Claustro.

La sombra de unas portentosas alas se dejó ver por los pasillos que rodeaban el claustro. Aquel era el lugar predilecto del hombre. Se sentía a cubierto y al aire libre al mismo tiempo, podía sentir el aire correr a través de sus alas sin tener que recorrer largas distancias.

Su presencia en el palacio era más que sutil. Desde su llegada se había retirado muy prudentemente de la vida cotidiana para poner en orden todo lo que Ventus tuviese fuera de lugar y estar al tanto de la situación en el palacio. No había tardado mucho en darse cuenta de que la calma brillaba por su ausencia pues, aunque los guerreros vivían de forma tranquila la mayor parte del tiempo, los problemas e inquietudes de los continentes recaían sobre los hombros de Brontë, como si la estructura del frágil ejército fuese responsable de todos los males que atenazaban al mundo. Abaddom sabía que las cosas no estaban bien con el planeta. Lo sentía a través de sus pies en el suelo, lo sentía cuando el aire acariciaba su cara, lo sentía en sus alas con el cambio de tiempo.

La lluvia no dejaba de caer y sabía que empeoraría. El claustro no estaba ni la mitad de hermoso en esos días y los jardines se estaban echando a perder. Suspiró con pesadez. Ojalá aquellos fueran los únicos problemas. Recordar todas las muertes que se habían producido en palacio hacía pocos días le resultó enormemente entristecedor. Él se había encargado de cubrir al servicio en un lugar seguro e ir curando a los infectados de aquel horrible mal y, pese a todo, muchos habían perecido en el intento. Soldados valientes y hombres y mujeres que simplemente habían sido contratados para cambiar las sábanas y nada tenían que ver con la guerra. Sí, Abaddom sabía que cuando las cosas estaban mal, los que peor lo pasaban eran los que nada tenían que ver con ello. Él era un pacifista y un intento de pacificador y no soportaba ver que la vida perdía sus cosas buenas. Le dolía tremendamente en el pecho.

Encontró a un muchacho turbado dando vueltas e interrumpió sus pensamientos. Cuando se acercó pudo dar cuenta de que se trataba de aquel muchachito que no pocas veces rondaba la habitación del líder caeruleus. Sin duda era un chico temerario, pero tenía cierto privilegio del líder al parecer. Sentía cierto temor y pena por el muchacho, ya que parecía bastante tierno y él conocía bastante el tipo de hombre que era Aren Darvenwish. No era de sus conocidos, pero un líder de cierta edad sabe las cosas necesarias.
Pudo ver en el chiquillo una inquietud y preocupación que lo abrumaron. No por nada era tremendamente susceptible a la estabilidad de todas las cosas. Como si la energía que conecta el mundo lo atase a todo lo que lo rodeaba.

—Buenas noches, muchacho —Se acercó a él y le puso una mano en el hombro, sonriendo con amabilidad. Luego se sentó en uno de los bancos que había bajo los soportales. —Pareces intranquilo. No está bien que la gente no pueda dormir feliz por las noches. A no ser que sea caeruleus —Bromeó con voz tierna, como acostumbraba.

El hombre miró al muchacho con la misma expresión cuando éste le respondió. Sonrió ligeramente al escucharle. Sin duda era un chico con carácter y su forma desairada de dirigirse a una persona más mayor delataba su carácter de pequeño príncipe mimado. No lo culpó, comprendía el carácter de las personas que rodeaban al líder caeruleus. Tampoco se lo tomó a pecho, él no era un hombre que considerase que los demás tuvieran que tenerle un respeto especial por su cargo. Le valía con ser respetado de la misma forma que él respetaba a los demás.

—Sí, me han enviado a sustituirle, ya ves —Rió ligeramente. —Alguna forma tiene que tener para quitar de en medio a los carcamales como yo —Añadió. El chico le parecía simpático de todas formas. Movió ligeramente las plumas antes de continuar.

—Oh, yo no me dedico a guerrear de esa forma. Lo único que necesito son mis alas, mi mente —Se señaló la sien —Eso me basta para intentar que los demás estén felices —Añadió, casi divagando.

—Un placer, Silvanus Kettleburn. Yo soy Abaddom Tld'Michael. Puedes llamarme Abbi, si quieres. O Dodo, como solían hacer las hijas de uno de mis discípulos —Indicó, divertido, llevando su mano hacia el chiquillo para estrechársela.

—Y dime, Silvanus Kettleburn, ¿puede saberse por qué estás molesto e intranquilo? —Preguntó con gran mesura y respeto. No se trataba de curiosidad, simplemente sabía que muchas veces la gente necesitaba un par de oídos sobre los que quejarse.

El hombre mantuvo la sonrisa cansada cuando el chico pareció tomarse demasiado a pecho su chiste. Podía llamarlo como le viniera en gana. Mientras no fuera un insulto, claro. Aunque seguro que si empleaba un insulto de los que él desconocía, se la colaría igualmente y no le importaría. Se preguntó si sería un chico tan travieso como lo era él de pequeño. Claro que el chico no parecía tan niño.

El hombre se quedó mirándolo con curiosidad y soltó un ligero "Oh" en cuanto el muchacho confesó que se trataba de algo personal. Luego continuó con un "huh" mientras el muchacho comenzaba su círculo de quejas. Prosiguió con un "vaya", al conocer el por qué de su descontento y añadió un "increíble" en el mismo tono rebajado cuando el chico explicó el insulto que le había dedicado al líder Darvenwish. Acabó con un "Ya" mientras el chico no acababa de soltar sus pequeños gritillos y asintió cuando pateó la piedra pidiendo por sus disculpas.

Guardó silencio un momento, esperando a que el ajetreo del muchacho se dispersase con sus palabras. Luego se sacó las gafas para limpiarlas con su camisa.

—Pues sí que parece un problema eso que cuentas —Indicó con tono de interés sin perder el tinte amable y cariñoso. —Realmente eres un muchacho valiente. Y afortunado —Comentó con una ligera sonrisa. —Llamar viejo verde a un hombre como Aren Darvenwish. Supongo que eso me deja en muy mal lugar. Y pensando en lo bien que lo lleva ese hombre. Que desastre —Añadió, sosteniendo sus gafas frente a sí y entornando los ojos para tratar de verlas.

—Sé a lo que te refieres. Yo sigo esperando por una consulta sobre mi ministerio desde hace seis años. Es obvio que es un hombre ocupado —Indicó, soplándole a las gafas y haciendo que estas resplandeciesen al momento. Luego las soltó y quedaron levitando en el aire mientras sus brazos reposaron, cansados, sobre sus piernas. —Estás en todo tu derecho protestando. Pero creo que esperas una disculpa equivocada —Las gafas se dirigieron a su cara para acomodarse con cuidado.

—Darvenwish es de esos hombres que no se permite ceder ni un mínimo. Mucha responsabilidad, eso es. Y un carácter tremendo, eso también. Pero estoy seguro de que es un hombre muy sutil. Obviamente, disculparse no está entre su comprensión sobre el mundo. Pero sus compensaciones... —Resopló con calma. —Bueno, no importa. Es difícil de entender para un muchacho tan joven —Indicó con una sonrisa amable.

—Pero tú sabrás, lo conoces mejor que yo —Aclaró finalmente con tono animado y una ligera risa.

El líder mantuvo la sonrisa cuando el chico respondió con frustración. El pobre chiquillo habría caído en las palabrerías sobre romance del líder Darvenwish y seguramente esperaba una vida de ensueño como la del príncipe que parecía querer ser. No lo criticaba por ello, incluso habría caído en la palabrería de aquel hombre de ser una muchachita joven y deseosa de cariño masculino. En este caso un muchacho, pero reconocía que el caeruleus era muy convincente al respecto. Por algo gobernaba sobre un continente entero.

—Eres muy joven para decir algo como eso, ¿no? O, bueno, bueno, no lo sé. Se han contado mil historias sobre sucesos increíbles en los que ancianos de más de doscientos años se mantenían en cuerpos de chiquillos de tu edad. ¡O menos! Esos extraños seres parecían totalmente jóvenes por fuera, pero por dentro tenían la vitalidad de un peine —Narró, entonando a modo de cuenta cuentos.

—Oh, un viaje. Pero si estás tan seguro de irte deberías estar seguro del destino. Una vez me perdí durante sesenta y cinco días en un pantano celeste por ese motivo. Fue una experiencia aterradora, créeme. Y muy húmeda —Indicó, de nuevo con aquel tono entusiasta y nostálgico de aventura narrada. —Aunque creo que no deberías decir esas cosas. Esa pequeña oreja que parecía sobrarte podría traerte problemas —Indicó de nuevo con tono hilarante.

En cuanto el chico le preguntó por su presencia, sonrió más ampliamente.

—Sí, eso parece, pero no te fíes sólo de tus ojos, chiquillo —Rió. —Yo nunca me aburro. Todo a mi alrededor es digno de mi interés. Es difícil aburrirse con tantas cosas sobre la faz de la tierra... —Indicó mirando a su alrededor. — ¿He de entender que tú te aburres? —.

El hombre juntó las manos, entrelazando los dedos y sin dejar de mirar al muchacho cuando hablaba a pesar de que éste no dejase de ir de un lado a otro.
Sin duda parecía desilusionado. La magia había desaparecido, las luces se habían encendido y la máscara había caído para dar paso a la realidad. Quizá el líder caeruleus había sido demasiado descuidado con el chico o quizá no le importaba demasiado su opinión, lo que era mucho más probable. Sin embargo el aether no lo vio desesperado o retenido, más bien enfadado, con lo que no tuvo sensación de tristeza a su respecto. Cada persona era libre de encontrar el tipo de afecto donde le placiese.

—Pero tú quieres quedarte con él, ¿no es cierto? —Preguntó con tono alentador. No era curiosidad, simplemente pretendía que el muchacho hablase para relajarse y así poder escucharlo.

—Bueno, si eres un don nadie entonces no te será difícil apartarte de alguien como Aren Darvenwish. Es bien sabido que ese hombre no se junta con cualquiera, por Mithos, no. Todo aquello que pueda rebajar su imagen no quiere si quiera olerlo. Creo que lo tendrás muy fácil para olvidarte de todo eso, sí señor —Indicó con aquel tono casi místico.

—¿En serio? Pues han debido de fallarle muchas opciones cuando se ha tomado tantas molestias yendo a Ignis a buscarte —Comentó casi con desinterés, mirándose las plumas de una de las alas derechas. No es que estuviera a favor ni en contra del líder. Ni siquiera que prefiriese que el chico se quedase  o se apartase de él. Pero el chico parecía necesitar oír cosas buenas al respecto. Por todas las cosas que le habían parecido mal de aquel hombre, ahora Abaddom podría estar poniéndolo verde y apartando de él al pobre muchacho. Sin embargo, era un hombre incapaz de hacer algo así incluso a la persona más ruin sobre la faz de Mithos.

Dejó sus plumas y se volvió hacia el muchacho.

—¿No te gusta mi compañía entonces? —Preguntó, entretenido.

A pesar de que el chico se sigue excusando, el hombre observó como sacaba de su ropa un pequeño dragón amanita que lanzó con fuerza al aire para que se marchase volando. El hombre entornó los ojos con curiosidad, pues aquel pequeño dragón casi le había parecido una pelota de juegos lanzado de aquella manera. Qué carácter.

—No te preocupes, al menos veo que has tomado una decisión. Me alegro por ello —Comentó con amabilidad, poniéndose en pie. Entonces estiró las seis alas y las movió haciendo caer algunas plumas.

—Creo que es hora de finalizar nuestra pequeña charla. Ha sido un verdadero placer, Silvanus Kettleburn. Espero volver a verte, chiquillo. La próxima vez preséntame a tu pequeño amiguito, ¿quieres? —Y comenzó a moverse hacia el interior del palacio, deslizándose por el suelo sin mover los pies, como si flotase mientras mantenía sus alas abiertas.

—Buenas noches, muchacho —Remató doblando la esquina. Quizá debería dedicarse a conocer a los guerreros, no dejada de ser divertido y educativo, pero sabía que como empezase a tomar confianza con los guerreros en seguida empezaría a tratarlos como discípulos y a los discípulos acababa tratándolos como a hijos. Ah, era demasiado sentimental.