Sótano.

Enorme habitación situada en lo más profundo del palacio. En el sótano podemos encontrar de todo: desde víveres hasta cachivaches, pasando por libros y cofres fuertemente cerrados. Pero ¡oh, pequeños guerreros! ¡Cuidado con poner vuestras sucias manos en algo! Los miembros de servicio son especialmente protectores con sus útiles de trabajo, así que no consentirán que nadie robe nada. Y si pensáis que seréis lo suficientemente listos como para salir indemnes si lo hacéis, más vale que os quitéis esa idea de la cabeza: Thomas Lind (Tommy) lleva la cuenta de todo lo que hay en el sótano y sabrá si habéis hurtado algo.

Porque, por supuesto, el día que eso ocurriese se rapaba a acero la melena y lo abandonaría todo para dedicarse a la taberna de sus padres. Pero bueno, aún estaba lejos la muerte de padre, y de aquí a entonces aún podrían suceder mil cosas, mil aventuras que vivir. Quien sabe dónde estaré dentro de un par de años, por ejemplo. Mentalmente me encojo de hombros, y continúo con mi dibujo. Por más que debato conmigo misma en intentar silenciar mis pensamientos, no lo logro. Y cada vez son más lúgubres. Será el ambiente del sitio, supongo.

Esa vocecilla con el "buenas noches" no me sobresalta casi de milagro, tal vez me haya salvado sólo porque es una vocecita muy dulce y discreta. O tal vez porque ando tan siniestra en mi mente, que pocas cosas me sobresaltarían o perturbarían esta noche.

-Buenas noches-. Respondo, girándome levemente para mirar a la pequeña aether. Hace mucho tiempo que la conocí, o eso me parece. Pero no la he olvidado, se llama Lluvia y es tímida y dulce, por lo que vi en ella aquella vez-. ¿Cómo tú tan pequeña, a estas horas y por aquí?

Trato de preguntarlo con mi serenidad normal, incluso dejo a un lado la mano con el grafito para concentrarme en la inesperada visita y no en continuar con mi dibujo. Le sonrío levemente, invitándola a acercarse si quiere.

Al menos parece que la chiquitina se alegra de que le responda, a juzgar por la sonrisa que esboza. Vuelve a saludarme, lo que me sorprende, pero no digo nada por cortesía. Mira a nuestro alrededor y luego me mira a mí, para explicarse. A ello, una diminuta sonrisa sincera asoma a mis labios.

- Bueno, pequeña, creo que ya somos dos. Creo que es un sótano, pero no estoy muy segura-. Murmuro con suavidad, explicándome brevemente. La verdad es que no sé lo que es, pero sería lo más lógico a pensar. O, sino, ¿por qué una sala tan en las profundidades del castillo tendría tantas cosas tan diversas?

Sin embargo Lluvia se encarga de distraerme sobre el filosofar qué es esta sala, por dos motivos. Uno, sigue llamándome por usted. Dos, ha reaccionado de manera extremadamente educada a la visión de mi dibujo, y como una auténtica señorita, ha procedido cortesmente a no llamar la atención de manera estridente.

— Venía a estudiar-. Señalo el manual de enfermedades flamma, para luego encogerme de hombros-. Pero creo que hoy no es mi día de concentración. Y he acabado dibujando.

Miro hacia abajo. Está finiquitado, o al menos, eso creo. Me pregunto si lo aceptará como regalo. La verdad es que se la ve muy recatada y comedida, sería el amor de los amores de mi madre al menos en lo que respecta a ser una señorita. Lo cual ya es mucho decir.

Asiento sin dudarlo a su primera frase. Puede que sea la primera vez que esté aquí abajo, pero me tengo más que estudiados los pasillos y escaleras, y sé que tarde o temprano puedo encontrar la salida. Y de ser necesario, se la puedo enseñar a ella, no me molesta ni nunca me ha molestado la compañía. Asiento a su afirmación. Me gusta que la haga con una gran sonrisa, para mí significa más, puesto que puedo ver su sinceridad, y que lo dice de corazón.

- Gracias. Pero bueno, no importa, suelo estudiar con frecuencia. Dibujar, no tanto-. Murmuro con suavidad ciertamente con un ligero sonrojo, quitándole importancia al hecho de que al final no he ni tocado el libro. Le doy la vuelta al dibujo, me inclino sobre el papel.

Apunto con mi rápida pero cuidada caligrafía un discreto "Para Lluvia, la pequeña dulzura educada, de Fier. Gracias." Sí. Valdrá. Es cierto lo que ella predica. Aunque lo predique sin que se dé cuenta. Por más cómodo que te encuentres en una situación, nunca debes perder de vista tu educación, ni el trato cordial con tus semejantes. Respecto a los superiores siempre he tenido mi propio modo de pensar, pero eso es un punto aparte. Vuelvo a mi posición original, y se lo tiendo, sosteniéndolo para que ella lo reciba por la parte pintada. Que mire si desea la dedicatoria, no me importa. Es un pequeño regalo simbólico, e improvisado. Puede que signifique más para mí misma que para ella.

No puedo evitar el sonrojarme cuando manifiesta que en su opinión yo debería dibujar más a menudo, y para tratar de disimularme y que ella se centre en su regalo, me limito a no hacer nada. Con lentitud me retiro finalmente el cigarrillo de la comisura de la boca, y lo guardo en mi estuche. Así no se estropeará. Comienzo a acompañarle con el grafito y la pluma, llevándome tan sólo lo que traía conmigo. Acomodo asimismo tanto el estuche como los dos libros dentro de mi mochila, y ya estoy lista para irme si se diera el caso.

Lo agradece empapada en emociones, incluso su sonrisa es enorme como hasta ahora no la he visto. En parte se me contagia, así que le correspondo encogiéndome levemente de hombros.

- Es sólo un pequeño detalle-. Trato de restarle un poco de importancia, puesto que realmente es sólo un detalle improvisado. También le regalé uno en su día a Zacharyas, un pequeño bosquejo de su perfil, creo recordar.

No sé muy bien qué tema de conversación sacarle a relucir, con lo que me acaricio el pelo suavemente, paseando la mirada entre ella y lo que nos rodea. Creo que no me espolea tanto mi curiosidad, sólo por los altísimos niveles de cosas curiosas concentradas en la sala.

No deja de contemplar el dibujo como si fuera la maravilla que sus ojos han contemplado en todo el día, con lo que comienzo a sentirme extrañamente cosquilleante y ciertamente nerviosa por dentro. Me promete que no se estropeará, lo que hace que me de cuenta de que parece que le haya regalado algo hecho de oro, o algo así. O al menos ese es el valor que ella le está dando.

Me levanto con lentitud y suavidad, para no asustarla, dejando caer mi melena a mi espalda y adecentándome un poco el aspecto, mientras ella admite que no sabe qué hacer con él. A sus palabras de ir a comprar un marco, río suavemente. No sé dónde podrían venderlo aquí cerca, pero bueno, es obvio que lo quiere para colgar el dibujo y hacerlo visible. Y eso me hace sonreír con sinceridad.

La atraigo dulcemente hacia mí y le doy un suave abrazo, con cuidado de no doblar ni estropear el papel. La suelto sin demora, no quiero molestar, y menos después de la lección de educación que me ha dado con su simple estar.

- O podemos fabricar uno. Yo sé algo de carpintería, he crecido con un padre manitas. Y de esta manera, quedará aún más original-. Sugiero, sin hacerlo firmemente sólo por si no le gusta la idea de ponerse manos a la obra con algo físico como la ebanistería. Es una delicada muchacha, para qué engañarnos, con ese aspecto dulce y suave. Esa suavidad característica del género que aún no ha visto mano alguna del destino.

No sé muy bien exactamente cómo tomarme la mirada que me dedica, con los ojos tan brillantes de lo que creo que es adoración. Antes de que me de tiempo siquiera a entrar en estado de timidez alternativa -así es como de cuando en cuando llamo yo al estado en el que entro en silencio críptico pero con deseos agonizantes de comunicarme-, ella habla. Y me sorprende muy gratamente que haya aceptado mi oferta. Mucho. Hasta el punto de que me tengo que morder el labio para no reír, y aún así, un poco de carcajada se me escapa.

- Oh, bueno, pues perfecto entonces. Tenemos que quedar, pero dame un par de días para conseguir toda las herramientas, y preguntar si hay madera disponible o si la podemos sacar del bosque-. Murmuro, haciéndome ya mentalmente un esquema, los planes, el tamaño que tendrá, y a quién tengo que preguntar qué para ver si es posible o no nuestro pequeño proyecto repentino. Con que me diga día, fecha y lugar, lo tendré todo listo para entonces. Hasta puede que consiga pintura, aunque no sé de qué color lo querrá, o si querrá sólo barniz.

Esta chica es un tesoro andante, prácticamente. Estoy cada vez más convencida de que a mi madre le encantaría. Respiro hondo cuando vuelve a mostrar toda su sinceridad a través de su asentimiento y su ilusión por hacer la pequeña manualidad que he propuesto, y asiento suavemente conforme ella habla. No tengo problema monetario, aunque si algo sale más caro de lo que debería, le contactaré, puesto que al final el objeto será para ella.

- Bien, entonces, te buscaré cuando todo esté listo. Si necesito algo, te prometo que te lo haré saber, el servicio chrysos es muy eficiente-. Le paso suavemente un brazo por los hombros, mientras cojo la cartera y me lo cuelgo del hombro contrario. Creo que ya es hora de que nos recojamos, es tarde, y no sé si este sitio puede estar recomendado a estas horas de la noche.- Mientras, creo que es momento de que encontremos nuestro camino de salida, no se nos vaya a hacer demasiado tarde, pequeña Alarice.
FdR: Pequeño guiño al conejo blanco -"¡Llego tarde, tarde, es tarde, tarde!"- y Alice, de El País de las Maravillas ;3

El médico de Brontë había bajado al sótano en busca de medicamentos y nuevas curas, pues con las últimas visitas a la enfermería tras la vuelta de los guerreros de la misión sus existencias arriba se habían agotado.

Con su gesto de pocos amigos habitual subía escalón a escalón para volver de nuevo a su pequeño cubil, el cual consideraba su pequeño reino de paz trastornado por cualquier bobo que se hacía daño en una rodilla.

Bufó con las manos ocupadas por pequeñas cajas que le dificultaban el paso debido a lo altos que le resultaban los escalones. Mira que tener que estar echando ungüento a los rascazos de los muchachos de Brontë... ¿Dónde iba a acabar su carrera?

*Va subiendo*

El médico había sentido un fuerte y desagradable olor a sangre y sudor mientras subía pero, antes de que pudiese girar la cabeza para ver más allá de las cajas que portaba, aquello que olía así saltó sobre él haciendo que rodase escaleras abajo, temiendo por su vida.

Dio un grito al caer pensando que había sido atacado por una bestia y dando gracias a Mithos por no haberse partido el cuello en aquella caída a pesar de los dolores de espalda que sabía, tendría posteriormente.

Sintió como aquello que lo había empujado introducía algo cortante en su boca para rodear su lengua y abrió mucho más los ojos, asustado, al ver al pequeño muchacho cubierto que lo estaba atacando de aquella manera. Sintiéndose a su merced, con las gafas rotas y mal colocadas.

Escuchó sus palabras mientras respiraba con fuerza y lo miró de refilón antes de que lo soltase y se marchase corriendo.

Se quedó allí sentado durante un rato, tratando de tranquilizarse y moderar su agitada respiración, sintiendo todavía el metal de las tijeras atenazando su lengua. Se tomó el pulso un momento, se pasó la mano por la frente y se agarró de la corbata para poder respirar mejor.

¿¿Qué había sido eso??

Se paró a pensar en sus palabras. Aquello solo podía ser obra de la parvus de la enfermería. Frunció mucho el ceño, cabreado, y se puso en pie para intentar recuperar algo del estropicio que aquel fantasmagórico chiquillo había causado. Lo dejó por imposible, chasqueando la lengua y pateando una de las cajas ahora vacías. Puso las manos en jarras.

—Pues si esas tenemos informaré ahora mismo —Bramó, subiendo las escaleras con desagrado. ¿Quién se creían que eran esos guerreros de pacotilla?

Tras bajar y bajar y bajar bastante me encuentro con una puerta oscura y bastante polvorienta. Me pregunto qué habrá ahí. SIn vacilar demasiado, agarro el pomo y empujo con fuerza para poder abrir, mirando en el interior.

Como está oscuro enciendo los ojos y voy dirigiendo la vista a un lado y otro. Pues sí, se ve que es un sótano lleno de chatarra.

Hago fuerza contra la puerta para abrirla del todo y entrar y, una vez dentro, las luces se encienden con magia chrysos, como en el resto del palacio. Apago con ojos con una sonrisilla. Es más cómodo.

Ahora a buscar entre todo esto... La verdad es que si consigo encontrar una piedra en medio de esta jauría me consideraré un tipo con suerte.

Me pongo a rebuscar entre cosas viejas: mesas, sillas, estatuas, candelabros, viejas lámparas, cajas, juguetes, platos, cubertería, cachivaches, piezas sueltas, ratoneras... Madre mía.

Después de un buen rato buscando -tuvo que ser bastante ya que ya no me pesa el estómago- encuentro una caja con diferentes herramientas e, increíblemente, doy con una piedra pequeña y mugrosa, pero que servirá por esta vez.

La cojo y la rasco un poco con uno de los cuchillos que hay para sacarle el polvo y adecentarla un poco. Luego me siento sobre una mesa polvorienta, saco la katana y me pongo a afilarla. Estornudo. O alguien está hablando mal de mí o aquí hay demasiado polvo.

En cuanto le dedico el tiempo suficiente y me convenzo de que mi arma está adecentada, la guardo de nuevo. Me meto la piedra en el bolsillo para futuros usos, mirando a los lados por si hubiese alguien. No creo que importe mucho una piedra.

Finalmente doy un salto para bajar de la mesa, me sacudo el trasero de polvo y me largo.

El líder apareció a la puerta del sótano, cruzándola con calma y presteza con la mirada fija en el muchacho rubio. Lo había tenido algo desatendido últimamente, pero no le parecía que eso fuese algo a replicar, pues él no era su niñera a fin de cuentas. De todas formas, bien sabía que había que tenerlo controlado debido a la falta de nobleza innata del chico. El hecho de no aparentarlo formaba parte de su encanto.

—¿Qué tal, Silvanus? —Preguntó con su tono habitual. Colocándose al lado de un mueble del sótano y observando el polvo que lo cubría. No era su sitio favorito.

—Has sabido sortear muy bien el ataque al palacio. Buen chico —Indicó con una sonrisa ligeramente pérfida, típica en su rostro. Frotó la yema del pulgar contra la del corazón bajo su guante. No lo había percibido cerca del lugar de batalla, así que el chico había encontrado un buen escondrijo. Era más listo de lo que todos creían, de eso no le cabía duda. Aunque lamentablemente sabía que era incluso más listo de lo que él se podía plantear. Comenzó a caminar por la sala en torno al chico.

—Creo que has estado haciendo travesuras... —Mencionó, juguetón. No por nada lo había convertido en parte de sus posesiones, estaba constantemente localizado y vigilado. Desapareció un instante y al momento apareció en la punta contraria de la sala.

—Hace tiempo que no me das el parte de tus andanzas —Indicó, repasándose los labios con la lengua partida.

Su voz me hace levantar la cabeza y dibujar una sonrisa al verle y rápidamente me levanto del baúl como muestra de atención y respeto.

Tristán bufa y sigue a lo suyo.

-Ah... sí bueno...- digo llevándome la mano a la nuca nervioso.- Usted me dijo que me recuperara y no podía... bueno, arriesgarme a morir por esos entrometidos.- Susurro.


Cuando habla, callo y pienso.- ¿Travesuras?.- Hablo en un tono pícaro.- Pues... verá señor, no es que haya hecho mucho...- hablo haciendo memoria.- He estado con Alehyss, Lyam y una chica caeruleus. Frikka, que se llama.- Explico- También hay un chico que... bueno. Gerald, se llama. Él es de Caligo, ¿sabe? me ha hablado de ese lugar. Pero de eso ya hace tiempo.- Trago saliva.- Pero no se crea que he estado perdiendo el tiempo mirando a otros chicos que no son usted, señor.- Carraspeo, llevándome un puño a la boca para llamar su atención mientras me remango.- Atento:- le insto con el índice.

-Benri- susurro con naturalidad.

Me desaparezco y aparezco unos centímetros más alejado del lugar original.- ¿Ha visto? Dentro de poco podré hacerlo más y más lejos. - Me explico ilusionado.- Y si se ha quedado con ganas, aún hay más.- Hablo ilusionado mientras agarro a Tristán.

-Vamos Tris.- Le insto a que deje salir su mejor bocanada de fuego para, (no sin antes enfundarme los guantes de Dorlopps para no quemarme) crear mi mejor Aquaerum en el interior de la llama del dragón. De este modo, el hechizo se hinchó y quedó rodeado por el fuego de dragón para luego este ser absorbido, de modo que el resultado fue una fantástica y oronda bola de agua burbujeante y relativamente preligrosa (o así lo veía yo).-¿Ha visto? ¡Me he estado preparando para protegerle!- Río contento, esperando mi recompensa.

Quería pedirle permiso a Aren para si... bueno, si podría pasar la noche con algún otro chico... Gerald... sin embargo, aparte de que no me atrevo, el muy idiota ya estaba con otro chico en el comedor no hace mucho...

Además... tengo que contárselo.´

-Señor, tengo que ser sincero con usted.- Digo adquiriendo una tonalidad algo más seria.- Hacía mucho tiempo que no estaba ni con usted ni con nadie y... bueno... yací con Rick Denhel no hace mucho y... ¡pero no hicimos nada! ¡Él ni se enteró!- aclaro antes de continuar. No puedo tener secretos con mi amor.- Simplemente... bueno... yacimos.. yací.- Carraspeo, avergonzado y tristón.- Espero que me perdone.

El líder se detuvo para escuchar al muchacho, alzando las cejas ante su desenvoltura. Le pareció correcta la decisión de no exponerse al peligro, él nunca había sido un guerrero a su parecer, a fin de cuentas. Caminó de nuevo por el sótano, mirándolo de refilón de vez en cuando mientras le contaba sus andanzas. Con quién había estado, a quién había conocido, por supuesto aquel joven y extraño soldado no le había pasado desapercibido. Se le escapó una sonrisilla cuando el muchacho indicó que no había estado perdiendo el tiempo en otros hombres.

—Silvanus... —Pronunció con advertencia. Era increíble como el chiquillo seguía soltando cualquier cosa por esa boca suya a pesar de que bien sabía que a él no iba a conseguir mentirle. Sin embargo, eran males menores y tampoco iba a armar un circo, solo amedrentarlo en cuanto fuese el momento. Por suerte esa bocaza era lo suficientemente grande para lo que salía, pero también para lo que entraba.

Se detuvo y se cruzó de brazos en cuanto el chico le pidió atención, observando sus nuevas capacidades. Había adquirido un hechizo para moverse unos centímetros sin ser detectado y había perfeccionado el aquaerum con la ayuda de su dragón. No estaba mal del todo. Amplió la sonrisa cuando indicó lo de protegerlo y descruzó los brazos para acercarse a él y acariciarle la cara.

—Por supuesto, aunque yo no te tengo para que vayas por ahí peleándote. Deja eso a los cabezas huecas con armadura... —Instó. De todas formas, el chico estaría esperando como una mascota por su premio. Le sostuvo el mentón y se le acercó apenas rozando sus labios con los de él, sin llegar a tocarlo.

—Has progresado mucho —Anunció en un susurro para luego separarse de él y pasar de largo, caminando de nuevo entre los trastos del sótano. En cuanto el piscis volvió a hablar, esta vez con voz algo más apagada, el líder se dio la vuelta para escucharlo.

Lo miró con suspicacia y diversión al tiempo. Al final el chico confesaba, aunque fuera un poco.

—Así que te dedicas a toquetear a cualquier hombre cuando duerme. Creo que alguien merece un castigo por un comportamiento tan poco decoroso... —Anunció, paladeando y con la voz melosa, arrastrando las palabras. Sonrió al chico. Con lo menudo que era y la mente tan ávida de pasión descontrolada que tenía.

El líder desapareció de donde estaba y apareció tras el chico, levantándole el mentón con delicadeza para hacerle mirarlo.

—Por suerte Rick no se ha dado cuenta del acoso. Es increíble la suerte que tienes para pasar desapercibido a pesar de ser un niño tan sucio. Antes de nada... —Con un gesto de su mano obligó al muchacho a extender las suyas con las palmas hacia arriba. Luego lo rodeó para ponerse frente a él y entonces soltó un golpe seco en sus frías manos con una pequeña fusta.

—No puedo permitirme tener a un incontrolado pervertido entre mis sirvientes, Silvanus. Todo aquel que se acerca a mí tiene que dar una imagen y tú llevabas la tuya de forma aceptable hasta el momento. Si eres incapaz de controlarte, entonces acabaré por ponerte un cinturón de castidad —Indicó con tono severo pero sin perder su sonrisa —Debes estar entero para mí, listo para mí. Y ya que no has podido siquiera evitar contarle a todo el que veías que estás a mi entera disposición, tendrás que responsabilizarte de tus actos. La gente sabe que me perteneces así que olvídate de retozar por ahí con cualquiera, tú mismo has sentenciado tus libertades. Por otra parte, si no crees lo suficientemente satisfecho con mis encuentros, creo que podré solucionarlo encerrándote una buena temporada en mi cuarto de penumbra. Claro que allí no habrá nadie que te saque a pesar de tus súplicas. El placer puede ser también desesperante, Silvanus —Tras el discurso, retiró e conjuro que inmovilizaba al chico y volvió a pasar a su lado, golpeando con la fusta su trasero.

—Y eso es mío, no quiero que lo ensucies con cualquiera —Sentenció, altivo. No había puesto trabas al muchacho hasta el momento, pues prefería que siguiese pasando desapercivido entre los guerreros mientras ellos ignoraban su ligazón con el líder. Sin embargo, ya que el muchacho había ido pregonando su nueva posición, era hora de marcarle unas cuantas pautas.