Claustro.

Es posible que no puedas volar, pero eso se arreglará más adelante. Por el momento, puedes olvidarlo y disfrutar de otras cosas. La nieve te sienta bien, y lo sabes de sobra. Te camufla y te realza, te hace brillar como tan bien sabes. La disfrutas, incluso si es fría, incluso si es húmeda. Con las alas abiertas en torno al cuerpo, puedes guarecerte de ella. Y con los ojos cerrados y la cara hacia el cielo, puedes sentirla sobre las mejillas. Nadie diría que no es una estampa perfecta.

Ya has visto suficiente para el primer día. Incluso has tenido oportunidad de descansar, de comer algo, de asearte. Te sientes mucho más cómoda que cuando llegaste. Estás en tu palacio. Todo es perfecto. Estás en tu lugar.

*Se queda*

Rina duerme y Dardo explora, así que Johan no ve problema con salir él solo a ver la nieve, que no le gusta mucho, pero sirve para hacer muñecos o para, simplemente, recordar que dentro de Brontë no hace frío.

Sale muchas veces. Algunas hay gente, y otras está solo. Esa en concreto hay alguien, una joven a la que, viéndola de espaldas, diría que no ha visto. Y está casi seguro, porque se acuerda de las alas que ve.

La mira con curiosidad mientras una sonrisa se le dibuja en la cara. Al final decide que no solo quiere ver sus alas, ya que se la encuentra, y saluda para poder reconocer el resto de la persona que tiene frente a sí.

-¿Te importa...? -inquiere, alzando el cigarro que lleva en la mano, preparándolo para que lo vea al girarse.

Cuando una se ve sorprendida y se alarma debe girarse manteniendo la elegancia, casi con cierto dramatismo, dejando que las alas y la melena se luzcan el el giro y los ojos resalten en el momento de dar la cara. Así sabes hacerlo, y así lo haces cada vez. Y a quien encuentras es a un chico particular, con un aspecto suficientemente interesante como para arrancarte una sonrisa perfecta. ¿No la merece, acaso?

-No, claro -permites, complacida por que haya tenido la decencia de preguntar. Es su premio por saber considerarte en lo que vales-. Se ha quedado una noche preciosa, ¿verdad?

Recolocas la melena, recogiendo un instante los rizos para luego dejarlos caer como una cascada, baboleándose en torno al cuello. Siempre perfecta.

Como Johan espera, ella se vuelve cuando pregunta. Pero no se vuelve como él espera, sino de forma más... Johan no sabe describirlo bien, pero enseguida se da cuenta, porque tiene buen ojo, de que la mujer que acaba de encontrar está rodeada de un halo extraño que le resulta muy curioso.
Le dedica una sonrisa y se atreve a hacer una pregunta más, sin encender el cigarro.

-¿Quieres uno?-. La examina con curiosidad, buscando su reacción mientras presta atención a sus rasgos.

No es fácil para él diferenciar a la gente. Por suerte en caso de los aether le es fácil, porque conoce las alas mejor que los colores.
Alza las cejas a su pregunta, y dirige una breve mirada al cielo, del que caen algunos copos. No tarda en asentir, volviendo a mirarla.

-Nieve en primavera. No es muy habitual. -concede, con un asentimiento-. O no debería serlo.

Ladea un poco la cabeza, con el cigarro aún en la mano, pero sin encenderlo o hacer amago de ello. Parece estar buscando algo en ella, aunque no busca nada particular.

Cuando niegas, sientes los rizos que te acarician las mejillas, tan suaves y sensuales como siempre los mantienes. La sonrisa permanece incluso cuando esa pregunta que añoras, la que ansias, no llega. Ríes, incluso, ante la que la sustituye.

-Oh, no, muy amable -rechazas con elegancia. El humo ensucia el aire, y tú eres pura y clara, muy por encima de él.

Las palmas, hacia el cielo, acogen los copos que caen con gusto. La nieve apenas aguanta un segundo en tus manos antes de deshacerse en gotas de agua, que acabas por dejar caer con gesto soñador. Cuando él habla, lo miras de nuevo, curiosa.

-¿No? Pero es muy artístico -apuntas, cómoda en tu nuevo ambiente-. Más tarde dejará paso a los colores. Por el momento, es agradable.

Johan alza las cejas y asiente, bajando la vista al cigarro que sostiene. Tras un momento de duda se lo lleva a la oreja, recuperando el rostro erguido y sonriendo con un leve asentimiento.

-No es nada. Tranquila.

La observa actuar. Parece vivir en otro tiempo, a su parecer. Parece que la nieve exista en ese momento para rodearla mientras mira al cielo, pasando a formar parte de sus alas blancas.

-Es muy artístico -coincide Johan, asintiendo de nuevo, tras uno o dos segundos de silencio. No lo tiene claro-. Es bonita-. Y calla de nuevo, aunque poco tiempo. Se yergue un poco antes de preguntar-. No te había visto antes. Soy...-. Duda un momento, aunque la sonrisa no flaquea. Pero ha dudado-. Han.

Mientras él habla, interactúas. No con él, claro. Con el entorno. Las alas son perfectas para mantener el equilibrio, majestuosas e inmaculadas, y te permiten agacharte con total gracilidad. Puedes tomar algo de nieve en las manos, dejándote envolver por los copos que siguen cayendo. Poco a poco, le das forma, sin fijarte en el entumecimiento que suponen tus acciones.

Acabas por dejar la bola que has formado en el suelo, cuidadosamente, y alzas la vista, propiciando unos ojos enormes, profundos y magnéticos, que se centran en él. Estremeces ligeramente las alas, dejando que la nieve que se ha ido posando se escurra por ellas hasta el suelo, formando una nube de polvo blanco por un momento.

No hace la pregunta. Maldita sea, se atreve a no hacer la pregunta.

-Claro que no -. Tu voz es igualmente dulce, tan elevada como corresponde a tu condición, y te alzas de nuevo, magnífica-. He llegado esta mañana. Es un placer, Han. Yo soy Curtis. Curtis Ginger.

Un leve parpadeo, rápido como el aleteo de un colibrí, y los ojos se hacen enormes de nuevo, luciendo como les corresponde.

Ella se dedica a lucirse. Johan se da cuenta de que le presta más atención a la nieve que cae que a él, pero él la examina mientras lo hace. No le importa demasiado pasar desapercibido. No lo hace, de hecho, porque no hay nadie más al que ella pueda mirar.

Observa la bola que ella hace con la nieve, fijando esa vez los ojos en las manos. Tienen que dolerle, no puede evitar pensar, de tocar la nieve directamente.

-Esta mañana -repite, y su sonrisa se ensancha un poco. Es una primicia, entonces. Se ha topado con la mayor novedad de Palacio-. Bienvenida, en ese caso. Normal que no me acordase, en ese caso. No hubiese olvidado unas alas tan magníficas.

Blancas como la nieve que las rodea. Recuerdan un poco a las de Rina. Muy invernales y apropiadas.

Johan pronto se percata de que ha vuelto a callar un par de segundos. Tiene ganas de fumar. También se da cuenta de eso.

-¿Qué tal el viaje? ¿Te han recibido bien?

Las alas se estremecen solas, llamadas a corresponder al cumplido, extendiéndose ligeramente. ¿Y qué alas no lo harían ante tan adecuada y satisfactoria atención? Y no son las únicas, ya que la sonrisa también quiere asomar, e incluso la risa se permite salirle al encuentro.

-Gracias -respondes con voz coqueta, como corresponde a toda la situación. La perfección se acerca. Ya se huele en el aire.

Al final te incorporas del todo, hasta te permites estirarte ligeramente, aprovechando el gesto para reafirmar los rizos una vez más, recogiendo todo el pelo sobre un hombro. Son rizos brillantes, cuidados con todo el amor, que lucen encantadores junto a todos los demás rasgos.

-Oh, ha sido tan largo... -suspiras con cansancio-. Es una suerte que haya podido descansar al llegar. Ni siquiera he podido volar hasta aquí, ¿sabes? Tenía los pies destrozados al entrar... Pero después he podido acomodarme, así que ha valido la pena. Espero que siga siendo así.

Parece agradecida. Pero Johan no ha decidido todavía cómo tomársela, y sigue investigándola sin ocultar demasiado los vistazos que le echa. Aunque no tiene mucho tiempo para intervenir, porque ella enseguida se pone a relatarle lo que ha sido su llegada.

-Ah, es cierto-. Asiente-. Aquí no se os deja volar o algo así, ¿no?-. Le mira un momento los pies, aunque no puede ver más que los zapatos-. ¿Ahora están mejor?-. La mira a ella y sonríe, amistoso-. Espero que así sea. Llevo ya un tiempo por aquí, así que si necesitas algo ya sabes. Aquí estoy Jo, Han. Para servirte. O para orientarte, al menos. Esto es muy grande.

Se lleva una mano a la oreja, palpando el pitillo con las yemas de los dedos. Resulta tentador, pero se siente algo incómodo al respecto.

Asientes, con cierto pesar. Incluso agitas un poco las alas, llegas incluso a saltar, pero no sirve de nada, y aunque ellas pueden amortiguar la vuelta al suelo, tus pies dan con él sin remedio. Suspiras.

-No sé si es así con todos, pero yo no he podido hacerlo -respondes, aunque no puedes evitar un cierto placer al pensar que, al parecer, no eres la única.

Él te resulta encantador. Al final, dejas la nieve para acercarte, llegas incluso a rodearle el brazo con los tuyos, envuelta en tu delicada feminidad. Los pozos color miel se centran en él, al igual que la sonrisa.

-He podido ponerme cómoda -le recuerdas, satisfecha-. Pero el cansancio sigue aquí. Seguro que tú sabes llevarme a las habitaciones mejor de lo que yo pueda hacerlo. ¿Me enseñarás el camino?

Johan asiente, aunque no está muy seguro. Pero está seguro de que tiene sentido que sea así, porque duda que ella haya tenido ese mal recibimiento. Podría asegurarle que es así para todos, prometérselo incluso, pero no es necesario. Porque Johan está seguro de que eso no es necesario.

-Los líderes te lo aclararían en un segundo. ¿Has visto a alguno? -le pregunta, curioso-. Seguramente podrían arreglarlo mejor que yo-. Y eso le parece normal, pero no grato-. Le hablaré de tu caso si los veo -le asegura.

Cuando ella se acerca Johan se estira un poco, con disimulo. Se da cuenta de que es más alta, detalle irrelevante. Le cede el brazo que ella agarra, aunque algo extrañado, y aprovecha la cercanía para intentar rozar un par de plumas con el dorso de la mano, pudiendo excusarse fácilmente en esa situación.

-Por supuesto -se asegura a decirte-. Te llevaré en un momento.

Johan se apresura a hacer lo dicho, aunque tendrá que dar una vuelta fingiendo que se ha perdido para sentirse cómodo. Ya cuando la haya dejado allí, después... Ya después buscará una ventana para fumarse el abandonado cigarrillo que lleva en la oreja.

*se van*

En aquella ocasión, la lluvia no había durado tanto. Se notaba que, poco a poco, el buen tiempo iba ganando terreno. Incluso las temperaturas parecían estar en alza, aunque fuera una sensación muy débil y no me eximiera de llevar una capa sobre los hombros. Pese a todo, salir al exterior no parecía una mala opción.

Incluso siendo ya de noche, y aunque solo pretendiera tomar algo de aire fresco, saber que la hierba bajo mis pies estaba seca no dejaba de ser agradable. Había acabado con mis tareas y cenado temprano, pero no tenía la menor intención de acostarme todavía. Por el momento, un paseo nocturno, aunque no fuera muy amplio, parecía una fantástica opción.

*Se queda*

No presto, en principio, la menor atención a la joven de piel oscura que trabaja en el césped. Es cierto que no me parecen horas de trabajar para ningún miembro del servicio, incluso si sé que hacen turnos de noche. Los turnos de noche deberían limitarse a la atención de necesidades de los guerreros, no a la jardinería. De todas formas, no me correspondía a mí organizar los turnos de trabajo en el palacio; la familia Campbell sabría bien cómo le convenía ordenar a sus trabajadores.

Su forma de estirarse, de buscar una manera de acomodarse y, en especial, el crujido de su espalda, que se dejó oír con claridad, sí me dieron qué pensar. Quizás la necesidad de mantener las formas no se tuviera en cuenta en aquel lugar (el servicio tenía actitudes variadas, desde luego, y en general, mucho ánimo de gastar saliva), pero desde luego, algo andaba mal. No sabía si culparla a ella por su indecencia o a sus superiores por la indecencia de su jornadas de trabajo.

Le dirigí una mirada de reojo, manteniéndome serio, y decidí dejarla estar. De nuevo, no me correspondía vigilar sus condiciones de trabajo ni comportamiento.

Su reacción fue tan escandalosa y tensa que, por un momento, me pregunté si no habría dicho, sin quererlo, algo de lo que pensaba en voz alta. La miré fijamente, sin saber muy bien cómo tomarme su repentina sumisión. De poco servían las disculpas si era habitualmente tan descuidada con el decoro.

-No te preocupes -respondí, dándole permiso para relajarse con un gesto-. Tan solo daba un paseo. Puedes continuar con tu tarea. O descansar, si así lo prefieres.

Ya había dicho más de lo que debía. Esas órdenes no me correspondían. Mi derecho se limitaba a pedir atenciones, pero en aquel caso, no tenía ninguna que reclamar. Lo que debía hacer con su tiempo fuera de mis reclamos no era algo que yo pudiera discutir, pero su actitud me hacía pensar que se lo tomaría igualmente como órdenes.

Pues menos mal que ya iba acabando, porque no era precisamente la mejor hora para ella. Aunque, ¿quién sabía? Quizás fuese su negligencia la que la había obligado a quedarse hasta tan tarde. No iba a permitirme juzgar su situación a la ligera. Me limité, pues, a dedicarle una pequeña inclinación de cabeza, una indicación de que podía proceder a "terminar de acabar", y continúo mi camino para no molestarla. Su posición no indicaba que yo pudiera ralentizar su trabajo.

Pese a todo, no tardó en ponerse de nuevo a mi altura, con lo que le dediqué una nueva mirada. Una sirvienta desocupada y con ganas de que alguien la entretuviera. Bueno, tampoco yo tenía muchas ocupaciones. Una charla no iba a hacer daño a nadie.

-En absoluto -respondí, dándole permiso para acompañarme con un gesto-. Yo soy Cierzo Cogo, Aloe. Te agradezco que sepas apreciar nuestro papel. Espero que sepas que el tuyo no es menos importante.

No trabajaba igual un guerrero bien servido que uno con carencias. Además, una baja estima en el servicio podría dar lugar a desdenes y falta de ánimos, y eso lo sabía cualquiera con un mínimo de formación.

Como pensaba, nadie debía estar cuidando la autoestima de la base de aquella pequeña sociedad. O al menos, no de toda ella. Negué a su razonamiento, que aunque a primera vista pudiera parecer lógico, obviaba importantes detalles.

-No se trata de quién puede hacer cada trabajo, sino de que todos ellos deben hacerse -expliqué, manteniendo en gesto tranquilo-. Una buena sociedad mantiene todas sus facetas cubiertas. Un gobernante necesita a quien gobernar, igual que los súbditos necesitan a quién subyugarse. Si yo dedicara mi tiempo a hacer camas o limpiar muebles, perdería con ello mis horas de preparación para el combate y la defensa. Tu trabajo me es tan útil a mí como a ti te lo es el mío. De no ser por lo que hacéis vosotros, nosotros no tendríamos ocasión de defenderos. No lo olvides.

Para cuando enarcaba una ceja, mirándola con cierta expresión de advertencia, ella ya bajaba la vista al suelo. Por lo visto, no solo faltaba decoro y autoestima, sino también respeto. Desde luego, el servicio de Brontë tenía la lengua demasiado larga.

-Supongo que cada uno de nosotros podría responder de forma diferente a esa pregunta -respondí, decidiendo ignorar el desliz-. Habrá quien te diga que se trata de honor, promesas o gloria. Habrá quien busque una buena posición en la vida. Habrá quien, como quien dices, sencillamente no dé importancia a su vida. Si te refieres a mi caso particular, llegué a Brontë con un objetivo personal, que ya he cumplido. Actualmente, supongo que se limita a la oportunidad de obtener una formación militar, conveniente en mi posición, sin renunciar a demasiado. También, por supuesto, que he conseguido encontrar cierta comodidad aquí.

Asentí, conforme. Quizás, como pensaba, lo que necesitaba era un poco de educación y rectitud. Su actitud, al menos, no era mala.

-Yo también lo espero -respondí, serio.

De nuevo, le dirigí una mirada de reojo. Quizás debería presentársela a Lluvia. Dos niñas torpes con muchos defectos propios de los que hablar. La claritas parecía algo más segura de sí misma, pero el tono que utilizaba al hablar de sí no era tan diferente.

-Personalmente, considero que aquel que no considera importante el trabajo es inferior a cualquier otro -apunté, firme-. Ningún guerrero debería venir por simple comodidad. Brontë no está para alimentar bocas inútiles. Cada uno tiene una función, y su deber es cumplirla. De lo contrario, no deberían estar aquí.

Era una mentalidad que me extrañó no encontrar al llegar. Era cierto que había muchos guerreros más dispuestos a lamentarse que a presentarse para el trabajo. No tenía datos exactos acerca de en qué se basaba aquella famosa llamada, pero dudaba que haberla recibido justificara la holgazanería.

Hoy llueve otra vez.
Lo cierto es que lleva lloviendo un montón de tiempo, tanto que ya empiezo a acostumbrarme al mal tiempo de Fulmen. La lluvia no me parece tan extraña como cuando estaba en Ignis. Qué rápido cambian las cosas.
Suspiro, y tras avanzar por los pasillos, me decido a salir al claustro. Desde la zona cubierta, observo el agua caer, con un amago de sonrisa, resentida, en el rostro.
Quiero hacer cosas...

*se va*