Claustro.

La miro de reojo, mientras habla. Lo peor de todo es que no me está resultando demasiado desagradable, lo que me escama. Al final es un poco mosquita muerta, pero al menos me deja estar a mi bola sin rallar. No está tan mal. Me ayuda a calmar un poco mis humos, y eso es bueno.

Asiento, volviendo la vista al frente. Desde luego, desde el ataque de los niños verdes tengo muy claro que un sitio como este no es para venir a jugar.

Exhalando un suspiro, doy un salto para bajarme del muro, volviéndome hacia ella.

-Bueno. He quedado, así que te abandono -murmuro, no demasiado huraña-. Cuidate eso.

Le doy la espalda y comienzo a caminar hacia palacio, despidiéndola con una mano, que alzo sin mirarla.

Tampoco parece especialmente una guarra de esas...

*se va*

Cuando habla de irse casi no me lo creo. No hago el menor amago de detenerla, sino que asiento, con expresión de máxima comprensión. Claro que sí, niñita, corre a jugar, que te están esperando. Eso es, ve, corre.

-Ya nos veremos -la despido, contenta.

No me lo puedo creer. Con lo escandalosa y pesada que parecía y qué rápido se esfuma. Podían muchos aprender de ella, la verdad.

La observo alejarse en silencio, y cuando desaparece me vuelvo hacia el claustro de nuevo. Silencio y tranquilidad. Ni siquiera la nieve suena, no como la lluvia. Así sí que se puede descansar.

Al pasar junto a la ventana, una figura llamó mi atención. No conseguí distinguir quién era, pero tenía tiempo para charlar un rato, de modo que salí, y entonces, al verla, no supe si arrepentirme o no hacerlo. Aunque, enseguida, al ver sus heridas, terminé por acercarme, repentinamente preocupado. Tenía, incluso, un brazo inmovilizado. ¡¿Qué demonios había sucedido?!

-Lea -llamé, todavía aproximándome, frunciendo el ceño. Me detuve frente a ella, sobre la nieve, a unos tres o cuatro metros-. ¿Qué ha pasado?

Apreté los puños y los dientes. ¿Acaso debía ir a golpear a algún malandrín innoble?

De nuevo, aparece compañía. Vaya, genial, esta vez compañía preocupada. Y dudo que este se conforme con que ayer tuve un mal día. Lo miro un momento, seria, y luego bajo la vista a mi brazo en cabestrillo. También tengo marcas en la cara, y eso porque no ha visto las del resto del cuerpo. Por su expresión, si llega a tener el informe médico completo, le da algo.

-No es nada -respondo, tranquila, negando con la cabeza-. Solo una misión un poco aparatosa, pero nada grave.

Dudo que eso sirva, pero no me apetece mucho dar detalles de la paliza que me han pegado.

La examiné mientras hablaba, fijándome en todas las heridas visibles. Sentía la extraña necesidad de acercar una mano a su rostro y rozarlas, como pretendiendo sentir así su profundidad, o algo por el estilo. Por supuesto, me contuve. Después de nuestro último encuentro no me sentía muy preparado ni para tocarla por accidente.
Al menos, si había sido por una misión no tenía que ajusticiar a nadie. Ya se habría ocupado ella, esperaba.

-Si necesitas algo, házmelo saber -murmuré, de todos modos, mirándola serio.

No era capaz de sonreír. Me sentía extrañamente incómodo. Ni siquiera estaba seguro de si hablaba con la Lea de antes de la confesión o de la otra, la fría.
Por una parte quería quedarme y charlar. Por otra parte, creía que ella no querría que me quedase y charlase. ¡Por Mithos! Las cosas eran mucho más sencillas antes de saber la verdad oculta sobre ella.

La nieve caía suavemente. Creí que no le gustaba la nieve, pero allí estaba. ¿Había sido una mentira?
Suspiré.

Se mantiene a una distancia prudente, casi como si tuviera miedo. Me pregunto si le habrá sentado tan mal la conversación del otro día. Tampoco fue tan terrible, ni que le hubiera clavado un puñal, o algo. Pero se mantiene ahí, como un perrito apaleado que se pregunta qué movimientos puede hacer sin llevarse una patada.

Niego con la cabeza, esbozando una sonrisa de mala gana.

-Estoy bien -murmuro, sin mirarlo.

Es incómodo tener a alguien observándote en silencio, y más cuando tienes esa sensación de que tu observador te tiene miedo. Porque eso es lo que parece, que tenga miedo de mí. No esperaba eso; más bien, esperaba rencor o algo así, pero parece que me equivocaba.

Carraspeo, tratando de cubrir con algo el silencio. Con lo cómodo que es el silencio cuando estoy sola.

-¿Qué tal? -pregunto, sin mucho ánimo. Por decir algo. Si se va a quedar ahí, por lo menos que reaccione.

Asentí, serio. Si ella decía estar bien... Podía ser verdad o mentira, no podía saberlo, pero debía fiarme de ella. No iba a interrogarla amenazándola con mi espada, ni nada por el estilo.
De estar mal, ¿acaso sería capaz de salir a tomar el aire? Se encontraría en la enfermería.

Frente a su pregunta... Respiré profundamente, inspirando, expirando... Y entonces sonreí.

-¡Bien! No he estado muy ocupado estos días. Telma parecía creer que te habías enfadado con ella- Más bien yo-, pero ya le diré que su heroica Lea estaba de misión. Le gustará oírlo.

La miré, nervioso, rascándome la mejilla. Luego, con cauticela, me acerqué al muro en el que estaba sentada y me apoyé contra él, reduciendo las distancias.

-Ha sido tu primera misión, ¿cierto? -pregunté, mientras miraba la nieve caer.

Bueno, bueno, que he preguntado qué tal, tampoco te he pedido que me cuentes tu vida... Pero en fin, mejor que hable que que me mire con esa cara. Por lo menos no es tan incómodo, aunque sea un fastidio tener que entablar conversación.

Tuerzo el gesto cuando menciona a Telma.

-Quería ir a verla, pero no he podido -explico-. Tampoco quiero estar todo el día molestando en los establos. Pero espero ir pronto a verla, que tengo ganas...

Parece que va recuperándose del corte inicial, porque incluso se atreve a acercarse. ¡Pero qué perrito más intrépido! ¿No tiene miedo de llevarse otra patada en los morros?

Asiento, seria.

-Parece que no iba muy bien preparada -comento, con cierto fastidio. Seguro que aquí el amigo es un experto intocable.

Esbocé una sonrisa. Dado su estado, era normal que no hubiese ido. Aunque tratándose de ella, si realmente prefería a los animales, lo raro era que estuviese allí, hablando conmigo, en lugar de dejando que Tel le diese calor.
No veía que Lea estuviese muy diferente. Quizás solo algo más seria, menos sonriente, pero con aquellas heridas...

-Dudo que molestes -respondí, acercándome a la nieve y comenzando a apilar una poca, haciendo un montículo-. Al fin y al cabo, Tel te prefiere al servicio.

Y si animales eran mejores que personas, ¿qué importaba que las personas se molestasen?

Comencé a convertir aquel montículo en una bola, haciéndola cada vez más grande. Se me helaban las manos. Desde allí, acuclillado, la miré, curioso.

-¿Qué encargo era?

Niego de nuevo. Sabré yo lo que tengo que hacer mejor que tú, Rick Dehnel.

-No es una cuestión de lo que prefiera -replico, algo cortante-. Es una cuestión de que yo no puedo cuidarla ahora y no voy a estorbar a aquellos que la cuiden. Aunque, en el caso de Telma, ese deberías ser tú, y no el servicio.

¿Ya se ha cansado de hacerle caso? Más le vale que no, o tendré que tomar cartas en el asunto. Un animal no es ningún juguete con el que pasar el rato y al que luego tirar a la basura.

Suspiro con cansancio.

-Nos mandaron ir a recoger unas bayas al monte -explico, con cierto resquemor-. Solo que no se les ocurrió comentarnos que las bayas estaban en la cabeza de un golem de piedra de diez metros. Una maravilla.

Allí estaba aquel tono que la Lea a la que había conocido nunca habría usado. Aquel sonido más frío y tajante... Como si una viuda hubiese decidido que preguntar sobre su difunto marido no era una buena idea.

Terminé de hacer un montón grande, que casi me llegaba a la cintura, y luego me volví sacando pecho, orgulloso.

-¡Claro que la cuido yo! ¿Por quién me tomas? No soy una sucia Lester, al fin y al cabo... Incluso reviso el trabajo de los del servicio para que cumpla con tus expic... ex... ¡Con lo que esperas! Aunque no creo que sirva igual que tú...

Me volví de nuevo hacia la nieve, comenzando a darle forma, algo incómodo de nuevo.

-Lo que quiero decir es que todos nos alegraremos mucho cuando te restablezcas.

Mientras intentaba que aquel montón de nieve se pareciese a Telma, la flamma me explicó por encima la misión. Aquello explicaba los golpes...

-¿Cómo se derrota a un gólem? -pregunté, mirándola.

Frunzo el ceño. Así que revisa el trabajo, ¿eh? No, si solo faltaba...

-El problema es que no deberías revisar el trabajo de otros, deberías hacerlo tú -le echo en cara. Luego suspiro, exasperada, negando-. Pero en fin, supongo que un noble como tú no se rebajaría a cuidar bismontes. Ya iré yo a encargarme de ella cuando pueda.

Al final siempre es lo mismo. Claro, si revisar el trabajo de otros es muy fácil. Pero limpiar las cuadras, cepillar a los animales, alimentarlos, mantenerlos limpios, sacarlos a pastar... Todo eso ya no pinta tan bonito, ¿eh?

Cavilo un momento sobre lo que pregunta. No sé si todos los gólems son como el que yo he visto, es la primera vez que veo uno...

-No sé mucho sobre gólems -comento-. Pero este tenía unas marcas brillantes por todo el cuerpo, y si las golpeabas con hechizos, se apagaban. Las armas no servían. Cuando apagamos todas las marcas, el gólem cayó al suelo y dejó de moverse.

Me quedé mirándola varios segundos, mientras hablaba. Ciertamente, ella trabajaba más que yo en los establos, y yo no tenía la obligación de sustituírla. ... O sí. De hecho... Podría ser que...
Sus palabras, la verdad, me hirieron al principio. Casi iba a fruncir el ceño, pero entonces esbocé una sonrisa.

-¡No te preocupes! ¡Haré más a partir de ahora!

No era como si no hiciese nada, pero un poco de trabajo era como ejercicio, aunque de una forma diferente. Ignoré los comentarios sobre mi nobleza, por otro lado, y terminé de modelar mi Telma de nieve, o algo parecido.
Enseguida me puse a amontonar nieve de nuevo, junto al primer muñeco.

De modo que aquel había sido el duro adversario... ¿Por qué solo con magia? De haberme hallado en aquella situación... ¿Acaso hubiese podido derrotar al mal? Mi magia no era demasiado poderosa.
Por como hablaba parecía que no había ido sola.

-¿Quiénes te acompañaron? -pregunté, animado.

Aquel montón debía ser más grande que el primero.

Mi ceño se frunce un poco más. ¿Que no me preocupe? ¿Cómo que no me preocupe?

-Bueno, encárgate por ahora -refunfuño entre dientes-. Cuando esté bien me puedo encargar yo.

No me apetece que me deje de lado en cuanto a Telma. Además, sé que yo puedo cuidarla bastante mejor que él, así que no tiene ninguna excusa para echarme de su lado.

Observo lo que hace con aire algo escéptico. Menos mal que se metió a soldado y no a escultor, porque vaya...

-Una parvus que no conocía -respondo a su pregunta. En realidad no conocía a ninguna parvus hasta el momento-. Se llama Elektra. No sé qué tal estará, se hizo daño en una pierna.

Dejé un silencio tras sus palabras, pensativo, centrado solo en apilar nieve, de manera más estilizada y alta esta vez. Cuando estuve satisfecho, me detuve, mirándola de reojo. Asentí, ligeramente.

-¿Me enseñarías? -pregunté, poco seguro de mis propias palabras, regresando enseguida a la nieve.

Un cuerpo humano era más difícil de hacer, de modo que lo hice sencillo. Mientras la cabeza pareciese la cabeza y el cuerpo un cuerpo debería ser suficiente. ¡Era arte abstractizado!

Cuando dijo lo de la parvus fruncí el ceño.

-¿Ayne? -inquiricé primero, pero pronto me sacó de dudas. ¡¿La dama encantadora del comedor?! ¡¿Cómo había pasado aquello?!-. La conocí hace apenas un par de días... -murmuré, bajando el tono-. Espero que se encuentre bien.

Volví la cabeza. La contemplé un instante. Rodeada de nieve estaba...

Me centré en el segundo muñeco.

Lo miro, algo extrañada. ¿Y eso por qué?

-¿Y qué te voy a enseñar? -replico-. No hay mucho que aprender. Es todo práctica y sentido común. Tampoco es un trabajo para el que se necesite ser un genio.

Claro que los hay muy torpes, pero todo lo arregla el tiempo. En fin, es un engorro, pero quizá dándole algunas instrucciones pueda mejorar los cuidados de Telma. Sería egoísta por mi parte consentir que la tratara de cualquier manera solo porque eso me permite estar más cerca de ella.

Suspiro, no muy contenta.

-Supongo que puedo enseñarte algunas cosas -accedo a regañadientes.

En cuanto a la parvus, no tengo mucho que decir. Muy sonriente y poco habladora. Además de ese aire de extraña elegancia que la rodea, no es que me inspire mucho. Muy refinada para mi gusto.

-No sé nada de ella desde que volvimos. Puede que aún esté en la enfermería.

Empezó poniendo pegas, pero terminó por aceptar mi pedido, arrancándome una sonrisa. Era una buena manera de estar con ella y satisficiarla. Satisfactori... Satis... Hacerla sentir satisfecha.
Asentí, animado.

-Me gustaría hacerlo lo mejor posible.

Terminé aquel muñeco, o muñeca. Intentaba ser una chica. E intentaba ser Lea, aunque aquello ya no esperaba que se notase tanto... Quizás por estar con el de Telma, o así...

De modo que Elektra estaba tan mal... Debería ir a visitarla, para ver cómo estaba.

Me sequé las manos en los pantalones, disimulado, y susurré un batzall para calentarlas. Luego me volví hacia la flamma con una sonrisa malvada, acercándome a ella, aparentando intenciones maignas o innobles.

-La nieve esta helada -siseé, como haría un innoble malandrín, acercando las manos a sus mejillas.

Una excusa válida o...

Roto los ojos. Que sí, que ya lo he entendido.

-Vale, vale, ya te daré unas clases -confirmo, no muy contenta con la idea.

Por fin se cansa de jugar con la nieve como un crío, pero entonces decide que es buena idea informarme de lo fría que está. No, gracias, estoy bajo techo por algo. Alzo una mano para apartar la suya antes de que alcance mi mejilla, y la encuentro extrañamente cálida.

Esbozo una mueca irónica.

-Uy, sí, ya veo que tienes las manos como cubos de hielo -comento, claramente sarcástica.

Me detiene con la mano, de modo que no puedo alcanzar la mejilla. Supuse que, de todos modos, no le agradaría que tocase donde está herida, aunque fuese con cuidado... ¡Y un caballero debía respetar los deseos y no deseos de las damas en cualquier momento de su vida, fuesen cuales fuesen!

Me llevé una mano al pecho, golpeándolo con el puño cerrado, valientemente poderoso. Esbocé una sonrisa galante, también.

-El frío no puede derrotarme tan fácilmente, de modo que no me afecta.

Me senté a su lado, contemplando mi obra, no demasiado hermosa, pero hermosa a su manera. Aunque no demasiado hermosa.

Suspiré. Me sentía extraño. Al mismo tiempo estaba a gusto y algo nervioso, tenso... Pero bien.

Lo miro con expresión desafiante, e invoco un flagrare tan fuerte como puedo, haciendo que las llamas chisporroteen con fuerza. Si no recuerdo mal, o mucho ha mejorado o mi magia es mejor que la suya. Lo miro con ceño, pero también sonrío un poco.

-Entonces, a mí menos, así que no puedes asustarme con él -replico.

Sacudo la mano y la llama se deshace en el aire, dejándome un agradable calorcillo en la mano. Me la llevo a la mejilla. Desde luego, tener la mejilla caliente es mucho más agradable que tenerla helada. Miro la nieve con desconfianza, sin fijarme mucho en los muñecos.

-A ver si deja de nevar -mascullo.

Observé su flagrare con una sonrisa de lado, respondiendo a la suya. El fuego hacía brillar sus ojos con valor. Deseé, más que antes, acercarme, pero ya había sido rechazado una vez, y Rick sabía cuándo debía ceder. Todo buen guerrero caballeroso debía conocer aquellas reglas no escritas.
De todos modos, aquella desafiante frase me hizo hacer amago de levantarme, con intención de ir a por nieve.

-¿Probamos?

Sin embargo, me dejé estar. Nadie atacaría con nieve a una dama herida. Era poco caballeresco. Una pena, por otro lado.

Su siguiente comentario me hizo observar de nuevo el manto blanco. Seguía pensando que era hermoso. Una vez más, mis ojos viriles se encontraron con Lea.

-Me sorprendió verte fuera, de hecho -murmuré, referenciándome a su disgusto por la nieve.

Aunque la nieve cayendo a su alrededor la...

Para el carro, campeón. Nadie ha dicho eso. Niego con la cabeza, de nuevo seria.

-No -sentencio.

No parece insistir mucho, sino que deja la nieve tranquila. Mejor. Juega con ella si quieres, pero a mí no me la acerques. Es todo humedad y frío, y estoy bien a gusto caliente y seca como para que vengas a estropeármelo.

-No me molesta verla -repongo, encogiendo el hombro sano con cierto gesto de desprecio-. Mientras no me caiga encima... Y me he abrigado bien.

Dejé ir una risa suave. De acuerdo, Lea. No había pensado atacarte de verdad, pero veía que mi interiridad corría cierto peligro, de todos modos. Mejor no insistiría en la broma. Seguramente ella no la habría entendido. Las mujeres, muchas veces, no comprendían las bromas de los hombres. Por eso se enfadaban siempre mucho más.

Al suspirar, una nube de humo abandonó mis sensuales labios de flamma varonil. La verdad era que pocas veces había sentido que debía contener tanto el simple deseo de rozar a una persona. No era que desease besarla, o abalanzarme sobre ella. Era, simplemente, el deseo de rozar su piel con la mano, aunque solo fuese como para comprobarla.
Y era extraño.

-Pues si te imagino con la nieve cayendo a tu alrededor se me viene a la mente una imagen bastante her...-. Tragué saliva, tensándome-. mitaña.

Ella no quería oír aquellas cosas, y yo no se las iba a hacer escuchar. Por suerte, había camuflado la frase perfectamente. Solo yo sabría la verdad.

Me parece que hoy se nos ha puesto poético. Filosófico, quizás. Alzo las cejas, escéptica, conteniendo una especie de sonrisa divertida y lo miro un momento.

-... Ya -acabo por decir, simplemente.

Luego desvío la vista hacia el patio de nuevo. Reconozco que el blanco le da un aspecto curioso, hasta bonito, con esos extraños copos cayendo. Pero no tiene por qué ser su mejor aspecto. En verano estará mucho más colorido, probablemente con flores, y seguro que la hierba crece y apetece tumbarse en ella.

Una pena que Telma no pueda entrar a esta zona, aunque supongo que el prado tendrá un aspecto similar para entonces, y es bastante más grande. Será divertido ir con ella allí.

-Sigo prefiriendo el calor -remarco. Como si no lo hubiera dicho ya un buen número de veces.

La nieve era esponjosa y suave, como una manta de lana, pero no igual de cálida. Nadie se taparía con nieve para pasar el invierno caliente. El frío hermoso seguía siendo frío. Y si buscabas el calor, entonces la nieve se derretía. No había punto medio.
El calor, por otro lado, era agradable, arropaba y también era suave... Como una manta de lana, solo que no en la forma. No en la forma.

La miré de reojo, asintiendo lentamente. No podía evitar sentir que al llegar el silencio mi cabeza se llenaba de cosas que yo no quería pensar. No me sentía incómodo, para nada, aunque estuviese callada, y yo también lo estuviese. Pero... Sí me sentía incómodo un segundo después, al desear acercarme, porque aquello era incorrecto e innoble. De modo que decía algo para que mi cabeza se vaciase de aquel hechizo abrumador de una bruja maligna y lejana y entonces podía hablar, aunque fuese de la nieve.

Carraspeé, forzándome a volver.

-En ese caso, quizás vaya siendo hora de que entres a abrigarte -murmuré, notando extraña mi voz y mi tono, menos animados y nobles que de costumbre, pero tratando de que recordase su estado y pensase en descansar.

Los héroes, a veces, debían dedicarse al descanso.