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Rick

Rick


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MensajeTema: Re: Campo abierto   Campo abierto - Página 6 EmptyLun Sep 21, 2015 11:47 am

Lo cierto es que al final resultó útil contar con la compañía de Khim’yu, aunque solo hubiese sido porque parecía conocer mejor las rutas para viajar más rápido, y cuando quise darme cuenta había adelantado un par de días. Yo hubiese ido directamente a mi ciudad, pero al pasar por la capital, aunque el camino no era tan directo, terminé ganando tiempo gracias a la mejor condición de los caminos. Y conocía bien la ruta para ir a casa desde allí, porque no estaba tan lejos y aquel camino sí lo había hecho muchas veces.

El tipo había resultado no ser un mal tipo. Algo hablador demás, acabé pensando, aunque supe también que en cualquier otro momento lo hubiese agradecido. Simplemente mi humor no era el apropiado, y acabé cansado de escuchar cada cosa que tenía que decir sobre su mercancía, lo que esperaba del mercado al que iba o cualquier otra cosa. La verdad era que tenía objetos interesantes que vender, aunque no fuesen del tipo del que me llamaba la atención. De todas formas le deseé suerte cuando nos despedimos y reinicié mi viaje, en solitario, después de que insistiese en invitarme a una cerveza en agradecimiento por haberlo ayudado a cruzar la frontera a tempo.

La tomamos en una posada del camino, cerca de la capital, porque no me apetecía entrar a la ciudad. La recordaba, había ido muchas veces, y formaba parte del Ignis que añoraba. Pero la última vez que había ido allí, hacía ya años, había sido cuando habíamos ido a rescatar a Silvanus, y no me sentí con fuerzas para recorrer las mismas calles que aquel día.
Heylel, Massen, Lyam, Lester y aquella mujer tan hermosa, Fier. Me pregunté qué pensaban ellos de lo que había sucedido. Me pregunté cómo se lo habrían tomado. Pero Fier había dejado Brontë hacía mucho, Lyam también había desaparecido, Heylel estaba ocupado con su hijo y Lester era tan fría que seguramente no había sido capaz de sentir nada. Quizás debí hablar con alguno que lo hubiese conocido antes de irme, se me ocurrió. Al final había sido como salir huyendo.

En Ignis me sentía como si fuese verano, porque el ambiente cálido me recordaba a Brontë en aquella época, aunque al estar más lejos del desierto era más bien primavera. Me gustaba el calor del aire, pero se me hacía un poco extraño, como que no pertenecía por completo a aquel lugar. ¿Les pasaría a todos los que iban a Brontë, los que se marchaban mucho tiempo de casa? Hasta mi acento había cambiado.
Quizás solo era yo, que estaba decaído.

Mi brazo ya estaba mejor, aunque no como para hacer esfuerzos con él. Al menos no me dolía el hombro cada vez que lo movía, y había empezado a utilizarlo habitualmente. Pero había mantenido mi promesa a Lea, y a mí mismo, de no hacer esfuerzos; más que el de cabalgar día y noche, por supuesto. Los primeros días había sido espantoso por la falta de costumbre, como si mi cuerpo hubiese olvidado todo lo que había montado en casa, más joven.

[…]

Cuando llegué a aquel pueblo me sentí un poco extraño. Estaba muy cerca de casa, a poco más de un día de camino, y había estado allí tantas veces que no podía contarlas. El tiempo era más suave y el sitio más verde, aunque no llegaba a lo que había podido ver de Fulmen. Ni a mi hogar, por supuesto, que también estaba más cerca del mar.
Había una pequeña posada entre mi ciudad natal y aquel lugar, por lo que decidí, por una vez, detenerme a descansar un poco. Reiniciaría la marcha a la tarde, y me detendría en el camino. No pasaba nada por no ir directo, por tardar unas horas más, y de repente me sentía algo agobiado al respecto. Llevaba días, todo el viaje, dándole vueltas a las cosas, aunque el cansancio ayudaba a no pensar.
¿A qué me enfrentaría en casa?
Había llegado hasta allí, pero sentía un poco de miedo. Temía enfrentarme a la decepción, o llegar a casa en aquellas circunstancias tras no haber ido en tanto tiempo. Sentía como si tuviese cientos de cosas pendientes. Sentía como si no fuese a reconocerlos, como si ellos no fueran a reconocerme a mía, como si todo hubiese cambiado tanto que…
Pero allí, en aquel pueblo, las cosas parecían más calmadas, había menos guardias y la gente caminaba tranquila por las calles, charlando o trabajando. De alguna forma aquello no había cambiado tanto: alguna casa nueva, algún mercader más viejo vendiendo los productos de siempre como si no lo fuesen.

Mi padre y yo solíamos parar allí muchas veces, cuando viajaba con él a la capital. Me llevaba para enseñarme cosas, cosas de negocios y de relaciones entre nobles, quizás esperando que aparcase en mi cabeza la idea de llevar una espada en las manos y la cambiase por una pluma y una hoja de cálculos, o por un libro, o por la mano de una joven dama noble que hiciese prosperar a la familia.
Las espadas no eran para los señores.

Quizás aquel había sido el problema. Me di cuenta cuando me encontré mirando a Värdjas, deformada, colgada del caballo. Había descuidado el hogar, la administración de las tierras, las relaciones familiares, los negocios… Había cogido una espada y me había ido a recorrer el mundo con ella como un joven estúpido, dejando atrás mis obligaciones como si no lo fuesen. Y aún habría exclamado que aquello no era lo que yo debía hacer, que un verdadero caballero ajusticiaba a los malvados, pero de todos modos debí haber tenido en cuenta que los negocios de mi familia eran los míos también. Mi padre se había esforzado siempre por hacer prosperar todo cuanto podía para que yo hubiese cogido un caballo y me hubiese marchado lejos.
Fue como si de pronto se me hubiese abierto la mente. Comprendí la diferencia entre unas cosas y las otras. Yo había hecho lo que había querido, pero en el fondo siempre me lo habían permitido. Aunque mi padre deseaba que me quedase ayudando, yo era tan mayor como para poder marcharme si quería. Pero nunca pensé que no se trataba de que mi padre no quisiera que yo fuese un “héroe”, sin más.

De pronto me sentí algo más cansado, todavía. Quizás, se me ocurrió pensar, lo mejor, lo lógico, era ayudar en lo que había dejado de lado tantos años, si es que seguían permitiéndomelo. Tal vez jugar a la guerra no había sido…

Me iría a casa y lo descubriría.

*fin de escena*
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