Claustro.

Bueno, poco a poco todo se calmaba. Eso estaba bien. Me preguntaba, sin embargo, cuánto duraría. Tratándose de Jun, probablemente poco. ¿Era la solución que lo arrinconara contra una pared? Bueno, a lo mejor lo era. Lo malo era que acabase haciendo preguntas. Tendría que meditarlo...

Me encogí de hombros. No tenía muy claro cómo estaba...

-Bien... -murmuré, poco convencida-. Creo que estoy un poco cansada. Sigo frustrada desde lo de la misión y... bueno, en general me siento un poco perdida.

Probablemente se refería a aquel momento preciso, pero, en cierto modo, mi respuesta lo incluía. Y lo otro me pesaba más.

Quizás solo he estado añadiendo más cargas a las que ya tiene encima con mis tonterías. Bastante mal han estado las cosas, y bastante ha participado en ellas, como para tenerme a mí por detrás lloriqueando porque quiero que me haga más caso del que me hace. O por lo que sea... Esto no es un juego.
Cansada, frustrada, perdida... Creo que la entiendo. Ahora entiendo un poco más las lágrimas. He sido algo injusto.

<<¿Por qué perdida?>>, pregunto, moviendo las manos con suavidad. Esbozo una sonrisa. <<Quizás te venga bien descansar un poco, también>>, le propongo. <<Has estado trabajando mucho>>.

Negué con la cabeza, firme. No; precisamente eso le había dicho a Inwir, que no era momento para descansar. Cuando todo volviera de verdad a la normalidad, quizás pudiera permitírmelo.

<<Todos están desmoralizados>>, expliqué. <<Hemos perdido efectivos, por unas cosas o por otras. Alguien tiene que seguir aquí hasta que Brontë recupere las fuerzas. Descansaré entonces. Por ahora no puedo permitírmelo.>>

Lo miraba, muy seria. Ellos se marchaban por un motivo particular, y estaba justificado. Otros habían cedido a la necesidad de un descanso. Los más graves, por supuesto, eran bajas involuntarias. Pero, en conjunto, todo se estaba debilitando. El golpe había sido duro, y yo no iba a dejarme afectar.

La verdad es que eso es bastante duro... Sí que parece que las cosas se hayan venido abajo, y si lo he notado yo, que estoy algo alejado de problema, para ella será mucho más evidente. Pero yo no soy el que tiene que decirle que se quedará, más que nada porque... no voy a hacerlo. Espero que al menos acabemos pronto con el viaje. No tiene que ser tan largo.
Le oprimo el antebrazo con suavidad, para infundirle ánimos.

<<Entonces aguanta un poco más. En cuanto pueda, estaré aquí para hacerte el relevo>>.

Hablo por mí, pero sé que Alehyss diría lo mismo. Siempre parece seria y distante, pero es evidente que se preocupa mucho por Massen.

Sonreí y asentí. Sí, eso estaba bien. Además, con él volvería Alehyss. Si no tardaban mucho, Brontë lo agradecería. Esperaba que la llegada de nuevos líderes trajese también, tan pronto como fuera posible, nuevos guerreros y actitudes. Tenía la sensación de que nos hacía falta un poco de aire fresco.

Miré de nuevo al claustro y a la fuente. Al final, me incorporé un poco y me estiré. Luego miré a Jun, con una sonrisa relajada.

<<¿Vamos a tomar algo?>>, propuse. <<Un chocolate o así...>>

No sonaba mal. A mí no, por lo menos.

Bueno, la tensión se ha diluido. Es un alivio. No le daré vueltas a por qué es un alivio ni a por qué se ha diluido. La coas es que todo parece más estable ahora: ella y yo.
Me levanto y me sacudo los pantalones, limpiando el polvo del suelo, y se me viene una idea desagradable a la mente. Sonrío a su propuesta y asiento, animado. Pero por el camino pasaré por el baño solo un momento...

Un chocolate suena bien. Que las cosas sean como siempre sea bien. Que podamos ser amigos suena bien.
Sí. Creo que al final no ha sido para tanto. Mejor esto que evitarla por miedo, y terminar distanciándome más. Soy algo tonto...

*se van*

La nube de humo se pierde un poco más adelante, donde el techo no cubre, y la lluvia arrastra la ceniza, haciendo que desaparezca enseguida. Johan está, en ese momento, algo ausente, o más que de costumbre, con la mirada perdida tras las gotas, en alguno de los planos, y el cigarro consumiéndose despacio entre dos de sus dedos, pegado a sus labios, sin que apenas sea consciente de ello.

"Nunca debes fumar, Tim. Es muy malo para la salud". Esa era la frase típica de Johan años atrás, y siempre que la decía llevaba un cigarro en la mano. El niño lo miraba y asentía, con firmeza, aunque también seguía el cigarro con la vista cada vez que lo encendía, como si la brasa lo atrajese. Al final terminó fumando, de todas formas.

Eso es algo que pasó en Ventus, no se olvida de ello. Casi todo pasó en Ventus, a fin de cuentas. A Mats no le gustaba el tabaco, así que Johan lo escondía dentro del colchón, en un hueco que había, y el día que se lo encontraron le dieron una paliza. Se pasó una semana con un ojo hinchado y un mes con un labio roto, pero fumaba de igualmente cuando Mats no miraba.
No tardaron mucho en irse de allí.

Johan da una nueva calada y una gota lo hace volver parcialmente en sí. Se seca la cara y retrocede un poco para evitar que se repita. Termina por apoyarse contra el muro, serio.

No iba demasiado atenta, ya que estaba de paso, pero algo me hizo pararme a mitad de camino. En seco. Me quedé un momento mirándolo, y al final me decidí a avanzar con paso decidido y una sonrisa venenosa en los labios. Maldito capullo.

-Hola, Efesto -saludé, con voz peligrosa-. Qué bien que te haya tocado otra vez descansar a la hora de la cena. Así puedes dedicar las últimas horas del día a inventarte la historia que vas a ir por ahí contando al día siguiente.

Los del servicio me habían mencionado aquel detalle de pasada. Y yo, por más que se dijera que era inofensivo, seguía sin entender que siguiera aquí con aquella fama. Cuántos habían parecido inofensivos, ocultos tras una buena sarta de mentiras. Era como si Brontë no fuese a escarmentar nunca.

El la chica. Massen. Lo ha pillado, al parecer. Como otros otras veces.
"Qué fastidio".
Johan no está en su mejor día.

La ve venir y no dice nada. Fuma sin moverse mientras ella habla, esperando a que acabe con su acusación.

Johan no siempre dijo mentiras. Un día dijo una, otro día otra y poco a poco se fueron extendiendo. Una vez Tim le preguntó a su hermano por qué decía mentiras, y cuando Johan se lo explicó no volvió a preguntarlo. Era un buen motivo, a fin de cuentas.
O no, quizás no lo era. Porque las mentiras enfadaban a la gente.

Johan niega con suavidad, mirando a la chica bastante serio. Está, incluso, algo sombrío. Se aparta de los labios el tercio de cigarro que le queda.

-Suelo improvisar en el momento -le responde, con normalidad.

Fruncí el ceño, sintiendo que la tensión se me subía a toda velocidad. Estuve a punto de preguntar si le parecía normal, si creía que era divertido, pero no llegué a hacerlo. Era evidente que le daba igual todo aquello. Por lo visto, era de conocimiento general que hacía aquellas cosas, y yo había sido una de esos estúpidos que no se enteraban de nada.

-Te da igual -escupí, con desprecio-. Vienes a formar parte de un ejército y te da igual no servir de nada. Te dedicas a dejar bien claro a todo el mundo que nadie debería fiarse de ti. ¿Qué sentido tiene? ¿Intentas estropearlo? ¿Te crees que puedes entorpecer todo esto por un estúpido capricho personal?

Era curioso lo deprisa que había empezado a hervirme la sangre.

La mira. Se enfada. Se enfada tanto, tan deprisa, que se pregunta si le habrán mentido antes. Quizás algún novio la engañó y eso hizo que odiase tanto a los mentirosos. Parece despechada.
Johan aprieta los dientes cuando ella le habla de caprichos, pero en vez de gritarle también, pese al latigazo de furia que siente, solo niega, dando la última calada al cigarro y luego lanzándolo más adelante, bajo la lluvia. Se lo toma con calma, pero no tanta como de costumbre, y cuando mira a Massen lo hace muy serio, pero tranquilo.

-No intento estropear nada -le dice, sin más-. Si quisiese hacerlo, me habían echado -le razona.

No es tan fuerte, ni siquiera tan problemático, a sus ojos.

Esbocé una nueva sonrisa, tan venenosa como la anterior, si no más. ¿Por qué estaba tan tranquilo? ¿Cómo podía estar tan tranquilo? De verdad estaba creando problemas. Y lo sabía, era evidente que lo sabía.

-Estás estropeando las relaciones entre los guerreros -lo acusé-. Cuando hay traiciones, cuando hay mentiras, también se crean sospechas. Y cuando hay sospechas no se confía y se trabaja mejor. No intentes justificarte diciendo que sigues aquí. Me da igual lo que hagan contigo los líderes. Me da igual quién te haya dado permiso para jugar con nosotros, porque yo no pienso permitirlo. Si hace falta, me ocuparé personalmente de vigilarte, de desbaratar todas tus estúpidas mentiras, hasta que la verdad sea evidente por sí sola. No voy a dejar que te dediques a confundir a todo el mundo. No es momento para permitirse algo así, ¿sabes?

Me había puesto de puntillas sin darme cuenta, en un intento inconsciente por hacerme más amenazadora.

Johan alza las cejas con suavidad. Él no ha estropeado ninguna relación. No tarda en negar, con su parsimonia característica, pero de todos modos espera a que ella acabe antes de decir nada. Está demasiado ofuscada como para que salga algo bueno de que la interrumpa.

-No estoy jugando con nadie -le responde, calmo-. Tampoco he estropeado nada -añade, levantando las manos con las palmas hacia ella, excusándose-. Y decir todo eso solo causará problemas, ¿no? Harás que cunda el pánico cuando no ha pasado nada. No es buen momento para hacer que cunda el pánico sin motivo.

Lo echarán de ahí, aunque lo llamaron. Solían echarlos, otras veces se iban ellos. Johan siempre dijo que no necesitaba casa fija, que era perfectamente posible vivir un tiempo en cada lugar del mundo y aunque se hiciese muy viejo no lo conocerían en todos.
Aún no ha estado en tantos lugares.

Apreté los puños para evitar que me temblaran. De verdad no lo entendía. No entendía por qué le permitían hacer aquello. De verdad suponía un problema. Por una parte, para trabajar con él. ¿Cómo podía fiarme de alguien que no me había dicho una sola verdad? Por otra, porque era una mentira más acumulada a otras tantas, y eso requería atención, alerta. Requería que yo estudiara que de verdad a todos mis compañeros y descubriera si alguno de ellos me mentía. Me volvería más suspicaz que si no estuviera a la defensiva. Sí, lo había estropeado todo, y seguiría haciéndolo.

Mi mano se disparó contra su cara, en una rápida bofetada. Lo miré con ojos furiosos.

-Deja de estropearlo todo -siseé-. Deja de poner a todo el mundo a la defensiva.

Y, dicho aquello, me di media vuelta y me fui de allí, caminando con paso rápido y firme.

*Se va muy digna ella*

Johan alza las cejas y la ve alejarse. Le arde la cara, y no puede evitar llevarse la mano a la mejilla. Ha sido una bofetada fuerte, pero le alivia ver que ha sido solo una bofetada. Podía haber esperado un puñetazo, o algo peor. Pese a todo, le duele; le ha dado sobre el golpe que recibió de una copia en la sala de entrenamiento, días atrás.

Él no ha...
Ni siquiera le ha dejado responder. Solo ha dicho lo que ha querido, le ha pegado y se ha ido despechada. En una situación normal, no volvería a verla. ¿Será posible ahí? ¿Podrá escapar de la mentira en Brontë?

De pronto al mal humor se le suma frustración y busca un cigarro, que enciende rápido, con rabia. Todos juzgan lo que hacen los demás, como si importase que mintiese o no lo hiciese. A nadie le importa la verdad. Solo quieren sentirse seguros.
Eso es algo que odia.

*fin de escena*

Zacharyas salió a claustro. En los días como aquel, de otoño, las nubes cubrían el cielo y oscurecían el ambiente, de modo que no le molestaba en los ojos aunque faltase para el anochecer. Le gustaba la sensación del viento fresco, aunque en aquel patio interior los muros mataban la mayor parte de las brisas. Se preguntaba si alguna vez el viento sería tan fuerte como para derribar las murallas sobre los que moraban dentro, pero le parecía imposible. Quizás el tiempo tirase Brontë, junto con el viento, la lluvia, erosionando sus piedras, pero mientras allí viviese gente se esforzarían por luchar contra aquel desgaste.
La gente siempre luchaba por vivir, aunque la muerte fuese inevitable. Y hermosa.

Vio a la mujer después de ver los muros y ver el cielo, como si se hubiese dado cuenta de que aquel paisaje no era algo estático que solo él contemplaba. Inmóvil, la miró, y no dijo nada.

La gente siempre hacía aquello al verlo, en Brontë: lo miraba, esbozaba una sonrisa y lo saludaba con amabilidad, haciendo alguna de las preguntas de cortesía habituales. Pero Zacharyas se preguntó qué habría en la mente de aquella mujer. Aunque le abriese el cráneo y mirase dentro no podría averiguarlo. Las palabras no estaban escritas en la cabeza. Solo había una masa gris gelatinosa. Quizás con tortura, se le ocurrió, podría adentrarse mejor en sus pensamientos.

-No nos conocemos -confirmó, con voz rasposa. Cuando sonrió se le tensó la piel de los labios, seca; llevaba tiempo sin beber-. Soy Zacharyas Blacksmith.

Aquello ya era habitual. Allí la gente no le temía. Quizás todos se sentían muy seguros. Fuese como fuese, a Zacharyas le gustaba la sensación de no ser un monstruo a ojos de los demás. Aunque sabía que en parte lo era.

Zachayas sonrió e hizo una leve inclinación de cabeza, dando a entender que había asimilado el nombre. Los nombres le costaban, porque la gente no solía importarle demasiado. No le disgustaba, pero disfrutaba más sin involucrarse con ellos más de lo que disfrutaba con ellos. No lo comprendían.

Negó con sequedad.

-No soy nuevo -.Carraspeó-. He estado fuera un tiempo, pero no soy nuevo-. La miró con curiosidad. ¿Y ella? Acaso ella sí lo era. No podía serlo, se le ocurrió. No demasiado, ya que le preguntaba eso a él.

Zacharyas asintió, contento, incluso. La vuelta a Brontë lo había puesto de buen humor. Aunque no estaba de mal humor en Caligo, echaba de menos la acción. Aunque no habían tenido mucha acción desde que habían vuelto. Pero Julia ocupaba buena parte del tiempo, por lo que Zacharyas lo notaba menos.

-Me gusta Brontë -respondió, sin más, con voz áspera, pero animado, dentro de lo que hubiese sido habitual en él. Seguía pareciendo algo sombrío-. Aquí estoy mejor.

Ella parecía segura de sí misma, pero frágil, también. Tenía aspecto de tener los huesos débiles, pequeños... Quizás fuese fácil rompérselos, se le ocurrió.

La sonrisa de Zacharyas se ensanchó un poco cuando pensó que, de hecho, Brontë sí era como una casa. Y más todavía desde que tenía una familia allí. Quizás, se le ocurrió, aquello era más un hogar para él que para aquella mujer, Vest. La examinó de nuevo, a ella y a sus frágiles facciones. El mago terminó por decidir que no tenía nada que ver.
Brontë era para cada uno lo que fuese para cada uno.

-Es hogar de muchos guerreros -le respondió, ronco-. Tú-. Hizo una pausa. Entonces carraspeó-. ¿Llevas mucho?-. Sonaba como si llevase mucho tiempo allí. Ya era su "casa" a fin de cuentas.