Escaleras

Por lo visto, no se puede cerrar los ojos ni un momento en el palacio. Se aparece sin miramientos en cuanto tiene noticia de la situación, y contiene su rabia y canaliza su energía en la situación a la que se enfrenta. Laylee y Yaide la acompañan, ambas dispuestas a cumplir con las instrucciones que sean precisas. Laylee y Fera son las que se agachan ante Gerald para ayudarlo a acomodarse en una postura más adecuada. Al momento, una corriente de energía parte de cada una de las dos hacia él, buscando estabilizarlo cuanto antes.

-No es tan grave, mi amor -. Las palabras de Fera, pese a la ira que tiñe su voz, fluyen tan suaves como es habitual-. Laylee y yo podemos encargarnos. Tú ve a buscar a Kettleburn y llévalo frente a sus superiores. Ya tienen instrucciones. Después estarás libre para ocuparte del parvus. Llévalo a mis aposentos privados.

Yaide se limita a asentir y desaparece. Fera, concentrada en el guerrero, deja fluir por él una segunda corriente de magia antes de dedicar a Laylee una sonrisa como el terciopelo. A su señal, la joven se desaparece junto a ella, ayudándola a mantener al herido cómodo en el rápido traslado a la enfermería.


*Desaparecen*

FdR- Yaide se presenta ante Alexander y lo lleva, siguiendo las indicaciones de Fera, a sus superiores. Allí se le informará de que se ha restringido su acceso a las zonas más privadas del palacio. Además, estará obligado a ir acompañado de al menos dos miembros del servicio de mayor rango que él en todo momento. Si su comportamiento problemático persiste, será encerrado y la dirección de Brontë replanteará la conveniencia de su estancia en el palacio. El acceso al lugar al que se traslada a Errald, por otra parte, está limitado a los líderes y a aquellos miembros del servicio con autorizaciones precisas y temporales.

FdR: juejuejue zZzZzZz

La voz hace que su cuerpo se tense. Abre a boca, como si fuese a hablar, produciendo una especie de sonido extraño, pero no sale ninguna palabra. Los ojos se vuelven al instante hacia ella, y el brillo desaparece. Parece que, por un momento, se oscurezcan, que se apaguen, como si acabasen de quedarse ciegos.

[...]

Estoy de pie. Aloe se encuentra frente a mí. Doy un respingo, el corazón me salta en el pecho, también, empezando a latir con repentina prisa, asustado. Doy un paso en falso y descubro que estoy en unas escaleras, pero no a tiempo; caigo hacia atrás, sobre un escalón, de forma dolorosa. Ni siquiera sé bien qué me está pasando, o al menos tardo en ubicarme.
¿Qué hago aquí? ¿Cómo he venido aquí? Yo estaba... durmiendo.

Durmiendo...

Aloe se acerca a ayudarme. Hace tiempo que no la veo, pero en este momento me cuesta tanto atender a lo que me dice como a ese hecho. Sus palabras se desdibujan a medias, y apenas logro seguir sus indicaciones más que a saltos.
Dice que me ayudará a ir a la habitación. Asiento.
Me siento algo cansado ahora mismo.

Al final soy sonámbulo... Vaya peligro.
Debería atarme a la cama.

*fin de escena XD*

No podía decirse que fuese el día que peor tiempo había hecho aquel invierno, pero el frío se colaba de todas maneras entre las gruesas paredes del palacio. Los pasillos y las escaleras, quizás por la ausencia de chimeneas o quizás por los grandes ventanales enmarcados en los muros, eran las zonas en las que el tránsito resultaba menos agradable.

De todos modos, yo había conocido temporadas peores, y desde luego momentos en que el frío me calaba con más fuerza. Aquel día, en cambio, con la ropa adecuada era suficiente para guarecerse del frío. Y el sol, que asomaba tímidamente, animaba a aprovechar la luz y dar un paseo por los jardines.

*Camina*

Zacharyas se movía como una sombra, envuelto con varias capas de capas, todas ellas oscuras, aunque ninguna del mismo color exacto, y la niña en brazos, agitando los puños regordetes con ánimo hacia todo lo que se le acercaba de frente, ya que el caeruleus la llevaba de forma que viese el mundo venir, y no solo su pecho. Fue ella la que localizó la figura que se les cruzaba, lo que la hizo exclamar un pequeño “ah” agudo, y enseguida alzó los ojos oscuros, enormes, brillantes, a la cara de su padre, que le respondió con una sonrisa extraña, como solía serlo.

-Buenas tardes –saludó el guerrero con voz rasposa, acomodando a Julia en su regazo.

La niña no dejaba de mirar a Cierzo, activa, sumamente curiosa, pero extrañamente callada.

Cuando fui interceptado, respondí al saludo con una suave inclinación de cabeza. Zacharyas Blacksmith, a pesar del sol, paseaba a su hija junto a los ventanales.

-Buenas tardes -respondí con voz comedida, haciendo un gesto tanto al padre como a la niña.

No la había visto demasiado por allí, lo cual consideraba una magnífica señal. El palacio era lo suficientemente grande como para que una cría no tuviera por qué ser un incordio. Sin embargo, mi historial de atracción hacia las niñas tardaba ya en dar un paso adelante, y la atención con que la cría me miraba podría ser señal de que finalmente lo había dado. La más pequeña de todas, que además de ser un bebé, era llamativamente minúscula.

Julia se sorprendió ante la respuesta, o aquello transmitió a su padre abriendo mucho los ojos. Enseguida, sin embargo, cambiaba de objetivo, tomando un pliegue de la capa que tenía al alcance y metiéndoselo en la boca. De algún modo, parecía tener ya cierta forma, como si lo hubiese hecho más veces.
El caeruleus no hizo amago alguno de impedírselo.

-¿Qué tal... -le preguntó a Cierzo con su voz oscura. No se encontraban demasiado, aunque Zacharyas no se comunicaba regularmente con los otros guerreros. Cierzo y él, sin embargo, habían compartido alguna misión y alguna charla, y eso le daba, a su manera, un aspecto más cordial-. todo?

-¡Ta! -exclamó Julia, volviendo a ocupar la boca enseguida.

Zacharyas era un extraño fantasma en el palacio, pero más allá de algún extraño encontronazo cuando acababa de llegar, no me había resultado nunca molesto. Además, cumplía con sus obligaciones y pasaba desapercibido, dos detalles que yo agradecía enormemente. De todos modos, ver al fantasma aparecer con una niña en brazos no dejaba de ser chocante, aunque ya lo hubiera visto otras veces.

-Sin mayores novedades -respondí tranquilamente-. Buscaré una misión de la que ocuparme pronto o la tranquilidad podrá conmigo. ¿No es problemática para eso la niña?

No pensaba meterme en lo que supusiera, mientras no supusiera una molestia. No sabía muy bien dónde dormía, pero ninguna noche me había molestado desde su llegada, así que tampoco tenía el menor interés en averiguarlo.

Zacharyas asintió un poco mientras Cierzo hablaba, casi como por inercia,acompañando sus palabras sin más significado que la atención que le prestaba. Acarició distraído un mechón crespo del pelo de su hija, y ensanchó la sonrisa cuando el guerrero la mentó, lo que le dio un aire algo más siniestro, pese a que no lo pretendiese.

-No de momento -le dijo, tranquilo, y carraspeó-. Ayne y yo nos turnamos cuando es necesario. El trabajo es el... trabajo, y Julia es Julia.

Zacharyas la miró un momento, y los ojos de ella, inmensos e inocentes, le salieron al encuentro. En aquellos gestos Zacharyas veía a Ayne más que a sí mismo. Luego volvió a mirar a Cierzo.

-De momento marcha bien. Solo tengo que evitar morir algo más que de costumbre -concluyó, con un tono algo extraño, divertido, a su manera.

Un motivo para vivir. Era algo relativamente nuevo para el caeruleus, aunque se había ido normalizando con el tiempo.

Me limité a asentir, evitando elegantemente la mueca de desagrado que me habría salido de forma natural. No era la persona a la que resultaba menos inquietante oírle comentarios de ese tipo, dado su historial. Historial que, bien pensado, tampoco he visto tantas veces en acción. Pero su apariencia da impresiones demasiado fuertes como para borrarlas a base de convivencia.

-No creo que sea una preocupación que le venga mal a nadie -respondí, aceptando su explicación sin pegas.

Tampoco era asunto mío. No era más que una conversación insulsa. Continuó durante un rato, hasta que cada uno siguió con su paseo.

*Fin de escena*

Zacharyas asintió de nuevo, aquella vez concesivo, con un brillo de diversión en los ojos negros. La niña se revolvió en su regazo de nuevo, inquieto, y dejó de chupetear la tela de la capa de Zacharyas, mirándolos a ambos alternadamente. Tironeó entonces de la ropa de su padre, dejando ir una pequeña exclamación indignada.
Zacharyas río levemente, con tono áspero.

-Creo que debo seguir caminando. Se molesta si paso demasiado tiempo... hablando.

No parecía que Cierzo le hubiese causado desagrado, pero Julia, Zacharyas lo sabía por cómo se comportaba, estaba deseando gatear a su aire por alguna zona más amplia.

-Quizás coincidamos de nuevo en algún trabajo -aventuró el caeruleus, estrechando un poco los ojos, escrutando al guerrero que tenía frente a sí.

*Se van*

La muchacha se obliga a reducir el paso a uno menos rápido que el que acostumbra para facilitar la conversación. Asiente satisfecha al oír que le va mejor y se gira sorprendida al oír el resto de la frase.
Alza las cejas y los labios apretados por la sorpresa se van torciendo en una sonrisa.

-Vaya. -Exclama poniéndole una mano en el hombro. -Sí que han mejorado las cosas. Ahora somos compañeras de trabajo entonces. -Sonrió y le guiñó un ojo, apartando la mano de su hombro para colocar otro mechón rebelde. -Si necesitas cualquier cosa ya sabes. Aunque tampoco es que yo sea una experta.

La muchacha se preguntó si se habría cambiado el nombre como parte de esa nueva vida aunque la verdad era que los guerreros llegaban de cualquier parte de la escala social y Brontë les igualaba pero... Claro, ella había llegado de dentro de Brontë.

-¿No se te hace raro? Normalmente los guerreros vienen de fuera así que el cambio es total pero tu ya vivías aquí.

Resultó que volver a Brontë después de tanto tiempo me dejaba una sensación un tanto extraña. Era como que no sabía muy bien qué hacer, como si no me hubiera acabado de recolocar en mi sitio. Después de dejar zanjadas las cuestiones pertinentes con el líder Brumm, me había retirado a una noche de ansiado descanso. A la mañana siguiente, tras poner en orden mis pertenencias, había empezado un día que pretendía ser rutinario.

Pero resultó que tenía mi propia rutina desentrenada. Lugares en los que había crecido se me hacían a la vez familiares y extraños, me cruzaba caras nuevas por los pasillos y todavía no había conseguido localizar a casi ninguna de las caras que más ganas tenía de volver a ver. Había pasado por la sala de entrenamiento con intención de comenzar el trabajo y me había encontrado poco inspirada. Había dado un paseo fuera, y hasta la nieve se me hacía extraña.

Al final de la tarde, ya casi a la hora de cenar, vagaba por los pasillos, subiendo y bajando pisos sin tener nada claro adónde pretendía dirigirme.

*Vagabundea*

Hoy sí que hace frío. Por eso además de chaqueta me he puesto una bufanda. Es la que me tejió mi madre. Es un poco llamativa porque la hizo de un verde intenso que mi madre se empeña en decir que es mi color. Pero a mí me gusta porque es muy suave y bien ancha. Me cubre todo el cuello solo dándole una vuelta.

Está nevando y, como es obvio, no voy a quedarme dentro. Me he pasado el día investigando en la biblioteca sobre magia chrysos. Tienen una colección impresionante. Planeaba ir a darme un baño caliente para descansar, pero vi por la ventana la nieve. Y es que no me puedo resistir.

Estoy descendiendo las escaleras. Voy brincando alegremente, con ganas de llegar afuera. En uno de los tramos de escaleras, veo que hay otra persona. Parece una chica piscis. Es muy bonita. No me suena de verla antes, así que voy hacia ella para saludar. Me acerco con una sonrisa.

- ¡Hola!

Y hablando de caras nuevas. Un saludo animado me sacó de mis reflexiones, y alcé la vista para ver a una chica a la que no conocía. Sonreí, un poco desubicada al principio.

─Buenas ─respondí─. Perdona si me equivoco, pero creo que no nos hemos visto antes, ¿verdad? Es que acabo de llegar y estoy un poco perdida. Me llamo Massen Dew.

Desconocida o no, quizás pudiera ponerme un poco al tanto de las novedades.