Claustro.

Marcha de prisa, pese a que no tiene un rumbo fijo. Está seria, muy seria, mucho más de lo que es habitual. Y tiene la total certeza de que tiene sus motivos para ello, aunque no acaba de descifrarlos. En cualquier caso, se mantiene alerta.

Hay algo en Brontë, de eso no hay duda. Algo que no debería estar. Sin embargo, todavía es pronto. Amenaza tormenta, pero las nubes no han empezado más que a juntarse. Como un perro guardián, custodia la fortaleza, a la espera del primer trueno.

*Se pierde por el palacio*

Me aparezco velozmente en el claustro, en un montículo de hierba verde y blanda. Hoy me he peinado la barba de una forma especial, dividiéndola en dos coletas que he sujetado con un hilo que, posteriormente, he cubierto con dos anillos plateados con dibujos azules. Fueron un regalo de mi hermana. Sin embargo, mi expresión no es la que debería ser para alguien que lleva una barba tan arreglada. En lugar de una sonrisa tengo el ceño fruncido y una expresión seria bastante perturbada.

Miro al cielo un instante. En la diestra llevo mi martillo aferrado con fuerza.

Hay algo extraño en el aire. Lo siento en los huesos, en las manos, en la barba...
Hay algo raro en el aire, pero todo parece tranquilo. Y eso no me gusta nada. Por experiencia, la tranquilidad solo suele ser una máscara que hace más difícil identificar los peligros.

Gruño, malhumorado, y desaparezco. Fera acaba de pasar por aquí.

*se va*

FdR- Justo envío el post y acabas de estar aquí, copiota.

EL claustro era el epicentro del palacio. -¡NIÑAS! - Las llamo. Tres de ellas aparecieron. Serias.
-Cuarta y quinta han muerto ajijí- Dijo Branne.
-Niñas, ponéos en marcha. Ayudad al servicio.- La he escuchado perfectamente. Sin embargo, no me distrajo la muerte.

Con la cara tapada por un pañuelo, alzo mi derecha al cielo nublado por las toxinas y millones de pequeñas aves comienzan a prenderles fuego. El aire comienza a dejar de ser verde para tornarse oscuro. Ahora no tenían toxinas, pero el cielo de Brontë, pasillos y habitaciones se llenaban con dióxido de carbono y mientras, un alarido de aves prendían fuego al cielo.

*se queda realizando el hechizo*

FDR: vale, ahora os morís intoxicados LOLU

Tras encargarme de algunos bichos, aparecí en el claustro, buscando a la causante de que cada vez fuese más y más complicado respirar en Palacio. Flavia, la líder, estaba ahí, conjurando miles de aves de fuego. Fruncí el ceño y, rápidamente, me acerqué a la mujer.

—Si quiere que el personal de palacio, así como los guerreros del mismo, puedan seguir respirando, le recomiendo que deje de conjurar aves y se ponga a combatir de otra forma —gruñí. Luego tosí—. ¿Tiene alguna idea de lo que está ocurriendo?

Se aparece a escasos pasos de la líder flamma, y tiene que contenerse para no abofetearla directamente.

-Flavia Gnaea Seia Herennia Sallustia Severa Magna -habla, con un leve deje de ira en la voz-. Entiendo y espero que tu intención es ayudar, pero ese hechizo está destrozando el palacio e intoxicando a todo el que intenta ayudar. Si quieres hacer algo útil, busca otra cosa.

Le gustaría quedarse a asegurarse de que la flamma ha entendido el mensaje, pero no tiene tiempo de hacerlo. Otros lugares la requieren.

*Se desvanece*

Mi mano está completamente chamuscada y en mi rostro se puede ver cierto estigma de dolor. Cientos de aves brotan a raudales y el sudor se me cae por la sien.

Noto como ambas aparecen y me dicen que cese. Paro de conjurar mi hechizo ya que estoy al límite de mis capacidades además, atiendo a razones.

No respondo nada. Débil, me tambaleo hasta uno de los bancos, mareada. - Niña, tráeme agua.- Le digo a Blues.

La cabeza me da vueltas.



FDR: LOL

La nueva líder chrysos, Fera, apareció en el claustro para decirle a Flavia lo mismo que yo había dicho. Fruncí el ceño, mientras escuchaba a la joven y luego, una vez a solas con la flamma, me acerqué a ella. La mujer, no supe si por cansancio o porque realmente había empezado a pensar, cesó el hechizo. Luego se sentó en un banco.

Me pidió que le diese agua, a lo que yo respondí lanzándole un pequeño Aquaerum al rostro, algo insignificante. Ahora mismo, y no lo sentía por ella, tenía otras prioridades. Madame, la caeruleus, estaba intentando contactar conmigo, y parecía mucho más importante que cuidar a una anciana. Velozmente, desaparecí del claustro para aparecerme en el lago, el lugar donde estaba la caeruleus.

*se va*

Recibo frío en mi cara, pues una bola de agua me ducha por completo.- AY, AY, AY.- Digo sofocada.- ¡POR FAVOR, QUÉ DESCARO! - Digo levantándome con la cara empapada.- ¡Maleducada!... ¡Gitana! ¡Bruja! - la maldijo un par de veces y se quedó descansando en el claustro un rato.


-Casi la cago...- susurro.


* se va*

El claustro ha quedado casi limpio, y es uno de esos lugares del palacio en los que apenas hay ya rastro de lo que ha pasado. Lo único que queda ya son marcas de humareda en algunos puntos escasos de la pared, y alguna que otra hierba chamuscada en los rincones. Cosas que el tiempo arreglará por su cuenta, en definitiva.

Por una vez, no he ido a los establos. Por algún motivo, hoy he decidido que no quiero pasar por allí. Mañana volveré al trabajo, por supuesto, pero necesitaba un respiro. De hecho, incluso me he escabullido un poco de las tareas. Supongo que no estoy en mi mejor día... Al menos, tras un día así, estoy bastante descansada.

Ha llovido un poco por la tarde, pero ahora el cielo está más o menos despejado y ha dejado de llover. Es agradable pasear por el claustro después de que llueva. Da una sensación de frescor que no se percibe en otras zonas del palacio.

*Se queda*

Salgo al claustro envuelto en una capa. Después de lo que ha pasado... no me atrevo a ir más lejos. A no ser que sea a la torre, pero no son horas para pensar en escaparse. Porque lo que me dijo el señor Brumm... No creo que sea capaz de hacer algo así. Seguro que hay gente que se muere de ganas por hacerlo, pero yo... Yo no creo que...

Hay una chica aquí. Parece concentrada. Quizás la esté molestando con mi presencia. Quizás quiera estar sola porque está triste, o cansada... No sería raro, dado lo que ha sucedido...
Bajo la vista al suelo y suspiro, sentándome en un banco, procurando no mirarla demasiado para no incomodarla.

Estaré solo unos minutos... No te enfades, por favor.

Siento un movimiento a mi espalda e invoco un flagrare, algo asustada, al ver una figura algo infantil en el lugar. Pronto compruebo que no es uno de esos niños verdosos. Era de esperar, de todas formas. Aunque he podido evitar pesadillas...

Apago el fuego con un suspiro cansado y bajo la mano. No me apetece nada socializar ahora mismo, pero supongo que ahora ya no queda más remedio. Carraspeo, mirando a un lado. ¿Por qué hay un niño aquí? ¿Será hijo de algún sirviente? Aunque es extraño, no es que haya muchos sirvientes claritas...

-Perdona -le digo, tratando de exhibir una sonrisa amable-. Me has asustado.

La llama que invoca me hace echarme hacia atrás, pegándome al muro, asustado de pronto, abriendo mucho los ojos. No... No será que ella es una... ¿Acabo de llegar y ya van a matarme? En estos casos siempre echo en falta la voz... Si pudiese, por lo menos, gritar... Podría pedir auxilio. En un lugar como este podría, seguramente, venir mucha gente a protegerme y...
Las palabras de Nagorr Brumm vuelven a mi mente. Tiene razón. Eso no puede ser.
Por suerte, la mujer no ataca. Al parecer solo ha sido una confusión. Me calmo como puedo y hago un par de rápidas reverencias, como disculpa. Al fin y al cabo, ha sido mía.

La observo gracias a la poca luz que sale desde palacio. No la había visto cuando estuve aquí... ¿Será ella una de las que participó para salvarme? ¿Cómo eran los nombres...?

Respiro hondo y compongo una sonrisa, levantándome y acercándome tímidamente a ella. Con mi forma de comunicarme la distancia no ayuda.

Nos ha salido un niño callado. Qué bien, qué modosito. Seguro que no molesta nada. Aunque debería saber que es de buena educación contestar cuando la gente se dirige a ti, y esas cosas. Pero en fin, él sabrá.

Se acerca un poco. Ah, así que no me diriges la palabra pero quieres atención. Pues vaya.

Con la luz del fuego creí que era solo mi impresión, pero cuando se acerca descubro que tiene los ojos rojos. Vaya color más peculiar. Entre eso y el pelo, completamente blanco, parece un conejito albino. Solo su piel, oscura, contradice esa impresión, que su silencio acrecienta.

Mantengo la sonrisa dulce.

-¿Cómo estás? -pregunto, no muy convencida. Yo no sé tratar con niños-. Estos días toca trabajar duro, ¿eh?

Si fuera un poco más entusiasta me lo haría más fácil. Encima de que me obliga a darle conversación, podía colaborar un poco...

Comienzan las preguntas y, con ellas, mi necesidad de responder. Mientras respondo a su "cómo estás" con un asentimiento y una sonrisa tímida, hurgo con las manos en mis bolsillos. Tras pocos segundos saco, finalmente, mi pizarra y una tiza, bastante pequeña ya.

"Soy Jun", le muestro, tratando de aprovechar la poca luz que recibimos. "Realmente yo llegué hoy, de modo que no puedo decir que haya hecho nada..."

Bajo la vista. Lo cierto es que... si lo miro así... Ni siquiera he intentado ayudar. Solo he escuchado las palabras del señor Brumm, me he acobardado y, entonces... Si es que soy más inepto de lo que yo mismo pienso.

Nada, que sigue sin responder. Veo que rebusca en sus bolsillos, hasta que saca una tiza y una pizarrilla y empieza a escribir. ¿Pero qué pasa aquí? ¿No sabe hablar? ¿Está haciendo voto de silencio? ¿Qué ganas son estas de molestar a la gente? En fin...

-Así que Jun -repito, dulce-. Yo me llamo Lea. Vaya, la verdad es que me alegro de que hayas llegado hoy, te has librado de una experiencia desagradable... En fin, por suerte todo está volviendo ya a la normalidad.

Probablemente, viendo su aspecto enclenque, si hubiera estado aquí durante el ataque habría acabado muerto. Aunque prefiero no pensar en eso. No hagas esas hipótesis, Lea... Lo que no sé es a qué ha venido el crío este, porque no tiene pinta de ser muy útil trabajando.

-¿Y a qué has venido a Brontë? -pregunto.

Lea... Ninguno de los nombres que me dio Massen era ese, de modo que parece que ella no participó en mi rescate. Una persona menos de tantas a las que comprobar... Peor bueno, está bien saberlo, al fin y al cabo.

Cuando habla del ataque reciente no puedo evitar bajar la vista, entristecido. Al fin y al cabo... yo estuve aquí antes. Aún no he tenido la posibilidad de averiguar quién falta y quién no... Para mí será fácil sentirme aliviado, ya que apenas me relacioné, pero... de todos modos... Cualquier muerte es triste. Incluso aún sin conocerlos yo...
Asiento, desanimado.

Su nieva pregunta me sorprende. Obviamente, no ha de ser extraña, pero dado lo ocurrido... decir que me escapé de casa y que vine aquí porque soy un cobarde y que ahora me quiero volver por lo mismo es como muy...
La miro, titubeante, mostrando una sonrisa incómoda.

"Vine acompañando a una amiga", respondo.

Valdrá por el momento. Con suerte pronto me iré y no volverá a verme... Y si me quedo... Entonces el señor Brumm dijo que...
Aprieto los puños, incómodo.

Hago referencia a ella con un gesto, interrogante.

Vaya, pues para ser tan callado, parece un niño algo nervioso. Me pregunto si no será algún novicio de una secta de adoraciones raras, y de ahí tanto silencio. O eso, o es que es mudo, porque a mí ya no me cuadran las cosas. Estar tanto tiempo callado cuando te hablan es antinatural. Y encima con la pizarrilla de marras...

Así que a acompañar a una amiga. Ya. Qué bien. Pues espero que tu "amiga" sea mayor que tú, criajo, que esto no es ninguna guardería. ¿Para qué vienen niños al palacio? Y encima, justo después de esto. Si sus padres creen que van a estar protegidos en estas condiciones, tenemos un problema...

-Pero estás solo -recalco, mirándolo con curiosidad.

Si has venido con una amiga, ya me dirás que haces a las tantas solo por ahí. Y más en una situación como esta y recién llegado.

Asiento, lentamente, suspirando. La verdad es que sí, estoy solo. Pero no puedo pedir a Massen que cuide de mí del mismo modo que no puedo pedir al señor Brumm o a cualquier otro que cuide de mí. Quizás lo mejor que pudo pasar fue lo del ataqu... ¡¿Qué estoy diciendo?! Eso ha sido una desgracia y nadie debería desear nunca nada así. Es solo que... de alguna forma gracias a ello me he dado cuenta de que no soy más que un debilucho que debería estar en casa. Al fin y al cabo, siempre he sido una rata de biblioteca. Apenas puedo conjurar un pequeño hechizo, y ni siquiera así consigo evitar ahogarme.

"El señor Brumm quiso hablar conmigo y perdí la pista a mi amiga".

Contemplo un momento la pizarra, antes borrar y volver a escribir, completando el mensaje.

"Aunque supongo que estará ocupada comprobando los daños".

¿De verdad aquí acaba de morir gente? Es tan... terrible... Yo jamás podría matar a nadie.

Abro mucho los ojos, impresionada. Así que el jefe parvus, ¿eh? ¿Y qué puede querer el jefe parvus de un niñato como tú? A no ser que el crío este sea un protegido especial, o algo así. Y si este es el paje, a saber quién es su "amiga". O a lo mejor su "amiga" era la que lo acompañaba a él. En cualquier caso, sigo sin entender nada. En fin, mejor será que deje de darle vueltas, que tampoco es que me vaya a morir por no saberme la vida del crío.

Asiento.

-Sí, puede que tu amiga esté trabajando. Aunque a estas horas, más bien, supongo que se habrá ido a descansar -. Podías aplicarte el cuento, renacuajo. A lo de trabajar, digo. Ya que estás aquí, haz algo útil.

Me estiro, relajando a espalda. Empieza a hacerse tarde...

Seguramente ella está trabajando. Yo, sin embargo, ni siquiera sé qué es eso. ¿Acaso he hecho algo de valor en mi vida más que leer libros? Ni siquiera el haber ayudado a Massen el Lumen fue ayudarla, porque de no haber existido yo...
Siempre hay problemas. Causo problemas al abuelo. Con mi enfermedad, escapándome, pidiendo cosas... Incluso soy mudo, causando dificultad a otros para comunicarme. Este collar me asfixia cada vez que uso magia, causando problemas a los que se encuentran allí en el momento. A veces, sin quererlo, una enorme energía brota de mí, poniendo en peligro la vida de otros. Soy débil. Soy un crío. Soy...

Asiento, mirándola.

"No te conozco, pero ¿puedo hacerte una pregunta?"

La miro fijamente, serio. Tan serio que me asusta.
Es como extraño...

Ladeo la cabeza, curiosa. Vaya, vaya, ni una palabra, pero el chiquillo va de atrevido. Eso sí, es más de pedir permiso que perdón, por lo que se ve. La verdad es que no tengo ni idea de lo que quiere, pero precisamente por eso me pica la curiosidad. ¿Qué clase de cosas preguntan los niños que merezca que antes pregunten si pueden hacerlo?

-Claro, adelante -lo animo, sonriente.

A saber.

Ante su afirmación, no sonrío. La verdad es que sigo nervioso. Ni siquiera sé si he hecho bien, pero... Maldito seas, Jun...

Tomo la tiza y, ágil, escribo en la pizarra, concentrado. Una vez acabo, lo releo un instante, inseguro. Entonces, silencioso, mantengo la tabla contra mí, sin mirarla, sin mostrarla. Inspiro profundamente por la nariz, cerrando los ojos un momento, y echando luego el aire por la boca. Y, entonces, veloz, sin que me de tiempo a pensármelo mejor, que me conozco, vuelvo la pizarra para que pueda leer su contenido.

"¿Crees que yo podría ser un guerrero?"

Se la muerto un instante y, luego, nervioso, borro, escribiendo una nueva frase.

"¿Crees que las cosas suceden por un motivo?"

Destino. Esa palabra es tan poco científica... El abuelo me daría un buen sermón si viese qué tipo de preguntas hago...