Claustro.

Un año ya era tiempo, reconoció el caeruleus en su mente. Realmente no era tanto, solo era un año, pero a la vez le hizo pensar en todo el tiempo que había estado fuera, al final. Medio año, o incluso más.
Para cuando ella preguntó, Zacharyas no tenía claro cómo contar el tiempo. Para él los días pasaban, sin más. Claro que notaba el invierno y el verano, y aquellas cosas. Y recordaba el día que había conocido a Ayne, Stalon entonces; su primer día en Brontë. Pero no recordaba una fecha, un día de la semana ni nada que lo diferenciase de otros.

-No lo sé -reconoció. Se lo pensó un momento. Carraspeó antes de hablar-. Tes, o cuatro -le dijo-. Ya bastante. Soy malo -. Hizo una breve pausa, como solía, sin que aquella estuviese demasiado justificada -llevando cuentas,

La sonrisa de Zacharyas se puso ligeramente tirante, y entonces disminuyó un poco. Los ojos negros del caeruleus la escrutaron con suma atención. Podía imaginarla sin piel, solo grasa y músculo, tan blanda y desnuda; sangrienta. No veía la importancia de vivir cada día de forma intensa. Había mucha gente como ella, o eso creyó en aquel momento, cuando despreció la monotonía. Zacharyas había tenido que aprender a vivir con monotonía, ya que la mayor parte de sus deseos se basaban en desmembramientos y el dolor de otros. Aquello, le había dicho siempre su padre, era algo que no debía hacer.

-A mí me da igual tres que cuatro -le dijo, con su calmada voz áspera. No recordaba un día, un mes, y seguramente se tratase, se le ocurrió, de un número entre ambos-. Quizás sí viva con monotonía-. Ladeó la cabeza y se encogió de hombros.

No le importaba.
Mucho del tiempo en Brontë lo pasó con Ayne, mucho con guerreros que le hablaban intentando trabar una relación que no surgía. Rick se llamaba a sí mismo amigo. Había compartido misiones con Cierzo, varias. Pero tantas otras veces había estado solo, aunque la gente lo rodease. Y solo sin nadie más. Sin nadie más que él y, quizás, algún pequeño animal o su propia sangre.

-Los números son números -le dijo.

Ella, como tantos otros, pareció decepcionarse. Zacharyas había llegado a comprenderlo, o al menos creía que lo hacía. Tenían aquella decepción con las cosas aburridas y con lo reiterativo. Pero él, que no podía cumplir unos deseos que al parecer eran oscuros y tenebrosos, sangrientos, estaba a gusto con aquella vida normal. Allí hablaban con él, sin cuchichear cuando pasaba. Allí nadie lo culpaba por matar, porque el muerto era un bandido y acabar con él era su trabajo.

La gente estaba obsesionada con llenar sus vidas de sucesos. ¿Era acaso aquella otra manifestación del miedo a la muerte que tenían todos?

-Ahora ya estoy siempre aquí -le dijo cuando se despidió, dando a entender que podrían verse pronto.

O no hacerlo.

Aquella mujer le recordó un poco a la mujer triste de la capilla, aunque no supo decir por qué. La vio marcharse y se llego a preguntar si no la habría echado él por acercarse a ella y decir aquellas cosas que el mago consideraba inofensivas. Quizás no diese miedo en Brontë, pero pensó que a lo mejor causaba desencanto.
No podía saberlo.

Se quedó allí un rato más, primero pensando en números y luego en otras cosas que poco tenían que ver. Y después entró en Brontë de nuevo, olvidando un poco lo que hubiese podido preocuparlo.

*se va*

Los días son más grises, o eso le parece a Johan. Aunque se repite constantemente que qué sabrá él de colores, y en parte es así. No tiene mucho más que hacer que entrenar, cuidar de Dardo y de Rina, fumarse algún cigarro y contemplar a los guerreros, como siempre. Y tal vez hacer el pino en alguna parte o pensar en una mentira irrelevante o dos. Por mantener su mente ocupada, nada más.

No se ha sumido en un estado de letargo y tristeza, o algo parecido. Ni siquiera en aburrimiento o monotonía. Aunque sí existe el sentimiento de costumbre, y en parte es porque lleva ya un tiempo ahí, y las caras y los lugares le son cada vez más conocidos.
No llega a pensar en ello como si fuese su hogar, pero al mismo tiempo pocas veces ha tenido algo tan parecido.

Johan apaga el cigarro contra una piedra del muro contra el que se apoya y lo tira a la hierba húmeda con gesto inexpresivo. Dardo le desordena algún mechón al hundir las garras en su pelo, pero nunca le hace daño. Esa sensación, como de caricia, lo hace esbozar una sonrisa, y se estira, desperezándose, obligando a su hermana a aletear ligeramente para mantenerse firme sobre la cabeza. Luego llama a Rina con un gesto y vuelven dentro.

*se van*

Zacharyas notaba el frío helado contra las mejillas mal afeitadas, helándole la piel. Las nubes de nieve eran grises, e impedían que casi toda la luz del sol las atravesase, volviendo aquel día penumbroso. Pero llevaban siendo así mucho tiempo, como si el invierno hubiese decidido asentarse allí para siempre.
No le molestaba aquello. Y no le costaba recordar aquella tormenta infinita, en la que Ayne y él habían quedado atrapados en una cueva, tras el derrumbamiento se sus paredes. Al menos aquel invierno solo traía nieves y lluvias torrenciales, se decía, y no, como había escuchado decir a algunos, el final del mundo y de su equilibrio.

*se queda*

Julia avanzaba con pasos torpes, pero seguros. Ayne, que la cogía de las manos, mantenía una sonrisa orgullosa en los labios, paciente, por una vez en su vida. Dejaba que su hija marcara el ritmo al que avanzaban, limitándose a seguirla mientras ambas intercambiaban una conversación bastante difícil de seguir.

Hasta que Julia se detuvo y, abriendo los ojos como platos, se zafó del agarre de su madre y señaló ante sí. Ayne tuvo que equilibrar la fuerza con que la sostenía por la otra mano.

-¡Uh! ¡Papá! -gritó Julia con su vocecita gangosa e infantil.

En seguida quiso lanzarse hacia él, y Ayne tuvo que esforzarse para evitar que acabara de bruces contra el suelo. Con una risa, agarró de nuevo a su hija y permitió que ella misma se acercara, tambaleante.

-Sí, papá -asintió, orgullosa.

Una voz conocida llamó la atención de Zacharyas, que se volvió. No podía evitar sentir una calidez enorme cada vez que las veía a ambas juntas, sonriendo de aquella forma. Tenía más de lo que nunca había imaginado.

Se agachó para recibirlas, ofreciendo a Julia una mano pálida para ayudarla a sostenerse también. Dedicó una mirada cariñosa a Ayne, aunque a la que tocó primero fue a su hija, a la que dejó un beso en la nariz.

-Hace frío aquí fuera -les dijo, tras carraspear-. ¿Estáis bien... abrigadas?

Era importante mantener la salud de los niños. Zacharyas ya sabía que eran mucho más sensibles que los adultos a este.

Miró a Ayne de nuevo, con una sonrisa en los labios.

-¿Qué habéis hecho hoy?

FdR- Familia

Ayne dejó ir a la niña, que se lanzaba a los brazos de su padre sin tener en cuenta su falta de equilibrio. En seguida, Julia trató de besarlo, y se rió con el beso que le dio él. Ayne aprovechó su nueva libertad para salir al patio y pisar la leve capa de nieve que se estaba formando.

-Bien abrigadas -repitió alegremente-. Hemos ido de paseo. Y ahora queremos jugar. Con la nieve. ¿Verdad?

Julia seguía abrazando a su padre, y se rió cuando su madre se dirigió a ella, nerviosa. Se la veía contenta.

FdR- Te paso el relevo de la cría

Zacharyas dio un nuevo beso a Julia, aquella vez en los puños, que eran tan pequeños que podía abarcarlos a la vez. Aquello la hizo reír. Ayne, por su parte, caminaba hacia la nieve. Ambos la siguieron con la mirada. No nevaba a menudo, y a Julia todavía le llamaba la atención el espectáculo.

-De paseo...-. Zacharyas miró a Julia, la cogió y se irguió, levantándola muy alto. Aquello solo lo podía hacer él. Y a Julia le gustaba mucho, y solía agitar los brazos y pedir más-. ¿Y qué se puede hacer con la nieve?-. Carraspeó. Los juegos se le daban mejor a Ayne-. ¿Un muñeco? -aventuró, mirando a la parvus con una sonrisa.

Ayne miró alrededor, evaluando la situación. Todavía estaba empezando a cuajar, así que no había demasiado material disponible. Lo pensó un momento.

-Hay muy poca -señaló, casi como una queja.

Avanzó un poco más, arrastrando la nieve con los pies para ver cuánta podía juntar. No demasiada, efectivamente.

-A lo mejor uno pequeñito -concedió-. O bolas...

Pronto fue evidente que con aquello no se podía hacer un muñeco. Zacharyas se acomodó a Julia en los brazos y fue tras Ayne, mirando al suelo, como si por hacerlo fuese a dar con más de la que había. Lo cierto era que con las abundantes lluvias el suelo se había mojado mucho, y la mayor parte de la nieve se derretía y ensuciaba al contacto con el agua lodosa.

-¿Tú qué quieres, Julia? -le preguntó, mirándola risueño.

-Papá -respondió ella, agarrándole un mechón de pelo con una mano mientras descendía la otro al suelo, pidiendo que la bajase.

La dejó en el suelo, ayudándola a mantenerse de pie con las manos, que la sostenían. Ella caminó, pisando la nieve con fuerza, tirando de él para acercarse también a su madre.

-Creo que bolas están bien -aceptó Zacharyas con una sonrisa.

A fin de cuentas, no parecía que se pudiese hacer mucho más. Lo importante era que fuese divertido.

Ayne sonrió, satisfecha, y se agachó allí mismo donde estaba, dispuesta a juntar un buen montón de nieve. En seguida se le acercó Julia, decidida, y Ayne cogió un poco de su montón para mostrárselo. Con bastante habilidad, convirtió la nieve en una bola más o menos definida. Se la tendió a Julia, satisfecha.

-¿Te gusta? -preguntó-. La nieve es bonita, pero no se puede guardar.

Julia atendió embelesada a cómo su madre hacía una bola con la nieve, y pronto agitaba la mano libre, frenética, para tratar de tocarla. Zacharyas cedió un poco, permitiéndole acercarse a ella para que lo consiguiese.

-¡Uh! -exclamó Julia-. Mía.

Zacharyas pensó un momento, relajado, mirando alrededor en busca de más nieve. Pronto señalaba un montón a Ayne, con una sonrisa entretenida. No había suficiente para un muñeco, era cierto, pero si nevaba toda la noche acabaría por haberla.

-Se pueden hacer más formas -comentó-. Como una serpiente de nieve en el suelo.

Y luego podían decapitarla, se dijo.

Ayne dejó que Julia se hiciera con la bola, pero la niña era torpe, y apenas había intentado cogerla cuando se le deshizo en las manos. Ayne vio los trozos de nieve cayendo de nuevo al suelo y levantó la vista hacia su hija. Entonces, rió.

-¡Ahora otro! -propuso, juntando la nieve de nuevo.

Aunque la propuesta de Zacharyas no era menos interesante. Miró a Julia con una sonrisa y empezó a juntar nieve.

-¿Quieres una serpiente, Ju? -preguntó.

Zacharyas tenía la misión de mantener a su hija en pie, por lo que no hacía figuras de nieve. Sabía que, de todos modos, ellas disfrutaban más de aquellos juegos. Él participaba muchas veces, por supuesto, pero no le incomodaba disfrutar simplemente de verlas reír.

-¡Ente! -exclamó Julia, cuando Ayne preguntó, asintiendo con fuerza y los ojos muy abiertos.

-Vamos allí, que hay más... nieve -propuso Zacharyas, acompañando a su hija a una zona en la que el material parecía más esponjoso.

Una vez allí se acuclilló, permitiendo que ella se agachase con facilidad.

-¡Mamá! -llamó Julia, que tenía prisa por empezar.

Zacharyas tocó la nieve, finalmente. El frío húmedo le insensibilizaba los dedos en poco tiempo.

Ayne dudó un momento, sin saber cómo proceder. Pero no tardó mucho en decidirse, y tomó algo de nieve entre los brazos para trasladarla adonde estaban ellos. Así podrían tener una poca más. Eso estaría bien.

-¡Voy! -canturreó mientras se acercaba corriendo.

En seguida dejó caer la nieve frente a Julia, para que la tomara si quería. Y, en un momento, se había agachado frente a ella para comenzar a ayudarla.

Julia abrió los ojos al tener toda aquella nieve delante, y los miró a ambos, impresionada, como si fuese cosa suya, señalando con la mano el montón de nieve. La verdad, pensó el caeruleus, con la que Ayne había llevado era un montón aceptable. Aunque si seguía nevando habría mucha más.

Julia tironeó con la mano de Zacharyas hasta conseguir que este la entendiese. Entonces, cuando su padre la soltó, se sentó en el suelo húmedo y se puso a agarrar la nieve a puñados. Él parecía poco convencido, pero se dijo que al acabar con aquello se darían un baño caliente y se abrigarían bien, y que con aquello se les quitaría el frío.

-Vamos a ver -dijo, tomando también algo que nieve-. Una serpiente es así...

Y, dicho a aquello, comenzó con el montón.

*Fin de escena*

Me movía de un lado a otro, intranquilo. Tenía los brazos firmemente cruzados y en algún momento había dejado de oír la lluvia que caía fuera. Así de grande era mi concentración.

Aunque estaba bajo techo, en la zona cubierta del claustro, estaba mojado, ya que había pasado parte de la tarde entrenando al aire libre, y el tiempo no acompañaba. Llevaba una capa con la que había intentado protegerme, pero al final el agua había terminado por calar.

Me detuve en seco, tras la enésima vuelta, y con los brazos en jarras alcé la cabeza y miré al techo. A veces una duda que no se podía responder solo necesitaba un cambio de perspectiva. Pero por mucho que dijesen aquello, en el techo no estaba la respuesta. Y sabía, por propia experiencia, que no la encontraría tampoco haciendo el pino.

*se queda pensando*

Hoy toca lluvia. Siempre he preferido el tacto del sol al de la lluvia. Aunque la verdad es que también me gusta. Tiene algo electrizante. Y es gracioso pensar que son millones de gotitas que caen del cielo.

Ya es de noche, pero aún no tengo ganas de irme a la cama. Así que fui a la cocina a coger un par de hojas de lechuga. Y ahora me encuentro saliendo al claustro, donde hay una fuente con unos peces bonitos a los que pretendo dar de comer las hojas que llevo en mi mano.

Nada más salir veo que hay un chico enorme de pelo rojo. Iba a seguir directamente a la fuente, pero está mirando al techo de forma curiosa y necesito saber a qué se debe. Así que me coloco a su lado y miro hacia donde se dirigen los ojos de este chico, fingiendo curiosidad hacia ese preciso punto.

Pasé el suficiente tiempo en aquella posición como para que empezase a parecerme rara la perspectiva. A veces me pasaba aquello: me fijaba mucho en un punto, adoptaba una posición rara o pensaba en una palabra y de pronto cobraba un sentido diferente... ¿En qué estaba pensando siquiera? Ah, en...

-¡AH!

Me sobresalté al ver a alguien cerca de mí y di un respingo hacia atrás, colocando los brazos en posición defensiva. Me había enfrascado tanto que había dejado de prestar atención. Recuperé la postura normal enseguida y esbocé una ancha sonrisa.

-¡Demonios, me has sorprendido! ¿Acaso has estado practicando cómo sorprender al enemigo para atacar sin que te perciba? Siendo así, buen trabajo-. Reí-. O malo, porque, salvo que me equivoque, no somos enemigos-. Iba a hacer una reverencia pero me contuve. En lugar de ese movimiento fluido, que casi me salía natural, naciendo de mis células, le tendí la mano de forma algo tensa. Tenía que procurar ser neutral con la gente, no diferenciar-. Soy Rick. Creo que no hemos hablado nunca, pero te he visto alguna vez en los pasillos.

Su movimiento repentino me coge por sorpresa. Y tengo que evitar reírme de lo caótica que está siendo esta situación.

- Encantada. Yo soy Kris- estrecho la mano que me ofrece, enérgicamente, mientras le sonrío.- Sin duda he oído hablar de ti.

Tras el momento de presentación, me quedo mirando para él. La verdad es que impone bastante, con su altura y sus músculos. Y sin embargo parecía tan perdido hace un momento. Sin dejar de mirarlo, señalo con mi mano libre hacia ese punto en el techo en el que Rick se fijaba hace un minuto.

- Por cierto, ¿le pasa algo al techo?