Claustro.

Ben caminaba junto al piscis con aire animado, y de vez en cuando miraba de reojo al animal que los seguía. Era un compañero curioso, desde luego. Ambos lo eran. Pero, de hecho, a Ben le parecían una compañía interesante.

-¿Aquí? -preguntó, ya sentándose sobre uno de los muros de un impulso-. Aire fresco y sin lluvia. Mal sitio no es.

Sacó de nuevo la bolsita, y se la tendió.

No tardan en llegar a un sitio más apropiado. Johan asiente, conforme, y la mira un momento con una sonrisa. cuando ella se sube al muro lo considera una buena idea, y enseguida la acompaña, imitándola.

-Es perfecto -coincide, recibiendo la bolsa que le tiende, mirándola con diversión-. Estás bien servida -comenta entonces, abriéndola para comenzar a preparar la parte que le toca-. Me has sorprendido un poco -admite, empezando con el trabajo-. ¿Venden en el pueblo? ¿Conoces a alguien que pase?

Hace mucho que no hace algo como eso, o al menos eso le parece. D todas formas se encarga de prepararlo enseguida, con manos hábiles, y al poco lo tiene listo y sellado. Ofrece entonces el pitillo a la chica, y saca las cerillas, encendiendo una con firmeza.

-Haz los honores, por favor -le dice, acercándole el fuego cuando está preparada.

Rina encuentra poco interés en ellos, pero el nuevo entorno parece antojársele mejor. Al aire libre y con el espacio que hay se entretiene correteando con ánimo.

Ben rió, entretenida.

-Unas amigas y yo estamos planeando una salida, y yo me he encargado de esta parte -explicó, divertida-. No suelo tener normalmente, y desde luego, no suelo tener tanto. Pero sí, sé quien pasa en el pueblo. Te puedo enseñar. No es oro, pero no está mal.

Cuando le tendió el cigarro, Ben no dudó en llevárselo a los labios, y lo estrenó con una buena calada. Al momento parpadeó, sintiendo una extraña sensación en el cuerpo. Retuvo un momento el humo antes de soltarlo, y dio una segunda calada antes de cedérselo al chico.

-No escatimas, eh... -comentó, mientras el humo le salía por la boca.

Johan la mira curioso, aunque no hace preguntas. Pero sí sonríe, imaginando la situación. No hace ningún comentario hasta que ella se ofrece a darle información, momento en el que asiente sin dudarlo.

-Claro. No es algo que haga mucho, pero nunca está de más -le explica-. Y así si apetece se tiene.

Apaga la cerilla agitándola cuando ella lo ha encendido, y la echa a un lado, ya en la hierba. Rina va a olerla un momento, pero se marcha decepcionada al ver que no es comida. Johan, por su parte, espera en un silencio apacible hasta que es su turno, momento en el que toma el cigarro y da una calada larga. Ríe cuando ella habla, al cabo de varios segundos, echando el humo por la nariz.

-Ah, lo siento. Pensaba en cómo lo haría normalmente. Quizás me he pasado -se disculpa.

Da una nueva calada, y esa vez no echa el humo, devolviéndole el cigarro con un gesto que podría considerarse incluso retador, de alguna forma.

La sonrisa de Ben se hizo más amplia. Estaba suficientemente cargado para que se notase rápido cómo subía, y la chica había perdido algo de costumbre, además de que por naturaleza no tenía mucha resistencia. De todas formas, no era algo tan exagerado como para que se mareara o algo así.

-Ah, no, está bien -respondió-. Solo me ha hecho gracia. Sube bien.

No se tomó muchos miramientos a la hora de recuperar el cigarro. Sabía bien, debía reconocerlo. Como había dicho, no era de lo mejorcito, pero sabía bien. Como solía, empezó a jugar con el humo. Mantenía el aire un tiempo en los pulmones, y luego lo soltaba, cada vez de una forma. Primero por la nariz, luego en anillos. Entonces se dio cuenta de que se estaba ensimismando y tendió el cigarro a su compañero con una sonrisa ligeramente ausente.

Johan no echa el humo fuera hasta que el cigarro vuelve a él, y para entonces una densa nube ha llenado su cabeza. Quizás ella haya tardado demasiado. El piscis termina aceptando que vuelva a él, aunque sin poder evitar una risilla, agradeciéndolo con un gesto de asentimiento.
Podría haberlo mantenido dentro de sí por varios minutos. Su condición de piscis es peligrosa a ese respecto.

Fuma de nuevo, quedándose pensativo varios segundos, con la vista fija en la lluvia que cae y en Rina, que sigue jugando sola.

-Una vez tomé una cosa que... no me acordaba de nada al día siguiente -le dice, entretenido, dando una nueva calada, larga y, como en la ocasión anterior, devolviendo el cigarro sin echar el humo en ningún momento.

Ben rió a su comentario. Sin embargo, tardó un momento más en asimilarlo tanto como para responder. Giró entonces la cabeza hacia él de golpe, y sintió cómo se le iba ligeramente durante un segundo. Aceptó el cigarro, de nuevo sin dudarlo.

-¿De comer? Esas suelen ser más fuertes. Aunque tardan mucho más. Tienes que tener fiesta para un buen rato si quieres disfrutarlas... -comentó, antes de llevarse el cigarro a los labios.

De nuevo, mantuvo el humo un momento, cerrando los ojos. Le tendió a él el cigarro. Después, empezó a soltar pequeños anillos, esperando a que cada uno se dispersara un poco antes de soltar el siguiente.

Johan se encoge de hombros un momento, mirándola divertido en lo que ella fuma.

-Esa vez no lo sé. No me acuerdo -remarca, entretenido. Eso ha dicho desde el principio, a fin de cuentas-. Lo otro es verdad. Pero dura más también. Si tienes tiempo... -añade luego, aceptando el cigarro cuando vuelve, dando una calada especialmente profunda, sintiendo cómo el mareo ve va extendiendo por todo su cuerpo, dejándolo ligero.

Cuando se lo devuelve ya queda poco. No respira porque le gusta notar la pérdida del control sobre su cuerpo: la cabeza que flota, el cosquilleo por el cuerpo, la sensación de que las rodillas no le responderán, la pesadez en el diafragma... Johan deja que todo eso se extienda, siendo consciente del avance de la sustancia, del retroceso de su mente. Y la mira, en lo que le indica, con un gesto que se lo acaba si quiere. Y no respira, dejando que se apodere de él.
Si tuviese que esperar a necesitar respirar podrían pasar más de diez minutos. Nunca lo ha dejado ir tan lejos.

La chica del piano le cae bien. Johan lo ha decidido hace tiempo. Ya cuando decidió cantar con ella.

Ben asintió con entusiasmo, y el cabeceo hizo que, de nuevo, notase durante un momento la cabeza ligera. Seguía siendo una sensación agradable. Ben se sentía flotar. Claro que sabía de buena mano que eso no significaba que de verdad pudiera hacerlo. Era la parte más decepcionante.

Aceptó el cigarro con intención de matarlo. Se volvía más fuerte hacia el final, pero a Ben le gustaba. Le gustaba la forma en que el humo el arañaba la garganta, le gustaba el mareo que se apoderaba de su cabeza y le gustaba el calor que le acariciaba la cara. Trató de mantener cada calada un buen rato, como él, mirándolo fijamente, pero era imposible para ella, y acabó por dejar ir el humo. Continuó, una calada tras otra. Y, al final, tuvo que convencerse de que era hora de apagarlo.

Con gestos suaves y aún la última calada en los pulmones, golpeó la colilla repetidas veces contra la piedra. Cuando estuvo apagada y ennegrecida, la lanzó sin mucho cuidado a la hierba. Soltó el humo por fin, sintiendo los ojos extrañamente pesados. Sonrió al chico, ausente.

Johan mantiene el humo en lo que ella fuma, sonriendo divertido a su intento infructuoso por hacerle frente, llegando a reír un poco, perdiendo parte del suyo también. Al final lo expulsa haciendo un par de anillas hasta dejar los pulmones vacíos y se arrepiente, de alguna forma, de no haber dado una última calada al ver cómo ella termina lo último que queda, sintiendo cierta envidia. Trata de ver sin éxito la colilla al perderse en la oscuridad, y vuelve la vista de nuevo hacia la chica del piano, entretenido. Y entonces se le ocurre. Y se acerca a ella, a sus labios, cuando ve lo que ella se propone, llegando al roce suave, aspirando de su boca lo que ella abandona, como si fuese a succionar su vida con tomar para sí esa bocanada final de humo, que ya apenas tiene efecto en comparación al resto, pero llenará ese último capricho que él tiene.

Se aparta un poco entonces, esbozando una sonrisa que puede describirse como satisfecha.

Al sentirlo acercarse, Ben alzó las cejas, tomada por sorpresa, y en cambio respondió con total naturalidad. Selló los labios con los de él para evitar que escapara el humo y lo expulso con más fuerza para que él pudiera retenerlo. Cuando el chico se retiró, soltó una risita divertida.

-¿Quieres más? -preguntó, ladeando la cabeza-. Creí que ya no querías.

Se apoyó en la columna que tenía a su espalda, cerrando los ojos de nuevo, con una sonrisa satisfecha. Era una sensación agradable. Hacía mucho ya. Lo echaba de menos, aunque no se hubiera dado cuenta.

Johan mantiene ese último resto de humo en su interior antes de expulsarlo, negando entonces con suavidad, mirándola de nuevo.

-Fue un arrebato. Me apeteció de repente, y no quedaba más -explica, mirándola curioso, con un brillo divertido en los ojos. Luego vuelve a mirar el entorno.

Se siente liviano, pero está sentado. Es como si flotase sentado sobre el aire.

-Oh-. Abre los ojos un poco más, de pronto-. Ha dejado de llover-. La mira, risueño-. Ahora estaría en el tejado, aunque está algo lejos- le explica, relajado-. Parece que no va a poder ser hoy, chica del piano.

Calla de nuevo, y entonces, al cabo de unos segundos, empieza a tararear una canción. Empieza suave, pero acaba subiendo el tono, y el final de la estrofa llega a cantarlo.

-... la lluvia para de caeer...

Ben ya hurgaba en su bolsillo, en busca de la bolsita, pero asintió y lo dejó estar. En su lugar, con una sonrisa algo ida, se caló la gorra de nuevo. Rió.

-Queda mucho de hoy todavía -apuntó-. Aún puede ser.

A Ben se le hacía raro no ser ella la que iniciara las canciones, pero no tenía nada de desagradable. Resultaba hasta satisfactorio. Reacomodándose, contenta, comenzó a silbar siguiendo el patrón de la música según lo que él cantaba. Aunque, de hecho, era pura improvisación, porque no conocía la canción.

Johan resopla, divertido, y enseguida asiente. Sigue la cancioncilla un rato, dejándose acompañar por ella, con su tono inconstante que termina por apagarse. Al final termina por apagarse, y él llega a no saber, llegado un punto, cuánto ha parado.
Le parece buena idea hacer el pino en ese momento, ver las cosas de otra forma, pero no se levanta.
Rina se ha tumbado en el suelo, pero no se levanta.
El tejado sigue lejos, pero no se levanta.
Ya no llueve, pero no se levanta.
Mira a la chica del piano. Parece que vaya y venga, que se ondulase y bailase para él sin hacerlo. Solo baila su figura, su contorno, su piel. Y Johan apenas la ve más que gris en la noche. ¿Y cómo la iba a ver sino gris?

La boca seca y los ojos pesados, como si acabase de despertarse. O de dormirse. Y entonces se acerca un poco a ella, torpe, sin disimulo, pegando el hombro al de ella. No es mucho más alto, y menos sentado.

-Ey -comenta, la llama, mirándola curioso, dándole un pequeño toque con el codo en el brazo.

Le parece buena idea acercarse a sus labios de nuevo para ver si le deja besarla, así que lo hace. Le ha quedado el sabor raro, como un resto, de ella o del humo. Y que sea la chica del piano y no tenga nombre le parece muy atractivo. Porque él tampoco lo tiene. Eso lo hace todo cierto, de alguna forma.

Ben no habría sabido decir cuándo la música pasó a estar solo en su cabeza. Lo miró cuando él la llamó, con expresión repentinamente despierta, y lo aceptó cuando la buscó, sin reparo, incluso de buena gana. El contacto sentaba bien en condiciones así. Se permitió una cierta iniciativa, algo de picardía, de atrevimiento, pero al final cesó el contacto.

Arrugó entonces la nariz, recordando algo, y lo miró con expresión divertida. De nuevo, ladeó la cabeza. No se empezaba por ahí, y se lo habían dicho muchas veces.

-No vas a pagarme, ¿no? -preguntó, entretenida.

Johan se acomoda a la situación, cerrando los ojos y sintiendo cómo su cuerpo reacciona y la cabeza, por el contrario, se aleja de ahí. Siente como si cada movimiento lo dejase ir un poco más allá. Y cuando se aparta tarda un momento en ser consciente, y los párpados le pesan un poco al abrirse, pero esboza una sonrisa.
Y entonces llega una pregunta que no espera, y alza las cejas.

-No... pensaba -comienza, algo confuso, aunque comprende pronto lo que la pregunta implica-. No tengo dinero. Ni...-. Niega de nuevo-. No pensaba hacerlo.

Arruga levemente la frente, examinándola. Es algo que él no ha sabido hasta ahora.
Le cuesta un poco razonar como de costumbre, pero pese a todo cree comprender lo que acaba de pasar.

Ben, poco consciente de la confusión que había creado, no pudo evitar una nueva risa, divertida. Se acercó ella entonces a reclamarlo, agarrándole un momento en labio superior entre los dientes. Cuando lo soltó, parecía satisfecha.

-Entonces todo en orden -declaró, firme.

Y se acercó de nuevo, sin saber exactamente qué la llamaba. Que no estaba de más alargar un poco la fiesta, que el roce se sentía diferente en aquel estado, que era de noche y él era cálido. Probablemente todas a la vez.

Johan se ve un poco zarandeado al principio, sin saber bien cómo corresponder al contacto inesperado, sintiéndose un poco torpe al principio, tanto física como mentalmente. Parpadea confuso cuando se aparta, dejando ir el aire tras ella, y entonces la chica del piano habla.
Alza las cejas un momento, pero, de nuevo, no tiene mucho tiempo para pensar y responder. O no con palabras. El cuerpo termina acoplándose mejor a los gestos, y la cabeza vuelve a perderse en el denso humo que sigue existiendo aunque el cigarro se haya consumido ya.

Una mano le sostiene la cara, rozando la mandíbula, llegando hasta la oreja, que queda entre los dedos. Estos la acarician superficialmente hacia el lóbulo, y la boca se entretiene en probar el sabor nuevo, curiosa, aunque, de hecho, la cabeza sigue sin ser muy consciente de qué sucede.

FdR- Pausa

Ben se dejó atrapar de nuevo, o quizás atrapó ella, en un juego constante de dar y quitar. Quizás los besos eran lo que más curiosidad le causaba, lo que, pese a todo, menos explorado tenía, el juego que no había podido aburrirla. Y, por supuesto, la situación. Porque Ben no recordaba la última vez que alguien le había ofrecido contacto sin dinero de por medio. Aunque, en aquellas condiciones, a su cabeza le resultaba difícil entender todos los detalles.

Imitando su gesto, alcanzó la mandíbula, pero tan solo fue un momento. En seguida hubo algo que le llamó más la atención, y los dedos, rápidos y ágiles, se desplazaron hasta la nuca, deshaciendo la coleta con un gesto tan simple que casi parecía insultante. Sintió el cosquilleo de su pelo al caer hacia adelante, y soltó una risita, sin poder evitarlo.

El contacto se prolonga por un tiempo antes de que Johan, notando las manos de ellas en su pelo, deba detenerse para mantener la cabeza firme en lo que ella tira de la cinta que ata el pelo. Y no puede evitar dejar ir un resoplido divertido, tranquilo, en lo que ella libera el pelo largo, que cae liso enseguida, aunque algo despeinado debido a los ajetreo que ya lleva ese día.

-¿Qué? -llega a preguntarle con un deje divertido en un amago de risa, con suavidad, cuando ella ríe, acercándose de nuevo, sin embargo, a robarle la boca un momento, en otro de esos gestos que desequilibran, que hacen que su cabeza flote un poco más.

Rina, lejos de hacer caso, ha terminado durmiéndose sobre el piso, hecha un ovillo. No es más que un cachorro, a fin de cuentas.

Ben abrió la boca para responder, pero lo tenía encima de nuevo. Respondió, pues, dócil, hasta que tuvo de nuevo la boca libre. Y entonces tuvo que pensar un momento para entender lo que quería decir.

-Me hace cosquillas -pudo decir por fin, con otra risita.

Trató de recuperar el contacto, y sintió que un ligero mareo se lo dificultaba. Acabó por apoyar la mano en su hombro para mantener el equilibrio, quizás con algo más de fuerza de la necesaria, y pudo entonces echarse hacia adelante. No era mucho más alto que ella, después de todo. Eso facilitaba las cosas.

Johan ríe al comentario, cerca de ella, cuando ella lo hace. Es algo normal, a fin de cuentas. No recuerda si se lo han dicho antes en ese momento, así que decide que no lo han hecho y lo toma por verdad. Una de sus efímeras verdades, al menos.

-Vaya, lo siento -se disculpa, divertido por la situación, haciendo un gesto con el que devuelve un poco el pelo a su sitio, aunque este terminará volviendo la habitual-. Hace lo que quiere.

Ella termina volviendo a él, en ese caso, como si se tratase de un intercambio y uno debiese atacar cada vez. Johan la recibe manteniendo el torso firme pese al apoyo, cerrando los ojos y devolviendo el ataque en gestos más intensos, perdiéndose de nuevo en la niebla, siendo consciente de los movimientos de su cuerpo, que la buscan, pero a través de ella, como si fuese un espectador de sí mismo.
Un brazo termina por rodearle la cintura, afianzando un poco el contacto y encontrando un punto en el que apoyarse, firme pero relajado.

Ben asintió con apenas un cabeceo imperceptible, sintiendo grandes dificultades para aguantar la risa. Cogió un mechó entre los dedos, curiosa. Era suave.

-Igual que todos -decidió en un murmullo, no muy segura de si estaba hablando en voz alta o solo pensando.

El ímpetu de él la animó a continuar, sintiendo, con cada gesto un poco entusiasta, cómo parecía que estuviera en el aire. Y, sin embargo, eso no la hacía sentir débil, o al menos no exactamente. En lugar de ello, respondía con igual ímpetu, entretenida en cada roce, permitiendo que el ritmo fuera in crescendo.

Cuando se sintió sujeta, afianzada, apretó con algo más de fuerza en hombro que sujetaba, y le pareció sentir que se le escapaba un jadeo. ¿Con algo de voz, quizás? Era difícil decirlo. Y tampoco era el detalle que más preocupaba a Ben en aquel momento preciso. Aprovechando que él la acercaba, se pegó un poco más, aumentando el contacto.

Johan resopla divertido, asiente, pero ya no responde con palabras, porque ya no es necesario y porque tiene la boca ocupada en ella, que no tiene reparo en responder, haciendo más sencillo el juego, provocando que los ritmos crezcan de forma natural. Y a medida que acelera los movimientos él se siente algo más mareado, aturdido, pero no incapaz de continuar. Quizás incapaz de detenerse, de alguna forma, como si hubiese caído en algún tipo de espiral que lo insta a seguir.

El jadeo arranca una breve sonrisa a Johan, que llega a atrapar el labio de ella entre los colmillos sin hacer apenas fuerza mientras la mano opuesta, la derecha, asciende por la espalda en una caricia superficial, sobre la ropa, y al llegar a la nuca se entierra en el pelo, cerrándose en torno a los mechones en un agarre suave y liberándolos en una caricia descendente, como si los peinase con los dedos.
Encuentra gracioso que sean tan cortos. Quizás es una contraposición.

Con el cuerpo casi pegado a ella, aunque las alturas sean similares, se siente más grande. Se deja guiar por los movimientos que surgen por estar en contacto. La respiración se ha acelerado un poco, aunque Johan siempre suele parecer ser capaz de mantener la calma, incluso en un momento como ese.

Ben se dejaba sujetar, se dejaba hacer, pero no permanecía quieta. A lo largo de los años, había aprendido a leer ciertos gestos, ciertas actitudes, y tenía una idea bastante firme de cómo proceder en cada situación.

Arqueó la espalda al sentir la caricia, y aprovechó el movimiento de él para acompañarlo con uno propio. No era tan sencillo en su estado, pero pese a todo, no encontró mayores problemas en alzarse, apoyándose en las rodillas, y rodearlo con las piernas, sentándose a horcajadas sobre él.

Juntando las manos tras su nuca, lo atrapó también entre los brazos, acompañando los movimientos de la boca con una ondulación del cuerpo hacia adelante, pegándose a él. Con gestos suaves, roces ligeros, comenzó un descenso juguetón por el cuello, pero acabó por alzarse de nuevo, recuperando la boca.