Claustro.

Cuando da su consentimiento, no puedo evitar que se me abran ligeramente los ojos tras las gafas, con cierta emoción, solo un atisbo, que no logro contener, que se me escapa. Incluso siento cierto rubor en las mejillas. Entreabro los labios, al ensanchar suavemente la sonrisa, y asiento, claramente agradecida.

-Muchísimas gracias, señorita Lea. Espero hacer de esto lo más alejado posible a una carga -. Hago una reverencia algo más pronunciada que las primeras de hoy, apoyando las manos sobre los muslos, justo por encima de las rodillas-. No estorbaré más de lo justo. En cuanto tenga el primer prototipo te lo haré saber para poder proceder. Gracias de nuevo.

Me reacomodo las gafas con cuidado al volver a erguirme, mirándola, escondiendo poco a poco la emoción en mi gesto, apagándola discretamente.

Pestañeo un par de veces, con cierto apuro, asintiendo al instante, suavemente.

-Por supuesto, se... Lea. No hay ningún problema. Disculpa -aseguro, recuperando la sonrisa cordial, educada. Asiento a su propuesta, controlando el entusiasmo-. Espero que el resultado esté a la altura de tus expectativas -me limito a decir, con una inclinación algo más suave esta vez, risueña.

En cuanto me informa de su intención de irse, dedico una nueva mirada al cachorro, luego a la hierba, sobre la que llueve, y por último a la libreta que porto. Al volver a mirarla asiento, con calma, casi dulzura.

-Ha sido un placer conoceros a los dos. Nos vemos pronto. Un saludo. Y que aproveche -me despido, viéndolos partir.

Me quedo sola, y dejo ir un suspiro de alivio, dejando ir una sonrisa, incluso una risa muy suave. Paso entonces a mirar un instante las manchas del vestido, pero ni con eso se borra.
Satisfecha, me dirijo al interior.

Al pasar junto a una de las ventanas del claustro miro hacia el exterior un momento. Enseguida la nitidez de mi mirada cambia, y me acerco un poco al cristal, extendiendo una mano hacia el vidrio pero sin llegar a tocarlo, clavando los ojos fuera. No puedo evitar una sonrisa, y miro a ambos lados buscando la puerta, para abrirla y salir. Al acercarme un poco hacia el borde, coloco un brazo ante la cara, sintiendo que el agua de la lluvia me salpica un poco.

-Señorita Ayne -llamo, con una sonrisa suave, alzando la misma mano con la que me protejo a modo de saludo-. Buenas noches. ¿No utilizas una capa para protegerte un poco de la lluvia? -inquiero, sin salir de la zona situada bajo el alero-. No está haciendo muy buen tiempo para salir fuera.

Correspondo a su saludo con uno propio, pero tampoco entonces me interno bajo la lluvia. Cuando ella viene hacia mí, sin embargo, retrocedo un poco, protegiéndome más bajo el techo y dejándole paso a un tiempo.

Dejo ir una risa suave cuando escurre su pelo, manteniéndome de pie frente al muro, con las manos sobre el regazo, una sobre la otra.

-No creo que sea la forma más agradable de lavarse. Yo prefiero un buen baño caliente -comento, con tono divertido, aunque manteniéndolo formal en todo momento.

De nuevo, en un gesto inconsciente, interpongo las manos entre ella y yo, cerrando los ojos como reflejo, cuando se sacude, tratando de evitar mojarme, aunque sin éxito. Cuando los aro de nuevo compruebo que incluso los cristales se han mojado, y me quito las gafas con una mano, buscando en mi pequeño maletín de mano un pañuelo de tela con el que las seco, cuidadosamente, sonriendo a la señorita Ayne, asintiendo levemente, como coincidiendo con sus palabras.

-Ah, por cierto... Tengo algo para ti, como prometí -. Busco un poco más en el maletín, esta vez con un cuidado especial, entre los recovecos-. Aunque creo que me lo he dejado en... Ah, no, aquí lo tengo.

Saco cuidadosamente una cinta enrollada. Tiene casi tres palmos de largo, y está bordada a mano. Sobre un fondo liso color marrón crema, muy claro, he dispuesto diferentes siluetas de animales simples.

-No sabía qué te gustaría, sinceramente, ni para qué puedes usarla -comento, tendiéndosela con una sonrisa algo discreta-. Si no te gusta no tendré problema en hacer otra cosa.

Me coloco de nuevo las gafas, mirando a mi alrededor un instante, y asiento para mí.

No puedo evitar una risa suave frente a su actitud curiosa, y me doy, quizás, un poco más de prosa para complacerla antes. Una vez se la ha puesto, me llevo un nudillo a los labios, escondiendo una sonrisa divertida.

-No sé si estaría muy bien que yo hablase bien de mi trabajo, pero diría que queda bien -respondo, mirándola con gesto tranquilo, risueña-. Supongo que te gusta, entonces -. Pese a todo, el tono guarda una leve interrogación hacia el final.

Desvío la mirada hacia la lluvia, un momento, y se me borra la sonrisa, pasando a tener una expresión pensativa, algo abstraída. Finalmente, vuelvo a la señorita Ayne, con un gesto algo más tímido, cuidadoso.

-Disculpa que pregunte... ¿Cómo acostumbras a entrenar? ¿Tienes algún tipo de... rutina?

Arrugo suavemente la tela del vestido con los dedos al tensarlos, atenazándola.

Sonrío, casi diría que con alivio, asintiendo con suavidad, clavando los ojos en ella, tras las gafas. Luego atiendo a su explicación, algo más seria, llegando a arrugar ínfimamente el ceño con cierta confusión en algún momento, pero no llego a hacer preguntas. Entreabro los labios, discretas, pero una nueva voz me llama la atención, y vuelvo la mirada hacia el lugar del que proviene. Enseguida me pongo algo rígida, y me apresuro a hacer una reverencia en dirección a la mujer que acaba de llegar.

-Buenas noches, Señora -me apresuro a decir, algo torpe, mientras me inclino hacia ella.

Me acomodo las gafas con un gesto, pues me doblo tanto que se me resbalan por la nariz, y durante un instante corren el riesgo de caer. Al recuperar la compostura aprieto un poco el vestido con la mano izquierda, en un gesto de nerviosismo, pero esbozo una sonrisa cortés, disimulándolo en el rostro.

-Espero que no la hayamos inoportunado con nuestra conversación. Quizás no es buena hora para hablar tan alto en esta zona -comento, con educación.

La escucho manteniendo una sonrisa algo nerviosa, que no pierdo pese a todo, enhiesta y rígida, claramente tensa, pero servicial a la vez. No la interrumpo en ningún momento, y si bien sigo a la señorita Ayne un segundo con la mirada, pronto la acomodo de nuevo en la Señora.

-No se preocupe, Señora. No nos ha molestado en absoluto. En todo caso, me siento halagada de haberle sido de interés, aunque solo sea un poco -. Inspiro suavemente, cerrando los ojos un momento, con cierto nerviosismo.

Ella sigue hablando, esta vez dirigiéndose a mi compañera, y aguardo en silencio y una extraña tensión, muy recta. No me muevo hasta que hace mención a la cinta. Entonces me tenso un poco más y abro los labios. Se nota al instante que me fuerzo por contenerme, por inspirar hondo antes de hablar, por no adelantarme.

-No es más que un pequeño obsequio que le he hecho, Señora. Me dedico a la costura -comienzo, con cuidado, aumentando poco a poco la presión con la que aprieto el pliegue del vestido. Bajo la vista, algo azorada.

Vuelvo a abrir los labios, pero enseguida los cierro. Esta vez no me atrevo a hablar.

Al verla acercarse no borro la sonrisa. Toma mi rostro con una mano, y me tenso ligeramente. Y, aunque tampoco la borro entonces, es una sonrisa más rígida, más tensa. Y, poco a poco, mientras habla, la sonrisa se va desfigurando lentamente, hasta que, sin dejar de serlo, tampoco lo parece. Pero no aparto los ojos de ella.
Me tenso un poco más al sentir que me alzo. Ya no sonrío. De hecho, no puedo verme, pero diría que parezco asustada. Se me ha acelerado el pulso.

-Lo siento, Señora -murmuro, en cuanto me deja un momento para hablar.

Cuando me suelta me llevo las manos al cuello, bajando la vista al suelo un momento. Ella habla de nuevo, pero no la miro hasta que se dirige a mí de nuevo. Entonces alzo la vista hacia ella, manteniendo el rostro todavía algo bajo.
No sé qué responder y termino por bajarla, tensa, con gesto arrepentido.

Sigue hablando, y yo siento una opresión creciente en el pecho, en la garganta, pero me mantengo inmóvil.

-Sí, Señora -respondo cuando termina de hablar, con la voz algo más débil.

Cuando desaparece me llevo una mano al pecho, nerviosa, con los ojos clavados en el suelo. Tengo la mirada algo turbia, empañada, y esta vez no son las gafas.
Suelto un jadeo extraño, como un suspiro de agobio.

-Lo siento -murmuro, aunque ya se haya ido.

Inspiro profundamente por la nariz, y dirijo la vista hacia la señorita Ayne, con gesto algo compungido.

Salgo al claustro después de cenar, aprovechando que hace un día de los que se ven poco por aquí. Hoy que por fin no llueve se nota el calorcillo agradable de los retazos del verano.

Sentado en el banco de piedra miro al cielo con entusiasmo. Por fin he enciado la carta a Caligo y espero que Silvanus la reciba pronto. Alehyss estuvo ayer muy agradable y me ha llegado hoy una carta de Gabrielle diciendo que el médico la ha visto y todo está bien. Hoy es un día muy bueno, la verdad. Aunque estoy algo preocupado por lo de esa misión de Ignis. De todas formas, no quiero pensar en eso.

*se queda*

En el claustro estoy cuando escucho una voz gritando mi nombre y crispo las alas, mirando ráidamente a mi alrededor. Las tenues luces del clautro no tardan en dejarme ver a una alegre Inger correr hacia a mí con lo que amplio enormemente la sonrisa y me dirijo a ella para darle un abrazo.

—¡INGER! ¡Cuánto tiempo! Madre mía, ¡te encuentro genial! Pensé que te habrías ido porque no conseguía encontrarte por ninguna parte. Ay, qué bien volver a verte —Le digo, efusivo. Madre mía, hacía tanto que no la veía. Hasta me da la impresión de que ha crecido.

—Ay, yo estoy genial ¿Sabes? ¡Voy a tener un hijo! Estoy muy emocionado, aunque me pongo un poco nervioso al pensarlo. Gabrielle está muy bien. ¡Y Masslow! Ay, que estoy muy bien, así en general. ¿Y tú qué? No sé nada de ti desde tu carta. ¿Has estado con ese chico tuyo por ahí? Ven, tenemos que hablar de tantas cosas... —No puedo parar de hablar muy rápido y la invito a sentarse conmigo en el banco. Menuda alegría más grande.

Sonrío muy contento cuando ella se emociona tanto con la noticia, es una chica muy maja.

—Pues cinco meses debe de hacer ya, aún no sabemos qué va a ser. La verdad es que no me iporta qué sea, me hace tanta ilusión... —Le comento con un pequeño suspiro emocionado. Pero niego con la cabeza. —Pero cuéntame, cuéntame qué tal todo por aquí —La insto.

Cuando se cruza de brazos y maldice a ambos chrysos, la miro curioso. Ay, ay, ay... en qué se andará metiendo esta chica.

—¿Un imbécil? ¿Y Lyam también? ¿Es que entre Lyam y tú...? ¿Pero qué hicieron? No me digas que se han portado mal contigo... A ver, a ver, cuéntame que yo me aclare —Pregunto, apyando el pie en la rodilla contraria para acomodarme al escucharla.