Cordillera Astral.

Julia no dormía. Julia no comía. Julia solo miraba, hacía muecas y se movía. Julia tenía los ojos grises y seguía siendo pequeña y arrugada, pero se estaba poniendo muy guapa. A Ayne le gustaba mirarla, aunque ninguna de las dos tuviera nada que hacer. Extrañamente, podía pasarse muchísimo tiempo completamente quieta, con los ojos fijos en ella, atenta a cualquier movimiento. A veces parecía que supiera exactamente cómo actuar. Otras, en cambio, era como si se quedara en blanco. Pero para mirar a Julia siempre tenía ocasión.

-No crezcas tanto -le pidió, avanzando una mano para rozarle la mejilla. El bebé giró la cabeza en esa dirección, buscando con la boca-. Si creces tanto me tendrás que coger a mí. O el chiquillo no podrá con las dos. Tienes que ir despacito, Julia. Despacito.

Zacharyas entraba en aquel momento, tras haberse encargado de ir a comprar, dado que su padre se encontraba ocupado en la forja. Guardó la comida en la despensa y luego se acercó al salón, en el que Ayne ocupaba un sillón con la niña. Les dedicó una sonrisa. Tenía las ojeras más marcadas que de costumbre, pero no mal aspecto.

-Como ha comenzado la primavera vendrán unos artistas ambulantes al pueblo -comentó, acercándose a ellas-. Actuarán en la plaza. A los niños le gustan, pero ella es algo pequeña -dijo entonces, con los ojos oscuros, algo hundidos, fijos en la niña que se movía despacio. Carraspeó-. ¿Ha comido ya? -preguntó curiosos entonces, alzando la vista hacia Ayne, llevando la mano a su rostro para darle una caricia.

Ayne negó, mirando a Julia. Sonreía.

-Julia no sabe de eso -coincidió-. Seguro que se echaba a dormir. Pero hay que sacarla. Seguro que quiere pasear.

Ayne colocó, de nuevo, el dedo junto a la mejilla de ella. La niña, como antes, buscó con la boca. Ayne se dejó atrapar, y la pequeña comenzó a succionar. Al momento, sin embargo, empujaba con la lengua para sacarse el dedo de la boca. Bostezó, frunciendo la pequeña carita.

Ayne miró a Zacharyas.

-No quiere. Puede esperar un rato -explicó.

Zacharyas asintió cuando Ayne dijo lo del paseo. No estaba mal, sabía, que le diese un poco el aire. A veces incluso habían sacado a su madre, aunque pocas y no mucho más lejos de la puerta. Con el tiempo, sin embargo, aquello se había ido haciendo más difícil.

-Salgamos. Quizás haga falta algo para llevarla por la calle -comentó, frunciendo algo el ceño, pensando-. Aunque en brazos está bien -añadió. Parecía hablar para sí.

Zacharyas observo curioso cómo la niña buscaba el dedo de Ayne para luego rechazarlo, y no tardó en esbozar una sonrisa tranquila, casi divertida.

-Yo de pequeño no comía mucho -le dijo, irguiéndose un poco, más incluso que de costumbre-. Y mira cuánto he crecido -añadió, con voz rasposa, estirando la espalda por completo.

Mientras vigilasen que comiese no pasaría nada. Zacharyas no entendía bien a los niños, pero sí conocía, de todas formas, parte de su funcionamiento. y desde la llegada de Julia había aprendido mucho más.

Ayne miró al chiquillo con una enorme sonrisa. Hacía falta algo. Ella sabía qué. Le gustaban aquellas cosas.

-Una mochila -pidió, alzándose de pronto-. Una mochila para ponerla así -. Se abrazó el torso-. Así va con mimos y bien. Yo quiero una mochila.

Acabó por coger a la pequeña, que se movió un poco, haciendo un extraño gorgorito, antes de que la acomodara. Ayne la abrazó contra sí, posándole los labios en el pelo, como solía.

-Se hará grande. Más que yo. Como papá. Y yo seré la pequeña -apuntó, convencida.

Cuando Ayne habló de aquel artilugio Zacharyas supo a qué se refería. Asintió un par de veces, revelando una sonrisa tranquila. Se encontraba de buen humor generalmente, pero aquel día, en concreto, o quizás la última temporada, era un poco más visible.

-Buscaré alguna por el pueblo -dijo primero, pensativo-. O buscaremos. No hay muchas tiendas que lo puedan tener, pero a ver si hay suerte. Y, si no la hay, el sábado hay mercado -añadió, pensativo, terminando con un carraspeo algo seco.

En lo que Ayne cambiaba a Julia de postura, Zachsaryas las miró. Costaba creer que de aquello tan pequeño fuese a salir algo grande. Pero todos habían sido así alguna vez, frágiles y débiles.

-Pero aunque seas la pequeña seguirás siendo más grande -respondió el caeruleus, con una sonrisa entretenida y oscura, como solían serlo sus sonrisas sin que él lo pretendiese-. Mamá siempre es mamá, ¿verdad, Julia?

Ayne asintió, convencida.

-Buscaremos -repitió, firme.

Después de sostener a la niña un momento contra sí, acabó por ofrecérsela al chiquillo. Le gustaba verlos juntos, porque él era muy grande y ella pequeñita, y cuando estaban al lado lo parecían más.

-Pero ahora con papá -decidió-. Vamos a dar un paseo. Así abrimos hambre. A la calle todos.

Cuando Ayne ofreció a Zacharyas la pequeña, este la tomó con cuidado, tratando de acomodarla en sus largos brazos. Seguía encontrándose muy torpe al hacer aquello. Al recostarla contra uno de ellos tenía que tener cuidado con que la cabeza quedase bien sujeta, pues los niños tan pequeños, al parecer, encontraban difícil sostenerla por sí mismos.
De todos modos, había logrado acostumbrarse ya a tenerla. Y, aún con aquello, a veces Zacharyas pensaba si no la rompería por accidente al ser tan grande en comparación.

-Hay que ponerle algo más de ropa. Hoy hace frío -observó el mago tras examinar un momento más a Julia, que había logrado asentarse bien entre sus brazos.

Ayne, que los miraba, asintió, y no tardó en echar a andar hacia las escaleras. Sin embargo, no había llegado al primer escalón cuando se giró de nuevo hacia ellos.

-¿Cómo de frío? -preguntó-. La abrigas tú.

Y, sin esperar, echó a correr escaleras arriba. No tardó en entrar en la habitación, en abrir los cajones, en rebuscar entre la ropa. Pero, de hecho, no sacó nada, sino que espero a que el chiquillo llegase y escogiese.

Zacharyas se lo pensó un momento. Él soportaba mejor las temperaturas porque no le importaba la incomodidad que causaban, pero era capaz de traducir aquello para las personas que no eran como él.

-Hace algo de viento -explicó, con un carraspeo-. No es que haga mucho frío, pero el viento es frío. Y ella es muy pequeña -explicó.

Cuando Ayne corrió al piso superior él se puso en marcha tras ella, con pasos más lentos, cuidando que que Julia estuviese bien mientras avanzaba. Cuando llegó allí Ayne ya tenía los cajones abiertos. El caeruleus echó un vistazo a la ropa que tenían. No había gran variedad, pero señaló con un codo uno de los cajones.

-La verde puede servir -propuso-. Y se lleva algo más por su acaso.

Siguiendo las instrucciones, Ayne sacó al momento la chaqueta que el chiquillo pedía. Era como de muñeca, porque Julia era como una muñeca. A Ayne le hacía mucha gracia que aquel trapito le sirviera. Sacó, además, una mantita y puso ambas sobre la cama. Después de cerrar los cajones un poco de cualquier manera, se acercó a ellos.

-¿Así de frío? -preguntó, mirando al chiquillo y a Julia.

Cogió la mantita y la extendió. Le encantaba envolver a Julia en mantas, porque así parecía mucho más grande. Pero aquel día la llevaría el chiquillo, así que a lo mejor no quería manta.

Zacharyas observó la propuesta durante un segundo. A él le parecía que aquello era demasiado abrigo, pero los niños eran más frágiles que los adultos, y Julia no estaba acostumbrada a salir de casa. Terminó por asentir, entonces, esbozando una sonrisa, y comenzó por la chaqueta, que le puso con algo de torpeza.

-Así no se pondrá mala. Que es una niña algo friolera -comentó, terminando de ponerle la prenda y pasando a envolverla en la manta, entonces.

No era exactamente aquello. Simplemente había nacido antes de tiempo, y la matrona y el médico les habían dicho que tendría más frío que otros niños durante un tiempo. Zacharyas hubiese querido estar en su piel, sentir ese frío, absorberlo él. Pero no podía.

-Así está bien -dijo finalmente, contemplando su obra con cierta satisfacción.

Era como una pequeña momia envuelta en su mortaja, pero viva.

Ayne observó con satisfacción que, al igual que habría hecho ella, el chiquillo envolvía a la niña hasta convertirla en una croqueta. Sonrió y se acercó a ella, dispuesta a darle un beso antes de que quedara fuera de su alcance.

Julia, callada, parecía observarlo todo con aquellos ojos suyos, que tanto le había costado abrir. Y Ayne, en cambio, parecía ver poco más allá de ella. Una vez estuvo lista, Ayne echó a andar a paso rápido hacia la puerta. Cuando llegó a ella, la abrió y volvió la vista atrás.

-Vamos, vamos -apuró, sonriente.

Zacharyas dejó que Ayne alcanzase a la niña, observándolas con una sonrisa algo ausente. Estaba cansado, pese a todo. Quizás el paseo lo despejase a él también.
Cuando todo hubo estado listo, el caeruleus acomodó a la niña en sus brazos de nuevo, asegurándola para evitar que se resbalase de ninguna forma. Era muy callada, menos cuando lloraba, y parecía tremendamente curiosa.

Ayne abrió la puerta y él fue detrás. Uno de sus largos pasos era como varios de ella, de modo que aunque Ayne corretease delante Zacharyas no encontraba problema para ir junto a ella sin perder su calma acostumbrada.

No podía dejarle, sin más, su mano para que tirase de él. La necesitaba para afianzar a la niña.
Aquello sería, sin duda, lo más raro de todo.

*fin de escena*

Cambiar un pañal era una tarea que a Zacharyas seguía pareciéndole complicada. Primero uno debía saber cuándo era el momento, aunque Julia se encargaba de informar de aquello, y luego tenía que encargarse de limpiarla bien y con cuidad porque sino se quedaba incómoda y lloraba más, de secarla y de ponerle el limpio. Y de asegurarlo bien para que no se le cayese. Por suerte, la ropa que vestía por encima ayudaba a mantenerlo en su sitio. De todos modos Zacharyas no se sentía demasiado hábil con aquello.

Cuando terminó de hacerlo sostuvo a Julia de nuevo, acomodándola contra sí. Parecía ya más tranquila, y lo miraba con los ojos muy abiertos, como si nunca lo hubiese visto.

Ya casi tenía un mes. Había crecido mucho y, de todos modos, a Zacharyas seguía pareciéndole súmamente pequeña y frágil.

-Vamos con mamá -le dijo, meciéndola un poco.

Pero seguía faltando un tiempo todavía para que ella respondiese.

*fin de escena*

Julia se estaba quieta, pero tenía los ojos abiertos como platos. Lo miraba todo, seria. Todo le llamaba la atención y la dejaba estática, con los ojos fijos. Y al cabo de un momento de observación exhaustiva, esbozaba una mueca divertida y se movía un poco, hasta que algo, apenas un momento después, volvía a requerir toda su atención.

Todos decían que eso era bueno, y a Ayne le gustaba. Ayne se divertía dándole a qué atender, ya fuera con muecas, sonidos, caricias... Y, cuando ella reaccionaba, sonreía.

Pero en aquel momento no hacía nada para llamar su atención. Solo observaba. Porque allí Julia tenía mucho a qué atender. Tumbada en una cestita, en un banco del parque, con árboles a su alrededor, había muchas cosas que pudieran atraerla. Y en la primavera, que empezaba a asomar, aquello era mucho más evidente.

Ayne se había dado cuenta de que a Julia le gustaba que todo estuviera oscuro, así que solía ponerlo todo oscuro para ella. Pululaba a su alrededor continuamente. Y, cuando no lo hacía, le pedía al chiquillo que lo hiciera, o bien lo reclamaba para sí, como en aquel momento. Y siempre parecía que había algo que hacer, aunque estuviera cansada, y por eso los días, o las noches, se le hacían cortas.

Ya hacía más de un mes del nacimiento, y, si bien las ojeras del caeruleus resultaban evidentes, no lo eran más que de costumbre: no se encontraba más cansado por tener que atender a una criatura que requería atención constante, y había acabado por encontrar aquello inspirador, de alguna forma. Quizás aquellos meses no habían sido un descanso exactamente, y quizás su vida había cambiado de forma considerable desde su llegada a Brontë, pero no se arrepentía de lo que le había sucedido.

Se asomó un momento a la cesta, sentado junto a Ayne, para comprobar el estado de la niña, que seguía callada, mirando a su alrededor. Luego recostó mínimamente el cuerpo contra Ayne, sin apoyar su peso sobre ella, solo entrando en contacto, y carraspeó, pensativo.
La miró entonces un momento, esbozando una sonrisa.

-Necesitamos más ropa para ella -le comentó, siendo consciente de la velocidad a la que crecía, que no era visible en un primer momento, pero que al cabo de los días se hacía más y más evidente-. Y para ti -añadió-. Se acaba el invierno.

Cuando el chiquillo se apoyó contra ella, Ayne hizo lo propio y lo abrazó, cerrando un momento los ojos, y tiró un poquito de la cesta de Julia hacia sí para acercarla. Luego enterró la cara en el brazo del chiquillo, cómoda, frotándose contra él. Alzó la vista cuando él habló, con una sonrisa.

-En el mercado -respondió, segura-. Y hay que... ver a los señores perdidos. Para buscar. Y... ¿vamos a volver?

Ladeó la cabeza, mirándolo con curiosidad. Ayne estaba a gusto allí, pero quería más luz, y quería más gente. En el pueblo no era tan fácil como en Brontë.

Zacharyas asintió un momento, con una sonrisa tranquila. Sí estaba, pese a todo, algo cansado. Era sutil, pero lo notaba.

-Entonces podemos ir al mercado esta semana, y a verlos a ellos- planteó, planteándolo para ambos-. Y luego...-. Calló un momento entonces, centrando los ojos en Julia, que pataleaba suavemente contra el aire, como si quisiese caminar, aunque se encontrase en la posición incorrecta para hacerlo-. Hay que volver, claro -dijo al final-. Tenemos que enseñarle Brontë a Julia. Tiene que viajar mucho todavía.

Y había gente esperando verla. Zacharyas añoraba en parte lo que había en Brontë. Haber vuelto a casa era agradable, pensaba, pero si había acudido a la llamada una vez era para obtener aquello que Brontë le ofrecía.

Calló de pronto, y entonces miró a Ayne. Carraspeó.

-¿Y los otros abuelos? -preguntó entonces.

Era algo que nunca había preguntado.

Ayne asintió despacito, ampliando la sonrisa. Se frotó un poco más contra él y sonrió.

-Sí -decidió, convencida-. Vamos.

Miró a Julia un momento, pensativa. Julia era muy pequeñita, y ya tenía mucho que hacer. Apretó el brazo del chiquillo contra sí, sin apenas darse cuenta.

-¿Y está fuerte? -preguntó, volviéndose a mirarlo.

Al principio, Ayne no entendió su pregunta. Se quedó un momento callada, hasta que ató cabos y abrió los ojos como platos.

-¡Ah! Esos son abuelos... -entendió de pronto, casi hablando para sí-. Bueno...

Podrían ir pronto, pensó Zacharyas. No le importaba, ni dejaba de importarle, dejar las cosas a medias, pero era plenamente consciente de que era más sencillo si lo dejaban zanjado antes. A medida que pasase el tiempo las huellas, las pistas, los recuerdos, se irían borrando, y la búsqueda se haría más complicada.

–Claro que es fuerte –respondió a la pregunta de Ayne, con una sonrisa, dedicando una nueva mirada a la niña, y acercando un momento una mano, como ofreciendo un dedo para que lo tomase, aunque ella parecía más interesada en lo que la rodeaba que en lo que él pudiera darle–. Es mucho más fuerte y más grande.

El caeruleus fue consciente de la duda de la chica, pero no hizo comentarios al respecto. Era algo que le pertenecía a ella, a fin de cuentas. Quizás hubiese pasado algo malo. Quizás estuviesen muertos. Asesinados.
No lo sabía.

–Hay que presentarle a mucha gente –zanjó entonces, con una sonrisa suave.

Ayne miró a la niña y asintió. Sí, ella quería volver. Quería hacer muchas cosas, y con Julia no podía dotas, pero podía volver. Julia dejaba que volviera, y volvería con ella. Y así podría hacer algunas cosas más que quería. Sí.

-Entonces pronto -decidió-. Vamos pronto.

Miró al chiquillo con curiosidad, y se arrimó un poco más, reacomodándose. Había mucha gente, sí, y la presentarían pronto. Presentarían mucha cuando volvieran. Así ya quedaban la mayoría, porque otros ya estaban en el oscuro. Quedaba poco.

-Luego -propuso, encogiéndose de hombros-. Primero volver.

Ella parecía de acuerdo. O, dicho de una forma más correcta, ella misma había sido la que había propuesto aquello. Era lógico, por tanto, que estuviese de acuerdo.

–Entonces esta semana tenemos que ir al mercado primero, y hablar con todos los que puedan darnos algo de–. Carraspeó– información. Después de eso podremos irnos–. Zacharyas alzó las cejas, mirándola curioso–. ¿La semana que viene? –le preguntó. Él no tenía problema alguno con no planear las cosas. No le incomodaba improvisar–. Habrá que despedirse del abuelo ­­­­–dijo entonces, casi como si acabase de comprenderlo.

Sería duro para su padre. Zacharyas estaba seguro, lo sabía. Pero, de la misma forma, su padre también debía saberlo. O haberlo sabido.
Solo había sido una visita, a fin de cuentas.

Ayne asintió, conforme. Si Julia podía y el chiquillo podía y ella podía, no había motivo para decir que no. Era mejor para todos decir que sí. Sonrió.

-Entonces hacemos todo -resumió-. Y después volvemos. Y trabajamos más y más. Sí. Y Julia conoce a todos. A Julia le va a gustar.

Y a ella, a ella le iba a gustar mucho volver. Era raro, pero quería. Y eso que Ayne no solía querer volver a los sitios. Solo a veces.

Asintió de nuevo.

-Se lo decimos. Y nos despedimos. Del abuelo y de los chicos. De todos -coincidió.

A Zacharyas le parecía bien aquello: volver pronto. Llevaban tiempo sin trabajar. Habían tenido aquella incursión a las cuevas, y habían dejado un trabajo pendiente que no tenía claro cómo resolver, pero los trabajos de Brontë le parecían ya tremendamente lejanos. Terminó por asentir, con una sonrisa de satisfacción.

–El abuelo se pondrá triste –dijo primero, echando un vistazo a Julia y dando luego una caricia a Ayne, en la mejilla–. Pero eso es porque lleva mucho tiempo contento –aclaró luego, acomodándose un poco en el banco, con tono ausente.

Aunque no era mentira. Llevaba mucho sin ver a su padre tan contento. Quizás ni esforzándose en hacerlo lo conseguía visualizar.

Terminó por mirar a Ayne con atención, examinándola, como si la viese por primera vez, como Julia hacía con todo. Quizás, a fin de cuentas, había conseguido arreglar aquello que se había estropeado una vez.

*fin de escena*