Campo abierto

Cuando ambos guerreros, finalmente, localizaron el lugar al que se dirigían, estaba anocheciendo. Por suerte para ellos la maleza y los árboles abundaban, de modo que podían moverse con relativa cautela y discreción. Ser vistos ya no era una opción. Habían alcanzado, finalmente, el sitio indicado.

Frente a ellos, semiderruida, parecía haber sido un almacén en otro tiempo. Y, sin embargo, pese a los cristales tapiados y las paredes desgastadas, llegando a escombros en algunos lugares, la estructura seguía pareciendo sólida, como si aquel aspecto hubiese sido dado de forma consciente para que no llamase la atención.

No había más población en los alrededores en una hora caminando. Tampoco caminos que llevasen allí, ni nada de interés cerca que pudiese hacer que te lo encontrases por casualidad. Todo aquello, sumado al difícil acceso por maleza y las pendientes rocosas hacían que el perfil de los que acudiesen a aquel lugar no fuese muy variado: curiosos, viajeros perdidos o alguien que supiese a qué iba.

Alehyss y Corbin reconocieron el terreno y luego se reunieron, alejados, para decidir qué hacer antes de comenzar. Ninguno de los dos había visto nada, y dentro de aquel lugar tampoco parecía haber ninguna luz. Pero era fácil pensar que quizás, simplemente, aquella tranquilidad también era un aviso de peligro.

Ambos guerreros se dirigieron hacia la construcción, sin encontrarse, nuevamente, con nadie en su camino. Todo continuaba tranquilo. Ni siquiera escuchaban ninguna clase de sonido saliendo de la construcción, aunque viendo sus gruesas paredes sería complicado determinar si, simplemente, los sonidos no eran capaces de traspasarlas.
Los muchachos pudieron subir al tejado con bastante facilidad. Incluso había algunos árboles que podían usarse para trepar y acceder de manera más sencilla. Una vez allí arriba consiguieron moverse con sigilo gracias a sus pies descalzos, que no resonaban en las oscuras tejas.

La planta del edificio era, aproximadamente, de trescientos metros cuadrados, de modo que los guerreros tuvieron bastante terreno que examinar. El color era uniforme, como si todavía no hubiese sido desgastado por los elementos meteorológicos.

Finalmente, el claritas encontró una zona que pareció ceder un poco bajo su peso, como si estuviese separada del resto de las piezas.

Corbin no pareció poner ningún problema que se opusiese a la propuesta de Alehyss, de modo que ambos aguardaron, comentando apenas algún detalle técnico, mayoritariamente en silencio, a que la noche terminase de caer, lo que sucedió más pronto de lo esperado. Por suerte para ellos, la época del año ayudaba, aunque con ello las temperaturas y humedad no fuesen demasiado agradables. De todos modos, aquel lugar de Ignis era más seco que Brontë, de modo que estaban a salvo de la sensación de tener húmedos hasta los huesos mientras no se movieran.

Una vez no quedaba más luz que la tenue que daba la luna, se detuvieron un instante a escuchar a través de aquel tejado, en un intento por comprobar una vez más si había algún sonido bajo sus pies, pero no obtuvieron respuesta. Entonces, con cuidado de no hacer ruido, abrieron aquella pesada trampilla hacia fuera, descubriendo, a un par de metros bajo sus pies, una habitación en penumbra, tan silenciosa y apagada como parecía desde el exterior.
Desde donde estaban podían percibir el olor a cerrado y a polvo. Desde donde se encontraban no podían ver demasiado, de modo que, cautelosos, se colaron en el interior.

Parecía una especie de comedor, completamente cerrado. A un lado, dos ventanas tapiadas dejaban entrar hilos de luz. Al otro, una puerta sin rendijas que lo comunicaba con el resto del edificio. Pese al olor a cerrado, el lugar parecía cuidado. Sobre una de las mesas había un trozo de pan, algo revenido, y en las polvorientas estanterías reposaban algunos platos y vasos limpios.

La exploración de la estancia no les reveló demasiado. Era lo que parecía, sin aparentes secretos ocultos.
Corbin procedió rápidamente a la escucha, pegando su oreja a la gruesa puerta de madera. Del mismo modo que había sucedido cuando había tratado de escuchar a través del tejado, no se oía gran cosa. El silencio imperaba. Basándose en aquello, el claritas decidió abrir una rendija. Las bisagras de la puerta no chirriaron. Aquello fue una suerte, pues nada más abrirla un hilo de luz cálida penetró en el lugar en el que estaban.
Desde su posición, a través de la pequeña ranura, el guerrero pudo ver la mitad de una silla y una pierna. Había alguien sentado en aquella sala, y un candil alumbrándola. Sin embargo, desde la posición en la que se encontraba y con aquel ángulo de visión, Corbin no podía ver el rostro de aquella persona, ni tampoco si iba armada. Si deseaba ver mejor, tendría que arriesgarse a abrir un poco más la puerta.
Por otro lado, si llamaban la atención de un enemigo tan pronto era probable que cundiese el caos.

Corbin aceptó la propuesta de la chrysos, colocándose en posición, dando a entender que estaba preparado para abatir al hombre nada más entrase. Así pues, tras colocarse ella también, Alehyss dejó caer el vaso en el suelo. El cristal se partió nada más estrellarse con la roca, y su sonido atravesó el aire, alcanzando los oídos de los muchachos y, como pronto pudieron comprobar, también los del hombre sentado en el cuarto contiguo.
El sonido de la silla al arrastrarse les informó de que se había levantado. Luego unos cautelosos pasos resonaron en la roca del suelo, cada vez más cercanos a la puerta de madera. Al llegar junto a ella, se detuvieron, dando paso a un silencio de menos de un segundo. Luego, con suavidad, la puerta se abrió, y un hombre penetró en la habitación con atención. Sin embargo, no tuvo tiempo de mirar a un lado, y los puños metálicos de Corbin se estrellaron contra su cráneo, haciéndolo caer de lado, pesadamente.
Alehyss pudo ver algo conocido en él.

La habitación contigua estaba vacía. Frente a ellos, casi frente a la puerta de aquel comedor, había otra semejante. Del mismo modo, dos puertas más se veían en la pared de la izquierda y una en la de la derecha. Tenían, pues, cuatro caminos a seguir, además de la propia sala que ocupaban.

Corbin comenzó, en respuesta a la chrysos, a escuchar en la primera de las puertas, comenzando por la de la derecha, que estaba completamente en silencio. La segunda, la que tenían frente a ellos, dejaba que se oyese un eco sordo, pero lejano, que era incapaz de identificarse, seguramente debido a la distancia. De la tercera, una de las dos que se encontraban a la izquierda, podía oírse, de vez en cuando, el sonido de una respiración fuerte, alternado con algún ronquido. Por el intervalo no podría decirse cuántas personas (o animales) había allí, pero la respuesta no sería uno bajo ningún concepto. Finalmente, en la cuarta y última de las puertas, como en la primera, nada.

Ambos guerreros debían proceder como mejor les pareciese. Aunque el no saber siquiera el aspecto concreto de lo que buscaban, una especie de caja, maletín o baúl, hacía que aquella tarea fuese más complicada todavía.

Tras plantearse las diferentes posibilidades, ambos guerreros parecieron estar de acuerdo, eligiendo la puerta de la derecha, solitaria y silenciosa. Al entreabrirla, Corbin no vio nada extraño. Aquel cuarto, al igual que el primero, estaba en penumbra, dejando apenas que unos estrechos haces de luz traspasasen las rendijas existentes entre las maderas que tapiaban cada una de las tres ventanas. En contraposicion al comedor, sin embargo, aquel lugar estaba lleno de trastos.

En la pared de la izquierda había varios estantes llenos de cachivaches extraños, cuyos usos no quedaban muy claros a primera vista. En el centro del cuarto, un par de mesas cubiertas con papeles desperdigados, tinteros y plumas, así como un farol apagado. En la pared contraria, la derecha, dos pequeños pasillos de estanterías repletas de libros. No era, ni mucho menos, tan inmensa como la de Brontë, pero aquel lugar cumplía, sin lugar a dudas, una función muy semejante a la de una biblioteca.

Los muchachos estuvieron investigando toda la habitación, pero no hallaron nada que pareciese importante. La mayoría de los libros trataban de magia, pero a niveles tan altos y concretos que no podían ser comprendidos por ellos. Otros, más allá de aquello, estaban escritos en runas extrañas que ninguno de los dos sabía interpretar.
Entre los papeles, por otra parte, había de todo. Pequeños fragmentos de lo que parecía un diario, sin ningún dato relevante, en los que se hablaba de sucesos aleatorios de poca importancia, más de aquellas runas y algunas fórmulas matemáticas, así como planos de lugares diversos.
Los cachivaches de los estantes, para finalizar, fueron incomprensibles para ellos: había unos botes llenos de una sustancia marrón de apariencia aceitosa, unos objetos de metal que parecían para tomar medidas de algo y algunas herramientas más.

No vieron nada semejante a una caja en toda la habitación. Tampoco parecía haber trampillas ni mecanismos que diesen paso a otras ocultas. Además, aunque aquel lugar estaba vacío, el tiempo apremiaba, pues en el momento en el que alguien descubriese al hombre muerto se les acabaría la ventaja de no haber sido descubiertos.