Claustro.

En medio de la extraña situación Johan si se ve sorprendido cuando ella toma esa iniciativa, y deja ir un jadeo suave, alzando las cejas, permitiéndose un momento lejos de ella, acomodando el cuerpo para recibirla de forma más cómoda. Al rodearla con firmeza asegura su posición, aunque tampoco parece que ella vaya a caerse.
La mano de la nuca pasa a descender, guiándose por el tono de la situación, hacia el muslo de ella, que abarca con la mano, guiándola hacia la cadera y accediendo luego a la nalga, finalmente, a ras de la ropa como si esta fuese piel.

Le deja bajar al cuello ascendiendo un poco el mentón, estremeciéndose con una sonrisa, y cuando vuelve a la boca ataca y profundiza con más ímpetu, aún con el rastro de la sonrisa, permitiéndose acceder a su boca y recorrerla con la lengua, buscando la de ella mientras la cabeza se acomoda y mueve al ritmo de sus acciones, propiciando más contacto.

Mueve un poco la cadera, bajo ella, iniciando un roce suave a través de la ropa.

Ben sintió que se le abrían un momento los ojos al sentir la fuerza con que volvía a reclamarla, pero no tardaba en cerrarlos de nuevo, entretenida en cada gesto. Aceptó la velocidad casi como un reto, acoplándose a ella e incitándola a ir a más, casi peleándose con su lengua por acceder al interior de la boca, sintiendo que la respiración crecía al ritmo al que subía el tono.

Sentía los movimientos de él contra sí, el intento de pegarla a su cuerpo, y accedió con gusto. Una de las manos se había acomodado en la nuca, pero la otra descendió hasta la base de la camiseta, introduciéndose furtivamente bajo ella y palpando la piel. La cadera, por su parte, descendió sobre la de él con un ligero jadeo, casi un suave ronroneo, en lo que ella buscaba la piel bajo la ropa, cada vez más interesada en el calor directo del cuerpo.

Incluso el tibio y tranquilo Johan termina cediendo un poco, con los movimientos y la situación, y con ella, la chica del piano, y va dejando ir la respiración de forma cada vez más rápida, dentro de su control, buscando más oxígeno que de costumbre.

Deja ir un resoplido, entretenido de nuevo, cuando la siente bajo la camiseta y se aparta un momento, y la suelta un momento, para quitársela y echarla a un lado, al suelo, volviendo a ella ya con la piel al descubierto. El frío no es algo que lo sorprenda, ni es tan intenso como para que lo note siquiera. Y menos aún sumando todos los factores que lo rodean en una situación como esa.
Johan tiene que ubicarse un momento antes de volver a ella. Jadea cuando la nota descender, y aumenta el contacto tirando un poco más de ella, aumentando el roce con su movimiento contra ella.

Desciende de la boca por la barbilla, en una caricia con los labios, depositando un par de besos por el camino, y luego recorre la mandíbula hacia la oreja derecha, dejando un pequeño mordisco en la piel antes de acceder al lóbulo, que atrapa, y de recorrer la forma alargada que se le hace extraña, con cierta curiosidad en lo que avanza.
No se le queda atrás, tampoco, en lo que a ropa se refiere, y la derecha pasa a introducirse bajo el pantalón, accediendo a la piel directamente esta vez, mientras que la izquierda, imitando a la otra, pasa a asir su cintura pero esta vez bajo la ropa, notando la piel desnuda directamente con el antebrazo, acariciándola con la cara interna de este.

A Ben, por algún motivo, le hacía mucha gracia que se quitara la camiseta, y no lo ocultó en lo más mínimo. Tampoco mostró el menor pudor, ni se preocupó demasiado por el frío que debía estar sintiendo. Aprovechó la oportunidad que el le brindaba para abarcar más de la piel, acariciando con la mano derecha el torso, mientras la izquierda se desplazaba por la parte alta de la espalda, empujando al cuerpo a pegarse más a él.

Sus besos le hacían cosquillas en el cuello, pero la sensación era agradable. Se hizo excesivo, sin embargo, cuando llegó a la oreja, y Ben se sintió estremecer y se encogió involuntariamente, con una risa un poco más aguda.

Para evitar el problema, reclamó la boca de nuevo, y en aquella ocasión impuso sus propios gestos con más determinación, introduciéndose en su boca y palpándola, recorriéndola con entusiasmo. Al sentirlo contra la piel, siguió un impulso repentino de deshacerse también de la camiseta, y se vio obligada a pegarse más a él para combatir el frío. Aunque tampoco era una obligación tan terrible.

Ella se ríe, y a Johan le hace gracia eso, de alguna forma, y tiene el impulso de hacer lo mismo, aunque con la boca ocupada no puedo ofrecer mucho más que alguna sonrisa o un resoplido divertido, suave, contra la piel de ella.
Cuando él llega a la oreja y ella se encoje, sin embargo, sí llega a reír un poco, acompañando la risa de la chica con la suya, más sutil. Y no tarda en estar enzarzado de nuevo con ella, en dejarse guiar o en marcar un ritmo.

Cuando la chica del piano se deshace también de algo de ropa, busca pegarse a ella, y el contacto contra su piel mata un poco el frío, aunque Johan no le hubiese prestado mucha atención. La atrae más hacia sí, la recorre con las manos, con los brazos, en caricias que tiran brevemente de ella, hasta sentir el vientre contra el suyo.
Llega a volver al cuello para dejar un mordisco en el lateral, y también a presionarla un poco más contra sí, casi completamente erecto bajo la ropa, dejando ir con la acción un jadeo más fuerte y cerrando los ojos un momento.
Al hacer esto, al alzar el mentón en la oscuridad, Johan llega a perder la noción de la situación un instante. El tiempo parece avanzar de forma extraña y todo parece más natural de lo que, según cree, hubiese sido en otra situación. Aunque a Johan no le importa eso: a él le gustan las cosas extrañas.

Las risas de él solo le hacían más cosquillas, así que Ben se vio realmente en una urgencia de mantenerle la boca ocupada para librarse de ellas. Se dejó atraer, poniendo incluso de su parte, hasta que ya no había espacio entre ellos. Ben recorría su piel como había aprendido a hacerlo, y aunque se dejaba querer, encontraba sus propias oportunidades para recorrer la piel azul tanto con las manos como con la boca.

Lo notaba acelerarse, y se movía para complacer los gestos cada vez más urgentes. Cuando él alzó la vista, Ben se ocupaba en su pecho, y subió de nuevo al cuello, probando la piel mientras lo sentía bajo ella. Jadeante, aprovechaba la presión de él para liberarse un poco, aunque no se demoró mucho más en bajar la mano hasta el pantalón, haciéndole hueco entre sus piernas. Lo palpó sobre la ropa, con caricias insinuantes, buscando su excitación, mientras ella reía, entretenida, junto a su oído. Cuando, tras jugar un momento, quiso liberarlo, no encontró ninguna dificultad. Introduciendo la mano bajo la ropa, extrajo el miembro con habilidad, y comenzó las nuevas caricias al tiempo que mordía el cuello, con sensualidad aprendida de la experiencia.

La situación resulta bastante psicodélica, de alguna forma. Johan la deja hacer, responde a ella, escuchándola reír y respirar, sintiéndose lejos y cerca al mismo tiempo. Tiene una gran vuelta a la realidad, sin embargo, cuando ella entra en contacto directo con él por primera vez, y deja ir un jadeo más significativo, arrastrando un gemido suave al final. Luego aprieta los dientes y llega a sonreír un poco, casi en un reflejo.

Una de las manos asciende a la espalda. Johan deja que los dedos la recorran poco a poco, moviéndose por ella como si digitalizase sobre un instrumento, como si caminasen alcanzando el broche del sujetador al poco tiempo, centrado a la vez en las sensaciones que lo recorren. Ella termina de alzarlo con sus caricias y él, por su parte, se deshace de la prenda a la segunda, valiéndose de las manos para deslizarla aunque ello implique que ella lo abandone un momento a él, y tras dejarla a un lado procede a iniciar una nueva caricia por los costados, dibujando su figura con los dedos, alcanzando finalmente los pechos, que cubre con las palmas y oprime un instante, con suavidad, esbozando una sonrisa satisfecha.
Johan termina por volver a rodearla con un brazo, instándola a acercarse un poco más, a alzarse para atraerla hacia él, para poder acceder a los pechos con el rostro, apoyando primero la frente entre ambos, acariciando o dejándose acariciar por ellos con las mejillas, para luego recurrir a la boca, empezando con un recorrido por la suave piel con los ojos entrecerrados hasta dar con el centro del primero, que evita brevemente para dedicarse al entorno antes de acceder a él de forma definitiva, con calma, dejando que los movimientos de la cabeza lo acompañen en lo que prueba la piel recién descubierta.

Ben lo dejaba hacer, pero se aseguraba de no ponérselo fácil. Sabía qué necesitaba exactamente para entorpecer sus gestos, sus intenciones, y se permitía el divertirse en hacerlo. Después de todo, eso hacía el juego más interesante. No puso objeciones, sin embargo, cuando él procedió a seguir desnudándola, e incluso facilitó que se deshiciera de la ropa.

Lo que siguió era algo más complicado, pero Ben no contuvo las risas ni se mostró dudosa. Se dejó acariciar, reclamando mientras tanto la boca y siguiendo ella con las propias caricias. Cuando él la instó a alzarse, lo hizo sin dejar su tarea, apoyando la cabeza contra la de él, jadeante. Dudó un momento, pero cuando sintió la lengua contra ella y se estremeció, sin poder contener un gemido, supo que tenía un pequeño derecho, dada la situación.

-Con cuidado -se atrevió a pedir, en apenas un susurro, prácticamente ahogado por la respiración.

La chica del piano es divertida e interesante, le ofrece un juego agradable y Johan lo disfruta. No siempre es así, pero es mejor cuando es así, o al menos es lo que diría Johan si le preguntasen. O quizás no dijese eso, pero es lo que piensa, pese a todo, por encima de lo demás.
Se deja recorrer y la recorre, disfruta de las caricias, tanto las recibidas como las entregadas, pero no pierde la noción de la situación por completo, ni siquiera por la niebla turbia de su cabeza, que todavía no se ha disipado del todo, y que aún hace que cada gesto parezca más ligero de lo que realmente es.
Se detiene, sin embargo, cuando ella habla, aún con las pieles en contacto, mirándola con las cejas alzadas, algo más serio, aunque aún relajado.

-¿Estás bien?- le pregunta primero, y aunque su voz no denota preocupación sí muestra un rastro de respeto. No se ríe en ningún momento. Repite entonces un gesto, una caricia con la lengua, suave, ascendente, casi superficial, dejando que se amolde a la forma que se ha alzado-. ¿Así? –pregunta entonces con la voz más baja, repitiendo un gesto suave, casi cariñoso, como si no fuese la segunda vez que la ve y supiese su nombre, aunque siga siendo, al menos para él, la chica del piano.

Si se puede tratar bien a alguien agradable Johan no ve por qué no hacerlo.

Ben no pudo evitar una gran sorpresa cuando oyó la respuesta, que no había llegado a esperar. Tanto que, como él, detuvo un momento su tarea, aunque no tardó mucho en retomarla, con cierta suavidad. No pudo evitar una risa, que casi le impedía hablar.

-Sí, sí -consiguió decir, de todas formas. Tampoco esperaba que la tomase tan en serio.

La risa se le cortó en un jadeo que la tensó un momento, y que la animó a aumentar el ritmo de la mano. Con la otra, lo acercó por la nuca, pidiendo con ello que continuara.

-Sí -murmuró en respuesta a su pregunta, cerrando de nuevo los ojos.

La risa lo alivia en cierto modo, haciéndolo perder algo de seriedad y recuperar una sonrisa. Ha exagerado, según parece. No cree, de todos modos, que ese sea un problema, realmente. Así que, visto el éxito del nuevo comportamiento, decide seguir con ello, estremeciéndose en silencio a cada poco, dejando ir el aire entre los labios, y que la acaricie, cada vez que uno de los gestos que ella le ofrece resulta especialmente intenso.

Juega con la lengua, con los labios y con las manos, que complementan las caricias de su boca acudiendo a las zonas desatendidas por esta. Se mueve con cuidado, como ha prometido, pero sin reparos, llegando a atrapar con los dientes, a succionar, o a dejar gestos a medias, tentando respuestas, desafiándola y acatando a lo que ella pida luego.

Cuando abandona la zona lo hace ascendiendo, incorporándose levemente para subir hacia las clavículas, dejando que sea esta vez su pecho el que acaricie de ella durante el trayecto. Lleca a la base del cuello, que araña con los dientes en una caricia suave, y aunque aún le dedica una mirada curiosa, buscando algún tipo de consentimiento o gesto, la mano izquierda pasa por su costado y se acerca al pantalón, al cierre, con el que juega un momento antes de desabrocharlo.

Ben participaba sin reparo en el juego, sintiéndose flotar, marcando con la respiración, con la voz y los gestos, lo que le resultaba más agradable, respondiendo con sus propias acciones a las que él proponía. Las caricias se hacían más firmes a tiempo que ella reclamaba atención, y se permitía el atraerlo o aumentar el ritmo según le convenía, o quizás según su cuerpo le indicaba.

Accedió cuando él la hizo descender, dejándose recorrer, sintiendo el cosquilleo que dejaba allá donde pasaba, la sensación de escalofríos y piel erecta a causa del efecto del frío y la saliva sobre la piel. Y, cuando él quiso entretenerse sobre su pantalón, aumentó la presión contra su mano con la cadera y reclamó una vez más la boca, con evidente entusiasmo. Mantenía las caricias, pero se mostraba un poco caprichosa, demostrando que reclamaba algo a cambio de lo que ofrecía.

La compenetración no es mala. A Johan llega a sorprenderle, pero, evidentemente, no de forma negativa. Deja que ella lo guíe y responde a las peticiones, llegando a detenerse y cerrar los ojos en algún momento, cuando las caricias de la mano comienzan a causar más de lo esperado. Deja ir algún gemido apagado y al final coloca la diestra sobre la mano de ella, suave, en una especie de petición de tregua, dejando que la respiración, ya bastante superficial, vuelva poco a poco a la normalidad, aunque sin detener el resto de gestos, sin dejar de recorrerla con las manos en caricias firmes y calculadas, disfrutando del contacto de la piel.

Responde a la boca cuando ella lo reclama, más voraz que hasta el momento, y aunque sigue manteniendo cierto control sobre sus acciones este no es, evidentemente, el mismo que al principio.
Primero hace amago de introducir la mano en el pantalón, pero acaba por liberarlas ambas para llevarlas al borde de este y hacer amago de comenzar a retirarlo, sin abandona su boca. Necesitará algo de ayuda para hacerlo, sin embargo.

Johan nota un principio de hormigueo en las piernas, muy leve, pero lo ignora de momento.

Ben, al verlo acelerarse, esbozó una sonrisa satisfecha, centrándose un poco más en la tarea. Y, sin embargo, él la detuvo de pronto. Acostumbrada a obedecer, Ben cambió de estrategia y pasó a caricias más suaves, más tranquilas, que mantuvieran su estado pero no lo acelerasen más de lo que él pedía.

Alzó las caderas cuando él trató de retirar el pantalón, tratando así de facilitarlo. Y, aún sin abandonar sus otras actividades, participó activamente en la tarea de deshacerse de la ropa, tratando de pegarse a él para evitar la mordedura del frío.

Cuando la tarea estuvo completa, Ben retomó sus ataques a la boca, reclamando con más ímpetu, evidentemente animada.

Johan agradece con una espiración algo más calmada la bajada del ritmo, que le permite seguir disfrutando de los gestos de la chica del piano sin que ello signifique necesariamente un final demasiado prematuro. No es alguien que se acompleje demasiado por un mal desempeño, pero sí que pretende evitarlo en la medida de lo posible. Son cosas que, a su juicio, uno debe hacer.

Los pantalones los deja sobre el muro cuando se los quita, a su lado, como ha hecho con lo demás, teniendo más cuidado con su ropa que con la propia. La mira de nuevo, llegando a mostrarse risueño, y cede el calor de su cuerpo cuando ella pide contacto sin ninguna objeción.

Responde de nuevo a los besos con una sonrisa, plantándole cara sin retroceder, y esta vez sus manos vuelven a las nalgas, pero ya sin el pantalón de por medio. La oprime un momento, la atrae, respira. Hace tiempo, ha de admitir, desde la última experiencia semejante.
Nunca lo admitirá, por otra parte.
Atrapa sus labios, juega con ella, se deja llevar y la arrastra consigo. Al final, con un jadeo, decide seguir con su iniciativa de desvestirla. Primero acaricia el muslo, introduciendo la mano entre las piernas, llegando a rozar la zona central con ella un par de veces, en un estímulo ínfimo que es más bien un tanteo. Luego procede con la última prenda, como ha hecho con las anteriores, dejándola de nuevo a un lado, y vuelve a acceder con los dedos a ella, esta vez expuesta, iniciando una serie de caricias leves, suaves, superficiales, que sirven al mismo tiempo para entrar en contacto con ella y para ayudar a que la lubricación se extienda.
Llega a sentirse ínfimamente inquieto.

Ben lo miró un momento, con mirada algo desorientada y la risa aún en los labios, y no se demoró mucho en seguir por donde iban. Se dejó atraer y lo atrajo, agradecida por el calor de su cuerpo contra el suyo, y continuó con sus tareas, entretenida, buscando en algún momento su cuello, aunque centrando la mayor parte de los gestos de su boca en la de él.

Se estremeció ligeramente al sentir su mano entre las piernas, y bajó ligeramente en busca de contacto. Sin embargo, encontró el roce de él demasiado sutil para el estado de su cuerpo. Mientras continuaba excitándolo y reclamaba su boca con más fuerza, acompañó la mano de él con la propia, guiándolo con dedos hábiles a los puntos y los gestos que más sensaciones le causaban. No eran muchos los que se molestaban en algo así, pero cuando lo exigían, Ben sabía guiarlos para dejarse complacer.

Johan nota cómo la piel del cuello se le eriza con el contacto, y cómo por más que quiera controlar su respiración, y que lo consiga en parte, esta se ha acelerado de forma evidente, y ya no consigue volver a la normalidad. No le preocupa, de todas formas. Se siente a gusto.

Cuando ella va en ayuda de su mano, pidiendo un contacto mayor, se lo ofrece enseguida, cambiando caricias superficiales por otras más directas, adaptándose al ritmo de ella, dejando que los dedos resbalen sobre la piel perfectamente lubricada. Siente que acelera el movimiento sin quererlo, pero lejos de ponerse más nervioso sonríe y deja ir una risa que, sin poder evitarlo, resulta algo temblorosa.
Por más que pretenda ocultarlo, sí está algo nervioso. Solo un poco, se dice. Inquieto. Es una situación en la que es normal alterarse, a fin de cuentas.

La mano de ella no le pasa desapercibida. Lo desconcentra. Le hace difícil no pensar en ella. Y nota la cadera algo rígida ya, de bloquearla por no seguirle el juego.
Tira de su labio, aumenta sus caricias, aprieta los ojos un momento, se tensa. Y entonces se detiene con un jadeo algo más seco y lleva las manos a la cadera de ella, buscando aire, normalizar la respiración, con intención de atraerla hacia sí.
Johan no confía demasiado ya en lo que puede ofrecer. Es consciente de sus capacidades. Y, aunque eso no sea algo que lo acompleje, no le gusta partir de que no dará la talla. Prefiere pensar que quizás lo consiga, si le pone más empeño.

Ben encontró el punto deprisa, y pudo entonces dejarse ir un poco más, cediendo a jadeos y gemidos, apremiando un tanto la situación. Él también sentía el apremio, era evidente. Ben lo expresaba luchando contra su boca, sintiendo que el mareo era mayor, quizás por lo difícil que se le hacía conseguir aire en aquel momento.

Se dejó guiar cuando él la reclamó, de nuevo dócil a sus exigencias. O incluso anteponiéndolas, porque a Ben le bastó el tirón para darle un mordisco en la lengua, tirar de sus labios, imponer un juego un tanto más agresivo y situarse sobre él. Para cuando se dejó descender, no fue capaz de ahogar un jadeo ronco, y se vio de pronto necesitada de aferrarse a él con más fuerza.

Ofreció un movimiento de cadera suave, sutil, como si solo pretendiera tentarlo, sin moverse demasiado. Y, poco a poco, comenzó a darle un ritmo, una velocidad acorde a su respiración y sus necesidades. Ben sabía calcular bien esa clase de detalles.

Siente cierta satisfacción cuando ella parece dar un buen veredicto. Continúa con las caricias un rato más, hasta que acuerdan sin palabras pasar al siguiente punto. Johan llega a tragar saliva al notarla sobre él, a dejar ir un jadeo al verse atrapado por sus dientes y uno nuevo, arrastrando la voz y abriendo más los ojos, como volviendo a la realidad, al sentir que entra en ella.
Al igual que hace la chica del piano, Johan la agarra con algo más de fuerza, buscando descargar la repentina sensación más que sostenerla.

Ella empieza el movimiento y Johan cierra los ojos, acompañándola despacio, con la cadera, valiéndose de las manos para ayudarla en sus movimientos. Igual que cuando acelera, que la acompaña lo mejor que puede, notándose enseguida más torpe que ella.

No puede dejar de pensar, de hecho, en lo hábil que resulta la chica del piano. Ha sido un descubrimiento inesperado, aunque él no tiene mucha cabeza para pensar en eso.

Apoya la espalda contra la columna, ganando algo de estabilidad para poder acompañarla lo mejor que puede. Se esfuerza. Johan no suele esforzarse, pero algunas veces, como en este preciso instante, lo hace.
Siempre hay momento, piensa, para una excepción.

Ben dejaba que él le indicase con sus reacciones cómo proceder. Sabía aprovecharse de sus gestos, de sus expresiones. Solo con abrir los ojos podía encontrar las marcas en su cara que le indicaban qué era lo más acertado. Incluso con los ojos cerrados, la forma en que se movía, cómo trataba de situarla a cada momento, su respiración, todo le decía qué era lo que tenía que hacer, y Ben procedía con una naturalidad aprendida.

Claro que, en aquel caso, había un aliciente. Ben estaba acostumbrada a complacer, a olvidarse de su cuerpo. Pero, en aquel caso, una vocecita maliciosa insistía en su cabeza en que no era necesario sacrificarlo todo, en que, por primera vez en mucho tiempo, lo hacía para sí misma. Así que, pese a que se ocupaba de satisfacerlo, aprovechaba los gestos para sí, recordando lo que era el disfrute.

Ben se aprovechó del apoyo del chico para echarse hacia adelante, apoyándose en él para moverse mejor. Le liberó la boca, atacando su cuello con más ímpetu que hasta el momento, combinando los gestos de él con los propios, dejándose invadir por aquellas sensaciones, tan extrañas en su estado.

Le cuesta seguir el ritmo, acoplarse a ella, llegado un punto, por lo que mantiene ese ritmo cómodo en vez de arriesgarse a tomar uno que no sea capaz de controlar. Ella ya se encarga de hacerlo jadear, de obligarlo a abrir los ojos más de lo esperado. Ya no se ve capaz de sonreír relajado como suele hacerlo, ni de sonreír de ninguna forma.

Las manos la acompañan bajo las nalgas. Como apenas puede moverse la impulsa a ella. Le resulta liviana, tiene los brazos fuertes.

La niebla se ha despejado un poco, pero Johan sigue viéndolo todo un poco borroso. Y a ella casi no la distingue, en medio de la oscuridad. Pero sí lo suficiente como para verla moverse. Le basta con eso y con lo que experimenta su cuerpo.

Traba la cadera de pronto, ahogando un gemido. Le llega a dedicar una mirada, como advertencia. Si no baja el ritmo no aguantará.
Puede mentir con palabras, pero el cuerpo no miente, desde luego.

Ben podría haberse detenido, o al menos, haber bajado el ritmo. Podría haber hecho caso a la muda señal. Pero tenía varias razones para no hacerlo. Por una parte, sabía lo que vendría a continuación, y se le había enseñado que ese era el objetivo. Por otra, la euforia de la situación, la nebulosa en la que se sentía, le impedían ver más allá de aquel instante concreto.

Así pues, actuó como siempre se había esperado de ella. Descargó fuertes embestidas contra él, animándolo a liberarse. Con la boca, buscó la base de la oreja, una zona sensible a la que atacar, en la que, además, podía depositar cada uno de sus gemidos. Todo perfectamente premeditado para llevarlo al clímax, como siempre sucedía.

Podía parecer un tanto frío, pero de hecho, Ben se estaba divirtiendo. Se sentía enérgica, activa, y las sensaciones de su propio cuerpo, en aquella ocasión escogidas, la llenaban de júbilo.

Ella no colabora. Johan llega a pensarlo con pesar cuando la nota acelerar, y siente que eso mismo hace que se le acabe el aguante. Cierra los ojos con fuerza, eleva la barbilla, pero no es algo que sirva de mucho. Casi puede contar los segundos que faltan para ello, casi ve la cuenta atrás.

Jadea con fuerza sin quererlo. Trata de moverse un poco más, ya que es inevitable. Y, como es inevitable, llega.
Johan se estremece, aprieta el cuerpo contra ella son poder evitarlo, y deja ir un breve gemido ronco.
Ha hecho lo que ha podido. Pero no se lo han puesto fácil

Cierra los ojos primero, pegado a ella. Inspira profundamente. Al apartarse lo hace con una sonrisa, casi con apuro, y la respiración agitada todavía, y algunos mechones pegados a la frente.

-Vaya... -dice entonces, con voz entrecortada, accediendo de nuevo a sus labios, mordiéndolos un instante.

Aún falta ella. Es algo a tener en cuenta. A Johan no le gusta ser desagradecido, pese a todo.

Ben lo sintió tensarse, debatirse hasta el último segundo, y luchó contra él por controlar su cuerpo hasta vencer aquella pequeña batalla. Se detuvo entonces, sintiendo la piel húmeda y pegajosa, tan acalorada que apenas sentía el frío de la noche, tan eufórica que se le escapaba la risa sin poder evitarlo.

Lo miró con el gesto algo perdido, divertida por su expresión, aún permitiéndose un par de gestos más, mucho más simples, mucho más suaves. Ladeó la cabeza.

-¿Vaya qu-

No tuvo ocasión de terminar su pregunta, porque en seguida tuvo la boca ocupada de nuevo. Qué fogosidad. Claro que no era algo de lo que Ben fuera a quejarse. Sentía que aún le quedaba una buena dosis de energía.

Johan no se mantiene mucho en su boca, ni tampoco en su cuerpo. Sale de su interior, finalmente, dejando ir un nuevo jadeo seco y le dedica una breve sonrisa. Tiene que pelearse un poco con ella para cambiar las tornas, aunque tiene fuerza para poder dominar la situación si lo desea, por lo que la incita a que cambien las tornas y sea ella la que se siente, dejándole libres las piernas al fin. Nota el hormigueo.
Ataca a su cuello y deja un pequeño mordisco en el hombro mientras que la izquierda desciende por su cuerpo buscando lo que acaba de abandonar, para que los dedos, tres de ellos, la acaricien primero y acaben por entrar en ella y continuar el roce, si así se lo permite.

No la imaginaba así. Johan esperaba otro tipo de persona. Es una chica divertida, pero no es el tipo de chica que él se imagina de esa forma. Una habilidad encomiable, ha de reconocer. Podría incluso llegar a reconocerlo en alto por una vez, sin mentiras, aunque no cree que haga falta por su gesto.

-Vaya, qué increíble -explica, aún con voz tomada, respondiendo a lo que ella no terminó de preguntar.