Claustro.

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No fueron solos, y doblaban en número a los atacantes. Otra ventaja más aparte de la de conocimiento del terreno, puesto que no dudo que Zacharyas conoce el cementerio. Técnicamente, ni se habría corrido peligro, ni las posibilidades de fracasar habían sido demasiado reales. Asiento, dándome por satisfecha con esos datos, y quedándome sin conocer quiénes eran los atacantes o qué querían. Le imito al acabar de asimilar la información encogiéndome levemente de hombros.

Yyyy... Ya no tengo nada más que comentarle. No creo que le apetezca oír las minucias de los distintos tipos de reumas aether, ni que le estaba escribiendo a mi madre. Tengo que apañármelas para continuarle la conversación sin resultarle demasiado mujer. Con lo que, antes que aburrirle, hago tiempo para pensar y me guardo el papel doblado en las faldas del vestido, el lápiz en la oreja, y me apoyo contra la pared. Tomar asiento donde previamente me encontraba lo veía demasiado maleducado -y alejado de él-, con lo que es inmediatamente descartado.

- ¿Queda entonces fuera de lugar que diga que me siento bien u orgullosa porque que seas un buen guerrero? ¿O ha de darse por sabido?-. Es genuina curiosidad, y lo pregunto con ciertos nervios cosquilleantes. No sé si le gustará demasiado el interminable aduleo típico de las mujeres, pero a mi me gustaría poder de cuando en cuando decirle cosas bonitas.

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Una vez más, enarqué una ceja. No estaba acostumbrado a esa clase de comentarios, o al menos no por parte de alguien como ella. Había muchos sirvientes, criados y demás que empleaban aquellos métodos aduladores en las casas nobles, y había experimentado aquella clase de actitudes tanto en Ignis como en Ventus. Especialmente en la Ciudad Tornado, pues a mi madre le encantaban aquella clase de comentarios y, como su favorito, yo debía recibirlos también.

Tardé un poco más de lo habitual en responder. Me resultaba extraño. Ella (o así yo lo veía) no estaba por debajo de mí como para sentirse obligada a aquella clase de comentarios. De igual a igual, resulta poco natural oír esa clase de cosas. Supuse que, fuera de mi ambiente, aquello tendría un significado más allá del interés por llamar la atención del señor.

-Si eso te satisface... -contesté finalmente, sin saber muy bien qué clase de respuesta estaba esperando.

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Se me queda un tanto inmóvil con la ceja enarcada, lo que me hace sospechar que he dado un paso en falso. Sin embargo, no añado nada y tan pacientemente como sé, espero a su respuesta para saber por dónde dirigirme. No borro la sonrisa, porque una pequeña parte de mí está divertida con lo ligeramente confuso que parece mirarme. Cuando conviene en si ello me satisface, se me escama un pequeño "¿hum?" mientras ahogo una pequeña carcajada. Para mejorarlo un poco, me encojo de hombros.

- ¿Qué? No es mentira. Ni me satisface ni me deja de satisfacer, es la verdad. Compartiéndola para hacerte consciente lo único que busco es que te sientas bien, confiado y levemente halagado y ya está. Pero si no te es plato de gusto, no te lo digo.- Vuelvo a encogerme de hombros levemente avergonzada. Esta vez sí que retiro la vista, porque me da la impresión de que me he explicado demasiado para una cosa tan tonta como es querer hacer que la otra persona se sienta bien. Y eso me hace sentir tonta. Respiro hondo tan levemente como puedo, haciéndolo por la boca para que sea menos obvio, tomando así valentía. De nuevo mirándole a los ojos, me pregunto qué clase de estúpido y malformado clan social le crió. O también, en qué buen momento se me ocurriría querer ser normal y hablar como una joven normal.

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Por sus palabras, no parecía tener connotaciones muy distintas a lo que yo conocía. Eso lo hacía más extraño. Por ende, ella parecía incómoda. ¿Había entendido mi extrañeza? ¿O el problema era precisamente lo contrario? Bien pensado, ella no tenía mucho que ver conmigo. Pese a su apariencia altiva y delicada, había dejado bien claro en un par de ocasiones que no tenía relación con la nobleza. Pero eso, en cualquier caso, no la colocaba necesariamente en el rol complementario. Desde luego, no parecía en absoluto que aquel fuera su papel.

Una vez más, me exasperaba el no entender qué le pasaba por la cabeza. No era consciente de haber hecho nada que pudiera haberla ofendido, ni encontraba motivos para que se pusiera a la defensiva. A pesar de las apariencias, era completamente distinta a las mujeres con las que estaba acostumbrado a tratar, lo que suponía empezar de cero en las relaciones sociales. Quién me mandaría meterme en esta clase de problemas.

-Está bien entonces -fue todo lo que se me ocurrió.

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Por encima de todo, su tan contundente y plana respuesta me pisa el poco ánimo que me pueda quedar de querer ser normal, social, o agradable siquiera. Aunque tampoco los momentos en los que había sido completa y desnudamente yo delante de él habían salido bien -y pienso esto recordando sobre todo el momento en el que le aventé la capa sin siquiera cuidar de un permiso- prefiero sentirme desahogada en mi piel por más que la situación sea igualmente tintada en incomodidad.

- No-. Murmuro, suspirando. Abrazando la decisión de mostrarme sin trabas o sin intentar adaptarme, reclamo su mano para mí. Con suavidad, sí. Pero quiero y me apetece cogerle de la mano: Porque es mi chico, porque quiero trasmitirle con claridad, y porque quiero que me preste atención Podría seguir dando razones, pero tengo que centrarme. Con calma y naturalidad, como si estuviese explicando por qué el cielo es azul, continúo.- No está bien, porque no sé cómo hacerte sentir bien. Se supone que acabo de hacerte sentir un poco más hombre, porque eso es lo que se supone que tiene que hacer una muchachita encantadora que quiere conservar al hombre a su lado. Visto que no ha funcionado porque me has mirado como si no me reconocieras o estuvieses viendo a otra, allá va: Me importa bien poco la norma social, pero si siguiéndola no logro hacerte sentir bien, entonces no sé qué es lo que hay que hacer.

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Tomando mi mano, comenzó a explicarse. Para no variar, parecía ver problemas donde no los había, como intentando hacer del mundo un lugar perfecto. Quizá era eso. Al fin y al cabo, había demostrado parecerse mucho a mi madre, y ella era una mujer muy perfeccionista. Por desgracia. Tal vez, sencillamente, aquel fuera también el caso de la chica. Mantuve el gesto.

-No necesitas hacer nada -repuse, casi como quien intenta explicarle algo a un niño-. Ese planteamiento es propio de un criado que tema perder a su amo si no alimenta su ego lo suficiente. Por mi parte, me crié demasiado envuelto en esa clase de tratos como para que me impresionen o me reconforten. Tú no necesitas hacer nada de eso, y deberías saberlo. No necesitas hacerme sentir más hombre. No necesitas grandes esfuerzos para mantenerme a tu lado. No necesitas seguir una norma social que alguien muy egocéntrico implantó en algún momento de la historia. Es suficiente con que seas tú misma y, hablando sin tapujos, también es mucho más sincero.

Mi gesto serio corroboraba la firmeza de mis palabras. ¿Lo que se supone que tiene que hacer una muchachita encantadora? Por favor. Un poco de rebeldía, creía que estaba demostrando que no era una muñeca de porcelana.

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Mantiene el gesto tan firmemente obtuso como siempre, y para cuando le es el turno hablar, me hace sentir como la tonta que soy. No quiero ser su criada, ni mucho menos que me relacione con su entorno pasado si es que así es que le trataron. Por la parte buena, creo que me siento aliviada que me diga que no necesite hacer mucho esfuerzo para mantenerlo. Pero incluso ello tiene cosas buenas y cosas malas y mil matices que no sé si me gustan o no.

- Pero, ¿Y si quiero? ¿Tan malo es que quiera que sonrías?.- No concibo una relación en la que no tenga que aportar nada. Sin embargo, mi pulso y mi mente van demasiado acelerados. Tengo demasiado en lo que pensar antes de poder darle una respuesta o acomodarme a lo que él dice siquiera. Me siento agresiva y debilitada al mismo tiempo, idiota al querer tener buenas intenciones. Como tal, confluyo contra él entre darle un tirón hacia mí e impulsarme a por él-. Pensaré en lo que me has dicho, no ha caído en saco roto. Pero, tengo un pero. Necesitaré verte de nuevo. Pronto.

Le robo un pequeño mordisco casi sin compasión a su labio inferior, para luego dar una ligera caricia de disculpa con la lengua, y salgo a correr. A fuera. A la lluvia. Lejos. A pensar.

*Se marcha corriendo*

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Suspiré. Sí que lo hacía complicado, desde luego.

-Tendrás que encontrar otra forma. Algo más... personal.

No tuve tiempo de decir mucho más antes de que tire de mí y, poniéndose de puntillas, hable. La miré fijamente a los ojos mientras hablaba, tratando de no distraerme con su olor. Cuando terminó de hablar, abrí la boca para responder, conforme, pero tampoco me dio ocasión entonces, ocupando un breve instante mi boca con la suya, en un gesto extraño que no supe si identificar como un beso. Instintivamente traté de corresponder, aunque a duras penas me vi capaz, pues tras un agudo mordisco se separó, me soltó, y echó a correr hacia la lluvia.

Me quedé un momento viéndola alejarse, antes de sacudir la cabeza y seguir mi camino. Fier era complicada, pero mucho más agradable cuando se dejaba llevar por sus impulsos.

*Se va*

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El silencio únicamente era roto por el sonido de los grillos, el de la fuente y a lo lejos, por el ruido de la vida normal del interior del palacio.
El aire olía muy bien. A comida, pues era la hora de la cena. Sin embargo Errland se encontraba solo en el claustro del palacio, sentado a la vera de la fuentecilla de piedra del centro, con los codos en las rodillas y, entre sus manos, la carta que acababa de recibir aquella tarde.
Aquello no era serio.
Su primera impresión del Gran Ejército de Brontë era si cabe, peor de lo que se esperaba, pues no solo estaba formado por jovencillos (por lo que pudo vislumbrar en las habitaciones, pasillos y demás ya que se había dedicado a conocer la zona) sino que el primer evento al que era invitado y... una fiesta de cumpleaños. ¿Qué clase de seriedad era aquella?

No le sobraban ganas de volverse por donde había venido. Quería que alguien le explicase aquello. Si bien, el cumpleaños era del viejo Brumm, lo que le hacía sentir cierta vergüenza.
En su mente no estaba la idea ni de pasarse por aquel evento completamente fuera de lugar. Primero por principios de guerra. Segundo, no conocía a nadie y se iba a sentir incómodo. Aunque aquello le importaba más bien poco o nada.

Sus ojos, cansados y serios, emanaban una gran tranquilidad al leer la carta. Sin embargo, estaba bastante enfadado. Le había parecido una falta de seriedad tremenda.
No se había tragado semejante viaje para ahora celebrar una verbena. Si hubiese querido honrar al jefe Parvus, lo habría hecho de otra manera...
-Viejo borracho... - masculló.
Sentía un respeto insondable por el líder Parvus, sin embargo, le llegaba a molestar bastante su carácter despreocupado.
Los Parvus eran más que los monigotes de los seis restantes.
Él vivía para proteger a su familia y a su país.
Ya había fallado en la primera. No iba a fallar en la segunda.
Arrugó la nota y se la metió en el interior de una bota.

*se va*

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Salgo al exterior frustrada. Camino con pasos energéticos y el ceño fruncido, respirando hondo cuando me doy de lleno con el aire fresco. Una chispa salta de mi brazo, pero logro calmarme un poco. Llevo el sobre cerrado en la mano con la carta para Corbin. Intercepto a una chica de servicio y se la entrego, diciéndole que se la haga llegar. Así, de paso, me quedo sola en este sitio.
Saco mi kusarigama de su funda y comienzo a girar la cadena en el aire. Al cortarlo, silba, furiosa como yo. Me dedico a hacer diferentes combinaciones de giro, girando siempre hacia delante, pero mezclando diferentes ángulos, cambiando de lado la cadena, como si estuviera hostigando a un enemigo, amenazándolo, sin lanzarla en ningún momento.

*se queda furiosa*

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Corbin caminaba sin rumbo fijo, recién salido de una interesante mañana de lectura en la biblioteca. Una chrysos, vestida con el uniforme del servicio del palacio, lo detuvo en medio del pasillo y le hizo entrega de un sobre. Corbin lo contempló un momento, desconcertado antes de tomarlo y leer el remitente. Todo cobró sentido entonces, aunque le sorprendía la eficiencia de la chica.

-No esperaba una respuesta tan pronto -murmuró, más para sí que para la mujer.

Ella, por su parte, le indicó que acababa de dársela una joven con la que había topado un poco más allá, en el claustro. Tras darle las gracias, Corbin guardó el sobre y se dirigió hacia allí, preguntándose si aún tendría oportunidad de saludarla o si ya se había ido.

Se encontró con que Alehyss seguía en el claustro, concentrada en su entrenamiento. A Corbin le brillaron un instante los ojos. Así que aquella era su forma de luchar. Aunque no parecía realmente que llegara a atacar en ningún momento. Apoyado en una columna, Corbin decidió quedarse a observarla, con evidente interés.

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Por el rabillo del ojo veo una figura moverse. Ladeo ligeramente la cabeza e identifico a Corbin. Frunzo ligeramente el ceño. A qué velocidad aparece cuando se le escribe. No me esperaba verlo hoy, y en estas circunstancias casi imagino que él acabará no queriendo haberme encontrado a mí.
Con un giro de muñeca especialmente brusco, cambio el giro de la bola y le otorgo más velocidad. Me giro de pronto, hacia él, entonces, dejando ir la cadena y avanzando un par de pasos, lanzándole un tiro horizontal hacia el cuello. Sin embargo, usando mi mano como eje, no dejo que la bola alcance su cuerpo, sino que pasa a unos quince centímetros de él. La bola vuelve hacia mí, siguiendo la circunferencia iniciada y, de un tirón seco, cambio su giro de horizontal a diagonal, haciendo que se clave en el suelo. Recojo algo de cadena, haciendo pender de nuevo la bola de mi mano, y lo miro, serena, seca.

-Hola –murmuro.

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Alehyss no tardó en verlo, y entonces se giró a atacarle. Tan rápido como pudo, Corbin retrocedió un paso y sacó uno de los puños de acero del bolsillo, interponiéndolo entre el arma y su cuello. Sin embargo, la bola no llegó a alcanzarlo, pues la chica no la dejó ir tan lejos. Acabó por recoger la cadena.

Corbin se mantuvo un momento más en su postura de defensa, mirando a la chrysos con gesto serio y concentrado. Finalmente, bajó el puño y metió ambas manos en los bolsillos, con cierta tranquilidad, para luego volver a apoyarse en la columna. Aprovechó aquello para ponerse el otro puño, solo por si acaso. No debía bajar la guardia.

-Hola -respondió al saludo, con la misma seriedad.

Señaló el arma con un gesto de cabeza.

-Muy interesante. Es la primera vez que veo una.

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Su reacción implica unos grandes reflejos, aunque no me sorprende. Lo que sí me extraña es lo que parece ser su arma: los puños. Reforzados, al fin y al cabo, pero siguen siendo los puños. Tiene que ser muy bueno utilizando tan poco alcance en una guerra, donde puedes encontrarte con armas de todo tipo. El hecho de que se sienta tan seguro con ellos no me tranquiliza con respecto a él, sino más bien lo contrario.

-Kusarigama –digo, acercándome un poco más hacia él mientras pliego la cadena y paso a sujetarla con la misma mano que la hoz-. Es muy útil contra espadas ligeras. Y también sigilosa.

Lo observo, serena, aunque frunciendo el ceño ligeramente.

-¿Luchas con puños de hierro? –inquiero, aunque la respuesta es casi obvia.

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Contempló el arma, alzando levemente las cejas. Kusarigama. Había oído hablar de ellas alguna vez, aunque sabía que era un arma poco común. De uso complicado, en su opinión, aunque la chica había demostrado una admirable precisión con ella. Imponía algo de respeto a primera vista, aunque Corbin no tardó en concentrarse en buscar en su cabeza los posibles puntos débiles del arma.

A su pregunta, asintió lentamente, sacando la mano derecha del bolsillo para mostrárselo.

-Ligeros, discretos, aumentan el daño y amortiguan el golpe que recibe la mano -respondió, guardando de nuevo la mano en el bolsillo-. Se basan en tu capacidad de usar tu propio cuerpo para luchar, lo que implica que, si sabes manejarlos, puedes defenderte bien sin ayuda de un arma. Es un doble entrenamiento.

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Observo su mano, protegida por aquella forma metálica. Desde luego, los atributos que le otorga son ciertos, aunque yo no sería capaz de acabar con nadie utilizando algo así. Mi agilidad quizás me permitiese alcanzar el cuerpo del enemigo, pero no sería difícil que me superase en fuerza. Yo prefiero optar por métodos de ataque más indirectos que no comprometan tanto mi seguridad.

-Yo prefiero utilizar otro tipo de técnicas físicas menos brutales -. Lo miro, evaluando su reacción-. Aunque supongo que con mi fuerza resultan mucho más útiles los ataques a distancia o las técnicas basadas en la fuerza del contrario.

Los ojos me sueltan un leve brillo de interés. Me hubiera gustado verlo en acción la noche de los mercenarios.

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Corbin se dedicó a analizarla mientras hablaba, y llegó a la conclusión de que la chica tenía razón. En general, las mujeres tendían a tener una fuerza menor, pero mucha más agilidad que los hombres. En unas condiciones así, y visto que ella, por su constitución, no parecía salirse de esa media, era lógico pensar que necesitaba un estilo de ataque más esquivo para sobreponerse a su oponente.

-Siempre hay que tener en cuenta las facilidades de cada uno -concedió, volviendo a mirar su arma.

Suponía, entonces, que aquella bola metálica no sería demasiado pesada. La hoz, por su parte, debía ser de las mismas características. No le pasó por alto el hecho de que toda el arma, mango de la hoz incluido, fuese metálico. Se preguntó si sus puños, también de metal, supondrían una ventaja para ella en el combate, y hasta qué punto dominaría la magia. Si prefería la distancia, siendo chrysos, era probable que no prestara demasiada atención a ese aspecto; por otra parte, teniendo en cuenta que su arma podía ser un puente para sus hechizos, era plausible que, sencillamente, los utilizara siguiendo su esquivo estilo de lucha.

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Comienzo a girar de nuevo la bola sin soltar mucha cadena, haciendo que silbe en el aire. Lo miro completamente inexpresiva.

-¿Recibiste mi carta? -inquiero. No detallaba mi posición, pero me parece extraño que aparezca nada más enviársela. Quizás la chica le informó de dónde estaba, lo que me hace preguntarme algo. ¿Acaso vino buscándome?
Sea como sea, es un buen momento para intentar averiguar lo del borrón de tinta.

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Corbin pensó en deshacerse de uno de sus puños y mostrar directamente el sobre sin abrir, pero el ver a la chica girando la cadena le hizo cambiar de idea. No creía que tuviera intención de hacerle daño, pero eso no era un motivo para no mantener la guardia.

Así pues, se limitó a un leve asentimiento de cabeza, sin perder de vista a la chica ni su arma.

-Justo hace un momento -respondió-. De hecho, ni siquiera he tenido tiempo de leerla. Desde luego, no sé qué habrás puesto en ella, pero no pierdes un segundo en responder.

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Esbozo una leve sonrisa, mordaz. Los ojos me brillan un instante.

-Tenía las cosas claras -. La bola se detiene. Avanzo un nuevo paso hacia él, mirándolo con cierto matiz desafiante-. Aunque no esperes un contenido demasiado interesante.

Estoy a punto de añadir un "me interrumpieron mientras la escribía", pero logro contenerme. Esa apreciación estaría completamente fuera de lugar, y no me apetece abrirme a este hombre de ese modo.

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-Eso siempre ayuda.

La bola detuvo su movimiento y la chrysos se acercó un paso, con un aire algo provocador. Corbin se mantuvo donde estaba, sin variar la postura ni el gesto. Aunque parecía sereno, seguía en guardia.

Se encogió a las palabras de la chica.

-Siempre está bien no dar demasiadas expectativas -repuso con calma-. De esa forma, toda sorpresa o impresión será en positivo.

Aunque, probablemente, la carta fuera tal y como ella había dicho. Entre otras cosas, porque dada su relación no tendría mucho que contarle.

-En cualquier caso, no será muy diferente de la mía, si es así.

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Me acerco un paso más. Si diese otro, chocaría contra él. Ladeo la cabeza ligeramente, esbozando una ligera sonrisa, observándolo.

-¿Qué tal han ido tus lecturas? -. Una breve pausa en la que aguardo por alguna respuesta. Luego prosigo-. ¿Y tu entrenamiento? No te he visto manejar tus armas, todavía.

Ayer Lyam pudo haber explotado y ahora yo no me encontraría aquí, así. Seguramente estaría arrepentida, pero no en este estado ridículo y estúpido en el que me encuentro

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De nuevo, un paso. En aquel momento, la chrysos estaba ya demasiado cerca para que manejar la cadena de su arma tuviera algún sentido. Sin embargo, la hoz seguía allí, y no era precisamente un elemento menos peligroso. Corbin lo sabía, pero no hizo nada al respecto.

Se limitó a observar a la chica, que sonreía un poco.

-Precisamente he pasado toda la mañana entre libros -respondió, con un encogimiento de hombros-. Aunque he leído cosas mejores que las de esta mañana.

De nuevo, una pregunta. Y, esta vez, Corbin tuvo la sensación de que incluía algún matiz extraño, aunque no se vio capaz de descifrarlo.

-Empiezo a pensar que quizá debería prestar más atención a la magia -contestó por fin, ignorándolo-. Por otra parte, parece que cesan las lluvias, lo que hará más sencillo luchar al aire libre. Aunque también menos duro.

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Asiento lentamente.

-También yo he comenzado con la magia. Es imposible dominar todas las destrezas por igual, pero supongo que el tiempo y la práctica te acercan a la perfección, aunque nunca la alcances.

Inspiro ligeramente, tratando de captar su olor, pero disfrazándolo de respiración. No parece absolutamente interesado en tocarme. Es frustrante, pero al mismo tiempo me genera cierta ansiedad.

-Veo que eres muy serio en lo relativo a entrenamiento -. De nuevo, me brillan un instante los ojos. Literalmente. No logro contener esos pequeños chispazos de interés-. ¿Siempre eres tan serio?

¿Quién soy yo para preguntarlo, realmente? Siempre soy borde, que equivale a siempre ser serio.

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Corbin acogió aquella nueva información con interés. Si era cierto lo que decía, significaba que, efectivamente, prestaba más atención a su arma que a su magia, y que en consecuencia era más diestra con la primera. Se preguntaba hasta qué punto estaba marcada aquella diferencia. En su caso, intentaba manejarse tan bien como podía con la magia, que siempre era un buen complemento, pero estaba claro que no era más que eso, un complemento.

Asintió lentamente a su comentario.

-Así se me ha educado. Si tu vida depende de tu habilidad de combate, no puedes tomarte el entrenamiento como una broma -repuso con total naturalidad, como si se tratara de una idea que ocupara su cabeza desde siempre.

Alzó las cejas a la pregunta de ella, sin estar seguro de a qué se refería.

-Bueno, centro mi vida en el entrenamiento, y la única distracción que me permito es la literatura, que también requiere concentración -replicó-. Así que supongo que la respuesta es sí.

FdR.: La respuesta es sí, Alehyss, desquíciate porque no te sigo el rollo. Eso, eso.