Habitación del pasillo

El líder volvió a reír sutilmente sin soltar la mano de la mujer. Por un momento recordó la rabia que le había entrado el día que Nagorr le había comunicado la presencia de Chriselle en el palacio. Como si hubiesen invadido su territorio, un depredador cerca de su redil. Sin embargo, a medida que había pasado el tiempo, y tras un par de discusiones, había llegado a aquella situación. Una cooperación interesante, una alianza frente a la adversidad. Por algo cada uno creía firmemente en su superioridad frente a los demás. Posiblemente fuese que ya todo le daba igual, o que últimamente había estado demasiado afectado por simplezas o, simplemente, que hacía demasiado tiempo que no estaba tranquilo junto a ella.

En cuanto ella preguntó si necesitaba algo más, él volvió a sonreír.

—Ahora no tengo tiempo para lo que deseo —Comentó con un deje de frustración —Pero mi habitación nunca está cerrada —Añadió dedicándole una última mirada. Luego dejó escapar su mano cuando la uña de la mujer pasó por su mentón. Y esperó por ella. No quería irse, prefería verla marchar.

A pesar de que al líder no le hacía especial gracia que la mujer aumentase su ego, tampoco quiso replicarle a mayores. Se dedicó a observarla mientras dejaba descansar la cara sobre uno de sus puños, admirando su paseo a sabiendas de que ella podría haberse desaparecido sin más. No cambió el gesto en cuanto esta le dedicó una última mirada y se dedicó a permanecer en aquel lugar hasta que ya no hubo rastro de la mujer.

Al rato se puso en pie de golpe y se dio la vuelta haciéndole un gesto, chiscando los dedos, a Barthemius para que lo siguiese.

Entro a la oscura sala algo nervioso, esperando encontrarlo. Cierro la puerta tras de mí, entrando en la habitación de la última vez. No me trae buenos recuerdos, pero ya no sé dónde encontrarlo.

Comienzo a caminar en la oscuridad, a tientas y chocándome con distintos objetos. Trato de olvidar el dolor de los golpes y centrarme en ver si se encuentra aquí el hombre que busco.

—¿Hola? ¡Necesito hablar con usted! ¡Au! —Grito, tras haber dado otro golpe. Finalmente decido detenerme, con las manos algo sudadas del nerviosismo y las alas pegadas al cuerpo. Mientras espero no puedo hacer mucho más en medio de la oscuridad. Estoy algo preocupado. Después de lo que Lyam me había contado...

El líder apareció sentado en una nueva butaca, iluminado por un conjuro de luz que Barthemius conjuró al llegar al lugar de forma que la zona quedaba a la vista del aether. Con mirada grave y cierto ceño, el líder clavó los ojos en Heylel.

—¿Qué? —Sentenció con desgana. Que el aether lo hubiese estado reclamando lo había puesto de mal humor ya que no había tenido apenas tiempo para tomarse un respiro tras la conversación con la caeruleus.

Mientras espero en la oscuridad pongo en orden mis pensamientos.

Tras hablar con Lyam todo se esclarece bastante respecto a su relación con Alehyss. Al parecer el chico ha sido mejor cabeza de turco de lo que habíamos pensado. Ahora que Alehyss por fin iba a conducirnos a Jager solo espero que lleguen a tiempo para sacar de ahí a Lyam sano y salvo.
Permanezco cabizbajo, mordiéndome el labio inferior. Ahora solo puedo hablar con el líder Darvenwish de qué pasará a partir de ahora. En cuanto el hombre aparece me da un buen susto, sobre todo por su tono. No parece contento. Trago saliva.

—Se han ido. Alehyss y Lyam se han ido. Tal y como están las cosas y según la información del grupo del pueblo de paso, seguramente será hoy. He enviado una carta urgente. No sé qué puede pasarle a Lyam, pero espero que todo salga bien —Le informo, tratando de no titubear.

Respiro algo aliviado. Ahora que le ha avisado parece que todo vaya a ir bien. Ahora todos sabrán que vine aquí principalmente como un enviado de Ventus para controlar a Alehyss y sus relaciones hasta que nos guiase hacia el aether buscado por la justicia, aunque, visto lo visto, supongo que seré de los menos juzgados. No esperaba que Lyam al final formase parte de algo, aunque reconozco que ha servido bien para la situación. Me siento mal por el chico y también mal por Alehyss. Los aprecio, pero la justicia va más allá de todo eso. Ahora podré ayudar a Lyam a salir de donde está y Alehyss… Todavía no sé qué hará Ventus respecto a Alehyss.

Tomo aire. Ya está, Gabrielle, lo he hecho, he terminado, lo he conseguido.  Lo cierto es que nunca pensé en que podría llegar hasta aquí, pero al final… Me gustaría sonreír, pero la actitud del líder solo me permite permanecer estático y con la vista al suelo.

—Hoy acaba mi misión y mi relación con usted respecto al tema —Hinco la rodilla y agacho más la cabeza –Ventus le agradece enormemente su colaboración al respecto–Digo apretando los ojos. A pesar del suplicio que me ha hecho pasar estoy obligado a decírselo. Un poco más, poco faltará para acabar con todo.

Espero que Gabrielle no resulte herida. Según decía en sus cartas, la escaramuza no sería peligrosa, pero quién sabe. Vuelvo a suspirar. Aún no me creo que estoy haya acabado.

El líder relajó el gesto. Aquello era una gran noticia. Al fin se acabaría aquella farsa de el gato y el ratón. Desde que el aether le había hecho llegar la petición de Ventus sobre su participación todo le había parecido realmente divertido y absurdo. Alehyss Lester, una espía que busca a su espía y que se centra en el bastardo de Lyam que resulta llamarse Lloyd y, cómicamente, también pertenece a una banda.

El líder comenzó a convulsionar levemente, se llevó una mano a la cara y entonces comenzó a reírse a carcajadas. El iluso del bastardo colado por una mujer asustada de sus propias obligaciones que al final lo lleva a la guillotina. ¡Y Chriselle interesada en la muchacha! El líder no podía parar de reírse enormemente. En cuando vio como el muchacho se arrodillaba para agradecer su colaboración el líder lo miró entre sus dedos, ya que no retiró la mano de su cara. Finalmente apartó la mano y la posó sobre el reposabrazos del sofá.

—Maravilloso. Espléndido. Supongo que ha valido la pena, ¿no? Ahora Ventus me debe una, Alehyss Lester tendrá su merecido y el bastardo no tendrá otra opción que venir a pedir auxilio, ¿no? —Miró hacia Barthemius sin dejar de reír. Luego volvió a Heylel —Seguro que tú también opinas que ha salido perfecto. Colándote como una víbora entre tus compañeros, traicionando su confianza por servir a los designios de tu mujercita... Todo un caballero, ¡todo un guerrero de Brontë! —El líder rompió a reír de nuevo con carcajadas graves y estentóreas. Todo era tan grandioso. Sin duda. Las ratas obtenían lo que se merecían.

Su risotada no me agrada y, aunque tengo que soportar el chaparrón, me alivia el pensar que ya no tendré que soportarlo más. Al menos por un tiempo. Además ahora por fin podré estar con Gabrielle. Aprieto los ojos con ese pensamiento.

Me siento horrible cuando menciona aquello. Un traidor, un chivato, aquel que iba de agradable y mentía a todos. Siento el cosquilleo desagradable de las lágrimas en los ojos. ¡Pero era lo que tenía que hacer! Ahora podré dar explicaciones, podré disculparme... No espero el perdón de Lyam y Alehyss pero... Al menos espero poder explicarlo todo. Deseo contárselo a todos los que me importan, poder ser por fin un hombre normal, un compañero real, un padre.

Tomo aire, esperando a que diga que puedo irme. Sin poder evitarlo, alzo la cabeza para pedirlo. Ya me queda poca paciencia.

—Si no le importa, ahora me gustaría estar pendiente del correo y de Masslow —Le pido.

El líder se tomó su tiempo para terminar de carcajearse y pensar en lo gracioso que era todo. Finalmente tomó aire para detener aquello y escuchó a aether. Movió una mano con indiferencia.

—Corre, corre a vigilar a tu bastardo. Ya volveremos a hablar —Comentó, todavía risueño. Al final aquel día no había estado nada mal. Unos cuantos puntos a su favor.

Vio como el aether abandonaba la habitación y luego se puso en pie, acercándose a Barthemius para pasarle un brazo en torno al cuello y quedar con su mejilla contra la de él.

—Ah, Then, que contento estoy —Dio un beso en su mejilla y ambos se desaparecieron, dejando la habitación de nuevo vacía.

El claritas y el piscis aparecieron en una iluminada habitación que contaba con una silla en medio. Sin tardar mucho más, indicó con un par de gestos al muchacho que se sentara y apoyó las cosas en una mesita.

Extendió la toalla y rodeó al chico para ponérsela sobre los hombros y agarrarla a la altura de su nuca con una pinza. Luego se remangó la camisa con calma pero apremio y se dirigió a donde había dejado el sobre. Como si se tratase de un cirujano lo desenrolló sobre la mesa con pericia y escogió un ligero peine de plata y unas tijeras para luego acercarse al chico.

Lo rodeó de nuevo y comenzó a cortar el rubio pelo que pronto empezó a caer sobre la alfombra donde estaba situada la silla. Sin decir una palabra ni prestar atención, el hombre se ciñó a las órdenes que tenía de dejar al muchacho con el pelo arreglado.

Ni tiempo a reprocharle tuve. Cuando me quise dar cuenta, aquella sensación, ya conocida, me inunda de nuevo. La magia de la desaparición es inconfundible.

-Oye... pero... -Con algo de miedo hablo, pero no me hace caso.- Barthemius... -digo con tono de miedo. ¿Qué es este sitio tan raro y por qué me sienta en una silla?

Frunzo el ceño y conjuro un Aquaerum. 

Pero entonces veo que, inmutable, comienza a cortarme el pelo con toda la tranquilidad del mundo y yo, perplejo, pestañeo un par de veces y suspiro, aliviado.

-QUÉ SUSTO ME HAS DADO -lo regaño, mientras veo cómo mis largos mechones caen.

Entonces sonrío de nuevo. -Déjame guapo. -Río. 

El hombre ignoró al muchacho, como había hecho desde el principio de su encuentro y se dedicó a cortarle el pelo como su amo le había indicado, dejándolo con la frente despejada y el largo justo para poder adecentarse de forma diferente según fuese de diario o de fiesta.

Tardó un buen rato en poder cotar y adecentar toda aquella mata que había crecido a su libre albedrío durante tanto tiempo, pero no fue un trabajo imposible. En menos tiempo del que habría pensado, la cara del piscis ya era visible cuando pasaba a observarlo de frente para recortarle más o menos el flequillo.

En cuanto acabó, retiró los restos de pelo de los hombros del muchacho, lo peinó y le acercó un espejo para que pudiera verse en él.

-¡Hala! -digo al verme.- No te puedes imaginar lo incómodo que estaba -digo, poniéndome de pie, sin parar de mirarme.- ¡Gracias, Barthemius! -digo, levantando los brazos hasta arriba del todo.

Qué contento estoy.
-Ahora, cuando el señor Aren me vea, le gustaré más -digo en alto.- ¿Verdad que sí? -digo, ayudándolo a recoger en la medida de lo posible.

-Bueno... -digo cuando se produce un silencio incómodo.- Mmm... Ya se que no es lo propio en ti, pero... -Me encojo de hombros.- Quieres hacer... ¿algo? No sé... -digo, rotando mi mano en el aire.- Ir a dar un paseo o así. -Acabo con una sonrisa.

En cuanto el chico agradeció, Barthemius le retiró el espejo e hizo una pequeña reverencia. Luego se puso a ordenar lo que había ensuciado.

Mientras lo hacía, el piscis se puso a ayudarle continuando con su habitual palabrería y, cuando pensaba que al fin llegaría el silencio, el muchacho se dirigió de nuevo a él preguntándole si quería hacer algo.

Barthemius dudó durante unos segundos, pero lo que mostró de tal acontecimiento simplemente fue una mirada neutral y silenciosa que dirigió al chico. Tenía algo pendiente que enseñarle y, si su señor no lo había reclamado todavía, quizás era para que se lo mostrase.

Barthemius, tras una larga meditación, asintió cerrando los ojos un momento. Luego tendió la mano al piscis.

La penumbra domina en el enorme cuarto, de paredes lisas y cortinas sedosas, que, sin embargo, dejan entrar cierta luz de luna a través de la ventana. Un fuego, sin embargo, crepita en la chimenea, haciendo que un rincón de la sala sí esté iluminado, creando el fuego, a su alrededor, un cerco de luz anaranjada. Junto a este fuego, de espaldas a él, en un cómodo y lujosos sillón, es donde me encuentro, y frente a mí, con la cara semicubierta y una posición sumisa, él, el informante. Lo escucho mientras habla con las manos reposadas tranquilamente sobre mi regazo y un semblante sereno, serio.

Tras aportarme todo lo que sabe, el hombre calla, esperando mi respuesta. Desde luego, la información es interesante, si bien no tan precisa como me gustaría. No obstante, tratándose de lo que se trata, y de lo complejo que me está resultando llegar a ellos sin levantar sospechas, puede considerarse una victoria.

-Tu información me resulta útil. Serás recompensado -digo al fin, tras un largo silencio en el que solo doy vueltas a mis propios pensamientos-. Ahora puedes retirarte. Mañana partirás de nuevo para cumplir el nuevo cometido que te encargaré, pero descansa por hoy.

El informante no tarda en asentir, llevándose la mano derecha al pecho para hacer una leve reverencia antes de retroceder unos pasos.

"A sus órdenes, Madame", lo oigo decir.

Cuando el hombre se ha ido, me mantengo unos minutos inmóvil, en mi silla. Ahora llega ese momento en el que he de decidir hasta qué punto puedo arriesgar. Es lo que no me gusta de esta clase de asuntos. Al trabajar para otros es importante el cumplir a la perfección, pues de no hacerlo se pierde crédito, pero al trabajar para uno se puede perder mucho más, aunque también la ganancia es mayor. Pero, precisamente debido a que el daño es directo, no me puedo arriesgar demasiado esta vez.

Finalmente, me levanto, acercándome con pasos lentos a la chimenea. Sobre ella reposa un pequeño cofre cerrado, pero que carece de cerraduras o sistemas de apertura.
Sin ganas, casi con hastío, realizo un gesto con la mano, y el cobre enseguida hace un leve click. Con cuidado, entonces, lo abro, sacando algo de su interior con el mimo con el que se trataría a lo más delicado y preciado que uno tiene. Luego, con ello oculto entre mis brazos, regreso al sillón en el que me encontraba previamente y tomo asiento de nuevo sobre él.

Hurgo en uno de los bolsillos ocultos entre mi ropa, sacando de él un precioso cepillo dorado con las púas muy finas y pegadas entre sí, como si estuviesen hechas para cepillar algo pequeño. Con cariño, entonces, utilizo la otra mano para sentar en mi regazo una muñeca, comenzando a lustrar su cabello con delicadeza.

No es una muñeca cualquiera, por supuesto. Tiene la piel pálida y largas orejas puntiagudas. Su cabello blanco, rizado, cae ahora suelto, mientas lo cepillo con cuidado. Sus ojos violáceos, inexpresivos y brillantes, observan la inmensidad de la habitación, inmóviles.

He de hacer algo, y enseguida. Las oportunidades no esperan.

*fin de escena*