Habitación del pasillo

Lo apunté con el dedo índice, negando firmemente con la cabeza.

-Tú nunca habías hecho eso -le corregí.

Estaba inquieta. Volví a levantarme y me acerqué a él, cogiéndole de las orejas.

-Lo hiciste -le dije, mirándolo a los ojos muy de cerca-. Lo hiciste tú. No fue otro. Fuiste tú.

Ladeé la cabeza, evaluándolo.

-Eso no lo hace malo. No hay monstruos. Solo estás tú.

Los nervios de Zacharyas comenzaron a aflorar.

-No -. Negó, lentamente, mientras trataba de excusarse con la voz algo tomada, intranquilo-. Sentí impulsos que nunca -. Carraspeó- había sentido, y estoy seguro de que yo no...

Bajó el rostro, pensativo. Zacharyas no sabía si realmente estaba seguro. Al fin y al cabo, sí le gustaba la sangre y, de poder ingerirla de nuevo, seguramente lo haría. Y quizás acabase del mismo modo, o quizás peor. Pero sí había sido él. Aunque no le gustase. Quizás una parte de él más oscura, desconocida, pero suya.

La miró, como pidiendo ayuda.

Sonreí ampliamente.

-Yo te vi -argumenté-. Yo te vi y te toqué y te sentí. Y estoy segura de que eras tú.

Le rodeé el cuello con los brazos, acercándome más y apoyando la cabeza en su hombro, con un suspiro satisfecho. Le di un ligero beso en la base de la oreja.

-¡Y menos mal que eras tú! Porque yo quería -murmuré, bajito.

Zacharyas la miró, sin aliento. Claro que lo había visto, que lo había sentido, que lo había tocado... Hasta podría haber dicho que lo había olido y el caeruleus no podría quitarle la razón, porque sin duda aquellas marcas eran de sus uñas, y su sangre teñía su camisa.

Stalon se acercó a él mientras pensaba. Rodeó su cuello sin pudor, como siempre que hacía cualquier cosa. Zacharyas admiraba la gran capacidad que tenía la parvus para no titubear jamás. Ni siquiera al tener que morder su propia sangre hasta hacerla sangrar, pese al dolor, había vacilado.

El beso le hizo estremecerse levemente. Las palabras le quitaron el aliento durante un instante. ¿Cómo decía aquello con tanta seguridad? ¿Cómo podía estar tan segura?
Frunció el ceño.

-Te heriste para darme tu sangre -. Su voz sonaba, de pronto, segura-. ¿Quieres tomar de la mía a cambio?

Los oscuros ojos de Zacharyas contemplaban los de Stalon serios y solemnes.

Lo miré medio de reojo. Por enésima vez, adelanté el labio inferior al superior, sintiendo la presión de la herida inflamada. Era suave, extraño y hasta divertido.

Me lo pensé seriamente un momento. Puse en ello tanta concentración como fui capaz. Desvié la vista, dándole vueltas. Finalmente, me volví para mirarlo con absoluta seriedad. Negué con la cabeza.

-No sabes. No sabes nada. Me herí para que me dierasun beso.

Zacharyas pensó que Stalon parecía muy cuerda en esos momentos. Llevaba ya varias respuestas serias, sin moverse demasiado. Jamás la había visto así, por lo que asumió que estaba muy en serio.
No supo qué responder a su comentario.

El día anterior era confuso para Zacharyas. Él mismo había dicho varias veces que aquel que había marcado a la parvus no era el "él" de ese momento, sino otro. Uno más monstruoso, más sádico, más descontrolado.
Las palabras de Rick sonaron en su mente. Ridículamente, de algún modo, el flamma había llegado a tener parte de razón en todo aquello.

Zacharyas la miró. Besar a alguien no podía ser tan complejo, pensaba. Seguramente era él el que lo volvía complejo. Si a él le gustaba la sangre, ella le daba sangre, por lo que consideró correcto que correspondiese no con sangre, sino con lo que ella quería.
Con una de sus grandes y huesudas manos, áspera y algo húmeda por el nerviosismo, sujetó su rostro, como había leído en libros y como supuso que sería más cómodo. Tragó saliva e inició el acercamiento, seguro que de tenerlos abiertos algo saldría mal. Pronto sintió el tacto de su piel: su nariz había golpeado la de ella, al hallarse ambas en el mismo plano. Comprendió al fin la utilidad práctica del ladeo de cabeza que tantos realizaban. Giró un poco más y continuó con la aproximación.
No podía ser muy complicado. Todo el mundo lo hacía.

FdR- Virgensito (este es el virgensito, que cuando se pone loco perdío ataca como una fiera RAUR)
Si le hablase de cómo cortarse venas le explicaría todo al detalle, como un experto. Conste.

No dijo nada. Se limitó a mirarme con una expresión similar a la que yo le dirigía a él. Llevó una mano a mi mejilla y, antes de que la tocara, yo misma moví la cara para acomodarla a su palma. La encontré húmeda. Esbocé una sonrisa.

Zacharyas se fue acercando a mí en una serie de tropiezos. Yo me limité a esperar, expectante y curiosa por ver qué hacía. El primer golpe, nariz con nariz, me hizo soltar una risita divertida. Pronto se recuperó, sin embargo, y varió la trayectoria. Sentía cómo me recorrían impulsos de tomar el mando y acomodarlo a mi ritmo, más rápido, menos exasperante. Cerré los puños y me contuve. Tenía curiosidad por ver qué hacía. Cada instante estaba más cerca, hasta que sentí su piel contra la mía.

Y entonces llegó el segundo tropiezo. Esta vez, en forma de dientes contra dientes. Contuve una nueva carcajada, cerrando los ojos con fuerza y, inconscientemente, retrasando un poco la cabeza. Sentí de nuevo el dolor de mi labio, consecuencia del choque. Parecía que necesitaba ayuda.

Tomé su cara entre las manos y me separé, con una sonrisa divertida y la risa en los ojos. Y entonces acometí yo, abriéndome paso entre sus labios, recorriendo su encía superior, su paladar, su lengua, con rapidez y seguridad, tratando de guiar y minimizar con los movimientos de mi boca los de la suya. Me separé de él después de darle un minúsculo mordisquito en el labio y lo miré.

-Así. Y ahora, tú -indiqué, juntando de nuevo nuestros labios, esta vez más despacio y esperando a que él iniciara el movimiento.

La vergüenza del fracaso no duró mucho al caeruleus, pues ella tomó el mando dejándolo sin aliento, sin saber realmente qué hacer. Luego, como si se tratase de una especie de clase particular y aquello hubiese sido la exhibición, le cedió el turno, juntando de nuevo sus labios.
Zacharyas lo intentó sin mucha convicción, pero notaba sus movimientos lentos, torpes. No era capaz de acomodar sus labios a los de ella, y además aquel sabor metálico le recordaba la existencia de aquella herida (tentadora, por una parte) con la que debía tener cuidado. No sabía qué hacer con las manos, que prácticamente colgaban inertes a ambos lados de su cuerpo, y no era capaz de penetrar con su lengua en la boca de la chica, sintiendo una especie de pudor, como si aquel territorio no estuviese permitido para él.

Tras su torpe intento, cohibido, se apartó ligeramente de ella y negó suavemente.

-No -. Carraspeó, incómodo- soy capaz.

Aquello requería una iniciativa de la que carecía. Cuando lo hacía ella parecía sencillo. Incluso seguirla tenía un punto fácil. Pero Zacharyas no sabía tener iniciativa. Siempre había sido muy calmado, excepto cuando perdía el control, y la seguridad que emanaba de ella le ponía las cosas mucho más difíciles.

FdR- Clases prácticas con Ayne Stalon.

El chiquillo dudaba, como si no supiera muy bien qué debía hacer, pero además no tuviera la imaginación suficiente para inventar algo sobre la marcha. Tras un par de movimientos torpes y poco seguros que traté de corresponder como pude, aunque no parecía fácil, acabó por separarse.

Reí a sus palabras, verdaderamente divertida. Abracé su cabeza con fuerza y le di un beso en la punta de la nariz.

-Sí eres -repuse, animándolo-. Ya lo has hecho antes. Puedes. Solo hay una norma: no hay que pensar. Si piensas, no sale.

A medida que hablaba, mi cara iba resbalando contra la suya, y nada más terminar de hablar había atrapado de nuevo su boca, con la misma facilidad y firmeza que antes. Aunque empecé rápido, fui disminuyendo el ritmo, tratando de incitar movimientos suyos con los míos y de abrirle camino.

Cuando ella acabó de hablar, Zacharyas tuvo un instante para introducir una pregunta.

-¿No te duele...? -inquirió, bajando un poco el tono, haciendo referencia a su labio herido.

No obstante, ella lo atrapó y comenzó a guiarlo. Zacharyas imaginó que le dolía. Quizás cada gesto le provocaba más dolor. Deseaba ser él el que lo sintiera. Ansiaba, de pronto, tener también la carne herida, dolorida, de forma que cada contacto, cada gesto, fuesen un nuevo pinchazo que avivase más aquella sensación. Y todavía sabía vagamente a metal, aunque no a sangre, sino a herida. Si la mordiera, pensó, podía conseguir que sangrase de nuevo.

Al bajar ella la velocidad, el caeruleus encontró mayor facilidad en seguirla. Seguía siendo un ejercicio de coordinación y de experiencia complicado, pero le resultaba más sencillo adaptarse a sus movimientos. Pese a todo, no se las apañaba por completo, encontrando especial dificultad a la hora de encontrar los momentos adecuados para respirar. Cuando se daba cuenta, le faltaba el aire, y tenía que realizar una gran inspiración, de forma que esta no era fluida.

Pese a todo, pese a ser consciente de su propia torpeza y de la vergonzosa situación, Zacharyas había encontrado cierta comodidad en aquello. Cierto placer. No era el mismo que sentiría al atravesar su piel con una cuchilla, o al observar morir a un pequeño ser vivo, o al saborear la sangre de otros, o la suya propia, pero también era agradable. Era como si hubiese ingerido veneno y este quemase su vientre desde dentro, sin llegar a abrasarlo lo suficiente, o como si un avisperos bullese en su garganta y le impidiese respirar mientras notaba las patitas diminutas de cada insecto recorriendo su interior, buscando un lugar que morder.

Ignoré la pregunta y continué. No era fácil; Zacharyas se aturullaba al intentar seguirme, haciendo algún movimiento raro de vez en cuando que, en ciertos casos, llegaba incluso a hacerme perder a mí el ritmo. Parecía que con poca velocidad, pese a todo, era capaz de responder. Poco a poco, e ignorando los tropiezos constantes y el dolor del labio, lo guiaba, ganando fluidez, sobreponiéndose un poquito a los errores, recorriendo, piel con piel, saliva con saliva...

Un repentino sonido, una especie de sonoro y profundo rugido inundó el aire. Me detuve en seco, paralizada, y al momento siguiente me había hecho una bolita, apoyada contra su pecho. Solté una leve risita que quedó ahogada contra su piel.

-Huy. Hambre -murmuré.

Aquel rugido lo detuvo todo. Zacharyas aprovechó para tratar de recobrar su velocidad normal de respiración. No pudo evitar esbozar una sonrisa de comprensión. Él estaba acostumbrado a ingerir irregularmente, pero no sabía qué tipo de dieta seguía ella. Por su energía, Zacharyas supuso que debía comer bastante para tener energía que quemar.

-Creo que no acepta réplica -dijo, atrayéndola suavemente un instante, a modo de pequeño abrazo.

El caeruleus suspiró y la soltó. Extendió un brazo para hacerse con su camisa, manchada de sangre, pero útil en momentos como aquel.
Ya que ella iba a comer, él aprovecharía y haría lo propio. Solo esperaba que no molestasen demasiado al servicio.

Carraspeó un par de veces. La verdad era que seguía algo avergonzado. Quizás, pensó, esa sensación fuese normal. Al fin y al cabo, era la primera vez que había hecho aquello y no tenía nada para comparar.

Asentí lentamente y le di un beso en el pecho, antes de separarme en busca de mi blusa. Estaba extraña, sucia y acartonada, pero no me importó. Rápidamente me la puse, de cualquier manera, medio arrugada y retorcida. Tironeé un poco, incómoda, antes de darme por lista.

Entonces comencé a impacientarme, y en cuanto lo vi posible tomé a Zacharyas por el brazo. Quería correr, pero tirar de él me lo impedía. De todas formas, la energía que no gastaba corriendo la usaba en tirar de él. Tan rápido como podía. A por comida. Un nuevo rugido de estómago me mostró su total acuerdo.

*Se van*

Aparezco, atravesando la puerta para no necesitar abrirla. Una vez dentro, observo al hombre con una sonrisa, tomando uno de los bucles de mi cabello entre los dedos.

-Ya decía yo que olía a prostituta por los pasillos- comento encantada tras mirar de arriba a abajo al líder, ignorando por completo a Barthemius-. Es un placer verte, pequeño Aren. Vestido, esta vez.

Me aproximo al hombre con sensualidad y me siento en uno de los resposabrazos de su butaca, haciendo que mi ropa lo roce con suavidad.

Lo que él dice poco más hace que obligarme a ensanchar la sonrisa. Me inclino un poco hacia él, clavando mis ojos en los suyos, contoneándome antes de retomar el habla.

-Me pareció que a tu edad contemplar una mujer desnuda sería malo para tu corazón. Discúlpame por ello. Solo me preocupo por ti.

Él no tarda en desviar el tema a uno más jugoso, que solo engrandece la dulce y amplia sonrisa que le estoy dedicando.

-No he tenido el placer de ver a Lyam, la verdad. He estado ocupada con otros temas más importantes. A Alehyss, sin embargo, sí la he visto-. Poso mis dedos en su pecho, tamborileando en él con mis largas uñas a la altura de su cicatriz, cubierta por la ropa-. Una joven encantadora y muy correcta, ¿no te parece?

Esbozo una sonrisa, pese a que ha atrapado mi brazo, y asiento condescendiente. Cuando se le lleva la contraria siempre se enfada como cuando era poco más que un adolescente. Nunca conseguirá madurar por completo, supongo.

-Veo que ella por sí misma no tiene la capacidad de ocultarte nada... Aunque, ¿qué puedo esperar de apenas una aprendiz?

Con la mano libre me aparto el cabello de la cara, sonriente.

-Verás... Alehyss está haciendo un pequeño trabajillo para mí. Está infiltrada en una organización que me interesa disolver. Problemas con la compretencia, ya sabes.

No cierro los ojos cuando me besa, manteniéndolos clavados en él. Bajar la guardia con esta víbora delante podría ser letal.
Cuando se aparta, manteniendo una distancia ínfima entre ambos, sonrío con complacencia. No esperaba menos de él. Que la chrysos no le parezca una buena opción no me importa demasiado. Al fin y al cabo, yo hago lo que me viene en gana. Pero me satisface ver que la edad no lo hace chochear.

-Bueno... Seguramente haya gente mejor, pero tengo una buena base de chantaje para manejarla. Y me necesita. Lo tenía demasiado fácil como para rechazar la colaboración.

Lanzo entonces una mirada a Barthemius, inmóvil junto a nosotros. Un hombre extraño donde los haya, como su amo.

Me encojo de hombros, entretenida. Realmente me importa poco cómo de engrasadas están las bisagras que abren las piernas de la chrysos. No me sorprende que haya servido como fulana a Aren. Seguramente él se sentirá mucho más varonil tras haberla domado. No hubiera podido vivir sin acostarse con alguien así.

-Confío en que no lo seamos. Si encuentro cualquier indicio de que esos hombres atentan contra tus intereses te lo haré saber.

Me aproximo a su rostro, estando a punto de rozar mis labios con los suyos, mirando sus pérfidos ojos con una sonrisa algo aviesa.

-Aunque prefiero que sea ella la que se ensucie las manos por el momento.

Asiento lentamente, casi con deleite.

-No te preocupes. No te desafiaría gratuítamente. Y menos aún si no gano nada equivalente con ello.

Sigo con la mirada el recorrido de mi mano, como si fuese algo ajeno a mí. Incluso yo, segura y poderosa, siento en el fondo cierto respeto por Aren. Aunque quizás sea más fruto del cariño acumulado a lo largo de los años. Al fin y al cabo el roce hace el cariño y nosotros, por bien o por mal, hemos tenido bastantes roces.

-Me encanta que la diversión se sume a la obligación. Lo hace todo más interesante.

Acaricié su rostro con una de mis largas uñas, dibujando una línea desde el pómulo hasta la punta de la barbilla.

-¿Deseas algo más de mi persona, pequeño Aren? -inquiero desafiante, pero siempre tanquila.