Sótano.

Tenso la mandíbula apenas un instante, pero recupero la sonrisa enseguida. No sonrío, aunque tengo la tentación de hacerlo.

-Todo marcha bien, Madame. Gracias -respondo, controlando el tono para no sonar insolente. Asiento, de nuevo, a sus palabras-. Por supuesto.

Comienzo a sentirme algo violenta, y supongo que para ella resultará evidente, pero es igual de evidente que no puedo hacer nada al respecto. Sin embargo, sus palabras logran distraerme un poco de este hecho. Llegan a extrañarme.
Pero tampoco ahora pregunto. Por más que quiera hacerlo. No obtendría más que evasivas, como siempre, o se me exigiría un precio. La curiosidad ha de ser comedida, con esta mujer.

Pronto pasa al tema relacionado con el trabajo, y de nuevo escucho con atención. Simplemente prepararme y esperar. No es algo que me preocupe. Será una buena forma de saber hasta qué punto puedo reaccionar eficientemente estando prevenida. Tampoco tengo la posibilidad de rechazarlo.

-Por supuesto. Estaré pendiente -aseguro, con expresión monocorde-. Cumpliré con ello.

Su insistencia no recibe más que asentimientos por mi parte. No tengo intención de contradecirla. Ya me encargaré por mi cuenta de ver hasta dónde quieren llegar exactamente sus palabras.

-Buenas noches, Madame -es lo único que pronuncio, justo antes de que se vaya, viéndola desaparecer un momento después.

Todavía me quedo algunos segundos con los ojos clavados en el punto en el que estaba hace un instante. Luego relajo un poco la expresión. Estoy a punto de masajearme la frente con los dedos un momento, se me ha levantado dolor de cabeza.

Tras un vistazo hacia las escaleras, abandono el lugar.

*se va*

Tenía una bola de energía. Estaba escondida, pero ya no. Ahora crecía y crecía y crecía. Y se me escapaba un poco por la boca, con aire y con calor. Gemí un poquito y me apoyé en el chiquillo. Hacía calor. Aparté más la ropa, rápido, y le mordí el pecho.

Subía y bajaba. Despacito. Pero cada vez era menos despacito porque la bola de energía crecía más.

Alcé la vista y miré al chiquillo. Rápido, busqué la mano y la cogí. Y entonces le mordí un dedo, y luego puse la mano en mi cintura y bajé otra vez. Y la bola de energía se me escapaba más y más, pero también era más y más grande. Mucho.

La pared, a su espalda, estaba fría. Zacharyas podía sentirlo a través de las zonas de su cuerpo que no estaban cubiertas por ropa. Aunque, de todos modos, no era algo que le llamase demasiado la atención, y el propio calor que irradiaba su cuerpo terminó por impregnar los muros, volviéndolos templados.

Su cuerpo, más grande y aparatoso que el de ella, en una peor posición, se movía despacio, apenas, dejando mayor libertad a la chica, acompañándola casi sin darse cuenta, con aquel extraño instinto que su cuerpo seguía, sin ser muerte, y sin necesidad, apenas, de instrucciones.

La mano derecha de Zacharyas estaba crispada sobre sí misma, amenazando con traspasar la piel de su propia palma con las uñas, sin hacerlo. Abrió los ojos al sentir el contacto de Ayne, y la miró. Esta llevó la mano a su cuerpo, a su cintura, y el mago no pudo evitar clavar las uñas en la piel a su espalda, hundiéndolas lo suficiente como para rasgar algo la piel, y entonces se sonrió, centrándose en aquel detalle como lo estaba en todo lo demás, sin ver la sangre, pero seguro de que salía un poco, incitado por aquello a moverse un poco más.

Dejó ir un leve jadeo, ronco. Poco a poco se tensaba.

Se me escapó la voz sin permiso, pero no le dije nada. Solo volví a subir, suave, y bajar de golpe, y de nuevo se escapó. Abrí mucho los ojos y alcé las manos, situándolas en sus hombros. Tiré ligeramente del chiquillo hacia mí, al tiempo que me alzaba. Lo miré, subiendo de nuevo despacio, sonriendo un poquito.

Y, entonces, me quedé muy quieta, mirándolo, sin moverme, clavando las uñas en los hombros.

-Tú -susurré-. Hazlo tú.

Y, sin previo aviso, bajé otra vez, y la voz se me escapó un poco más.

Zacharyas la observaba, extraño: era como si él se encontrase allí, frente a ella, junto a ella, en ella, y en otro lugar lejano al mismo tiempo, y a ratos su cabeza vagaba de uno al otro y no sabía en cual quedarse. Aquello lo hacía sentirse desorientado, confuso, pero no era una sensación desagradable.

Cuando ella habló la miró de nuevo, consiguiendo concentrarse otra vez en aquel punto, y no en el que se hallaba lejos. Aprovecho la mano libre, que también llevó a su cintura, para ayudarla con ambas a sostenerse, siguiendo con ellas cada bajada, cada subida, y estremeciéndose al llegar al final de ella. Era como traspasarla con una lanza, con un arma, hasta las víscera, solo que ella salía viva cada vez, y él no veía sangre salir de sus heridas.
Se ayudó, pues, del apoyo en la pared para lograr hacer fuerza, e incrementó el movimiento, pasando de seguirla a dominarla, como podía, guiándola con las manos, contando con la ayuda de ella, y aumentando progresivamente el movimiento de su cuerpo, buscando profundizar más en ella como si realmente fuese sangre lo que esperase hallar al final.

Acercó la cabeza a ella, inclinándola hacia delante, y atrapando su hombro con los dientes, sin rasgar la piel pero apretando, como amenazando con llegar a hacerlo, dispuesto a llegar a hacerlo, sin detener el resto de sus movimientos.

Así era diferente. Me agarré más a él y acerqué el cuerpo. Era raro. La bola de energía crecía más. Gemí otra vez. Suavito. Tenía que abrir más las piernas, y cuando se inclinó, aferré su pelo con fuerza, tirando.

Busqué con la boca hasta dar con la oreja, y clavé un colmillo en ella. Iba rápido, más y más, y me costaba respirar. La bola creía y salía, pero siempre había más. Cada vez más. Apreté con fuerza los dedos en torno al pelo del chiquillo y cerré los ojos, dejando yo que se escapara la voz lo que quisiera.

Tiré de nuevo de su pelo. Busqué la boca y la enganché con los dientes, mordiendo el labio. Ya era muy rápido, pero la bola pedía más. Volví a moverme yo, siguiendo las manos del chiquillo, animándolo.

El calor era pegajoso, húmedo. La zona donde sus cuerpos se encontraban, las pieles en contacto, sudadas, se pegaban, adherían, como si fuesen dos elementos en putrefacción. Era como si esperase que, bajo sus pieles, el cuerpo se estuviese descomponiendo, ambos,y buscasen fusionarse el uno con el otro.

Un gruñido ronco surgió de su garganta, gutural, el respuesta al diente en su oreja, apremiándola a apretar. También sus manos la asieron con más fuerza, sin preocuparse por dañarla. Y su cuerpo, antes pasivo, comenzaba a incrementar la velocidad casi al máximo, aunque aquella postura no le permitía mucho más. Por ello debía valerse de ella, manejarla sobre él, para aumentar más la sensación, obligándola a subir y bajar cuando él hacía lo opuesto.

Poco a poco sentía cómo, a lo lejos, se acercaba la ocasión que había aprendido a reconocer, con el tiempo y correspondió al contacto de sus labios, profundizando en ella un instante, tirando de los labios con los dientes, cerrando los ojos y aspirando el olor a sudor que flotaba junto a ella.
¿Y sangre?
¿Por qué no había suficiente sangre? Zacharyas comprendió que faltaba un poco de aquello.

Yo buscaba al chiquillo y el chiquillo me buscaba. Y por eso nos chocábamos cuando nos encontrábamos, y ahí era donde más se iba corriendo mi voz, que no quería chocarse. Pero yo sí quería, quería chocarme más, más cerca, más rápido, más.

Tenía al chiquillo cogido por el pelo, y le solté el labio cuando cogió el mío, y tiré, acercándolo conmigo, y entonces mordí yo, otra vez, más fuerte, muy fuerte y buscando mucho, y explorando y llegando lejos. Y cuando se me volvió a escapar la voz, se me escapó dentro de su boca y se quedó allí de prisionera.

Tenía daño en las manos. Me lo hacía yo con las uñas cuando le tiraba del pelo. Pero la bola de energía era tan grande que apenas me dejaba sentirlo. Y temblaba un poco, y tenía mucho calor, y el esfuerzo era mucho pero no suficiente.

-Más -susurré, muy bajito, como un gemido.

El caos, los golpes, los pellizcos y tirones... Zacharyas no tenía nada claro en aquel momento. La situación se lo impedía. Pero no pasaba nada, y se encontraba tranquilo por dentro, aunque no lo estuviese por fuera. A veces se escuchaba su voz, oscura, imperceptible, ronca, en respuesta a los movimientos de ambos, y su respiración, acelerada por el esfuerzo.

La petición de ella, por algún motivo, lo hizo reaccionar, y se vio sacando algo más de fuerza de donde no tenía, aunque era difícil aumentarlo, acelerando un poco, profundizando un poco más en ella, haciendo fuerza contra la pared con la espalda encorvada, sintiendo un dolor agudo casi imperceptible y la roca áspera rozándole los omóplatos.

Dejó ir un jadeo algo rasgado, de esfuerzo. Por suerte el dolor o el cansancio no le importaban, y ni los músculos sobrecargados, pidiendo un respiro, lograban disuadirlo. Incluso, quizás, podían llegar a darle algo más de fuerza, de aguante. Aunque, de todos modos, el aguante para unas cosas no era el mismo que para otras, y Zacharyas sentía cómo el final se acercaba de manera abrupta, amenazante, tentador a la vez.

Y dije más y fue más. Y el chiquillo tenía fuerza. Demasiada un poco. Y yo tenía algo de daño. Pero no importaba. No importaba si había más.

Bajé de la boca y mordí el cuello. Primero suavito. Luego más fuerte. La voz se me ahogaba al salir, y cerré los ojos con más fuerza que antes.

Entonces volví a la boca, con más fuerza, y sujetándome de su pelo acompañé el movimiento con más ansia. La bola de energía me daba a mí energía. Y crecía y tenía fuerza y seguía adelante y parecía que no acabara. Más y más rápido, más y más fuerte. Más y más.

Volví a gemir.

El cuello de Zacharyas se tensó al sentir los dientes sobre él. La presión lo distrajo por un momento, en el que su cadera se trabó, pero enseguida continuó, como si nunca se hubiese detenido.
Jadeó contra sus labios justo antes de que ella lo alcanzase de nuevo, y correspondió con furia, con ansia, con desorden, casi sin darse cuenta, mientras su cuerpo reaccionaba solo a estímulos más primarios que ningún otro.

Poco a poco se acercaba. Le costaba un poco más seguir. Sentía el momento muy cercano, como si una pared lo separase y estuviese resquebrajándose. Y de pronto, en medio de la carrera, cedió, y su cuerpo se movió un instante más, unas veces más, como un reflejo, y luego se puso rígido, pegándose mucho a ella, y la atrajo hacia sí, entrando al máximo en su interior, oprimiéndola un instante sin quererlo debido a sus músculos crispados.

No respiró durante dos o tres segundos. El vientre, duro, contenía el aire. El corazón bombeaba, activo.
De pronto jadeó. Sentía el cuerpo flojo y los músculos debilitados, debido a la larga tensión. Y respiraba con dificultad, pegado a ella, apoyado contra la pared.

Luego cambió un poco. Golpeaba, apretaba, insistía. Y la voz ya no dejaba de escapárseme, hasta que el chiquillo se acabó y se quedó muy quieto. Y después de eso me quedé quieta yo, y aún se me escapaba un poco la voz.

Me abracé a él. Cogí sus brazos y me rodeé con ellos, y me quedé así un momento. Y luego me separé un poco y lo miré y sonreí. Lo apreté un poco dentro de mí y le cogí la mano, y me acaricié con ella la mejilla, y le di un beso y me acaricié el cuello y el pecho. Y luego cogí la otra y le di un mordisco y también me acaricié y luego lo miré.

-Te cansas -le dije, y casi no me salía la voz-. ¿Y un poquito más? Solo un poquito.

Durante unos segundos, Zacharyas solo la sentía en torno a sí, rozándolo, y aquello lo relajaba. Enseguida recuperó la noción de su ser, sin embargo, acompañando los movimientos que ella pedía con la mano, acariciándola, besándola en los labios un instante.
Cuando ella habló, respondió moviéndose un poco más. Su rigidez aún se mantenía, aún podía moverse dentro de ella, siguiendo el vaivén de su cadera, pero poco a poco dejaba de poder hacerlo, hasta que terminó siendo insuficiente. En ese momento, con calma, Zacharyas descendió hasta el cuello de la parvus, mordiendo con suavidad, sintiendo la sangre caliente bajo la piel, pero sin necesidad de probarla.

Una de sus manos, la izquierda, se mantuvo en su cintura, mientras la derecha bajaba acariciando su piel húmeda, recorriéndola desde la cintura, pasando por la cadera, al muslo, e internándose entonces entre las piernas, sin que ella lo guiase, pero habiendo sido guiado otras veces de aquel modo.
Todavía respiraba con dificultad, pero poco a poco se relajaba.

Alcanzó la zona, y comenzó con caricias suaves, casi curiosas, pero directas.

Lo miré, sonriendo. Entonces vino y lo atraje con ganas. Antes de dejarlo hacer, le planté un beso. Se me movía el cuerpo un poco, pero lo hacía solo. Y, mientras él me acercaba, yo me acercaba también.

Apoyé la cabeza contra él, cerrando los ojos, y dejé irse el aire. En seguida me tensé otra vez. Solté un pequeño ruidito.

-Así bien -murmuré en su oído, moviendo la cadera ligeramente hacia su mano.

Zacharyas, más relajado, esbozó una sonrisa en respuesta a su beso, correspondiendo con mayor suavidad. Su mano se movía como podía, no tan torpe como otras veces, ganando soltura con la experiencia, poco a poco. Además, incrementaba la velocidad, siguiendo los gestos de la parvus, que con el tiempo iba aprendiendo a interpretar.

Depositó un beso en su hombro, con calma, y luego lo acarició con los dientes, haciendo amago de morder pero sin llegar a atrapar la piel en ningún instante.
Continuó, mientras tanto, desplazando los dedos por si piel, añadiendo un suave movimiento a su mano para aumentar más la velocidad y la fricción. Su respiración ya casi estaba calmada, como su pulso, y sentirla sobre él lo hacía sentirse apacible, a gusto.

De algún modo, Zacharyas había aprendido a disfrutar de algo que nunca hubiese pensado que fuera a ser posible.

La bola de energía estaba muy grande. Me apreté contra él y froté la mejilla contra su hombro. Era una caricia y a la vez un sí, y bajé la cadera hacia él.

Abrí la boca tanto que me dolía la mandíbula. Clavé las uñas. Solté el aire. Quería echar la bola fuera, pero era tan grande que no podía salir. Me quedé quieta. Muy quieta. Me hice de piedra y de estatua.

Y entonces la bola explotó y se deshizo en un hilito. Y el hilito se me salió por la boca y se llevó la voz. Y temblé y temblé y le cogí la muñeca y lo aparté, respirando muy fuerte. Me rodeé con el brazo. Suspiré.

Y, relajada, le di suaves besitos en el cuello.

Zacharyas contempló sus reacciones con una sonrisa extraña, aprendiéndose los gestos, absorbiéndolos. Cuando ella empezó a tensarse, mantuvo el mismo movimiento, llegando incluso a intensificarlo y poco, y cuando ella se contrajo, se detuvo, también él pasó, sintiéndola respirar, latir.

El mago carraspeó, suavemente, rodeándola con el brazo, como ella propició, atrayéndola despacio hacia sí, pegándola a su pecho, respirando tranquilo, con calma, dejando que el calor de ambos se mezclase.

Terminó dando un beso pequeño en su cabeza y acariciando su pelo con cuidado, metiendo los dedos entre los lisos mechones, dejándola hacer, callado.

Me mantuve un rato quieta, más tranquila. Me arrebujé contra él cuando me recorrió un escalofrío, y luego suspiré y me dejé estar. Cerré los ojos y le cogí las manos al chiquillo, haciendo que me abrazase más.

Pero tenía frío. Con un suave quejido, acabé por levantarme y, de pie, lo abracé. Le acaricié el pelo y le cubrí la cara de besos, y luego lo cogí de las orejas y le sonreí.

-Estás calentito -le dije.

Tomé una de sus capas y me senté sobre él. Entonces nos tapé a los dos con ella y me apoyé contra su pecho, abrazándolo. Suspiré otra vez.

Zacharyas dejó ir una risa extraña, seca, pero calma.

-Parezco un monstruo helado, pero sigo siendo humano -comentó, con voz tranquila, acomodando la capa sobre ambos, cubriendo mejor a la parvus, sin preocuparse tanto por él mismo.

La mano izquierda seguía peinándola, apacible, atrayéndola al mismo tiempo contra sí en un abrazo, y aprovechó aquel momento para estirar la derecha, algo entumecida, y mover la espalda.
Dio una caricia a Ayne en la sien, con la nariz, de abajo arriba, y terminó rozándola con los labios.

-He mandado una carta a casa -murmuró, con voz ronca. Carraspeó.

Se quedaron allí aquella noche, disfrutando del calor y el contacto del otro.

*fin de escena*

Los dos chicos rebuscaban en los baúles, sin tener muy claro qué estaban buscando. Las instrucciones que se les había dado eran específicas, pero ellos las veían como demasiado técnicas.

-¿Y no sería más fácil usar acero y ya? ¿A qué viene complicarse tanto la vida? Mira que son enrevesados... -se quejaba uno, sin dejar de rebuscar.

El otro detuvo la búsqueda para mirarlo con una expresión que lo decía todo.

-De verdad eres más idiota de lo que parece -comentó, con tono casi sorprendido-. Esos tíos no son normales. Ya deberías saberlo a estas alturas. Era un retaco, y le ha dado problemas a los líderes. ¿Qué quieres, otra horda de asesinos verdes? Yo creo que ya tuvimos suficiente. Tampoco me apetece vérmelas con un mago rabioso, por muy parvus que sea.

-¿Pero hablas del loco o del líder? -bromeó el otro-. Lo que no entiendo es por qué no lo ha hecho antes. ¿Cuántos meses llevaba ahí abajo?

-Los suficientes como para perder la cabeza -apuntó el otro-. Ese fue el que trajeron de Ignis. Fíjate, antes teníamos que cambiarle las sábanas, y ahora... Casi me da escalofríos.

El otro guardó silencio. Al cabo de un rato, encontró un doble fondo en el baúl en el que rebuscaba, y sacó de él una pequeña piedra pulida y de superficie brillante. Se la mostró a su compañero.

-¿Crees que será este? -preguntó.

-Eso espero -respondió el otro-. Vamos.

*Se van*

FdR- Rumores sobre la fuga de Errald circulan por todo el palacio. Como siempre, son bastante inexactos, aunque es fácil oír a gente del servicio hablando del tema.

Me empiezo a arrepentir de haberle traído a estas horas de la noche a este lugar, la verdad. Hace demasaido frío incluso para mi. Estas zonas del palacio son húmedas y oscuras.
Sin embargo no doy muestras de debilidad.
Cuando llego a la sala indicada, introduzco una pequeña llave en la cerradura y la puerta se abre con un chasquido.

Al entrar, enciendo una pequeña antorcha y le hago pasar. En esta pequeña sala del sótano se guardan infinidad de cosas. Entre ellas: La estatua petrificada de Errald con la espada clavada en su mitad.
El parvus tumbado, sosegado, con rostro plácido, como si durmiese sin preocupaciones, con sus manos agarrando la espada que le atraviesa.

-Bueno, aquí la tienes.- Me encojo de hombros y sorbo con satisfacción por la nariz.

-Mmm...- Me encojo de hombros.- Cuando llegó ya estaba así.- Le explico.- No tengo ni la menor idea de lo que ha pasado. Sólo sé que el dragón de - Silvanus.- Ese chico piscis lo trajo en una de sus patas con el resto de vosotros.

Entorno los ojos al recordar al piscis, aunque rápidamente sacudo la cabeza con el fin de olvidarme. -El caso es que- continúo- ahora hay un poco de confusión por... ahí arriba.- Hago referencia a los líderes pero sobre todo al ambito político en general.- Así que lo tienen aquí para cuando alguien se decida a hacer algo con él. Por el momento: aquí está y aquí se quedará.

-¿Le conoces?- Pregunto colocando mis manos en la nuca.

-Antes de que preguntes...- sonrío.- Ya he intentado sacarla: im-posible.- Acabo sonriente.