Claustro.

El tiempo era tan malo que no se podía salir a pensar, y tan solo podía quedarme a ver la lluvia desde la zona cubierta. En Ignis los veranos no eran como aquel, tan lluviosos, ni tan cerca del mar como yo vivía, y por mucho que me hubiese acostumbrado al clima de los malditos chrysos, que parecían hasta hacer llorar al cielo por vivir bajo su nobleza, la verdad era que añoraba las cálidas tierras que eran mi hogar. Cada día que pasaba, parecía ser más difícil recrear los paisajes, o mi propio hogar, al que hacía mucho que no regresaba.

Llevaba, en aquel momento, un retrato de mi hermana entre las manos, hecho a color por un buen pintor conocido de mi padre, hacía ya años, pero en aquella imagen se veía una niña, una niña de apenas once años, y por más que la miraba y la recordaba poco mayor, no podía evitar darme cuenta de que ya no podía ser de aquel modo. Costaba imaginar a la pequeña Nadia como una mujercita... ¿Pero no tenía acaso la edad de la joven Massen, más o menos? Y la piscis había cambiado tanto desde su llegada... No podía pensar en mi hermana con los mismos ojos, pero la que escribía parecía más mayor que la joven dama a la que yo había dejado en casa...

Yo los protegía a todos desde Brontë. Era un protector, al fin y al cabo, un guerrero, y quizás un héroe alguna vez. Y, por más que pensaba en ello, apenas recordaba algún momento en el que realmente hubiese sido tan de ayuda como para creerme tan poderoso. Recordaba mis pasos, y casi nunca resultaban tan heroicos... Llegaban a ser ridículos, como si Rick Dehnel no fuese más que un bufón que buscaba demostrar lo que no existía en él. Duncan engañaba a Sara Elander, pero yo no había podido ajusticiarlo... Prosper y su cuerpo perdido... La niña que había tropezado, sin más, muriendo sin dejarnos salvarla... Incluso había caído al ser atacado por el oso, o había sido salvado por el bueno de Corbin... Y una cicatriz en mi vientre me recordaba el egoísmo de algunos chrysos, y también mi mal fario.

¿Acaso me había llevado yo la mala suerte de otros para protegerlos de ella? Porque, de ser así, mi misión como héroe sería auténtica. Pero, sin embargo, si yo no era más que un torpe bufón...
No, Rick Dehnel no era un bufón. Lo tenía claro. No podía serlo.
Era la lluvia. La lluvia siempre me ponía malencólico.

*entra*

Es una buena hora para salir a dar una vuelta, ahora que esa maldita luz se ha ido. En esta época del año, al menos por aquí, termina por hacerse insoportable. Aquí amanece tan pronto y anochece tan tarde... Mis pobres ojos no aguantan tanto, hostia. Se me está haciendo más duro de lo que esperaba, y eso que he acabado por acostumbrarme del todo al horario, pero la puta luz... La jodida y maldita luz...

Suspiro, gruñendo al final, y me reacomodo sobre el muro. Estoy tendida boca abajo, sobre la barriga, con las piernas colgando a un lado y los brazos al otro, y el pelo también, claro, desde el hombro derecho. Me lo he trenzado después de la ducha, porque me ha dado, y así es más cómodo.

Echo una mirada al cielo y me hurgo en la oreja con el meñique, desganada.
Vaya basura.

*se queda*

Me vuelvo al escuchar su voz. Ni siquiera demasiado alerta, la verdad... Si fuese un enemigo, ahora mismo estaría muerta, pero por suerte es... Es...

-Errald -digo, como una reafirmación de que es su nombre. Creo que lo es, de verdad-. ¡Errald!

Enseguida me bajo, impulsándome de un salto, volviéndome hacia él con una sonrisa algo desganada. Estoy algo sola últimamente, y poder verlo resulta un alivio. Ahora mismo es lo más cercano a Gerald que hay por aquí, ¿no? Él me entenderá de una forma diferente, supongo.

-Hace tiempo de aquel día, eh. Pareces cansado -. Estiro las manos, entrelazadas, hacia el cielo, sintiéndome ligeramente más animada-. Estaba vagueando un poco. Los días aquí se me hacen largos a veces

Resoplo, haciendo una mueca desagradable, pero se me escapa una sonrisa al final. Inaudito, eh... Este tipo es bastante más gruñón que el enano que me presentaron en el comedor, pero no tiene por qué ser malo si no me toca las narices. En su momento me cayó bien. Algo tendrá, que no soy una cualquiera.

-La verdad es que a veces se echa de menos la acción, aunque supongo que la calma es una buena señal -recito, con monotonía, como si me hubiese aprendido esas palabras de memoria en algún sitio-. ¿Eh? Oye, un respeto -me quejo luego, llevándome las manos a la nuca, tras la trenza-. Yo sé divertirme de puta madre, que lo sepas -comienzo, altanera. Aunque enseguida bajo la vista un instante. Supongo que sí estoy algo amargada-. El silencio se nota mucho ahora, y es difícil ignorarlo...

Lo sigo con la mirada. La verdad es que ha conseguido bajarme un poco el buen humor que su llegada me ha levantado. Parece tan decepcionado que... ¿Acaso tendrá un rollo raro como esos dos? No me lo había planteado nunca.

-La vida es dura -repito, con un asentimiento algo teatral, pero no menos cierto, acercándome para sentarme a su lado-. ¿Qué ha pasado que estás tan huraño? -pregunto, mirándolo de reojo.

Vaya jodida franqueza. Suena un poco moñas, admito, pero hay que tenerlos bien puestos para ser capaz de decirlo con esa calma. A mí me cuesta decir esas cosas. Supongo que eso de sincerarme directamente no es lo mío. Me da vergüenza, o algo así. Soy un poco gilipollas. Aunque, por otro lado... ¿Se pone así por el imbécil de Gerald? Aún va a ser verdad que escogí a un mal hombre por el que interesarme, pero no por lo que le abundan las mujeres, no sé si me explico...

-Suenas un poco homosexual diciendo cosas como esa -comento, con una sonrisa algo socarrona-. ¿Es eso? ¿Gerald se va y nos deja a todos tirados? ¿O te gusta más Cierzo, a ti? Es como más hombre -inquiero, y aunque intento parecer burlona no me sale más que un ligero desánimo y una sonrisa.

Termino suspirando. La verdad es que se nota que faltan, eh. Sï que entiendo al tipo este.

Asiento a su último comentario, relajando un poco el gesto.

-Realmente he estado un poco perdida últimamente, además de algo sola. Lo estoy. Creo que puedo entenderte un poco, aunque pareces mucho más cansado que yo -comento al final, ya con tono más serio, examinando sus ojeras.

Sé ser seria, a veces. Y educada. De verdad, joder.

-No me gustan los homosexuales.- Cerró tajante.
Puso un dedo en la frente de ella.- Me gustan las chicas.- Dijo alzando las cejas, con el fin de que le quedase clarito. - Tetas y esas cosas.- Dijo dejando salir una media sonrisa cálida entre su cuidada barba. Parecía algo muy importante para él y pese a su estado de ánimo, le dedicaba varias horas al día a su cuidado.

-Bah, soy parvus.- Dijo rotando los hombros.- Estamos acostumbrados a cargar con pesadas cargas.- Río, ronco. El humor no era su fuerte.

Enarco las cejas, esbozando una sonrisa divertida. Se me ocurren tantas pullas que meter. Pero no, Fifi, no... No queremos discusiones. No está aquí para que te burles de él. No es una herramienta para tu diversión. No seas mala.
O te quedarás sola hoy...

-Bueno... -. Me meto las manos en los bolsillos, relajando de nuevo los labios, más tranquila-. A mí ni me gustan ni me dejan de gustar. Los homosexuales, no las chicas, quiero decir... Pero está bien que tengas las cosas claras. Así no te llevas sorpresas, eh... En mi pueblo había uno que... -. Niego un instante. Es demasiado innecesario-. No importa. Es una gilipollez.

Guardo silencio un par de segundos, pero acabo por dejar salir una leve risa y negar un par de veces.

-Tetas y esas cosas -repito, divertida, aunque hace ya un buen rato que lo ha dicho. Me ha hecho gracia, la frase...

¿Qué estamos haciendo? ¿De qué estamos hablando? Parece filosofía escondida.

-¿Estás acostumbrado a cargar pesadas cargas? Entonces yo estoy acostumbrada a la fría oscuridad, si lo vemos así. Pero... -. Me paso una mano por la cara. Esto se me da mal-. Coño... A ver... Digamos que eso no significa que sea bueno y.. Esto... Siempre puedes pedir ayud... ¿De verdad estás así porque esos dos se fueron?

Es que si no es un desviado... Vamos, que ni yo estoy tan mal. Y dicen que si lo niegas muchas veces es que lo eres...
No le pega, pero esos dos se traen un rollito raro y no me extrañaría que...

-Me gustan las gilipolleces.- Dijo mirando a la luna con un rostro relajado y algo más receptivo.

-Exacto.- Vovió a hacer una pausa.- Tetas. Y esas cosas.- Acabó por enseñar los dientes con una media sonrisa de maduro guerrero por los campos de batalla femeninos. - En mis tiempos no había mujer que se me resistiera.- Mintió. Aunque ella no tendría por qué saber que su carácter seco y amargo le había costado más de un revolcón.

-No, idiota.- Rió con bravuconería.- Esos dos me la traen al pairo.- Volvió a ocultar la verdad. O al menos parte de ella, mientras su rostro adquirió de nuevo un tono serio.- Simplemente... veamos...- No encontraba en su cerebro lo que buscaba y se acabó por llevar una mano a la cabeza, confuso. Últimamente su cerebro estaba pastoso y poco ágil.- Bueno, dejémoslo en que mi familia hizo...- levantó su mano derecha y chasqueó los dedos.- ¡Puf!

Luego se quedó en silencio mirando su mano. Vacía.

Río entre dientes, entretenida. No sé si es serio, gruñón o qué. Aunque si es colega de Gerry, un poco imbécil tenía que ser. Aquí todos lo somos un poco. Gerald el que más, por supuesto. Y el que menos... Pues...
Gerald el que más, coño.

-Bueno, digamos que decía que no sabía si le gustaban los hombres y que quizás le interesase probar, y un día, una noche más bien, lo vieron salir de unos matorrales agarrándose el culo y lloriqueando que si le dolía mucho, ya me entiendes. Por las alusiones que hicieron algunos a la menstruación cuando lo vieron, creo que le hubiese gustado mucho haber estado seguro de sus preferencias antes de cagarla -termino, con una sonrisa satisfecha.

Eso o el otro la tenía muy grande. No sé tanto de esas cosas, ni me importan detalles tan concretros.
Y ya está. Fin de la historia. Al menos relaja un poco eso de hablar de mierdas como esta, aunque sean una chorrada. Me entra como un poco de nostalgia, al hacerlo. Vaya cosas...

Enseguida alzo las cejas, algo escéptica, a su comentario, burlona una vez más. Así estoy más cómoda que seria, desde luego.

-Yo que te veía poco de ir de flor en flor. A ver si va a ser que Gerald os atrae en masa, que de Cierzo no sé nada, pero a lo mejor nos sorprende y tiene un harén montado. O a lo mejor monta otras cosas más rubias -añado, por lo bajo, para mí, entre risas maliciosas.

No tiene puta gracia, pero es lo que me queda. Reírme. Aunque no estén. Aunque no sepa nada, por el momento, si me río me siento un poco más tranquila, supongo. Hablar es una buena forma de echar fuera esta sensación de agobio, de estrés.

Pero el buen rollo, o lo que sea esto, va empezando a decaer de pronto. Porque primero es él, que parece más serio. Y luego menciona a su familia y el tema ya me extraña un poco más, pero no hago más que arrugar el ceño, extrañada, sin saber bien de qué me está hablando. Y al chasquear los dedos, por algún motivo, me recorre un desagradable escalofrío. No sé si soy yo la persona más adecuada para... ¿Qué busca? ¿Consuelo? ¿Que lo escuchen? ¿O nada, y solo responde a una inocente pregunta que le he hecho?
Pero yo no soy de las que se disculpan y reculan. Por eso, aunque aprieto la tela del interior de mis bolsillos con las manos, algo incómoda, de todo modos pregunto.

-¿Por qué?

Una pregunta tan escueta, tan indiscreta, que me parece servir solo para llenar el silencio. Pero a veces una no sabe si habla de que se han ido porque él era insoportable o de algo más serio.
Parece que al final no hay mucho espacio para bromas, de todos modos.

Lo miro, seria. Me siento hasta respetuosa, de pronto. Inaudito, Fifi... Incluso tú te haces mayor y aprendes a comportarte.

Rió.- Pobre incauto.- Dijo con aire algo más relajado ante aquella historia tonta.
-Bueno, uno ya va acercándose a la treintena y... lo dicho. Aquello fueron otros tiempos.- Apretó los labios dibujando una melancólica media sonrisa.

-¿Por qué?- Repitió.- Eso me gustaría a mi saber.- Dijo frotándole la cabeza.- Hasta mañana, Frikka.- Dijo con la media sonrisa anterior, pero algo más tristona.

*se va*

Me quedo mirándolo, sin saber bien qué decir. La verdad es que quizás no he sido ni muy espabilada ni muy delicada. He pecado de entrometida. Tampoco es que sea un hacha con eso de la sutileza, ni es que me importe demasiado, pero su respuesta da a entender que es un tema demasiado serio como para tratarlo con frivolidad.

-Hasta mañana -repito, casi como un acto reflejo, con tono algo ausente, mirándolo alejarse.

¿Así es como es? Una tiene sus propios problemas y se burla del resto creyendo que los suyos serán menores. Pero al final, cada cuál tiene lo suyo, ¿no? Y resulta que hay cada jodienda que hace que parezca una niña. Me siento algo niña. Estoy algo triste desde que se fueron.
No encuentro mi sitio, o algo así.

Me bajo del muro de un salto y roto los hombros hacia atrás. Tampoco hay mucho que hacerle, ahora mismo.

*entra*

La lluvia no es un buen aliado cuando tienes que pasarte el día entreteniendo a un cachorro, desde luego. Vilo, inquieto y ofuscado, no deja de corretear por todas partes, y yo no tengo muy claro hasta qué punto podemos permitirnos eso. Al final, para solucionarlo, accedo a bajar con él al claustro. No es el prado, pero así podrá entretenerse un poco por la hierba.

Incluso con la lluvia de por medio, el pequeño sale disparado, emocionado con la sola idea del aire fresco. No le sienta bien estar encerrado. Yo, que no tengo ninguna gana de mojarme, lo miro desde debajo del alero. Caliento con un batzall una piedra del muro para estar más cómoda y me siento a observarlo.

No tarda mucho en cansarse de jugar solo, y es entonces cuando viene reclamando atención. Lo veía venir. Adora que le hagan caso. Saco entonces una pelota pequeña y la lanzo rodando por la hierba. En seguida dejo de ser el centro de su atención, sustituida por la pelota, que persigue por todas partes.

Yo me limito a observar, con una sonrisa divertida.

*se queda*

Llevo una libreta, las gafas y un carboncillo en la mano derecha, asidos con relativa seguridad. La izquierda la uso para abrir la puerta que da al claustro, y me asomo con los ojos cerrados, inspirando con fatiga, profundamente. Cuando dejo salir el aire sí abro los ojos, contemplando con cierto estupor reflejado en el rostro la escena que se desarrolla a varios metros. Sigo al cachorro con la vista, a través de la lluvia, y termino por llevarme el nudillo del índice izquierdo a los labios, dejando salir una risa suave. Vuelvo el rostro hacia la muchacha que descansa sobre uno de los muros.

-¿Es tuyo? -inquiero, alisando los escasos pliegues del vestido con un gesto delicado, sin dejar de mirarla-. Es una preciosidad... ¿Cómo se...? -. Callo al instante, y modifico levemente mi posición corporal, pasando a una más firme-. Mi nombre es Anna Hélix, disculpa -me presento, tras una breve pausa, inclinándome unos centímetros hacia ella, todavía a cierta distancia.

Enseguida desvío de nuevo la mirada hacia la zona de hierba, risueña.

Resulta que, pese a la lluvia, hoy no es día para estar solos. Una chica chrysos se acerca al poco rato, con la atención fija en el cachorro. Como es habitual. No sé si sentirme halagada o aburrida. Aunque su instinto de acercarse es perfectamente comprensible, en cualquiera de los casos.

Dirijo a ella la sonrisa que ya tenía en los labios, asintiendo suavemente.

-No te preocupes. Soy Lea -indico en respuesta a su presentación-. Y él es Vilo. Es un...

Pero me veo interrumpida por un pequeño terremoto. La pelota, como yo, ha pasado a segundo plano en función de la última novedad. Con un gañido, Vilo se acerca encantado, con las orejas y el rabo bien altos, dispuesto a olisquear (y subirse, si tiene oportunidad) a la recién llegada.

-Ten cuidado -indico, haciendo amago de acercarme a detenerlo-. Con tanta tierra húmeda, te va a poner perdida... Vilo, no seas bruto, pequeñajo...

Llego un poco tarde para evitar que llegue a ella, lo cual no parece gustarle mucho. Pero en fin, no será porque no le he avisado, ¿no? Es su problema. De todas formas, acabo por sujetar con firmeza al pequeño, asegurándome de que no siga llenándola de barro.

-Sí, demasiado saludable a veces -replico, con una mueca-. Venga, Vilo, no seas pesado, relaja un poco.

El pequeño, algo alborotado, aún se revuelve un poco antes de mantenerse quieto, dejándose acariciar, con los ojos fijos en ella, totalmente atento, y moviendo el rabo como un loco. Casi me da la risa viéndolo con esa expresión.

-Lo que es es muy sociable. Adora a la gente. Tenías que verlo persiguiendo a los del servicio... Me vuelve loca -. Niego suavemente. ¿Qué hago contándole mi vida a esta tía?-. Tendrá cosa de dos meses, o algo más.

Vilo, por asegurarse de que le hacen caso, suelta una especie de mezcla entre gruñido y gañido. Aunque entiende que debe moderarse un poco, sigue tenso y alterado.

-Sí, desde luego -coincidí.

Poco a poco, Vilo se iba quedando quieto, hasta que acabé por soltarlo. Entonces, con más calma, aunque aún moviendo el rabo muy deprisa, hizo amago de buscar la mano de la chrysos para lamerla. Y esperaba que, si intentaba volver a subírsele, la chica fuera suficientemente espabilada como para detenerlo, que no me apetecía estar de guardia.

Volví la vista hacia ella, con interés.

-¿Ah, sí? ¿Qué clase de mascota? -pregunté. Y, cuando preguntó, resoplé, con aire de cierto agobio, abriendo los ojos significativamente y ladeando suavemente la cabeza-. No lo sabes tú bien... -respondí. Le cogí una pata a Vilo, mostrándosela, y le di una palmada en el pecho-. Con estas patazas y este cuerpo, puedo irme preparando para un buen perrazo. A ver qué hacemos entonces... Se le va a acabar lo de andar por donde quiere.

Sonrío de medio lado, asintiendo suavemente.

-Vaya, tolocos. Una pena que se volvieran un problema. Yo también he tenido, y son adorables -comento, con tono entretenido. Tampoco insisto mucho, que no es que me interese.

La sonrisa se vuelve poco convencida, aunque siempre recatada. Ladeo ligeramente la cabeza, poco convencida.

-No me hace mucha gracia. Me gusta demasiado tenerlo conmigo. Pero lo que no se puede, no se puede. Tendremos que irnos haciendo a la idea -acabo, algo resignada.

El repentino cambio de tema me pilla un poco por sorpresa. Tengo que contenerme para no alzar una ceja. De pronto, parece que hayan quitado a la chica tímida con la que estaba hablando y hayan puesto en su lugar a alguien intentando comprarme el alma. La escucho, tranquila, aunque sin mucha confianza. No me hace demasiada gracia lo que me dice. Aunque si eso supone un mejor equipamiento, me guste o no...

-Supongo que podría ser interesante -indico, calma, tratando de no sonar demasiado despectiva, aunque manteniendo las distancias-. Una buena coraza nunca sobra en batalla...

Aunque tampoco sé si soy quien más la necesita, que no es que le ponga mucho empeño. Pero decir que no sería tan absurdo...

-¿En qué consiste exactamente servirte de modelo? -Una cosa es ceder, y otra que me toreen. Que no estoy para perder el tiempo...