Nos asedian los ladrones.

Con Jaogín en mano, recorrí, junto a mis otros tres compañeros, el camino hacia nuestro destino. Los tres eran personas con las que nunca había hablado antes en el palacio. Llevábamos ya varios días caminando y, sin embargo, el hastío aún no había aparecido. Sonreí y miré hacia todos, centrándome inevitablemente en el flamma.

- El pueblo se encuentra muy cerca, parece que después de varios días ya habremos llegado a nuestro destino en breves - comenté manteniendo mi sonrisa de oreja a oreja.

Era la primera misión en la que participaba, lo cual me ponía un poco nerviosa, aunque estar con gente ayudaba a darme un poco de seguridad.

Me había empeñado en ir todo el camino por delante del resto, corriendo que aquí para allá, husmeando en todos los rincones y explorando cada bifurcación en el camino. Iba y volvía, todo lo miraba, todo lo tocaba, todo me hacía reír. Ofrecía a mis compañeros extrañas conversaciones que luego no daba pie a continuar, y jugaba con ellos sin importarme si seguían o no mis juegos.

Cuando, al segundo día, la más pequeña mencionó la cercanía de nuestro destino, yo estaba ocupada buscándolo con la mirada. El oír que estábamos cerca calmaba mi impaciencia, pero excitaba mis nervios. Me volví a ella y me acerqué. Cuando estuve lo suficientemente cerca, sonriente, le di un par de palmaditas en la cabeza.

-Bien, bien, buena chica -. Tras decir esto, me di la vuelta de nuevo y me alejé de mis compañeros, avanzando en dirección al pueblo a pequeños saltitos, tarareando.

El viaje se me está haciendo insoportablemente largo. No en cuanto a cansado, tampoco estamos marcando un ritmo tan veloz, pero sí en cuanto a tiempo. ¡Es mi primera misión, estoy loco por empezar ya!

Además... está ese pequeño detalle de la compañía. ¡Sin ofender, eh! Pero se me hace muy extraño pasar veinticuatro horas al día rodeado únicamente por parvus. Creo que me empieza a doler el cuello de mirar hacia abajo tanto. Está la pequeña monada dando vueltas como una peonza y... no teniendo mucho sentido en general, ese parvus tan serio que conocí en el cumpleaños de Nagorr y otra chiquilla pequeñita y mona. Se me sigue haciendo demasiado cuesta arriba tratarlas como a guerreros: ¡es que se parecen demasiado a mis hermanitas! Pero, por fortuna, parece que ya estamos llegando.

-¡Genial!- exclamo al ver las casas. Me giro hacia mis compañeros-. Bueno, ahora sólo tenemos que buscar esa casa, encontrar a nuestros objetivos, paliza y de vuelta a casa, ¿no?

La pequeña monada ya se aleja a saltos y suspiro. Esto va a ser divertido. Muy divertido.

Dos días.
Únicamente dos días con aquel trío y sus sienes rebotaban de un lado a otro, mientras sus ojerosos párpados sufrían tics inconscientes debido al estrés que estaba sufriendo.
La peor era la morena, pero es que sus compañeros... Una sabidilla y el otro... parecía un poco atolondrado.
Caminaba el último. Quería acabar pronto con todo aquello y volver a la tranquilidad del Palacio.
Le gustaban las aventuras pero no le gustaba ser la niñera de nadie.

-Exacto- respondió seco al chico flamma que, pese a su cara de lelo parecía el más decente de los tres. Quizás por eso, quizás porque era el único hombre que le acompañaba y sentía más compañerismo. Quién sabía.
Lo miró de arriba abajo. -Muchacho... Narbe, ¿verdad? Dime - dijo serio-. ¿No tienes arma? -inquirió, al no ver que portase ninguna. Quizás fuese un arma pequeña.
Era gracioso ver que armas enormes como guadañas, tridentes y hachas eran portados por los tres más bajos del grupo mientras que el más alto, parecía ir de vacío.
-Si es así... -dijo chasqueando la lengua-, puedo prestarte mi puñal -aclaró.


Le daba igual perder su capacidad de doble ataque si con eso conseguía que uno de ellos no muriese o por lo menos pudiera defenderse. Aunque estaba en su mano el no aceptarla, por supuesto.
La oferta había sido hecha.

-Tú -bramó con furia a Ayne-. Deja de... -subió los brazos con desesperación con los dedos crispados- hacer lo que demonios se supone que estás haciendo y compórtate como una persona con dos dedos de frente -ordenó con rabia. Lo abochornaba.

La pregunta de Errald me pilla con la guardia bajada. La verdad es que no había reparado en que todos ellos llevan armas... bastante grandes para su tamaño.

-No... no suelo usar arma. Nunca tuve ninguna, así que no me he molestado en conseguir. Aunque la verdad es que sería bastante práctico- sonrío y acepto su puñal-. ¡Muchas gracias, compañero! Lo cuidaré mejor que si fuera mío.

Me paso el resto del camino sonriente. Qué amable por su parte. Qué majos son estos parvus.

La casa resulta no ser tan localizable como había supuesto, pero finalmente damos con ella. Su estado es un poco lamentable, ¿quién puede querer robar nada allí? ¿Un conejo gigante? La dueña de la casa es una chrysos bastante guapa. Pobrecita, qué miedo debe de pasar.

- Bueno, preciosa, no hay nada que temer: ya estamos aquí para ayudarte- le digo mientras le guiño un ojo. Mithos, es un alivio poder hablar con una mujer sin temer ofenderla a riesgo de que desenvaine un mandoble y te corte lo innombrable. En Brontë me resulta imposible relajarme-. ¿No tienes ninguna pista para nosotros? ¿Qué suelen llevarse, alguna sospecha?

El pueblo resultó pequeñito, pero no acogedor. Durante un momento, aquellas miradas casi acusadoras, que no fui capaz de ignorar, consiguieron borrarme la sonrisa de los labios. Eran miradas demasiado conocidas.

Fue por eso que, reafirmando mi gesto alegre, eché a correr por las callejuelas, mirando alrededor y explorando mi entorno. Perdí de vista a mis compañeros un par de veces, pero no tardaban en aparecer tras algún recodo. Cuando era así, reía y echaba a correr de nuevo.

Al cabo de un tiempo de paseos sin sentido, dimos con un caminito más abandonado que el resto de calles. Curiosa, me interné en él con decisión, contenta de ver que mis compañeros seguían el mismo camino.

El camino acabó por sacarnos del pueblo, dejando a la vista una colina coronada por una casita de madera. Sonreí. Casa bonita. Tras echar un vistazo hacia atrás y ver que mis compañeros seguían allí, eché a correr de nuevo, ahora subiendo la colina en dirección a la casa. Para cuando llegué arriba, había una figura femenina en la puerta. Le sonreí, contenta.

-¡Hola! -exclamé.

Observé alternativamente a mis compañeros y a la mujer, prestando más atención a sus caras y gestos que a sus palabras. Sin embargo, no tardé en perder el interés y acercarme al huerto junto a la casa.

-Zanahorias.

FdR.: Sí, es un perrito.

Sonrió fugazmente cuando Narbe aceptó su arma para volver a su semblante serio y responsable de siempre. -No hay de qué. Me sentiría muy mal si os pasase algo a alguno de vosotros -aclaró, sincero-. Al fin y al cabo y, aunque no os conozca demasiado...- se encogió de hombros y bufó-. Es mi primera misión como guerrero de Brontë y no quisiera llegar con bajas - alzó la mano y le doy una fuerte palmada en la espalda, mirando al horizonte, serio-. Tranquilo-añadió-. Creo que soy fuerte -se sinceró, sin querer parecer arrogante.

La pequeña que correteaba delante de ellos le hacía temblar el ojo derecho. -... Dime que tienes una cuerda... -entonces crispó los dedos a la altura de los ojos-. Por que te juro que la voy a atar a un árbol hasta que todo esto termine -amenazó, falto de paciencia.

-¿Elektra, verdad? -dijo acercándose a la otra parvus-. Parece que eres muy espabilada -le espetó con sorna, viendo su arma, que no le pegaba ni con gelatina de pata de bismonte-. Pf, ¿tú sabes usar eso? No he visto a muchos capaces de usar un tridente con habilidad... ¿Te ha enseñado alguien?
Realmente le importaba poco, pero necesitaba matar el tiempo.




Una vez llegaron a junto aquella mujer, Errald le dejó hablar tranquilamente para luego intervenir. -Dice que son ladrones. No saben cuántos son, ni su raza ni su escondite... Bien, pero... ¿Qué han robado? Eso podrá decírnoslo, ¿no? Quizás, si nos dice qué se han llevado, podamos seguir algún hilo...  Supongo que unos ladrones de vajilla fina no se esconderán en el mismo lugar que gente que roba... -miró a Ayne y la escuchó gritar, para luego dirigirse de nuevo a la mujer-. ... Zanahorias. -Carraspeó- ¿Y bien? ¿Qué es lo que se os ha sido sustraído? - habló calmo, grave, cruzado de brazos y atusándose la barba, impasible.

La búsqueda de la casa una vez llegamos al pueblo se hizo más larga de lo que a mí me habría gustado. En primer lugar, no teníamos muy claro como encontrarlo, casi todas las casas compartían rasgos en apariencia. En segundo lugar, la gente no nos ayudaba.

Sonreí ante las palabras de Errald en un momento determinado de nuestro trayecto, cuando me preguntó a cerca de mi tridente.

- Nunca me enseñaron realmente - mi sonrisa se torció ligeramente hacia la derecha -. Pero siempre observaba a mi hermano combatir la ignorancia con el suyo.

Lo miré fijamente a los ojos, después mi sonrisa volvió a su posición inicial.

Finalmente encontramos a la mujer que había solicitado nuestros servicios. Vivía en una casa bastante vieja que tenía un campo de zanahorias. Me limité a escuchar sus palabras, junto con la de mis compañeros, y sonreír, siempre sonreír.

FdR: Siento mi tardanza, estaba de camping y acabo de llegar a casa.

Aparté la vista de la huerta al oír hablar del bosque, y alcé la vista hacia allí. Entorné los ojos, intrigada. Finalmente, di una palmada y correteé un poco en la dirección indicada, antes de pararme y, de un salto, girar 180 grados para mirar a mis compañeros, sonriente.

-¿Vamos? -pregunté, animada.

Y, sin esperar respuesta, saqué a Amatista de su funda y comencé a andar hacia el bosque, tarareando una canción y usando mi arma de bastón. El verde oscuro era fresco.

Escuché con atención a las palabras de la chrysos, que parecía contenta por estar cooperando con nosotros para poder encontrar a los ladrones. Me limité a sonreír mientras ella hablaba, parecía que los ladrones estaban probablemente en el oeste.

Giré mi cara hacia Ayne, la joven y activa chica que venía con nosotros, y asentí a su pregunta. Miré hacia el oeste.

- El bosque, ¿no? - Pregunté, tratando de que el viaje comenzase lo antes posible.

No robaban ni ganado ni verduras, por lo que no robaban para subsistir, sino por... ¿Avaricia? O lo que lleve a robar a la gente.

Cuando la mujer habló de dónde podrían venir los ladrones, Errald agachó la cabeza y la miró intensamente durante largos segundos. ¿Lo intuía? ¿Los había visto? ¿Lo sabía?


Ante sus últimas palabras, Errald abrió los ojos, sobresaltado. Por una parte tenía razón: las casas no eran que se dijera... palacios, por lo que si entraban a robar y lo revolvían todo era bastante improbable que no te dieses cuenta de nada, por lo que es normal que los ladrones o bien fueran extremadamente cuidadosos o bien supieran de antemano en qué lugar se escondían los objetos de valor sustraídos.

-¿Polvillo blanco?...- Lo primero que se le vino a la mente fue una estupidez. Hadas.
Agitó la cabeza.
Las hadas no existen, Errald. Son cuentos, al igual que el resto de seres infundados, como gigantes, etc...
Se rió de su idiotez y miró profundamente al bosque.

Si estuviera en el Ejército de Humus, habría dejado a alguno de sus hombres junto la mujer para custodiarla, pero como ahora todos eran iguales, no se sintió con el valor de decir nada y él tampoco quería perderse el nuevo objetivo, por lo que se mordió la lengua y siguió a Ayne.
-...Polvillo Blanco...- lo repetía una y otra vez, rascándose la cabeza.- ¿Harina?- dijo en voz baja, más para sus cavilaciones que para sus compañeros.
Era lo único que se le ocurría.

Si era harina... ¿Se alojarían en algún molino del bosque? Si era un molino su escondite, este debería ser un molino de río y no de aspas, pues no era lógico construir un molino de aspas en medio de un bosque, sin embargo, buscar algún riachuelo en el bosque podría ser una buena opción. Todos necesitaban agua, fuesen buenos o malos, por lo que si no era un molino, sería un campamento, o algo...

Al final se encogió de hombros, cansado de pensar. -Ya veremos...

Siguió adelante.

Los objetos robados me llaman la atención. ¿Quién demonios podría querer eso? No puedes comer un medallón. Prefería la tesis del conejo hambriento gigante.

Todos mis compañeros parecen muy decididos a internarse en el bosque. La pequeña monada ya está de camino con la guadaña fuera y un aspecto más atemorizador de lo que cabría esperar en alguien de su altura. Errald parece convencido de que ese polvo es una pista, pero yo no estaría tan seguro. Puede ser muchas cosas. Puede que sean artistas. Eso explicaría que sólo robaran objetos hermosos y no útiles. Yo de arte no es que entienda mucho, pero mejor utilizar como inspiración un cubierto de plata brillante y hermosa que una zanahoria, ¿no?

Le dedico una última sonrisa a nuestra "jefa".
- No te preocupes, belleza. Te traeremos esos ladrones para ponerlos a tus pies... como ya estoy yo- le guiño un ojo y troto detrás de mis compañeros, deseoso por entrar en acción.

Tras varias horas de camino, nos adentramos al fin en la vastedad del bosque. Parecía bastante seguro y con pocos animales, como a mí me gustaban los bosques: tranquilos. Entonces observamos tres rutas distintas, una nos llevaría hacia una parte mucho más frondosa del bosque, otra parecía guiarnos hacia un río y la última hacia una zona rocosa.

- Vayamos hacia las rocas - sugerí manteniendo la sonrisa que nunca se había borrado de mi cara desde que el viaje había empezado -. Seguro que encontramos cientos de cuevas; el escondite perfecto estaría allí.

Miré a cada uno de mis compañeros pausadamente. Ayne inspiraba más confianza que el resto, supongo que su carácter infantil ayudaba a añadirle algo de encanto. Errald parecía muy inteligente, pero era el único aspecto que tenía en el cual podía confiar. Respecto a Narbe, simplemente me ponía de los nervios.

- Y si se escondiesen en cuevas, se podría explicar perfectamente el hecho de que aparezca polvo cada vez que roban - argumenté intentando no hablar mucho para que la sonrisa se me siguiese notando -. Los techos, las paredes y el suelo, todo cubierto de polvo de roca.

Entonces giré mi cuerpo hacia la zona rocosa, esperando que alguien me siguiese y mirando siempre hacia atrás -hacia ellos- sonriente.

-Yo no quiero ir hacia las rocas -dijo tajante-. La mejor opción es ir hacia el río -argumentó, cruzándose de brazos.- Si están acampados en este lugar, necesitarán agua fresca constante. Creo que podríamos encontrarlos mejor en el río -habló de una forma algo testaruda-. Además, ese polvo... era blanco. Y dudo que haya polvo blanco en las rocas. Más bien hay arena y tierra... Creo que ese polvo blanco podría ser harina, o por lo menos es lo único que se me ocurre. ¿Y si han ocupado un viejo molino de río? Podrían estar viviendo ahí... -dicho en voz alta le sonó ridículo, pero bueno...- Haced lo que queráis, yo iré al río -dijo marchando hacia el río.
Le daba igual que alguien lo siguiera o no.

Marchó.

El pequeño desacuerdo entre Errald y Elektra me pone en un aprieto. En un principio el razonamiento de ella me había parecido perfecto y, de todas formas, ¿quién sabe más de piedras que un parvus? Si ella decía que piedras y cuevas, yo de acuerdo.

Pero ahora me han hecho dudar. Todo eso de la harina tiene sentido, ¿no? Y él también es un parvus. Sabrá si ese polvo es de piedra o no. ¿No pueden olerlo y rastrearlo, o alguna habilidad racial parecida? Además, me siento un poco en deuda con él por dejarme su puñal. Si tuviera cualquier problema por no llevar sus dos armas me sentiría fatal. Finalmente me decido por él y le sigo antes de perderlo de vista.

-¿Venís, chicas? -les grito antes de que se queden muy atrás.

A saltitos, avanzaba hacia aquel bosque, animada y entusiasta. Un bosque que resultó ser extrañamente silencioso. En un momento dado, en una encrucijada de caminos, me detuve y miré alrededor con curiosidad. Me llevé una mano a la oreja para escuchar.

-Pío... -murmuré muy bajito.

Entonces, llené tanto como pude mis pulmones y vociferé:

-¡¡¡HOLAAAA!!!

E, ignorando a mis compañeros, eché a correr entre carcajadas, siguiendo aquel sonido que parecía agua saltando, ahora envuelto en el eco de mi grito.

FdR.: Lo siento, no puedo controlarla ;__;

Parecía que los tres querían ir al río, al contrario que yo. Observé como uno a uno me iban dejando atrás, hasta que me vi sola esperando en el cruce de caminos, sonriente.

- Supongo que el razonamiento de Errald tiene sentido - comenté para mí misma, empezando a avanzar hacia el resto del grupo que ya había empezado a caminar hacia el río -. Lo importante de un grupo es la unidad, no tiene sentido que vaya yo sola, ¿no? - Seguía comentando para mí misma, sonrisa en boca.

Avancé a paso rápido, sin correr, tratando de alcanzar a los demás. El río... Podríamos pararnos a beber y descansar, ¿no?

Me acuclillé junto a aquellos bultitos blancos, mirándolos con una sonrisa. Ladeé la cabeza y, en un gesto diminuto, los saludé con la mano y me reí, bajito. Con un dedo, toqué la superficie blanca de uno de los bultos, y lo encontré suave.

-Redondito -murmuré entre risitas.

Y, contenta con mi hallazgo, arranqué el primero y lo metí en un bolsillo. A continuación, repetí el proceso con todos los demás.

No había señal de molinos o arena. Al parecer Errald estaba, lamentablemente, equivocado. Vaya, parecía que tendríamos quedar media vuelta, qué poco oportuno. Entonces traté de buscarlo con mi vista, sonriente. Una vez lo encontré con mis ojos, me dispuse a acercarme a él, pero entonces me topé con algo casi tan alto como yo, ¡asfódelo espinoso!

-Oh... Vaya... Mira que tenemos aquí -dejé que mi sonrisa mostrase por primera vez parte de mi dentadura.

Mi voz no era lo suficientemente alta para que los demás pudiesen escucharla, así que alcé mi tridente para que pudieran identificarme más fácilmente.

-Creo que he encontrado una pista -mi voz casi no superaba la intensidad del sonido producido por el río, pero en mi opinión era completamente audible-.Polvo de roca... jijiji.... -no pude evitar soltar una pequeña risa, casi inaudible incluso para mí, pero muy fácil de oír para cualquiera que hubiese visto mi cara a la vez que mi mano tapaba con delicadeza mi boca.

El asfódelo espinoso tenía que ser mío.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAGH la mato. ¡Os juro que la mato!- dijo tirándose de los pelos en cuanto el berrido de la parvus resonó por todo el bosque-. ¿POR QUÉ NO TE PONES UNA MANZANA EN LA BOCA Y TE OFRECES A LOS LADRONES?- le bramo yo ahora. Ya me da igual gritar o no. Maldita... ¡loca!


[...]


Vio a la loca aquella acercarse a aquellos bultos blancos, pero como estaba de ella hasta sus mismísimos, no quiso saber nada de ella más por lo menos en un rato.

Por otra parte, Elektra llamó su atención y se colocó a su lado. -Ya veo...- dijo sereno y, sacando su enorme hacha, dio un tajo enorme de lado a lado, cortando el arbusto de un único tajo, para luego, hacerse con unas cuantas unidades de hojas y ponérselas cerca de Elektra. -Tú eres una mujer -afirmó-. Tienes que saber de estas... cosas, digo yo- dijo con voz ronca.