La desaparición de Rinny

Nevaba copiosamente. Los dos compañeros se internaron en el frío de Aqua lentamente, ambos conscientes de que las capas de nieve se hacían cada vez más gruesas. Los prados de Lilliom podían llegar a mostrar cierto verdor, pero no durante el invierno, y menos tan al sur. Habían conseguido medio de transporte durante gran parte del camino, pero a aquellas alturas ya no había nadie con ellos. Su último acompañante, un comerciante con un fantástico trío de carros, les había dado indicaciones de cómo llegar a la aldea, y aquello era todo.

No era fácil desviarse en un lugar tan homogéneo, pero tampoco estar seguro del camino. De todas formas, los chicos no tardaron mucho en dar con la aldea, un pequeño conjunto de casas a la linde del bosque. Los árboles que se alzaban tras las últimas casas tenían un aspecto impresionante, todos ellos de gruesos troncos y copas altas, que no parecían afectadas por el evidente peso de la nieve sobre ellas.

El bosque no era, sin embargo, su destino. Aún no habían llegado a la entrada del pueblo cuando avistaron a tres chiquillos que los vigilaban. La mayor de los tres, una niña de aspecto flacucho pese a las capas de ropa que la cubrían, instó a los dos menores a volver al interior del pueblo. Los dos niños, considerablemente más pequeños, echaron a correr, descalzos por la nieve, cogidos de la mano. La que había quedado los miró con sus ojos acuosos, antes de atreverse a dar unos pasos vacilantes hacia ellos.

-Lo-o-o-los guerrerosdeBrontë¿verdad? -dijo, con una voz que denotaba su nerviosismo y su marcado acento, mientras se retorcía las manos-. E-e-e-e-es Ri-rinny. Por fa-fa-porfavor. E-está sola... Pe... ¿Perdida? Perdida...

Señaló al bosque, mirándolo un momento antes de clavar de nuevo los ojos, que viajaban alternativamente por los tres. Con un respingo, volvió la vista atrás, hacia las casas. Al cabo de un momento de duda, se echó hacia ellos y los empujó hacia atrás, tratando de hacerlos retroceder.

-Elotrocamino -indicó, nerviosa, instándolos a marcharse-. Ó. Rinny. Muy blanca. Ojos redondos y grandes -. Miró a Dardo-. Como ella. Luego venís ij. ¡Aquí! Sin pasar por las fugas. No entráis en el pueblo. Favor. Venimos luego. Virn guedde.

Y, sin esperar más, echó a correr hacia la aldea, evidentemente asustada.

Johan lleva ya algunos días viajando con esta chica que tiene tan poco aspecto de guerrera, Anna. Ella se lo confirmó en su momento diciendo que era la primera vez que salía de misión, y que estaba algo nerviosa pero no la ha visto quejarse demasiado por el camino, pese al frío y la nieve. Él mismo le ha dicho que aunque no ha salido de misión con Brontë antes, ya es un experto viajero que ha recorrido el mundo ayudando a los demás, y que no es una situación nueva para él. La ha tranquilizado asegurándole que sabrá hacerse cargo de la situación si lo necesitan, porque lo ha hecho otras veces. Y no es mentira del todo, pero Johan no quiere causar problemas tan pronto y ha decidido que, al menos durante el viaje, tratará de comportarse de una forma favorable para el palacio para el que ahora trabaja.

Alguna vez durante el viaje han compartido alguna historia y ella ha tenido a bien dejarle una bufanda. También, alguna vez, él ha estado a punto de detenerse a hacer algún muñeco de nieve, porque estaba seguro de que lo esperaría en el mismo punto cuando volviesen, pero no lo ha visto apropiado y al final, días después, se encuentran llegando a su destino todavía rodeados de nieve y Johan no puede dejar de pensar que resulta todavía ciertamente tentador, pero el trabajo es el trabajo.

Está a punto de encender un cigarro que lleva liando un rato cuando ella llama su atención y alza la vista. Como Anna, Johan sube el ritmo. Admira, como ella, el pintoresco lugar, aunque no tiene mucho tiempo para hacerlo porque, cuando se está llevando el cigarro a los labios, tres niños les cortan la marcha y no puede evitar, divertido, sonreír al mirarlos. Deja, sin embargo, que Anna se ocupe, encendiendo el cigarro mientras tanto, dando un par de caladas y solo respondiendo si alguien se le dirige específicamente.

A Johan los niños ni le gustan ni le disgustan. Si tuviese que decir algo, diría que le hacen gracia, pero no que le gustan. Puede disfrutar de ellos durante breves periodos de tiempo, siempre que no sean excesivamente ruidosos. Aunque lo que no le gusta es limpiar pañales, así que los que no hablan y se van ya se le hacen algo pequeños.

-Parece que se te dan bien -comenta a Anna cuando la niña ya se aleja, echando el humo a un lado-. ¿Tienes hermanos pequeños?

Cuando ella menciona lo del calzado, Johan asiente, algo más serio, pero aún despreocupado. Vuelve entonces la cabeza hacia el bosque, escrutándolo, pensativo.

-Sea lo que sea, habrá que darse prisa. Con este tiempo...-. Sonríe de nuevo, echando la colilla al suelo, disfrutando del breve sonido que hace al apagarse contra la nieve-. Si no podemos entrar en el pueblo habrá que andar un poco más. Eso nos mantendrá calientes -comentó empezando a andar con las manos en los bolsillos, y frías pese a todo-. De todos modos, no ha sido la peor nevada en la que he estado. Una vez vi nevar dos meses seguidos, con sus días y sus noches, en un pequeño pueblo que...

Le cuenta mientras una historia de tantas, con detalles sobre personas o lugares que le dan veracidad. Tantos que a veces llega a olvidarlos, pero para entonces ya no le suelen hacer falta.
Dardo viaja en su hombro, perezosa.

A los dos jóvenes no les quedó más remedio que tomar la dirección al bosque. El camino no era claro, pero los árboles se distinguían perfectamente a través de la nieve, así que no había pérdida posible. Tras un avance lento, en el que los pies se les hundían en la nieve, consiguieron, por fin, alcanzar la linde del bosque y refugiarse bajo los árboles.

No era el refugio perfecto. Incluso bajo las ramas, la nieve seguía acumulada en la tierra, y los copos, aunque en menor medida, seguían colándose hacia ellos. Pero, de todas formas, los árboles seguían siendo mejor que el cielo descubierto, y paraban el viento y la nieve, haciendo su avance más gentil. Por otra parte, al cielo encapotado se unían aquellas ramas espesas, con lo que el bosque resultaba bastante oscuro, casi en penumbra.

No había mucha señal de vida allí. Era lógico; los animales preferían la seguridad del bosque antes que salir a la linde. Encontraron el camino silencioso, con la nieve cayendo de forma homogénea sobre la ya acumulada en tierra. Era probable que, a no ser que encontraran huellas frescas, no encontraran ninguna. El interior del bosque, tranquilo, los esperaba.

Siguen hablando un rato mientras caminan hacia el bosque, y Johan no tiene problema en responder a las preguntas de Anna siempre que esta las tenga, dando datos con firmeza y seguridad, como el de la casa que quedó entera sepultada por nieve hasta el tejado y que luego ya no estaba cuando la sacaron. Pero ya están llegando al borde del bosque cuando se calla y comienza a buscar algo que ver. Por suerte, Johan lo tiene claro, la nieve es blanca y deja que todo resalte más, porque con una luz tan pobre y un paisaje tan monótono le costará un poco más que a cualquiera ver nada que no se mueva.

-Lo mejor es entrar -confirma asintiendo-. Y nuestra única opción. Podría no estar en el bosque, pero lo está por lo que sabemos, así que no hay más que hablar -declara dando ya un paso dentro. Se detiene a mirar a Anna una vez más, esta vez con una sonrisa-. ¿Separarnos? Buena idea -admite asintiendo, y da un suave toque a Dardo, en su hombro-. Es hora de trabajar -le dice, ofreciéndole un pequeño trozo de cecina y tomándola en el brazo izquierdo, que alza-. Explora -le indica-. Busca personas en el bosque.

Dardo no tarda en alzar el vuelo y Johan, una vez más, se gira hacia su compañera.

-Una visual rápida desde arriba de momento. Ya nos hemos separado. Pero tú y yo seguiremos juntos o cuando Dardo traiga noticias no te enterarás de nada-. Y comienza a andar mirando al suelo-. Yo buscaré huellas, pisadas o algún rastro -le indica-. Tú busca a media altura, en los troncos y plantas o si ves algo moverse. Dardo se encarga del cielo.

No será el avance más rápido, pero sí minucioso, y Johan sabe que, aunque no tengan todo el tiempo que deseen, dejar algo atrás puede hacer que todo el tiempo sea tiempo perdido. Y ello le preocupa porque, como ha podido averiguar nada más verla, él no es el único con problemas de visión.

Johan no tardó en tomar el mando sobre la chica, organizando la partida de caza. Dejó que Dardo alzara el vuelo, y el ave subió por entre las ramas de los árboles. Sabían que la búsqueda no sería fácil: ni ellos tenían buena vista ni el pájaro lo tendría fácil con árboles tan densos. Pero, de todas formas, no tenían más opción que buscar pistas.

Tardaron un tiempo en dar con las primeras señales de vida del bosque. Lo que en la linde había parecido un lugar deshabitado se fue mostrando, poco a poco y con timidez, lleno de vida. Lo más fácil era oír a los pájaros. Estos estaban en las ramas, la mayoría de ellos fuera de su vista, aunque podían llegar a localizar algunos. En su mayoría, echaban a volar o cambiaban su localización al verlos.

Las primeras marcas en los árboles eran claramente animales, probablemente dejadas a propósito para señalar el territorio. Sin embargo, Anna era incapaz de identificarlas, y ninguna le pareció en absoluto humanda. Johan, por su parte, acabó dando con huellas de distintos tipos, en su mayoría pequeñas, de pájaros, ardillas o ratones, probablemente, y llegó a localizar montones de excrementos congelados un par de veces. Dardo, por su parte, no parecía encontrar lo que se le había pedido.

A medida que pasa el tiempo Johan le da vueltas a una idea, porque todo lo que encuentra es, desde luego, de procedencia animal. Evidentemente, con la nevada puede haberse perdido el rastro de algo más. Tratándose de una niña, porque duda que unos niños estén buscando a un adulto, sus rastros serían pequeños y fácilmente cubiertos por la nieve. Entonces Johan solo ve esas dos posibilidades: que la pequeña Rina no haya paseado mucho por el bosque recientemente o que no sea una niña. Porque, que Johan recuerde, nadie ha mencionado nunca que Rina sea una niña. Y no puede evitar darle vueltas a lo extraño que es que unos niños tan pequeños fuesen los clientes y que nadie más se haya preocupado por esa niña perdida en la nieve.

-Oye -comenta alzando la voz hacia su compañera, en algún momento-. ¿Por qué crees que les preocupaba tanto que fuésemos por el pueblo? Al final solo hemos hablado con ellos... ¿Y si no son los clientes a los que debíamos buscar? Nos hemos fiado con nada -va comentando mientras revisa algunos excrementos sin mucho interés.

Mira hacia el cielo, esperando noticias de Dardo, pero de momento parece que tampoco en la distancia se ven grandes cosas. Otra posibilidad siempre es, claro, que se haya ocultado en algún sitio mientras cae la nieve.

La búsqueda continuaba, sin demasiados resultados. Debido a que los chicos seguían hablando, la presencia de animales se hacía menos evidente. Las marcas, sin embargo, seguían ahí, aunque Dardo seguía sin dar señales de lo que pudiera verse desde arriba. Anna decidió llamar a la niña, y el eco de su voz se extendió por el bosque. No recibió más respuesta que esa.

Johan, por su parte, se vio asediado de pronto por una ráfaga de aire que arrastró hasta él algo que le tapó la cara. Cuando se lo quitó de encima, pensando que se trataría de una hoja, se encontró en la mano con una cinta de raso, de un color gris oscuro, medio deshilachada y pegajosa.

En la nieve, un poco más allá, había unas huellas extrañas, muy difíciles de identificar pero en absoluto humanas.

Johan está a punto de decirle que no grite, porque teme que, si sus predicciones son ciertas, lo que sea que buscan huya. Pero, de hecho, al pensarlo bien luego, tampoco es tan descabellado que responda. Aunque, finalmente, a la llamada no acude nada ni nadie.

-Supongo que eso lo habrán probado ellos antes -comenta, continuando con el avance con aire despreocupado, lanzando más vistazos al cielo en medio de la búsqueda, extrañado.

Está planteándose si recurrir al tabaco un rato para facilitar la marcha cuando algo le da de lleno en la cara, obligándolo a detenerse. Saca la izquierda del bolsillo correspondiente y se  quita de la cara lo que resulta ser, de hecho, una buena pista de la existencia de vida humana.
Toca la cinta, notándola pegajosa. Extrañado, se la lleva a la nariz para olerla y, finalmente, por qué no, pasa suavemente la lengua por la mancha pegajosa en un gesto breve, buscando algún sabor reconocible. Muestra una breve mueca de desencanto. Luego se la tiende a su compañera, buscando una segunda opinión.

-Pues yo diría que sí que ha estado por aquí hace poco. No es caramelo, eso sin duda -añade, haciendo referencia a la mancha.

La pregunta de Anna quedó inconclusa, pues había algo más a lo que prestar atención. Algo que, por lo que parecía, era bastante más humano que nada con lo que hubieran topado hasta el momento. Johan encontró el sabor de la cinta desagradable, una mezcla de tierra, nieve y otros elementos del bosque, entre los que bien podría encontrarse, si era capaz de distinguirlo, el sabor de la resina y de excrementos. Anna decidió examinar su hallazgo de otra forma. La cinta en sí misma no parecía de una calidad llamativa, sino que más bien podría haber sido barata. Podría parecer una cinta para el pelo, o tal vez un trozo de la misma, porque parecía rota. Deshilachada y sucia, era probable que su dueño la hubiera dejado atrás hacía tiempo.

Cuando preguntó a Johan por la dirección de la que había venido, los ojos del chico de dirigieron a las huellas que antes había visto su compañera. La cinta venía de la misma dirección en la que estaban aquellas huellas confusas, que se internaban todavía más en el bosque.

Dardo lanzó entonces un chillido sobre ellos, volando el círculos por encima de sus cabezas. Por lo que Johan pudo interpretar, quería llevarlos también al interior del bosque, pero en otra dirección.

Johan se pasea tranquilo, buscando algo más que sea llamativo. Se agacha un momento a coger algo de nieve intacta y se la lleva a la boca. Es entonces cuando ella dice lo de seguir la dirección de la que venía el trozo de tela y no le parece una mala idea. Y no es que no lo sea. Simplemente es lo más lógico, no teniendo más pistas.
Pero dardo llega para salvar el día, y el piscis alza la vista hacia el cielo, entretenido, viéndola aletear en círculos.

-Parece que ha encontrado algo -comenta, mirando a Anna con una sonrisa tranquila-. No sé si es a Rina porque me ha dicho que no tiene claro cómo es -añade, risueño. No tarda en negar-. No. No sé qué ha visto, pero dardo no es de las que se altera por enseñarte un ratoncillo. Creo que merece la pena ir tras ella.

La chica parece un poco asustada. Johan se lo nota, aunque quiera mostrarse segura. Es evidente que es su primera misión, que no está acostumbrada al trabajo de campo de ese tipo y que en el fondo tiene miedo de que un agresivo vulpus salga de un arbusto. Pero, de hecho, separarse sería más rápido, aunque ella tenga ciertas inseguridades.

-Tú sigue a dardo -le dice, finalmente-. Yo iré por el otro sitio. Cuando llegues a lo que sea puedes mandarla a buscarme si es interesante o venir con ella por el otro camino para que te ayude a localizarme.

Así estará más segura, opina el piscis. Dardo es una compañera arisca y solitaria, poco dada a la interactuación con... todo el mundo, en general. Pero sabe avisar si ve un peligro evidente y está seguro de que Anna necesita, más que él, la sensación de seguridad que da tener un observador aéreo.
Se considera un tipo amable, pese a todo. Algunas veces.

-Venga. Nos vemos en un rato -le dice entonces. Y empieza a caminar sin esperar demasiado.

Con Dardo de su lado sería más fácil. Tiene bastante mejor vista que él, claro. Pero no le importa estar un rato solo, por otro lado. Podrá husmear un poco más a su gusto.

Después de la llegada de Dardo, los chicos decidieron que su opción más rápida sería separarse. Anna no parecía muy convencida de tener que avanzar sola, pero Johan se mostró de acuerdo con aquello y echó a andar, siguiendo aquellas huellas difíciles de entender.

Era como si, fuera lo que fuera lo que las había hecho, hubiera revuelto la nieve completamente con su avance. A ratos parecían corresponder a un solo ser, y a ratos a varios. A ratos desaparecían durante un corto tramo y se veían seguir más adelante. Y, aunque no iban en círculos, tampoco parecían llevar un rumbo claro. Le pareció distinguir una huella redonda, de cuatro dedos, pero era difícil estar seguro. En otra ocasión, por ejemplo, la huella un poco más nítida que encontró parecía una garra de ave, de tres dedos largos al frente y otro por detrás. Después de una larga caminata, Johan empezó a ver huellas más grandes, y algunas marcas en las plantas del bosque. Había zonas donde parecía que se había retirado nieve, y otras en que las huellas pasaban entre arbustos muy juntos, dejando un rastro de ramas rotas y retorcidas tras de sí. Y, entre las ramas, Johan encontró enganchados algunos plumones pequeños, blancos y negros.

Anna, por su parte, no tenía que escoger el camino, sino que bastaba con que se dejara guiar por Dardo. El ave de presa parecía tener bien claro adónde se dirigía, y a ratos se adelantaba a ella, antes de volver para asegurarse de que la seguía. Tras una pequeña caminata, Anna la vio descender junto a un árbol en el que había enganchada otra cinta roja, en tan mal estado como la que habían recogido, e igualmente desgarrada por uno de los extremos. Era larga, tanto como para que la chica se replantease si sería una cinta para el pelo. Aunque podía seguir siéndolo, desde luego. En cualquier caso, no encontró ninguna otra señal que llamara su atención en los alrededores. Quizás, sencillamente, la cinta la había arrastrado el viento.

Johan sigue un rastro que parece haber sido dejado por animales diferentes. Le cuesta aclararse con lo que ve, porque no le encuentra un sentido claro. Solo puede pensar en que un ave cazase a otro animal, o a que algo cambie de forma o tenga muchos pies y cada uno deje una huella distinta. De hecho, sigue pensando en los niños que los contrataron, y para él sigue habiendo algo que no cuadra, pero las pistas que tienen son pocas y de momento ve conveniente seguirlas.

Termina por detenerse un momento para ponerse las garras, porque nunca se sabe, o al menos eso piensa, cuándo habrá que plantar cara a algo, y sin Dardo vigilando no lo verá venir. Luego se acerca con más cautela a las marcas más recientes, buscando algo destacable. Que ahí ha sucedido algo es evidente, pero no lo es tanto el qué. Y menos aún si tiene algo que ver eso con Rina a no ser, claro está, que ella tenga esas patas de ave tan particulares.
Se acerca a un arbusto en el que el rastro parece un poco más evidente y alarga la mano para tomar algunas de las plumas y evaluar su tacto, tratando de reconocerlas.

El animal que ha visto se mueve por tierra, o al menos lo ha hecho un buen trecho. Se le ocurre pensar, entonces, que quizás tenga su nido o refugio por esa dirección, aunque por no saber de qué ave se trata tampoco puede decidirlo sin más.

A Johan no le disgusta la intriga, pero lo cierto es que sí le molesta un poco no saber exactamente qué están buscando y lo que sucede realmente. Porque tiene claro que no es tan simple como se lo han presentado, al menos.

Johan se paró un momento más a analizar lo que tenía ante sí, ya armado para el combate, pese a que no había tenido señal de peligro. Cuando tomó un par de las pequeñas plumas, las encontró suaves al tacto, evidentemente de plumón, y en el suelo, un poco más allá, localizó una pluma más grande, blanca con motas negras, probablemente de un ala.

Para seguir el rastro, cada vez más evidente, se ve obligado a pasar agachado entre los arbustos, que prácticamente cierran el paso por ese lado. Al seguir avanzando, se encontró con que a las huellas que había encontrado hasta el momento se unían, o quizás se cruzaban, otras más grandes de la misma naturaleza. Un suave ulular llamó su atención a las alturas. Había algo entre los árboles.

Anna, por su parte, recogió la cinta y decidió desandar el camino. Acompañada de Dardo, con paso ligero. No era difícil volver atrás, ya que las marcas quedaban claras en la nieve, y no tardó en llegar al lugar donde se habían separado, donde las huellas eran más evidentes y se dividían en dos ramas. No tuvo problemas para escoger la misma dirección que había tomado su compañero.

Al examinar las plumas se le parecen a algunas que conoce. Diría que son de un buho, pero el tamaño es excesivo para algo como eso. Quizás se trate de alguna especie autóctona, piensa entonces. No conoce a todas las aves que existen, y no es un experto en las de Aqua, por extraño que pueda parecer a simple vista. Pero no se ha criado ahí, a fin de cuentas.

No le molesta tener que agacharse, ni arrastrarse por la nieve si fuese necesario. Procura dejar algunas marcas para que su compañera sepa por donde ha ido si se diese el caso, pero no se preocupa mucho más de lo que pueda estar haciendo. Y cuando escucha ese sonido tan característico se queda inmóvil de pronto. Despliega las membranas y busca el origen, girando la cabeza, sin mover nada más. Escudriña los árboles como puede, aunque sean solo escalas de ocres y amarillos para él. Espera que el blanco destaque, y poder distinguir así lo que se cobije en ellos. Aunque la nieve tampoco lo haga fácil, los movimientos lo desvelarán.

Anna caminaba con paso seguro, siguiendo unas huellas claras y con Dardo acompañándola. De aquella forma, tardó menos que su compañero en alcanzar aquellos arbustos desaliñados. Allí se perdían las huellas, bajo las ramas. Y las marcas de Johan eran lo suficientemente claras como para que la chrysos supiera por dónde había ido su compañero.

Johan, por su parte, buscaba con la mirada el origen de aquel sonido. No era sencillo. Su vista no lo hacía fácil, y la nieve y las sombras entre los árboles ocultaban bien al ser, que parecía saber camuflarse. Al poco, oyó un nuevo ulular, viniendo de una posición distinta, un poco más a lo lejos. Luego, se hizo el silencio.

Al cabo de un rato, un aleteo se confundió con el sonido de ramas en excesivo movimiento, y un aleteo acompañó a una figura en movimiento. Johan consiguió percibirla entre las ramas, pero no pudo definir su figura, y en seguida desapareció. De nuevo, un ulular, uno más potente y grave, se alzó en el bosque. En aquella ocasión estaba todavía más lejos.

Tras avanzar cierto tiempo soy consciente de que las huellas de Astin dejan de seguir el camino normal y que pasan a meterse entre arbustos. Es de suponer que el rastro que él seguía, por tanto, también llevaba esa dirección, así que me detengo un momento a asegurarme, pero no tardo en dar con algunas de las huellas que vi junto a las suyas durante buena parte del trecho.
Dirijo una nueva mirada a los arbustos, algo escéptica, pero acabo por ajustarme la ropa y seguir adelante por este punto, pese a todo.

Aquí el avance se ralentiza un poco, y tengo que detenerme a desenganchar la tela de algunas ramas. Pero por mucho que quiera evitarlo es inevitable que alguna vez se rasgue, y aunque eso me genera pequeñas muecas, como si me doliese, termino por seguir adelante tratando de no pensar en ello.

Johan tardó un buen rato en hallar el movimiento que buscaba. Pero al guiar hacia ella su cabeza se encontró con que la había perdido.
No le importaba observar las aves, le gustaba. Tenía paciencia para aquello. Pero en aquel momento, la paciencia no se traducía en tiempo, y el frío, que ni le iba ni le venía, tampoco invitaba mucho a quedarse quieto. Y como los sonidos venían de todos lados decidió seguir adelante, silencioso, callado. Porque era de suponer que no eran aquellas aves lo que buscaba.

Trata de seguir adelante siguiendo las huellas revueltas que tiene ante sí, dedicando siempre vistazos al entorno, a árboles y a arbustos, y a todo lo que pueda hallar de pronto que lo ayude. Aunque ya no sabe si va por donde debe.
Tal vez Dardo y Anna hayan encontrado algo, piensa, aunque su hermana no ha vuelto a avisarlo todavía.

Pese a que Anna iba por detrás de Johan, iba ganándole terreno al piscis. Después de todo, ella había seguido un rastro mucho más seguro. De todas formas, le llevó algún tiempo pasar entre los arbustos, y cuando salió al otro lado, su compañero ya no estaba allí. Aún así, Dardo solo necesitó adelantarse un momento a ella para dar con él, y no tardó en estar posada en su brazo.

Las huellas que Johan había seguido no lo habían llevado muy lejos antes de que su ave diera con él. Y, en el momento en que lo hizo, una forma oculta tras los arbustos movió las ramas de los mismos, haciéndolos sacudir algo de nieve hacia el suelo. Un ulular más potente de lo que había oído hasta el momento sonó justo por delante de él, apenas un poco más allá, tras algunos árboles.

Dardo fijó la vista en aquel lugar, inmóvil.