La desaparición de Rinny

Esboza una sonrisa cuando ve llegar a Dardo, alzando la vista hacia ella, subiendo el brazo para facilitar que se pose. Hurga en un bolsillo con la zurda, mientras tanto, y consigue algo de cecina que le ofrece, silencioso, peinando un poco las plumas mientras ella come. Aunque su vista permanece fija en el entorno.
El sonido es más cercano. Esta vez está cerca. Cerca de verdad.

Alza de nuevo el brazo derecho, aunque no da la orden todavía. En lugar de eso se vuelve un momento a esperar a que Anna llegue, llevándose un dedo a los labios para que calle antes de que se le ocurra preguntar, con gesto de advertencia. Luego, ya sí, habla con su hermana, echándola al aire de nuevo.

-Adelántate e informa -le dice, iniciando la marcha tras ella hacia los árboles que suenan, muy despacio.

Pisa con cuidado, para que la nieve suene lo menos posible, estrechando los ojos y acercándose al punto del que viene el ruido. Y lleva una sonrisa, claro, porque Johan siente mucha curiosidad y poco miedo. Como suele ser, por otra parte.
Esperará a que Dardo haga cualquier señal si se topa con algo peligroso. Aunque al final ella no habla, de modo que, finalmente, se verá en la necesidad de asomarse por sí mismo.

Por fin, los tres se reunieron, aunque por poco tiempo. Estaba claro que estaban cerca de algo. El problema era de qué estaban tan cerca. Y Johan decidió descubrirlo a través de Dardo. No tardaron en oír un chillido del ave, que Johan pudo interpretar fácilmente: peligro, y muy cerca.

Pero el piscis no tenía intención de detenerse. Con cautela pero seguro de lo que hacía, se acercó hacia el lugar, pasando más allá de los árboles que ocultaban aquel ulular. Anna, en silencio, avanzaba tras él.

Y, por fin, los árboles se abrieron ante ellos y les permitieron entender qué habían estado siguiendo:

La bestia se quedó quieta en cuanto los vio aparecer, con los ojos fijos en ellos. Estaba atrapada en un cepo complejo, compuesto de cuerdas entrelazadas que la mantenían prácticamente inmovilizada. Las cuerdas se le pegaban a la piel bajo las plumas y el pelo, dejándole marcas allí donde se le clavaban, y había pisoteado la nieve a su alrededor hasta volverla resbaladiza, llenando el suelo a sus pies de plumas.

Pese a las advertencias de Dardo Johan sigue adelante, extremando un poco las precauciones. Y cuando consigue ver lo que hay tras la vegetación alza las cejas, entreabriendo los labios con cierta sorpresa.

Con cuidado, con movimientos lentos, se deshace de una de las garras para acercar la mano al animal, con mucha cautela, atento a las reacciones que le ofrezca este. Mientras tanto, acerca la mano armada, la diestra, hacia las cuerdas, con intención de ir cortándolas para liberar a ese ser tan magnífico. Se trata de un espécimen maravilloso.
Le habla mientras tanto, con voz sosegada.

-Eso debe de dolerte mucho -le dice, calmado-. Quieres que te saquemos de aquí, ¿no? ¿Quién te ha metido? ¿Hay cazadores por aquí?

Mira a Anna de reojo. Al fin y al cabo el animal no puede hablar. Ella debería ser la que se encargase de averiguar un par de cosas, en su opinión.

Pese a las palabras de Anna, ni Johan ni el extraño animal parecían ver ningún ataque inminente. El chico se acercó con cautela, tranquilo, y el animal se mantuvo quieto, con más aspecto asustado que agresivo.

Ni siquiera cuando Johan empezó a soltar la red de cuerdas que lo mantenía inmóvil pareció reaccionar. Se limitaba a observarlo fijamente, con el cuerpo tenso, sin hacer amago de alejarse, ni de acercarse, ni de atacarlo. A medida que Johan le iba liberando el cuerpo se iba reacomodando en el sitio, con gestos tan cautelosos como los del piscis. Fue apoyando las patas en el suelo con gesto más afianzado, recolocando las alas entumecidas, buscando una posición más cómoda para la cabeza.

Por lo demás, permanecía estático.

Johan continúa adelante sin preocuparse por lo que Anna dice, llegando a negar con suavidad a sus palabras aunque parezca que no le este haciendo caso. No tiene nada contra ella, pero no puede evitar mostrarse más interesado en ese animal que en ella en ese momento. No tiene claro qué decir que es, si un ave o un mamífero. Piensa que eso podría convertirlo en algo completamente diferente, o simplemente en las dos cosas a la vez.

Con movimientos muy lentos, una vez ha acabado de soltar las ataduras, Johan busca en su bolsillo hasta dar con la cecina de Dardo. Espera que a su hermana no le importe compartir solo un trozo. Tampoco es una chica celosa.

-¿Tienes hambre? Has debido de pasar mucho miedo -le dice con voz tranquila mientras tanto, acercando la mano despacio, atento a las reacciones.

Johan no descarta que le ataque. No es que le asuste tampoco, aunque aprecia todos sus dedos y espera seguir teniéndolos después de eso.

-Anna -dice, con el mismo tono que si hablase con el animal-. Busca pistas cerca, por favor. Muévete despacio.

El animal parecía tan tenso como ellos, pero igualmente manso. Se dejaba atender por Johan, muy quieto, apenas desviando en algunos momentos la vista hacia Anna. Pero era evidente que Johan, quizás por ser el que trataba con él o por su cercanía, le preocupaba más que la chica.

Cuando el piscis le ofreció la cecina, pudo ver la tensión aún más evidente en las plumas erizadas y la cola en movimiento. El extraño animal, tras un momento de duda, ladeando la cabeza, se atrevió a acercar el pico al trozo y dio un tirón, para luego engullirlo en un momento. Parpadeando y moviendo la cabeza en gestos rápidos, se quedó mirando a Johan, esperando más comida.

Johan se siente satisfecho con el resultado y pronto está ofreciendo un nuevo trozo de cecina al animal. Aunque sabe que no debe dársela toda y no tiene demasiada. Quizás, se plantea, puedan comprar más en el pueblo para la vuelta. Entonces sí podría permitirse usar una poca más.

Anna se pone a buscar, mientras tanto. Él no le hace mucho caso hasta que la oye hablar. Esboza una sonrisa tranquila, plácida de alguna forma, como si encontrase su comentario tremendamente divertido.

-Deberíamos ir de vuelta -admite, asintiendo con calma-. Oye, ¿recuerdas la descripción que teníamos de Rina? -le pregunta entonces, mirándola de reojo, calmado, con un tercer trozo de cecina en la mano.

Cuando Johan ofreció el segundo trozo de cecina, el animal lo engulló. A las palabras no reaccionaba demasiado, pero sí fijó los ojos en Johan cuando este terminaba la frase. Se mantuvo en todo momento cerca del piscis, mirando ya con atención el tercer trozo de cecina.

No llegó a cogerlo. Los chicos oyeron un revuelo, un sonoro aleteo, movimientos de hojas y distintos ululares. Y, antes de que pudiera darse cuenta, Johan había perdido el trozo de cecina de las manos. El animal que lo había cogido, ya en la nieve, daba buena cuenta de su ración mientras aleteaba.

Se trataba de un pollo de la misma especie, de pelo esponjoso y en punta y la mitad delantera del cuerpo cubierta de plumón blanco no menos esponjoso, pero que ya hacía amagos de dejar paso a plumas útiles para el vuelo. Cuando un segundo polluelo, bastante más pequeño y débil, trató de acercarse a conseguir su parte, el polluelo más fuerte extendió las alas para parecer más grande y amenazarlo, se llevó la cecina en el pico y empezó a trepar a un árbol cercano, dejando a su perseguidor fácilmente atrás.

El animal al que habían liberado no les hacía el meno caso, sino que seguía mirando a Johan, a la espera de más comida.

Dardo se acomoda en la cabeza de Johan, viendo que, al parecer, no hay nada que temer, aunque no pierde de vista al animal que se está haciendo con su comida, y no tarda en dar un tirón al pelo del chico para reclamar un poco. El piscis le da uno pequeño, más adecuado para su tamaño y, al ir a dar uno nuevo al animal híbrido se encuentra con que no puede hacerlo, porque uno más pequeño se lo quita de la mano.
Johan no puede evitar una risa sorprendida y encantada al mismo tiempo.

-Así que es esto lo que te trajo al bosque, eh-. Desvía el gesto hacia el segundo. Ese es el eslabón débil, por supuesto-. Qué desparpajo... Yo no tengo mucha cecina -les explica, sacando dos de los últimos tres trozos, como si de verdad fuesen a entenderlo-. Pero os daré la que pueda-. Ofrece uno a la madre y parte el otro en dos, acuclillándose y tendiendo uno al animal más pequeño-. Toma, come tú también...-. Vuelve entonces el rostro hacia Anna, con una sonrisa satisfecha-. ¿No tienes nuestra comida? Ya compraremos algo en el pueblo, de vuelta. Necesitamos ganarnos su confianza para que nos sigan.

Realmente Johan quiere darles de comer porque le parece divertido. Pero eso no quita que lo otro sea cierto, y para ella, en su opinión, debería servir perfectamente.

Los tres animales parecían atentos a las posibilidades de comida. Ninguno de ellos puso ya el menor reparo en acceder a los trozos que Johan les ofrecía. El más pequeño se encogió sobre sí mismo para engullir con rapidez, mientras que su hermano más fuerte mantenía la vista fija en él mientras comía, como calculando la forma de hacerse con su trozo antes de que se lo terminara.

Anna, por su parte, siguió el consejo de Johan y lo intentó con un poco de pan, pero sin éxito. Tan solo el más pequeño dio muestras de interés y se acercó un poco, y aún así, no llegó a coger ninguno de los trozos. No parecía que consideraran aquello alimento.

Cuando Anna instó a su compañero a avanzar, permanecieron atentos a las reacciones de los tres animales. El más grande dudó un momento, pero no tardó en seguirlos dócilmente, aunque a una cierta distancia. Aunque no recibía la más mínima atención del ejemplar adulto, la más pequeña de las crías se apresuró a seguirlo. El otro mostraba mayores libertades a la hora de moverse, aunque pronto quedó claro que, pese a que se entretenía, también los iba siguiendo. Así, los chicos avanzaron por donde habían venido.

A Johan no le sorprende demasiado que rechacen el pan. Los búhos, y al menos la mitad de ellos lo parece, se alimentan de presas, no de cereales. Está por preguntarle si no tiene algo más, pero acaba accediendo a su petición de avanzar, consciente de que no están ahí para jugar.

Parte el último trozo de cecina en tres y se los guarda de nuevo.

-Es el último -informa a su compañera, caminando junto a ella-. Esperemos que nos dure lo suficiente. Intentaré evitar usarlo mientras no pierdan el interés.

Camina pendiente de que el grupo no se separe. Son cuatro ojos mirando, seis con Dardo, que sigue en su cabeza, así que confía en que no se les pierdan. De todas formas, en caso de que vea que se rezagan demasiado, sacará uno de los tres trozos y lo ofrecerá. No es demasiado, a estas alturas, pero no tienen mucho más.

-Seguramente -comenta a Anna, viendo el comportamiento de los animales-. Es lo normal. Asegura la supervivencia. No habrá muchas presas por aquí, además, con este tiempo.

Lo ideal para Johan, a esas alturas, es llegar al lugar indicado lo antes posible. Quiere hacer algunas preguntas, antes que nada.

Aunque los pequeños parecían un poco desorientados con tanto paseo, el ejemplar adulto seguía a los chicos sin dar la menor muestra de resistencia, y ellos lo seguían. Quizá fue gracias a eso, al hecho de que ya no buscaban, sino que caminaban hacia un objetivo fijo, que se encontraron de vuelta en el exterior antes de lo previsto. Al salir de entre los árboles, el animal que tan dócilmente los seguía comenzó a mostrarse más intranquilo, pero aún así, continuó la marcha.

No tardaron mucho en encontrar a quienes los esperaban. Aquella vez, los niños eran diferentes. Un chavalito de unos trece años aguardaba junto a dos niñas gemelas, los tres embutados en sus abrigadas ropas, y las dos niñas, para probable alivio de Anna, con calzado.

-¡RINNY! -gritó una de ellas, echando a correr antes de que su compañero mayor tuviera tiempo de evitarlo. Su hermana, por el contrario, no tuvo oportunidad de seguirla.

Y en cuanto a la bestia, echó a correr hacia ella nada más oír la llamada, con las alas bien abiertas y una carrera ágil. Pronto aleteaba, revolviéndose alrededor de la niña, mientras esta se dedicaba a llenarla de besos, abrazarla y acariciarla sin descanso. Parecía a punto de echarse a llorar de la emoción.

El chico, por su parte, se había puesto pálido, incapaz de reaccionar. Cuando por fin pudo hacerlo, frunció el ceño, evidentemente enfadado.

-¡Se suponía que irías a avisar a los demás, Alennoh! -le recriminó.

-Micko, ¡mira! -le indicó la otra pequeña con los ojos muy abiertos y un dedo que señalaba a los pollos.

Alennoh, sin prestar atención a su compañero, se dirigió a los dos guerreros, con los ojos brillantes de ilusión. Aunque, eso sí, no se separó en absoluto del animal.

-¡La habéis encontrado! ¡Sois como héroes! No. ¡Sois héroes! -declaró, maravillada.

Micko hizo una mueca de disgusto, y luego dio un tirón de la mano de la niña que aún sujetaba. Le hizo un gesto de cabeza en dirección al pueblo.

-Vete a buscarlos tú, Deesseh -pidió.

La niña, más dispuesta a obedecer, echó a correr de vuelta al pueblo.

Al final son acompañados sin problemas. Es un alivio, desde luego, porque Johan no quiere tener que tirar de los animales, y está seguro de que si tiene que recurrir a medios más incómodos acabarán rehuyéndolos.

Cuando ve a los niños se sonríe satisfecho. Y la reacción tanto de una de las niñas como del animal, sin duda Rina a esas alturas, implica que han hecho lo que debían. Se encuentra tremendamente satisfecho. En lo que a él respecta, pueden ir empezando el camino de vuelta. Aunque no le vendría mal descansar y comer un poco.
Y un cigarro, bueno. Johan lo empieza a necesitar.

-No es nada -le dice a la niña, a la que han llamado Alennoh-. ¿Podéis indicarme dónde hay una tienda en la que pueda comprar cecina? -le pregunta entonces. Será una buena recompensa para Dardo, por su parte.

Alennoh mantenía su expresión ilusionada, sin separarse ni un momento de su adorada Rina. Cuando Johan se dirigió a ella, se llevó un dedo a la nariz, pensativa, y se dedicó a hurgarse, mirando de reojo a Micko. Al final, bajó el dedo a la boca y se volvió al guerrero.

-El carnicero tiene jamón -propuso como alternativa.

Micko fue quien se encargó de hablar con Anna, aunque no parecía muy cómodo con la idea. Desvió la vista al suelo, removiendo un poco la nieve con el pie descalzo, mientras hundía las manos en los bolsillos.

-A los mayores no les gusta Rinny -masculló-. Nos dejan cuidarla si no da problemas, pero tenemos que cuidarla nosotros -. Alzó la vista-. Por eso nadie quería ayudarnos a buscarla, y nosotros no podemos entrar al bosque. En el bosque hay trampas de cazadores y bestias salvajes. Rinny lleva mucho fuera y todos dicen que no va a volver, así que tenemos que llevarla todos juntos para protegerla. Los mayores solo dicen mentiras de ella -. Señaló con un gesto vago a los pollos, que jugaban por la nieve-. Y a esos los van a meter al horno en cuanto los vean.

-¡Cállate, idiota! -protestó Alennoh.

-¡Pero si es la verdad! -se defendió él.

Antes de que tuvieran tiempo de seguir discutiendo, una nueva oleada de chiquillos apareció a sus espaldas, guiados por Deesseh. En cuanto vieron a Rina, los más pequeños echaron a correr, en actitudes similares a la de Alennoh. Los mayores parecían un poco más conscientes de la situación, y un chico de unos quince años fue quien se encargó de acercarse a ellos.

-Gracias por ayudarnos -dijo con una sonrisa, más desenvuelto que su compañero.

Johan ya está preparado para ir a comprar jamón, que es lo que le han dicho, pero parece que Anna, su compañera, parece entretenida queriendo solucionar más problemas de los que les han dicho que tienen que arreglar. Parece una de esas almas caricativas. Y supone que él no debe ser menos. No tiene nada en contra de los niños, y menos aún en contra de los pobres animales.

-¿Qué mentiras cuentan los adultos sobre Rina? -inquiere, con una sonrisa satisfecha, a Micko.

A Johan no le parece que está mal que la gente cuente mentiras, según cuáles sean estas o el motivo. Pero comprender que saber ambas versiones es lo más apropiado. Muchas veces los niños no ven la realidad como es. Quizás no tengan ni comida que llevarse a la boca y ellos insistan en alimentar a un animal como ese que podría valerse solo.

Más niños llegan. A Johan no le desagradan, aunque empiezan a ser demasiados. Demasiada gente.

En lo que esperaba a sus compañeros, Micko tuvo que responder algunas preguntas. No parecía muy cómodo con ello, y bajó la vista cuando Anna preguntó, negando con la cabeza. Acabó por volver a alzarla, con el ceño fruncido y gesto determinado.

-Cuando era pequeña, Rina apareció en el pueblo intentando robar comida -explicó-. ¿Y qué iba a hacer? ¡Tenía hambre! Los mayores quisieron darle caza, y nosotros tuvimos que protegerla. Además, ocupa espacio y come, y de todo eso nos tenemos que ocupar nosotros. La mayoría en el pueblo somos de familias de cazadores. A nadie le gusta que cojamos cariño a un animal que podríamos cazar.

Miró a Johan con expresión de desconfianza. A él no le parecía que hubiera motivos para reír, y no le gustaba su sonrisa. Mantuvo la actitud incómoda mientras respondía.

-Dicen que cualquier día se llevará a uno de nosotros por delante, porque es un depredador.

-¡Eso es mentira! -intervino una indignada Alennoh-. ¡Rina nunca ha hecho daño a nadie, ni siquiera a los mayores, que no la quieren nada! -Se abrazó más al animal.

-Que ya lo sé, estúpida -masculló Micko entre dientes.

Cuando llegaron los demás, el alboroto se volvió mucho mayor. Visto que no había avances, Rina acabó por tumbarse en la nieve, dejándose hacer por todos los niños. Algunos le llevaban comida, que el animal aceptó sin dudarlo. Los pollos, que veían aquello, intentaron hacerse también con algo, pero pocos niños les prestaban atención, y los que lo hacían parecían más interesados en Rina que en ellos. Los guerreros también pasaban bastante desapercibidos.

Anna, que estudiaba sus ropas, no tardó en ver un patrón en la forma en que los niños vestían. La mayoría llevaban ropa de calidad similar, que aunque no era muy lujosa, no señalaba una pobreza que les impidiera ir calzados. Y, sin embargo, todos los niños mayores avanzaban por la nieve con los pies desnudos, así como algunos de los pequeños. Los más niños eran los únicos que iban calzados. A ninguno de los niños descalzos parecía molestarle la nieve bajo los pies.

El chico mayor sirvió a Micko de protección, y era evidente que el chico estaba deseando desaparecer de la vista de los guerreros. En cambio, su compañero parecía muy desenvuelto, como si estuviera acostumbrado a tratar temas formales.

Pensativo, echó un vistazo a los pollos, y luego negó con la cabeza.

-Probablemente, si volvemos al pueblo con Rina no pase nada -explicó-. Pero esos... pollos... ¿De dónde han salido? No podemos llevarlos también. Como vean que volvemos con tres en vez de con uno puede que ni Rina esté a salvo ya -. Bajó la vista, pensativo, y luego la alzó con expresión algo apurada-. ¿Creen que podrían... hacer algo con ellos? Llevarlos a otro lado o... lo que sea.

Johan entiende lo que dicen. Al final no es una mentira, sino una percepción de la realidad. Es lo normal, al fin y al cabo. Y aunque le parezca un miedo exagerado a un animal evidentemente manso, también es cierto que la susodicha Rina podría vivir sola sin necesidad de hacer tanto espectáculo. Pero dardo en su cabeza le recuerda que a veces tener un compañero no significa que este no pudiese valerse por sí mismo, aunque el motivo sea otro en ese caso.

-Creo que a estas alturas deberían ser capaces de valerse por sí solos -comenta, mirando al chico con gesto tranquilo-. De algo han tenido que vivir mientras su madre estaba atrapada.

Lo que le parece triste en la historia es separar a los pollos de su madre.
Se vuelve hacia Anna, con gesto algo más serio.

-Podemos llevarlos solos al bosque y vigilarlos un rato, a ver cómo reaccionan -le propone.