La casa está encantada.

Lis dedicó una mirada a Lea, en silencio. Mostrándose de aquella forma, seria y callada, cargaba una solemnidad mayor. Terminó por asentir una última vez, y aprovechó aquel mismo gesto para, al terminarlo, dejar el rostro mirando hacia abajo, hacia el suelo, evitando los ojos de la flamma.

-Biihè'n -dijo, sin más.

No tardó mucho en desaparecer. Se dejó sentir cerca de Lea y luego en las escaleras que daban hacia la planta inferior para, finalmente, desaparecer de su percepción, seguramente adelantándose en su camino, cruzándose con Adain que llegaba hacia las escaleras sin que este la viese.

Lea bajó también y ella sí fue vista por su compañero, que ya había dejado atrás el piano, llevándose consigo, sin embargo, la copia de aquellas notas que formaban la canción de Lis.
Pronto ambos guerreros, juntos de nuevo, habían llegado al pie de las escaleras y tenían, a un lado, la puerta abierta de la sala de la caldera, en la que el fuego todavía crepitaba, mucho más débil para entonces, haciendo el ambiente un poco más cálido que a su llegada.

Algo mosqueado por mi desastrosa charla con Lis llego a las escaleras y me encuentro con Lea que está bajando.

-Creo que conseguí hacer las paces con ella pero...Le dije que habían comprado la casa y que no sabía lo que podía pasar. No sabía si estaría bien...Sólo estaba preocupado por lo que pudiera pasarle pero creo que la he vuelto a enfadar. -Bajo lo vista a suelo con el ceño algo fruncido. -En fin...

-¿Conseguiste algo tú? -La caldera crepitaba a mis espaldas y se dejaba notar algo de calor. Casi se me había olvidado para qué habíamos venido.

Cuando ambos guerreros se reunieron, pusieron rumbo al que era su último objetivo, pero también había sido el primero, y bajaron las escaleras que daban a aquella puerta blindada que no habían podido abrir desde un principio.

A la pregunta de Lea, Lis no hizo ningún movimiento. La lógica decía que se hallaba en la sala de la caldera, sobre ellos, pero el panorama parecía completamente tranquilo de nuevo. A aquellas alturas los guerreros ya podían tener claro que la chica de madera sabía desaparecer con facilitad, pero también podría, perfectamente, haberse marchado a otra sala, dejándolos solos.

La llave encajó perfectamente. Al abrirse la sala oculta pudieron ver, entonces, algunas de las cosas que habían faltado en el lugar, según la descripción de Edmond de lo que esperaba encontrar.

Era un lugar amplio, pero repleto, lo que lo hacía parecer angosto. Estaba completamente construido en piedra, y no había ninguna luz que entrase. El olor a cerrado era evidente, nada más entrar, pero no había tanto polvo como en otros lugares, quizás porque no tenía donde entrar.
Las estanterías ocupaban gran parte de tres de las cuatro paredes, y en ellas se hallaban tanto libros sobre diversos temas mágicos, algunos más oscuros que otros, como manuscritos. También había artilugios indescriptibles cuyos usos eran un misterio para los guerreros, y otros más comunes, como matraces y tubos de ensayo, que delataban la práctica de algún tipo de ciencia.
En una mesa, en un rincón, había algunos apuntes ya carcomidos y amarillentos, en los que se podían leer algunas frases cortadas. Se mencionaba, en casi todos ellos, una enfermedad que no cesaba, sus síntomas (debilidad, una tos insoportable y dolorosa con sangrado, dolor al respirar y articular, fiebres cada vez más insistentes y visión borrosa, falta de apetito...) o la poca reacción que tenía a diversos hechizos o pócimas. A medida que se avanzaba en la lectura, uno podía percatarse de qué había llevado al antiguo propietario de la casa a la muerte.

Para acabar, una caja fuerte polvorienta destacaba poco en una esquina. Tenía un código de cuatro dígitos, y todos ellos estaban puestos al cero. Justo en medio de la puerta había incrustada una gema rojiza de apariencia extraña.

Esta habitación ya tenía más pinta de estudio de mago.

-Espero que no tengamos que subir todos estos libros... -Eran muchos y muy variados pero no sabría decir si eran más o menos importantes.

Todo estaba lleno de cachivaches y aparatejos de ciencia y magia pero parecía haber menos polvo que en el resto de la casa. Las notas sobre la muerte del antiguo dueño de la casa eran bastante deprimentes. Además, Lis tiene que haberle visto morir poco a poco... Seguía preguntándome si habría enterrado el cuerpo. No sabía si podía salir de la casa o si siempre había estado en ella, tal vez nació de la madera con que la construyeron. Repasé mentalmente las notas. Podía ser perfectamente que apareciera de golpe un día o que esta casa llevara más tiempo aquí que el propio mago.

La vista se me fue a un brillo rojo, provocado por una piedra del mismo color al ser iluminada por la llama de Lea. Una caja fuerte... Pasé la mano por la superficie examinándola. 0000...

-Si hay algo importante...Supongo que esté aquí, ¿no? -Todas las cajas fuertes tenían una combinación de 4 dígitos pero...Había algo que me recordaba a esto. Comencé a contar con los dedos siguiendo una corazonada. Podría ser...

-Creo que puede ser...-Coloqué las ruedecitas en el número que creía que abriría la puerta. Uno, seis...Cinco... -Do, la, sol... -Y tres. -Mi...

Los muchachos exploraron la habitación por encima, primero, hallando todo aquello que parecía haber sido usado en su momento para hacer experimentos. Fue Adain, entonces, el primero en acercarse a la caja fuerte y no tardó demasiado en tener una idea. Una a una, fue girando las ruedecillas, utilizando el código "1653". Al terminar, entonces, la gema del centro pasó del rojo al azul, se escuchó el sonido de un mecanismo en el interior y la puerta se abrió.

La caja tenía tres estantes. En el primero, había algunos libros más, de apariencia más oscura y extraña. En el del medio una caja grande de madera, pulcramente tallada, con motivos florales y de hojas, que parecía bien cuidada, y en la de abajo de todo un cuaderno de cuero negro desgastado y un gran sobre de papel abultado que parecía contener muchas cosas dentro.

Se hallaban, evidentemente, entre las posesiones más preciadas del hombre que había habitado la casa; aquello era lo que había escondido lejos de todos antes de morir.

La puerta se abre y sonrío satisfecho, creo que de no haberme pasado tanto rato tocando el piano ni hubiera pensado que podría ser eso, pero al parecer la canción fue muy importante también para el mago y no sólo para Lis.

Lea coge la caja. Miro por encima los libros negros antes de ver el cuaderno. Lo cojo y lo abro, ojeando un poco el que supongo sea al dichoso cuaderno. Miro en el sobre que obviamente está demasiado lleno.

En cuanto pudieron acceder al interior de la caja, los guerreros se concentraron en lo que encontraron dentro de ella. Mientras Lea se centraba en la caja de madera, Adain lo hacía en el cuaderno de cuero.

El aether encontró allí incontables apuntes relacionados con temas mágicos tan complejos que le costaba, en ocasiones, hasta entender el vocabulario, y en algunas incluso el encontrar aquellos vocablos tan extraños y específicos en sus pequeños diccionarios se convertía en un reto imposible. Pero no había que fijarse mucho ni tener demasiados conocimientos sobre ello para percatarse de que, seguramente, aquel era el cuaderno por el cual Edmond Godefrey había puesto tanto interés, aunque todavía faltaría su veredicto para determinarlo.

Lea, por su parte, abrió la caja. En su interior, como había supuesto, había varias cosas que, tras un poco de observación, tenían una relación evidente con Lis. Una figura de barro tenía la huella de su mano, había también algunos retratos trazados hábilmente al carboncillo y un tubo pequeño que contenía algo rojo que una vez debió haber sido sangre y entonces solo era polvo. Y, en el fondo de la caja, también había un cuaderno de cuero con las tapas color verde.

Desistí pronto y dejé de mirar los diccionarios. Apenas podía leer una frase sin encontrar algo que no entendiera bien por la caligrafía o por el vocabulario.

-Bueno, supongo que él lo entenderá mejor que yo.

Me giro y miro por encima del hombro de Lea el interior de la caja. Cojo el tubo de cristal y lo examino extrañado.

-Esto no pega mucho con lo demás, ¿no? -Examino el interior y cojo uno de los retratos. -¿Eso es un cuarderno? -Señalo con la cabeza un trozo de cuero verde que llevo a ver desde donde estoy.

Lea me mira con cara de cortar la leche y suelta lo que pienso que es una saturación de emociones mal llevada. Me paso la mano por los ojos procesando todo lo que decía.

-Lea...¿Quieres ayudar a Lis? -Cojo las piedras, parecen valiosas aunque no sé si serán algo más que bonitas.

Espero un momento antes de seguir, pensando lo más deprisa que puedo. Estas cosas de ética son una mierda...

-Mira, podemos hacer lo que tu dices. Puedo llenarte de cortes y montar un numerito con Lis y asustar a Edmond. Se irá con sus libros asustado y no volverá por aquí. -Dejo el tubo y el dibujo con el resto de cosas que se estaba guardando Lea. - Y habremos ganado tiempo. Sólo eso. Lis estará tranquila hasta que alguien que quiera más cosas del misterioso hombre que vivía aquí o alguien que quiera ver al fantasma venga. Y se asusten y prendan fuego a la casa o la hagan derribar. -Saco uno de los papeles que había encontrado y que hablaban de Lis. -O que encuentren una de las mil páginas esparcidas por la casa que hablan del extraño ser nunca antes visto. -Le devuelvo la mirada seria, aunque me temo que no llego a su tono sí que debería destacar en mi repertorio de gestos habitual.

-No sé si sabes lo que hace la gente con los animales raros. No verán que canta, no verán que toca el piano, verán dinero. -Pensé en Skalor, en cómo pretendía dejar pasar hambre a todo el pueblo. Eso sí lo había visto, cuando tu familia empieza a meterse en el mundo de los negocios te llegan historias mientras vas subiendo de importancia. Siempre había gente así, desde el comerciante más pequeño hasta el mayor empresario. Me pregunto si padre se habrá vuelto así...

Ellos hablaban. Se podía llegar a decir que discutían, de alguna forma, sobre lo que hacer. La primera vez que Lea expuso su idea, Adain mostró su desacuerdo. No fue hasta que ella dio su réplica que el crujido sonó.
Junto a la puerta, en el último de los escalones, estaba ella.



Lis los miraba con los ojos muy abiertos. Húmedos. Aquello era evidente pese a la escasa luz, y pese a la distancia. Desde allí, los contemplaba, y su gesto mostraba una expresión extraña; una especie de desconsuelo que parecía brotar de ella lentamente, tiñendo su expresión y sus gestos.
Y entonces Lis sollozó. Tras aquel sonido vino una especie de gemido.
Adain y Lea pudieron ver como, a unos metros de ellos, quizás debido a sus palabras, a la visión del sótano abandonado, sin su dueño, o a la unión de todos aquellos posibles hechos, un ser que no era animal, planta ni persona sucumbía, finalmente, a una especie de lamento aterrador, desconsolado.
Lis lloraba como las personas, de alguna forma, aunque de un modo tan sincero que, al mismo tiempo, dejaba de parecerlo.

Escucho lo que dice pacientemente. Estoy por interrumpirla en cualquier momento pero no lo hago. Observo cada gesto y es raro, es como si nunca hubiera sido ella tanto como hasta ahora. Cuando acaba de hablar me giro, dándole la espalda. Me tiemblan las manos y una sonrisa comienza a dibujarse. Intento disimularla antes de girarme hacia Lea pero acaba convirtiéndose en una carcajada nada cortés y que rompía con varias normas de protocolo. Y yo que llegué a pensar que hablaba con Lis sólo para conseguir la llave y acabar la misión... Con aún media sonrisa saco uno de los puñales con un movimiento de muñeca y la apunto con él.

-No te la vas a llevar...Nos la vamos a llevar. Si ella quiere, claro. -Hago girar el puñal sobre el pulgar haciendo fuerza con los dedos y le ofrezco el mango, suavizando mi sonrisa. -Veo una clara falta de comunicación. Yo también me la he imaginado en Brontë, en el bosque en el palacio. Estaría protegida y acompañada. Tendría comida y música. Podría volver a tocar el piano y aprender con ella. Podría aprender tanto ¡y nosotros de ella! Por supuesto sólo ella puede decidir eso. -Suspiro, sonriendo aún. -En fin, ambos pensamos lo mismo así que no tiene sentido discutir.

-Si quieres hacerte cortes hazlo, solo espero que Rick no me corte a mi las alas además de un par de miembros. Otra opción es untarse en mugre de la que hay por toda la casa. Un par de gritos y espasmos y aunque le dijeras que te han cortado un brazo saldría corriendo antes de fijarse siquiera.

Un ruido me hace mirar a la entrada que hay tras lea. Lis ha bajado y está claramente a punto de llorar. Al momento lo hace así que no estaba muy desencaminado. Me pregunto cuanto tiempo llevaba escuchando.

Lis permitió que Lea se acercase, o, más bien, no pareció en condiciones de impedírselo ni de hacer nada más. No se apartó cuando ella acercó la mano porque para entonces ya habían brotado las primeras lágrimas y su cuerpo se convulsionaba ligeramente. Parecía frágil, más pequeña, aunque hubiese mostrado capacidades que no estaban al alcance de muchos magos.
Cuando Lea secó las lágrimas, sintió la piel suave y dura, lisa, como madera perfectamente pulida. En algunas zonas se mostraba más rugosa, y entonces el contacto era diferente, como si tocase la corteza de un tronco.

Lloró un rato, mientras Lea hablaba. Al principio se estremecía, parecía romperse. Era como si no fuese a poder parar, de alguna forma. Pero poco a poco se calmaba; su llanto se volvía sollozos y su respiración más lenta.

-Lis... píhensà... -murmuró, únicamente, cuando pareció capaz de hablar.

Observo a Lea mientras tranquiliza a Lis, inclinando ligeramente la cabeza a un lado. Asiento a su comentario. Está completamente perdida, es normal que no sepa qué hacer...

-Tiempo...¿Le saco un par de libros y hago yo el numerito? -No sabía hasta qué punto se me iba a dar bien pero a ella se le daría mejor consolar a Lis. Si acababa viniendo con nosotros tendría que aprender a tratar mejor a las...¿plantas? Cogí el cuaderno negro y un par de los libros de la caja fuerte. Me paré un momento antes de avanzar hacia la salida. -No creerás...¿Habrá algo que Elmond no deba ver en estos escritos? -No parecían del mismo estilo que los que hablaban de Lis pero...No me gusta la puta magia.

Ante el abrazo, Lis no correspondió. Simplemente se quedó rígida, recibiéndolo algo tensa, y terminó por apoyar parcialmente la frente en el hombro de Lea, solo un momento. Cuando la flamma la soltó para ir a encontrarse con Edmond en el exterior, Lis y Adain la miraban.

Ella asintió, con gesto serio, algo apagado, y de diluyó en la madera con lentitud, casi con pereza, desapareciendo de la vista de ambos, pero aquella vez en silencio. Lea puso rumbo entonces hacia la puerta principal, empeorando un poco su aspecto de camino, para que el engaño fuese lo más creíble posible, mientras Adain tenía el encargo de apilar los libros que pudiese en aquel tiempo.

Al salir a la calle, o ya antes por las ventanas, la flamma comprobó que la lluvia era más escasa. El carro no estaba donde siempre, sino bajo un grupo de árboles cercanos, protegido de la lluvia, y no había rastro de los caballos.
Al acercarse, cómo no, y avisarlo, salió Edmond, con la sonrisa habitual y un libro en la mano. No obstante, al verla frunció el ceño.

-Tampoco habéis podido-. Aventuró, serio-. ¿Dónde está tu compañero? ¿Qué ha pasado? ¿Qué habéis visto?-. Le tendió un pañuelo blanco con sus siglas bordadas en el azul de sus alas.


Mientras tanto, por su parte, Adain tenía la solitaria tarea de apilar libros. Era un trabajo fácil que le permitía revisar los títulos y el contenido si así lo quería. Algunos de ellos explicaban el funcionamiento de ciertos hechizos simples, otros eran mucho más complicados y muchos de ellos ni siquiera tenían que ver con magia, sino con ciencia o temas similares.
En medio de su búsqueda, encontró un extraño estuche que contenía un rollo de pergamino atado con un cordel viejo.

No tardo en quedarme solo así que empiezo a apilar los libros que me parecen más importantes para poco a poco a subirlos y dejarlos junto a la escalera, en el cuarto de la caldera. Voy revisando los títulos y hojeándolos, con el oído puesto en el exterior esperando una señal o un ruido que me indique algo. No son más que tratados de magia o ciencia, Edmond les sacará más utilidad de lo que a mí me parece en un principio.

Me asomo al cuarto de la caldera para intentar oír algo mejor. Bueno, en cualquier caso dijo que hiciera algo de ruido... Alcanzo uno de los trozos de madera que hay esparcidos por el suelo pero me detengo antes de hacer nada.

-Esto...¿Lis? Bueno, no te enfades ni nada, es para ayudar a Lea. -No sé dónde está de todos modos no me parece especialmente destructivo. Tiro el madero contra la caldera con todas mis fuerzas buscando hacer un ruido lo suficientemente fuerte como para que se oyera fuera. Me pongo una mano en la garganta y aprieto, recordando cuando teníamos las piernas aprisionadas. Espero que dé el pego... Aunque en realidad esperaba que al menos me oyeran, la distancia disimularía mis fallos teatrales.-¡Lea, rápido! ¡No creo que pueda aguantar aquí mucho más!

Bajo a apilar más libros, pensando cómo podría ir subiéndolos ya que con una mano parece bastante complicado. Mientras lo hago voy soltando más gritos llamando a Lea cuando me acerco al hueco de la escalera y voy cotilleando los textos. Uno de mis gritos se corta, más que por dramatismo por despiste.
Un estuche llama mi atención. En su interior hay un pergamino. No tardo en soltar el cordel y abrirlo lleno de curiosidad.