Claustro.

A Zacharyas le gustaba la idea de abrir la piel como si se tratase de un parto, aunque fuese un parto por la pierna. No sabía mucho de bebés ni de partos, pero por lo que había escuchado toda su vida, podían ser de lo más dolorosos. De hecho, había oído que el dolor llegaba a ser insoportable, de modo que quería comprobar hasta qué punto era realmente insoportable aquello. Sin embargo, pronto ella cambió a los mecñas por serpientes.

-Tiene más sentido que sean serpientes -dijo, asintiendo para sí mismo-. ¿Estará llena de huevos? -inquirió entonces, dando dos golpes con el puño en la pierna como si esperase que sonase a hueco.

Si tuviese la pierna llena de huevos de serpiente podrían romperse en cualquier momento y, al nacer las crías, tendrían que comerse toda la carne desde dentro para poder salir al exterior. Aquel pensamiento hizo que Zacharyas sintiese un agradable cosquilleo en el vientre.

Miró a Stalon, de reojo. Estaba entera, como decía, y eso le hacía sentir que algo no iba bien. Un guerrero necesitaba heridas y trozos de menos en el cuerpo, o eso era lo que normalmente sucedía. Era hermoso y podía usarse para medir su nivel. Además, sentía una extraña ansiedad por arrancarle un trozo de carne de un mordisco. Seguramente sangraría mucho y él podría comer carne humana, cosa que no le había llamado demasiado hasta ese instante.

-¿La sombra no te hirió?

Me miré las manos. Luego, seria, encogiéndome de hombros, alcé la vista.

-Había murciélagos -dije solamente.

Bajé la vista y me rasqué la rodilla. Volví la vista al frente, pensativa, sin dejar de patalear en el aire.

-Yo hice guadaña, pero nada. Y luego la sombra dio patadas. Era una sombra de cuerpo y uno quedó en el suelo. No usaba magia y era raro y grande, pero era como yo. Él no quedó enterito. O sí. No sé -. Lo miré-. Tú estás enterito, que te pusieron hasta pierna. ¿Por qué no hay charco de sangre?

Zacharyas asintió, recordando a los pequeños mamíferos chillando al ser apartados a manotazos. Murciélagos en ambos casos, aunque él no sabía mucho más de aquella mujer de sombra. Simplemente que alguien quería degradarla, pensó de pronto, aunque no le dio importancia.
Luego Stalon habló de uno como ella pero más grande. ¿Sería un parvus? No podía saberlo... Quizás usase una guadaña o tuviese algún otro factor común. Realmente Zacharyas no le daba demasiada importancia a esos detalles. Solía creer que ya lo descubriría, y que si no lo hacia no era suficientemente importante. Las cosas importantes solían acabar sabiéndose.

Cuando ella acabó de hablar, el caeruleus se llevó una mano al cuello, pensativo, recordando la zona en la que había sido mordido y sonriendo al recordarlo.

-Me curaron después con un hechizo-. Apretó su propio cuello, asfixiándose por un momento, recordando de nuevo el agarre de la serpiente. Luego se soltó, carraspeando-. No dejaba de sangrar y era emocionante, pero peligroso.

La miró, complacido. Le resultaba interesante compartir experiencias de combate. Quizás pudieran luchar un día, si a ella no le importaba, pensó.

Sin dejar de mirarlo, levanté el labio inferior, echándolo a un lado. Al tiempo, fruncí levemente el ceño.

Me puse en pie sobre el asiento y me acerqué a su cuello con intención de examinarlo bien de cerca. Pasé la mano sobre el mordisco.

-Pero a ti te gusta de rojo -repuse.

Me miré la mano, poniéndola en dirección a la luz. No estaba sucia, o no más que antes, por la herida de la pierna. Se la enseñé a Zacharyas.

-Así no está de rojo. ¿Por qué?

Se llevó una mano al cuello, frotando él mismo el lugar que había sido mordido por la serpiente. Todavía le quedaba un poco de sangre seca, pero, como ella decía, no estaba rojo. Estaba perfectamente cerrado.
Zacharyas se encogió de hombros, esbozando una pequeña sonrisa.

-Perdía mucha sangre y no quería morirme aún -murmuró.

Entrecerró los ojos, pensativo. Realmente querer morir o no querer morir no era el problema, pensaba. El problema era que él solía querer morir, pero que aquel estado era irreversible y debía evitarlo en todo lo posible para no sucumbir ante la tentación. ¿Quién no querría morir?

-Otro día habrá más rojo.

Asentí lentamente, sin mucho convencimiento. De nuevo, me senté junto a él. Volví la vista a su pierna.

-Ya hay hoy más rojo. En la pierna falsa. ¿Te han quitado algo más? Serpientes mecñas.

Le froté la pierna con la mano y la retiré de repente, como si acabara de quemarme. La miré fijamente con los ojos entrecerrados, como esperando que hubiera algún movimiento extraño en su interior. Nada.

-Están durmiendo.

Zacharyas la observaba atentamente mientras hablaba, concentrándose de pronto en su imagen, abstraído. Tenía la boca pequeña, no como él, que tenía siempre una sonrisa tan ancha que asustaba a los niños. Quizás, pensó, pudiese volver la sonrisa de ella ancha como la suya con su guadaña, haciendo un corte a cada lado de la boca, prolongándola.

-No quitaron nada más -dijo algo ausente, pensando mientras en qué forma debería dar a la prolongación de los labios de la parvus para que resultasen más escalofriantes. No se decidía entre sonrisa y mueca de tristeza. Quizás, imaginó, cada extremo de un modo.

"Durmiendo", le oyó decir. ¿Tenía sueño? ¿O quizás la pierna dormía? La serpiente la había dormido, y él quisiera inyectar del mismo veneno en Stalon para dormirla y luego poder abrirla en canal. No imagina cómo de pequeños serían los órganos de un parvus.
Con suavidad, Zacharyas tomó la izquierda de Stalon y se llevó la muñeca a la boca, mordiéndola con intensidad, sin llegar a romper su piel pero quizás llegando a hacerle daño. A partir de entonces estaría envenenada y dormida y no podría defenderse si trataba de diseccionarla.

Alcé la vista de nuevo cuando me tomó la mano, y entorné los ojos, estremeciéndome, cuando mordió la muñeca. Me quedé un momento inmóvil, mirándolo. Luego, hablé.

-Au.

Tras un momento de profunda seriedad, sonreí.

Con la otra mano, me apoyé en el asiento para ponerme en pie. Me acerqué entonces a su cara y posé un dedo en la punta de su nariz, apretándola como si fuera un botón.

Tomé el brazo que sujetaba mi muñeca y lo cogí con la otra mano, sosteniéndolo frente a mi cara. Lo remangué un poco, con cuidado, como en una caricia. Luego, en un gesto rápido, clavé los dientes con saña en la carne, tal y como él había hecho, sintiendo cómo los colmillos se hundían en la carne.

Zacharyas observó la reacción de la parvus con curiosidad, esbozando una sonrisa cuando ella hizo lo propio. Al parecer, sin embargo, su veneno no funcionaba, pues ella se movía con naturalidad. Envidió de nuevo a la serpiente, que podía paralizar con sencillez y tener a sus presas incapaces de plantar cara a lo que siguiese, aunque fuese arrancarles la piel y los ojos.

El caeruleus arrugó la nariz y entrecerró los ojos cuando ella la pulsó. Luego simplemente la siguió con la mirada, curioso, preguntándose qué haría. Al corresponder ella a su envenenamiento con uno similar, Zacharyas cerró los ojos complacido, disfrutando del dolor que surgía de la zona mordida. Aquella sensación se extendía a la piel colindante, rápido, haciéndolo estremecer.

El mago abrió los ojos de pronto, agresivo, como si acabase de poseerlo un sentimiento cruel. Cuando quiso darse cuenta, su mano libre volaba hacia el pelo de la muchacha, que sujetó con seguridad, tomando así el control de su cabeza sin tirar demasiado. La guió sin cuidado, con los ojos repentinamente abiertos, fuera de sí, hasta pegar su columna contra el respaldo del asiento que ocupaba. La miraba de frente, sin pestañear, ido, obligándola también a dirigir sus ojos hacia los de él, como desafiándola.

Me sentí trastabillar cuando me empujó hacia atrás, aunque conseguí mantenerme en pie. Solté el brazo que sujetaba sin demasiada delicadeza en el proceso, con lo que desgarré algo de piel al separarme de él.

Alcé la vista, clavándola en sus ojos, seria. Bajé las manos, apoyándolas en el respaldo. Lentamente, las hice ascender de nuevo a los lados de mi cabeza, cerrando ambas en torno al brazo que me agarraba. Tragué saliva, expectante.

-Huy -murmuré.

Los labios del caeruleus se entreabrieron al notar cómo la piel que lo recubría se rasgaba. Apenas soltó un poco de aire, pero disfrutó notablemente la sensación. Se llevó entonces la carne abierta a los labios, probando fresca la sangre, y no reseca como la de su palma y su ropa.
Una macabra sonrisa se dibujó en sus labios. Sus ojeras parecieron repasarse, volverse más oscuras, para acompañar tal gesto.

Tirando ligeramente del cabello de la muchacha para obligarla a mantener la barbilla alzada, Zacharyas se aproximó a su cuello, recordando el mordisco de la serpiente. Eso quería hacer: hallar su aorta y clavar en ella sus colmillos, sintiendo la vibración de los latidos bajo la piel, retumbando a través de ella.

En aquel momento Zacharyas no estaba seguro de si era él mismo o no, peor tenía claro que ansiaba aquel veneno tan poderoso que paralizaría a la parvus tanto que apenas podría temblar al temer su muerte cercana.

Aunque apenas veía con tan poca luz, sí podía distinguir sus gestos. Lo vi llevarse la muñeca a la boca, y me llevé yo la lengua a un colmillo, como si pretendiera encontrar en él algún resto de su carne.

-Qué rico.

Abrí y cerré la boca varias veces, como si estuviera hablando muy bajito, pero sin emitir ningún sonido. Finalmente, cerré la boca y me limité a observar.

Él, por su parte, se iba acercando lentamente. Sentí un tirón en mi pelo y cómo mi cuello se inclinaba hacia atrás, sin que yo pudiera (ni intentara) hacer nada por evitarlo. Llegado un punto en que dejaba de poder verlo con claridad, alcé ambas manos hacia su cuello, atrayéndolo con más rapidez hacia mí.

Su presa no oponía resistencia, y Zacharyas no tardó en clavar los dientes en la carne, sintiendo a través de los labios y de la lengua la caliente sangre que circulaba a tan poca distancia que le parecía extraño no estar saboreándola.
Sus colmillos siguieron el recorrido de la aorta pellizcando la piel, amenazando con seccionarla en cualquier momento. Luego tomó una buena cantidad de carne entre los incisivos, sin llegar a atravesarla.

Zacharyas, lentamente, comenzaba a comprender aquello. La relación entre aquel ser depredador y asesino que salía de él con aquello que habían hecho le hacía diferenciar poco a poco dos instintos diferentes en su cuerpo, pero seguía sin saber separarlos.

Finalmente, Zacharyas tomó apenas un pequeño pliegue de piel y lo cortó, notando, esta vez sí, sabor a la sangre de Stalon en sus papilas gustativas, ansiosas por probarla tanto viva como muerta. Succionó con suavidad para hacer salir más.

FdR- Vampiro

FdR2- Rol pausado por habernos metido demasiado en el papel *cejas cejas*

Abrí la boca al sentir cómo atacaba mi cuello, mordiéndolo. Exhalé aire en una especie de suspiro y abracé su cabeza con fuerza, atrayéndolo más contra mí y sintiendo cómo, al hacerlo, sus dientes se clavaban más en mi carne.

La bola empezaba a moverse, y mi respiración se volvió más superficial, acelerándose un tanto. Cerré los ojos y la boca, respirando con fuerza por la nariz.

Se me escapó un pequeño quejido cuando sentí cómo pellizcaba mi piel, y los dedos se me tensaron, presionando y perdiéndose en su espesa mata de pelo. Fruncí los párpados, sintiendo un escalofrío cuando él comenzó a succionar, pero no hice ningún gesto para detenerlo.

Zacharyas había conseguido llegar a la sangre dulce y viva y notaba como con cada nueva succión algunas más gotas de esta se introducían en su boca, mezclándose con su saliva y repartiéndose por su lengua, que se encargaba de saborearla. El caeruleus pensó por un momento que podría alimentarse solo de aquello, como hacían algunos murciélagos y también algunos parásitos. ¿Qué le impedía a él ser como ellos, pensaba? Vivir solo de la sangre y el dolor de otros.

El corazón le latía en los tímpanos y los ojos ya no enfocaban ninguna imagen concreta, pareciendo desenfocarse a propósito. La pálida y huesuda mano que le quedaba libre tomó la derecha de Stalon, enterrada en su cabello abundante, y la hizo descender por su cuello hasta su hombro, obligándola a clavar las uñas en él una vez hubo llegado allí.
Quizás alimentarse de sangre parecía a Zacharyas una buena idea, pero también lo era el ser la presa de otros y proporcionarles a ellos la suya propia.

Una mano aferró la mía, guiándola. No abrí los ojos, pero sí accedí a ser guiada por su cuello hasta su hombro, clavando en él las uñas. Apreté los dedos, como pretendiendo llegar a la carne a través de la tela, y clavándome la propia tela en la separación entre la uña y la carne. Y, entonces sí, abrí los ojos.

Me zafé de su agarre e hice descender la mano izquierda hasta su hombro, a la misma altura de la derecha, para luego empujarlo un poco, alejándolo de mí. No me importaba si se mantenía sobre mi cuello, pero sí buscaba espacio para las manos. Una vez lo conseguí, desabroché la capa y la camisa, dejando la piel al descubierto y, con ella, una herida reciente en su vientre. La sombra había hecho muchas cosas.

Recorrí con las manos el torso, deteniéndome en la herida y, casi sin pretenderlo, comencé a arrancar la costra recién formada. Mientras lo hacía, mi otra mano volvía al hombro, al punto en que él la había colocado en un principio. Y, ahora que ya no había ropa de por medio, clavé las uñas en la piel con saña.

Stalon apartó a Zacharyas de sí, haciéndolo soltar un quejido algo animal antes de mirarla con reproche en su extraña mirada opaca, que parecía bastante carente de raciocinio en comparación con la habitual. Sin embargo, antes de agarrarla de nuevo para hacer notar su dominio, el caeruleus la observó desabrochar su ropa. La herida de su vientre comenzó a sangrar de nuevo cuando ella arrancó aquella costra, y Zacharyas expiró aire con satisfacción, con la boca cerrada, dejándolo silbar entre la lengua y el paladar, cuando sus uñas se clavaron en su piel.

-Âchnam...-susurró ronco, apuntando con la palma abierta al vientre de la parvus.

No era un hechizo que usase todo el potencial de Zacharyas. Parecía más un depredador que jugase con su presa que uno que intentase matarla. Aún así, quizás la hiriese sin darse cuenta y luego se arrepintiese. Pero, en aquel momento, Zacharyas no pensaba en eso.

La respuesta me tomó totalmente por sorpresa. Sentí un fuerte golpe en el vientre que me obligó a golpearme la espalda con el respaldo y me arrancó el aliento. Abrí mucho los ojos, soltándolo, y me llevé ambas manos al vientre, caliente y palpitante. La camisa estaba abierta, pues se habían roto algunos botones.

Tardé un momento en recuperar el aire, y cuando lo hice, jadeé, con la cabeza baja. Permanecí un momento quieta, aprovechando que tenía la espalda apoyada en el respaldo para mantenerme en el sitio.

Al cabo de un momento, alcé la vista, con una extraña sonrisa y un brillo salvaje en los ojos. Aferré con una mano el respaldo y formé la otra en un puño, que dirigí con fuerza contra su vientre, justo a la altura de la herida. Cuando el puño impacto en su objetivo, solté junto con los jadeos una suave risita gutural.

Zacharyas sonrió macabro al ver la expresión de la parvus. Desde luego, le había dolido. La camisa que llevaba se había abierto y la zona se había enrojecido, fruto del golpe. Zacharyas pensó en ese instante que le sería más sencillo alcanzar sus intestinos atravesando su blanda carne.

Ella respondió, disparando un puñetazo que Zacharyas recibió soltando el aire que contenían sus pulmones y apretando luego los dientes, dibujando una ancha sonrisa que rajaba su rostro pálido de un lado al otro.

Veloz, el caeruleus desenvainó su espadín y punzó a la parvus, dirigiéndolo hacia su rostro, pero retirándolo de la trayectoria en el último momento, clavándolo en uno de los huecos que había en el muro de piedra. No obstante, la punta del arma había rozado con suavidad la mejilla de la parvus al pasar, algo por debajo del pómulo, dejando allí como huella un pequeño corte.
Apoyado en su arma, aún clavada, Zacharyas avanzó hacia la recién formada herida y la lamió con suavidad, saboreándola, antes de alejarse de nuevo y mirarla, entre desafiante y animal, sin dejar de sonreír lleno de satisfacción.

Parpadeé al ver el arma venir hacia mí, pero entonces él desvió el espadín, con lo que solo sentí un pequeño escozor en la mejilla. Solté una risita nerviosa, mirándolo. Cuando se acercó a lamer la herida, cerré los ojos, estremeciéndome.

-Ya no estoy enterita -murmuré, sonriente.

De nuevo, apreté el puño, dispuesta de descargarlo a la altura de su pecho. Sin embargo, en el último momento, abrí la palma e invoqué un terra der que diera el golpe en lugar de mi mano.

El hechizo golpeó a Zacharyas, lanzándolo hacia atrás, haciéndolo caer de espaldas sobre el suelo, boca arriba. Hasta ese momento el caeruleus no hubiera imaginado que la magia de la parvus fuera tan fuerte, de forma que no había estado preparado para aquella intensidad.

Jadeó primero, aún en el suelo. Luego soltó una carcajada ahogada y, finalmente, una segunda risa más grave. Luego se levantó y la miró con intensidad, sonriendo con completa complacencia.

-Garves- siseó, apuntando a la muchacha y luego apretando la empuñadura de su arma, preparado para aproximarse.

Su respiración, entrecortada por la emoción, resonaba a través de su garganta.

Lo vi salir volando con una mueca de sorpresa congelada en el rostro. Luego, cuando lo oí reír, rompí a reír yo también, agarrándome la barriga con las manos. Entre el golpe de antes y la risa, me dolía mucho el vientre.

Me separé de la pared y me lancé al suelo al tiempo que él se levantaba. Nada más poner los pies en el suelo, todo se volvió negro. Con un grito de alarma y sorpresa, me llevé las manos a los ojos, tratando de abrir los párpados al máximo.

-¡Ah! ¡¡No estoy!! -exclamé, asustada.

Me tapé los ojos, agobiada, y me acuclillé, encogiéndome sobre mí misma. Tan solo una mano quedó extendida y, al azar, invoqué un terra der.

Zacharyas la vio bajar al suelo en el momento en el que su hechizo hacía efecto. Una risa gutural abandonó su garganta y se aproximó a ella sigiloso, evitando por los pelos el ataque de la parvus, que pasó junto a su hombro.

-Te he dejado ciega -siseó con voz ronca, agachándose al lado de la pequeña y cubriendo sus párpados con la mano.

En aquella situación los otros siempre eran muy vulnerables. Por algún motivo que Zacharyas consideraba irrelevante, todas las razas eran débiles a la oscuridad. Le gustaría comprender cómo era aquello de temer a la oscuridad, y no a la luz.

Al sentirlo a mi lado, con la mano sobre mis ojos, me lancé de golpe sobre él para tirarlo de espaldas, quedando sentada encima. Le propiné un fuerte puñetazo en el esternón. Los ojos me iban de un lado a otro, como buscando algún punto en que pudiera ver algo.

-¿Para siempre? -pregunté.

La respuesta vino por sí sola al cabo de un momento. Entrecerré los ojos, sintiendo que volvía a recibir luz. Parpadeé un par de veces y lo miré, sonriendo de nuevo.

-Ya está.

Zacharyas se sintió caer de espaldas, pesadamente. El golpe lo había dejado sin aliento un instante, tosiendo una vez, pero pronto recuperó la respiración y la sonrisa. Para dejarla ciega para siempre, pensó, necesitaría más nivel mágico del que tenía o una cuchara. Le valía otra cosa similar, pero con un garves como aquel no llegaba.

Asintió lentamente, dejando caer de nuevo la cabeza, apoyándola en el césped y mirando al cielo. Al respirar sentía el cuerpo de ella sobre el suyo, pesándole.

-Dura muy poco -dijo, extendiendo las manos hacia arriba, como si pretendiese coger una mota flotante de polvo o algo semejante.