Claustro.

Con tanto drama y tanto aspaviento, parece que esté esperando que le solucione el futuro de la humanidad o algo semejante. Mithos, pero ¿qué quiere? Espero, paciente, con mi sonrisa, hasta que por fin se deja de remoloneos y puedo leer la maldita pizarra. Y, cuando lo hago, releo antes de decir nada, por si acaso no he leído bien.

¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Y por qué me la tiene que hacer a mí? ¿Qué se supone que debo responder a eso? Lo de siempre, imagino... Tampoco es como si mi opinión fuera a decidir su futuro.

-Bueno, no veo por qué no -respondo, tratando de sonar segura. ¿Y yo qué sé? Ni que lo conociera mínimamente-. Al fin y al cabo, nadie nace con una espada debajo del brazo. Al final es todo cuestión de práctica y empeño, y solo con eso se puede llegar muy lejos. Además, tú aún eres joven, tienes más tiempo para perfeccionar tu técnica. Un poco de habilidad siempre ayuda, pero no es nada que el trabajo duro no pueda suplir.

Supongo que eso es lo que se les dice a los niños, ¿no? Que sigan soñando para que sean felices. Y, si la respuesta es otra, ya lo descubrirá él solito.

Vuelve a escribir algo. ¿Por qué hace unas preguntas tan filosóficas este niño? ¿Qué le han metido en la sesera para que tenga semejantes dudas existenciales? Empieza a sacarme de quicio...

-No sé qué decirte -reconozco, harta de inventar cuentos, pero manteniendo el mismo tono de toda la conversación-. Es una pregunta complicada. Creo que algunas cosas ocurren por una razón, pero es muy difícil saber si eso pasa con todo. Al final, lo que importa no es lo que pasa, sino lo que decides hacer tú.

Si es que debería escribir libros, o algo. Qué verborrea más florida.

Sus palabras suenan muy optimistas. No sé por qué... Siempre que hablo con la gente pasan dos cosas: o son muy optimistas o severos... Algunos dicen que si me esfuerzo puedo lograr lo que desee, como si no pudiese... aceptar no poder tenerlo todo. Otros, sin embargo, parece que me censuran... Parece que quieren que, simplemente, no piense esas cosas. Pero sé que hay una visión de todo... más realista. No con respecto a mí, sino con respecto al mundo.

"¿Alguna vez has sentido como si tus propias decisiones no las tomases tú?"

Como si hubieses sido educada para eso... Como si cada segundo de tu vida hubiese sido planeado para que decidieses eso... Para que seas cobarde... Para que seas obediente... Para que seas agradecido... Para que seas débil, o pusilánime, o...
Me llevo una mano a la garganta, con gesto sombrío.

"¿Por qué has venido a Brontë?"

No sé por qué, pero estoy enfadado. Si pudiese hablar, estaría gritando. Pero, por suerte, no puedo.

Pero bueno, niño, ¿qué es esto? ¿Una entrevista? Creí que habíamos quedado en hacer una pregunta, no en que te contara mi vida. Trato de inspirar aire, sin que se note mucho, intentando tranquilizarme. No es más que un crío. Solo un crío, Lea.

Ugh. Por qué esa pregunta. ¿No tienes otra mejor?

-Muchas veces -. No puedo evitar responder eso, y no puedo evitar que el tono me salga solo, un tanto, bastante borde, seco. Recompongo como puedo la sonrisa, inspirando despacio por la nariz-. No siempre podemos decidir lo que nos pasa. Por eso hay que escoger bien cuando podemos. En cuanto a tu otra pregunta, he venido huyendo, aprovechando que me han llamado. ¿Satisface eso tu curiosidad?

A ver si se calla y me deja en paz de una vez. Ya basta de preguntas personales, criajo.

Bajo la vista y suspiro. Supongo que me estoy... excediendo. Al fin y al cabo ella no tiene nada que ver con mis problemas. ¿Y qué problemas? ... Ni siquiera tengo de eso. Simplemente creo que los tengo porque no sé qué es un problema de verdad. No sé nada...

"Lo siento", le muestro, sin más, con una sonrisa triste.

Es tarde. Seguramente la esté molestando... ¿Quién quiere hablar con un niño mudo en tiempos de guerra? Todos tienen cosas más importantes en las que emplear mi tiempo, y yo solo he venido a molestar, nada más... La gente está cansada y no tiene tiempo para jugar.
Jun, tienes que estudiar... Si no estudias, nunca serás un hombre de provecho... No dejes que te distraigan innecesariamente.

Suspiro.

"Debería irme"

Lo bueno de ser mudo es que nunca vacilo al hablar. Porque, de no serlo, mi frases serían más temblorosas...

Debería irme... de vuelta a casa... Aquí ya tienen muchos problemas.

Vuelvo a mi sonrisa amable, pero a estas alturas me siento muy tensa. Cuando se disculpa, niego, como si no me importase (lo que me importa es que por favor me deje en paz), y cuando habla de marcharse asiento, aprobándolo.

-Yo también debería -respondo con voz suave-. A fin de cuentas, es muy tarde. Ya verás como mañana, a la luz del día, no te haces tantas preguntas sobre ti mismo. Con la luz todo es más claro, en todos los sentidos.

Bueno, supongo que esto significa que ya me puedo marchar, ¿verdad?

-Buenas noches, Jun -me despido-. Y no pienses tanto, que el exceso es malo, ¿sí?

Y, tras despedirme con un gesto, me doy media vuelta. Antes de que se le ocurra detenerme y empezar otra vez con sus preguntas.

*Se va*

Se va antes de que yo pueda hacerlo. La sigo con la mirada un rato y luego agacho la cabeza. Soy un cobarde, al fin y al cabo. Es lo que me toca.
Porque, si quisiera... podría quedarme. Pero sé que es una mentira. No es más que algo que parece que está ahí, pero no está. No existe... No es. Yo no sé luchar contra nada. Ni siquiera contra las palabras de otros. No sé oponerme.

Soy peligroso. En cualquier momento yo... puedo estallar. Y entonces el que esté junto a mí morirá. Incluso yo mismo. ¿Puedo permitirme ser egoísta y querer estar donde yo lo desee? Bastante hizo el abuelo permitiendo vivir a algo tan peligroso... En el fondo es un señor amable, aunque nadie lo vea. Se preocupa por mí... Puedo ver en sus ojos, muchas veces, que me quiere. Y yo lo estoy traicionando.

No es justo...

*se va*

Parecía que las cosas poco a poco iban mejorando con el pequeño Lyo. Ya se había acostumbrado a la presencia constante de su madre después de pasar los tres primeros meses alejado de ella.
Después de darle el pecho, Cassandra decidió cogerle en brazos y pasearle un poco por el silencioso claustro mientras le cantaba con dulce voz alguna de las pocas canciones que sabía.

Había una vez una puta
que necesitaba viruta
y como era una bruta
casi se electrocuta
y el chrysos chilló: ¡puta!


Le cantó un par de veces al oído y de forma suave aquella "canción de cuna" pues era de lo poco que sabía y el niño se quedó dormido a los pocos minutos.


*se queda*

Entornó los ojos al verle y retrocedió un paso instintivamente.
Al principio no le recordaba. Luego sí que lo hizo. Era aquel joven ninja que, como siempre, caminaba con la cara tapada. Tenía un muy leve recuerdo de aquella noche en el que se lo había encontrado porque podía recordar que estaba muy borracha.
No dijo nada, pues no se acordaba si quiera de lo que habían hablado. Sin embargo, por muy ninja raro que fuese, eran compañeros ahora en Brontë. Quizás debería comenzar a ganarse la confianza de algunos. Ahora ya no era una aprovechada de los servicios gratuitos de palacio, sino que pertenecía a él, por lo que intentar volver a empezar de cero con algunas personas no estaría de más.

Se sentó en silencio en uno de los bancos de piedra cercanos a la fuente y golpeó un par de veces la piedra del banco, indicando que podía acercarse y sentarse a su lado. -¿Te sientas?-preguntó apretando los labios.

Sonrió al ver que había accedido a sentarse y apretó los labios con una sonrisa.- Supongo que debo disculparme. No sé si te acuerdas de mí. Nos vimos una vez y yo iba de Whisky hasta cejas.- Comento con un tono neutro.

Lyo parece que no ha cogido bien el sueño y se lame los labios un par de veces y abre los ojos y se queda como un pasmarote viendo la "cara" del ninja con completa estupefacción.

-Parece que tu máscara le ha llamado la atención.- Explicó.
Cassandra era reacia a dejar a su hijo a nadie. Después de que se le fuera arrebatado una vez, aún temía el prestarlo. Sin embargo, le llamó bastante la atención que aquel chico no le quitase el ojo de encima y el pequeño tampoco lo hiciese de él. Parecían haber entrado en trance o, al menos eso fue lo que Cassandra se imaginó.- Toma.- Dijo ofreciéndoselo.- Si lo coges con cuidado, no hay ningún problema.- Dijo desentumeciéndose los brazos debido al cansancio de tenerlo todo el día encima suyo.

Parecía no muy hablador. O, quizá fuera la primera vez que tuviera un niño delante. Fuera lo que fuera, el chico no respondió.
A las acciones de Lyo, el joven ninja tuvo unas reacciones exageradas. Sin duda, no estaba muy acostumbrado al trato con críos. Cassandra le entendía. Desde no hacía mucho, ella misma consideraba a los bebés algo. Cosas lejanas completamente alejadas de su vida.

Le cogió de nuevo.- No eres muy hablador, ¿verdad?- Dijo suspirando y viendo al cielo mientras calmaba al bebé con un par de arrumacos. -¿Te gusta este lugar?- A ella le parecía una especie de jaula de oro.

Sonrío ante sus palabras. -Supongo que tienes razón. Hace algo de frío. Será mejor que yo, al menos, vuelva dentro.- Dijo levantándose. - Estaré en el comedor. Allí hace calor y al pequeño le viene bien. No quiero que se resfríe- Comentó.- Si quieres venir a cenar...- Dijo mientras caminaba sin esperar su respuesta. Quería ser amable, pero no iba a estar esperando por su compañía tampoco.

El ninja desaparece. Ya vería si aparecía en el comedor.

*se van*

Contemplaba el claustro con mirada apagada. Estaba tan cerca del final del techo, se llamase como se llamase, que algunas de las gotas salpicaban mis zapatos y pantalones. A veces, cuando el viento soplaba en mi contra, también me salpicaban la cara. Era reconfortizante sentir aquel frescor alrededor de los ojos, que seguían algo irritados después de lo del día anterior.

Era extraño vivir aquello. Era la primera vez en mi vida que hacía algo así. Con las viudas las cosas eran diferentes, no así. Y, después de todo aquello, tenía ganas de ver a Inger. Ella prácticamente no había hablado... ¿Estaría bien?

Suspiré, sentándome en el suelo. Comencé a entonar una cancioncilla en voz baja. Una nana que me cantaba mi madre cuando tenía pesadillas.

*se queda*

Es noche cerrada. Llueve. Hace frío. Y, pese a todo, no soy capaz de conciliar el sueño. Es como si mi reloj corporal hubiera decidido darse la vuelta. Veremos la gracia que me hace mañana por la mañana, pero por ahora no puedo hacer más que rondar sin rumbo fijo los pasillos. Pese al mal tiempo, me apetece salir. En realidad, lo que quiero es ir a las cuadras, pero hacerlo solo conseguiría molestar a los animales. Así pues, me dirijo al lugar más parecido que hay dentro del palacio.

Apenas me doy cuenta hasta que ya es un poco tarde de que la extraña cancioncilla que me parece estar creando en mi cabeza viene del exterior. Tal vez no esté tan despierta como creo. Llevo un pequeño flagrare en la mano, y desde casi el centro del claustro observo a mi alrededor, en busca del origen de la musiquilla. Al localizarlo, doy un respingo. Por qué.

Es probable que me haya visto, no es que vaya ocultándome mucho si estoy paseando con una llama en la mano por el claustro. En fin, no será más que un momento, tampoco es que tenga que quedarme de conversación, pero saludar sí parece obligatorio. Esbozo una sonrisa.

-Parece que no soy la única que no puede dormir -comento-. Buenas noches.

La canción, pese a todo, era triste. No comprendía por qué nadie cantaría una canción triste a un niño con pesadillas, pero cuando uno era pequeño e inocente aquellas cosas no se veían así. Mientras tu mamá te acariciaba el pelo y te cantaba con su dulce voz... ¿qué más daba que la canción hablase de un niño perdido en el bosque que no sabía cómo volver a su casa y terminaba comido por las bestias?

La voz me sobresaltó. Había creído que nadie saldría aquel día, por la lluvia. Pero, de todas las personas... ¿Ella...?

-Lea -pronuncié, mirándola, sorprendido-. Lo siento. No te había visto.

Me puse en pie, pasándome una mano por el pelo, algo incómodo, esbozando un amago de sonrisa.

-¿Hay algo que te preocupe?

Traté de reforzar aquella sonrisa. No quería traspasarle mi estado de ánimo. De hecho, preguntando por ella quizás lograse evadizarme un poco.

Tengo que reconocer que mi primera reacción (que, como siempre, contengo) a su comentario es esbozar una mueca exasperada. Punto para ti, Lea, se ve que hoy es tu día. Para una vez que podías huir y te metes en la boca del lobo. Felicidades.

Aunque hay que reconocer que, analizando su aspecto, no extraña tanto que no me haya visto siquiera. De hecho, me apunto que tendría que fijarme más en el estado de la gente antes de dar señales de vida. Por evitar situaciones incómodas, y así. Ojos hundidos, pelo revuelto, ropa arrugada, barba de varios días. ¿Quién se ha comido al nobilísimo Rick Dehnel, salvador de todas las damas y domador de bismontes? ¿Me he perdido algo?

Me encojo de hombros.

-En realidad, no -respondo-. Solo me estaba costando un poco más de lo normal coger el sueño. Quería que me diera un poco el aire -. No encontrarme con un pobre diablo dejado de la mano de Mithos, pero parece que no es mi día de suerte. Y yo que quería evitar conversaciones innecesarias...- ¿Y tú? No tienes muy buen aspecto, pareces enfermo. ¿Te encuentras bien?

La examiné mientras hablaba. Parecía que no solo yo tenía una mala noche. Aunque, por supuesto, aquello no era bueno. No le deseaba cosas malas a Lea por mucho que yo llevase ya un par de noches sin dormir apenas. No era de ese tipo de malas personas egoístas.

Asentí, girando el cuerpo por completo, volviéndome del todo hacia ella. En un vano intento por dar menos pena, me recoloqué algunos mechones. No era aquella mi intención. Simplemente no esperaba ser visitado a aquellas horas. Aunque por sus palabras... era ya algo tarde para tratar de disimular.

Quería desahogarme, nada más oír su pregunta lo pensé, pero no con ella. De modo que me encogí de hombros, con una sonrisa amarga.

-Supongo que estaré pillando algo. Esta lluvia es terrible -comenté, sin demasiadas ganas, mirando un segundo hacia el exterior.

Bravo, héroe ignita. Tan perspicaz y sutil con las mentiras como siempre. Pero si hay algo que puedes tener seguro es que no voy a ser yo quien me dedique a indagar en tu pobre corazón atormentado. Si tienes problemas, mejor los solucionas tú solito. Si quieres, puedo cuidar a Telma mientras estás ocupado. Si no quieres, también, por supuesto.

Suelto una pequeña risa, sin poder evitarlo.

-¿Y no crees que, si estás pillando algo, no es muy buena idea exponerse a la lluvia? -pregunto, tratando de no sonar demasiado burlona. Al pobrecillo le cuesta, pero tampoco es cuestión de reírse de él. No más de lo necesario, entiéndase-. Deberías abrigarte y resguardarte del frío. No está haciendo muy buen tiempo...

Qué bien, ahora mi amable y social yo exterior se ha convertido en una mamá. La cosa mejora por momentos.

La escuché reír, y ese sonido me hizo volver el rostro de nuevo hacia ella. Siempre sonreía, pero reía menos. Por eso cada vez que lo hacía me llamaba la atención. Y, durante un momento, aunque estaba triste, me hacía sonreír.

Sus palabras de preocupación eran tiernas. Aunque no eran tiernas como Inger. Inger siempre ponía aquella cara, como que estaba preocupada y triste a la vez, y entonces te explicaba el motivo, diciéndote que lo mejor sería que no hicieses aquello que te haría daño. Lea, sin embargo, no parecía para nada triste.

Me acerqué hacia ella y dejé caer la cabeza sobre su hombro, abatido. No era justo que flaquease ante ella. De hecho, echaba en falta a Heylel, con el que era tan fácil habar, aunque seguramente él se hubiese enfadado...
Dejé ir el aire un segundo, por la boca, como sofocado, y me erguí de nuevo, retrocediendo un par de pasos, esbozando una sonrisa.

-Disculpa. No quiero pasarte nada.

No quería que ella se preocupase. Porque entonces no podría...

Lo veo avanzar sin hacer ningún gesto al respecto, mostrando cierta despreocupación. Sin embargo, cuando se me apoya encima no puedo evitar una mueca de desagrado, que sustituye al momento a mi sonrisa. ¿De qué va esto? Un poco de respeto. No sé, ¿no te enseñan formas en una casa noble? ¿O es que ha decidido que somos grandes amigos? No pasa nada por guardar un poco las distancias, o algo...

Apoyo un momento la mano que no sostiene el flagrare en su hombro, dándole un par de toquecitos, mitad caricia, mitad palmadita en el hombro. No sé qué le pasa, pero no pienso hacer una investigación al respecto. Vamos a dejarlo en un principio de resfriado y ya está.

Cuando murmura, niego con la cabeza levemente, ya sin sonreír.

-No te preocupes -murmuro, sin mirarlo.

No, no, mejor preocúpate. Preocúpate y déjate de gestos estúpidos de desasosiego, que no estoy de humor para cargar penas ajenas. Me cruzo de brazos, con la vista fija en un punto perdido del claustro, y carraspeo.

-Deberías intentar dormir, o así.

Me volví de nuevo hacia el exterior, tras separarme de ella. Era injusto para todos: para Inger, para mí, para Lea... Incluso para Gerald, con el que me había puesto, sin quererlo, innecesariamente violento. ¿A dónde se habían ido mis modales? Molestar a la flamma no era más que una demostración de una educación muy poco noble por mi parte. Y mentir... La mentira aparecía demasiado en mis labios últimamente. Me estaba volviendo un noble un poco malmoral.

-Inger y yo hemos roto -murmuré, y escucharlo en voz alta por primera vez se me hizo extraño. Fue como si lo hubiese dicho para mí.

Ella ni siquiera sabía quién era Inger, por supuesto. Al menos no según las palabras de Gerald en la biblioteca. Y, seguramente, aquello no le importase tanto como a mí. Y, no obstante, al pronunciarlo me sentí un poco más calmado.

-Creo que me quedaré un poco más... -añadí luego, mirándola de reojo un instante, curvando la comisura izquierda del labio.

A su comentario, me dan ganas de sacudir la cabeza, de fruncir el ceño, de preguntarle si ha dicho lo que yo creo que ha dicho. Básicamente porque no es algo que me interese en lo más mínimo, y porque tampoco he preguntado al respecto. ¿O sí lo he hecho? Ya no estoy segura. En cualquier caso, no soy su confidente. Mithos, no hace tanto que lo conozco, ¿no tiene otro hombro mejor en el que llorar? Porque a mí no me apetece aguantar males de amores...

No puedo evitar, pese a todo, recibir un cúmulo de imágenes de lo más desagradables en mi cabeza. Me pregunto si su caso será como el mío, si esa Inger tendrá una Io detrás dispuesta a destrozar cualquier realidad que construya. Aunque, evidentemente, lo lógico es que no sea así. No todo el mundo llega de la misma forma a esos puntos, ¿no? Y tampoco conozco a la tal Inger, con lo cual, pues como que me importa más bien nada. Mejor no conocerla, no fuera que ella decidiera también que yo podría consolarla. El mal ambiente en la distancia, por favor.

-Vaya... lo siento mucho -Supongo. ¿Qué se le dice a la gente en estos casos? Lo que quieres oír lo sabes cuando te pasa a ti, pero la empatía no es mi fuerte. Si es que cuando digo que no soy buena confidente, no lo digo por decir...

Carraspeo. Así que ha entrado en modo melodramático. Momento especial "miradme, esto es una tragedia clásica". Precioso. Muy poético. Pero no estoy para tonterías. Esto es muy incómodo, ¿por qué me tiene que venir a mí con el cuento?

Suspiro, evitando por todos los medios rotar los ojos o hacer cualquier gesto exasperado. Al final tengo que cargar con el muerto. Qué alegría. Me acerco a él y lo tomo de brazo, tirando hasta ponerlo bajo un tejadillo. No pienso ir a acostarlo a su camita y leerle un cuento, pero al menos que no pille una pulmonía. Luego le contagia algo a Telma y a ver qué hago yo.

-No creo que eso vaya a ayudarte -murmuro, tratando de sonar dulce.