Claustro.

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Un brillo de diversión acude a los ojos de Fera cuando ve la reacción del hombre. Al parecer, ha tenido buen ojo. Aunque, si ese es el perfil habitual de un guerrero de Brontë, la cosa deja bastante que desear.

Lo observa de nuevo, de arriba a abajo, parándose un instante en sus antebrazos al descubierto, marcados de numerosas cicatrices. Tal vez está subestimando al chico, pero su actitud, desde luego, no parece muy bélica.

Ignorando la mano que le ofrece, salta grácilmente el pequeño muro que separa el pasillo del claustro para ponerse frente a él. Mantiene en todo momento su sonrisa intacta.

Da un paso, acercándose deliberadamente a él, pero actuando con naturalidad. Se pone un poco de puntillas, con lo que sus rostros quedan más cerca el uno del otro. Abre la boca para hablar, y antes de hacerlo repasa con la punta de la lengua el colmillo superior izquierdo.

-Zacharyas Blacksmith, ¿eh? Interesante -responde, con voz clara y algo melosa-. ¿Y qué hace un hombre como tú en un sitio como Brontë, Zacharyas Blacksmith?

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Zacharyas no podía evitar sentirse algo intimidado por la actitud de la mujer. Le notaba un aura extraña, poderosa, que lo hacía sentirse sumiso. Supuso que sería aquella seguridad que parecía tener. Aunque no se presentó, el caeruleus no dijo nada al respecto, y cuando ella ignoró su mano él simplemente la bajó, dejándola caer al lado de su cuerpo y observando el recorrido de la chrysos.

Cuando ella se aproximó a él, a su rostro, el caeruleus no pudo evitar sonrojarse y notar calor en sus axilas. Desvió el rostro apenas un par de milímetros apartando la vista.

-He venido a ponerme a -. Carraspeó- prueba y a luchar junto al ejército de Brontë -dijo, poco seguro, notándose torpe y, por qué no decirlo, algo tonto.

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Aunque no parece en absoluto un adolescente, su actitud es propia de un crío de catorce años. Y, ciertamente, eso lo hace todo más divertido.

Con suavidad, Fera apoya una mano en su mejilla y le hace girar la cara de nuevo hacia ella. Clava en sus ojos negros una mirada hipnótica, y sin abandonar su sonrisa, suspira levemente, impulsando su fresco perfume hacia el rostro de Zacharyas.

-Y eso es muy loable, querido -responde, con la voz concesiva de una madre que felicita a su pequeño por un dibujo.

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El rostro de Zacharyas fue guiado de nuevo para que mirase en dirección al de la chica. El caeruleus dejó ir un poco de aire, como un suspiro tenue y nervioso. Ruborizado, escrutó los ojos de ella. Eran claros y hermosos. Pensó que a Stalon también le hubieran gustado. Parecían piedras preciosas. Y los tenía tan cerca que con extender la mano e introducir los dedos en sus órbitas podría extraerlos intactos.
Se dio cuenta de que su mano se había comenzado a mover a tiempo, deteniéndola cuando iniciaba su ascenso con intención de robar aquellos ojos.

Zacharyas apretó la mandíbula, ruborizado.

-No creo que sea para tanto... -dijo con voz áspera, solo por decir algo, sintiendo que si no hablaba lo dominaría por completo.

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Fera ve venir la mano del caeruleus, pero espera inmóvil, entre divertida y curiosa. Él, por su parte, parece escapar de la hipnosis de sus ojos y detiene su mano a medio camino, como cambiando de idea.

Su rubor resulta en cierto modo divertido, pero Fera empieza a sentir que está jugando con una presa demasiado fácil, por lo que no tarda en aburrirse. Con un nuevo suspiro, hace descender la mano de la cara de él por su cuello hasta su pecho, acercándose hasta pegar su cuerpo al suyo y recargando la fuerza de su mirada.

-Entonces -responde con voz tenue- aprende a hacerlo más interesante.

Y, en apenas un segundo, se separa de él y desaparece.

*Se desvanece*

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Zacharyas se quedó inmóvil, sin saber bien qué pasaba. Sintió a la mujer contra él y entreabrió los labios para dar alguna réplica a sus palabras, pero no sabía qué decirle a aquella desconocida. Le hubiera gustado explicarle que se sentía violento, que él no sabía de esas cosas y que si podía dejar de tocarlo así porque lo ponía muy nervioso, pero decir eso estaba socialmente mal visto. Quedabas como un lelo, y eso hasta Zacharyas lo sabía.

Por suerte para él, o por desgracia, tras decir unas últimas palabras la mujer se desvaneció. Y entonces Zacharyas, tras un segundo de incomprensión, abrió mucho los ojos entendiendo algo al fin. Aquella no era una guerrera normal y corriente, eso estaba claro. ¿Sería, quizás, uno de los nuevos líderes? O alguien que estaba de paso... O...

Fuera quien fuera, prefirió entrar de nuevo, por si regresaba.

*entra inseguro*

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Caminando sin dirigirme a ninguna parte, acabé en un patio interior desde el que se podía apreciar el cielo nocturno. Internándome el él, miré hacia arriba, curiosa. El cielo estaba oscuro, pero en él brillaban puntitos y la luna, medio tapada por los tejados, se percibía levemente. El cielo era un lugar curioso.

Me rasqué la cabeza y miré alrededor. Aquel lugar no era tan curioso como el cielo, pero no estaba mal del todo. Con paso firme y seguro, comencé a caminar en círculos, pegada al borde del patio, rodeándolo una y otra vez.

*Se queda dando vueltas*

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No sabía muy bien dónde me encontraba, aunque era definitivamente un lugar en el que nunca antes se me había ocurrido ir. Estaba muy oscuro, demasiado. Sin embargo, decidí quedarme, ya que la luz de las estrellas y la Luna conseguían alegrarme.

Me ayudé del bordillo que había en las paredes de ese sitio para recorrer el lugar con lentitud. ¿Dónde estaba?

De repente, me tropecé con algo bajo. Debía de ser un árbol o una estatua baja.

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Al cabo de un par de vueltas, distraída como estaba tropecé de bruces con algo. Sorprendida ante el tacto blando y suave con que me había chocado, me froté la frente y alcé la vista. Abrí los ojos al máximo y sonreí, divertida.

-¿Un chiquillo tiznado? -le pregunté.

Con una risa cantarina, lo bordeé y continué mi marcha en círculos, incansable.

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¡UNA VOZ! Alguien en algún lugar ahí abajo estaba hablando. Fue entonces cuando no lo dudé ni un momento.

- Ebrain aitchbrëa - El conjuro resonó por todo el lugar, que aún desconocía. Un destello cegador, seguido por un estremecimiento de pupilas, y finalmente un patio hermoso en el que me hallaba con una mujer sin piernas.

Bajé la vista, comprobando que esa chica había sido mi obstáculo, y probablemente la fuente de la que provenía la voz.

Aproveché el poco tiempo que duraría mi hechizo para analizarla con más detalle y precisión. Había algo que no me cuadraba. Tenía pies.

- ¿Quién eres? - Inquirí al mismo tiempo que preparaba mi pose heroica -. ¿Por qué me has atacado así, de repente?

Mi dedo índice apuntaba hacia su nariz.

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Me detuve en seco, cogida por sorpresa, y solté un fuerte chillido. De forma refleja, me acuclillé y encogí sobre mí misma, cerrando los ojos muy fuertemente y hundiendo la cabeza en las rodillas, tratando de evitar aquella luz dañina.

Ya no me moví de mi posición. Temblaba un poco, aunque no sabía bien por qué. Me dolían los ojos, la parte de atrás de las retinas, y no me sentía capaz de abrirlos. Ante mí se dibujaban nubecitas violetas y luces brillantes que aparecían y desaparecían. Parecía un cielo en pequeñito.

-Un chiquillo de cielos pequeños.

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La reacción de la chica fue graciosa y entretenida de ver´, aunque no tanto de oír, pues me había dejado los tímpanos arrugados, como cuando te pasas mucho tiempo bañándote. Se quedó en la misma posición durante más tiempo de lo que me habría gustado, pero finalmente la luz luz se desvaneció, y mi vista con ella.

- ¿Yo? ¿Un chiquillo de cielos pequeños? - Pregunté sin saber de qué estaba hablando -. ¿Tú? ¿Un chiquillo de cielos pequeños? - Repetí, ignorando el sentido de sus palabras.

Mis pupilas volvieron a estremecerse, aunque esta vez el proceso fue más lento y menos molesto. Moví mi cabeza hacia los lados, casi como si pudiese ver.

- Creo que puedes abrir los ojos.

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Solté una risita divertida. Aún con los ojos cerrados, me destapé la cara y me levanté. Di un par de pasos vacilantes, sin saber muy bien hacia dónde avanzaba.

-El cielo pequeño tiene un color bonito.

Me froté los ojos, todavía doloridos, antes de mirar alrededor, buscándolo. Cuando lo encontré, sonreí. Era bien. Volví a frotarme los ojos.

-No eres como el chiquillo, pero dueles un poco también.

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¿Duelo? ¿Por qué? ¡Yo no quería hacerle daño a nadie! Alcé mi mirada intentando identificar lo que ella indicaba, pero solo podía ver puntos luminosos en la oscuridad: mis fieles amigas las estrellas. Sin embargo, no entendía por qué lo llamaba pequeño, no entendía lo que trataba de decirme.

- ¿Qué cielo pequeño? ¿Qué dices? ¿Por qué dices que duelo? - Pregunté seguido, me estaba dando dolor de cabeza escuchar a la niña esa.

Apoyé mi espalda en el muro que siempre había estado siguiendo con mi mano y la deslicé hacia abajo, dejando caer mi cuerpo y terminando por sentarme en aquel lugar en lo que parecía, a primer contacto, alguna clase de hierba que lo caracterizaba todo en Fulmen, desde luego, nada que me sonase de las áridas tierras de Lumen.

- Siéntate conmigo, niña - ordené en voz alta, pero tierna, no quería obligarla a hacer nada.

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Avancé un poco hacia él y me senté con las piernas cruzadas, mirándolo. Mi vista aún estaba teñida de nubes violetas, que se alejaban de mi enfoque cuando intentaba fijar la vista en ellas.

-Los cielos pequeños son tus tesoros. Ahora tengo yo uno. ¿Me has cogido el carbón? No tengo en los brazos -me llevé la mano a la cara interna de los brazos, como abrazándome, frunciendo el ceño con expresión confusa.

Miré al cielo, al de verdad. Ahora, demás de las nubes de arriba, tenía mis nubes coloreadas.

-Es grande, arriba.

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La niña era muy graciosa para la edad que tendría. No pude evitar soltar ruidosas carcajadas a la vez que golpeaba el suelo con fuerza y seguridad.

- ¿Y hablas así todo el tiempo? ¿No te cansas? - Mis preguntas no hacían más que brotar, y aunque nunca llegase a responderlas del todo, me daba un poco igual.

Traté de acercarme un poco a ella siguiendo el lugar de procedencia de la voz, aunque no estaba muy seguro de haberlo logrado al completo.

- ¡Dicen que si todos los aether volasen al mismo tiempo en bandada no ocuparían ni una centésima parte de los cielos! Y eso que las alas extendidas ocupan mucho... - comenté orgulloso de mis propias palabras, acordándome de los cuentos de mi padre.

Edad : 31 Mensajes : 1315

Parpadeé un par de veces, viendo deshacerse las nubes de colores y preguntándome adónde irían. Escuchaba al chiquillo oscuro de refilón, pero entendía lo suficiente. Asentí, conforme.

Con decisión, me incliné hacia él y busqué su mano, que extendí con la palma hacia arriba. Metí la mano en un bolsillo y saqué de él un puñado de plumas blancas, que puse en su mano. El contraste era suficientemente fuerte para verlo con aquella escasa luz.

-Muchas de estas. Y así es blanco todo -. Lo miré.

Edad : 31 Mensajes : 90

Sentí como me agarraba la mano y poco después ponía algo en ella. Era suave, relajante y, de alguna forma, misterioso. ¿Acaso me estaba dando a tocar un cacho de nube? Quizás ella también era una surcadora de los cielos, y por eso hablaba tanto de ellos. Sin embargo, no la recordaba con alas.

No podía ver nada. Absolutamente nada, a excepción de las centelleantes luces dispuestas en el techo aleatoriamente.

- ¡Guay! ¡Qué suaves! - Exclamé, palpando y sintiendo aquello que tenía entre mis dedos que casi veían aquellas extrañas formas deslizarse entre ellos.

Entonces arranqué un poco de hierba del suelo, y teniendo en cuenta la posición de su mano que acababa de tocarme, esparcí los cachos de hierba sobre el lugar donde debería estar su cabeza, como si de polvos mágicos se tratasen.

Edad : 31 Mensajes : 1315

Se me escapó un pequeño grito ahogado, mientras soltaba su mano para llevar ambas a la cabeza. Solté una carcajada y lo miré, contenta.

Traté de recoger de mi cabeza todas aquellas hierbitas e hice un puñado con ellas. Las acaricié en mi mano, fascinada. Luego, con rapidez, me eché hacia delante y le pasé las hierbas por la cara en una pequeña caricia. Con un dedo, señalé las plumas que había dejado en su mano.

-Verde por blanco -dije, guardando los hierbajos en mi bolsillo.

Sin esperar respuesta, me levanté y eché a correr, saliendo del claustro. A mis espaldas, el chiquillo oscuro se levantó también, tomando su propio camino.

*Se van*

Moderador Edad : 31 Mensajes : 1997

Descanso en pijama, sentado en uno de los bancos de piedra que hay en el patio interior del palacio. Rara vez había pasado de largo por este lugar, pero nunca me había parado en él. Sin embargo, lo encontré acogedor, portando bajo mi brazo un par de libros con olor a nuevo.

La colección de Chárity Strauss me había devuelto algo de bienestar, por lo que con una sonrisa tímida, me quedo leyendo en el lugar, mientras la fuentecilla del centro, me ameniza la lectura.

*se queda todo contento*

Jefe de Raza Mensajes : 1036

Al líder le habían informado de que el piscis ya empezaba a dar señales de mejora y que ya salía a pasear por el palacio. Siendo así, el chico estaría más receptivo y podría tener con él una mejor conversación que la primera.

Lo buscó por los lugares cercanos a la enfermería y dio con él en el claustro, tomando el aire junto con un libro. El líder se acercó despacio, paseando con calma bajo el sol que se le hacía algo molesto todavía. En cuanto llegó junto al chico, se detuvo.

—Veo que ya estás mejor —Le dijo con los ojos entornados a causa de la luz. Veía al chico con demasiado brillo como para diferenciar bien cuál era su estado. No obstante, tenía mejor cara que el primer día.

Moderador Edad : 31 Mensajes : 1997

Una sombra me cubre el rostro y alzo la cabeza para ver de quién se trata. En cuanto lo veo, vuelvo a agachar la cabeza y me paso el largo pelo por detrás de una oreja, azorado y recordar la conversación con Lyam, ensombrece mi mirada.

-Buenos días, señor. - Digo cohibido.- Ya me encuentro mejor- río cansado-. Muchas gracias por todo- se lo digo a él, pero en realidad, le estoy agradecido al palacio en general, por todos los cuidados que me dan.
Lo miro de nuevo, esta vez con luz y, a diferencia de cuando lo hizo en la enfermería, esta vez puedo apreciarlo por completo, admirando su belleza y sus rasgos que, en ningún momento desaparecieron de mi mente durante mi cautiverio. Sonrío avergonzado, echando todo el aire de golpe y agachando la cabeza. -Sigue... tan hermoso como siempre- balbuceo.

-¿Sabe? Svend me ha regalado todos estos libros- digo enseñándole el que tengo entre manos.- ¿No es fantástico?- río.

Jefe de Raza Mensajes : 1036

Escuchó al muchacho decir que se encontraba bien, aunque continuaba bajando la cabeza con cierta resignación. El líder observó un poco más -dentro de lo que podía con aquella luz-, manteniéndose estático frente a él.

—Me alegra saberlo —Le respondió inicialmente —Pero parece que todavía hay cosas que te preocupan —Instó, animando al chico a hablar.

Al comentario del muchacho sobre su apariencia, el líder sonrió con calma. En esencia parecía no haber cambiado demasiado. Sostuvo un mechón del rubio pelo del chico, observando cuánto había crecido.

Luego escuchó al chico explicarle sobre la procedencia de los libros. Al parecer al líder claritas se le había derretido ese corazoncito de luz que tenía y había dado un par de caprichos al chico. Amplió ligeramente la sonrisa y le acarició la cabeza al chico.

—Claro, es un tipo algo peculiar, pero parece que tiene sus buenos momentos —Obvió comentar nada más respecto al hecho. A pesar de que le pareció una estrategia algo interesada por parte del claritas. Sin embargo, no era momento para hablar de cosas negativas al chico.

Moderador Edad : 31 Mensajes : 1997

Me quedo pensativo al escuchar su pretensión. - Bueno... hay algo que sí me escama...- digo frotándome los brazos. - ... El otro día... bueno... me encontré con Lyam y... bueno... me dijo que... - lo miro a los ojos.- Me dijo que Lyam, Heylel, Massen, Rick, Alehyss y una chica llamada Figer, o algo así... que me habían salvado pero... - trago saliva- tú no - digo un poco contrariado.

Me desplazo para dejarle sitio por si quiere sentarse a mi lado, sonriente.
- ¿Quiere sentarse conmigo?- digo dejando a un lado uno de mis libros, fijando mi atención en él.

-¿Sabe? - le pregunto mirándome las manos.- He perdido mi arma... Altheda- digo angustiado.- Por lo que... quizás tenga tiempo en mi recuperación de centrarme en algo de pociones...- explico encogiéndome de hombros.- ¿Se acuerda cuando tropezamos aquel día en los pasillos? - río, haciendo memoria.- Se me rompió toda mi colección de pociones. Fue una gran pérdida- aclaro.

Jefe de Raza Mensajes : 1036

Escuchó al piscis y frunció ligeramente el ceño. Otra vez ese chrysos molesto, ¿no podía meterse en sus asuntos? Por mucho que el chico dijese, parecía que siempre buscaba la oportunidad perfecta para hablar mal del líder en cualquier situación. Al líder caeruleus empezaba a cansarse de aquel chiquillo.

En cuanto el piscis se apartó, el líder tomó asiento con delicadeza y cruzó las piernas.

—Lyam, ese muchacho no deja de romperme la cabeza. Parece que su odio hacia a mí no le deja decir dos palabras sin criticarme. Ah, esto empieza a resultar muy pesado... —Se quejó con solemnidad, llevándose una mano a la frente —Pero bueno, supongo que es algo habitual en una figura política como yo... —Añado, luego miro a Silvanus con una sonrisa amable —Lyam, Heylel, Alehyss, Rick, Massen, Fier... Ellos fueron enviados a recogerte, es cierto. Pero yo fui quien te buscó por Ignis, siguiendo la luz de tu oreja. No suelo dar demasiadas explicaciones, pero si tanto te preocupa te lo contaré —Indicó, cruzando las manos sobre su rodilla.

—Fue bastante complicado saber por dónde continuar cuando desapareciste. Después de los primeros meses, la mayoría te dieron por muerto y dejaron la investigación. Una vez hubo pasado más tiempo, casi nadie mantenía la esperanza de encontrarte —Comenzó con cierto tono apagado —Sin embargo, a causa del conjuro de tu oreja -que observaba diariamente-, yo sabía que seguías vivo y que todavía podía encontrarte. Fue durante un viaje a Ignis cuando me di cuenta —Su voz sonó más estoica y entusiasmada —La oreja comenzó a dar nuevas señales y entonces supe que te había encontrado —Hizo una pausa, luego fijó su vista en un punto alejado de la luz —Puse en alerta a las autoridades de Ciudad Capital, ordené a mis guardias personales y a los ignitas rastrear la zona y, cuando al fin pudimos concretar el lugar exacto, me encargué de descubrir qué es lo que estaba pasando —Tomó aire, como si rememorar aquellos momentos resultase algo incómodo —No fue fácil utilizar cierto tipo de magia... Para poder localizarte a tantos metros bajo tierra tuve que llevar a cabo ciertas... actividades poco recomendables —El líder se miró la mano derecha mientras la abrió y cerró como si todavía la tuviese entumecida. Luego miró de nuevo al piscis y le dedicó una nueva sonrisa amable —El resultado fue que conseguí encontrarte y tú hiciste tu trabajo manteniéndote vivo —Acarició el mentón del muchacho con los dedos —Luego solo tuve que dar la alarma y movilizar a Brontë para que acabasen el trabajo —Se apartó el pelo de delante de la cara y luego dejó salir el aire.

En cuanto el chico le informa de lo de las pociones, asintió.

—Es un buen camino. Si es así, posiblemente algún día puedas entender un poco más sobre lo que hice ese día por encontrarte —Indicó, acariciándole la nuca con cariño.

FDR: Rol pausado.