Habitación del pasillo

Zacharyas sentía que ella se acercaba, lo cual le hacía sentirse peor. Había querido matarla. Había deseado estrangular su cuello hasta que el aire dejara de pasar, o arrancar su carne y hacer que se desangrase, o... ¿No entendía aquello? Quizás ni se había dado cuenta, pero él sí.
Y, además de aquello, sentía un extraño pudor. El del día anterior no era él. Él no se comportaba así. Quizás el cuerpo de ambos fuera el mismo, pero el monstruo desatado y él... No podían ser la misma persona. Aunque lo fueran. Y por ello se avergonzaba de lo que había hecho estando fuera de sí.

-Te hice daño -murmuró.

Estaba asustado. Se sentía desprotegido.

Me quedé muy quieta cuando habló. Solté su mano y me palpé primero la cabeza, luego la cara, el cuello y el tronco. Tenía un par de arañazos en la espalda que solo percibí al pasar la mano por encima, y el cuello levemente dolorido. Lo que más llamaba mi atención era aquel labio abultado que aún sabía un poco metálico y, en contacto con la saliva, escocía.

Volví a dirigir la vista hacia el chiquillo.

-No... -repuse, como si su afirmación me sorprendiera.

Me puse de rodillas y, con un dedo, le repasé la línea del hombro. Noté mis dedos subir y bajar entre bultos de arañazos y piel inflamada. Solté una suave risita.

-Menudo estropicio.

Zacharyas ladeó ligeramente la cabeza hacia ella para poder mirarla de reojo. Veía su labio hinchado, en carne viva, por su culpa, y las diversas marcas que había dejado en su cuerpo. Se encogió, entre culpable y avergonzado.
Ella repasaba su espalda con un dedo. Zacharyas ya se había acostumbrado al duro y frío suelo, por lo que ya no tiritaba, pero la sensación térmica del dedo, cálida, le hizo recordar que su cuerpo no estaba habituado al frío.

Se volvió hacia ella con torpeza. Además de magullado, estaba cansado. Se irguió como pudo, sentándose en el suelo con las piernas cruzadas.

-Deberías mirarte -. Carraspeó- eso.

Señaló el labio vagamente, con un rápido gesto. No se sentía cómodo mirándola a los ojos. Quizás ella no le diera importancia, pero el caeruleus no se sentía seguro.

FdR- Él pensando en la sangre y el dolor y ella "no "

Acabé por retirar el dedo y me aparté un poco, algo seria. Lo vi girarse hacia mí y me eché un poco hacia atrás, sentándome de nuevo. Me llevé la mano al labio cuando habló, sintiendo un nuevo pinchazo de dolor al tocarlo. Bajé la vista y solté un suave suspiro, casi inaudible.

-Es que no hay luz -repliqué con tono algo cortante.

Me giré un poco apoyando la espalda contra el montón mullido sobre el que había dormido y recogí las rodillas entre mis brazos. Oculté el labio superior bajo el inferior en un puchero (agrandado por la hinchazón) y comencé a dar golpecitos rítmicos con la punta de los zapatos en el suelo.

El tono de la parvus no pasó desapercibido para Zacharyas, que suspiró, bajando el rostro ligeramente de forma que su pelo cubriera sus ojos. Aquella herida era culpa suya, así que era su deber velar por su correcta curación. Al fin y al cabo, él sabía casi tanto de curar heridas como de hacérselas.

-Déjame ver a mí... -murmuró, echándose un poco hacia delante.

Extendió una mano temblorosa hacia ella y le alzó el mentón con los dedos. Ella había ocultado la mueca con un puchero. Pese a todo, la zona se veía inflamada. Tenía que ser muy incómodo.
Acercó suavemente el pulgar a su labio inferior para separárselo del otro y poder ver mejor, aunque intentando no hacerle más daño. Ya había causado suficiente.
La herida brillaba un poco. Al estar en contacto con la saliva tardaría más en curar. Si se infectaba sería doloroso, pero lo principal era bajar aquella hinchazón.
Zacharyas se sentía extrañamente nervioso.

-Luego ponle -.Carraspeó- algo de hielo...

La miró, esperando su confirmación.
Le sudaban las manos. Sudor frío.

Zacharyas se acercó él mismo a examinarlo. Reafirmé mi puchero y fruncí el ceño cuando me hizo alzar la vista, pero lo dejé hacer. Una nueva punzada me recordó su estado cuando el chiquillo apartó el labio para mirarme, pero no hice el menor gesto al respecto. Acabé por relajar el ceño manteniéndole la mirada con fuerza. Asentí un par de veces con la cabeza, muy despacio.

-El ungüento cura la piel irritada -respondí, aún con tono enfurruñado.

Reafirmé el ceño, insolente, y apreté los labios, ignorando el dolor.

Zacharyas soltó al fin el labio de la parvus, dejándola libre. Suspiró y esbozó una sonrisa. Asintió suavemente. Si al usar algún ungüento sobre su piel conseguía que ella tratase también sus marcas al caeruleus le valía. Solo quería curar las heridas que le había causado.

Sus ojos la recorrieron un instante. Los recuerdos volvieron, haciéndole ruborizar y apartar la vista.
Vergüenza, culpabilidad, pudor... Demasiadas cosas se agolpaban en su cabeza.
Zacharyas frotó sus manos en los pantalones, secando el sudor frío que le provocaban todas aquellas situaciones.

FdR- Demasiadas cosas nuevas para él. Traumatizaito quedó.

Parecía conforme. Relajé un tanto el gesto y me pasé la lengua por el labio. Era gracioso porque estaba muy abultado y era raro, además de que tenía un sabor peculiar, casi fresco. Dolía, pero eso no importaba.

-Y los moratones. Los moratones se curan con miel.

Lo miré fijamente, con gesto exageradamente severo, como una madre que da instrucciones a su hijo. Luego desvié la vista hacia un lado, con gesto teatral, echando de nuevo hacia fuera el labio interior.

-Y la preocupación se cura sonriendo.

Zacharyas buscó en su propio cuerpo alguno de los moratones de la caída. Tenía varios en las costillas, pero nada roto. Realmente, no eran peligrosos en absoluto.
La miró, curioso, alzando ambas cejas.

-¿Se curan con miel? -inquirió, extrañado, volviendo a mirar aquellas marcas ennegrecidas que había en su pálida piel.

El siguiente comentario de Stalon arrancó una pequeña sonrisa a Zacharyas, que se encogió de hombros.
El caeruleus estiró los brazos. Algunos de sus huesos crujieron agradablemente.

-Estoy agotado... -dijo, casi más para sí que para la parvus que lo acompañaba.

Asentí con firmeza, volviendo a mirarlo y relajando el gesto.

-Es buena para los moranotes. Y ayuda a cicatrizar heridas. Y es buena para la voz. Y además está muy rica.

A pesar de la oscuridad, pude percibir una sonrisa. Sonreí yo también un poquito, ilusionada. El chiquillo estaba cansado. ¿No había dormido bien?

Me puse en pie y me acerqué a él. Le revolví el pelo y le di un pequeño beso en la mejilla.

-Sí, te dormiste muy rápido.

Zacharyas no era mucho de dulce, y la miel se le quedaba dulce en exceso, por lo que nunca se había interesado mucho en ella. Al descubrir aquellas cosas se sorprendió, pero pensó que nunca estaba de más. Él, que solía herirse tantas veces, necesitaba ser lo más flexible posible a la hora de curarse.

Ella se acercó al caeruleus y acarició su abundante cabello, que no quedó mucho más revueto de lo que ya estaba. Lo besó en la mejilla y él sintió la zona inflamada de su labio, más caliente y latente que el resto.
Sus palabras le hicieron ponerse nervioso de nuevo. Bajó la vista.

-Ayer no era yo -dijo, tras unos instantes de silencio.

Me aparté un poco, mirándolo con una mezcla de curiosidad y lástima.

-¿No? -pregunté-. Entonces no has dormido. Claro. Por eso estás cansado.

Me acuclillé y apoyé los codos en las rodillas y la cara entre las manos. Lo miré, pensativa.

-¿Y quién era?

Eché de nuevo hacia fuera el labio y miré hacia abajo, como intentando verlo. Al mismo tiempo, produje un par de ruiditos nasales, pensativa. Entonces, de pronto, le levanté con decisión y lo miré fijamente a los ojos.

-¿Quieres que me vaya?

El rostro de Zacharyas se ensombreció. Los músculos de la mandíbula se dibujaron en su piel, nítidos, cuando la apretó. Extendió una mano y rozó un arañazo rojizo que había en el cuello de ella.

-Un monstruo -dijo, con voz seca.

Solo un monstruo la heriría así. Solo un monstruo bebía sangre. Solo un monstruo...

"¿Quieres que me vaya?"

Zacharyas la miró. Si se iba, ya estaría todo solucionado. No correría peligro cerca de él, ni tendría más heridas, ni magulladuras, ni...
Esa era la solución. Si se iba, ya estaría.

El caeruleus movió lentamente la cabeza, negando.

Negué con la cabeza.

-Nunca es un monstruo.

Volví a acercarme, aunque con cierta cautela, y me senté en el suelo a una cierta distancia. Al poco, me había tumbado boca abajo, suspirando. Yo no estaba cansada, pero tenía una bola en el estómago. Una bola distinta de la del día anterior.

-¿Por qué no te gusta?

Aunque la opinión de Zacharyas no era la misma que la de la parvus, sonrió agradecido a sus palabras. Cuando ella se acercó, puso una mano en su cabeza, acariciándole el pelo con docilidad.

Cuando le hizo aquella preguta, el caeruleus no lo entendió. Sus ojos oscuros observaron a la parvus llenos de incomprensión.

-¿A qué te refieres?

Quizás había dicho algo que la había molestado, sin darse cuenta. A veces no podía seguir los pensamientos de Stalon.

Desde mi posición, lo miré fijamente, como tratando de averiguar hasta qué punto era sincera esa pregunta. Entrecerré los ojos, buscando en aquel ambiente oscuro algo que me indicase que hablaba en serio, que de verdad no lo entendía. Finalmente, dándome por satisfecha con mi escrutinio, hablé con voz clara y firme:

-Al sexo.

Me quedé inmóvil, con el cuerpo en tensión, tratando de imaginar todo tipo de reacción posible, preparándome para lo que fuera. Pero, sobre todo, muerta de curiosidad.

FdR.: Roleo pausado

Aquella respuesta, tan clara, tan concisa, hizo que el caeruleus palideciera ligeramente. ¿Qué podía decir frente a aquello? Antreabrió, los labios, boqueando, como en busca de alguna palabra que lo sacase de aquella, pero no había forma.
Ella lo miraba. Zacharyas tragó saliva. Estaba nervioso.
A Zacharyas siempre la habia sorprendido la forma en que la gente trataba aquellos temas, con tal facilidad que parecía que hablaban del tiempo. Para él, sin embargo, entrañaba una enorme dificultad tratarlos. Y más en aquel momento, que los recientes y confusos recuerdos lo perturbaban.

Bajó la cabeza. Su respiración se había acelerado un poco.

-Ha sido... mi primera vez... -murmuró. Si eso podía llamarse primera vez, pues apenas había habido raciocinio durante el proceso, y lo recordaba algo confuso.

Tragó saliva, aunque apenas la sentía. Tenía la lengua algo reseca. Notó que se ruborizaba un poco.

Al menos, no salí corriendo ni me lancé contra él para contener alguna clase de locura. El chiquillo se mantuvo prácticamente inmóvil, más allá de acelerar su respiración y mostrar gestos de cierto nerviosismo. Lo observé en silencio, con creciente curiosidad.

A sus palabras, enterré la cara entre los brazos, contra el suelo, con un suspiro. Al momento volvía a alzar la cabeza, cambié mi postura a una similar a la suya y me arrastré hacia él, mirándolo.

-Sí -confirmé. Eso no era nada nuevo.

Me pasé un dedo por los labios, pensativa. Una sombra en la pared (o tal vez mi imaginación) me hizo desviar de pronto la vista. Me quedé mirando el lugar donde me había parecido ver movimiento. ¿Qué era aquello?

Al cabo de un par de minutos, sacudí la cabeza. ¿Qué estaba diciendo? Ah, sí.

-Pero, ¿por qué no te gusta?

Zacharyas enterró una mano en su pelo, echándoselo hacia atrás, signo de agobio. Inspiró hondo.
Con Zacharyas se podía hablar casi de cualquier cosa: libros, ciencia, armas, magia, historia, curiosidades, heridas, sangre, muerte, guerra, órganos, enfermedades... Pero de aquello... De aquello Zacharyas no sabía hablar.

-Como nunca lo había hecho... Es decir...

Se masajeó las sienes con las manos. Tenía auténtica expresión de sufrimiento. La miró a la cara y entreabrió los labios, inseguro.

-Yo...

Cerró los ojos. Estaba seguro de que si no la veía sería más fácil.
Ya era un adulto. Era hora de hablar claro.

-Me gusta el dolor... -. Carraspeó-. Y me gustó -. Se frotó, una vez más, las manos en los pantalones-. Sí me gustó.

Comenzó con gestos incómodos y titubeos. Me eché hacia delante, con la vista fija en su cara.

-¿Sí...?

Cerró los ojos. Me levanté, acercándome más a su cara, inclinada hacia delante y con los brazos en jarras. Comenzó, una vez más, a divagar, con lo que entrecerré los ojos y me incliné un poco más.

Entonces, por fin, habló. Abrí mucho los ojos, pillada por sorpresa, y parpadeé varias veces.

-Oh -me limité a decir, desconcertada.

Zacharyas frunció el ceño, incómodo. Desde siempre le habían dicho que los titubeos eran cosas de chiquillos, pero, ¿no era así acaso como lo llamaba ella?

-Me gustas, Ayne Stalon.

Tras hablar, bajó el rostro, de forma que lo que veía eran sus piernas cruzadas. Notaba el corazón latirle en las amígdalas. Imaginó que clavaba allí un cuchillo, abriendo un agujero, y que era allí donde estaba, bombeando intranquilo, en vez de alojado en su puesto habitual en el pecho.
Tragó saliva con dificultad, de nuevo. Lo de tener la lengua seca no era agradable, pues en vez de saliva parecía tener una pasta que se moldeaba con dificultad y se pegaba a la garganta al intentar tragar. Quizás si le pasaba durante mucho tiempo acabaría por taponarle las vías respiratorias e, inevitablemente, sucumbiría ante la asfixia.

Noté un leve temblor en los hombros y di un respingo. Abrí la boca y la volví a cerrar en silencio. Bajé un momento las comisuras de los labios al tiempo que fruncía el ceño y luego volví a relajar el gesto. Entrecerré los ojos y moví los labios, como repitiendo sin voz lo que había dicho, como si estuviera intentando entender qué significaba.

Me enderecé y me señalé poniéndome el dedo índice encima del esternón.

-Ayne Stalon soy yo -aclaré, por si quedaban dudas.

Me di la vuelta y me alejé un poco, aún moviendo los labios una y otra vez, repitiendo interiormente lo que había dicho. Volví a girarme hacia él.

-Pero entonces... -dejé la frase en el aire-. Nada. ¡Ah, sí! -Una pausa- ...No.

Zacharyas asintió levemente. Ella era Ayne Stalon, sí. Lo de Ayne era nuevo, pero estaba seguro de que ese era su nombre. Luego, pese a su ligero rubor y su vergüenza, terminó mirando a la parvus ir y venir, fijamente, sin comprender. A veces daba tantas cosas por hecho y otras, como en aquel momento, parecía aturullarse de mala manera. Al caeruleus seguía escapándosele la clave para comprender la conducta de aquella chica, aunque seguramente si hubiese preguntado habría obtenido de otros de los guerreros respuestas semejantes. La parvus era peculiar para casi todos ellos.

Stalon parecía indecisa, como si le hubiesen planteado una adivinanza. Zacharyas la seguía con la mirada. No quedaba más que que ella comprendiese o que que no lo hiciese, pero ya no parecía posible que él pronunciase más frases como aquellas.

Avancé de nuevo, dispuesta a realizar otro escrutinio a oscuras. Me incliné sobre su cara, quedando a escasos milímetros, con los ojos entrecerrados. Finalmente, volví a separarme, me encogí de hombros y me senté de nuevo frente a él.

Miré a los lados, como si algo me hubiera llamado la atención, mientras movía los labios repitiendo en silencio sus palabras. Luego me detuve y comencé a mover el labio inferior, abriendo y cerrando la boca y jugando con la herida. Me había acostumbrado a la sensación de dolor, y ya no tenía importancia.

Volví a mirar fijamente al chiquillo.

-Y si te gustó. Y Ayne Stalon te gusta. Y... -Me encogí de hombros-. ¿Entonces por qué era otro?

Stalon se acercó a Zacharyas, a su rostro, entrecerrando los ojos. Él hizo lo propio, en acto reflejo, pero pronto quedó patente que ella solo estaba examinándolo. Finalmente, hizo la pregunta.
Zacharyas se encogió de hombros, algo abatido.

-Yo nunca hubiera... -. Carraspeó. Se detuvo un momento, buscando las palabras-. Nunca hubiera hecho esas cosas.

Las marcas que tenía la chica por el cuerpo... Zacharyas nunca hubiese hecho algo así conscientemente. Podía herirse a sí mismo, pero cuando hacía daño a otros casi siempre era por haber perdido el control de su persona. Así pues, aquello no estaba relacionado.