Podemos ir hoy, si te apetece-. Hundí las manos en el pelo de Vilo, acariciándolo un momento.

No pasaba nada. Un mes era solo un mes.
Un año… Aquello sonaba bien.
Más, después…